martes, 25 de septiembre de 2012

El santo de la hermosa cabellera

El santo de los que se llaman Barry es San Finbarr o Barr Fhind o Barro, obispo de Corcaigh (Cork en inglés). De este santo se conserva más de una vida medieval, tanto en latín como en irlandés.
San Barro era originario de Connacht, de la estirpe de los Uí Briúin, que se remontaban al gran rey Eochaid Mugmedón.
Este rey Eochaid Mugmedón fue padre de Niall Noíghiallach, Niall Nueve Rehenes, ancestro de los O'Neill (dinastía que dominó la mitad septentrional de Irlanda durante varios siglos), al que engrendró en su esclava Cairenn Chasdubh, Cairenn Rizosnegros. Unas fuentes dicen que esta esclava era sajona y otras que una princesa britana, y su nombre, Cairenn, podría ser una adaptación irlandesa del latín Carina. 
Los Uí Briúin, en cambio, descendían de la mujer legítima de Eochaid, llamada Mongfind (Cabello Rubio). 
Una vez más nos encontramos ante la tópica pareja de mujeres -rubia y morena- que 
Rivalidad de reinas: Krimilda y Brunilda representadas como
la Rubia y la Morena en una ilustración alemana de 1892.
chocan por su rivalidad y por su carácter, arquetipo femenino al que el Romanticismo dio nueva vida gracias a las Rebecca y Rowena de Ivanhoe de Walter Scott (ahí a un tópico se superpone otro, el de la díada de arios y semitas, Norte y Sur, Oriente y Occcidente: pero eso ya es harina de otro costal). Nosotros, aparte de Casta y Susana, tenemos a la ardiente morena y a la tierna trenzas de oro de la Rima XI de Bécquer. 
Las apariciones de la pareja son miles por todas partes. Pero a lo que voy. 
Por supuesto, Mongfind y Cairenn se odiaban y su enemistad tuvo importantes consecuencias para la Historia de Irlanda. Pero eso también es otro asunto.
Los Uí Briúin se extendían de Norte a Sur a lo largo de la franja Nororiental de Connacht, lindando con el Ulster y el Laiginn (Leinster). 
Un rey de los Uí Briúin, durante una cogorza monumental, se acostó con su propia hija, la cual concibió gemelos. De éstos a uno lo ahogaron en el río y a otro lo expusieron en el monte para que se lo comiesen las alimañas, pero lo adoptó y crió una loba. Tiempo después, unos porqueros (personajes, como se ha dicho en varias ocasiones, que generalmente tienen un papel relevante y especial relacion con lo sagrado en las leyendas irlandesas) lo descubrieron y se lo llevaron al rey, que inmediatamente lo reconoció y le dio honores principescos. Pero cuando creció, por causa de la vergüenza que envolvía a su nacimiento, decidió expatriarse con el acuerdo de su padre, y se instaló en Mumu (Munster), en tierras de los Uí Liatháin (cerca de la actual Cork), donde su estirpe se multiplicó. A ella perteneció San Barro.
La leyenda del nacimiento de aquel Amorgen tiene bastantes semejanzas con la de San Ailbe, que apareció en estas entradas no hace muchos días (ver Niño lobo irlandés en Roma).
Nació, pues, en el reino de los Uí Liatháin una niña de excepcional belleza, tanta que el rey decidió reservarla para concubina suya, prohibiendo bajo severas penas que ningún hombre fuese osado de arrimársele. Pero cuando la muchacha creció, sin darle tiempo al rey a consumar sus planes, un buen día se vio que estaba encinta. El rey la mandó llamar.
-¿Puede saberse quién es el padre de ese borde?
-De borde nada; es el hijo de mi marido: Amorgen el herrero.
-¡Amorgen! ¡Mi herrero, el superior y maestro de los herreros de las forjas reales!
-Ése. 
-¿Pues cómo? ¿No sabíais que tenías mandado no tener trato carnal con ningún hombre, sino conservarte doncella para mí?
-En ciertas cosas no mandan los reyes, con todo su poder.
-¡Insolente! ¿No ves que os puedo aplastar como a un terrón?
-No por eso dejarás de quedarte con las ganas de lo que pretendías.
-Ya he oído bastante; que preparen una hoguera suficiente para arrojar en ella a esta deslenguada y al patán que se la ha beneficiado. Ahora os vais a enterar.
-Que nos quiten lo bailado.
Pero estaba visto que las cosas le salían torcidas al rey.
-¿Ya están hechos carbonilla esas dos buenas piezas?
-Señor: ¡imposible! La hoguera no quiere arder.
-¿Habéis puesto leña bien seca?
-Como yesca, pero no hay manera. Lo mismo que si fuesen piedras del río.
Según la versión irlandesa de la leyenda, el rey tuvo la crueldad de ordenar a los condenados que preparasen su propia hoguera y la encendiesen antes de ser abrasados en ella; pero una tormenta espantosa impidió que la leña ardiese.
-Traedme aquí otra vez a los reos.
Cuando estuvieron en presencia del furioso rey, se oyó una potente voz:
-Rey, estás cometiendo un crimen horrendo y sacrílego. Si sigues empeñado, verás lo que tardas en ir de patas al Infierno. Y tú sí que vas a arder cuando estés allí dentro.
-¿Cúya voz es ésta?
-¿De quién va a ser? Del hijo de Amorgen el herrero, que te estoy advirtiendo desde el vientre de mi madre. 
El rey se rindió ante el prodigio y no sólo dejó ir libres a los esposos, sino que cuando nació el niño acudió a visitarlo y a pedir con humildad su bendición.
-Dile al rey cómo te llamas -dijo la madre-. Di: "Me llamo..."
-Me llamo Loán. Bienvenido, rey. Ahora ya nos conocemos de vista. Te encargo que favorezcas a mis padres, que Dios te pagará todos los beneficios que les hagas. Tienes mi bendición. Y ahora me callo hasta que me llegue la edad de hablar cualquier niño corriente.
Amorgen, de todas maneras, no era ningún pelagatos. Aparte de que los herreros en Irlanda, como miembros del áes dána ("gentes de arte") gozaban de la misma consideración que los músicos, arquitectos o médicos, éste era el principal del reino y era señor de una pequeña aldea.
Con todo, Loán, el futuro San Barro, aunque naciese libre, fue engendrado en una esclava, como Santa Brígida.
La figura del herrero reviste a menudo carácter sagrado.
San Eloy, relieve alemán del siglo XIV.
Una noche Amorgen  acogió en su casa a tres anacoretas de Laiginn que venían pidiendo hospedaje. Los monjes vieron al niño y quedaron pasmados.
-¡Qué niño tan bonito! En él resplandece la gracia del Espíritu Santo. Déjanos que nos lo llevemos con nosotros y le enseñaremos a leer.
-Mañana mismo os lo podéis llevar.
-No, que tenemos asuntos que resolver; y a la vuelta nos lo llevamos a Laiginn si queréis.
Iban de camino con él y empezó a llorar.
-Este niño lo que tiene es hambre.
-No sé de dónde vamos a sacar leche para darle. Hijo, aguántate un ratito.
-No: mirad, ahí asoma del bosque una cierva. Por ventura querrá darnos algo de leche por amor de Dios.
Efectivamente, la cierva tenía milagrosamente llenas de leche las ubres; la ordeñaron y sacaron una jarra entera con que dieron de comer al niño santo.
-Me parece que en este mismo sitio donde ha tenido lugar este milagro debemos tonsurarlo y enseñarle a leer.
-Tienes razón.
-Tiene un pelo tan bonito que merecería llamarse Finbarr. 
-Pues con Finbarr se queda.
(Finbarr en irlandés significa "hermosa cumbre").
Coincidió que pasaba por allí cerca San Brendan (aquél era san Brendan de Birr, no el gran navegante San Brendan de Clonfert, descubridor de ínsulas maravillosas); el carro en que viajaba metió la rueda en un bache y el santo se cayó al suelo. Y sus monjes veían con sorpresa que tan pronto sonreía como se ponía a llorar. 
-Padre, ¿qué son estas sonrisas y lágrimas?
-Sonrío de gozo de que estamos cerca de un gran santo, que a pesar de ser niño aún ha hecho grandes milagros y hará muchísimos más en su vida. Y me pongo a llorar de envidia porque Dios le ha concedido estos terrenos que me gustaban a mí para fundar un monasterio. Porque el nuestro está en territorio fronterizo y continuamente hay escaramuzas y trasiego de tropas y no se da un sosiego propicio a la oración, como aquí.
Los tres monjes comprobaron que el niño tenía una facilidad prodigiosa para las letras y empezaron a enseñarle los salmos. También tenía poderes sobre las fuerzas de la naturaleza. Cuando nevaba, como le gustaba la nieve igual que a todos los niños, hacía que no se fundiese alrededor de su celda mientras estaba estudiando, para poder disfrutar de ella al terminar la lección.
Llegó a visitar a los tres monjes un campesino rico, un tal Fidach, con el propósito de que uno de los tres lo aceptase como hijo espiritual. 
-Lo que te sugiero es que adoptes por confesor a Finbarr, el pequeño.
-No me parece adecuado a mi dignidad arrodillarme delante de un crío y contarle mis pecados.
-Tú verás, pero yo me confieso con él.
-Eso es otra cosa.
Y Fidach no sólo tomó a Finbarr por confesor sino que le donó sus tierras y ganados. 
San Barro estuvo criándose con aquellos tres monjes hasta que llegó a oídos de sus maestros la fama de un sabio, llamado Mac Coirp, que acababa de volver a Irlanda después de haber pasado años estudiando con San Gregorio en Roma, donde por cierto había sido condiscípulo de San David de Gales. 
San Barro poco más podía aprender de los tres monjes y se resolvió enviarlo al recién venido. Por el camino, devolvió el habla a un niño mudo y la vista a su hermana ciega, hijos del rey Fachtna el Enfadadizo, y resucitó a la reina que acababa de morir. 
Esto había sucedido así: estando San Barro entrevistándose con el rey había estallado un clamor de lamentos fúnebres y gritos de duelo.
-Ya ha ocurrido -explicó el rey-. Es mi mujer, que llevaba algún tiempo entre la vida y la muerte y ahora habrá acabado de padecer.
-No le toca aún -dijo San Barro bendiciendo una palangana de agua-; ordena que la laven con esto.
El rey lo hizo así y su mujer empezó a moverse y a desperezarse.
-¡Qué bien he dormido! -dijo- Estaba como un auténtico leño y no sé por qué han tenido que venir estas tontas a mojarme con unas toallas. ¡Las ocurrencias de los médicos! 
Había un cortesano incrédulo que pensaba que la reina se había curado por obra de la naturaleza y no por las oraciones y poder taumatúrgico de San Barro. Estaban charlando una mañana en un rincón resguardado del jardín de palacio, tomando el solecillo de invierno en un banco a la sombra de un nogal.
-Escucha una cosa, Barro: ¿por qué no haces un milagro, un milagrito pequeño para que yo lo vea?... ¡Ay!
Le había caído una nuez en la cabeza, y a esa primera siguieron otra y otra y se le vino encima un chaparrón de nueces que habían salido en el árbol de repente sin ser siquiera el tiempo de ellas.
-Y no vuelvas por más -dijo Barro-, que es pecado y gordo tentar a los santos, y es lo que hacían los que estaban mirando a Cristo en la cruz y así les fue.
San Barro siguió su camino hasta donde vivía Mac Coirp y le contó a lo que venía.
-¿Qué enseñas tú exactamente?
-Yo a San Mateo y Los hechos de los Apóstoles y luego lo último que ha salido en Roma, la Cura Pastoral de San Gregorio.
-Muy bien: quiero quedarme a aprender contigo, si me enseñas. Y dime: ¿tú lo conoces a San Gregorio?
-Mucho.
-¿Cómo es? 
-Calvo, con la nariz ganchuda. Y cuando escribe corre una cortinilla por modestia, para que no se vea al Espíritu Santo que se le posa en el hombro a dictarle.
San Gregorio Magno. Siglos X-XI.
Cuando acabó el curso, en pago de sus lecciones Mac Coirp le pidió a Barro que se mandase enterrar a su lado para que el día del Juicio Final resucitasen juntos. Luego se volvió a Roma para que San Gregorio lo consagrase obispo.
Barro puso escuela para niños y niñas y muchos futuros santos fueron allí a estudiar.
-Has hecho el camino en balde -le dijo San Gregorio a Mac Coirb cuando llegó a Roma y le pidió que lo hiciese obispo-. A mí no me corresponde ese honor. Eso tiene que ser en Irlanda. Vete otra vez a casa y busca a tu alumno Barro, que irá otro más digno que yo y os hará obispos a los dos a la vez.
Entre tanto, en Irlanda, guiado por un ángel, San Barro había ido viajando por distintos lugares, y en todos ellos dejando a las gentes pasmadas con sus enseñanzas y los milagros y curaciones que iba obrando.
Llegó finalmente con su guía adonde está hoy la ciudad de Cork, que era entonces una isla de tierra seca en mitad de una extensión pantanosa. 
-Aquí no te molestará nadie y puedes fundar tu monasterio.
En éstas estaban cuando, como surgida de la niebla, apareció una vaca a punto de parir su ternero.
Los monjes se pusieron a ayudarla y no tardó en llegar detrás de ella un paisano que se quedó atónito al verlos.
-¿Quiénes sois y qué hacéis aquí en medio de este cenagal?
-¡Qué preguntas! Somos unos monjes y estamos a ver si pare la vaca.
-Eso ya. Resulta que estos terrenos son míos y la vaca también, y la vengo siguiendo, que se me ha escapado del establo. Yo en todo esto veo la mano de Dios, así que podéis quedaros todo el tiempo que queráis, y tened también la vaca y el ternero. Os los regalo.
Aquél fue el principio de la ciudad de Cork.
Cuando ya San Barro tenía levantada una iglesia de madera, vio llegar a su maestro y lo saludó cariñosamente. Mac Coirp le contó lo que le había sucedido con San Gregorio.
Y como las voces se habían corrido sin que se supiera cómo, no tardó en reunirse una gran multitud a presenciar la milagrosa consagración de los dos obispos.
Otra versión de los hechos es que San Barro se encaminó a Roma con otros tres santos (uno de ellos San David) para recibir del papa la consagración; pero cuando San Gregorio alzó la mano para bendecirle, bajó una llamarada del cielo y se la chamuscó.
-Me está bien empleado, por querer consagrar al que es más que yo -dijo el papa sacudiendo la mano y soplándose en ella-. Vuelve a Irlanda y allí busca a Mac Coirp y ya encontraréis quien os haga obispos.
Y San Barro tuvo que volverse por donde había ido.
Entraron los dos santos, Barro y Mac Coirp, en la iglesia y al poco tiempo bajaron unos ángeles y los ungieron entre músicas y aromas celestiales. Del suelo brotó un óleo perfumado en que los santos y todos los demás asistentes acabaron chapoteando y quedaban benditos al pisarlo.
-Ahora lo primero es -dijo Mac Coirp- consagrar el camposanto donde tenemos que reposar hasta el día que resucitemos.
-Bien dicho.
La multitud, con los dos santos a la cabeza, marchó en procesión hasta el emplazamiento que parecía más oportuno y se trazaron los límites del terreno que se consagró como cementerio.
-¡Ay! -dijo Mac Coirp, llevándose una mano al corazón- ¡Me está dando que este cementerio lo estreno yo!
Y se desplomó muerto.
San Barro se quedó sin maestro y no tenía con quién confesarse. Pensó recurrir al que lo había bautizado, San Coling (otros dicen Eolang), que era un sacerdote ya muy anciano. El venerable viejo tuvo la revelación de su visita y mandó que le calentasen agua para lavarse los pies y bañarse, pero no quiso recibirlo:
-No soy digno de su visita; yo mismo iré a visitarlo a él dentro de una semana.
A pesar de su insistencia, San Barro se tuvo que volver por donde había venido y a los siete días se le anunció la puntual llegada del viejo monje.
-El motivo de mi viaje, Coling, era que me oyeses en confesión o en todo caso me designases un confesor.
-Yo te voy a poner un confesor mejor de lo que te puedes imaginar. Dame la mano.
Coling tomó la mano de Barro y la depositó en la de Cristo, que había bajado en persona a escuchar la confesión del santo. Todo el tiempo que duró la confesión, Cristo tuvo la mano de Barro cogida, y al acabar se levantó sin soltársela.
-¡Eh, eh! -dijo Coling- ¿Adónde vas tan deprisa?
-¡Pues adonde tengo Mi reino, con tu permiso!
-Sí, pero sin llevarte a Finbarr, que nos hace aquí mucha falta.
-Era mejor para él, que así venía recién confesado, pero como tú quieras.
Cristo soltó la mano, que desde entonces quedó resplandeciente y deslumbrante; y por modestia y para no dejar ciego a nadie con el fulgor que irradiaba, San Barro tenía que llevarla siempre enguantada o escondida en la manga. Y desde entonces fue tradición que los obispos de Cork no se quitaban el guante derecho ni para dormir. 
Este detalle de la mano recuerda a San Ninnidh (ver Cara sucia y mano limpia, parte 2) y a la mano inutilizada de San Macanisio (ver El manco de Conderi); más allá de ellos, a la deidad manca de de los celtas: Nodens, Lludd o Nuadu, el de la mano de plata, que hace pareja con el dios de la mano larga Lugu, Lleu o Lugh. Dioses que tienen, como ya se dijo, abundantes y documentados paralelos en otras mitologías indoeuropeas.
Desde la fundación de Cork hasta la muerte de San Barro transcurrieron diecisiete años.
Una versión de su vida dice que viajó en peregrinación a Roma y que a su regreso se detuvo una temporada en Britania, en el monasterio de San David de Gales. Estaba allí muy a gusto, pero de repente se le vino encima una gran inquietud por el mucho tiempo que había dejado a sus monjes descuidados y faltos de su guía paternal.
-No veo la hora de llegar a mi convento de Cork.
-Cógete mi caballo -respondió San David-. Te lo regalo.
Montó San Barro a caballo y sin detenerse, galopando sobre las aguas, cruzó a Irlanda y llegó rápidamente a su monasterio. 
Aquel caballo debía de ser de la misma raza que los de Manannán mac Lir, el hijo del dios del mar a quien la isla de Man debe su nombre. En uno de ellos vino Niamh Cinn Óir en busca de Oisín para llevarlo consigo a Tír na nÓg, la Tierra de los Jóvenes, y hacer de él su compañero. Niamh, hija de Manannán, lleva por cierto el mismo nombre que Nimue, la Dama del Lago de la leyenda artúrica. O de Enbarr, la montura perteneciente a Lugh. Para estas cabalgaduras, las olas son como prados de hierba perfectamente transitables.
Niamh Cinn Óir y Oisín cabalgan sobre las olas. Ilustración
de Niall Ó Neill para Laochas, de Séamus Ó Searcaigh.
Aquella de San Barro permaneció mucho tiempo al servicio de los monjes y cuando murió la representaron en una estatua de bronce que pudo verse durante siglos en el convento.
Sin embargo, la opinión más general es que San Barro no se movió de Cork y sus alrededores. 
Muchos más fueron los milagros de San Barro: tantos que según el autor de su vida irlandesa ningún hombre podría relatarlos todos. Haría falta que bajase un ángel del Cielo para poderlos contar. 
Cuando le llegó la hora, San Barro quiso visitar a dos de sus más íntimos amigos, San Cormac y San Baithine o Buchen, que vivían en Cluain (no Cluain Fearta, la fundación de San Ciarán, sino el monasterio llamado también Cill na Cluaine), y allí le sobrevino su última enfermedad. Murió sin más compañía que la de aquellos santos y San Fiama, que le dio la comunión.
Dios obró un prodigio memorable a la muerte de San Barro, y fue que el sol no se puso durante el tiempo de doce días, que fue lo que duraron sus solemnísimas exequias, a las que asistieron numerosos prelados y santos de toda Irlanda. Mientras tenían lugar, el alma de San Barro permanecía hospedada en su cuerpo mortal; y cuando hubieron terminado, un cortejo de ángeles descendió de las alturas para acompañarlo al Cielo con honor y reverencia.
La festividad de San Barro o Finbarr se celebra el 25 de Septiembre.  


  





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