miércoles, 9 de mayo de 2012

Peregrinos por Europa

Varios santos pueblan las páginas de los santorales de estos días con la característica común de haber peregrinado desde tierras oceánicas, célticas, hasta la Bélgica, en diferentes épocas. 
Empiezo por el más reciente. San Wirón o Guirón se dice que era de sangre egregia y lejano descendiente de Eremón, uno de los primeros pobladores de Irlanda que disputaron la Isla a los Tuatha Dé Danann  y la conquistaron. Pertenecía a la nación de los Corco Baiscind, en la orilla izquierda del Shannon.
Wirón no es nombre irlandés; probablemente lo adoptaría en su tierra de misión: ignoramos qué nombre le pondrían al nacer.
Dice la vida de San Wirón recogida en las Acta sanctorum, texto bastante retórico y ampuloso, que al niño Wirón lo destetaron muy pronto, sustituyéndole los pechos de su madre por las ubres de la sabiduría (¡mudanza lamentable, decimos nosotros, para cualquier otro niño!). 
Maestro y sus escolares. Miniatura del siglo XV.
Creció en doctrina y en virtud y desde la más temprana juventud sintió en sí el celo de predicar a los gentiles.
Pero la fama de su santidad le jugó la mala pasada de que sus paisanos decidieron, a pesar de su resistencia, nombrarle obispo (de Dublín, dice la tradición; pero no puede ser porque la diócesis no existía todavía, ni fue Dublín población de la menor importancia hasta que los escandinavos la convirtieron en uno de sus principales puertos de mar). 
Hubo de resignarse al final y, sgún costumbre local de la época (siguen informándonos las Acta sanctorum) tuvo que ponerse en camino rumbo a Roma para que el Papa en persona confirmase su nombramiento. Por el camino, que era (itinerario habitual) atravesando Gran Bretaña,  trabó amistad con otros dos clérigos, ingleses a juzgar por su nombre, Otger y Plechelmo, y decidieron hacer el camino juntos.
El Papa, en Roma, se negó a librar a Wirón de su carga y lo devolvió a Irlanda, habiendo consagrado también como obispo a Plechelmo.
Wirón se incorporó a su diócesis, al frente de la cual estuvo varios años hasta que, sintiendo urgentemente la vocación misionera, decidió dejarlo todo, buscó a sus antiguos compañeros y se embarcó de nuevo rumbo al continente.
Pipino de Herstal, verdadero gobernante de Francia en la época, lo acogió con los brazos abiertos y concedió a los misioneros unos terrenos en Roermond (Países Bajos, actualmente) donde fundar su monasterio e instalar la cabeza de puente de su evangelización, que se extendió por los Güeldres.
Mediante la evangelización, Pipino quería asegurarse el control del territorio mal o nada cristianizado de la Franconia e ir asentando su poder por toda la extensión que ocupaban los francos, frisones y otros germanos occidentales: iba preparando el terreno a la unificación que logró su nieto Carlomagno.
Paisaje de los Güeldres.
Pipino convirtió a Wirón en su confesor y consejero; solía acudir a consultarle los más variados asuntos, siempre descalzo y descubierta la cabeza.
Tras larga vejez, murió de calenturas un ocho de mayo. Mientras los coros de monjes cantaban en sus exequias, dícese que los ángeles hacían en el cielo el contrapunto, con pasmo de todos los asistentes. Un maravilloso aroma empapaba el lugar y en su tumba se produjeron muy numerosas curaciones milagrosas.
Remontando el tiempo encontramos, también celebrado el ocho de mayo, a otro irlandés, San Gibriano, que vivió en el siglo V.
San Gibriano vivió en tiempos de San Patricio, y no falta quien dice que recibió el bautismo o la ordenación sacerdotal de su mano, o al menos de la de alguno de sus primeros compañeros. Decidido a afrontar el martirio blanco o voluntario destierro por Cristo, partió de su tierra rodeado por todo un clan de seis hermanos: Tresano, Germano, Helano, Verano, Abrano y Petrano, y de tres hermanas: Franquia, Prompsia y Posena.
Sigeberto de Gembloux, el cronista, dice que la familia llegó a Francia en el año 509.
Según O'Hanlon, pasaron una temporada en Bretaña antes de adentrarse en Francia y afincarse en tierras de Châlons sur Marne, en la Champaña, tras haber sido muy bien acogidos por el rey Clodoveo I y su consejero San Remigio.
Clodoveo y San Remigio. Miniatura del siglo XIV.
 Todos los hermanos se buscaron lugares de retiro cercanos unos de otros, manteniendo el contacto entre sí y tejiendo una red de ermitas que tachonaban el territorio y le daban cohesión entre sus mallas. 
A la muerte de Gibriano su ermita se convirtió en lugar de peregrinación anual (el 8 de mayo) donde se daba cita una muchedumbre de fieles. Siglos después de su muerte se veían sobre su sepulcro resplandores sobrenaturales y se escuchaban músicas y cánticos suavísimos.
Gibriano, que llegó a muy viejo, caminaba con ayuda de un báculo que se convirtió en objeto de culto después de su muerte, detalle muy propio de los santos irlandeses. Hoy día se conservan varios fragmentos de un báculo de san Gibriano que no puede ser el original porque data del siglo XI.
Prosiguiendo viaje a contrapelo de los años, llegamos a Santa Tunvel, santa bretona, que también encontró una muerte de mártir en aquellas tierras de la Galia Nororiental: en Colonia concretamente, ya que dice la leyenda que fue una de las once mil vírgenes. Santa Úrsula y su ingente séquito virginal padecieron martirio a manos de los hunos de Atila, que murió en el 453, y durante el reinado, según la tradición bretona, de Conan Meriadec.
Sucede, sin embargo, que hay bastante confusión en torno a esta santa, que para algunos era prima de San Meveno, el amigo y colaborador de San Sansón de Dol, y para otros su madre, lo que excluiría su pertenencia al convoy ursulino (salvo que se hubiera librado de la quema y hubiese tenido el hijo más tarde). En todo caso, San Sansón de Dol murió más de un siglo después que Atila.
En lo que sí están de acuerdo casi todos es en que Santa Tunvel fue hermana de San Idunet, por lo que su festividad se celebra el mismo día. 
Idunet dícese que era hermano de San Winwaloe o Guenolé; medio hermano en todo caso, porque de haber sido hijo de Santa Gwen Teirvron ésta no hubiera tenido tres pechos, sino cuatro, ya que tocaban a uno por hijo (ver Perro Feroz y Jacuto). 
Fuese como fuese, se cuenta que el rey Gradlon el Grande (muy posterior también a Conan Meriadec) le había donado a Idunet extensos terrenos, que incluían el pueblo de Kastellin (en francés Châteaulin), del que es patrón. 
Châteaulin. Campanario de la iglesia actual.
Un día que Winwaloe se acercó a a hacerle una visita, Idunet se puso tan contento que se los regaló a él a su vez. Idunet también es patrón de Pluzunet, que quiere decir "Villa Idunet".
Es muy especial protector de la sidra y de los manzanos, y los que están enfermos, regándolos con el agua de su fuente sanan y recobran la lozanía y vuelven a dar abundante fruto.
El camino de Idunet fue el contrario del de su hermana: hacia occidente.
La Vida de San Idunet se conserva en el Cartulario de Landévennec. Según Baring-Gould se trata de un texto híbrido, compuesto de las biografías de dos santos; por eso en él al biografiado tan pronto se le llama Idunet como Ethbin. Lo que tienen en común los dos es la estrecha relación con Winwaloe: pero al parecer también se trata de dos Winwaloes distintos, tocayos.
Dice la Vida que al enviudar Eula, madre de Idunet, deseando entrar en religión, buscó el amparo de San Sansón, que le impuso a ella el velo y a a su hijito lo tonsuró. Tiempo después, Idunet marchó junto a San Similiano, en cuyo monasterio vivía Winwaloe, que trataba paternalmente al pequeño monjecillo, al que (fuese o no su hermano) distinguía con particular afecto.
Winwaloe, pues, tomó por costumbre que Idunet le hiciese de monaguillo cuando decía su misa diaria en una iglesia solitaria algo distante del monasterio. 
Por el camino iban entretenidos en conversaciones amenas y edificantes.
En una de ésas mañanas, al pasar junto a unas mieses, vieron a un leproso retorciéndose y aullando de dolor y se apresuraron a socorrerle.
-Nada tenemos, pero dinos cómo podemos ayudarte y lo haremos.
-De todos los mil dolores y peplas que tengo lo que peor llevo es lo de la nariz. Porque la tengo tapada de unos mocos tan espesos, pútridos y malolientes que no lo puedo resistir ni yo la peste que dan, y me escuecen que rabio; pues sonarme ni pensarlo porque sólo con arrimarme los dedos o hacer la fuerza de soplar veo las estrellas.
-Ven, hombre -dijo Winwaloe-, que te quitemos esos mocos. 
Idunet dejó el libro en el suelo, levantó al leproso y Winwaloe le arrimó el pañuelo a la nariz.
-Sopla despacito: así.
Pero el leproso empezó a dar chillidos sólo de imaginarse el esfuerzo.
-Bueno, pues ¡hala! -dijo Winwaloe- Si no hay otro modo...
Se metió la nariz del leproso en la boca y empezó a sorber con cuidado. Aquello ofrecía resistencia y había que aspirar con ganas. Pero al final salió todo y la sorpresa de Winwaloe fue que se encontró en la boca una piedra preciosa de suavidad paradisíaca y de brillo y color maravillosos. 
Idunet miró a lo alto y vio el Cielo abierto, una cruz refulgente en él y los ángeles que bajaban planeando.
-¡Padre, padre! ¡Éste que tenemos cogido, yo con las manos y tú con la boca, es el mismísimo Jesucristo!
-No me habéis hecho ascos, y yo tampoco os los haré a vosotros en mi Reino -dijo, y se perdió en las alturas, mientras permanecían en los aires las voces celestiales de los coros angélicos.
Santo (San Eleazar) y leprosos. Siglo XIV.
-Esta ventura nos lan ha ganado, Idunet -le dijo Winwaloe al rapaz- tu simplicidad y tu humildad, que eres el muchacho más obediente y más servicial que existe.
-¿Qué mérito tiene? Mérito el tuyo, que tienes a Dios en la mano y en la boca todos los días, cada vez que consagras; no sólo hoy.
-Eso sí.
-Y además, que yo sólo estaba sujetando y chupar chupabas tú.
-Ya... Que no lo sepa nadie esto que nos ha pasado.
-Mejor, mejor.
Entonces (dice la Vita) estalló la guerra entre los bretones los francos, que entraron el país a sangre y fuego.
Este acontecimiento puede situarse en el año 559, cuando los bretones de Conomor apoyaron al príncipe franco Cramnio frente a su padre Clotario I. Clotario aprovechó rápidamente la ocasión para sacudirse de encima la alianza de los bretones, que empezaba a ser incómoda cuando los ingleses parecían haber inclinado la balanza de su lado en Gran Bretaña. Suele ser catastrófica la alianza de los vencidos, como comprobarían pronto los bretones tras la derrota de Cramnio. 
Así se las gastaba Clotario. Asesinato de sus sobrinos Teobaldo y Guntario.
A la izquierda, Santa Clotilde, abuela de los niños. Manuscrito del siglo XV.
San Idunet huyendo de los horrores de la guerra y (siempre según la Vida) por servir al Señor cuyo soldado era pasó a Irlanda y en un bosque llamado de Nechtan se construyó una pequeña iglesia dedicada a San Silvano.
Es de notar la relación de este santo con bosques y árboles. Favorece a los manzanos, que simbolizan la embriaguez ("la madre de la sidra" le llaman los bretones), y ésta a su vez significa el éxtasis que trasciende el mundo, significa la realeza (la reina Medb de Irlanda) y el más allá (Avallon, la Tierra de las Manzanas). Se va a vivir al bosque y dedica la iglesia a Silvano, o sea Boscoso. Y es colaborador de Santa Brígida, la santa de los robles.   
Allí, a San Silvano, acudían desde lejos enfermos y tullidos a ser sanados.
Una madre vino a pedir por su niño paralítico.
-Lo que es los paralíticos, buena mujer, no los trabajo; pero vete a Santa Brígida que es la que lo lleva eso.
-De allí vengo y  he pasado varias noches durmiendo en el duro suelo y me ha sido dicho en sueños que viniese a tí, que tú me lo arreglabas, y por Dios vivo que no me vuelvo sin mi hijo curado.
-¿Dónde lo tienes?
-En casa, que no se puede mover.
-Déjame rezar a ver.
Mientras estaba concentrado en su oración entró a interrumpirle un niño, chillando atónito:
-¿Tú que haces aquí?
-Yo vivo aquí: ¿por qué?
-Porque yo estaba en mi casa baldado en la cama y has venido tú y me has levantado quisiera que no y me has traído aquí, y ahora te veo dentro y no te veo afuera.
-¿Tú eres el chico de una señora que está esperando ahí a la puerta?
-Sí.
-Pues no te he traído yo, sino Dios, y no le digas a nadie esto que ha pasado.
Conque madre e hijo se marcharon de la mano tan contentos.
Así pasó muchos, muchos años San Idunet, curando enfermos y haciendo vida eremítica. No comía más que los jueves, y para eso un cacho de pan. Vino, ni probarlo, salvo el de comulgar.
Y a los ochenta y tres años le entró un dolor fortísimo y sintió que había llegado el fin de su estancia en la tierra. Se despidió de los suyos, pidiendo que le diesen sepultura allí mismo, cerca del altar, y se pasó las últimas horas consolando a sus allegados.
En su tumba continuaron produciéndose milagros y curaciones. 

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