martes, 3 de julio de 2012

El príncipe parricida

Según la Vida de San Guntierno recogida en el Cartulario de la abadía de la Santa Cruz de Quimperlé (consultable en la Red, como lo suelen ser estas vidas de santos bretones, en Gallica), fue éste un santo de los de más ilustre prosapia, ya que por parte de padre descendía del emperador Constantino (y por tanto de Santa Helena, lo que es de gran importancia para la abadía de la Santa Cruz, hallada por la emperatriz madre). Entre sus antepasados paternos estaban Kenan ("que fue príncipe cuando los bretones llegaron a Roma": sin duda el Conan Meriadec de la leyenda bretona) y Ana, la prima de la Virgen María que suele aparecer en los orígenes de las dinastías británicas. El padre de San Guntierno se llamaba Bono.
Por parte de su madre, Dinoe, Guntierno era nieto de Lidinin, rey de Britania.
Guntiern, como más se dice en Bretaña -el nombre adopta otras formas-, es el mismo nombre del rey Vortigerno, personaje de la mayor importancia en la leyenda artúrica, que significa "superseñor".
Estatua de San Guntierno. Siglo XIX.
Iglesia de la Santa Cruz, Quimperlé, Breataña.
A pesar de los varios embrollos genealógicos que oscurecen la cronología de este santo, parece que se le debe situar a mediados del siglo VI.
De joven, combatiendo en una batalla al lado de su padre, tuvo Guntierno la desgracia de dar muerte sin conocerlo, a su sobrino, hijo de su hermana. 
Forma atenuada del enfrentamiento edípico que culmina aquí con la victoria de la figura paterna, como en el relato irlandés de la muerte del único hijo de Cú Chulainn. 
Al percatarse del trágico error, Gunthiern huyó del trato humano haciéndose ermitaño en unas espantosas soledades del Norte de Britania, entre riscos y helados arroyos en cuyas aguas pasaba buena parte del día rezando. A la salida del agua, se tendía en una gran laja a meditar.
-¿Qué haces ahí, chico -le dijo una vez un cazador que pasaba por allí-, que vas a coger cualquier cosa?
-Aquí vivo y a esto me dedico todo el día.
-Pues peor que las alimañas. ¿Y quién o qué te obliga a esta vida?
-Esto me lo he ganado yo solo, por mis propios méritos. Y si me quieres hacer un favor, no digas a nadie que me has visto.
Pero el cazador lo había reconocido y se apresuró a contarle al rey la buena noticia. Bono corrió al encuentro de su hijo.
-Ven, que eres el heredero del reino.
-¿Un asesino en el trono? No soy digno.
-Pues ven, y fundaré para ti un gran monasterio con muchedumbre de monjes que sirvan al Señor.
-No me convencerás; déjame con mi penitencia.
Al cabo de un año, se le apareció en su apartado retiro un ángel mandándole ponerse en marcha. Buscó dos criados que lo acompañasen y obedeció.
Se cruzaron por el camino con una mujer que iba llorando y haciendo grandes extremos de duelo.
-Mujer, ¿qué es lo que te pasa?
-Un hijo que tenía me lo han matado en la guerra.
-¿Es la suya esa cabeza que llevas en la mano?
-Sí, señor.
-¿Y por qué vas cargada con ella?
-Porque para llevar el cuerpo entero no me daban las fuerzas.
-Llévanos adonde está el cuerpo.
Llegados allá, dijo Guntierno:
-Trae esa cabeza, que por lo menos la juntemos al cuerpo. 
La cabeza quedó pegada de nuevo al tronco y el joven se levantó con vida.
Este milagro se cuenta también de San Molaise (ver Laseriano, llama de fuego).
No estaba agradecido, sin embargo, el resurrecto.
-¿Quién os manda sacarme de dónde estaba, que era un sitio estupendo? Primero nadie me pidió permiso para arrancarme de este mundo seductor y ahora tampoco me ha pedido nadie mi parecer para devolverme a este valle de lágrimas.
-¿No ves que es mejor que te quedes con nosotros y con tu madre?
-¡No y no y no! ¡No quiero!
-Pues te aguantas -dijo el santo-. Yo no puedo estar metiendo y sacando un alma del Paraíso constantemente como si fuera cosa de burla. Ten lástima de tu madre y un poco de paciencia, que yo te sabré guiar y cuando menos te lo esperes estarás de vuelta donde estabas. Además, tienes una misión importante: contar a los cuatro vientos las maravillas de que has sido testigo, para que nadie se las quiera perder y se ganen muchas almas para el Cielo.
-Está bien. ¡Pero es jugársela a lo tonto!
Los cinco juntos se fueron al río Tamar, que corre entre la Domnonia y la Cornualla de Britania (de la Grande) y allí vivieron hasta que el ángel les mandó que acudiesen a diario a la orilla del mar: que un día verían venir un barco en el que estaba escrito que embarcasen.
Aquí estamos en pleno mundo imaginario de la materia de Bretaña y de nuestros libros de caballerías, con sus embarcaciones misteriosas no tripuladas.
Llegó el barco anunciado y los transbordó a una isla, la isla de Groix, frente a la Bretaña, donde pasaron algún tiempo, luego del cual el ángel, bajando nuevamente, les anunció:
-Hay otro lugar de promisión dispuesto para vosotros, y su nombre es Anaurut. Está en la pequeña Bretaña y allí morarás, y los reyes que te sean amigos y valedores, tendrán triunfo de sus enemigos, y los que se te opongan serán malditos.
Se cree que Anaurut es el nombre antiguo de Quimperlé, compuesto del nombre del río Ellé y de la palabra kemper, "confluencia" (la misma de la ciudad de Quimper): en efecto en Quiperlé se juntan el río Ellé y el Isole.
A continuación pasa la Vita a hablar de la invención de las reliquias de San Guntierno en la isla de Groix.
Una playa en la isla de Groix.
San Guntierno pasó una temporada de su vida en la isla de Groix, donde recibió honras de las autoridades locales y del gran rey Gradlon el Grande, el que tuvo su corte en la magnífica Ker-Ys y fue testigo de su destrucción y desaparición bajo las olas. Dice la Vita que fue Gradlon, rey de Cornualla, el que donó a Guntierno las tierras de Anaurut (Quimperlé). También acudió en petición de auxilio al santo Waroc, el que dio nombre al reino de Bro Erec, que es la parte del Vanetés donde se habla bretón. En aquella región, pues, había una terrible plaga de gusanos que arrasaba las cosechas. Guntierno puso en fuga a aquella inmensa muchedumbre de bicheros y recibió a cambio importantes donaciones del caudillo Waroc.
Guntierno murió en Quimperlé; sus reliquias fueron trasladadas (sin que se sepa cuándo) a Groix, donde se encontraron junto con las de otros santos, ya en el siglo XI. Su festividad, que se celebraba al principio el 29 de julio, se trasladó al 3 para no quedar ensombrecida por la de San Pedro y San Pablo.
Hoy día se encuentra el sepulcro de San Guntierno, frente al de San Gurloes, en la cripta de la Abadía de la Santa Cruz de Quimperlé, fundación muy posterior a San Guntierno, aunque se dice que la iglesia se encuentra edificada sobre los terrenos de una antigua fundación de Guntierno.
Como corresponde a su advocación, es de planta circular, de acuerdo con la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén y al otro lado de un río que la separa de la parte central de la ciudad (realzando el valor simbólico del paso del río como acceso al otro mundo). El río se cruza por el llamado "Puente Florido".
Iglesia de Santa Cruz de Quimperlé,
donde se encuentra el sepulcro de San Guntierno, en el siglo XIX.
Dice la leyenda que el último conde de Cornualla, Alain Caignart, estaba desahuciado por una enfermedad incurable y que una noche soñó que una cruz resplandeciente y dorada descendía sobre su lecho y se posaba sobre su cabeza. 
El conde amaneció con notable mejoría y escribió al papa contándole lo que el tenía por milagro y su decisión de emprender una obra votiva en honor de la Santa Cruz.
El papa le sugirió la fundación de una abadía, que se fue enriqueciendo con más y más donaciones hasta convertirse en una de las cuatro más importantes de Bretaña.
Desgraciadamente, como tantos otros edificios de aquel país, la abadía sufrió las consecuencias de la Revolución francesa y de la guerra civil que se siguió. Cerrada y descuidada, fue viniéndose abajo poco a poco hasta no quedar del colosal monumento más que el claustro y la iglesia, ambos ruinosos y necesitados de reconstrucción, que se llevó a cabo en los años 20 del pasado siglo.
Los sepulcros de los santos aún son visitados por fieles y enfermos cuya fe en las virtudes curativas de las reliquias no tiene nada de irónico. Se dice que basta poner la mano tendida a cierta altura sobre las estatuas yacentes para percibir sensiblemente la fuerza sagrada que se desprende de los enterramientos.


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