lunes, 26 de noviembre de 2012

Dos apóstoles rivales y un par de ñapas

Interesante palabra por cierto ésta de ñapa, llapa o yapa, que de las tres maneras la recoge el Dicconario de la Real AcademiaÁngel Rosenblat trata de este vocablo en Buenas y malas palabrasEs voz quechua que significa en ese idioma "añadidura" y en castellano "adehala" o pequeña porción que el tendero regala de propina al cliente. Ñapa está en el diccionario desde 1936. Lo que no encuentro es el sustantivo ñapas, la persona que redondea sus ingresos haciendo chapuzas, o incluso vive de esos menudos trabajos, o tiene habilidad para ellos. 
Echando una ojeada por la red, se observa que no faltan hablantes que perciben un matiz despectivo (que en principio no tiene) en él. Ciertamente, la palabra no me parece muy eufónica y la proporción de las palabras despectivas entre las que empiezan por ñ- es alta.
Veo que desde el quechua la palabra se ha abierto paso hasta el portugués, gallego, catalán y, a través del criollo de Luisiana lagnap (con la aglutinación del artículo tan frecuente en esos idiomas), hasta el inglés americano, donde dicen lagniappe.
La primera ñapa que se me viene a los puntos de la pluma es para la entrada, ya vieja, En el país de los tuertos el cojo es el rey. Ahí me refería al personaje de Slupe, la Reina Negra de Sogo en Barbarella de Forest, representada en la adaptación al cine (1968) por Anita Pallenberg.
Anita Pallenberg hace de reina de Sogo en Barbarella de Roger Vadim
Reina y hampona, menudita y de armas tomar, tuerta, ingenua y prostituida, mortífera, inocente y diabólica, compartiendo muchos rasgos con la mítica Dahut de la leyenda bretona de Ys.
De seis años después data la película Thriller -en grym film de Bo Arne Vibenius. Ahí encuentro un personaje que se me antoja parecido.
Frigga es una joven campesina sueca que ha quedado muda desde niña como secuela psicológica de una violación. Mudez traumática que encontramos en algún que otro personaje mítico, tal el Labraid Loingsech de la leyenda irlandesa de Laiginn, que recuperó el habla al recibir, accidentalmente, un golpe en toda la espinilla con un artilugio deportivo semejante a un palo de hockey. La inocente Frigga un día viaja a la ciudad y (como la ingenua protagonista de alguna novela del siglo XVIII) cae en manos de un desalmado que la secuestra y hace adicta a la heroína para poderla obligar a prostituirse. Le cambia el nombre por el de Madeleine -adecuado a su nueva ocupación- y en castigo por un intento de rebelión, le salta un ojo con un bisturí. Esto, unido a otras pruebas (muerte de una amiga y de sus padres), paradójicamente le concede una clara visión de su deber y destino: la venganza fría y despiadada que se dedica a preparar, adquiriendo habilidades rayanas en lo sobrehumano, y consumar metódicamente.
Christina Lindberg haciendo de Frigga. Niña inocente y fría asesina.
Este personaje lo encarna Christina Lindberg, actriz a la que por su aire de inocencia el papel le viene pintado.
Frigga, la de la mitología, no era tuerta, pero su marido Odín sí. Y ciertamente hay algo odínico en el aspecto de esta vengadora con su parche, su melena (falta el sombrero de ala ancha) y su largo gabán. 
Frigga /Madeleine, vengadora.
Claro que el de Odín era azul y no negro, pero aquél era color de muerte entre los antiguos nórdicos como el negro entre nosotros. Y cuando toma venganza de su principal enemigo, la muerte que le da es por ahorcamiento, que era como se sacrificaban las víctimas a Odín (empezando por él mismo). Más aún: el encargado de apretar la soga es un caballo, animal estrechamente asociado con Odín. Hengist y Horsa, los caudillos anglosajones, descendientes directos de Wodan, o sea Odín, llevaban nombres que significan "caballo". Frigga, "la Amada", es ante todo esposa (es Freya, "la Noble", en cambio, la diosa amante por excelencia); pero no siempre se distinguieron bien: para traducir veneris dies, "día de Venus, viernes", los anglosajones dicen Friday, "día de Frigga".
La segunda ñapa tiene que ver con la estratagema nupcial del cambiazo, ya sea su objeto evitar o garantizar la consumación del matrimonio. Hasta ahora me habían salido ejemplos de estas regiones occidentales. Ahora se me aparece en Las mil y una noches. En la edición que manejo, que es una traducción inglesa de la francesa del doctor Mardrus, se encuentra al final: es la historia de la caída en desgracia de Yafar ibn Yahya, el valido del califa Harún al Rashid. Al Tabari e Ibn Jaldún ofrecen de ella una versión menos novelesca.
Según el cuento, Harún al Rashid no se encontraba a gusto sin la compañía de dos personas: su propia hermana Abbasa y su amigo y visir Yafar, que aparece repetidamente como personaje de Las mil y una noches. Ahora bien, no podía disfrutar de la conversación de ambos simultáneamente sin que su hermana se sometiese a las restricciones severas que regulaban el trato entre hombres y mujeres no emparentados entre sí, lo que resultaba de gran incomodidad. La solución que se le ocurrió al califa fue casar a su hermana con el visir. Siendo todos parientes, podían verse y conversar sin trabas.
La condición que puso Harún fue que los casados no se vieran más que en su presencia, porque de ningún modo aceptaría que tuviesen un descendiente que pudiese aspirar al trono. 
El arbitrio funcionó hasta que con el trato Yafar y Abbasa se enamoraron; la princesa especialmente, abrasada de pasión, importunaba y martirizaba continuamente a su marido con requerimientos que él también ardía por satisfacer, si no se lo hubiesen impedido su lealtad y terror a la cólera del califa. Yafar buscaba consuelo en los brazos de unas esclavas selectas y bellísimas que su madre le iba mandando a razón de una nueva cada jueves. Abbasa se dirigió a su suegra pidiéndole que la colase disfrazada de odalisca. 
Arreglando a una odalisca. Théodore Chassériau.
-Si no, esto va a romper por donde pueda y el estampido, ¡verás! 
Dicho y hecho. La pobre madre tuvo que resignarse.
Consumado el matrimonio, la esposa preguntó al marido, que seguía en la inopia por culpa del mucho vino que había tomado antes de acostarse:
-¿Se nota alguna diferencia, Yafar, entre una princesa y una esclava normal?
-Pues ¿qué? ¿Eres tú alguna princesa cautiva traída de algún lejano país?
-Princesa y cautiva sí; pero de lejano país, nada. Yo soy de aquí mismo: ¿o es que no te has dado cuenta?
-¡Arrea! -exclamó Yafar despejándosele de pronto las brumas del alcohol- ¿Pero tú...? ¿Pero tú te has dado cuenta de lo que has hecho?
-Vaya que sí.
-¡Anda, anda, vete... Vete, que la has liado pero bien! Quiera Dios que no nos cueste la ocurrencia más que palabras.
-Yo tenía idea de repetir... Aunque se me está pasando, porque veo que eres poco hombre...
-¡Cachis en tal!... ¿Me vas a retar tú? ¡Ea, sea como tú quieres y así se hunda el mundo!
Los encuentros entre los casados menudearon y fruto de ellos fue un hijo que la princesa tuvo y mandó criar en secreto.
El caso fue que la noticia acabó por llegar a oídos de Harún al Rashid, que ordenó decapitar instantáneamente a Yafar y ejecutar, encarcelar o desterrar a casi toda su familia. 
Ésta, la de los Barmákidas, había llegado a ser odiada de muchos por el poder y riqueza que había acumulado en poco tiempo y por ser forastera y recientemente convertida del zoroastrismo.
Abbasa y su hijo fueron enterrados vivos, juntos, en una quinta propiedad de ella, donde se había ido a refugiar.  
Harún al Rashid rinde tributo a Carlomagno. Luca Giordano.
Gracias a este cuadro que pongo sobre este renglón saltamos del mundo de las Mil y una noches al de la epopeya carolingia. 
Es sabido que el famoso califa y el emperador franco intercambiaron embajadas y regalos, entre ellos un reloj y el elefante Abu-l-Abbas que recibió éste.
Pipino el Breve, padre de Carlomagno y primero de los reyes carolingios, durante los primeros tiempos de su reinado tuvo que luchar agriamente junto a su hermano Carlomán para conservar el poder de la familia, que había de convertirse en dinastía real. 
La principal amenaza venía de los bávaros.
Carlos Martel (padre de Carlomagno y abuelo de Pipino el Breve), en su política expansionista hacia Oriente, había intervenido en los asuntos de Baviera aprovechando la guerra sucesoria de aquel ducado, que oponía a dos primos: Hucberto y Grimoaldo. Grimoaldo había sido derrotado y murió en combate; entre el botín de guerra Carlos Martel se alzó con su viuda Pilitrudis y con una muchacha sobrina suya, Swanahilda, de la que hizo su concubina.
Es de creer que se cogieron cariño, a juzgar porque al enviudar Carlos de su mujer, Rotrudis, la tomó por esposa y cuando quedó el ducado de Bavaria vacante nombró para él a Odilón, familiar de la antigua cautiva. Swanahilda dio a Carlos Martel un hijo, Grifón.
Pero los nobles bávaros, descontentos con esa designación, se alzaron y Odilón tuvo que huir buscando refugio en la corte de Carlos Martel. Allí no perdió el tiempo, sino que pronto se enamoró de la hija de su protector, Hiltrudis, y tuvo con ella un hijo al que llamaron Tasilón.
Carlos Martel, por Debay.
Carlos Martel, a su muerte, dejaba repartida la mayor parte de sus dominios entre Pipino y Carlomán, los hijos de Rotrudis. Éstos se apresuraron a aniquilar a la facción bávara que se había ido fortaleciendo en la corte. Grifón fue encarcelado y Swanahilda fue recluida en un convento, pero tuvo tiempo de advertir a Hiltrudis que huyese a Baviera con su marido.
De esto se siguió la guerra entre Odilón y sus cuñados Pipino y Carlomán, que quedó en tablas: Odilón se reconoció vasallo de los francos y éstos admitieron que continuase a la cabeza del ducado, en casi total independencia.
Para los francos era de suma importancia el control de aquellas ricas regiones orientales,   
fronterizas; para su organización y administración fue un auxiliar imprescindible la Iglesia. Evangelización y expansión del imperio franco fueron dos procesos simultáneos y mutuamente indispensables. En esta labor los francos contaron con un personaje de grandes cualidades y fuerte voluntad: San Bonifacio. San Bonifacio era inglés y su verdadero nombre Wynfrith.
Entre tanto, había llegado al reino de Pipino uno de aquellos monjes irlandeses que dedicaban a Dios su destierro voluntario. No era uno de tantos: había sido abad del importante monasterio de Achadh Bó (Aghaboe en inglés) y tenía fama de grandísimo matemático y astrónomo. Se llamaba Virgilio; a decir verdad, su verdadero nombre era Fergal (que es lo que los ingleses escriben Farrell), pero algunos Fergal clérigos tenían la coquetería de latinizar su nombre adoptando el del famoso poeta y sobre todo mago -de acuerdo con la leyenda- de la antigüedad. Y en realidad, es muy posible que el poeta Virgilio, que era de la Galia Cisalpina, llevase un nombre galo cercanamente emparentado con el irlandés Fergal.
En todo caso, parece ser que Fergal o Virgilio era hombre de trato muy agradable; hizo buenas migas con Pipino, en cuya corte permaneció dos años, y se ganó su confianza hasta el punto de que el rey le confió una misión delicada: organizar la diócesis de Salzburgo y la Carintia, a la que habían afluido numerosos pobladores eslavos huyendo del empuje de los ávaros, horda de invasores formada por turcos, mongoles, iranios y eslavos.
Salzburgo había sido fundada poco antes por San Ruperto, el evangelizador de Baviera, y era una zona superficialmente cristianizada, fronteriza, inestable y sobre la que el reino franco no era capaz de ejercer mucho control.
Virgilio emprendió la tarea con entusiasmo, pero tropezó con la personalidad voluntariosa de San Bonifacio. A éste, que se entendía mejor con el otro hermano, Carlomán, no le hizo mucha gracia el nombramiento de San Virgilio. 
San Bonifacio se llevaba mucho mejor con Carlomán.
Grabado barroco (1623)
De pronto aparecía otro valioso personaje que se interponía en sus planes de evangelización, como rebajándole el mérito a la mitad. 
Además, ya he dicho que era inglés. A los ingleses no les entusiasmaba la manera en que los  irlandeses encaraban su labor pastoral. Se buscaban entre sí y procuraban colaborar siempre con compatriotas. Los monasterios irlandeses eran pequeñas islas de cultura hibernia, apegadas a su idioma, a su escritura, a sus formas pictóricas, a su formación teológica. En suma, aunque quedaba atrás el sínodo de Whitby (ver San Colmán y los irlandeses en Northumbria), los irlandeses permanecían fieles a una identidad cultural incompatible con la idea imperial universalista y mesiánica de los carolingios. Al fin y al cabo, éstos vivían en la nostalgia de un mundo (aunque sublimado en su imaginación), el imperio romano cristiano -de Constantino por ejemplo-, al que Irlanda nunca había pertenecido. No tenían en la estima necesaria a la institución episcopal ni compartían la idea de una Iglesia administrativamente jerarquizada y centralizada a manera de un imperio a lo divino. Ciertamente, tampoco la idea del poder real que existía en una tierra políticamente desmigajada como Irlanda podía corresponder a la de un monarca universal teocrático.
San Bonifacio, con su autoridad indiscutida y ciertamente ganada a pulso, estorbó cuanto pudo el nombramiento de San Virgilio como obispo; de hecho, Virgilio no alcanzó el anillo episcopal mientras estuvo vivo Bonifacio. A San Virgilio no le importó esto demasiado: encontró un compatriota que sí era obispo y que estaba dispuesto a realizar en su lugar y a su sombra todas las funciones que requerían de la dignidad episcopal. Las crónicas lo mencionan como Dubdagrecus o Tuto Grecus, nombres extraños que camuflan el irlandés Dubh Dá Crích. Los  motivos de fricción entre ambos grandes evangelizadores fueron numerosos y al parecer fútiles, demostrando que había mar de fondo.
San Bonifacio se quejó al papa de que Virgilio se empeñaba en sembrar cizaña entre el duque Odilón y él. Yo imagino que esto debe entenderse a la luz de las tensas relaciones entre Baviera, mal sometida y siempre aspirante a la secesión, con el reino franco. Probablemente Odilón veía en San Bonifacio a un agente de sus cuñados y en San Virgilio no.
Una de las fricciones entre ambos santos fue la cuestión del bautismo. Se ve que había un cura ignorante y sin latines que andaba bautizando a la gente en nombre "de la Patria, de la Hija y del Espíritu Santo". San Bonifacio mandaba a los así bautizados que se rebautizasen, teniendo el bautismo por nulo. San Virgilio protestó al papa, sosteniendo que bastaba la imposición de manos. En una carta del año 746 el papa  (que era San Zacarías) da la razón a San Virgilio puesto que el sacerdote no había incurrido en herejía sino en un error gramatical.
Pero en otra epístola posterior, de mayor interés, probablemente del 748 (pueden leerse ambas en el volumen Epistulae de los Monumenta Germaniae Historica en línea)San Zacarías vuelve sobre la cuestión, insistiendo en que si la fórmula pronunciada en el bautismo es herética, por ejemplo no mencionando a una de las tres Personas de la Trinidad, el bautismo es nulo independientemente de la voluntad y calidad moral del que lo imparte. Y al revés: el bautizado por un pecador, si lo es mediante el rito correcto, queda bautizado. Zacarías condena expresamente al irlandés Sansón por defender que la simple imposición de manos puede sustituir al bautismo.
Esta carta deja entrever el estado de la Iglesia en la Baviera de aquellos años de cristianización imperfecta. Existían sacerdotes que sacrificaban toros y machos cabríos a los dioses paganos, que participaban en banquetes funerarios (práctica que la Iglesia acabaría aceptando como normal), que iban predicando de acá para allá doctrinas aberrantes, que se proclamaban sacerdotes y hasta obispos sin haber sido consagrados por nadie, que eran adúlteros y homosexuales afeminados (lo cual no deja de recordar antiguos ritos paganos que incluían el disfraz de mujer en los sacerdotes o los chamanes; también, más sencillamente, a fiestas de transgresión de las normas sociales, de tipo carnavalesco). ¡Tal vez, en el fondo, la fórmula bautismal ridiculizada en la carta anterior era algo más que un simple error gramatical!
Bautismo. Manuscrito del siglo XII.
Hecho más interesante aún, señala que existían esclavos o siervos cimarrones, tonsurados, que ejercían de sacerdotes, viviendo en los campos por las cabañas de los rústicos para evitar ser localizados por los obispos, sin reconocer ninguna autoridad, ejerciendo su ministerio entre los campesinos, que los amparaban.
Esto parece referirse a algún brote de herejía popular revolucionaria.
El papa Zacarías recomienda que se localice a tales falsos predicadores y se los encierre en conventos, donde acaben sus días haciendo penitencia.  
En esta misma carta se refiere, en términos muy severos, a la supuesta opinión sostenida por Virgilio de que existían antípodas y que en sus tierras, ni más ni menos que en las nuestras, había sol y luna.
Esta creencia plantea las mismas dificultades que la de la pluralidad de los mundos habitados: ¿quién creó a sus habitantes si nada de ello se dice en el Génesis? ¿Cómo pudo afectarles el pecado original? Y si les afectó como a los descendientes de Adán, ¿cómo pudieron ser redimidos por la Encarnación y Pasión de Cristo?
Zacarías manda convocar a Virgilio en Roma para que se explique y si resulta convicto de tales herejías, se le anatematice.
Parece ser que Virgilio compareció y logró convencer a sus jueces de que sus tesis no eran heréticas.
Fue enterrado en Salzburgo, su sede episcopal. Sus reliquias fueron halladas en el siglo XIII accidentalmente al venirse abajo una pared, junto a su retrato y su epitafio. Alcuino de York, inglés de Northumbria poco afecto en general a los irlandeses, también le había dedicado unos versos de alabanza.
No tardaron en empezar a producirse milagros y curaciones junto a sus reliquias y su canonización se produjo con rapidez.
La festividad de San Virgilio se celebra el 27 de noviembre.

  






No hay comentarios:

Publicar un comentario