viernes, 20 de abril de 2012

Los prontos de San Beuno


Eran Bugi y Beren un matrimonio anciano que no esperaba ya tener hijos, especialmente porque, de común acuerdo, hacía muchos años que vivían castamente. 
Bugi era hijo de San Gwynllyw (ver Lo que no se haga por un hijo...) y por tanto hermano de San Cadoc.
Las genealogías no concuerdan entre sí; algunas lo hacen descendiente de Uther Pendragón, padre de Arturo, y sobrino Owein, el caballero de la Tabla Redonda.
Vivían los continentes esposos en Powys, junto al río que los galeses llaman Hafren, los latinos Sabrina y los ingleses Severn.
Un día los visitó un ángel de vestiduras más blancas que la nieve y les mandó:
-Esta noche haced lo preciso para que Beren conciba y recibirá esa gracia, y el hijo que tenga será grande ante Dios y los hombres.
Nació el hijo, que no desmintió la profecía del ángel; le pusieron Beuno (que se lee Beino); se lo mandó a estudiar con San Tangusio y creció su fama de santidad hasta llegar a oídos del rey, que lo honró con varios presentes y con declararse públicamente su discípulo.
Llegado a extrema vejez, Bugi avisó a su hijo de que sus días no daban más de sí. Beuno acudió a tiempo de despedirse de él y encargarse de su entierro. Sobre su tumba plantó una bellota que fue creciendo hasta convertirse en un gran roble, una de cuyas ramas se inclinó hasta el suelo y echó raíces formando un arco natural, tan amplio que cualquier persona puede pasar por debajo: pero si es un inglés, inmediatamente cae muerto al suelo.
Escena de caza. Catedral de Cahors, siglos XI-XII.
Una vez, paseando con algunos monjes junto al río Severn, vio en la orilla del río una cierva perseguida por una jauría. Tras los perros corría un hombre gritando: “¡Querguia, querguia!”  
-¿Qué es eso? -preguntó el santo.
-Ése es un inglés, y “querguia” es palabra que usan para azuzar a los perros.
-Hermanos, calzaos y coged vuestras cosas y vámonos de aquí adonde no veamos a nadie de esa nación abominable que chapurrea una cosa tan rara. Cada vez están llegando más y vendrá el día que se hagan los amos de todo esto. Será cuestión de poner tierra por medio.
Dejó San Beuno un monje tras de sí y con los demás marchó una temporada junto a San Tysilio y luego pidió al rey un terreno donde colocar su monasterio. Le fue concedido y al llegar vio Beino una tumba.
-¿Quién es ese muerto?
-Lorcán el Irlandés, un pobre mártir de su mujer, que le dio un purgatorio en vida que no se puede imaginar.
-¡Pobre hombre! Lo resucitaremos.
Una vez, llegaron visitantes a ver a Beuno, nietos del rey, y el santo mandó matar un choto y dárselo a la servidumbre de los príncipes para que lo guisasen. 
En aquellos reinos celtas, había obligación de agasajar a los visitantes según su rango: era una especie de impuesto y estaba minuciosamente reglamentado en las leyes.
Preparando carne. Tapiz de Bayeux.
Pero por más lumbre que le metían al choto, ni la carne se cocía ni el agua se calentaba siquiera, y los cocineros y pinches, que llevaban horas sudando con el dichoso choto, murmuraban que si era hechicería de Beuno para no pagar el debido tributo.
Pero Beuno lo oyó y le sentó mal la acusación. Dijo al que estaba hablando:
-Antes de que se ponga el sol, estiras la pata. Ve arreglando tus asuntos.
Y a los cortesanos:
-¡Roñosos! Las tierras que se dan a Dios hay que darlas libres de impuestos, como Él, que tiene más derecho sobre ellas que el rey, me las ha dado a mí. Permita el Cielo que vuestros herederos no gocen vuestra herencia y seáis expulsados de este reino y, lo que es peor, del otro que es eterno. Amén.
Y las oraciones de Beino fueron escuchadas y así se cumplió.
Beuno marchó de aquellas tierras enfadado y se instaló en las de un tal Temic que le donó una ciudad sin pedirle tasa alguna a cambio. Tal vez por la fama que traía o tal vez porque era su cuñado. Wenlo, la mujer de Temic, era su hermana. Temic y Wenlo tenían una preciosa hija casadera.
Un día fueron a oír la misa de Beuno dejando confiadamente a su hija sola en casa.
Al poco, se presentó  el rey Caradoc.
-Bonitísima, ¿Dónde están tus padres?
-Han ido a misa y no tardarán; si tienes cualquier asunto que tratar con ellos espéralos: estás en tu casa.
-Ni tengo nada que tratar con ellos ni menos aún que esperarlos; sólo hacer de ti mi concubina; y eso sin tardar un minuto.
-Concubina de rey es demasiado honor -dijo la doncella- para una muchacha de tan humilde cuna. Pero espera aquí que subo a mi alcoba y bajo preparada para lo que quieras de mí, sin que te veas forzado a ensalzarme tantísimo.
La muchacha escapó por otra puerta a avisar a sus padres de lo sucedido, no tan discretamente que no la viese Caradoc y, furioso, saliese en su persecución.
La alcanzó a la puerta de la iglesia y allí mismo la agarró del brazo y le cortó de un tajo la cabeza, que salió rodando por el templo mientras el cuerpo caía sobre el umbral.
-¡Rey -dijo san Beuno-: así se porte Dios contigo tan bien como tú con esta buena doncella!
Fue decir esto y derretirse Caradoc en un charco todo uno: y se lo bebió la tierra.
Luego, San Beuno tapó con su manto los restos de la muchacha y se dirigió a reñir a los padres, que se deshacían en extremos de dolor.
-Callarse que no se ha terminado la misa. ¡Respeto, ¿no?!
Cuando la misa acabó, la muchacha se quitó el manto de encima y se levantó viva y sana, limpiándose el sudor. Donde había caído su sangre, brotó una fuente limpísima curativa, que por el nombre de la doncella se llamó la fuente de Santa Gwenfrewi o Winifred (como dicen en inglés): pues Santa Winifred era la resucitada.
Santa Winifred. Vidriera moderna.
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/e1/Saint_Non%27s_Chapel_-_Fenster_1_St.Winifred.jpg
Beuno marchó tras esto al reino de Cadwallon, que le donó tierras donde edificar una ciudad monástica. A cambió, Beuno le regaló un cetro de de oro. Y estaba el santo trabajando en la construcción cuando se presentó una mujer con un niño pequeño para que lo bendijese.
-Espera un poco: ¿no ves que estamos muy atareados?
-Aquí nos quedamos esperando lo que haga falta; por nosotros no preocuparse.
Pero el niño era un llorón insoportable, volviendo locos a los monjes con sus berridos.
-¡Eh, mujer! ¿Cómo no se calla ese niño? ¿No te das cuenta de que a esa criatura le pasa algo?
-Sí que le pasa.
-Pues ¿qué?
-Pues que estos terrenos donde estás construyendo son de él, son su herencia.
-Pues a mí me los ha dado el rey.
-Es muy fácil quedar bien dando lo que no es de uno.
-Vamos a arreglar eso: hablando se entiende la gente.
-¿Cómo das lo que no es tuyo? -increpó al rey- ¡O le devuelves las tierras al niño y me das a mi otras, o me devuelves el cetro de oro! ¡Que vale sesenta vacas!
-ya se lo he dado a otra persona, porque era mío. Además, lo que se da no se quita: ¿no lo dice eso el Evangelio?
-Vas a ver tú lo que dice el Evangelio. ¡Al tiempo!
Sucedió entonces que uno de los que trabajaban en las obras de Beuno era un albañil de lo más apuesto. La hija del rey se fijó en él y se obsesiónó; tanto que con la mayor audacia le pidió a su padre que los casase.
Albañiles. Ambrogio Lorenzetti, siglos XIII-XIV.
-Mejor eso -se dijo el rey- que cualquier tontería sonada y escandalosa que hagan por su cuenta; tal como veo a ésta no para hasta no meterse en la cama al guaperas muerto de hambre este. Qué hija esta mía.
La pareja se casó y decidió instalarse donde vivía el marido. Mientras estaban descansando en un prado por el camino, y la princesa durmiendo a pierna suelta, el albañil dio en pensar que nunca podría darle a su mujer una posición digna de ella; que tendría que volver a ganarse la vida con sus manos y ella se lo estaría echando en cara toda la vida; que no estaba acostumbrada a un pasar modesto, y todo sería mohina; y tanto y tanto rumió estas ideas que, desesperado, sacó la epada y le cortó la cabeza. Escondió el cuerpo y volvió a la corte diciendo que dejaba a la mujer en casa y que el rey le honrase con algún cargo para poderla mantener honrosamente, lo que hizo al momento. 
Cuando los pastores de Beuno encontraron el cuerpo de la esposa el santo le pegó la cabeza y la resucitó, como sabía hacer muy bien. Allí brotó, según costumbre, una fuente curativa. La novia, desengañada del matrimonio, decidió meterse monja. 
Pero su hermano, el príncipe heredero, salió en su busca.
-Tu lugar está con tu marido en la corte.
-No: mi lugar está aquí con el que me ha resucitado, y no allá con ese desequilibrado, que ya se ha visto las reacciones que tiene.
-Como quieras, pero entonces que afloje la dote y los regalos. ¡Miserable! ¡Estafador! ¡Chulo!
Pero al llegar a la corte y ver a su ofensor, el príncipe no pudo contenerse y descabezó al cuñado de un revés. El rey, atónito ante esta ofensa, mandó apresar al príncipe vengador, pero lo impidió San Beuno.
-No hace falta ponerse así. Yo lo traigo a este Narciso de entre los muertos y habrá escarmentado.
Así se hizo y el albañil arrepentido explicó cómo había matado a su mujer por humildad y había aceptado el cargo y los dineros para tapar el primer crimen. Así que fue perdonado.
Cadwallon también se arrepintió de su comportamiento con el santo, pero el perdón de Beuno no le valió contra la maldición previa, y poco después murió en combate contra los ingleses.
Dice la Vida de San Beuno, una de las pocas escritas en galés, que se deja en el tintero muchísimos milagros más; que fue constante benefactor de los débiles y menesterosos y que a la hora de su muere acudieron a acompañarlo hasta el Cielo una muchedumbre de ángeles y de santos galeses.
El 20 de abril se celebra la festividad de San Beuno.


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