martes, 15 de mayo de 2012

Piel de Asno irlandesa en Bélgica (o la mártir de su padre)

De Santa Dimpna o Dymphna se ha escrito mucho, sobre todo fuera de Irlanda, porque en el continente, en tierras de los Países Bajos, padeció martirio y es objeto de gran devoción. A pesar de esa atención, varias contradicciones y lagunas oscurecen nuestro conocimiento de su breve vida.
Santa Dymphna de pastora o campesina (como Piel de Asno).
Estampa moderna.
Se dice que ésta transcurrió muy a principios del siglo VI. El nombre Dymphna se ha supuesto que es una adaptación del irlandés Damnat. Si fuera así, esa extraña grafía -"mph"- podría haber un intento de reflejar cómo sonaba esa -m- a oídos de un continental no familiarizado con las lenguas celtas. Otra latinización del nombre fue Daphne: era costumbre de los irlandeses traducir al latín sus nombres o adoptar alguno clásico de sonido semejante, y hacer de un Fergall un Virgilio, de un Seadhal un Sedulio,  de un Carthach un Cartago.
Las Acta sanctorum recogen una vida de santa Dymphna escrita en el siglo XIII por Pedro, canónigo de Cambrai.
La tradición escrita insiste en que Damnat Scene, o Damnat la Fugitiva (como se la conoce) era princesa en Airgialla (reino que se sitúa al Sur del Ulad o Ulster) y que nació en Rath Mór, junto a Clochar (Clogher en inglés), de padre pagano y madre cristiana. No parece esto muy probable en fecha tan tardía; especialmente porque es una situación familiar muy repetida en el folklore hagiográfico.
Clochar era en tiempos precristianos, en todo caso, un lugar de culto importante, donde se veneraba una piedra sagrada, de oro o que tenía parte de oro.
Damnat descendía de Colla Da Críoch y era pariente de San Enda (ver El desengaño de un príncipe). 
Según Pedro el canónigo, la madre de Damnat llamaba la atención por su belleza, tanto de cara como de cuerpo; y Damnat otro tanto, puesto que eran como dos gotas de agua.
Era una pequeña formal y seria, que no perdía el tiempo jugando ni cantando en corro (no usaba de "chorearum assultus nec joculatorias cantilenas") con las demás niñas ruidosas sino que se entretenía con devotas meditaciones.
La felicidad familiar se vino abajo cuando la madre de Damnat enfermó y murió. 
El rey, que estaba perdidamente enamorado de su mujer, sintió el golpe con dolor fortísimo, que daba compasión a cuantos lo veían.
Pero pasó el tiempo, que todas las penas alivia, y el rey, comprendiendo que no podía dejar a su tierra sin reina, envió mensajeros por todos sus dominios en busca de alguna jovencita virgen que no le fuese a la zaga en prendas a la difunta.
Los legados volvieron al cabo de muchos meses con las manos vacías.
-Otra como la reina que en paz descanse no la hay, como no sea la hija. Es amable y muy bonita, tan clavada a su madre que te parecerá que la propia difunta ha revivido. Éste es el consejo que te podemos dar: mándala casar contigo, pero cuanto antes.
Esto lo hacía Satanás, dice el canónigo Pedro, para ver si el padre podía lograr lo que él no había podido: torcer la firmeza de la fe de la muchacha y empañar su virtud, "profanando en la hija, por medio del padre, el templo de Dios".
Al oír aquel consejo, el rey se encendió en un fogonazo de pasión y sin esperar a más fue con la petición a su hija, prometiéndole el oro y el moro si accedía.
Pierre Saintyves, folclorista francés de finales del sigo XIX y principios del XX (indicando paralelos en otras vidas de santos) señaló la semejanza obvia de esta historia de incesto con el cuento de Piel de Asno (no era el primero: también Collin de Plancyy, según moda de la época, hizo remontarse todo a un mito astral, presente ya en el hinduísmo: el rey es el sol que ama y persigue a su hija, la aurora, y acaba matándola al triunfar la plenitud del día.
Hay expresa referencia a la antigüedad céltica en el cuento de Perrault, ya que el mal consejero que persuade al rey de la conveniencia política y moral del incesto es un druida.
Ilustración de Gustave Doré para Piel de Asno.
El druida con su hoz ceremonial, sentado
en un monumento megalítico.


Damnat, ajena a esas consideraciones mitológicas, respondió a su padre escandalizada:
-¡Qué despropósito! ¿No ves que va contra todas las leyes humanas y divinas?
-"Allá van leyes do quieren reyes". ¿No lo has oído tú eso?
-¡Si es que además es un caso horrendo y abominable, mancillar así una hija el lecho de su padre! -invertía aquí los términos la infeliz con ingenuo ardid retórico.
-Si es por mi lecho no te preocupes, que todo queda en casa. Tú dime que sí y te cubriré de tesoros, de telas preciosas y de joyas y toda clase de tesoros; lo que se te antoje; todo mi reino será tuyo y yo tu esclavo. 
-Que no puede ser. ¿En qué cabeza cabe?
-Lo sensato es hacer sin patalear lo que uno va a acabar haciendo por las buenas o por las malas. ¿Para qué cansarse y hacerse daño contra lo que no tiene remedio? He dicho que nos casamos y nos casamos. 
-Bueno, si te pones así... Pero la precipitación es muy mala -dijo, en un intento de ganar tiempo- . ¿Me caso con el rey? Pues quiero una boda regia. Eso tiene que ser por todo lo alto. Están todos los preparativos, la música, las flores, el vestido... ¡No se casa una todos los días! Mes y medio, mínimo.
Se reconoce aquí el motivo de los sucesivos vestidos que va exigiendo la muchacha para ganar tempo en el cuento de Perrault: vestido de color tiempo, de color sol, de color luna... 
¿Cómo es posible que tragase el rey el anzuelo? ¡"credula res amor est", dice el biógrafo! Apenas oído el sí de la doncella, toda su ferocidad se transformó en melosa blandura, y él mismo se interesaba y preocupaba por los detalles, por el traje de las doncellas de honor, por los adornos...
Contra las esperanzas de Damnat, la fiebre lujuriosa de su padre aunque, eso sí, se volvía más ñoña y empalagosa, no amainaba con el paso de los días. Y la princesa temía que el rey diese otro bandazo y la atacase a punta de cuchillo.
Damnat consultó el caso con un santo sabio y  anciano sacerdote, Gereberno (que hace en esta historia las veces del Hada de las Lilas del cuento), que le aconsejó como único remedio que se le ocurría la huida.  
Como el tiempo apremiaba, en la primera ocasión escapó, acompañada de Gereberno y de un bufón del rey con su mujer.
En la antigua Irlanda, los bufones gozaban de elevada consideración. Sus poderes estaban casi a la par de los de los poetas y, por lo tanto, los druidas. La sátira de un bufón podía atraer las peores consecuencias sobre cualquiera. Se los honraba y temía.
El plan consistía en alcanzar un puerto y cruzar el mar rumbo al Continente. 
Monje navegante (San Cuthberto). Siglo XII.


Así lo hicieron y tocaron tierra en Amberes, desde donde, buscando un lugar adecuado, llegaron a la ciudad de Geel y allí, en un bosque, se instalaron, levantaron una choza y se dedicaron a vivir religiosamente.
El rey, entre tanto, cuando supo la fuga de su hija y novia, creyó morir de dolor. Constantemente le parecía ver ante sus ojos la sencillez de su aspecto, la elegancia de su rostro, la modestia llena de donaire de su actitud, y esos recuerdos eran espinas que se le clavaban y le arrancaban "gemidos y bramidos de sentimiento y furor" (Dice Ribadeneira en su Flos sanctorum). 
Era universal la compasión que despertaba en sus súbditos. No sólo a las mujeres, sino a los guerreros curtidos en los combates les costaba contener las lágrimas.
Se buscó a la ausente con toda diligencia. Se rastreó todo el país, y el rey era el primero y el más activo de los buscadores. Ante la inutilidad de las pesquisas, se optó por extenderlas allende el mar. Dicho y hecho; se inflan las velas; baten las olas los remeros, y en poco tiempo he aquí la flota en Amberes.
Aceleraba al rey el doble acicate del amor y el temor.  A cada momento parecía que tenía a Damnat en sus manos, porque (sigue diciendo el canónigo Pedro) el amor siempre cree tropezarse con lo que ama.
Una mañana, al pagar el hospedaje los agentes enviados por el rey a pesquisar por la tierra, los posaderos se asombraron:
-¿Qué clase de moneda es ésta?
-Moneda buena.
-Sí; pero desconocida por aquí; y es la segunda vez en pocos días que viene alguien pagando con ella. No estaréis metidos en nada raro, ¿eh? Que aquí lo que menos falta nos hace son complicaciones...
Conviene decir aquí que, fuese cual fuese aquel dinero, no podía ser irlandés, que no se acuñó moneda en Irlanda hasta varios siglos después.
-Tú, por si acaso, coge los cuartos; y puede haber más para ti si contestas una cosa: ¿quién te ha venido pagando a ti con dinero de éste?
-El viejo del bosque. Unos que se han puesto a vivir ahí, una pareja con un viejo y una niña. Y a mí ya me daba mala espina, ya, esa tropa. Debe de ser un circo, porque traen un juglar, la chica (que de mona, es monísima) que será la que baile, un payaso viejo; y la otra mujer, la gachí del juglar, yo qué sé: tocará la trompeta. Ahora, lo que compran, lo pagan.
-Ya, pero ¿con el dinero de quién?
-¡Ah! eso...
-Tenía yo una corazonada buena -dijo el jefe a los pesquisidores-. ¡Gracias, hombre, ha sido usted de gran ayuda!
-A mandar.
El jefe de los sabuesos se adentró con los suyos en el bosque y espiando al amparo de los matorrales comprobaron la presencia de los fugitivos (En Perrault, un príncipe descubre a la princesa espiando por el ojo de la cerradura mientras ella coquetamente se prueba sus maravillosos vestidos: erotismo y frivolidad incompatibles con la santa irlandesa).
 A galope tendido regresaron los rastreadores a Amberes, espoleados por la ilusión de las albricias que esperaban del rey.
La alegría de éste, que se consumía de amor y de angustia temblando que Damnat hubiera muerto, rayaba en la locura. Se precipitó al campamento de los fugitivos y por sorpresa se presentó a su hija. 
Se la bebía con los ojos y tan pronto lo dominaba el júbilo de verla como la pena de encontrarla desmejorada y afeada por el cansancio y las penitencias.
(En el cuento de Perrault, esta transformación tiene su emblema en la piel de burro -animal feo, inmundo y lascivo por excelencia: a Príapo se le sacrificaban burros- que reviste la joven).
-¡Hija mía -le dijo-, amor, dulzura y deseo de mi vida, ¿qué necesidad tenías de despreciar la dignidad real y la altura de tu cuna para venirte hecha una pordiosera por tierras extrañas? ¿O quién te ha convencido con tal maña y tan suave labia de que abandonases a tu padre y a tu rey? ¡Y eso para someterte a la obediencia de ese cura carcamal y chocho, como si fuese tu padre él! ¡Mira que dejar los palacios excelsos para irse a meter en una choza de ramajos y barro...! 
Refugio eremítico en el bosque. Lanrivoaré, Bretaña.
¡Anda, vente conmigo a casa, que voy a poner tu estatua en un altar y a mandar que te adoren chicos y grandes, y ay del que ponga mala cara!
Iba a contestar la doncella cuando Gereberno le quitó la palabra de la boca:
-Rey criminal, ¿cómo quieres arrebatar a esta virgen la pureza, que una vez perdida no hay remiendo que valga para recomponerla? Vas a ser la vergüenza de la realeza. La fechoría que intentas es abominable no ya para los castos y virtuosos, sino hasta para los viciosos  y parranderos. Pero yo te digo que a tu hija no la doblegas ni con halagos ni con amenazas; y que además Dios castiga cuando menos lo esperas.
-¿Oís? ¡Este maldito es el que tiene subyugada a la princesa para que me desobedezca!
-Hay que cortarle el pescuezo. Muerto el perro, se acabó la rabia.
-¡Insolente! -le decían a Gereberno- ¿No te bastaba con soliviantar a la princesa y raptarla, que encima escarneces al rey y lo injurias? Ve y procura convencerla de que entre en razón, que a ti te hace caso.
-Antes me dejo arrancar el pellejo.
-Eso te va a pasar, ¡insensato!
Los cortesanos se abalanzaron sobre el viejo y lo lincharon. Algo más calmado, el rey mandó llamar a su hija. Con la dulce expresión y el rubor que le daban la tristeza y la vergüenza, le pareció más deseable que nunca. 
-¿Cómo -le dijo- me martirizas y no te importa verme morir de amor? Dime que sí, y te daré todo el poder del mundo y te colocaré por encima de las diosas. Ten lástima.
-Es más fácil retener lo que se tiene que recobrar lo que se ha perdido. Yo estoy perdida para ti. Ni me seducen tus dádivas ni me asustan tus amenazas. Porque Cristo...
-Déjate de palabrería cristiana. Obedece o atente a las consecuencias: mira cómo ha acabado ese embaucador miserable. No quiero que vuelvas a mezclarte con cristianos o haré que escarmienten en cabeza tuya todas las hijas locas que se atreven a llevar la contraria a sus padres.
-Menos cuento. Has matado a Gereberno por celos y a mí me matarías por puro despecho. Hazlo, ¡vamos! que prefiero estar unida a él en la muerte que a ti en vida.
-Esto sí que ya no lo aguanto -dijo el rey. 
Y sacando el puñal la degolló y le cortó la cabeza.
Rey supervisando el trabajo de los sicarios. Manuscrito bizantino, siglo XII.
-Dejadlos aquí para las alimañas y los cuervos, que estas fieras no merecen un entierro de personas.
Allí quedaron los cuerpos abandonados; pero fue el caso que, muchísimos años después, unos hombres cavando encontraron dos primorosos sarcófagos, labrados (por mano de los ángeles, dice Ribadeneira) en una piedra blanquísima que no existe en todos aquellos contornos, y que contenían las reliquias de los santos. Desde el primer día, numerosas fueron las curaciones milagrosas que se alcanzaron por su intercesión.
Lo que, en todo caso, omite decir Pedro el canónigo es la suerte que corrieron el bufón y su mujer. Si, como es lógico pensar, pagaron con la vida su lealtad a la princesa, ¿qué se hizo de sus reliquias? ¿No fueron juzgados dignos de sarcófagos milagrosos? Y si se libraron de la matanza general, ¿Regresarían a Airgialla con el rey o se quedarían en los Países Bajos?
En todo caso, como el rey había matado a su hija poseído por el demonio de la lujuria y en un ataque de enajenación erótica, fueron los endemoniados y enajenados los que más se beneficiaron de los poderes taumatúrgicos de Gereberno y Dymphna. De manera que la ciudad de Geel se convirtió en refugio y santuario de los locos, que allí eran tratados con humanidad, cuidados y sustentados por los vecinos y gozaban de libertad de movimientos, en contraste con la reclusión y trato insoportable a que se los sometía en todas partes.  

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