lunes, 2 de marzo de 2015

Por estos pagos: pesadillas, duendes y chupasangres

Lo que ha venido a dar pie a toda esta larga divagación que viene reptando desde hace dos entradas es la lectura casual de un poema de Verdaguer donde hace acto de presencia este espíritu de la consunción del que estaba hablando.
Se titula Lo follet, es decir "el duende". Literalmente, "el loquillo". Sobre este ser de la mitología popular encontramos algunos datos interesantes en el Diccionari català - valencià - balear. En primer lugar, el follet continental es completamente distinto del balear, que es una especie de demonio familiar que se lleva en un zurrón. Este no viene a cuento ahora. El de Cataluña es, según los informantes, un animal parecido a una gallina o a un perro. 
Dato curioso, se dice de él que no está ni sentado ni tumbado ni de pie. Estará tal vez acuclillado, como se representa a veces a la pesadilla, sobre el torso de su víctima...
Algunas de sus barrabasadas coinciden con las de un típico duende doméstico. Pero una que le es característica y que recalca Verdaguer en su poema es la de enredar la cabellera de personas y animales... Igual que los lutins de Francia. Se los combate con agua bendita y con un recipiente lleno de granos, cuanto más pequeños mejor. El duende los esparce y tiene que devolverlos luego uno por uno, tarea que lo desespera y pone en fuga.
Desde el principio del poema insinúa Verdaguer la relación del acoso del duende con la insatisfacción sexual de su víctima:
No grites, tonta. El duende, con su tradicional
aspecto de frailecillo, entre agresivo y tentador.

"En mos catorze anys,
quan m'era donzella,
entre dos llençols
dormia soleta..."
Aparece entonces el bicho malo ("dolenta bèstia") del follet, atacando por las noches, durante el sueño, a la muchacha. Es invisible, pero lo siente rebullir y tirarle de los pelos. Como a cosa diabólica se le pretende ahuyentar con agua bendita, medallas, cruces y bulas. Se recurre al ardid de los granos de mijo. Todo en vano. La madre, harta del inútil y agotador combate, recurre a la terapia matrimonial propugnada, como veíamos, por Burton.  Mano de santo. 
Al final del poema, la hija reconoce que todo había sido una feliz estratagema para apresurar su casamiento.
En el otro extremo de la Península, en Galicia, aparece el gatipedro, gato blanco con un único cuerno negro en la frente, que visita a los niños durante su sueño. El gato se para junto a la cama de los niños y empieza a verter agua por el cuerno, que es como un pitorro. Con esto, el niño sueña que hace pis y se lo hace de verdad, mojando las sábanas. Para conjurar la visita de este impertinente felino basta poner unos granos de sal en  puertas y ventanas. El gatipedro la lame y el sabor lo ahuyenta. Cunqueiro lo menciona en Escola de menciñeiros. Yo creo que se lo inventó él. Ernest Jones, el psicoanalista, se hubiera regocijado de conocer a este ser fantástico, dada la relación que establece ya Freud entre enuresis nocturna y autoerotismo. 
Viñetas de Winsor McCay, Little Nemo
Otro personaje harto más inquietante de la fantasía gallega es la meiga chuchona o bruja chupona. Esta pertenece a la especie humana, aunque su cualidad brujeril le conceda poderes sobrenaturales. Actúa por odio, por venganza o por envidia cuando no por simple maldad y a lo que se dedica es a chupar la sangre de la gente, especialmente de los niños y las jóvenes, hasta matarlas de consunción. Rosalía Castro, en un poema de Cantares gallegos, describe así los síntomas:
"Voume quedando muchiña
como unha rosa que inverna;
voume sin forza quedando,
voume quedando morena
cal unha mouriña moura,
filla de moura ralea.
Martínez Murguía señala que muchas veces se le atribuía en las aldeas a la meiga en cuestión la tuberculosis pulmonar.
Cosa propia de brujas y de vampiros, es capaz de transformarse en un pequeño animal volador, moscardón generalmente, para perpetrar su crimen sin trabas. Si se la consigue matar, a ser posible con una ramita de laurel, luego aparece muerta la bruja que había tomado su forma.
Georg Flegel, Naturaleza muerta con pescados.
La creencia es antiquísima. Claude Lecouteux recoge la anécdota de un espíritu maligno herido en una pata bajo su forma de moscarda y reconocido después en un viandante cojo. La trae paulo Diácono en su Historia de los longobardos, escrita a finales del VIII.
El hecho de que los males de que se culpa a la meiga chuchona se deban a una frustración amorosa es ilustrado por la misma rosalía en el largo poema narrativo "Non hai peor meiga que unha gran pena", primero de la sección "Varia" de Follas novasSu tema, el del amor fatal, íntimamente unido al dolor y la muerte, es frecuente en Rosalía Castro y otros autores gallegos de su época, empezando por su propio marido, Martínez Murguía, en su obra narrativa. 
Este poema forma un díptico; cada una de sus partes se centra en un diálogo. En la primera, una madre habla con su hija, supuestamente hechizada; en la segunda, la misma se dirige al seductor de la muchacha pidiéndole la reparación del daño.
La madre interviene al advertir la desmejora de la joven, cuyos síntomas son anemia, inapetencia, desánimo, ojeras, palidez terrosa, frío en las extremidades (síntomas por otra parte coincidentes con los que la tradición atribuye al mal de amores). Lo que percibe en cambio la afectada son más agüeros que síntomas: el agua queda ensangrentada a su contacto, la hierba se marchita, las plantas espinosas se le enredan en los cabellos y la ropa, la rasguñan como adrede, la grava del camino le hace daño en los pies, el sol la pone pálida. El mundo, en suma, le mueve guerra en todos los frentes.
La madre deduce inmediatamente que ha sido hechizada por envidia de su belleza o en venganza por algo que haya hecho. Otras opiniones en el pueblo atribuyen la dolencia a la meiga chuchona o a la Compaña.
Los remedios de que se vale la madre son: hierbas sagradas que se ponen a la cabecera de la enferma, ofrendas a los santos, peregrinación a la romería de san Pedro Mártir (probablemente la de Belvís, aunque este santo era venerado en varias partes de Galicia y se le tenía por eficaz contra los hechizos).  
Santiago de Compostela, Santa María de Belvís.
Cuando la joven confiesa que la verdadera causa del mal son unos amores imposibles, un desengaño, acaso la pérdida de la honra, irreparable por la desigualdad social de los amantes, la madre acude en demanda de reparación al responsable. Este, con sorprendente rapidez, accede.
Una vez más, la cura del hechizo está en el casamiento.
Por el camino, sin embargo, mientras el joven y la madre galopan a salvar a la embrujada van sucediéndose los malos augurios: pájaros ominosos y tañido funeral de campanas.
Esto es curioso porque viene coincidiendo con una canción tradicional de Normandía, Quand je menais mes chevaux boire, donde también el galán, camino de casa de su amada, oye primero a los pájaros -el cuclillo-, luego las campanas tocando a muerto y finalmente llega demasiado tarde para encontrarla aún con vida.
Indudablemente, el poema da prueba de una gran capacidad por parte de Rosalía Castro de conectar con la tradición folclórica, sin buscar por ello el imitarla.
John Everett Millais, La sonámbula.
Marina Mayoral, profunda conocedora de la poesía de Rosalía, dice en su estudio La poesía de Rosalía de Castro que amor y muerte se entrelazan en él "como en una leyenda bretona". ¿Por qué bretona? Es verdad que en Bretaña se da (o se daba) con especial vivacidad la creencia en las premoniciones de la muerte o avisos de la de personas ausentes y lejanas. Es lo que los bretones llaman "intersignos" y Anatole le Braz les dedica un largo capítulo de su libro La leyenda de la muerte entre los bretones armoricanos.  
En particular, el agüero de que al ir a lavar en el río la hechizada el agua se volviese roja evoca vivamente algunos episodios de la épica medieval irlandesa, donde una lavandera sobrenatural está lavando de antemano las ropas y arneses -los cuerpos y entrañas, a veces- de los guerreros que van a morir en la batalla, sucias ya de la sangre que verterán sus dueños... es la banshee o la Badb, antigua diosa guerrera. Este personaje perdura en el folclore hasta la época contemporánea.

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