jueves, 19 de abril de 2012

Laseriano, llama de fuego

Laisrén lassar búadach,
Abb Lethglinne lígach

Laseriano, llama victoriosa,
Abad de Lethglinn hermoso...

Así celebra el Santoral de Óengus en su estrofa correspondiente al 18 de abril a San Laseriano,  y en nota añade:

Molaisi lasair do theinid
Cuma classaib commaib...

Laseriano, llama de fuego, 
En compañía de sus coros...

Laisrén o Laseriano, en efecto, es nombre que se relaciona con lasar, "llama". Molaise (que en inglés se pronuncia Molshy) es diminutivo cariñoso.
Hay al menos dos santos irlandeses de este nombre:  el de Daminis el de Lethglinn.
Leithghleann en irlandés actual (Leighlin en inglés) es una pequeña localidad de Laighinn (Leinster), al Sudeste de Irlanda.
San Laseriano de Leighlin, pues, era de la más alta cuna, ya que era nieto de Aedán mac Gabráin, rey de Dál Riata  (ver Una familia de aúpa), monarca en quien se mezclaban salares egregias de Irlanda y Britania, ya que a su vez descendía del mítico rey Dyfnwal el Viejo.
Aedán mac Gabráin pasó la vida guerreando contra distintos enemigos: los O'Neill irlandeses, los britanos, los pictos y los ingleses de Northumbria. Poco se sabe del final de su reino, pero es posible que, derrotado en una batalla, fuese destronado. Las Acta Sanctorum dicen que su hija Gemma, desterrada en Ulad, casó con un príncipe de allí y dio nacimiento a San Laseriano. Según la Vida que recogen estas Acta, Gemma era nieta de un rey britano.
Parto complicado. Miniatura del siglo XV.
Lo portentoso del niño se manifestó en su mismo nacimiento, que cuando ya la partera lo daba por imposible y desahuciaba a la madre, se produjo con toda la facilidad merced a la señal de la cruz que se le hizo a Gemma sobre el vientre.
Un ciego que se lavó la cara, por inadvertencia, con el agua de bañar al recién nacido, recuperó la vista inmediatamente. 
La niñera de Molaise, mordida en una mano por una víbora, se signó con la manita del crío y despareció inmediatamente la hinchazón y quedó sana.
A un tío de Laseriano, que aún no lo conocía, le llegaban constantes noticias de sus maravillas y quiso verlo.
-¡Vamos a conocer a ese portento!
Coincidió tal decisión con que al buen señor le robaron los ladrones un magnífico caballo.
-Ya que tan milagroso es ese pequeño -dijo en broma-, a ver si consigue que me devuelvan el caballo o por lo menos me agencia otro parecido.
Irrumpió entonces un hombre que se arrojó de rodillas a sus pies, con extremos de terror:
-¡Que Molaise me valga! ¡Me entrego! ¡Yo he robado el caballo, lo confieso! ¡Pero no dejéis que me maten esos soldados que me persiguen! ¡Perdonadme la vida por amor del pequeño!
-¡¿Pero qué soldados ni qué soldados?! ¡Tú lo que estás es mal de la cabeza! ¿Dónde ves tú ningún soldado?
El tío comprendió que Laseriano había suscitado esa alucinación y extravío en el cuatrero.
Ya crecido, repitió el milagro en mayor escala, poniendo en fuga a una gavilla de piratas con el espejismo de un ejército en pie de guerra. Apenas desembarcados, los invasores huyeron despavoridos a sus naves poniendo pies en polvorosa.
Piratas nórdicos. Ilustración para Olao Magno.
Otros bandoleros desvalijaron a unos caminantes, que acudieron a  pedir socorro a Molaise.
-No os preocupéis: ellos mismos os vengarán y compensarán del quebranto.
En efecto, los ladrones empezaron a discutir entre ellos por el reparto de la presa; llegaron a las manos y se mataron unos a otros sin que quedase uno solo para contarlo. Sus víctimas encontraron por el camino los cuerpos y bagajes abandonados y no sólo recobraron lo que era suyo, sino que se hicieron ricos con el botín de otras rapiñas que atesoraban los bandoleros.
-¿Cómo vamos a quedarnos con esto, que habrá sido de otros como nosotros, desvalijados también por estos sinvergüenzas?
-Como que Dios nos lo ha traído a las manos y Él sabrá por qué. ¿Quieres ser más listo que Él?
-Hombre, visto así...
-Tú coge.
Entre tanto, ya habían regresado madre e hijo a Irlanda y Laseriano se puso a estudiar con un gran santo, San Fintan Munnu, que era leproso. San Fintan consideraba su enfermedad como una saludable penitencia y rezaba diariamente para no curarse.
Murió el rey de aquel país, y las gentes, movidas por la fama de santidad de Laseriano, decidieron sentarlo en el trono a pesar de su juventud.
Llegaron a sus oídos ecos de aquellos planes y antes de que fuese demasiado tarde se dio a la fuga; primero a una isla entre Gran Bretaña e Irlanda, donde hizo vida de ermitaño y después a Roma, donde se entregó a los estudios bíblicos e hizo gran amistad con el papa, que lo era San Gregorio Magno.
San Gegorio Magno. Siglo XI.
Por el camino se encontró con San Barran, que le había salido al encuentro para despedirse de él y le dijo:
-Ya que te vas, déjame algún recuerdo tuyo.
-¿Qué tal unas avellanas?
Y sin ser el tiempo de ellas, hizo brotar del suelo un avellano cargado de frutos, que el otro santo se apresuró a recoger.

Al cabo de catorce años en el continente, pensando que los del Ulster ya se habrían olvidado de él y satisfecho de sus estudios en Roma, decidió volver a casa y fundar un nuevo monasterio.
Cuando creía haber encontrado el emplazamiento idóneo, se le cruzó en el camino una pelirroja y este encuentro (aunque nada imprevisible en Irlanda) le dio mala espina. Los bermejos no eran tenidos por gente de fausto agüero.
-Yo aquí no fundo nada –se dijo, enfurruñado-: es empezar con mal pie.
-¡No te aflijas! –lo consoló su ángel-. Hay sitios mejores y desde luego éste no era el que te estaba destinado. Sigue tu camino sin parar hasta que salga el sol y donde lo veas asomar, allí es.
Ángel. Libro de Kells, siglo IX. 
El lugar era privilegiado. Muchos años antes, San Patricio, predicando por aquellas partes, había advertido allí una concentración de ángeles que superaba con mucho los niveles normales.
Lo malo era que el fenómeno tampoco había pasado desapercibido a otro Santo, San Gobban (uno de los varios de ese nombre que figuran en el santoral irlandés) y el territorio estaba ocupado.
De manera que cuando Laseriano solicitó al rey tierras para su fundación, aquél le dijo:
-Esto está todo cogido. Si te arreglas con un terreno que queda en el borde del valle… Pero te advierto que casi todo es laguna y terreno anegadizo.
-Me arreglo perfectamente, con la ayuda de Dios. Vamos a ver el sitio si te pareces.
-Pero ¿por qué tiras la capa al agua? –preguntó el rey a Laseriano- ¿Te has vuelto loco?
-¡Qué va! Espera un poco.
La capa del santo empezó a beberse la laguna como una sedienta esponja y en breve lo dejó desecado y apto para edificación y cultivo.
-Hay sitio, como ves, para Gobban y para mí.
-Sí; pero no me gustaría que hubiese rencillas de santos en mi reino. Suele acabar pagando los platos rotos el que menos culpa tiene.
-Pierde cuidado: Gobban y yo nos llevamos bien.
Pero, con todo, San Gobban acabó comprendiendo que aquellos parajes le correspondían a Laseriano y despidiéndose de él como buen amigo se aventuró a fundar nuevo monasterio donde Dios fuese servido y se fue con sus monjes.
Había presenciado grandes maravillas obradas por Dios mediante Molaise. Una vez les había salido al camino una mujer desesperada con el cuerpo de su hijo, decapitado por los bandidos, en brazos. Molaise le pegó la pegó la cabeza al cuello y el joven resucitó tan sano y alegre como antes.
Envió un propio (San Mochomete) a Escocia a buscarle un libro navegando en una roca que separó de la costa. El mozo encontró el libro y volvió en la misma embarcación.
Hizo brotar una fuente judicial; quienquiera tras declarar la verdad metía el brazo en ella, la notaba deliciosamente fresca; el que mentía, por el contrario, se cocía (Ya nos hemos tropezado varias veces con fuentes de este tipo, donde se llevaban a cabo ordalías, como en las leyendas de San Gangulfo, San Paterno...).
Molaise sabía recompensar a los buenos y dar su merecido a los malos. A un pobre campesino que le pidió limosna para dar de comer a su numerosa familia le regaló un arado que tornaba los campos fértiles y aseguraba cosechas extraordinarias.
Santa María la Real de Nieva. Siglo XV.
 En cambio a tres poetas pedigüeños que lo chantajeaban con la amenaza de una sátira (de las que levantan verrugas y tumores en la cara de sus víctimas) hizo que se los tragase la tierra.
Causó la muerte repentina y cruel de un tal Cotino, que había pretendido pisotear los derechos de un monje; y en un palacio al que llegó sediento pidiendo agua por amor de Dios, como se la negaron, secó los pozos  por los siglos de los siglos.
Había un tejo antiguo, majestuoso y magnífico, que varios santos codiciaban para hacerse un oratorio con él.
Decidieron que el que fuera capaz de arrancarlo de raíz a fuerza de oraciones sería su legítimo dueño. Todos los santos lo hicieron temblar, quién más, quién menos; pero sólo el último, Laseriano, lo derribó.
-¡No vale! Ya estaba holgado y flojo por las preces de los demás; tú has llegado al final y con una tibia oracioncilla lo has echado abajo aprovechándote del esfuerzo nuestro.
-¡Amárrese el tronco a dos ciervos y que lo lleven donde quiera Dios!
Como era de suponer, lo llevaron al convento de Laseriano.
-¡Tuyo para siempre! ¡A ver qué haces con él! ¿O es que tienes para pagar a un arquitecto? Me imagino que no sabes lo que cobran. ¡En tu patio va a pudrirse lastimosamente esa hermosura de  árbol!
-Si yo tuviera estudios y no fuera tan bestia –dijo un pastor-, te levantaría la iglesia gratis y te la haría la más preciosa de toda Irlanda.
-A ver esas manos –dijo Laseriano; y se las cogió.
Hizo la señal de la cruz sobre ellas.
-Te juro que con esas manos no tienes más remedio que ser buen arquitecto; éstas son manos de arquitecto.
-Lo más que he usado con ellas es una honda y un garrote. Soy torpe hasta para hacer el queso.
-¿Tú has probado alguna vez a hacer casas en vez de quesos?
-¡Qué gracioso! ¡De Constantinopla vienen y de Roma a encargarme los palacios!
-Pues hay que probar.
Y en efecto, levantó la iglesia y fue la admiración de Irlanda: sino que, como era de madera, que de piedra no se estilaban aún por allá, hace muchos siglos que la deshizo el tiempo y no queda ni memoria de cómo fuese.
Pero lo que sí se sabe es que cuando Molaise la consagró, bajaron los ángeles a cantar en coro y que se los oía con arrobo y con pasmo en tres reinos a la redonda.
Por aquella época estalló la controversia pascual (ver San Colmán y los irlandeses en Northumbria) y Molaise, que había estado en Roma y tenía amistad con el papa (aunque ya no era san Gregorio, sino -se dice- Honorio I) se inclinaba a aceptar el cómputo romano, pero no se creía con suficiente autoridad para juzgar.
Dice la tradición (aunque no está atestiguado) que emprendió su segundo viaje a Roma, de donde volvió con el cargo de legado papal y la misión de convocar un sínodo sobre ese importante particular.
Él mismo se encargaría de defender la postura de Roma; por su parte, su antiguo maestro San Fintan Munnu sostendría la opinión de los irlandeses. El rey de Laiginn (Leinster) presidiría los debates.
San Fintan Munnu era hombre anciano y se retrasó más de lo previsto en el viaje hasta el lugar del sínodo.
El rey no estaba acostumbrado a que lo hicieran esperar (veía, además, con mejores ojos al partido pro-romano) y se irritó:
-¡A ver cuánto tiempo nos va a tener esperando por él el leproso de las narices!
-Cuidado con San Fintan, que es hombre muy poderoso –le advirtió Molaise.
Y en efecto, cando el rey vio al anciano venir con su venerable y majestuosa senectud y aspecto místico, quedó cautivado por su aura de santidad y se apresuró a pedirle su bendición.
Un obispo leproso. Siglo XIV.
-¿Y tú para qué quieres la bendición de un leproso de las narices?
-…Yo…
-Verás qué bendición; la bendición es ésta. Que vas a morir de mala muerte, pero no tardando; o sea, dentro de este mes. Que esa muerte te la van a dar tus parientes; que te van a cortar la cabeza para trofeo y que el resto del cuerpo lo van a echar al río, donde se lo van a comer los peces sin que quede memoria de él para in eternum. Toma bendición.  
Según los anales de Irlanda, la profecía se cumplió casi del todo. Sólo casi, porque la cabeza también fue a dar al río, donde compartió la suerte del resto.
Los debates del sínodo se llegaron a empantanar sin que ninguna parte convenciese a la otra y San Fintan Munnu, al cabo de muchas sesiones, se cansó.
-Vamos a arreglar esto mejor –dijo a su antiguo discípulo-: vamos a hacer una cosa de tres. O echamos al fuego tu libro de cómputo pascual y el mío, y el que se haga cenizas ha perdido. O nos metemos en la lumbre tú y yo, y el que se haga cenizas, lo mismo: ha perdido. O buscamos un santo de otrora que nos parezca a los dos, lo resucitamos y que nos diga qué opinión hay en el Cielo sobre este asunto. Y nos comprometemos a aceptar su decisión.
-No, no: yo no puedo aceptar eso –dijo Laseriano- porque es reconocida de todos tu superior santidad y en cualquier prueba de ésas saldrías ganando; no hace falta ni intentarlo.
-Pues ¿sabes lo que te digo? Que celebre cada uno la Pascua cuando le dé la gana y le diga su conciencia.
-Pues haremos eso.
Y así, gracias a la amistad de san Fintan Munnu y San Molaise, quedó pacíficamente disuelto el sínodo, los delegados volvieron a sus conventos y se resolvió temporalmente la cuestión pascual en Irlanda. En el Sur de la isla predominaba el uso litúrgico romano y en el Norte el irlandés.
Esto es lo que nos cuenta de San Molaise o Laseriano su Vida, documento que parece remontarse tan sólo al siglo XI (cuando se cree que el santo murió hacia 640) y del que el prudente O’Hanlon nos advierte que no todos los prodigios que allí se narran son para creídos al pie de la letra.
La festividad de San Laseriano se celebra el 18 de abril.

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