sábado, 21 de marzo de 2015

Cunde la pesadilla

La sabiduría popular establece una relación directa entre el mal de la pesadilla, como dolencia fundamentalmente femenina, y el matrimonio. El matrimonio es la terapia adecuada para ese morbo a la vez corporal y mental causado por la visita nocturna de seres sobrenaturales o dotados de poderes mágicos maléficos.
Bajo el poema de Verdaguer (ver Por estos pagos) se trasluce la antiquísima idea, que se remonta al menos a la medicina hipocrática, de que el cuerpo femenino no adquiere su pleno desarrollo hasta el primer parto. Si se retrasa el primer embarazo, el útero, privado de realizar sus funciones normales, empieza a resentirse y a protestar. 
La balada o leyenda en verso de Rosalía Castro (ver de nuevo Por estos pagos) muestra una enfermedad bien distinta (incluso opuesta) en sus causas, si no en sus síntomas: se trata de los efectos demoledores de un desengaño amoroso y más aún del terror al desamparo y baldón consiguientes a la seducción y abandono.
William Lindsay Windus, Demasiado tarde.
Es curioso: el asunto del poema de Rosalía es el mismo del de uno, muy breve,  de Tennyson,  Come not, when I am dead (1851), que fue muy popular, se puso en música muchas veces y sirvió de inspiración al cuadro que inserto arriba.
Como es cortito, puede copiarse:

Come not, when I am dead,
To drop thy foolish tears upon my grave,
To trample round my fallen head,
And vex the unhappy dust thou wouldst not save.
There let the wind sweep and the plover cry;
But thou, go by.


Child, if it were thine error or thy crime
I care no longer, being all unblest:
Wed whom thou wilt, but I am sick of time,
And I desire to rest.
Pass on, weak heart, and leave me where I lie;
Go by, go by.


El diálogo,  tan importante en la leyenda de Rosalía de Castro, es aquí retórico apóstrofe.  Y como puede verse, falta del todo el elemento sobrenatural; la narración se reduce a pura sugerencia. 
Pero (volviendo a nuestro asunto) la idea de una bruja que adopta la forma de un animal pequeño, volador generalmente, para ir a beber la sangre de alguna joven hasta matarla de consunción está difundidísima por todo el mundo. La shtriga albanesa se transforma en mosca igual que la "miga chuchona" gallega. Mucho más lejos, en el Caribe, se vale de metamorfosis semejantes la soucougnan. Se dice que este ser maléfico reúne rasgos de algunos espíritus de los mitos del África occidental con otros del folclore europeo. Supongo que Normandía aportaría mucho a las creencias sincréticas caribeñas, lo mismo que contribuyó en gran medida a la formación de las lenguas criollas de por allí.
La soucougnan, como los hombres lobos y otros personajes metamorfoseados de nuestra Europa, se deja la piel en un lugar seguro antes de empezar su viaje. Si alguien la encuentra en ausencia de su dueña y la unta con algún producto de olor repelente como limón o pimienta, evita que pueda volver a vestírsela y deja así a la bruja vampírica fuera de combate.
Sin salir de Galicia, encontramos el tema del vampirismo en el cuento de Emilia Pardo Bazán titulado precisamente así: "Vampiro". Aparece recogido en el libro El fondo del alma, de 1907, aunque ya se publicó anteriormente en Blanco y negro
Matrimoni desigual. Grabado
de Mariano Foix, 1891
Se trata aquí de un viejo y prematuramente decrépito indiano que se casa  con una guapa y jovencísima novia. La infeliz acepta a regañadientes cediendo a los argumentos de que el novio es inofensivo por su estado deplorable y muy probablemente se irá sin tardanza al otro mundo dejándole una pingüe herencia.
En efecto (y es aquí donde más se acerca el personaje del indiano al de la mitológica pesadilla o elfo nocturno) lo único que exige el marido es compartir el lecho con su mujer y en él tenerla estrechamente abrazada para calentarse el cuerpo helado.
Pronto puede observarse, para asombro del pueblo, que el anciano va remozándose a ojos vista mientras la joven desmejora y se marchita. Y es que, siguiendo la prescripción de un curandero inglés, el indiano parásito va absorbiendo por medio de esos abrazos la energía y juventud de su mujer, la cual, exprimida toda su vitalidad, acaba por morir.
Si pretende continuar su tratamiento rejuvenecedor con otra joven sin caer víctima de la ira popular el indiano se verá forzado a emigrar como suele acaecer a los vampiros (y al propio Drácula).
La relación directa entre matrimonio y pesadilla sigue existiendo, pero Pardo Bazán le da una vuelta completa, haciendo de él no la terapia sino la causa del mal, y del marido el íncubo legal. Tardío y macabro fruto del viejo y trillado tema cómico de la muchacha mal casada con un vejestorio.
No solo se entremezclan en este relato el tema del duende de las pesadillas y el del vampiro (iguales en el fondo según Ernest Jones) sino otros como el del rejuvenecimiento por el sacrificio de criaturas jóvenes, cuya sangre o grasa se consumía o usaba en baños o unciones que es el del sacamantecas, el de la lepra del emperador Constantino o el de la condesa Báthory. 
Maso di Banco, Constantino es conducido a bañarse en sangre de
inocentes para curarse la lepra
(siglo XIV).
También el del espíritu que se niega a abandonar el mundo y se aferra a su cuerpo exhausto absorbiendo la vitalidad de algún joven, algún pariente recién nacido por ejemplo. 
A mí esta última leyenda me la han contado en Galicia de una persona aún viva, algunos de cuyos familiares la tenían por verdad palmaria.
La época del Modernismo, heredera en esto del Romanticismo, se complacía en explorar la difuminada frontera entre la vida, el amor y la muerte. No son pocos entre nosotros los relatos de entonces que presentan la huella del vampirismo, pero sí los que tratan el tema directamente.
Amado Nervo, en "La novia de Corinto",  relata en prosa una versión del famoso poema narrativo de Goethe (de igual título), tomado a su vez de una anécdota referida en el siglo II por Flegón Traliano, paradoxógrafo autor de un De mirabilibus rebus. Pero Amado Nervo no lo saca ni de Goethe ni de Flegón, sino (según dice él mismo) de un libro del siglo XIX muy popular en su época, The night side of Nature, voluminosa obra acerca  de apariciones, fantasmas, advertencias de los difuntos a los vivos, estados de muerte aparente y otros asuntos semejantes. Fue su autora Catherine Crowe (y no Croide, como se lee en Amado Nervo). En el cuento hay una aparecida, está el tema de la muerta que vuelve al mundo y se prenda de un vivo o tiene relaciones con él, el del intercambio de anillos con un ser sobrenatural... pero no hay relación con vampiros ni pesadas. Las apariciones son nocturnas pero ocurren durante la vigilia. Y el vampirismo, que sí se menciona, solo existe en la superstición del vulgo, que somete al cuerpo de la famosa novia a los rituales de rigor en el caso de los vampiros, por ignorancia.
Joseph Wright, La novia de Corinto.
Rubén Darío, en el breve cuento "Thanatopía", insiste en el motivo del viudo que busca consuelo en una muerta atraída al mundo de los vivos, pero que todavía tiene un pie en la otra orilla. Tampoco se trata precisamente de vampirismo.
Ni menos aún lo encontramos en "Salamandra" de Efrén Rebolledo, que nos presenta a una figura decadentista de mujer fatal, vampiresa al estilo de A fool it was (ver Pesadas y vampiresas), que se complace burlándose de los hombres y abocándolos a la degeneración y la muerte.
No tengo a mano ni he leído "El vampiro", de Alejandro Cuevas, que veo citado en la tesis de López Gonzálvez La metamorfosis del vampiro, de la que he sacado varias noticias y que se puede leer en línea.
Pero que el marido no traiga la curación de la pesadilla, sino la provoque y sea él mismo el incubo o duende que la causa no es un invento de Emilia Pardo Bazán. Se encuentra ya en la tradición.
En el nunca aburrido libro (por más veces que uno lo abra) La légende de la mort chez les Bretons armoricains, de Anatole le Braz, encontramos la leyenda titulada "La rancune du premier mari", "El rencor del primer marido".
Se trata de un picapedrero errante que tiene amores con una viuda y al quedar esta embarazada deciden casarse. Por algún motivo que no se nos cuenta, después de celebrarse el matrimonio civil el religioso debe posponerse. El banquete, en cambio, ya apalabrado, se celebra; el novio acompaña a su mujer hasta su casa y, cosa mal hecha (no habiendo tenido lugar la ceremonia religiosa), se queda a pasar allí la noche. Toman los novios unos últimos tragos antes de acostarse y el cantero medita en voz alta: "¿Qué pensaría tu difunto marido de vernos aquí a los dos?"
Decir esto y aparecérsele el marido muerto, sentado ante él a la mesa frente a un vaso vacío, mirándolo con odio, fue todo uno.
(Aquí irrumpe en la leyenda otro motivo, el del muerto convidado, que es el núcleo del mito donjuanesco).
La novia no da muestras de ver nada y se acuesta a dormir a pierna suelta gracias al mucho vino embaulado durante el banquete. Pero el novio no puede apartar la vista del espectro que no le quita los furiosos ojos de encima. Incapaz de sostener esa situación, se dirige a la sombra preguntándole qué quiere o a qué ha venido.
De un solo salto, el fantasma sube al lecho matrimonial, colocándose a horcajadas sobre el cantero. Lo oprime con todo su peso y con la presión de sus rodillas huesudas, que se le clavan en los costados.
El novio no podía respirar, ni mucho menos gritar ni pedir ayuda de ninguna manera. Estaba inmovilizado y paralizado por la fuerza del espectro y por su propio terror. Cada vez que inspiraba aire, era un dolor el que sentía como si tragase fuego. La situación duró así hasta el alba, cuando se marchó el aparecido.
Cantero bretón en una ilustración
del siglo XIX
Cuando el pobre cantero, a la mañana siguiente, entró en su casa familiar, lo vieron desencajado y sobre todo, con el cuello del color de la muerte.
En la tradición bretona, cuando alguien trae en el cuello el color de la muerte es señal de que pocos días le quedan en este mundo.
Aquí, pues, al revés que en el amable poema de Verdaguer (ver Por estos pagos) la aparición de la pesadilla no procede de la frustración sexual (al contrario). No es tampoco su origen, como en la leyenda de Rosalía, el horror a la deshonra. Pero sí hay, como en el cuento de Pardo Bazán, una transgresión de las costumbres. En "Vampiro" el matrimonio monstruoso recibe su (insuficiente) castigo en forma de cencerrada y amenaza de destierro. En la leyenda bretona no se ejerce la justicia popular, porque ya está el primer marido para tomarse la justicia por su mano. Pero el matrimonio de la viuda sí que era causa merecedora de una encerrada. Lo que ocurre es que el aparecido, al ajustar sus cuentas personales con el cantero, se convierte en agente de la justicia divina. La transgresión era doble: contra las costumbres (matrimonio con la viuda) y contra Dios (matrimonio laico).
Y además, en el ambiente de hostilidad religiosa entre la sociedad rural y el estado que se vivía en la Bretaña del siglo XIX, la aceptación de un matrimonio civil (es decir la aceptación de la autoridad de la República sobre cosas reservadas a Dios) era algo muy duro de tragar.
El marido del cuento de Pardo Bazán y el de la leyenda de Le Braz (el segundo) tienen algo en común: son personajes viajeros, desarraigados, a los que ya no llega la savia de la tradición y por tanto mal vistos por el pueblo. El bretón no ha pasado el mar ni conoce otros continentes, pero siempre viene cargado de noticias y canciones nuevas, presumiendo de que es viajar lo que ensancha la mente.
Se le ocurre a uno que la leyenda bretona, surgida en el seno del pueblo, presenta a los viejos usos y creencias como vengadores y triunfantes; el cuento de Pardo Bazán, en cambio, refleja una triste resignación ante el poder deletéreo del dinero asociado a un uso perverso de la ciencia.

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