domingo, 9 de septiembre de 2012

Los santos en huelga de hambre

En una ocasión, San Patricio envió a uno de sus discípulos (que era leproso por más señas) por esos caminos de Dios en busca de reliquias de los santos.
El monje regresó con buena cantidad de ellas en un talego y lo escondió en el hueco de un árbol viejo. A la mañana siguiente, cuando volvió con San Patricio a recogerlas, la antigua herida del árbol se había cerrado sin dejar huella.
Leía yo hace días que los Toraja, pueblo de Sulawesi -o las Célebes-, cuando se les moría algún niño que aún no hubiese echado los dientes, lo metían en un nicho excavado en el tronco de un árbol sagrado, que al poco tiempo se cerraba y asimilaba y digería el cuerpecillo depositado en él. Este árbol tiene una savia blanca que parece leche.
Árbol sepulcral para niños de los Toraja.
 http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/9c/Baby_graves_Kambira_village.jpg
Erich Neumann, mitólogo jungiano, insiste en el doble carácter masculino y femenino del árbol: materno como refugio (la copa en que se anida, donde los niños sueñan con edificar una cabaña oculta como ese ese niño crecido, Tarzán; el tronco que ahuecado se convierte en ataúd), masculino como pujanza de la tierra, fuerza ascendente, rama que se eleva como queriendo arrancarse del tronco. El tronco, pues (para nuestra imaginación), es masculino respecto de la tierra de la que surge y femenino respecto de las ramas que brotan de él.
Esto ya lo había dicho Jacob Böhme al principio de la Aurora: "Igual que la tierra trabaja con su fuerza en el árbol para que crezca y aumente el mismo, así trabaja de continuo el árbol en sus ramas, con todo su haber".
Pero volviendo a las reliquias, el tronco atesora y resguarda como la tierra y es a la vez puente entre ésta y el cielo.
El caso fue que cuando San Patricio vio lo que había sucedido, habló con espíritu profético y dijo que un día un santo las hallaría y recobraría. Ese santo sería San Ciarán de Cluain (Clonmacnoise en inglés).
No fue ésta la única profecía sobre él. Su padre, Beóán, era un herrero del Ulster, que huyendo de los abusivos tributos impuestos por su rey, había buscado refugio con su mujer Darerca (como la hermana de San Patricio) en Connacht. Un druida de allí, oyendo el chirrido de su carro, anunció que en él iba montado un rey. Ahora: en el carro no viajaban más que Beóán y Darerca con el futuro santo en su vientre (esta profecía se lee de otros santos, como San Comgall, ver El manco de Conderi).
La de Beóán fue una familia numerosa: a Ciarán siguieron cinco hijos y tres hijas, todos santos.
San Ciarán es uno de los santos más populares de Irlanda. De él se conservan tres vidas medievales en latín (la más importante editada por Plummer en sus  Vitae sanctorum Hiberniae) y una en irlandés, que puede leerse acompañada de versión inglesa de Whitley Stokes en Lives of saints from the Book of Lismore (forma parte de la colección Anecdota oxoniensia).  Todas ellas traducidas y comentadas por la gran estudiosa Eleanor Hull bajo el título de The latin and irish lives of Ciaran. Unas y otras pueden consultarse en línea.
El Santoral de Óengus celebra a San Ciarán con la siguiente estrofa:
Mór líth línas crícha,
Crothas longa luatha,
Maicc in tsháir tar ríga,
Féil cháin Chíaráin Chlúana.

Gran fiesta que atesta países,
Que hace temblar largas naves,
La del hijo del menestral mayor que los reyes,
La festividad del noble Ciarán de Cluain.
Desde su niñez, Ciarán dio muestras de santidad en su actividad taumatúrgica. Resucitó al caballo favorito del hijo del rey que había acogido a su familia y derribó muerto, con un verso del salterio,  a un perro feroz que un malvado había azuzado contra él.
-Podías aprender de otros niños -le dijo una vez Darerca, su madre-, que van a las colmenas y traen panales y miel para casa.
-Ya, pero los inflan las abejas a picotazos y vuelven hechos unos Cristos.
-Pues debería darte vergüenza, que los otros chicos se sacrifican y ayudan a sus padres.
-Bueno: tú lo que quieres es miel, ¿no es verdad? Pues espera.
Ciarán se acercó al pozo, sacó un cubo de agua, la bendijo y la convirtió en miel de la mejor.
-Más vale el pozo que las colmenas; que el cubo no pica.
Estaba una vez Darerca tiñendo de azul unas ropas. Se consideraba que el tinte era una tarea de mujeres y la simple presencia de un varón podía echar a perder toda la labor. El pequeño andaba enredando por ahí.
-Largo de ahí, Ciarán, no me vayas a estragar toda la ropa.
-¿Me echas? Ahora sí que se te va a estragar.
En efecto, toda la ropa salió azul con una ancha lista gris.
-¡Mira que eres gracioso! ¡Quítale ese color a la ropa ahora mismo!
Ciarán obedeció: echó una bendición a los calderos; esa vez la ropa salió toda de un blanco inmaculado.
-¿¡Pero será el macaco este...!? ¡Echa otra bendición y tíñelo todo de azul!
El pequeño volvió a obedecer y todo se tiñó de azul: la ropa, los calderos, los árboles, los pájaros, los perros y gatos... todo lo que rozaba el tinte aquel.
El niño (al que bien se podía erigir en patrón de la enseñanza a distancia), más inclinado a los estudios que a las actividades bucólicas, cuando lo mandaban a cuidar las vacas, se llevaba sus tablillas de cera y  entraba en comunicación espiritual -telepática diríamos hoy- con su maestro, que le iba dando clase. Tenía un zorro amigo que estaba sentado a su lado mientras hacía los ejercicios y cuando los terminaba se los llevaba al maestro y los devolvía corregidos. Sólo un día pudo más la naturaleza del zorro, que royó las correas con que se cerraba el díptico.
Zorro. Relieve románico, siglo XII. Suiza.
La relación de Ciarán con los animales recuerda a los chamanes. Muy típico es el siguiente milagro: permitió, por caridad, a un lobo hambriento que devorase un ternero, dejando la piel y los huesos; luego, a partir de ellos, reconstruyó al animal entero. Este milagro, que se encuentra muy difundido por todo el folklore universal, se cuenta también de otros santos irlandeses (ver San Fingar y setecientos setenta mártires). Carlo Ginzburg lo relaciona con antiquísimas creencias chamánicas de los pueblos cazadores euroasiáticos.
Como San Patricio y Santa Brígida, San Ciarán conoció por experiencia la esclavitud. Esto le ocurrió por haber dado de limosna a unos pobres tres calderos pertenecientes al rey. Lo pusieron, como a Sansón, a dar vueltas a la rueda de un molino; pero él, no tan forzudo como su precedente bíblico, recibió el auxilio de los ángeles, que bajaban del Cielo a empujar mientras él descansaba tranquilamente. Pronto pudo, con las limosnas que le daban, restituir los calderos al rey y comprar su libertad. Tal vez por haber catado esa vida más tarde rescató a varios esclavos y sobre todo esclavas, cuya suerte era todavía más lastimosa.
Ciarán comenzó entonces una serie de viajes por Irlanda. Se despidió de sus padres y llevándose una vaca con su ternero (que no quisieron separarse de él y lo seguían a todas partes) se fue a estudiar con San Finnian de Clonard, quien profetizó que aquel mocito llegaría a poseer media Irlanda. San Finnian lo envió una vez a moler cebada al molino. La hija de los molineros era una criatura preciosa; como también era muy guapo Ciarán, la muchacha se enamoró perdidamente de él y lo confesó a sus padres, que inmediatamente acudieron a ofrecérsela.
-¡No le pondrás pega a la chica! ¡Más maja no la hay, y si nos la rechazas nos lo tomaríamos como una injuria!
-Yo me la quedo, me la quedo.
-Así nos gusta.
-Pero con una condición: que consagre su pureza a Cristo, y puede ser mía para siempre.
La molinerita aceptó la condición sin chistar (es de creer que sin comprender exactamente a qué se comprometía) y desde entonces siempre formó parte de la familia de Ciarán. Los padres dieron como obsequio de boda tres hogazas de pan candeal, con buena cantidad de carne, tocino y cerveza para pasarlas.
-Gracias por el regalo, pero los frailes no comemos de esto. Moledlo en vuestro molino.
Así lo hicieron y de todo junto machacado se hizo una blanca harina dotada de maravillosas propiedades. El pan amasado con ella sabía a todas las viandas de tierra, según el gusto del consumidor, regadas de vino o cerveza. Era inmune a los ataques de ratones y gorgojos. Y era medicina universal para toda clase de enfermedades.
Un sirviente del molino, viendo aquel pisto asqueroso de carnes, vino y pan, decidió por su cuenta quedarse una parte de cada cosa, pero el santo lo vió.
-Así te salte un ojo una grulla -lo maldijo- y vuelvas a casa con él colgando y dándote en un moflete.
Esto de saltarle a uno el ojo una grulla también remite al mundo chamánico, dado el carácter sagrado de la grulla -el pájaro cojo- y su papel en antiguos ritos tanto celtas como helénicos (ver En el país de los cojos el tuerto es el rey). Del héroe Cú Chulainn, cuando le atacaba el furor guerrero, sabemos que le crecía un ojo hasta ponérsele como un caldero y le disminuía el otro y se le sumía en la cabeza tanto que ni una grulla podía saltárselo con su delgado y agudo pico.
En fin, la maldición se cumplió al cabo del tiempo y San Ciarán tuvo que ponerle el ojo en su sitio al criado tuerto. El mismo milagro se lee de San Winwaloe y su hermana Clervía (ver La venganza de Dahut), sólo que en aquella ocasión fue otra ave simbólica, la oca, la culpable de la mutilación.
Otro sirviente se fingió enfermo para evitar que Ciarán lo reclutase para la siega. Cuando se lo dijeron al santo, contestó:
-Es verdad, ¡pobrecito! Lo estoy viendo claramente; estaba enfermo cuando salisteis de su casa, pero ahora ya está muerto.
Amigos y familiares del fallecido comprendieron que la muerte era castigo de Dios por el escaqueo y suplicaron al santo que le devolviese la vida, como lo hizo.
-¡Menos mal! -dijo el resucitado- ¡Ya me estaba chamuscando en el Infierno! Venga una hoz...
Segador. Relieve gótico. Rouen, Francia.

De Clonard Ciarán fue a las islas Aran, a estudiar con San Enda. Allí había otro monje, manco por cierto, que siempre le llevaba la contraria a Ciarán. Un día de gran viento, Lonan, el manco, dijo:
-Creo que el vendaval va a hundir aquel barco y va a provocar un incendio en el horno del pan.
-Ni hablar -replicó Ciarán-: lo que va a hacer es incendiar el barco y anegar el horno.
En efecto, el barco quedó varado en tierra; unas chispas del horno, llevadas por el viento, prendieron en las velas y el incendió consumió rápidamente toda la nave. En cuanto al horno, una ráfaga violenta lo desbarató y arrojó todos los maderos a las olas.
De Aran, Ciarán fue a la desembocadura del Shanon a ver a San Senan. Por el camino se encontró con un pordiosero y, no teniendo otra cosa que darle, le regaló su saya. Iba andando desnudo, tapándose malamente con el manto. San Senan lo vio milagrosamente a distancia y envió a dos monjes con una saya para que tapase sus vergüenzas.
Después San Ciarán construyó el monasterio de Ísel Ciaráin junto a un lago, en una de cuyas islas habitaba un pueblo de paganos. Eran vecinos molestos y ruidosos, siempre con  sus danzas y músicas distrayendo a los monjes. A ruegos de Ciarán, Dios desplazó la isla hasta donde ya no se oía a los rústicos desde el monasterio.
Un día, sin embargo, les llegaron desde la playa voces y gritos.
-Id -dijo Ciarán a sus monjes-, que es vuestro abad.
Los monjes obedecieron aunque no entendieron nada, y menos cuando en la playa no vieron más que a un niño de aquellos paganos cerriles que estaba jugando.
Lo llevaron a la fuerza ante Ciarán, que lo mandó tonsurar y vestir a la manera monacal. Es de creer que nadie lo reclamó; se educó en el monasterio, se hizo hombre santo y sabio y llegó a ser el sucesor de San Ciarán, como éste había profetizado.
Una vez que Ciarán estaba sembrando, le dio el grano que estaba plantando a un pobre que había llegado pidiendo limosna. Los granos se convirtieron en oro en las manos del pobre. Pero él, que era un hombre trabajador, con el oro le compró al monasterio un carro y una pareja de caballos de tiro para labrar la tierra. El oro, en manos de Ciarán, volvió a convertirse en trigo.
-¡Gracias a Dios! -exclamó el santo-: ahora ya puedo terminar la sementera.
Un día que los monjes estaban sedientos en la siega y querían parar a beber agua, Ciarán les dijo:
-Puedo daros agua, pero si aguantáis seréis recompensados.
Así hicieron, y al terminar la faena del día San Ciarán los convidó a todos a un licor excelente, el mejor que nunca se ha probado: agua transformada en vino exquisito por milagro del santo.
-Pero ¿de verdad era tan bueno el vino aquel? -le preguntaban años después a un monje ancianísimo que había vivido los tiempos de la fundación de Clonmacnoise.
-¿Que si era? Yo entonces era un niño, y era el que servía las escudillas y tazones de vino a los segadores. Uno en cada mano. Iban tan llenos que rebosaban y llevaba el pulgar metido dentro del vino. Arrimad la nariz.
Y el monje viejo acercó el pulgar a la nariz de los incrédulos. El aroma del vino no se le había ido desde aquella noche gloriosa, y los frailes nunca habían olido cosa tan delicada y fuerte, que parecía más del Paraíso que de la tierra, y más de uno quedó completamente borracho sólo con el olor del pulgar del viejo.
El monasterio más importante de los fundados por Ciarán fue el de Cluain, Clonmacnoise. 
Ruinas de Clonmacnoise.
Cuando estaban plantando el primer poste del edificio, estaba presente Diarmad mac Cearbaill, un nieto del poderoso Niall Naoighiallach, fundador de la dinastía O'Neill. En aquella época, los descendientes de Niall estaban ampliando su control sobre el centro de Irlanda, que llegaron a dominar.
-Salud, rey -le dijo Ciarán.
-Mal andas de noticias. Rey es Tuathal Máelgharb, que por cierto no me mira con muy buenos ojos. ¡Si por él fuese ya estaría yo desterrado de Irlanda!
-Yo sé lo que me digo.
Aquella misma noche llegaron mensajeros anunciando el asesinato de Tuathal Máelgharb y la aclamación de Diarmad como rey.
El episodio parece sacado de Macbeth.
Y al plantar aquel primer poste, Ciarán pegó en él un mazazo:
-¡Éste para Trén de Cluain Ichta!
Aquel Trén era un joven arrogante que había tenido la osadía de desobedecer a Ciarán. En el mismo momento que la maza dio en el madero y lo hincó en tierra, lejos de allí, a Trén, estando en su casa, le reventó un ojo en un estallido de sangre y se quedó tuerto para toda la vida.
Desde Cluain, tiempo después, mandó por vía fluvial una saya nueva a San Senan. La dejó en el río y la corriente la llevó a su destinatario no sólo intacta, sino incluso seca, como si no hubiese rozado el agua. Lo mismo pasó con unos evangelios que se le cayeron al lago, y que aparecieron con el tiempo enganchados a las pezuñas de una vaca. También respetó la lluvia algún otro libro que por despiste el santo se había dejado abierto fuera del convento. En vez de atril, San Ciarán usaba para leer la cornamenta de un ciervo amigo, que acudía dócilmente a hacerle ese servicio y lo acompañaba a todas partes.
Uno de los monjes de Cluain estaba invitado en Saigir, monasterio cuyo abad era otro Ciarán, tocayo de éste. Y al monje no se le ocurrió otra gracia que apagar una llama perpetua, sagrada, que se mantenía con gran solicitud y devoción en Saigir. 
Su patochada no quedó impune, porque un día salió al bosque y lo mataron los lobos. Y San Ciarán de Saigir decidió que no se podía encender otro fuego distinto y que, pues Dios lo había querido, todo el convento se quedaba sin fuego.
Ciarán de Cluain acudió preocupado, viendo que su monje no regresaba al convento.
-Ya sé que nuestro deber de hospitalidad -le dijo su tocayo- era tenerte agua caliente para que te lavases los pies; pero es el caso que no tenemos ni una chispa de lumbre en todo el monasterio. ¡Como no la traigas tú...!
Y le explicó el caso. 
Ciarán de Cluain salió al bosque y se puso a rezar cara al cielo. No tardó en bajar fulminada una centella que prendió en su pecho. Con esa llamarada encendida, sin sufrir dolor ni quemadura alguna, Ciarán regresó tranquilamente a las cocinas de Saigir.
-¡Tened lumbre, hermanos, no lloréis tanto, que no es tan grave la cosa! Y ahora me voy a resucitar a mi monje, que ya debe de estar impaciente entre los muertos.
-¡Eres grande, tocayo! ¡Quédate con nosotros todo el tiempo que se te antoje!
Ciarán fue muy amigo de varones gigantes en santidad, como San Kevin, San Ciarán de Saigir o San Colum Cille.
Pero como los milagros numerosísimos de Ciarán eran agradecidos por sus beneficiarios con generosas donaciones, resultaba que sus monasterios iban adquiriendo ingentes riquezas y se extendían por cada vez más vastos territorios.
Varios de los otros santos de Irlanda veían con inquietud este ascenso fulgurante, y más en un joven que no había cumplido los treinta y cuatro años. 
-Este pollo Ciarán ya se ha hecho el amo de media Irlanda y como esto siga así se va a hacer con Irlanda entera.
-Bueno, ¿y qué vamos a hacerle, si le salen bien todos los milagros? ¡No vamos a prohibir a los fieles que le donen lo que les apetezca!
-Escuchad: vamos a hacer huelga de hambre hasta que Dios decida llevárselo consigo. ¡Aquí hacen falta medidas de presión!
-Bien dicho: sin la movilización jamás se ha conseguido nada.
-Pues todos a una y ni un paso atrás.
Se dice que son tres las malas acciones cometidas por los santos de Irlanda: la huelga de hambre contra San Ciarán, la expulsión de San Mochuda del monasterio de Rathin y el destierro de San Colum Cille.
Cuando le fueron a Ciarán de Cluain con la noticia de las acciones emprendidas en su contra, se encogió de hombros.
-¡A mí, ¿qué?! Lo único que me importa es tener libre el camino hacia lo alto, el que va de aquí al Cielo. Ahí es donde no quiero yo estorbos.  
Y así murió San Ciarán. Viendo su fin próximo, mandó que lo llevasen a una pequeña capilla, donde se puso a orar. 
-Pero tened la capilla cerrada, no se me escape el alma al Cielo antes de que aparezca San Kevin.
Ángeles y santos estaban presentes en la despedida.
Entonces hizo su aparición San Kevin, que se había enterado de lo que sucedía pero llegaba tarde.
-Pero, ¡por Dios! -exclamó horrorizado Kevin- ¿No veis lo que está pasando esa pobre alma ahí presa? ¡Haced un hueco, que salga!
Como la capilla estaba cerrada, su alma no podía escapar, hasta que los hermanos abrieron un ventanuco en el tejado, por donde alzó el vuelo. 
El alma de San Ciarán vio a su amigo desde el Cielo.
-¡Un momento, en seguida vuelvo! -dijo a las legiones angélicas.
Los ángeles  conducen un alma al Cielo. Sepulcro gótico. Catedral de León.
Y como una exhalación regresó a su cuerpo que yacía en la capilla, velado por los monjes. Se sentó en su lecho mortuorio, abrazó a su amigo, se ofrecieron mutuamente agua bendita y estuvieron charlando toda la noche. 
Kevin dio la comunión a Ciarán y Ciarán le regaló a Kevin su campana, de recuerdo, antes de partir definitivamente al Paraíso.
Aunque el propio Ciarán, contrariamente a lo que solían sentir los irlandeses de su epoca respecto de las reliquias y del lugar elegido para enterrarse, decía que le era indiferente si sus huesos quedaban abandonados en mitad del bosque, como los de cualquier ciervo, fue enterrado en su monasterio con gran veneración de su tumba.
La santidad de Ciarán hizo que Cluain fuese escogido por reyes para su sepultura. Uno de los más antiguos poemas en lengua irlandesa, en honor del rey de Laiginn Aed mac Colgen, muerto en el 738, dice así:
Int Aíd issind úir,
In rí issind róimh,
Int énán dil déin
Le Cérán i Clóin!

¡Aed bajo la tierra!
¡El rey en el camposanto!
¡La tierna, pura avecilla,
con Ciarán, en Cluain!

Róim, la palabra que se emplea para "camposanto", es el nombre de la ciudad de Roma. Los cementerios se constituían a partir de las reliquias de los santos allí sepultadas o conservadas en capillas funerarias, del mismo modo que Roma, ciudad relicario, tenía por centros sagrados las reliquias de los apóstoles San Pedro y San Pablo. 
La festividad de San Ciarán se celebra el nueve de Septiembre.






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