jueves, 19 de abril de 2012

Laseriano, llama de fuego

Laisrén lassar búadach,
Abb Lethglinne lígach

Laseriano, llama victoriosa,
Abad de Lethglinn hermoso...

Así celebra el Santoral de Óengus en su estrofa correspondiente al 18 de abril a San Laseriano,  y en nota añade:

Molaisi lasair do theinid
Cuma classaib commaib...

Laseriano, llama de fuego, 
En compañía de sus coros...

Laisrén o Laseriano, en efecto, es nombre que se relaciona con lasar, "llama". Molaise (que en inglés se pronuncia Molshy) es diminutivo cariñoso.
Hay al menos dos santos irlandeses de este nombre:  el de Daminis el de Lethglinn.
Leithghleann en irlandés actual (Leighlin en inglés) es una pequeña localidad de Laighinn (Leinster), al Sudeste de Irlanda.
San Laseriano de Leighlin, pues, era de la más alta cuna, ya que era nieto de Aedán mac Gabráin, rey de Dál Riata  (ver Una familia de aúpa), monarca en quien se mezclaban salares egregias de Irlanda y Britania, ya que a su vez descendía del mítico rey Dyfnwal el Viejo.
Aedán mac Gabráin pasó la vida guerreando contra distintos enemigos: los O'Neill irlandeses, los britanos, los pictos y los ingleses de Northumbria. Poco se sabe del final de su reino, pero es posible que, derrotado en una batalla, fuese destronado. Las Acta Sanctorum dicen que su hija Gemma, desterrada en Ulad, casó con un príncipe de allí y dio nacimiento a San Laseriano. Según la Vida que recogen estas Acta, Gemma era nieta de un rey britano.
Parto complicado. Miniatura del siglo XV.
Lo portentoso del niño se manifestó en su mismo nacimiento, que cuando ya la partera lo daba por imposible y desahuciaba a la madre, se produjo con toda la facilidad merced a la señal de la cruz que se le hizo a Gemma sobre el vientre.
Un ciego que se lavó la cara, por inadvertencia, con el agua de bañar al recién nacido, recuperó la vista inmediatamente. 
La niñera de Molaise, mordida en una mano por una víbora, se signó con la manita del crío y despareció inmediatamente la hinchazón y quedó sana.
A un tío de Laseriano, que aún no lo conocía, le llegaban constantes noticias de sus maravillas y quiso verlo.
-¡Vamos a conocer a ese portento!
Coincidió tal decisión con que al buen señor le robaron los ladrones un magnífico caballo.
-Ya que tan milagroso es ese pequeño -dijo en broma-, a ver si consigue que me devuelvan el caballo o por lo menos me agencia otro parecido.
Irrumpió entonces un hombre que se arrojó de rodillas a sus pies, con extremos de terror:
-¡Que Molaise me valga! ¡Me entrego! ¡Yo he robado el caballo, lo confieso! ¡Pero no dejéis que me maten esos soldados que me persiguen! ¡Perdonadme la vida por amor del pequeño!
-¡¿Pero qué soldados ni qué soldados?! ¡Tú lo que estás es mal de la cabeza! ¿Dónde ves tú ningún soldado?
El tío comprendió que Laseriano había suscitado esa alucinación y extravío en el cuatrero.
Ya crecido, repitió el milagro en mayor escala, poniendo en fuga a una gavilla de piratas con el espejismo de un ejército en pie de guerra. Apenas desembarcados, los invasores huyeron despavoridos a sus naves poniendo pies en polvorosa.
Piratas nórdicos. Ilustración para Olao Magno.
Otros bandoleros desvalijaron a unos caminantes, que acudieron a  pedir socorro a Molaise.
-No os preocupéis: ellos mismos os vengarán y compensarán del quebranto.
En efecto, los ladrones empezaron a discutir entre ellos por el reparto de la presa; llegaron a las manos y se mataron unos a otros sin que quedase uno solo para contarlo. Sus víctimas encontraron por el camino los cuerpos y bagajes abandonados y no sólo recobraron lo que era suyo, sino que se hicieron ricos con el botín de otras rapiñas que atesoraban los bandoleros.
-¿Cómo vamos a quedarnos con esto, que habrá sido de otros como nosotros, desvalijados también por estos sinvergüenzas?
-Como que Dios nos lo ha traído a las manos y Él sabrá por qué. ¿Quieres ser más listo que Él?
-Hombre, visto así...
-Tú coge.
Entre tanto, ya habían regresado madre e hijo a Irlanda y Laseriano se puso a estudiar con un gran santo, San Fintan Munnu, que era leproso. San Fintan consideraba su enfermedad como una saludable penitencia y rezaba diariamente para no curarse.
Murió el rey de aquel país, y las gentes, movidas por la fama de santidad de Laseriano, decidieron sentarlo en el trono a pesar de su juventud.
Llegaron a sus oídos ecos de aquellos planes y antes de que fuese demasiado tarde se dio a la fuga; primero a una isla entre Gran Bretaña e Irlanda, donde hizo vida de ermitaño y después a Roma, donde se entregó a los estudios bíblicos e hizo gran amistad con el papa, que lo era San Gregorio Magno.
San Gegorio Magno. Siglo XI.
Por el camino se encontró con San Barran, que le había salido al encuentro para despedirse de él y le dijo:
-Ya que te vas, déjame algún recuerdo tuyo.
-¿Qué tal unas avellanas?
Y sin ser el tiempo de ellas, hizo brotar del suelo un avellano cargado de frutos, que el otro santo se apresuró a recoger.

Al cabo de catorce años en el continente, pensando que los del Ulster ya se habrían olvidado de él y satisfecho de sus estudios en Roma, decidió volver a casa y fundar un nuevo monasterio.
Cuando creía haber encontrado el emplazamiento idóneo, se le cruzó en el camino una pelirroja y este encuentro (aunque nada imprevisible en Irlanda) le dio mala espina. Los bermejos no eran tenidos por gente de fausto agüero.
-Yo aquí no fundo nada –se dijo, enfurruñado-: es empezar con mal pie.
-¡No te aflijas! –lo consoló su ángel-. Hay sitios mejores y desde luego éste no era el que te estaba destinado. Sigue tu camino sin parar hasta que salga el sol y donde lo veas asomar, allí es.
Ángel. Libro de Kells, siglo IX. 
El lugar era privilegiado. Muchos años antes, San Patricio, predicando por aquellas partes, había advertido allí una concentración de ángeles que superaba con mucho los niveles normales.
Lo malo era que el fenómeno tampoco había pasado desapercibido a otro Santo, San Gobban (uno de los varios de ese nombre que figuran en el santoral irlandés) y el territorio estaba ocupado.
De manera que cuando Laseriano solicitó al rey tierras para su fundación, aquél le dijo:
-Esto está todo cogido. Si te arreglas con un terreno que queda en el borde del valle… Pero te advierto que casi todo es laguna y terreno anegadizo.
-Me arreglo perfectamente, con la ayuda de Dios. Vamos a ver el sitio si te pareces.
-Pero ¿por qué tiras la capa al agua? –preguntó el rey a Laseriano- ¿Te has vuelto loco?
-¡Qué va! Espera un poco.
La capa del santo empezó a beberse la laguna como una sedienta esponja y en breve lo dejó desecado y apto para edificación y cultivo.
-Hay sitio, como ves, para Gobban y para mí.
-Sí; pero no me gustaría que hubiese rencillas de santos en mi reino. Suele acabar pagando los platos rotos el que menos culpa tiene.
-Pierde cuidado: Gobban y yo nos llevamos bien.
Pero, con todo, San Gobban acabó comprendiendo que aquellos parajes le correspondían a Laseriano y despidiéndose de él como buen amigo se aventuró a fundar nuevo monasterio donde Dios fuese servido y se fue con sus monjes.
Había presenciado grandes maravillas obradas por Dios mediante Molaise. Una vez les había salido al camino una mujer desesperada con el cuerpo de su hijo, decapitado por los bandidos, en brazos. Molaise le pegó la pegó la cabeza al cuello y el joven resucitó tan sano y alegre como antes.
Envió un propio (San Mochomete) a Escocia a buscarle un libro navegando en una roca que separó de la costa. El mozo encontró el libro y volvió en la misma embarcación.
Hizo brotar una fuente judicial; quienquiera tras declarar la verdad metía el brazo en ella, la notaba deliciosamente fresca; el que mentía, por el contrario, se cocía (Ya nos hemos tropezado varias veces con fuentes de este tipo, donde se llevaban a cabo ordalías, como en las leyendas de San Gangulfo, San Paterno...).
Molaise sabía recompensar a los buenos y dar su merecido a los malos. A un pobre campesino que le pidió limosna para dar de comer a su numerosa familia le regaló un arado que tornaba los campos fértiles y aseguraba cosechas extraordinarias.
Santa María la Real de Nieva. Siglo XV.
 En cambio a tres poetas pedigüeños que lo chantajeaban con la amenaza de una sátira (de las que levantan verrugas y tumores en la cara de sus víctimas) hizo que se los tragase la tierra.
Causó la muerte repentina y cruel de un tal Cotino, que había pretendido pisotear los derechos de un monje; y en un palacio al que llegó sediento pidiendo agua por amor de Dios, como se la negaron, secó los pozos  por los siglos de los siglos.
Había un tejo antiguo, majestuoso y magnífico, que varios santos codiciaban para hacerse un oratorio con él.
Decidieron que el que fuera capaz de arrancarlo de raíz a fuerza de oraciones sería su legítimo dueño. Todos los santos lo hicieron temblar, quién más, quién menos; pero sólo el último, Laseriano, lo derribó.
-¡No vale! Ya estaba holgado y flojo por las preces de los demás; tú has llegado al final y con una tibia oracioncilla lo has echado abajo aprovechándote del esfuerzo nuestro.
-¡Amárrese el tronco a dos ciervos y que lo lleven donde quiera Dios!
Como era de suponer, lo llevaron al convento de Laseriano.
-¡Tuyo para siempre! ¡A ver qué haces con él! ¿O es que tienes para pagar a un arquitecto? Me imagino que no sabes lo que cobran. ¡En tu patio va a pudrirse lastimosamente esa hermosura de  árbol!
-Si yo tuviera estudios y no fuera tan bestia –dijo un pastor-, te levantaría la iglesia gratis y te la haría la más preciosa de toda Irlanda.
-A ver esas manos –dijo Laseriano; y se las cogió.
Hizo la señal de la cruz sobre ellas.
-Te juro que con esas manos no tienes más remedio que ser buen arquitecto; éstas son manos de arquitecto.
-Lo más que he usado con ellas es una honda y un garrote. Soy torpe hasta para hacer el queso.
-¿Tú has probado alguna vez a hacer casas en vez de quesos?
-¡Qué gracioso! ¡De Constantinopla vienen y de Roma a encargarme los palacios!
-Pues hay que probar.
Y en efecto, levantó la iglesia y fue la admiración de Irlanda: sino que, como era de madera, que de piedra no se estilaban aún por allá, hace muchos siglos que la deshizo el tiempo y no queda ni memoria de cómo fuese.
Pero lo que sí se sabe es que cuando Molaise la consagró, bajaron los ángeles a cantar en coro y que se los oía con arrobo y con pasmo en tres reinos a la redonda.
Por aquella época estalló la controversia pascual (ver San Colmán y los irlandeses en Northumbria) y Molaise, que había estado en Roma y tenía amistad con el papa (aunque ya no era san Gregorio, sino -se dice- Honorio I) se inclinaba a aceptar el cómputo romano, pero no se creía con suficiente autoridad para juzgar.
Dice la tradición (aunque no está atestiguado) que emprendió su segundo viaje a Roma, de donde volvió con el cargo de legado papal y la misión de convocar un sínodo sobre ese importante particular.
Él mismo se encargaría de defender la postura de Roma; por su parte, su antiguo maestro San Fintan Munnu sostendría la opinión de los irlandeses. El rey de Laiginn (Leinster) presidiría los debates.
San Fintan Munnu era hombre anciano y se retrasó más de lo previsto en el viaje hasta el lugar del sínodo.
El rey no estaba acostumbrado a que lo hicieran esperar (veía, además, con mejores ojos al partido pro-romano) y se irritó:
-¡A ver cuánto tiempo nos va a tener esperando por él el leproso de las narices!
-Cuidado con San Fintan, que es hombre muy poderoso –le advirtió Molaise.
Y en efecto, cando el rey vio al anciano venir con su venerable y majestuosa senectud y aspecto místico, quedó cautivado por su aura de santidad y se apresuró a pedirle su bendición.
Un obispo leproso. Siglo XIV.
-¿Y tú para qué quieres la bendición de un leproso de las narices?
-…Yo…
-Verás qué bendición; la bendición es ésta. Que vas a morir de mala muerte, pero no tardando; o sea, dentro de este mes. Que esa muerte te la van a dar tus parientes; que te van a cortar la cabeza para trofeo y que el resto del cuerpo lo van a echar al río, donde se lo van a comer los peces sin que quede memoria de él para in eternum. Toma bendición.  
Según los anales de Irlanda, la profecía se cumplió casi del todo. Sólo casi, porque la cabeza también fue a dar al río, donde compartió la suerte del resto.
Los debates del sínodo se llegaron a empantanar sin que ninguna parte convenciese a la otra y San Fintan Munnu, al cabo de muchas sesiones, se cansó.
-Vamos a arreglar esto mejor –dijo a su antiguo discípulo-: vamos a hacer una cosa de tres. O echamos al fuego tu libro de cómputo pascual y el mío, y el que se haga cenizas ha perdido. O nos metemos en la lumbre tú y yo, y el que se haga cenizas, lo mismo: ha perdido. O buscamos un santo de otrora que nos parezca a los dos, lo resucitamos y que nos diga qué opinión hay en el Cielo sobre este asunto. Y nos comprometemos a aceptar su decisión.
-No, no: yo no puedo aceptar eso –dijo Laseriano- porque es reconocida de todos tu superior santidad y en cualquier prueba de ésas saldrías ganando; no hace falta ni intentarlo.
-Pues ¿sabes lo que te digo? Que celebre cada uno la Pascua cuando le dé la gana y le diga su conciencia.
-Pues haremos eso.
Y así, gracias a la amistad de san Fintan Munnu y San Molaise, quedó pacíficamente disuelto el sínodo, los delegados volvieron a sus conventos y se resolvió temporalmente la cuestión pascual en Irlanda. En el Sur de la isla predominaba el uso litúrgico romano y en el Norte el irlandés.
Esto es lo que nos cuenta de San Molaise o Laseriano su Vida, documento que parece remontarse tan sólo al siglo XI (cuando se cree que el santo murió hacia 640) y del que el prudente O’Hanlon nos advierte que no todos los prodigios que allí se narran son para creídos al pie de la letra.
La festividad de San Laseriano se celebra el 18 de abril.

lunes, 16 de abril de 2012

Santo de mar y de sierra

Al principio de su Vida de San Fructuoso, San Valerio del Bierzo compara las dos lumbres de la religión que lucieron en Hispania en su tiempo: San Isidoro y el propio San Fructuoso. Y se percibe que entre ambos, San Valerio está convencido de la superioridad de su maestro, como de la de María sobre Marta. 
San Fructuoso de Braga, personaje crucial del monacato hispánico, recuerda en muchos momentos de su vida a los grandes santos monjes de los reinos britanos y de la Irlanda medieval.
San Fructuoso. Catedral de Braga.
Dice, pues, San Valerio que San Fructuoso era hijo de un caudillo militar de estirpe regia y que ya desde niño mostraba afición a la vida religiosa; que tras la muerte de sus padres se tonsuró y se encomendó a la dirección espiritual del santísimo obispo Conancio.
Uno de los condiscípulos de Fructuoso, viendo que unos criados dejaban unos bultos en la celda que había elegido para sí, les preguntó:
-¿De quién son estos trastos?
-De Fructuoso.
-Ya estáis poniéndolos en la puerta, que esta celda es mía -dijo lleno de furia.
Fructuoso llegó más tarde y comprendiendo lo ocurrido se marchó discretamente con la música a otra parte.
Aquella noche se declaró en la celda en cuestión un espantoso incendio, a pesar de que en ella no había lumbre ni cosa que pudiese arder tan terriblemente. Así se vio que era fuego milagroso. Merced a las plegarias de Fructuoso, el ocupa salió indemne de entre las llamas, aunque con gran peligro de su vida y un tremendo susto encima.
San Fructuoso fundó entonces un monasterio en Compludo, cerca de donde había pasado su infancia, e ilusionado con esta fundación empezó a gastar en ella dinero a espuertas. Esto alarmó a su cuñado, que temeroso por su propia parte de la herencia familiar apeló al rey para que frenase lo que se le antojaba despilfarro insensato. Parecía dispuesto el rey a escuchar sus razones cuando por venganza divina los días del cuñado se vieron bruscamente segados. Murió -dice San Valerio- de muerte cruel, sin dejar hijos que heredasen sus bienes, que fueron a dar a manos de extraños, ni llevarse de este siglo más que su propia condenación.
San Fructuoso, entre tanto, vestido de pellejos, se entregaba a la oración por soledades y riscos, como un monstruo calderoniano, tanto que por milagro se libró un día de las flechas de un cazador que lo había tomado por fiera salvaje. 
Tras sembrar de monasterios el Bierzo se dirigió a la costa gallega, donde fundó el Peoniense (probablemente el de Poio), y en una isla cercana (seguramente la de Tambo) tuvo lugar un nuevo milagro.
Campanario barroco del actual monasterio de Poio (Pontevedra).
Estaban los monjes buscando algún manantial de agua dulce entre las rocas para poder establecer allí un nuevo convento cuando vieron que la barca en que habían pasado se había soltado de sus amarras y la corriente la había arrastrado a lo lejos.
San Fructuoso, remangándose y ciñéndose la túnica, se lanzó al agua y se lo tragaron las olas. Los monjes quedaron desesperados, llorando y sollozando tanto por la pérdida de su santo pastor como por la situación de robinsones en que se encontraban. Llevaban horas en esta aflicción y llanto cuando vieron venir a San Fructuoso en la barquilla, remando alegremente sobre las aguas. 
Y aun dice la tradición que alguna otra vez pasó caminando sobre ellas.
El dominio de San Fructuoso sobre este elemento se manifestó en otras ocasiones, como cuando uno de sus mozos fue arrastrado por la corriente al cruzar un río llevando unos caballos cargados con la biblioteca del santo. No sólo el mozo se salvó tras haber pasado largo rato bajo las aguas, sino que éstas devolvieron los libros secos y en perfecto estado.
Lograba el santo que los barcos navegasen solos mientras su tripulación dormía y detenía los temporales para tener buen tiempo en sus viajes.
Su actividad fundadora era infatigable, pero él mismo prefería la vida eremítica a la conventual y moraba entre bosques y breñales, buscando la amistad de los animales. Había domesticado unas grajas cuyo vuelo y voces parlanchinas guiaban hasta él a sus discípulos y un cervatillo que había rescatado herido y aterrorizado de entre la jauría de un cazador. Entre el animal y su salvador se llegó a trabar cálida amistad. El cervatillo balaba lastimosamente en la ausencia del santo, lo seguía a todas partes y muchas veces dormía a sus pies.
Ya he señalado que el rescate del ciervo perseguido es motivo que se repite en las vidas de los santos (ver San Ke, sobrino de Arturo). En cuanto a las grajas y sus voces, aparte de ser éstos y otros córvidos amigos de los anacoretas, 

Un cuervo trae un panecillo a un monje (San Benito). 
Bernard Sergent estudia su estrecha relación con los dioses Lugu y Apolo, que apunta a un simbolismo religioso antiquísimo.
Los grajos, pájaros parleros, son aves predilectas de Apolo y de Lug, dioses sonoros y parlantes por excelencia, como señala Sergent siguiendo a Dumézil. Koronis, "Graja", era una de las amantes de Apolo.
Fue el caso que un día, por gamberrismo, un jovencito azuzó sus perros contra el pobre cervatillo de San Fructuoso, que quedó deshecho a dentelladas.
No tardaron en llegar al santo enviados del gracioso, que por venganza divina había caído presa de fortísima calentura y estaba a punto de morir entre grandes dolores. Las oraciones de San Fructuoso, compadecido, le curaron no sólo el cuerpo, sino también el alma.
Cierto día iba el santo camino de la isla de Cádiz. Al pasar por tierras de Egitania (Idanha)
Por tierras de Idanha.
se detuvo a rezar en un lugar apartado y un rústico que lo vio con su aspecto ridículo, vestido de pellejos y descalzo de pie y pierna (como San Paterno ante San Sansón, ver Paterno entre Gwent y Gwened) lo tomó por algún criminal o esclavo huido y la emprendió con él a insultos y a palos. San Fructuoso no se defendió más que con persignarse, pero al ver la señal de la cruz, el demonio derribó al rústico al suelo, donde empezó a agitarse convulsamente y a despedazarse con sus propias manos.
De nuevo, las preces del santo le devolvieron el juicio y le sanaron las heridas.
era tanta la fama de san Fructuoso que no sólo acudía una muchedumbre de varones a seguirlo por su senda ascética sino también muchas mujeres. Una de éstas, Benita, de noble linaje, se había recogido en un convento femenino fundado por el santo y su novio, un encopetado gardingo, se quejó al rey de la ruptura de su compromiso. El rey mandó a un juez con la intención de devolverle a su prometida, pero ella, inspirada por el Espíritu Santo y cuando ya la habían sacado del convento a la fuerza, le habló con tales palabras que lo convenció de que era todo inútil.
-Será mejor -dijo al novio- que te busques otra mujer. Con ésta no hay nada que hacer. Que sirva a su Señor y tú déjala estar.
Probablemente el juez actuó con cordura y al gardingo le hubiera esperado un infierno si se hubiera empeñado en el casamiento. De todos modos, la cuestión se zanjó con la muerte repentina de la joven (otro milagro parecido se verá en El desengaño de un príncipe).
Decidió entonces San Fructuoso, cada vez más harto del siglo, peregrinar a Tierra Santa. Por secreto que quiso mantener su proyecto, uno de sus monjes se fue de la lengua y el rey, que de ninguna manera quería perder a un santo de tal categoría y de tan "centelleante claridad de fluyente esplendor" (coruscante splendiflua claritate), lo mandó apresar, aunque con las mayores consideraciones y honras.
Ninguna cárcel ni cerrojo se resistía a Fructuoso, ante quien se abrían milagrosamente todas las puertas y barrotes, pero obediente a su rey no intentaba escapar.
Y así fue como le ofrecieron y muy a su pesar aceptó ser nombrado obispo de Braga. Esto fue en el año 656. 
Fructuoso continuó con su actividad ascética y monástica habitual, aparte de regir su importantísima diócesis; además se empeñó en la construcción del que había de ser su mausoleo; y como sabía que se acercaba su fin y temía no tener tiempo de verlo acabado, mandó que se trabajase en él de día y también de noche a la luz de las antorchas.
Interior de la iglesia de San Fructuoso de Montélios, junto a Braga, construida por San Fructuoso para su enterramiento.
Conocía Fructuoso lo inminente de su muerte porque se lo había comunicado un discípulo, Casiano, que se había enterado por revelación divina.
Poco después de consagrado el templo, sufrió una fuerte calentura y pidió ser transportado a su querida iglesia, donde permaneció en oración un día y una noche. a la madrugada se despidió de su discípulo favorito, Decencio, esclavo doméstico nacido en su casa, al que nombró abad turonense (probablemente de Turéi o Tourem). 
Se alzó del suelo en que estaba postrado, volvió las manos al cielo y murió. 
La festividad de San Fructuoso se celebra el 16 de abril.

sábado, 14 de abril de 2012

Paterno entre Gwent y Gwened

Nuestra fuente principal sobre San Paterno, cuya festividad es el 15 de abril, es la Vita Sancti Paterni, escrita en el siglo XI o a principios del XII. Aunque bretón armoricano de nacimiento, su actividad se desarrolló tanto en Gales como en Irlanda, y los hagiógrafos irlandeses se ocupan ampliamente de él.
Al nacer Paterno, sus padres Petrano y Gwean (Blanca) se separaron de común acuerdo, dedicando sus vidas a Dios, para que -dice el autor de la Vita- Paterno fuese no sólo santo sino hijo de santos. Petrano emigró a Irlanda, y Paterno, en cuanto su hijo tuvo uso de razón, preguntó a su madre si tenía padre, si vivía y dónde y por qué no estaba con su familia como los de los demás niños. Gwean rompió a llorar:
-Tu padre vive, sí: pero más para Dios que para el mundo. Vive en Irlanda, en continua oración y áspera penitencia.
-Pues lo que tengo que hacer para ser buen hijo es imitarle; porque el que es hijo del rey ansía llegar al trono como su padre; yo igual: yo reviento si no consigo ir por la misma senda que él.
-¡Lo que a mí me faltaba! ¡Después del marido, el hijo!
No mucho después sucedió que un gran enjambre de santos varones se preparaba a abandonar Armórica para fundar nueva colmena en Britania. 
No parece que tenga demasiado fundamento histórico este movimiento monacal multitudinario que narra la Vita.
Uno de aquellos monjes era san Catamano, nieto de Gwen Teirvron (Trespechos), de quien ya se ha hablado aquí como madre de los santos Jacuto y Winwaloe (ver Perro Feroz y Jacuto) y Paterno, ya mozo, fue elegido como uno de sus jefes más importantes a pesar de sus pocos años. A la cabeza de ochocientos cuarenta y siete monjes desembarcó y fundó su primer monasterio en Mauritania, 
Iglesia actual de Llanbadarn Fawr, acaso la antigua Mauritania.
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/4d/EglwysSantPadarn_LlanbadarnFawr.jpg
que corresponde, según algún hagiógrafo, a la actual Llanbadarn Fawr en la costa oeste de Gales. Posiblemente el nombre fantasioso de Mauritania se deba al Fawr, que significa "grande" (irlandés mór).
Paterno prosiguió viaje hasta reunirse con su padre en Irlanda. 
Dos de las provincias de aquella isla estaban enzarzadas en una sangrienta guerra. Dios envió sendos ángeles a los obispos de aquellos reinos con la siguiente embajada.
-Si los dos ejércitos ven a la vez el rostro de un santo que acaba de llegar de Britania, vuestros dos reyes, airados uno contra otro, se aplacarán y harán las paces. De otro modo, no habrá manera.
Los obispos convocaron a las tropas y rogaron a Paterno que se situara entre sus haces. Su aspecto expulsó a los demonios de la guerra y se estableció paz y amistad perpetua entre los dos pueblos. Tras lo cual, Paterno, que echaba mucho de menos a sus monjes de Britania, regresó allí. 
La sorpresa que se llevó fue encontrar entre ellos a su amigo Nimanauc, que se había quedado en Armórica.
-¿Cómo tú por aquí?
-Me pesaba tanto tu ausencia que me puse en una peña a la orilla del mar, mirando con nostalgia a Britania y con tan grandes deseos de venirte a ver, que Dios endureció el mar y dio movimiento a la peña. De modo que ésta, resbalando sobre las olas como sobre un pulido y encerado cristal, me trajo a estas costas a la velocidad del viento.
Paterno empezó a fundar monasterio tras monasterio en la región. Pero el rey del Norte de Gales (Norgales, dirían nuestros libros de caballerías), Maelgwn Gwynedd, decidió invadir el Sur. Como Paterno era todo un personaje allí, se propuso hundirlo mediante una treta traicionera. Le mandó a dos enviados rogándole que le guardase en depósito un gran tesoro que llevaban en unos cestos: que entre los muros de su convento estaría seguro. Confiado, Paterno aceptó y se quedó con los cestos sin verificar su contenido, que no consistía más que en piedras y musgo. 
Cuando acabó la guerra, Maelgwn -el Príncipe Perro- reclamó su tesoro y como no aparecía por ninguna parte, acusó al santo, calumniosamente, de ladrón.
San Paterno se acogió al juicio de Dios y metió los brazos en agua hirviente, que se enfrió para él como si acabase de brotar entre las peñas de la sierra. Los portadores de los sacos, en cambio, sufrieron tan crueles quemaduras que murieron de resultas, y sus almas, transformadas en cuervos, salieron revoloteando por encima del río.
Todavía existía no hace mucho en Bretaña la creencia, atestiguada por Sébillot, de que las almas de los muertos malvados permanecían en la tierra en forma de cuervos. En Irlanda, según cuenta Eleanor Hull, las almas en pena toman la forma de pajarracos negros que vuelan y vuelan sin descanso.
En cuanto a la ordalía por inmersión del brazo en agua, aparece en la leyenda de San Gangulfo, avatar cristianizado del dios Lugu, cuya ave emblemática es precisamente el cuervo.
Pajarraco románico. Siglo XIII.
La venganza de Dios no se paró en los portadores del falso tesoro, sino que alcanzó al rey, que se quedó repentinamente ciego, cojitranco, dolorido de las rodillas y enfermo del corazón. Aterrado, acudió de rodillas al santo, que lo perdonó pero no logró quitarle los achaques. 
Entonces el rey, bien a su pesar, hizo a los monasterios de San Paterno importantes donaciones de terrenos y concesiones de privilegios, que le devolvieron, ellas sí, la salud; y ambos prohombres se despidieron en paz.
Uno de los monjes de San Paterno, que todos los días visitaba los bosques pertenecientes a la iglesia para recolectar frutos y plantas, faltó una vez al convento a la hora debida. Prolongándose su tardanza, cundió la inquietud y se organizó una batida con Paterno al frente.
-¡Hermano Rhys, hermano Rhys! ¡Mira que te llama tu abad y señor!
-¡Aquí! ¡Señor, aquí! -llegó una vocecilla delgada a los oídos del santo.
Era el monje Rhys, que había caído en manos de bandoleros. El infeliz había sido despojado de lo poco que tuviese, asesinado, y su cuerpo descabezado escondido en lo más hondo del bosque.
San Paterno encontró el cadáver decapitado junto a la cabeza; los juntó y bendijo y el hermano Rhys resurgió de entre los muertos, frotándose la garganta con la mano. San Paterno lanzó una maldición contra los malhechores.
Decapitación de un monje. Aquilea, siglo XII.
 http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/d2/Aquileia_Basilica_-_Krypta_Fresco_Enthauptung.jpg?uselang=es
La fama del milagro trascendió tanto que un día el gobernador de aquella provincia, un tal Eithir, pidió audiencia al obispo.
-¡Oh, Paterno!, los asesinos de tu monje eran hombres a mi servicio. Por supuesto, no obedecían órdenes mías al cometer sus fechorías y serán castigados como merecen. Pero por si me alcanzase sin comerlo ni beberlo tu maldición, me adelanto a presentarme ante ti.
-Has hecho bien; toda precaución es poca.
-¿Y si donase a tu monasterio unas preciosas tierras, feracísimas y situadas entre dos ríos, donde nunca falta el agua sino perpetuamente están verdes y son un deleite para la vista?
-Eso sería muy prudente por tu parte.
-Tenlas desde este instante por tuyas.
En esa época, cuando más honra y fama gozaba entre sus fieles San Paterno, tuvo lugar la famosa peregrinación a Jerusalén que emprendió junto a los otros dos grandes santos galeses Teilo y David, de la que he hablado otro día (ver Teilo el peregrino). En Jerusalén, los tres fueron agasajados con valiosos regalos y San Paterno recibió un manto maravilloso.
A su regreso, hallándose un día en su convento, recibió la visita de cierto reyezuelo llamado Arturo, el cual, viendo el manto, quedó prendado de él al instante y se lo pidió al santo.
-Yo te lo daría de mil amores, pero este manto sólo lo pueden llevar personas de buena vida, y no tiranos y ladrones como tú.
Ese caudillo de mala muerte que aparece en la Vita Paterni era ni más ni menos que el mismísimo rey Arturo. 
Arturo, en la literatura monacal y hagiográfica, por lo general dista de aparecer como el rey justiciero, virtuoso y casi mesiánico del ciclo narrativo bretón.
Arturo era muy aficionado a los mantos maravillosos. Entre sus tesoros estaban los llamados Pais Padarn y Llen Arthur, que volvían invisible al que los llevaba, y el Mantell, que mantenía al que lo vestía sin frío ni calor hiciese el tiempo que hiciese. Algunos sostienen que el Mantell y el Llen eran la misma prenda. 
Arturo con uno de sus mantos (el Mantell). Grabado de Aubrey Beardsley.
El rey, pues, se retiró enfurecido para volver a la cabeza de un pelotón de hombres armados dispuesto a llevarse la prenda por las buenas o por las malas.
Uno de los frailes corrió a avisar al abad:
-¡Ha vuelto el de antes! ¡Y viene pisando fuerte!
-Pues más le valiera pisar más flojo.
Porque, en efecto, al golpear Arturo el suelo con el talón, se abrió la tierra tragándoselo hasta la barbilla y lo aprisionó como en un puño sin dejarle más que la cabeza fuera. Y no lo escupió mientras no se apagó su ira y pidió humildemente perdón.
Interviene entonces en la historia Caradoc Vreichvras, Brazo Fuerte, al que los franceses llaman en sus novelas Briefbras (Brazo Corto), y que es protagonista de una extraña leyenda que no se trata de relatar entera ahora. 
El padre de este Caradoc, también llamado Caradoc (de Nantes y Vannes) había sido una de las víctimas del que llamo "cambiazo de la novia". Su mujer, Ysaíva (sobrina de Arturo por cierto, y del linaje de José de Arimatea), se había enamorado de un brujo llamado Eliavres; para poder disfrutar sin trabas sus adulterinos amores, el hechicero confundía la mente del marido, que pasaba las noches en compañía de diferentes animales sin darse cuenta de que no era Ysaíva lo que tenía en los brazos.
Caradoc Vreichvras fue marido de una mujer admirable, a la que los galeses llaman Tegau Eurfron y las novelas francesas Guignier. El famoso Mantell de Arturo, mencionado antes, le había pertenecido a ella.
Caradoc Vreichvras, personaje semilegendario, fue el fundador del reino de Gwent, al Sureste de Gales, y según la Vita Paterni quiso extender su poder a la Bretaña armoricana; pero los bretones exigieron, para sometérsele, la presencia de San Paterno.
El santo accedió a los ruegos de Caradoc y desembarcó junto a Vannes (Gwened en bretón). La máxima autoridad religiosa de Bretaña era entonces, siempre según la Vita, San Sansón, obispo de Dol. 
Sorprendido por la fama de Paterno, que se iba extendiendo como la espuma, Sansón decidió convocarlo.
-Dile que deje lo que tenga entre manos y que venga -aconsejó a San Sansón uno de sus monjes. 
Los mensajeros encontraron calzándose a Paterno que, obediente, se puso en marcha sin esperar a más y se presentó en Dol con una sola bota y una sola media.
Era un demonio el que había inspirado al monje los términos de la convocatoria, para hacer quedar en ridículo a Paterno.
San Paterno (derecha). Vidriera en la catedral de Vannes.http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/29/Bretagne_Morbihan_Vannes8_tango7174.jpg

Cuando lo vio llegar con una pierna desnuda y otra no, con facha verdaderamente ridícula, el monje estalló en escarnios y cuchufletas y cayó al suelo revolcándose de risa. Pero Sansón comprendió que el nuevo obispo (que lo era de Vannes) era un hombre santo y decidió compartir con él la supremacía religiosa.
Y he aquí que tropezamos otra vez con el motivo extendidísimo del personaje sagrado que aparece medio descalzo, como Jasón (ver En el país de los tuertos el cojo es el rey).
Al cabo de un rato, como el monje no cesaba de revolcarse, se examinó el asunto más de cerca y se vio que lo había poseído un demonio y que se debatía entre convulsiones infernales. Entre ambos obispos lograron exorcizarlo y, expulsado el diablo, el monje se arrepintió e hizo penitencia. 
En desagravio, San Sansón concedió a San Paterno la exención de todos los tributos que tuviese que pagar en Bretaña. 
Como se ve, San Paterno era un santo práctico, que hacía fructificar sus milagros en abundantes donaciones de tierras y otros beneficios de este siglo.
Sin embargo, San Paterno no acabó de congeniar con sus paisanos bretones y poco antes de morir abandonó su país, yendo a acabar sus días al reino de los francos.
En la cronología, la Vita Paterni está confusa. El único Paterno obispo de Vannes históricamente documentado vivió un siglo antes de San Sansón. Por entonces, Vannes no estaba en poder de los bretones, sino de los francos. 
Probablemente se tratase de un personaje distinto del San Paterno de Gales. La tradición debe de haber mezclado a estos dos santos, añadiéndoles además un tercero, San Paterno de Avranches.   


lunes, 2 de abril de 2012

Cara sucia y mano limpia: parte segunda, mano limpia.

La segunda y más breve parte de esta entrada asimétrica y coja nos devuelve a la antigua Irlanda. Se refiere a la gran Santa Brígida de Kildare, cuya festividad se celebra el 1º de Febrero, superponiéndose a la importante fiesta de Imbolc, una de las cuatro principales del calendario precristiano.
Santa Brígida de Kildare es la segunda santa del santoral irlandés. No cede en rango a San Colum Cille ni a ningún otro.
Caridad de Santa Brígida. Fresco de Lorenzo Lotto.
Con San Patricio, Santa Brígida es una de las santas de cuya vida más abundantemente se ha escrito. 
Uno de los santos favoritos de Santa Brígida (y mirad que Santa Brígida conoció santos) fue San Ninnidh.
Ahora bien, es bastante equívoco este San Ninnidh: por un lado, Ninnidh era un nombre frecuente -al igual que el nombre femenino Nina o Ninna- y lo llevaron otros santos que se confunden con éste; por otra parte, se lo conoció por otros nombres parecidos y diminutivos cariñosos, de manera que es complicado discernir quién era quién.
Éste es el llamado Nenidio Mundimano, en irlandés Ninnidh o Nennidh Lámhghlán, cuya fiesta se celebra el 2 de Abril. 
El erudito John Francis Shearman, a finales del siglo XIX, le dedica unas páginas de sus Loca patriciana donde identifica al abad Nennius, a Gildas, Manceno, Muginto y Niníne Éces, lod dos himnógrafos... Todo lo cual no hace más que añadir confusión.
Las noticias que existen relativas a Nenidio Mundimano son pocas y se encuentran en la Vidas de Santa Brígida, especialmente en las llamadas Vidas IV y V
Fue el caso que iba un día Santa Brígida (que ya no era ninguna niña) en su carro con alguna de sus compañeras, cuando un chiquillo, que estaba jugando por el campo, salió disparado ante ellas como un faisán que levantase el vuelo espantado a su paso.
-¡Qué niño tan rico!
-¡Y qué mecha lleva!
-Cazadme ese gazapo, haced el favor.
Saltaron las monjas del carro y, corriendo, corriendo, pisándose los hábitos, echaron al final el guante al pequeño y lo llevaron a Santa Brígida.
-¿Qué pasa, chico: tienes miedo?
-Sí.
-¿Por qué?
-Porque me dan miedo las monjas.
-¡Qué barbaridad! ¡Pues si no mordemos!... ¿Cómo te llamas?
-Ninnidh.
-Corres mucho tú, ¿eh, Ninnidh?
-Sí.
-Y ¿adónde ibas tan deprisa? ¿Hasta dónde querías llegar?
-Hasta el cielo.
Yo creo que el niño lo dijo así, con minúscula, que en el lenguaje de los críos quiere decir "lo más lejos que se pueda imaginar". Pero Santa Brígida lo entendió con mayúscula, y si ya el chavalillo le había entrado por el ojito derecho por lo majo y vivaracho, entonces la acabó de encandilar.
-¿Hasta el Cielo, eh? Buena carrera es esa. Ahí voy yo también. Pero cuidado no te caigas por el camino.
-¡Soltarme!
-Ya te dejo, hijo, ya te dejo. Pero primero atiende, que te voy a hacer una profecía.
-¿Duele?
-No, no duele. Escucha: cuando yo sea viejecita y esté a punto de morirme, tú me darás el viático. Con tu propia mano.
-¿Qué es el viático?
-Nada, una cosa. Ya puedes irte a jugar. ¡Anda, raspa, que eres un raspa! Dame un beso. ¡Adiós, Ninnidh!
Estos besos no suelen gustarles a los niños ni poco ni mucho, pero el caso fue que Ninnidh quedó hondamente impresionado por aquella charla y no se le olvidaron las palabras de la santa. 
Aquel breve encuentro había sembrado en una y otro las semillas de un afecto hondísimo, imborrable.
Y a medida que fue creciendo y sabiendo más cosas de ella, Ninnidh se fue convenciendo de que su profecía tenía que ser tan cierta como el Evangelio.
Llegó, pues, un momento en que se fue al herrero, llegó a casa con un paquete debajo del brazo, se lavó la mano derecha restregando con la mayor energía, sacó del paquete un estuche de latón en forma de manopla y se lo ajustó.
¡Ya hubiera querido que fuera de oro y pedrería!
Brazo relicario de San Pantaleón. Orfebrería renana. Siglo XIII.
San Ninnidh con su brazo convertido en relicario viviente no puede por menos de recordarnos al personaje de la mitología irlandesa Nuadu Argatlám (Lludd Llaw Ereint en galés), que como perdió una mano en una batalla tuvo que implantarse una de plata, que hizo perfectamente las veces de la original.
Aquel gesto ascético de Ninnidh tenía dos propósitos. Como aquella mano estaba destinada al sagrado deber de dar la extremaunción a Santa Brígida había que mantenerla a resguardo de cualquier contacto que pudiera mancillarla. 
Pero, por otra parte, como la profecía tenía que cumplirse necesariamente, apartando aquella mano del mundo se prolongaría la preciosa vida de la santa. Por eso, Ninnidh cerró el estuche-manopla con candado, se dirigió a un puerto de mar y tras arrojar la llave al agua se embarcó para tierras lejanas.
Aquello era uno de los mayores sacrificios que podía hacer un irlandés: era equivalente a padecer martirio; de hecho se denominaba "martirio blanco". Pero todo era poco por santa Brígida, la monja que lo había sentado encima de ella de pequeño.
Hay que creer una de estas tres cosas: o San Ninnidh tardó mucho en decidirse a aprisionar su mano, y ya le había crecido todo lo que le tenía que crecer (cosa que no dan a entender las crónicas); o se le quedó atrofiada y canija por estar encerrada (es extraño que no hubieran mencionado las Vidas que era manco), o (y es lo más seguro) el metal fue dando de sí milagrosamente a medida que la mano y el brazo se iban desarrollando.
No se sabe gran cosa de las andanzas de San Ninnidh por el mundo, sobre todo porque se lo confunde con otros santos, como San Ninnian, el apóstol de los pictos. La Vida V de Santa Brígida dice que estuvo en Roma visitando la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo y que permaneció allí años estudiando; que frecuentemente lo visitaban los ángeles y conversaban con él.
Probablemente al autor de esa Vida se le cruzaron en la memoria las de dos santos: San Ninnidh (al que como digo a veces se llama Ninnian) y San Finnian de Moville, que según la leyenda sí que estuvo en Roma.
Durante una de sus muchas travesías marítimas los marineros del barco donde viajaba San Ninnidh pescaron un pez de extraño aspecto y tamaño.
Hurgando en las tripas del pescado. Battistello Caracciolo Tobías y el ángel (detalle).
Ya imaginaréis lo que había en la barriga de aquel pescado; la llave del relicario guante. 
Grande fue la tristeza de San Ninnidh cuando pensó que había llegado para Santa Brígida la hora de despertar en el Señor. Sin embargo, no tardó en bajar su ángel a tranquilizarlo. El tránsito de la santa no era inminente, pero Dios había querido darle una lección de humildad: contra Sus designios no valen manoplas ni triquiñuelas.
Ninnidh regresó a Irlanda donde fundó un nuevo monasterio y disfrutó durante algún tiempo de la intensa y estrecha amistad de Santa Brígida antes de que le tocase cumplir la profecía. 
No se sabe de su vida tras la muerte de la santa.









domingo, 1 de abril de 2012

Cara sucia y mano limpia. Parte primera: cara sucia.

Voy a hablar de dos asuntos que no tienen nada que ver uno con otro, más que el venir a cuento en dos días sucesivos del calendario y su relación con el aseo.
Santa Hroswitha de Gandersheim, "Validus Clamor", como gustaba ella (consciente de su valía literaria) de traducir su nombre, nacida en la primera mitad del siglo X, es una escritora de enorme importancia y de muy grata lectura, tanto en sus obras dramáticas como en las otras, menos conocidas.
Santa Hroswitha
Ahora, repasando la Pasión de Santa Inés, me llama la atención este punto: condenada la santa al prostíbulo, los verdugos se apresuran a arrancarle las  vestiduras. Pero para frustración de mirones, primero los largos y dorados cabellos la cubren castamente, y después, a la entrada del local habitualmente sucio y oscuro (pero esa vez milagrosamente aromatizado por perfumes celestes y resplandeciente de luz celestial) le sale al encuentro un ángel: 
"Obtulit et vestem níveo splendore micantem
ejus mensurae conformata satis apte"
"y le entrega un vestido reluciente de níveo esplendor,
que le venía bastante bien con arreglo a sus medidas".
Un detalle así yo creo que no se le hubiera ocurrido a un escritor varón, el cual se hubiera quedado en la donación milagrosa, en la blancura cegadora, en la honestidad preservada, sin pararse a pensar en que el vestido, aparte de cumplir su función y de sus cualidades intrínsecas tenía que sentar bien para ser completo el milagro.
Santa Inés. Vidriera alemana. Siglo XV. (Aquí se le podría meter unos dedos el vestido).
Pero me voy por las ramas: no quería hablar de Santa Inés.
Santa Hroswitha, por monja que fuese, está lejos de ser una escritora gazmoña: por el contrario suele aderezar sus obras con un pellizco de pimienta erótica, y así sucede en esta de Dulcidio que traigo a colación ahora porque trata de las santas hermanas Irene, Ágape y Quionia (en castellano Paz, Amor y Nieves), cuya festividad se celebra el 1º de abril en el Martirologio Romano (las Acta sanctorum traen a estas santas el 3 del mismo mes).
Se trata de un culto antiguo, pues las mencionan los primeros martirologios. La relación de este martirio tal como aparece en las Acta sanctorum está tomada de un antigua Vida de Santa Anastasia (los sucesos están directamente relacionados con la prisión de San Crisógono y las actividades de Santa Anastasia a favor de los presos). Hroswitha la sigue bastante de cerca. También alude a él Aldhelmo en un poema y lo resume en su De virginitate. Más autores antiguos que se ocupan de este martirio enumeran las Acta sanctorum.
Las tres vírgenes, pues, han sido apresadas por Diocleciano en Aquilea, justamente acusadas de haber recogido y ocultado el cadáver del mártir Crisógono para rendirle culto. Diocleciano se traslada a Tesalónica llevándose consigo a los presos cristianos, entre ellos las hermanas, a las que llama a su presencia en un intento de torcer su determinación. 
Ése es el momento en que empieza la acción del drama. Diocleciano, aburrido de la terquedad de las muchachas, desiste dejando el asunto en manos del gobernador Dulcidio (irónico nombre). Pero éste al verlas recibe una impresión fulminante:
-¡Atiza! ¡Qué niñitas tan bonitas, tan ricas y tan distinguidas! (Papae! Quam pulchrae, quam venustae, quam egregiae puellulae! -hay que fijarse en el pedofílico diminutivo).
El aséptico soldado le da la razón:
-En lo guapas, perfectas (Perfectae decore). 
Dulcidio confiesa entonces al gurdián el efecto abrasador que le han producido, a lo que el hombre contesta con la frialdad de antes:
-Credibile.  
Pero le advierte que no tiene nada que hacer con ellas, que son como unas mulas y que se lo piense dos veces antes de meterse en algo que le vaya a pesar.
Relieve romano (Sarcófago de las amazonas). Finales del siglo II. 
 Dulcidio, determinado, las manda encerrar en un chiscón junto a una despensa donde se guardan los utensilios y cacharros de la cocina.
-¿Y ahí por qué? -pregunta el militar, sin duda escandalizado ante una orden irregular y que se salta el protocolo.
-Para poderlas ir a ver un poquito más a menudo.
-Como mande -responde el carcelero con reprobador laconismo.
Llega la noche y mientras las hermanas procuran abstraerse en sus oraciones y cánticos, Dulcidio entra en acción con un rasgo de jactancia exhibicionista y chulesca:
-Venid -manda a los soldados-; bajad unos candiles y desde la puerta vais a ver cómo trinco a ésas y me pongo las botas con ellas (optatis amplexibus me saturabo).
Quiere ser contemplado en su triunfo, y es que en esta historia tiene una importancia esencial la mirada ajena -lo que dejas ver, lo que te obligan a mostrar, lo que crees ver-, de la que depende la gloria y la infamia.
Las muchachas oyen la puerta; comprenden quién viene; asustadas, se preparan a un ataque. De pronto, las sobresalta un estrépito de cacharros. 
-¿Qué será eso?
Miran -las imaginamos de espaldas, alineadas- por una rendija. Sólo Irene, la más pequeña, ve con claridad lo que pasa y se lo cuenta a las otras dos. Los soldados se han quedado discretamente a la puerta, sin querer ser testigos del atropello, así que en vez de galleando ante sus subordinados Dulcidio está expuesto al escarnio de sus víctimas.
-¡Mirad! ¡Ese tonto, ese chalado, se cree que se nos está beneficiando!
-¿Pues qué está haciendo?
-Restregándose amorosamente la barriga con las ollas... Ahora con las sartenes... Ahora engancha las cacerolas... No veáis cómo se las come a besos, ¡qué ternura!
-¡Ridículo! -sentencia Quionia.
-Se ha puesto de hollín y de tizne las manos, la cara y la ropa que parece un zulú.
-Es muy propio -explica Ágape (de modo nada correcto políticamente)- que tenga el aspecto corporal tan negro como el alma endemoniada.
Ésta es -digámoslo de paso-, tratada humorísticamente, una variante del motivo de la esposa cambiada, donde a la víctima se le endilga no una impostora, sino una añagaza: estatua animada, visión fantástica, íncubo (como en La historia del Graal), cadáver horrendo (como en El mágico prodigioso  o en El resplandor, de Kubrick).
En unas escenas de farsa o de guiñol, primero los soldados huyen despavoridos del desfigurado gobernador (que no es consciente de su propia facha) y después los porteros de palacio, no reconociéndolo, lo muelen a palos. Por último, su mujer sale alarmada (principalmente, por la parte de ridículo que le toca en el comportamiento del marido). Dulcidio acaba por darse cuenta de la situación, que atribuye a hechicerías de las niñas, y decide que donde las dan, las toman:
-¡Que traigan a esas putillas (lascivae puellae) y que las pongan en pelota delante del público, a ver si nos reímos todos! 
Félix Resurrección Hidalgo, Las vírgenes cristianas expuestas al populacho, 1884.
La orden, sin embargo, no puede cumplirse: los vestidos se adhieren a las carnes de las vírgenes como si fuesen su propia piel y el gobernador, en el trono que había dispuesto para disfrutar del espectáculo en primera fila, cae sumido en profundo letargo.
Diocleciano decide tomar cartas en el asunto ante el menoscabo que está sufriendo su autoridad y encarga la solución al conde Sisinio, que manda traer a su presencia a las dos mayores. A Irene la reserva compadecido de su juventud y en la idea de que cuando no estén las hermanas para presionarla, cederá.
Ágape y Quionia, firmes, arrostran el martirio, que es el de la hoguera. Por milagro, mueren sin que el fuego les cause el menor daño en carnes, cabellos ni vestidos.
Contra el pronóstico de Sisinio, Irene también resiste y el conde la amenaza:
-Mira que si no entras en razón te mando a un burdel donde te hagan de todo. ¿Te gustaría eso?
-¿Qué me van a hacer peor que adorar a los ídolos?
-¡Bastantes cosas! ¿Qué sabrás tú? ¡Monicaca! Verás lo que tardan en bajársete los humos cuando lleves una temporadita con esas chicas. Quieras que no te harás una más de ellas y habrá un antes y un después.
Hendrik Goltzius, Sine Cerere et Baccho friget Venus
-A la fuerza no es pecado sino martirio.
-Bueno, ¡ya está bien! Vas al burdel de cabeza. Llevársela aunque sea de los pelos y sin contemplaciones. Que es donde tiene que estar. ¡Si es que parece que lo está pidiendo!
-¿A que no voy?
-A ver quién lo impide.
-El que puede.
Camino del lupanar, dos ángeles, con órdenes falsas de Sisinio, interceptan al pelotón y se llevan a la prisionera a la cima de una montaña, fuera del alcance de las tropas. Los soldados, cada vez que intentan subir al monte, se desorientan y empiezan a dar vueltas sin ton ni son, incapaces de avanzar y de retroceder. Ante la impotencia de Sisinio, finalmente, es un arquero el que de un flechazo acaba con la vida de la triunfante Irene.