viernes, 6 de febrero de 2015

Claridades primaverales

En mi última entrada hablaba de Otilia, la santa alsaciana que se sacó los ojos para regalárselos a un bárbaro admirador de su belleza y dispuesto a gozarla por las buenas o por las malas: obsequio que consiguió el efecto deseado de espantar para siempre al galán.
Sacrificio y restitución milagrosa de la vista y sus órganos se encuentran, claro, en la leyenda más conocida, pero mucho más tardíamente atestiguada, de la siciliana Santa Lucía.
Tampoco falta en tierras celtas (y recordemos que santa Otilia tenía abundantes y estrechas relaciones con religiosos y religiosas venidos de Irlanda y Gran Bretaña).
Benvenuto Tisi. Santa Lucía.
El poeta galés Iorwerth Fynglwyd escribe a principios del siglo XVI un poema en honor de santa Ffraid en el que cuenta cómo a la joven santa, al comunicársele que le habían buscado marido (cuando ella pensaba consagrarse a la vida religiosa) se le saltó un ojo espontáneamente de su cuenca, con lo que evitó el matrimonio. Más tarde lo recobró. Otras versiones de la leyenda dicen que el ojo se  lo sacó de un guantazo su hermano al ver la resistencia de la santa a someterse a los planes de casamiento que había trazado para ella su padre.
Ya hemos visto varias veces que el ser tuerto es, muchas veces, señal de santidad.
Ahora bien: santa Ffraid no es otra sino santa Brígida de Kildare, llamada con aquel nombre en Gales como se la llamaba Berc'het (y otras variantes) en Bretaña. Y viene bien, porque su festividad se ha estado celebrando estos días en Irlanda. La fiesta de Santa Brígida, que corresponde a la precristiana de Imbolc, duraba tres días seguidos, del 1º al 3 de Febrero, y en el calendario irlandés marca el inicio de la primavera.
Santa Brígida, como corresponde a la fecha, es una santa muy relacionada con el fuego, el sol y la luz. A manera de antiguas vestales, las monjas del monasterio fundado por ella mantenían un fuego perpetuo. Y de ella dicen que en vez de cuerda usaba los rayos del sol para tender la ropa. Lóchrann geal na Laighneach, "antorcha luciente de los de Leinster", la llama un conocidísimo himno irlandés.
Ahora no es cuestión de entrar en la vida de esta santa, de que hay numerosas versiones medievales, unas de ellas en latín y otras en irlandés, alguna muy temprana. El cuento sería muy largo y nos llevaría muy lejos.
Resulta, pues, que de los tres días consagrados a la celebración de Santa Brígida el primero le corresponde propiamente a ella; el segundo, día dos, es la Candelaria (Lá fhéile Muire na gCoinneal), fiesta tan luminosa como su nombre y en que se bendicen las velas. Esta ceremonia litúrgica se remonta a la alta Edad Media, pero la festividad (ya se celebre la purificación de la Virgen, ya la presentación de Jesús en el templo) es más antigua aún.
Y el día tres de febrero corresponde a la festividad de santa Caolainn, que significa algo así como "delgadita". Su padre se llamaba Caol, "delgado", y posiblemente fuese hermano suyo otro santo, Caolchú -Delgado Perro- hijo de Caol. Parece ser que pertenecían al pueblo de los Ciarraige, que dio nombre al actual Kerry, pero no a esa rama meridional, sino a otra que se asentó en Connacht, en el el actual Ros Comáin (Roscommon).
Lo curioso es que la leyenda cuenta de ella el mismo milagro de los ojos que se atribuye a santa Otilia y santa Lucía. Y, según dice Pádraig Ó Riain en su Dictionary of Irish Saints, s.v. Caolainn, también a santa Brígida.
La conexión etimológica entre el irlandés súil "ojo" y la raíz indoeuropea que designa al sol es hoy discutida. Pero en todo caso es indudable la conexión semántica y metafórica. Y cósmica. Ya pueden venir temporales, que vienen (como atestigua el refranero irlandés): estamos en días que invitan a la celebración de la luz.
Hans Memling. San Blas.
Nosotros también tenemos el día tres a nuestro propio santo luminoso: san Blas, al que, sobre todo en el centro de Europa, se representa con dos velas cruzadas: velas benditas con que se curan las afecciones de la garganta.
Ser san Blas santo introductor de la primavera bien lo enseña el famoso refrán de "por san Blas la cigüeña verás". Y el carácter inaugural de esta temporada lo muestra a las claras esa relación con la cigüeña. ¿Qué otro animal tiene más que ver con el nacimiento? La cigüeña ¿no es ave de Juno, la diosa que manda en los partos? La cigüeña, pues, viene trayendo esa criatura, el año nuevo, que se inicia en el antruejo -introitum- (en irlandés inid, del latín initium).
El Breviario de Aberdeen (Breviarium Aberdonense), que puede leerse en línea en Internet archive -libro tan útil como antipático de consultar para quien, como uno, no esté acostumbrado a la escritura gótica y sus abreviaturas ni familiarizado con la liturgia católica- menciona además a santa Triduana y santa Monena.
Ambas fueron princesas de Irlanda, ambas pasaron a Escocia y fueron requeridas de amores por sendos príncipes. El de Triduana se llamaba Nechtán (Nechtanevo según el Breviario de Aberdeen), que es propiamente el nombre del Neptuno celta, dios, como descubre Dumézil, más que del mar y de las aguas del fuego que está encerrado en ellas. Este Nechtán enamorado de Triduana fue luego rey y más tarde, desengañado, abrazó la vida religiosa y alcanzó la santidad.
Pero de joven, tenaz admirador de la bella Triduana, la persiguió hasta Escocia. Y como se le ocurrió declarar que lo que le había enamorado de ella eran sus preciosos ojos, ella se los regaló pinchados en un palo a modo de brocheta.
Alguna versión de la leyenda dice que la princesa en su huida trepó a un espino, y que una de sus púas fue le sirvió para espetar los ojos que tan gran pasión habían despertado.
El espino, con su flor tan blanca, es emblema de pureza y virginidad. Pero es también una planta cargada de simbolismo solar. Se cree que protege contra el rayo, como el laurel apolíneo (Sébillot recoge la creencia en varios puntos de Francia). Se dice que la corona de espinas de Cristo (otro símbolo solar: la rueda radiante) se hizo de él o que la Virgen María se sentó a su sombra. En irlandés, uno de los nombres de la planta es bláth bán na Bealtaine, "flor blanca del primero de mayo". Bealtaine era una de las cuatro fiestas principales de los antiguos irlandeses, correspondiente a tantas otras por toda Europa, como las nuestras de los mayos, de las Cruces o de Santiago el Verde, tan popular en Madrid en otros tiempos.
John Collier. Queen Guinevere's maying. Aparece aquí
la reina como maya, con sus ramas florecidas de espino.
En Irlanda solían encenderse pares de hogueras por entre las cuales se hacía pasar al ganado para preservarlo de mal. Hoy día, para expresar indecisión, se dice en irlandés "estoy entre dos hogueras de Bealtaine". Y, como en Francia, Inglaterra y otras partes de Europa, se cortaban ramas floridas de espino con que se engalanaban las personas y las casas.
Más problemática es Monena, en quien parece que se mezclan leyendas de varias santas, como varios son sus nombres: Modwenna, Medina, Medana, Monina y Darerca entre otros. Existen bastantes versiones medievales de su vida, en latín, irlandés y hasta una en verso francés. Dos de ellas se recogen en las Acta Sanctorum. Se la menciona también en la Orkneyinga Saga como Trollhaena: allí devuelve la vista a un obispo ciego.
Como por casualidad, de ella se dice que fue discípula y muy amiga de santa Brígida. De su vida y milagros, algunos muy pintorescos, tal vez hable otro día porque merece la pena.
Tras el episodio de los ojos arrancados, recobró la vista gracias a una fuente milagrosa. El manantial de santa Modwenna fue un centro de peregrinación importante en Escocia. Aunque su santuario sufrió las iras de los anticatólicos durante las luchas religiosas del siglo XVI, todavía en tiempos recientes, y acaso aun hoy día, acudían enfermos de la vista por hallar remedio en sus aguas.
A las fiestas luminosas y solares de estos días hay que sumar santa Águeda el 5 de febrero. Igual que santa Brígida trae la primavera en Irlanda, santa Águeda lo hace en otras partes, como atestigua el refrán del Ariège:
"Per santo Gato,
semeno la pourato
tire l'aigo del prat,
que l'hiber es passat".

"Por santa Águeda
siembra el puerro, 
saca el agua del prado
que el invierno es pasado".

El día de santa Águeda, como el de santa Caolainn en Irlanda, está prohibido trabajar: en especial los trabajos domésticos están vedados, porque es día grande de las mujeres. Las mujeres mandan en santa Águeda en varias partes; en Irlanda eso sucede un mes antes, por Reyes, que allí llaman la Navidad de las Mujeres (Nollaig na mBan). Fiestas de transgresión, del mundo-al-revés y preludio de la gran subversión carnavalesca.
Por una coincidencia, en zonas occitanoparlantes "santa Águeda" suena como "santa Gata" (Santo Gato) y se cree que santa Águeda, a la cabeza de un cortejo de mujeres, en forma de gata, se cuela por las cerraduras y verifica si se ha trabajado ese día, si se ha hilado bastante durante el año, si la casa está arreglada y cosas semejantes, recompensando a las mujeres hacendosas y castigando a las descuidadas y holgazanas.
Correrías gatunas de santa Águeda. Grabado del
siglo XIX.
Cualquiera que lea el libro de Ernest Jones sobre la pesadilla se dará cuenta de que muchas de estas acciones atribuidas a santa Águeda lo son en otras partes a las brujas o a las maléficas criaturas nocturnas culpables de las pesadillas.
Santa Águeda, santa ígnea, protege de los volcanes (era siciliana) y de los incendios y es patrona de los horneros y panaderos, gentes que trabajan con fuego. Forma pareja inseparable con su compatriota santa Lucía, otra santa de la luz. Lo más llamativo iconográficamente de ella son los pechos que presenta en un plato, como santa Lucía los ojos. Arrancados y renacidos. Unos y otros son simbólicamente equivalentes, como representaciones solares: del sol que diariamente muere y resucita. Ojos, luz, pechos y leche. 
Santa Águeda.
¿No decimos en castellano un rayo de leche al chorro que arroja el pezón? 
Del cardo mariano, planta eminentemente solar, se dice que su virtud procede de haberse sentado la Virgen junto a ella para dar la teta al niño Jesús y algunas gotas de leche le cayeron encima. Por eso al partirlo su tallo mana una especie de savia lechosa. Imbolc, la fiesta que heredó santa Brígida, no solo inaugura la primavera: está estrechamente unida a la lactancia y ordeño de las ovejas. Santa Matilde de Magdeburgo, que como san Bernardo probó la leche de María, cuenta que era en la boca una luz líquida y dulce. La leche es sangre purificada según la fisiología antigua y medieval. En varias pasiones de vírgenes se lee que al decapitarlas en vez de sangrar vertían leche, símbolo de su pureza. Siendo sangre, la leche es vino ("el vino es la leche del viejo", decía el refrán castellano citado por Gracián en El criticón); y siendo vino es fuego y luz: sol.


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