miércoles, 25 de marzo de 2015

Pesadillas, garrapatas y otros artrópodos

De todos estos relatos que tienen que ver con la pesada, el que más precisas coincidencias presenta con el mito (y mi favorito) es "El almohadón de plumas", de Horacio Quiroga, recogido en el libro Cuentos de amor, de locura y de muerte, de 1917. Pero leo que el cuento data de diez años antes. Puede mirarse en línea aquí.
Cabe incluirlo en la serie de aquellos en que los ataques de la pesada se ven desencadenados por el matrimonio. Pero en este caso no se trata de casamiento desigual en edades ni fortunas ni de transgresión de ninguna ley humana ni divina. No existe tampoco frustración de los deseos sexuales. Ni decepción sentimental. Todo procede, al parecer, de un problema comunicativo. Porque si el marido, Jordán, quiere profunda e intensamente a su mujer, es el enamorado más inexpresivo que puede concebirse, que ama "sin darlo a conocer". Sus efusiones se limitan a pasear en silencio junto a ella, acariciarle lentamente la cabeza y dejarse abrazar y coger la mano. 
Una conducta como para congelar los anhelos amorosos de cualquiera, sin necesidad de ser una Emma Bovary. Y Alicia, que así se llama la esposa, no tiene el carácter impulsivo ni el tipo de Emma Bovary: rubia, angelical, tímida y aniñada, parece la perfecta heroína de novela gótica, objeto virtuoso e ingenuo de cuanta crueldad pueda existir en el mundo.
Féréol de Bonnemaison, Mujer asustada
por un trueno
. La heroína de novela
gótica.
Al anunciarle los médicos la impotencia de la ciencia frente al gravísimo estado de su mujer, reacciona de manera inconsecuente exclamando: "¡Solo eso me faltaba!" mientras tamborilea con los dedos sobre la mesa.
Alto, reservado, silencioso, moviéndose lento pero sin descanso, pasea una estampa típicamente vampírica y el lector se ve tentado a echarle la culpa de la anemia y consunción que ataca a su mujer, aparente secuela de una mala gripe (leve, pero duradera).
Como si Jordán hubiese construido su vivienda a su imagen y semejanza, la morada en que su mujer tiene que pasar largas jornadas de soledad y tedio es tan sepulcral como el propio marido. Todo es blanco, glacial, mágico y selenita. Fuera, reina la quietud de un jardín
Santiago Rusinyol, Jardí senyorial.
 antiguo al claro de luna, ambiente gélido y luctuoso que a uno le recuerda a Albert Samain u otro simbolista melancólico y tristón; dentro, el estuco pulido devuelve el eco de los pasos en el silencio y aunque sea de día se evita la luz del sol y se vive a la de las lámparas.
Jordán se ha hecho, para vivir, el palacio escalofriante del vampiro de alguna película de miedo.
El caso es que la enfermedad de Alicia viene coincidiendo con muchos de los síntomas que hemos visto descritos en la pesadilla. Ataca por las noches, aliviándose durante las horas del día. Provoca al principio anemia, desvanecimientos, sudores, debilidad. Más adelante, horror y alucinaciones. Una de ellas, la de un "antropoide apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella sus ojos". La apariencia simiesca, al igual que la de fraile o de hombre negro, es una de las que más repetidamente se atribuyen a la pesada. A esto se une la mirada escrutadora y el curioso detalle de la postura, que como la del follet (ver Por estos pagos) no es ni de pie, ni tumbado, ni sentado. Otras veces los fantasmas son monstruos que trepan sobre la cama (exactamente como el duende nocturno de las pesadillas).
Ilustración de Les clients d'un vieux poirier, por
Becker. Accesible en Gallica.
Parece como si al escribir, Horacio Quiroga tuviese presentes imágenes románticas como las de Füssli.
Por último, coinciden con la pesadilla -la enfermedad del folclore- la sensación abrumadora de opresión y la parálisis.
Lo novedoso y muy eficaz en el cuento es el aparente rechazo de lo sobrenatural, en que nos había ido sumiendo toda la narración. Todo se resuelve al final con una aparente objetividad científica, tan heladora como el propio palacete del matrimonio. El desconcierto en el lector procede, obviamente, de que te estén contando como si fuese un suceso terrible causado por una curiosidad zoológica, nada excepcional por cierto, lo que uno sabe que es un cuento de fantasía.
Toda obra literaria es hija de su tiempo, y no creo que sea casual que el de esta coincida con el principio de la investigación sobre los sueños y el inconsciente. Aquí las fronteras entre realidad y delirio se desdibujan. La criatura muy real causante de la anemia se multiplica ee fantasías alucinatorias, las cuales a su vez se confunden con la figura del marido (que constituye -figuradamente, eso sí- una verdadera pesadilla). La vida agobiante y opresiva a la que se ve condenada Alicia se torna opresión y parálisis del cuerpo.
Ni hubiera sido posible transmitir la sensación de frialdad cortante, cortante como el bisturí que disecciona o como la hoja con que Jordán abre la monstruosa gravidez del almohadón, sin el interés maravillado con que observa la realidad objetiva el Parnaso, aun cuando luego se la pueda dotar de un significado simbólico. Los poetas parnasianos se inspiraron en los animales e hicieron de ellos el asunto de sus poemas.
Sin duda está relacionado con esta nueva mirada sobre los objetos el interés renovado por la vida de los animales (claro que, entre tanto, había venido Darwin a cambiar nuestra idea de la posición del hombre en la cadena de la Naturaleza: El origen de las especies es de 1859 y El origen del hombre de 1871).
De 1901 data la vida de las abejas, de Maurice Maeterlinck. Casualmente estoy leyendo ahora la Física del amor, de Rémy de Gourmont, de 1903. En este magnífico librito se estudian minuciosa y amorosamente los mecanismos por los que las especies aseguran su propia permanencia. Se busca la belleza incluso donde la naturaleza puede parecer más repugnante o más cruel a ojos de la sensibilidad humana. Es bueno y hermoso, viene a decirse, cuanto contribuye a los fines de la naturaleza, y los fines de la naturaleza son simplemente existir. El hombre es un microcosmos que compendia en sí todos los prodigios y todos los espantos del universo.
Y apunta ya en la visión del sistema de la vida animal de Rémy de Gourmont una idea que será fundamental en Roger Caillois: que las principales semejanzas dentro de ella se dan en las dos extremos evolutivos del mundo humano y el de los insectos.
Gourmont se declara admirador y hasta cierto punto discípulo de Jean-Henri Fabre. Este Fabre, naturalista (que fue uno de los autores que me apasionaban durante la infancia), escribió durante el último tercio del siglo XIX y el primero del XX sobre los insectos y otros animalillos del campo, a los que se dedicaba a observar en su finca provenzal. Hoy, cuando los recuerdo -Los auxiliares, Los destructores, la vida de los insectos, Maravillas del instinto en los insectos...-, no puedo separarlos en la imaginación del ritmo, el ambiente y el sonido de las estrofas de la Mireio, de Mistral.
Otro de estos libros de la infancia fue Les clients d'un vieux poirier, del belga Ernest van Bruyssel, traducido al castellano como Los habitantes de un árbol viejo (puede leerse en línea en Gallica). Ernest van Bruyssel escribió sobre historia de Bélgica, sobre las repúblicas hispanoamericanas y, que yo sepa, este es el único libro de divulgación científica que tiene. Carece, es verdad, del talento científico y divulgador de Fabre tanto como de su lírico sentido, un tanto geórgico y panteísta, de la naturaleza. Pero lo que resultaba fascinante en su libro eran los grabados, bastante espeluznantes a decir verdad, de Becker. Algunos de ellos tienen el inquietante misterio de los collages de Max Ernst.
Becker, ilustración de Les clients d'un vieux poirier. Procede de
Gallica. 
No es de extrañar que fuese en el Mercure de France, periódico fundado por De Gourmont, donde aparecieron los cuentos de Louis Pergaud, protagonizados por animales, De Goupil à Margot, libro que obtuvo el premio Goncourt en 1910 y al que seguiría La revanche du corbeau (La revancha del cuervo) en 1911. En estos cuentos se retrata la misma crueldad implacable e inocente de la naturaleza (sin excluir a la humanidad) a la que constantemente se refiere De Gourmont en la Física del amor. Uno de los cuentos, "Violación subterránea", narra los amores terribles de los topos, cuestión en la que se había detenido con cierta extensión Rémy de Gourmont en aquel libro.
Louis Pergaud es más conocido por su novela La guerra de los botones, libro de gran éxito y popularidad, inexplicablemente considerado, al menos hasta hace poco, como lectura indicada para la infancia. Digo inexplicablemente porque si los cuentos dejan clara la similitud de la conducta de los bichos con la de las personas, la novela parece escrita para demostrar la bestialidad cruel del comportamiento humano y para eso se vale de la infancia, edad insensible y cruel entre todas.
El autor hubo de padecer en sus carnes esa perversidad de la conducta humana. Herido en una batalla en la primera guerra mundial tuvo que pasar varias horas en tierra de nadie enredado en los alambres de púas entre las líneas francesas y las alemanas. Fue el ejército enemigo el que lo rescató y trasladó, prisionero, a un hospital de campaña que, poco después, quedó reducido a migas por un bombardeo francés. El cuerpo de Pergaud nunca fue encontrado.
Hay que decir, a tenor de su correspondencia de soldado, que estaba intoxicado como un energúmeno por el delirio colectivo nacionalista y belicista que estalló a principios de la guerra.
Habría que leer La guerra de los botones a la luz de todo esto (cosa que no he hecho) para sacarle todo el tuétano. A ver si me pongo.
No fue este el único autor que se interesó en bestezuelas por aquellos años. Colette, que escribió tres libros sobre animales por entonces, afirma en el prólogo de uno de ellos que los animales se habían ganado la admiración y el afecto de una humanidad enfangada en una terrible carnicería mientras ellos continuaban con su pacífica existencia de siempre.
¡Pacifica existencia! Una idea bien contraria a la que uno saca de la lectura de Rémy de Gourmont, que parece convencido de que la esencia del universo es el "litigioso caos", que decía Celestina. Pero es cierto que entre tanto la guerra parecía haber destapado en los humanos un frenesí destructivo superior a todo lo conocido en la naturaleza. Y en las amables estampas de Colette no salta a la vista la violencia sin freno que se desprende como un permanente chirrido de las de Pergaud (hablo del primer libro: no he visto el segundo). También se viene a la cabeza que 1910 es el año de la primera película científica de Starewicz, creador del cine de animación de marionetas y eminente entomólogo. Otras películas posteriores de Starewicz se recrearán en esa humanización del mundo de los insectos que, lo pretendiese su autor o no, provoca en el espectador (al menos en este espectador) un efecto de desasosiego rayano en la repulsión. Véase aquí una muestra del cine de Starewicz.
Entre los escritores en castellano, Salvador Rueda tomó por asunto con frecuencia a los animales y es autor de la serie de romances "Vidas con alas", dedicada a los insectos. 
Mariposa y campanillas. Pintura japonesa del siglo XIX.
En ellos, aparte de las vibrantes descripciones deslumbrantes de sensualidad en que destacaba aquel poeta, no falta a veces la nota mordaz, como en la alabanza del escarabajo, semejante a un dios creador de orbes a partir de la materia más humilde e inmunda, o el toque fúnebre, cuando habla de la libélula:
"Un polvo de pedrería
parece ser su alimento,
moléculas de colores
que el sol reviste de fuego.
Forma tan leve y divina
que parece hecha de un sueño,
de un sutil rayo de luna,
de una risa o de un deseo,
es en las luces girando,
por un contraste siniestro,
la misma muerta con alas
bailando al girar del viento.
¡Y de un gusano deslía
la libélula su cuerpo;
ella es el gusano mismo
largo, sin ruido y aéreo!"
La libélula, dice Rueda, fue dotada de esas alas diáfanas y hermosísimas para disimulo de su infecta naturaleza; vuela llevando el entierro de sí misma, y en el momento en que se detiene se pudre. Igual es todo el universo, concluye, que va fluyendo hacia su muerte y corrupción.
¿No es esta misma paradoja de belleza y muerte la que encontramos en las ideas de Rémy de Gourmont? Yo creo que sí.




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