sábado, 21 de marzo de 2015

Cunde la pesadilla

La sabiduría popular establece una relación directa entre el mal de la pesadilla, como dolencia fundamentalmente femenina, y el matrimonio. El matrimonio es la terapia adecuada para ese morbo a la vez corporal y mental causado por la visita nocturna de seres sobrenaturales o dotados de poderes mágicos maléficos.
Bajo el poema de Verdaguer (ver Por estos pagos) se trasluce la antiquísima idea, que se remonta al menos a la medicina hipocrática, de que el cuerpo femenino no adquiere su pleno desarrollo hasta el primer parto. Si se retrasa el primer embarazo, el útero, privado de realizar sus funciones normales, empieza a resentirse y a protestar. 
La balada o leyenda en verso de Rosalía Castro (ver de nuevo Por estos pagos) muestra una enfermedad bien distinta (incluso opuesta) en sus causas, si no en sus síntomas: se trata de los efectos demoledores de un desengaño amoroso y más aún del terror al desamparo y baldón consiguientes a la seducción y abandono.
William Lindsay Windus, Demasiado tarde.
Es curioso: el asunto del poema de Rosalía es el mismo del de uno, muy breve,  de Tennyson,  Come not, when I am dead (1851), que fue muy popular, se puso en música muchas veces y sirvió de inspiración al cuadro que inserto arriba.
Como es cortito, puede copiarse:

Come not, when I am dead,
To drop thy foolish tears upon my grave,
To trample round my fallen head,
And vex the unhappy dust thou wouldst not save.
There let the wind sweep and the plover cry;
But thou, go by.


Child, if it were thine error or thy crime
I care no longer, being all unblest:
Wed whom thou wilt, but I am sick of time,
And I desire to rest.
Pass on, weak heart, and leave me where I lie;
Go by, go by.


El diálogo,  tan importante en la leyenda de Rosalía de Castro, es aquí retórico apóstrofe.  Y como puede verse, falta del todo el elemento sobrenatural; la narración se reduce a pura sugerencia. 
Pero (volviendo a nuestro asunto) la idea de una bruja que adopta la forma de un animal pequeño, volador generalmente, para ir a beber la sangre de alguna joven hasta matarla de consunción está difundidísima por todo el mundo. La shtriga albanesa se transforma en mosca igual que la "miga chuchona" gallega. Mucho más lejos, en el Caribe, se vale de metamorfosis semejantes la soucougnan. Se dice que este ser maléfico reúne rasgos de algunos espíritus de los mitos del África occidental con otros del folclore europeo. Supongo que Normandía aportaría mucho a las creencias sincréticas caribeñas, lo mismo que contribuyó en gran medida a la formación de las lenguas criollas de por allí.
La soucougnan, como los hombres lobos y otros personajes metamorfoseados de nuestra Europa, se deja la piel en un lugar seguro antes de empezar su viaje. Si alguien la encuentra en ausencia de su dueña y la unta con algún producto de olor repelente como limón o pimienta, evita que pueda volver a vestírsela y deja así a la bruja vampírica fuera de combate.
Sin salir de Galicia, encontramos el tema del vampirismo en el cuento de Emilia Pardo Bazán titulado precisamente así: "Vampiro". Aparece recogido en el libro El fondo del alma, de 1907, aunque ya se publicó anteriormente en Blanco y negro
Matrimoni desigual. Grabado
de Mariano Foix, 1891
Se trata aquí de un viejo y prematuramente decrépito indiano que se casa  con una guapa y jovencísima novia. La infeliz acepta a regañadientes cediendo a los argumentos de que el novio es inofensivo por su estado deplorable y muy probablemente se irá sin tardanza al otro mundo dejándole una pingüe herencia.
En efecto (y es aquí donde más se acerca el personaje del indiano al de la mitológica pesadilla o elfo nocturno) lo único que exige el marido es compartir el lecho con su mujer y en él tenerla estrechamente abrazada para calentarse el cuerpo helado.
Pronto puede observarse, para asombro del pueblo, que el anciano va remozándose a ojos vista mientras la joven desmejora y se marchita. Y es que, siguiendo la prescripción de un curandero inglés, el indiano parásito va absorbiendo por medio de esos abrazos la energía y juventud de su mujer, la cual, exprimida toda su vitalidad, acaba por morir.
Si pretende continuar su tratamiento rejuvenecedor con otra joven sin caer víctima de la ira popular el indiano se verá forzado a emigrar como suele acaecer a los vampiros (y al propio Drácula).
La relación directa entre matrimonio y pesadilla sigue existiendo, pero Pardo Bazán le da una vuelta completa, haciendo de él no la terapia sino la causa del mal, y del marido el íncubo legal. Tardío y macabro fruto del viejo y trillado tema cómico de la muchacha mal casada con un vejestorio.
No solo se entremezclan en este relato el tema del duende de las pesadillas y el del vampiro (iguales en el fondo según Ernest Jones) sino otros como el del rejuvenecimiento por el sacrificio de criaturas jóvenes, cuya sangre o grasa se consumía o usaba en baños o unciones que es el del sacamantecas, el de la lepra del emperador Constantino o el de la condesa Báthory. 
Maso di Banco, Constantino es conducido a bañarse en sangre de
inocentes para curarse la lepra
(siglo XIV).
También el del espíritu que se niega a abandonar el mundo y se aferra a su cuerpo exhausto absorbiendo la vitalidad de algún joven, algún pariente recién nacido por ejemplo. 
A mí esta última leyenda me la han contado en Galicia de una persona aún viva, algunos de cuyos familiares la tenían por verdad palmaria.
La época del Modernismo, heredera en esto del Romanticismo, se complacía en explorar la difuminada frontera entre la vida, el amor y la muerte. No son pocos entre nosotros los relatos de entonces que presentan la huella del vampirismo, pero sí los que tratan el tema directamente.
Amado Nervo, en "La novia de Corinto",  relata en prosa una versión del famoso poema narrativo de Goethe (de igual título), tomado a su vez de una anécdota referida en el siglo II por Flegón Traliano, paradoxógrafo autor de un De mirabilibus rebus. Pero Amado Nervo no lo saca ni de Goethe ni de Flegón, sino (según dice él mismo) de un libro del siglo XIX muy popular en su época, The night side of Nature, voluminosa obra acerca  de apariciones, fantasmas, advertencias de los difuntos a los vivos, estados de muerte aparente y otros asuntos semejantes. Fue su autora Catherine Crowe (y no Croide, como se lee en Amado Nervo). En el cuento hay una aparecida, está el tema de la muerta que vuelve al mundo y se prenda de un vivo o tiene relaciones con él, el del intercambio de anillos con un ser sobrenatural... pero no hay relación con vampiros ni pesadas. Las apariciones son nocturnas pero ocurren durante la vigilia. Y el vampirismo, que sí se menciona, solo existe en la superstición del vulgo, que somete al cuerpo de la famosa novia a los rituales de rigor en el caso de los vampiros, por ignorancia.
Joseph Wright, La novia de Corinto.
Rubén Darío, en el breve cuento "Thanatopía", insiste en el motivo del viudo que busca consuelo en una muerta atraída al mundo de los vivos, pero que todavía tiene un pie en la otra orilla. Tampoco se trata precisamente de vampirismo.
Ni menos aún lo encontramos en "Salamandra" de Efrén Rebolledo, que nos presenta a una figura decadentista de mujer fatal, vampiresa al estilo de A fool it was (ver Pesadas y vampiresas), que se complace burlándose de los hombres y abocándolos a la degeneración y la muerte.
No tengo a mano ni he leído "El vampiro", de Alejandro Cuevas, que veo citado en la tesis de López Gonzálvez La metamorfosis del vampiro, de la que he sacado varias noticias y que se puede leer en línea.
Pero que el marido no traiga la curación de la pesadilla, sino la provoque y sea él mismo el incubo o duende que la causa no es un invento de Emilia Pardo Bazán. Se encuentra ya en la tradición.
En el nunca aburrido libro (por más veces que uno lo abra) La légende de la mort chez les Bretons armoricains, de Anatole le Braz, encontramos la leyenda titulada "La rancune du premier mari", "El rencor del primer marido".
Se trata de un picapedrero errante que tiene amores con una viuda y al quedar esta embarazada deciden casarse. Por algún motivo que no se nos cuenta, después de celebrarse el matrimonio civil el religioso debe posponerse. El banquete, en cambio, ya apalabrado, se celebra; el novio acompaña a su mujer hasta su casa y, cosa mal hecha (no habiendo tenido lugar la ceremonia religiosa), se queda a pasar allí la noche. Toman los novios unos últimos tragos antes de acostarse y el cantero medita en voz alta: "¿Qué pensaría tu difunto marido de vernos aquí a los dos?"
Decir esto y aparecérsele el marido muerto, sentado ante él a la mesa frente a un vaso vacío, mirándolo con odio, fue todo uno.
(Aquí irrumpe en la leyenda otro motivo, el del muerto convidado, que es el núcleo del mito donjuanesco).
La novia no da muestras de ver nada y se acuesta a dormir a pierna suelta gracias al mucho vino embaulado durante el banquete. Pero el novio no puede apartar la vista del espectro que no le quita los furiosos ojos de encima. Incapaz de sostener esa situación, se dirige a la sombra preguntándole qué quiere o a qué ha venido.
De un solo salto, el fantasma sube al lecho matrimonial, colocándose a horcajadas sobre el cantero. Lo oprime con todo su peso y con la presión de sus rodillas huesudas, que se le clavan en los costados.
El novio no podía respirar, ni mucho menos gritar ni pedir ayuda de ninguna manera. Estaba inmovilizado y paralizado por la fuerza del espectro y por su propio terror. Cada vez que inspiraba aire, era un dolor el que sentía como si tragase fuego. La situación duró así hasta el alba, cuando se marchó el aparecido.
Cantero bretón en una ilustración
del siglo XIX
Cuando el pobre cantero, a la mañana siguiente, entró en su casa familiar, lo vieron desencajado y sobre todo, con el cuello del color de la muerte.
En la tradición bretona, cuando alguien trae en el cuello el color de la muerte es señal de que pocos días le quedan en este mundo.
Aquí, pues, al revés que en el amable poema de Verdaguer (ver Por estos pagos) la aparición de la pesadilla no procede de la frustración sexual (al contrario). No es tampoco su origen, como en la leyenda de Rosalía, el horror a la deshonra. Pero sí hay, como en el cuento de Pardo Bazán, una transgresión de las costumbres. En "Vampiro" el matrimonio monstruoso recibe su (insuficiente) castigo en forma de cencerrada y amenaza de destierro. En la leyenda bretona no se ejerce la justicia popular, porque ya está el primer marido para tomarse la justicia por su mano. Pero el matrimonio de la viuda sí que era causa merecedora de una encerrada. Lo que ocurre es que el aparecido, al ajustar sus cuentas personales con el cantero, se convierte en agente de la justicia divina. La transgresión era doble: contra las costumbres (matrimonio con la viuda) y contra Dios (matrimonio laico).
Y además, en el ambiente de hostilidad religiosa entre la sociedad rural y el estado que se vivía en la Bretaña del siglo XIX, la aceptación de un matrimonio civil (es decir la aceptación de la autoridad de la República sobre cosas reservadas a Dios) era algo muy duro de tragar.
El marido del cuento de Pardo Bazán y el de la leyenda de Le Braz (el segundo) tienen algo en común: son personajes viajeros, desarraigados, a los que ya no llega la savia de la tradición y por tanto mal vistos por el pueblo. El bretón no ha pasado el mar ni conoce otros continentes, pero siempre viene cargado de noticias y canciones nuevas, presumiendo de que es viajar lo que ensancha la mente.
Se le ocurre a uno que la leyenda bretona, surgida en el seno del pueblo, presenta a los viejos usos y creencias como vengadores y triunfantes; el cuento de Pardo Bazán, en cambio, refleja una triste resignación ante el poder deletéreo del dinero asociado a un uso perverso de la ciencia.

lunes, 2 de marzo de 2015

Por estos pagos: pesadillas, duendes y chupasangres

Lo que ha venido a dar pie a toda esta larga divagación que viene reptando desde hace dos entradas es la lectura casual de un poema de Verdaguer donde hace acto de presencia este espíritu de la consunción del que estaba hablando.
Se titula Lo follet, es decir "el duende". Literalmente, "el loquillo". Sobre este ser de la mitología popular encontramos algunos datos interesantes en el Diccionari català - valencià - balear. En primer lugar, el follet continental es completamente distinto del balear, que es una especie de demonio familiar que se lleva en un zurrón. Este no viene a cuento ahora. El de Cataluña es, según los informantes, un animal parecido a una gallina o a un perro. 
Dato curioso, se dice de él que no está ni sentado ni tumbado ni de pie. Estará tal vez acuclillado, como se representa a veces a la pesadilla, sobre el torso de su víctima...
Algunas de sus barrabasadas coinciden con las de un típico duende doméstico. Pero una que le es característica y que recalca Verdaguer en su poema es la de enredar la cabellera de personas y animales... Igual que los lutins de Francia. Se los combate con agua bendita y con un recipiente lleno de granos, cuanto más pequeños mejor. El duende los esparce y tiene que devolverlos luego uno por uno, tarea que lo desespera y pone en fuga.
Desde el principio del poema insinúa Verdaguer la relación del acoso del duende con la insatisfacción sexual de su víctima:
No grites, tonta. El duende, con su tradicional
aspecto de frailecillo, entre agresivo y tentador.

"En mos catorze anys,
quan m'era donzella,
entre dos llençols
dormia soleta..."
Aparece entonces el bicho malo ("dolenta bèstia") del follet, atacando por las noches, durante el sueño, a la muchacha. Es invisible, pero lo siente rebullir y tirarle de los pelos. Como a cosa diabólica se le pretende ahuyentar con agua bendita, medallas, cruces y bulas. Se recurre al ardid de los granos de mijo. Todo en vano. La madre, harta del inútil y agotador combate, recurre a la terapia matrimonial propugnada, como veíamos, por Burton.  Mano de santo. 
Al final del poema, la hija reconoce que todo había sido una feliz estratagema para apresurar su casamiento.
En el otro extremo de la Península, en Galicia, aparece el gatipedro, gato blanco con un único cuerno negro en la frente, que visita a los niños durante su sueño. El gato se para junto a la cama de los niños y empieza a verter agua por el cuerno, que es como un pitorro. Con esto, el niño sueña que hace pis y se lo hace de verdad, mojando las sábanas. Para conjurar la visita de este impertinente felino basta poner unos granos de sal en  puertas y ventanas. El gatipedro la lame y el sabor lo ahuyenta. Cunqueiro lo menciona en Escola de menciñeiros. Yo creo que se lo inventó él. Ernest Jones, el psicoanalista, se hubiera regocijado de conocer a este ser fantástico, dada la relación que establece ya Freud entre enuresis nocturna y autoerotismo. 
Viñetas de Winsor McCay, Little Nemo
Otro personaje harto más inquietante de la fantasía gallega es la meiga chuchona o bruja chupona. Esta pertenece a la especie humana, aunque su cualidad brujeril le conceda poderes sobrenaturales. Actúa por odio, por venganza o por envidia cuando no por simple maldad y a lo que se dedica es a chupar la sangre de la gente, especialmente de los niños y las jóvenes, hasta matarlas de consunción. Rosalía Castro, en un poema de Cantares gallegos, describe así los síntomas:
"Voume quedando muchiña
como unha rosa que inverna;
voume sin forza quedando,
voume quedando morena
cal unha mouriña moura,
filla de moura ralea.
Martínez Murguía señala que muchas veces se le atribuía en las aldeas a la meiga en cuestión la tuberculosis pulmonar.
Cosa propia de brujas y de vampiros, es capaz de transformarse en un pequeño animal volador, moscardón generalmente, para perpetrar su crimen sin trabas. Si se la consigue matar, a ser posible con una ramita de laurel, luego aparece muerta la bruja que había tomado su forma.
Georg Flegel, Naturaleza muerta con pescados.
La creencia es antiquísima. Claude Lecouteux recoge la anécdota de un espíritu maligno herido en una pata bajo su forma de moscarda y reconocido después en un viandante cojo. La trae paulo Diácono en su Historia de los longobardos, escrita a finales del VIII.
El hecho de que los males de que se culpa a la meiga chuchona se deban a una frustración amorosa es ilustrado por la misma rosalía en el largo poema narrativo "Non hai peor meiga que unha gran pena", primero de la sección "Varia" de Follas novasSu tema, el del amor fatal, íntimamente unido al dolor y la muerte, es frecuente en Rosalía Castro y otros autores gallegos de su época, empezando por su propio marido, Martínez Murguía, en su obra narrativa. 
Este poema forma un díptico; cada una de sus partes se centra en un diálogo. En la primera, una madre habla con su hija, supuestamente hechizada; en la segunda, la misma se dirige al seductor de la muchacha pidiéndole la reparación del daño.
La madre interviene al advertir la desmejora de la joven, cuyos síntomas son anemia, inapetencia, desánimo, ojeras, palidez terrosa, frío en las extremidades (síntomas por otra parte coincidentes con los que la tradición atribuye al mal de amores). Lo que percibe en cambio la afectada son más agüeros que síntomas: el agua queda ensangrentada a su contacto, la hierba se marchita, las plantas espinosas se le enredan en los cabellos y la ropa, la rasguñan como adrede, la grava del camino le hace daño en los pies, el sol la pone pálida. El mundo, en suma, le mueve guerra en todos los frentes.
La madre deduce inmediatamente que ha sido hechizada por envidia de su belleza o en venganza por algo que haya hecho. Otras opiniones en el pueblo atribuyen la dolencia a la meiga chuchona o a la Compaña.
Los remedios de que se vale la madre son: hierbas sagradas que se ponen a la cabecera de la enferma, ofrendas a los santos, peregrinación a la romería de san Pedro Mártir (probablemente la de Belvís, aunque este santo era venerado en varias partes de Galicia y se le tenía por eficaz contra los hechizos).  
Santiago de Compostela, Santa María de Belvís.
Cuando la joven confiesa que la verdadera causa del mal son unos amores imposibles, un desengaño, acaso la pérdida de la honra, irreparable por la desigualdad social de los amantes, la madre acude en demanda de reparación al responsable. Este, con sorprendente rapidez, accede.
Una vez más, la cura del hechizo está en el casamiento.
Por el camino, sin embargo, mientras el joven y la madre galopan a salvar a la embrujada van sucediéndose los malos augurios: pájaros ominosos y tañido funeral de campanas.
Esto es curioso porque viene coincidiendo con una canción tradicional de Normandía, Quand je menais mes chevaux boire, donde también el galán, camino de casa de su amada, oye primero a los pájaros -el cuclillo-, luego las campanas tocando a muerto y finalmente llega demasiado tarde para encontrarla aún con vida.
Indudablemente, el poema da prueba de una gran capacidad por parte de Rosalía Castro de conectar con la tradición folclórica, sin buscar por ello el imitarla.
John Everett Millais, La sonámbula.
Marina Mayoral, profunda conocedora de la poesía de Rosalía, dice en su estudio La poesía de Rosalía de Castro que amor y muerte se entrelazan en él "como en una leyenda bretona". ¿Por qué bretona? Es verdad que en Bretaña se da (o se daba) con especial vivacidad la creencia en las premoniciones de la muerte o avisos de la de personas ausentes y lejanas. Es lo que los bretones llaman "intersignos" y Anatole le Braz les dedica un largo capítulo de su libro La leyenda de la muerte entre los bretones armoricanos.  
En particular, el agüero de que al ir a lavar en el río la hechizada el agua se volviese roja evoca vivamente algunos episodios de la épica medieval irlandesa, donde una lavandera sobrenatural está lavando de antemano las ropas y arneses -los cuerpos y entrañas, a veces- de los guerreros que van a morir en la batalla, sucias ya de la sangre que verterán sus dueños... es la banshee o la Badb, antigua diosa guerrera. Este personaje perdura en el folclore hasta la época contemporánea.

sábado, 28 de febrero de 2015

Pesadas y vampiresas

En la naturaleza, según dicen, nada sale de la nada; y en la literatura irlandesa, pues tampoco.
Hace tiempo me estaba yo ocupando en estas entradas de las novelas de Austin Clarke The Sun Dances at Easter (1952) y  The Bright Temptation (1932).
Veinte años antes de publicarse esta había aparecido la de James Stephens La olla de oro (The Crock of Gold, 1912). James Stephens había nacido en 1880; pertenecía a la misma generación que los más jóvenes dirigentes de la revolución de 1916 como su amigo Thomas MacDonagh (1878-1916) y Pádraig Pearse (1879-1916).
En La olla de oro puede verse el mismo interés por el mundo mítico y legendario de la época precristiana y de las creencias populares, a través de las cuales se atisbaba la esencia espiritual de Irlanda, que se encuentra en autores del renacimiento cultural irlandés como AE, Lady Gregory o Yeats. Una visión de ese antiguo olimpo celta teñida de misticismo esotérico y neopaganismo teosófico. Los dioses, los Tuatha Dé Danann y otros pobladores sobrenaturales de Irlanda son, de acuerdo con ella, la manifestación local de seres, razas y fuerzas universales: los mismos que retratan, a su manera, los textos homéricos o la literatura religiosa de la antigua India.
Espíritu de Irlanda. Óleo de AE.
James Stephens, por cierto, siempre estuvo interesado en la espiritualidad oriental, pero ese interés fue creciendo con el tiempo y se deja notar más en obras más tardías.
Aparte de la fascinación ejercida por esas sabidurías asiáticas en la religiosidad esotérica del siglo XIX (debido en gran parte a la autoridad que emana de la venerable antigüedad que les era atribuida), hay que tener en cuenta que bastantes de los indoeuropeístas que redescubrieron los mitos irlandeses estaban también vivamente interesados en los pueblos arios.
No hace mucho me refería a Maud Joynt, editora del relato sobre Guaire y los poetas gorrones, que, nacida en la India, antes conoció el sánscrito que el gaélico. Maud Joynt es un personaje representativo de esta actitud de síntesis. Se buscaban todas las posibles coincidencias entre las tradiciones conservadas en los extremos del mundo indoeuropeo, en pos de una aspiración romántica: la de reconstruir en lo posible una sabiduría mucho más antigua, y por lo tanto más pura, genuina y valiosa que la de las civilizaciones centrales, mediterráneas (amalgamadas en la cultura judeocristiana).
Aquellos escritores del renacimiento cultural irlandés (un movimiento, por cierto, que surge sobre todo entre autores de procedencia y tradición cultural no gaélica) tampoco habían creado su mundo folclórico-mitológico a toque de varita mágica, que lo habían aprendido en las páginas de precursores como Samuel Ferguson y Standish O'Grady y de su boca. De manera que cuando asoma a los puntos de la pluma de Clarke ya va acarreando una rica tradición.
Las dos novelas citadas de Clarke son relatos de viaje al término del cual, como en la Demanda artúrica, está el hallazgo de la sabiduría. Sabiduría que se identifica con el amor y la sexualidad.
Camino  también el de los personajes de La olla de oro en busca del conocimiento, simbolizado por el tesoro enterrado de los leprechaunsErnest Jones, psicoanalista galés al que volveré a referirme en seguida, insiste en el carácter universal de la metáfora que asocia oro y sabiduría.
También coinciden Stephens y Clarke en la importancia que conceden entre los demás dioses a Oéngus Mac Óg, que aparece en ambos como un Apolo céltico rico de muchos matices pánicos: de un Pan que no deja de aparecer en la novela, más parecido al del simbolismo y la Légende des siècles de Victor Hugo que al de la Antigüedad clásica. 
Burne-Jones (padre), El jardín de Pan.

Tan llamativa en uno como en otro de los novelistas es esa impresión de hormigueo y efervescencia de una naturaleza superpoblada, auténtico hervidero de dioses, duendes, hadas y otras razas por el estilo. Ambos autores comparten ese sentimiento lírico y panteísta en consonancia, supongo que intencionada, con la poesía naturalista de la Irlanda medieval.
¿Qué fue, entonces, lo que hizo tan intolerable para la censura irlandesa la narrativa de Clarke (cosa que no ocurrió con la de Stephens)? Se me ocurre que la irrupción de lo legendario cristiano y su equiparación funcional con la fantasía precristiana y mitológica.
Sea de esto lo que sea, en esa población fantástica que escarabajea y rebulle por cada palmo de Irlanda llama la atención la casi total ausencia de criaturas tan frecuentes en casi toda Europa (y más allá de ella) como las pesadillas y los vampiros.
En Irlanda debió de existir esa tradición, ya que la pesadilla se dice tromluí, algo así como "pesado de yacer".
William Butler Yeats asegura que el pariente irlandés, no muy cercano, de la familia de las pesadillas es el púca. No deja de ser significativo, sin embargo, que estas criaturas lleven un nombre no irlandés, sino germánico, que es el del famoso duende Puck de Shakespeare.
Oberon, Titania, Puck y hadas, por William  Blake.

El púca tiene muchos y grandes parecidos con la pesadilla y los duendes llamados lutins en Francia. Se trata de su relación con el agua y con los caballos. El púca puede adoptar figura equina o humanoide. Su fechoría más frecuente es inducir a los incautos a cabalgar a lomos suyos, para luego emprender una vertiginosa carrera y acabar hundiéndose en cualquier río o lago donde se ahogan.
Sin embargo, carecen de las obvias connotaciones sexuales de las pesadillas y tampoco se relacionan directamente con el sueño, como ellas, ni, hasta donde yo sé, con el vampirismo.
Estos son elementos fundamentales para la definición de la pesadilla, según Ernest Jones. 
Este recoge opiniones de médicos que asocian la pesadilla (enfermedad eminentemente femenina) con la salud sexual, al menos desde el siglo XVII. Burton, por ejemplo, le daba por terapia el matrimonio. Y así entraría en la categoría de males como la histeria o la opilación.
No era una idea universal, ni siquiera mayoritaria. Entre los que le suponían un origen interno, rechazando la intervención de seres sobrenaturales, eran más los que se inclinaban por darle como causa trastornos respiratorios o digestivos. Así, el padre Fuentelapeña en El ente dilucidado, de 1676. Fuentelapeña creía que los duendes eran animales corpóreos invisibles, pero no que fuesen los causantes de las pesadillas, parálisis ni opresión durante el sueño y menos que apareciesen en forma de diablos, hombres negros ni animales monstruosos o no.
Ernest Jones defiende con argumentos sólidos la estrecha relación que se establece en la imaginación de muchos pueblos europeos entre la "mara", "alp" o como se denomine al espíritu maléfico de la pesadilla y los vampiros y hombres lobo. Por vía de estos, la mara queda emparentada con el perro infernal, del que he hablado en alguna ocasión (ver Los demonios perrunos), ser tan antiguo e importante mitológicamente que es el trifauce Cerbero. El perro era el animal que se sacrificaba a la diosa infernal Hécate; Apolo no le hacía ascos, y Bernard Sergent estudia esta coincidencia con Lug, muy relacionado con los perros. Tanto que es padre (entre otros) del más famoso perro de la épica irlandesa, Cú Chulainn. Tampoco Drácula, no lo perdamos de vista, desdeñaba revestir la forma de perro negro.
El vampiro griego y balcánico lleva el nombre de "brucolaco" o "brucolaque", que tuvo cierto uso por acá antes de imponerse el término actual, y en el que se reconoce, deformada, la raíz eslava de "lobo", que se dice volk en esloveno, vuk en serbio, vulk en búlgaro (donde se llama vulkolak al hombre lobo).
El hombre lobo remite a su vez al Cazador Nocturno y su jauría, y el cortejo de este a las mascaradas carnavalescas y otras fiestas parecidas, como las lupercalia romanas, de las que nuestros carnavales son herederos en muchos aspectos.
Andrea Camassei, Las lupercalia.
Mira por donde, se dice Ernest Jones, las lupercalia se celebraban en honor de Fauno, que "medio hombre medio fiera" (como decía Góngora) era un dios sexualmente pujante y agresivo, el cual tenía por pasatiempo, con sus faunos, meter algún susto a las ninfas, que se iban a refugiar a las fuentes, cuya agua limpia 
"les cache au creux de ta source
fuyantes le satyreau 
qui les pourchasse à la course" 
("las esconde en el seno de su manantial cuando huyen del satirillo que les da caza a la carrera") como evoca Ronsard.
Stuck, Ninfa y faunos.
Fauno Luperco, dios de las lupercales, era un dios lobo, identificado con la loba romana que crió a Rómulo y Remo y al que se le sacrificaban cabras y perros.
Fauno se confundía con otro dios, Februo, numen febril y no menos relacionado con las lupercalia, al que se debe el nombre del mes en el que aún estamos.
El mundo se purifica, pues eso dicen las fuentes que significa februare -y februa los instrumentos rituales que se usan en en la purificación-, pero se libra de los viejos males como el enfermo de calentura: agitándose y sudando y casi bailando la tarantela. Se acrisola a zurriagazos y en el desmadre y la transgresión.
El lobo excita la imaginación lúbrica: ahí están el lobo feroz de Caperucita, el licántropo o monstruo -la Bestia- del Gévaudan y mil ejemplos. La loba, más. Loba ya era sinónimo de "prostituta" en latín y según Ernout y Meillet está atestiguada la palabra en esta acepción antes que en la de "hembra del lobo". Mesalina, en sus correrías por los lupanares (o "loberíos") de Roma adoptaba el nombre de guerra de Licisca, que es "loba" o "perra loba" en griego. La sabiduría popular le atribuye a la loba, por lo demás, un gusto deplorable, puesto que, como ya apunta el Arcipreste de Hita, elige al lobo más astroso que encuentra. Según Sebastián de Horozco en el Teatro universal de proverbios esta particularidad la comparte el género humano: 
"La mujer
es loba en el escoger".
Si el hombre lobo es en el fondo (como dice Ernest Jones) muy parecido al vampiro, la mujer loba es la vampiresa.
Parece que en inglés el término vamp, para referirse a la mujer que estruja y exprime al hombre hasta la extenuación física, moral y económica, data de los años diez del siglo pasado. El origen directo está en el cuadro de Burne-Jones hijo El vampiro (perdido hoy), de 1897, donde una joven de aspecto ojeroso y enfermizo pero triunfal acaba de saciar su hambre vampírica en la víctima que yace inconsciente a su lado, un joven imberbe y descamisado con pinta de artista bohemio.
Burne-Jones, The Vampire.

Se dijo que la vampiresa del cuadro era retrato de una famosa actriz de la época, Pat Campbell, que despertó grandes pasiones.
Aquí se da una relación paradójica, puesto que el demonio femenino o súcubo está dominando al varón infeliz y haciendo de íncubo sentada encima de él (o casi).
Claro que este tipo femenino es mucho más antiguo, como puede verse en el libro de mario Praz La carne, la morte e il diavolo. En Los misterios de París, de Sue, que es de principios de los años cuarenta (del XIX), ya aparece explícitamente designada como vampira la criolla Cécily. 
Cécily. Ilustración del siglo XIX.

Esta laberíntica novela (tan laberíntica como la propia ciudad en la que se desarrolla su acción) tiene también su propia Loba, pero que lo es más por la ferocidad que por la lujuria. 
Y cómo no traer aquí  a colación a la vampiresa de Baudelaire (Les métamorphoses du vampire), que ahoga al hombre entre sus temidos brazos o que le sorbe el tuétano de los huesos, mujer multiforme que puede mostrarse ya como la pudorosa que devuelve al anciano la risa infantil, ya como la lujuriosa que se retuerce a manera de de serpiente entre brasas, amasándose los pechos realzados por las ballenas del corsé y ofreciéndolos a la mordedura de su amante.
La muerte y el corsé.

Más o menos por la misma época, en 1863, Léon Valade (el poeta que se sienta a la derecha de Rimbaud, según mira el espectador, en el célebre cuadro Coin de table de Fantin-Latour) y Albert Mérat publicaron el libro Avril, Mai, Juin. En uno de sus sonetos se dibuja una escena mundana: del brazo de un caballero rubio, entra en un baile una mujer negra alta y grande, imponente. Su paso despierta gestos y comentarios de burla entre algunos de los asistentes, a los que ella contesta con unas miradas cargadas de fuego. ¿Quién sabe -se pregunta el poeta- qué filtros y hechicíaers conoce la negra, ni si tiene el poder de chupar las fuerzas del que caiga en sus brazos hasta dejarlo aniquilado?
En todo caso, el cuadro de Burne-Jones inspiró un poema -también titulado The Vampire-  de su primo Rudyard Kipling: una y otra obra se ilustraban mutuamente. El poema alcanzó gran popularidad, tanto que en 1907 un autor teatral americano, Porter Emerson Brown, desarrolló su asunto en una obra que llevaba por título su primer verso: A Fool there was
El drama fue llevado al cine en 1915, con la actriz Theda Bara haciendo de vampiresa (puede verse en línea en archive.org ) y, al cabo de siete años, se estrenó una nueva versión protagonizada por Estelle Taylor. 
Vampiresa y víctima: Theda Bara en A Fool there Was.
El vampirismo ha llegado a perder todo asomo de literalidad convirtiéndose en puro símbolo de la codicia y afán de dominio y en jeroglífico de todo cuanto la mujer tiene de aterrador (aunque Lacan diría que lo que la mujer tiene de aterrador es lo que no tiene y sí es). Pero el caso es que de un modo u otro los ancestrales arquetipos continúan funcionando latentes en la imaginación individual y colectiva.
Sucede que el buen sentido popular intuye a veces, como hará Ernest Jones en forma más científica, que esos monstruos de pesadilla no son más que la proyección de unos deseos o de unas frustraciones eróticas.

martes, 24 de febrero de 2015

Enredos, caballos y pesadillas

Hace algo más de un año (ver Refrigerio para sombras), a propósito de los Reyes Magos, me acordaba yo de la diosa germana Holda, culpable de los nudajos que se producen en el cabello, y de cómo Mercucio, en Romeo y Julieta de Shakespeare, atribuye al hada Mab y su séquito enredador y bromista la misma jugarreta. 
Mab, por Füssli.
Mab es, como es sabido, la Medb de las antiguas leyendas irlandesas, reina de Connacht y máxima enemiga del Ulster en la Táin bó Cuailngé.
La creencia en el origen sobrenatural de esos enredos se manifiesta en el nombre que se les da en inglés, elflocks, o sea "nudos de los elfos". El alemán echa la culpa de ellos a otros seres más o menos maléficos, como la Mare, responsable de las pesadillas.
En España, nuestra pesadilla era originalmente un ser mítico, como se ve con toda claridad en el tratado mágico de Virgilio Cordobés, escrito, según dice el texto, en 1290 en árabe y vertido después al latín. Aunque esta obra se presenta como traducción, menciona a la pesadilla por el nombre romance de Pesada. De manera que a lo que se refiere es a una tradición hispánica. 
Mucho después, en el siglo XVI, Jean Bodin (en el Coloquium Heptaplomeres) cuenta que la monja visionaria cordobesa Magdalena de la Cruz, que tuvo fama de santa y acabó severamente condenada por la Inquisición a pesar de su ancianidad, había cohabitado durante treinta años con el demonio llamado Efialte. Efialte no es ni más ni menos que "pesadilla" en griego, y significa "el que salta encima, el que aplasta". También se refiere el mismo humanista a un monje suizo que fue quemado por tener amores con Hyfialte, que no dice si era diablo o diablesa. Jerónimo Gracián, el gran mísitico carmelita, se preciaba de su experiencia e intuición en el examen de conciencia de monjas visionarias y lunáticas. Escribió un libro, que no he visto, sobre el Efialtes, dice él, al que tituló Higuera loca. Higuera loca es la datura, planta utilizada tradicionalmente, como es sabido, por sus efectos estupefacientes y tóxicos.
La pesadilla no era pues, o no solo era el sueño terrorífico, angustioso: era también la criatura que lo provocaba sentándose encima de su víctima durmiente, como en el famosísimo cuadro de Fuseli o pisoteándola como indica la etimología del francés cauchemar, "pesadilla". Lo mismo que asegura la Philosophia, el libro del Virgilio Cordobés.
Léon Valade, poeta simbolista, evoca en un poema titulado Soir d'Automne un paisaje nocturno que instila una sensación de desazón y angustia y cuya aparente calma es "l'immobilité morne / d'un homme dont l'effroi veille, les yeux fermés". El poeta se siente identificado con ese callado horror de la naturaleza, pues también él sufría, aquella noche, el peso de la dura pesadilla, semejante a la agonía, sobre su flanco atormentado".
En diversas regiones de Francia son los duendes llamados lutins los enredadores de cabelleras humanas, pero sobre todo de crines equinas. 
Füssli, La pesadilla abandona el lecho de dos doncellas.
Lutin parece que viene del nombre del dios romano Neptuno y efectivamente, como él, se relacionan estrechamente con el agua y con los caballos. También tienen la fama de ser criaturas muy lujuriosas. Las pesadillas, sus causantes y los deseos sexuales suelen andar siempre juntos. Dice Shakespeare que Mab y su séquito son las que enseñan a las doncellas, durante el sueño, cómo habérselas con un hombre.
La pesadilla se retira triunfante. Detalle de un dibujo del mismo autor y
asunto que el cuadro anterior.
En esto insiste mucho Ernest Jones. Para él, el origen de la pesadilla (y de todos los sueños de angustia) está en los deseos sexuales de la infancia -especialmente los incestuosos-, imposibles de desarraigar del inconsciente y frente a los que el yo alza el escudo del horror. En esto no hace más que insistir en lo que había dicho Freud y desarrollarlo.
Para Ernest Jones, el origen de los horrores oníricos no está en los mitos, sino al revés. En su opinión, son los sueños el hilo de que se tejen aquellos.

viernes, 6 de febrero de 2015

Claridades primaverales

En mi última entrada hablaba de Otilia, la santa alsaciana que se sacó los ojos para regalárselos a un bárbaro admirador de su belleza y dispuesto a gozarla por las buenas o por las malas: obsequio que consiguió el efecto deseado de espantar para siempre al galán.
Sacrificio y restitución milagrosa de la vista y sus órganos se encuentran, claro, en la leyenda más conocida, pero mucho más tardíamente atestiguada, de la siciliana Santa Lucía.
Tampoco falta en tierras celtas (y recordemos que santa Otilia tenía abundantes y estrechas relaciones con religiosos y religiosas venidos de Irlanda y Gran Bretaña).
Benvenuto Tisi. Santa Lucía.
El poeta galés Iorwerth Fynglwyd escribe a principios del siglo XVI un poema en honor de santa Ffraid en el que cuenta cómo a la joven santa, al comunicársele que le habían buscado marido (cuando ella pensaba consagrarse a la vida religiosa) se le saltó un ojo espontáneamente de su cuenca, con lo que evitó el matrimonio. Más tarde lo recobró. Otras versiones de la leyenda dicen que el ojo se  lo sacó de un guantazo su hermano al ver la resistencia de la santa a someterse a los planes de casamiento que había trazado para ella su padre.
Ya hemos visto varias veces que el ser tuerto es, muchas veces, señal de santidad.
Ahora bien: santa Ffraid no es otra sino santa Brígida de Kildare, llamada con aquel nombre en Gales como se la llamaba Berc'het (y otras variantes) en Bretaña. Y viene bien, porque su festividad se ha estado celebrando estos días en Irlanda. La fiesta de Santa Brígida, que corresponde a la precristiana de Imbolc, duraba tres días seguidos, del 1º al 3 de Febrero, y en el calendario irlandés marca el inicio de la primavera.
Santa Brígida, como corresponde a la fecha, es una santa muy relacionada con el fuego, el sol y la luz. A manera de antiguas vestales, las monjas del monasterio fundado por ella mantenían un fuego perpetuo. Y de ella dicen que en vez de cuerda usaba los rayos del sol para tender la ropa. Lóchrann geal na Laighneach, "antorcha luciente de los de Leinster", la llama un conocidísimo himno irlandés.
Ahora no es cuestión de entrar en la vida de esta santa, de que hay numerosas versiones medievales, unas de ellas en latín y otras en irlandés, alguna muy temprana. El cuento sería muy largo y nos llevaría muy lejos.
Resulta, pues, que de los tres días consagrados a la celebración de Santa Brígida el primero le corresponde propiamente a ella; el segundo, día dos, es la Candelaria (Lá fhéile Muire na gCoinneal), fiesta tan luminosa como su nombre y en que se bendicen las velas. Esta ceremonia litúrgica se remonta a la alta Edad Media, pero la festividad (ya se celebre la purificación de la Virgen, ya la presentación de Jesús en el templo) es más antigua aún.
Y el día tres de febrero corresponde a la festividad de santa Caolainn, que significa algo así como "delgadita". Su padre se llamaba Caol, "delgado", y posiblemente fuese hermano suyo otro santo, Caolchú -Delgado Perro- hijo de Caol. Parece ser que pertenecían al pueblo de los Ciarraige, que dio nombre al actual Kerry, pero no a esa rama meridional, sino a otra que se asentó en Connacht, en el el actual Ros Comáin (Roscommon).
Lo curioso es que la leyenda cuenta de ella el mismo milagro de los ojos que se atribuye a santa Otilia y santa Lucía. Y, según dice Pádraig Ó Riain en su Dictionary of Irish Saints, s.v. Caolainn, también a santa Brígida.
La conexión etimológica entre el irlandés súil "ojo" y la raíz indoeuropea que designa al sol es hoy discutida. Pero en todo caso es indudable la conexión semántica y metafórica. Y cósmica. Ya pueden venir temporales, que vienen (como atestigua el refranero irlandés): estamos en días que invitan a la celebración de la luz.
Hans Memling. San Blas.
Nosotros también tenemos el día tres a nuestro propio santo luminoso: san Blas, al que, sobre todo en el centro de Europa, se representa con dos velas cruzadas: velas benditas con que se curan las afecciones de la garganta.
Ser san Blas santo introductor de la primavera bien lo enseña el famoso refrán de "por san Blas la cigüeña verás". Y el carácter inaugural de esta temporada lo muestra a las claras esa relación con la cigüeña. ¿Qué otro animal tiene más que ver con el nacimiento? La cigüeña ¿no es ave de Juno, la diosa que manda en los partos? La cigüeña, pues, viene trayendo esa criatura, el año nuevo, que se inicia en el antruejo -introitum- (en irlandés inid, del latín initium).
El Breviario de Aberdeen (Breviarium Aberdonense), que puede leerse en línea en Internet archive -libro tan útil como antipático de consultar para quien, como uno, no esté acostumbrado a la escritura gótica y sus abreviaturas ni familiarizado con la liturgia católica- menciona además a santa Triduana y santa Monena.
Ambas fueron princesas de Irlanda, ambas pasaron a Escocia y fueron requeridas de amores por sendos príncipes. El de Triduana se llamaba Nechtán (Nechtanevo según el Breviario de Aberdeen), que es propiamente el nombre del Neptuno celta, dios, como descubre Dumézil, más que del mar y de las aguas del fuego que está encerrado en ellas. Este Nechtán enamorado de Triduana fue luego rey y más tarde, desengañado, abrazó la vida religiosa y alcanzó la santidad.
Pero de joven, tenaz admirador de la bella Triduana, la persiguió hasta Escocia. Y como se le ocurrió declarar que lo que le había enamorado de ella eran sus preciosos ojos, ella se los regaló pinchados en un palo a modo de brocheta.
Alguna versión de la leyenda dice que la princesa en su huida trepó a un espino, y que una de sus púas fue le sirvió para espetar los ojos que tan gran pasión habían despertado.
El espino, con su flor tan blanca, es emblema de pureza y virginidad. Pero es también una planta cargada de simbolismo solar. Se cree que protege contra el rayo, como el laurel apolíneo (Sébillot recoge la creencia en varios puntos de Francia). Se dice que la corona de espinas de Cristo (otro símbolo solar: la rueda radiante) se hizo de él o que la Virgen María se sentó a su sombra. En irlandés, uno de los nombres de la planta es bláth bán na Bealtaine, "flor blanca del primero de mayo". Bealtaine era una de las cuatro fiestas principales de los antiguos irlandeses, correspondiente a tantas otras por toda Europa, como las nuestras de los mayos, de las Cruces o de Santiago el Verde, tan popular en Madrid en otros tiempos.
John Collier. Queen Guinevere's maying. Aparece aquí
la reina como maya, con sus ramas florecidas de espino.
En Irlanda solían encenderse pares de hogueras por entre las cuales se hacía pasar al ganado para preservarlo de mal. Hoy día, para expresar indecisión, se dice en irlandés "estoy entre dos hogueras de Bealtaine". Y, como en Francia, Inglaterra y otras partes de Europa, se cortaban ramas floridas de espino con que se engalanaban las personas y las casas.
Más problemática es Monena, en quien parece que se mezclan leyendas de varias santas, como varios son sus nombres: Modwenna, Medina, Medana, Monina y Darerca entre otros. Existen bastantes versiones medievales de su vida, en latín, irlandés y hasta una en verso francés. Dos de ellas se recogen en las Acta Sanctorum. Se la menciona también en la Orkneyinga Saga como Trollhaena: allí devuelve la vista a un obispo ciego.
Como por casualidad, de ella se dice que fue discípula y muy amiga de santa Brígida. De su vida y milagros, algunos muy pintorescos, tal vez hable otro día porque merece la pena.
Tras el episodio de los ojos arrancados, recobró la vista gracias a una fuente milagrosa. El manantial de santa Modwenna fue un centro de peregrinación importante en Escocia. Aunque su santuario sufrió las iras de los anticatólicos durante las luchas religiosas del siglo XVI, todavía en tiempos recientes, y acaso aun hoy día, acudían enfermos de la vista por hallar remedio en sus aguas.
A las fiestas luminosas y solares de estos días hay que sumar santa Águeda el 5 de febrero. Igual que santa Brígida trae la primavera en Irlanda, santa Águeda lo hace en otras partes, como atestigua el refrán del Ariège:
"Per santo Gato,
semeno la pourato
tire l'aigo del prat,
que l'hiber es passat".

"Por santa Águeda
siembra el puerro, 
saca el agua del prado
que el invierno es pasado".

El día de santa Águeda, como el de santa Caolainn en Irlanda, está prohibido trabajar: en especial los trabajos domésticos están vedados, porque es día grande de las mujeres. Las mujeres mandan en santa Águeda en varias partes; en Irlanda eso sucede un mes antes, por Reyes, que allí llaman la Navidad de las Mujeres (Nollaig na mBan). Fiestas de transgresión, del mundo-al-revés y preludio de la gran subversión carnavalesca.
Por una coincidencia, en zonas occitanoparlantes "santa Águeda" suena como "santa Gata" (Santo Gato) y se cree que santa Águeda, a la cabeza de un cortejo de mujeres, en forma de gata, se cuela por las cerraduras y verifica si se ha trabajado ese día, si se ha hilado bastante durante el año, si la casa está arreglada y cosas semejantes, recompensando a las mujeres hacendosas y castigando a las descuidadas y holgazanas.
Correrías gatunas de santa Águeda. Grabado del
siglo XIX.
Cualquiera que lea el libro de Ernest Jones sobre la pesadilla se dará cuenta de que muchas de estas acciones atribuidas a santa Águeda lo son en otras partes a las brujas o a las maléficas criaturas nocturnas culpables de las pesadillas.
Santa Águeda, santa ígnea, protege de los volcanes (era siciliana) y de los incendios y es patrona de los horneros y panaderos, gentes que trabajan con fuego. Forma pareja inseparable con su compatriota santa Lucía, otra santa de la luz. Lo más llamativo iconográficamente de ella son los pechos que presenta en un plato, como santa Lucía los ojos. Arrancados y renacidos. Unos y otros son simbólicamente equivalentes, como representaciones solares: del sol que diariamente muere y resucita. Ojos, luz, pechos y leche. 
Santa Águeda.
¿No decimos en castellano un rayo de leche al chorro que arroja el pezón? 
Del cardo mariano, planta eminentemente solar, se dice que su virtud procede de haberse sentado la Virgen junto a ella para dar la teta al niño Jesús y algunas gotas de leche le cayeron encima. Por eso al partirlo su tallo mana una especie de savia lechosa. Imbolc, la fiesta que heredó santa Brígida, no solo inaugura la primavera: está estrechamente unida a la lactancia y ordeño de las ovejas. Santa Matilde de Magdeburgo, que como san Bernardo probó la leche de María, cuenta que era en la boca una luz líquida y dulce. La leche es sangre purificada según la fisiología antigua y medieval. En varias pasiones de vírgenes se lee que al decapitarlas en vez de sangrar vertían leche, símbolo de su pureza. Siendo sangre, la leche es vino ("el vino es la leche del viejo", decía el refrán castellano citado por Gracián en El criticón); y siendo vino es fuego y luz: sol.


martes, 9 de diciembre de 2014

La Lucía del Norte

Narra un antiguo relato alsaciano -tan antiguo que según los eruditos se remonta al siglo X- que en tiempos del emperador Childerico fue duque de Alsacia el ilustre Adalrico, también llamado Ático o Ético, hijo del mayordomo de palacio Liuterico, oriundo de las Galias.
Hay aquí inexactitud histórica: Childerico II, rey merovingio al que se refiere el cuento, nunca fue emperador. Fue hijo de santa Batilde y rey de Austrasia. Cuando los de Neustria se quitaron de encima al rey Teodorico (títere del tiránico mayordomo Ebroíno), le ofrecieron el trono a este Childerico, que era su hermano y reinó sobre  todos los francos; por poco tiempo, ya que en seguida dio muestras de ser tan caprichoso y déspota como su antecesor, de manera que un día que estaba de caza varios nobles agraviados le tendieron una emboscada y lo mataron junto a su mujer Bilichilde, que estaba embarazada. Pero de imperio nada.
Además, el mayordomo de Childerico se llamaba Wulfoaldo y de aquel Liuterico nada recuerda la Historia fuera del relato que iba diciendo.
Pues bien: Adalrico, hijo de Liuterico, dice el cuento que era hombre lleno de devoción y que había mandado a sus cazadores recorrer sus dominios en busca de un lugar adecuado para la fundación de un gran monasterio. Lo hallaron en una montaña en cuya cima, fortificada, se encontraba una ciudad abandonada, edificada en tiempos de los paganos por el rey Marceliano.
Gustavo Doré. Monte de santa Otilia y
muro pagano
.

Tampoco hay noticia de quién fuese este rey, pero los arqueólogos han descubierto en el monte restos de ocupación desde tiempos muy remotos hasta la época merovingia. En cambio, del famoso "muro de los paganos" que lo rodea se discute la antigüedad. Podría ser contemporáneo de la fundación del monasterio.
Adalrico estaba casado con la noble Persinda o Bereswintha. Unas crónicas dicen de ella que era tía del gran Leodegario (hermana de su madre santa Sigrada), otras que su sobrina, hija de una hermana suya y del conde Garín de Poitiers. 
En otras partes se lee que es este conde, san Garín de Poitiers, mártir, el que era hermano de san Leodegario y estaba casado con Gunza de Tréveris. Pero Gunza de Tréveris aparece en fuentes distintas como hija de santa Sigrada, hermana de san Leodegario y mujer de san Liutvino. Todo esto es confuso.
Prosigue la leyenda contando que Persinda y Adalrico tuvieron una hija que nació ciega. 
-Hay que borrar esta deshonra -dijo el marido.
-Esto no es deshonra ninguna, sino una desgracia.
-En mi familia no ha habido nunca ciegos y esto es castigo de Dios por algún pecado que habré cometido sin darme cuenta o del que no me acuerdo. 
-Eso es un disparate. ¿Tú no sabes eso que sale en el Evangelio del ciego que no había pecado ni sus parientes tampoco, sino que había nacido así para que se manifestase el poder de Dios en él con su curación?
-No importa. Yo no puedo soportar el bochorno de que esa niña esté viva. Es necesario que la maten o al menos que la encierren donde nadie la vea ni se sepa de ella.
-Bueno, del mal el menos -dijo Persinda-: haremos eso.
Y se le ocurrió recurrir a una antigua criada de casa: una mujer que siempre la había servido con gran fidelidad pero a la que habían tenido que echar por alguna fechoría que había cometido. Luego había encontrado marido y vivía tranquilamente con su familia
Las dos mujeres, viejas amigas, se alegraron muchísimo de volverse a ver. Dijo la sirvienta:
-No te desesperes. Las cosas de la vista a veces se curan. Yo tengo un hijo pequeño y donde come uno comen dos. Trae que la críe a mis pechos y con toda tranquilidad, que no me voy de la lengua.
-Pues no sabes el favor que me haces.
Y como intuía que la niña era una santa, le reservó para ella solita el pecho derecho, y lo llevaba reverentemente envuelto en una tela de lino limpísima.
Al cabo de un año, sin embargo, los vecinos empezaron con chismes y cotilleos y las amigas decidieron cortar aquella situación peligrosa:
-Mira: yo tengo una amiga que vive cerca del monasterio de la Balma. ¿Por qué no os vais ahí con los niños y yo me encargaré de que no os falte de nada?
-Bueno.
Así se hizo.
San Erhard en un manuscrito del siglo XI. Agrándese
para ver la estampa pedagógica en el cuadrado
inferior izquierdo.
Lejos de allí, en Ratisbona, estaba de obispo san Erhard o Eberardo. De tres vidas latinas que recogen de san Erhard las Acta sanctorum dos lo hacen irlandés; la tercera godo. Escribiendo, no es muy difícil la confusión entre "Scottus" y "Gothus". Gougaud, especialista en los santos medievales en el continente europeo en la Edad Media, no lo menciona sin embargo en sus obras. Y es que lo que afirman las fuentes es enrevesado y chocaba ya a los bolandistas: que era de familia irlandesa, de la gentilitas de los nervios y de la ciudad de Narbona. Que hubiese irlandeses viviendo en las Galias no es muy de extrañar. Pero los nervios eran una nación belga que ocupaba parte del Brabante y Henao actuales; lo que queda muy lejos de Narbona.  
A Erhard se le apareció un ángel, que le dijo:
-Hay cierto monasterio que se llama la Balma. Ve a él: encontrarás una niña ciega de nacimiento que se cría allí. Está sin bautizar aún. Bautízala tú con el nombre de Otilia y verás cómo cobra la vista.
Erhard obedeció y todo sucedió como había dicho el ángel. 
Bautismo de santa Otilia. Relieve en su sepulcro en Mont-Sainte-Odile.
La recién bautizada, además, tenía unos ojos precioso, tan bonitos como pocas veces se ven.
Lleno de júbilo, el obispo recomendó a las monjas que velasen con el mayor cuidado por aquella niña, que era persona muy especial, y besándola se despidió así:
-Ojalá nos veamos en el Cielo.
-Lo que más me dolía de estar ciega -dijo la niña después- era no poder aprender a leer y estudiar las Escrituras. Ahora hay que recuperar el tiempo perdido.
Tal vez por eso se represente habitualmente a santa Otilia con un libro en la mano, y él dos ojos.
Santa Otilia, Lucas Cranach.
Otilia, decidida a perseverar en la vida religiosa, se pasaba los días en oración, estudio, devociones y obras de caridad. Sin embargo, algunas otras monjas envidiosas procuraban hacerle la vida imposible. Ella no les hacía caso, teniendo la vista puesta exclusivamente en las cosas divinas.
Erhard envió mensajeros al duque Adalrico para informarle de todo lo ocurrido; pero fue en vano: ya se lo habían contado los ángeles. Eso no le hizo cambiar de actitud.
Otilia escribió una carta a un hermano que tenía y se la mandó mediante un peregrino, envuelta en una bola de púrpura. El joven la leyó y rogó a su padre que aceptase de nuevo a Otilia en la familia, pero como el duque no quería dar su brazo a torcer, organizó él en secreto el regreso de su hermana. Y estando un día la familia ducal reunida en su palacio, en lo más alto de la ciudad, vieron una muchedumbre arremolinada en torno a un carro que avanzaba penosamente. 
Era lo habitual que los carros fuesen tirados por bueyes y generalmente no viajaban en ellos más que las personas más débiles. El carro podía ser interpretado también como un signo de lujo o poder. 
El carro, signo de poder. Rey merovingio, ilustración del siglo XIX.
Aquella especie de manifestación popular tenía que irritar e inquietar al duque, y cuando su hijo le explicó de qué se trataba, estalló:
-¿Y cómo has sido tan tonto y tan irresponsable para organizar esto?
-Porque si se hubiera sabido que la teníamos reducida a tanta pobreza y como prisionera, hubiera sido una gran vergüenza para la casa. Ahora comprendo que he hecho mal en no haberte avisado.
-¡Pedazo de imbécil! -exclamó el duque, y en un impulso de ira le sacudió con el bastón que llevaba en la mano, con tan mala fortuna que lo derribó al suelo muerto.
Allí fueron los gritos, el mesarse los cabellos y todos los extremos de desesperación, ya inútiles. 
Adalrico se retiró a partir de entonces a hacer áspera penitencia. Algo compadecido de su hija, le puso una monja, que era por cierto britana, para que la sirviese.
Murió la buena amiga y ama de cría de Otilia, que con todo afecto se ocupó de su entierro. Y sucedió que al exhumarse el cadáver ochenta años después para enterrar a otro difunto, se lo encontró todo reducido a polvo, menos aquel pecho de donde había mamado la santa, que estaba como recién cortado de un cuerpo vivo.
Se dice también que un día entró en el convento de Otilia un rey inglés, que quedó prendado de la belleza de sus ojos. 
Es curioso que Otilia una y otra vez se encuentra en relación con personajes de las Islas Británicas: irlandés, inglés, britana... más adelante señala su Vida que se complacía en la conversación de las peregrinas que venían de aquellas partes, ya fuesen britanas o irlandesas.
Tan furioso era el deseo del rey enamorado que escribió al monasterio amenazando arrasarlo si no le entregaban a una monja que él quería. Otilia comprendió que era ella y lo que le había seducido, se sacó los ojos y se los mandó:
-Toma lo que querías y deja al convento en paz.
El rey quedó lleno de confusión y se marchó sin esperar a más.
Poco después, se le apareció un ángel a la muchacha nuevamente ciega mientras estaba rezando y le devolvió ojos y vista.
-Te has vuelto a quedar sin los ojos que te había dado Cristo -le dijo- y eran las arras de tu matrimonio. Toma estos nuevos para ver mientras no lo ves a Él eternamente, como Lo verás.
Cualquiera pensará que al autor medieval de la leyenda le pareció bien atribuir a esta santa relacionada con la vista y abogada para sus enfermedades (por motivo de su ceguera de nacimiento y milagrosa curación) un episodio bien popular de la leyenda de santa Lucía, cuya festividad se celebra el mismo día 13 de diciembre. Otilia sería pues una especie de Lucía del norte.
Pero sucede que el episodio de los ojos arrancados de santa Lucía no se encuentra hasta el siglo XV, mientras que la Vita sanctae Odiliae data del XI.
No mucho después de aquel rapto frustrado murió el duque Adalrico y, como se había merecido, fue de cabeza al Infierno. Esta desconsoladora noticia le fue revelada a su hija que, llena de dolor, se retiró a una cueva del monte donde estaba el monasterio, rezando sin cesar por el alma del condenado. Y aunque se dice que "in inferno nulla est redemptio" ("nula es retencio", como decía Sancho Panza, que bien sabía que "quien está en el Infierno nunca sale de él ni puede"), tanto oró que al final la cueva se llenó de una luz resplandeciente y una voz de las alturas anunció el perdón del condenado.
Las ideas sobre el asunto cambiaron bastante a lo largo de la Edad Media.
Otilia llegó a estar a la cabeza del convento; era abadesa de ciento treinta religiosas. Su vida era ascética. No comía más que pan y verdura, tenía por almohada una piedra y por manta una piel de oso.
Curación de un ciego por santa Otilia, Carl Jordan. 
Sin embargo, como el monasterio estaba en lugar difícilmente accesible para peregrinos y enfermos, accedió a que se trasladase al pie del monte, a un lugar ameno y abundante en manantiales.
Edificó también una iglesia consagrada a San Juan Bautista en el lugar que el propio santo le señaló, apareciéndosele una noche rodeado de un fulgor deslumbrante. En su construcción se vio el milagro de que, habiéndose precipitado al vacío un carro de bueyes desde una altura de más de setenta pies, las bestias quedaron ilesas y siguieron acarreando piedra para el templo.
Otra de las maravillas que obró esta santa fue la multiplicación del escaso vino que tenían las monjas para el convento, el cual un día hizo cundir hasta que todas tuvieron en él bebida y alimento para hartarse.  
Sintiéndose morir y deseando que el tránsito le ocurriese en soledad, mandó a sus monjas que se fuesen a la iglesia a rezar. Cuando volvieron y la encontraron sin vida, alertadas por una fragancia suavísima que se había extendido por todo el monasterio, rompieron en llantos y rezos vehementes, tanto que al final Otilia se incorporó en su lecho.
-¿Por qué me hacéis esta faena? Habéis rogado con tanto empeño y afán que Dios os ha escuchado. Yo ya me veía libre de este cuerpo y gozando lo que no podéis imaginar en compañía de santa Lucía. No me habéis hecho ningún favor con resucitarme, que lo sepáis. Y me vuelvo por donde he venido. En fin, para que os quedéis tranquilas, que me den la comunión, y así estaréis seguras de que voy a un sitio que no hay otro mejor.
Santa Otilia en su lecho de muerte, Charles Spindler.

Así que hubo comulgado, cerró los ojos, muerta ya definitivamente para este mundo.
La fiesta de santa Otilia, como queda dicho, se celebra el mismo día que la de Santa Lucía, el 13 de diciembre.