lunes, 29 de octubre de 2012

Un precursor

¿Quién no ha visto alguna vez uno de esos vídeos donde una mantis (indigna de su nombre) despistada por la pantalla de un ordenador se afana  en atrapar la flecha del cursor con esa terquedad ciega de los insectos?  En Youtube se encontarán tres o cuatro con teclear "mantis cursor". Tomando la traviesa sombra por alguna mosca jugosa y estrujable entre los brazos, la infeliz, con toda su fama de implacable y astuta, rasca una y otra vez la vítrea superficie sin darse nunca por vencida, para lo cual no debe de tener preparado el cerebro. 
Esa lucha contra una tecnología inconcebible es como una aventura de los molinos entomológica, con la ventaja para la mantis de que el cursor, si puede sacarla de sus casillas y desesperarla, no es capaz, siendo bidimensional, de darle ningún revolcón.


Mantis demostrando pocos poderes mánticos.
Como pasa con muchas cosas de risa, el vídeo en realidad maldita la gracia que tiene: y es que en el fondo uno se reconoce bastante bien en el pobre bicho obcecado en sus ilusiones e inasequible al desaliento. Como el iluso Manrique en la leyenda de la Soria medieval, antes de recobrar el juicio o de volverse loco, según se mire.
Pero a mí ahora en quien me hace pensar de verdad la mantis no es en Bécquer con su Rayo de luna, sino en un irlandés que vivió muchos siglos antes.
Ya apareció por estas entradas tiempo atrás el famoso rey Eochaid Muigmedón (ver Vida y milagros de San Berach), cabeza de dos estirpes ilustres en la historia de Irlanda: de su esclava Cairenn nació Niall de los Nueve Rehenes, antepasado de los O'Neill; con su mujer Mongfind tuvo a Brian, Fiachra y Ailill, de quienes descienden varios reyes y reyezuelos de Connacht.
Uno de éstos fue, a finales del siglo VI y principios del VII, Duach, que tenía por esposa a Righach y sus dominios cerca de la actual ciudad de Galway (Gaillimh en irlandés). Pertenecía a la nación de los Uí Fiachrach Aidhne (descendientes de Fiachra de Aidne: Aidne son las tierras de la ribera sur de la bahía de Galway). Estando la reina embarazada ya de varios meses, a Duach le fue profetizado que el niño que llevaba su mujer en el vientre sería el individuo más sobresaliente de todo su linaje. De acuerdo con el motivo edípico tan frecuente en los mitos, el rey Duach se aterrorizó pensando que su propio hijo lo destronaría o acabaría tal vez con su vida. En la tradición hagiográfica de las tierras celtas no podía faltar motivo tan extendido por todo el mundo y ahí está si no la leyenda del rey Conomor y la reina Santa Trifina, popularísima en Bretaña. 
El caso es que, sin compadecerse de la pobre Righach ni de su hijo por nacer, Duach mandó que la arrojasen a lo más hondo de un río con una gran piedra atada al cuello. La reina, enterada de las intenciones de su esposo y rey, se dio a la fuga. No contaba la desventurada con que el rey de Connacht (que mandaba sobre Duach), Colmán mac Cobthaigh, iba a tomar cartas en el asunto. Pues este rey era de la misma familia de los Uí Fiachrach Aidhne y por lo tanto la profecía le afectaba de lleno. De manera que envió sus sayones en persecución de Righach, la apresó y se encargó de cumplir en ella la cruel sentencia dictada por su marido.
Dios, que no quiso dejar de su mano a la inocente perseguida, cambió milagrosamente la naturaleza de la piedra que le habían atado al pescuezo, tornándola liviana como un corcho. Y así, en vez de hundir a Righach le sirvió de flotador y salvavidas para llegar a la orilla. La piedra, que todavía se conserva hoy, ha recobrado su peso original; pero guarda, eso sí, la huella de la soga con que la colgaron del cuello de la reina. 
Tan rápidamente como le permitían su avanzadísima preñez y el huir a salto de mata, se fue alejando ésta hasta que no pudo más y tuvo el niño, que dejó a la sombra de un fresno.
Toda la preocupación de la exhausta madre era que no se veía por allí alrededor arroyo ni charca con cuyas aguas poder bautizar a la criatura.
Una situación semejante a la que se da en el nacimiento de San Goulven (ver El oro de San Goulven).
-¡Ya tiene miga la cosa! ¡Con la de agua que he tragado y en las que me he visto para arrastrarme fuera del líquido elemento, y ahora que me hace falta, ni una gota!
Apoyada en el tronco de aquel árbol con el niño en el regazo esperaba resignadamente morir de extenuación cuando vio aparecer a lo lejos dos figuras que se le acercaban con paso vacilante. Hubiera huido, pero sus pocas fuerzas no se lo permitían.
Por fortuna, se trataba de dos santos monjes.
-¡Bienvenidos seáis; Dios os envía! Nada pido para mí, pero, por caridad, traed algo de agua aunque sea en las manos para esta criatura, no se vaya a condenar... 
-Ya -dijo uno de los dos-... Lo malo es que yo estoy cojo, que casi no me puedo mover, y aquí mi compañero es un pobre ciego. ¿Adónde vamos nosotros?
-También es mala suerte.
-Lo único es rezar por vosotros.
-Bueno; mal no hará.
Los monjes empezaron a rezar y al poco tiempo brotó, como es normal en estas narraciones, una fuente milagrosa, con que el recién nacido pudo ser bautizado. 
-¿Cómo quieres que le pongamos?
-Colmán.
-¿Como el rey?
-Sí, eso es.
Viendo en todo aquello la mano de Dios, los monjes andantes se lavaron con el agua de la fuente y recobraron el uno la vista y el otro el uso de las piernas.
-Creo que deberías darnos a este niño para que lo criáramos nosotros.
-Por mí, lleváoslo ahora mismo.
-¿Cómo? ¿No te da pena separarte de él el mismo día que lo has parido?
-No, porque comprendo que todo esto son misterios de la voluntad divina.
-Hija mía, así debía ser todo el mundo. No se hable más; nos lo quedamos.
Los frailes, felices con la salud recobrada y llevando el prometedor discípulo en brazos, regresaron a su monasterio donde se crió dando cada día mayores muestras de virtud y santidad.
Cuando ya fue algo mayor, se despidió de sus providenciales ayos y se embarcó a la isla de Inis Mór, en las Aran, donde desde un siglo atrás florecía la santidad de los monjes gracias al gran San Enda. Allí pasó una temporada; pero al cabo, buscando un lugar todavía más ascético y retirado, se quedó a vivir con un grupo escogido de frailes en los montes Burren, unas colinas junto al mar, ásperas y pedregosas.
Hasta aquí tomo la mayor parte de la información del libro de Jerome A. Fahey, (historiador de Galway que trabajó a finales del siglo XIX y principios del XX) Historia y antigüedades de la diócesis de Killmacduagh. (Dublin, 1893; puede leerse en línea).
John Colgan y Geoffrey Keating, que escribían en el siglo XVII, narran lo siguiente (hay traducción al castellano de los textos de Keating en Cuentos irlandeses medievales, editado por Toxosoutos). Estando en la soledad de Burren, San Colmán mac Duach hizo tres entrañables amigos. Estos serviciales amigos eran un gallo, un ratón y una mosca. Durante años, el gallo estuvo cantando para avisarle de que tenía que levantarse a rezar. Pero como, al parecer, el monje se debió de acostumbrar a sus llamadas y ya lo oía como quien oye llover, o si alguna vez se quedaba profundamente dormido por culpa de las muchas vigilias y ásperas penitencias agotadoras, venía en su auxilio el ratón, que lo arrancaba de su sueño -dice Colgan- royéndole la ropa o mordisqueándole suavemente (lamiéndole, según Keating) las orejas. En cuanto a la mosca, y aquí viene el recuerdo inicial de la mantis, el servicio que le hacía al santo era ir caminando entre los renglones de su libro a medida que leía, parándose cuando el santo se paraba e indicándole el punto en el que debía reanudar la lectura.
El animal de compañía de San Colmán en el Libro de Kells
Obviamente, como todos sus contemporáneos, San Colmán leía en voz alta; de lo contrario habría que suponer comunicación espiritual o telepática entre su mosca y él. Claro que tratándose de milagros no hay límites al portento.
Prodigios grandes, admite Colgan, pero mayor lo es el que un hombre trate como con un amigo amable y bondadoso con Dios, que está allá en las inconmensurables alturas con su terrible majestad y omnipotencia. Mayor distancia mil veces hay entre San Colmán y Dios, en suma, que entre la mosca y San Colmán...
En todo caso, no podemos dejar de ver en este monje del más apartado extremo de occidente un gran precursor de las nuevas tecnologías. Ya en el siglo VII se servía del ratón y de la flecha del cursor. Sólo le faltó dar el importante paso de gobernar el camino de la mosca, a distancia, moviendo con la mano al ratón sobre el tablero de su mesa. 
Quiso Dios poner a prueba al santo, y en poco tiempo se le murieron sus tres pequeños amigos. Quedó tan desconsolado que él, que se había retirado casi por completo del trato humano, escribió una carta a San Colum Cille, que se encontraba entonces ya en Í o Iona, en Escocia, lamentándose de su desgracia. San Colum Cille le contestó: "Sólo el que tiene riquezas y posesiones siente el dolor de su pérdida". Colgan dice que Colum Cille respondió "con humor y discreción a la vez" (jocose simul et prudenter); creo que hoy la salida resulta glacial e inhumana.
Acaso bajo los efectos de aquel desengaño, San Colmán se adentró más aún por la senda del ascetismo. Se retiró a otro yermo más apartado en compañía de un solo discípulo. Huían la compañía de las demás personas, vestían pieles de ciervo, bebían agua de los manantiales y comían berros y otras plantas del campo. Así permanecieron siete años.
Al cabo de ellos, un día de pascua, Colmán mac Duach dijo al fraile mozo:
-Hoy es la fiesta más grande; deberíamos celebrarla por todo lo alto.
-Ya lo había pensado; por eso he puesto unos lazos en el bosque y he visto que ha caído una avecilla que podemos echar a hervir con las verduras. ¡Todo un banquete!
-Un día es un día.
Así lo cuenta Colgan; Keating dice que al discípulo, de modo insólito, le entró un vivísimo antojo de carne para celebrar la festividad y resolvió encaminarse al palacio real, que no estaba lejos, para pedir un poco de ella por amor de Dios.
Preparando el cocido. Relieve gótico. 
El maestro se lo prohibió, aconsejándole que rezase a Dios en vez de pedir limosna al rey.
Ya no reinaba Colmán, el que había querido matar al santo en el vientre de su madre. Lo había sucedido uno de sus hijos, que murió al poco de subir al trono, y tras éste otro hermano, Guaire. Keating afirma que Guaire también era hermano de Colmán (o de Mochua, como se llamaba cariñosamente a aquel santo), pero la mayoría de los hagiógrafos lo niegan. Lo que todos admiten es que eran parientes.
Guaire fue uno de los reyes más importantes de Connacht y es proverbial por su generosidad. Se decía de él que, a fuerza de repartir dádivas, se le había hecho el brazo derecho más largo que el izquierdo. Es un personaje que aparece citado con frecuencia en los relatos medievales. 
Uno breve del siglo X (publicado en el volumen XXVI de la Revue Celtique  y en el primer número de la revista Ériu, ambas ediciones -por Whitley Stokes aquélla y O'Keeffe ésta- con traducción consultables en línea) cuenta este cuento del frailecillo goloso.
Guaire, pues, en su castillo -Durlas-, se aprestaba a celebrar un festín de pascua con sus convidados. Cocido era lo que tenían para comer. Según el texto más antiguo, llevaba un cerdo y un ternero; según Colgan, un cerdo y un ciervo. Guaire, como otros reyes de la antigua Irlanda, poseía un famoso caldero de enorme tamaño. Éste tenía cuatro argollas por las que se pasaban dos astas de lanza, y así lo venían cargando a hombros entre cuatro sirvientes, que lo posaron en el suelo ante los comensales.
Guaire se quedó pensativo al ver la comida. Cuánto mejor empleada estaría en algún buen siervo del señor que en aquella caterva de cortesanos, bardos y gorrones.
En aquel momento, el caldero le levantó en el aire con lanzas y todo. Se puso en movimiento y volando salió de la casa. Cuatro ángeles invisibles lo llevaban en andas.
Otros dicen que ya estaba la comida servida en las escudillas y que fueron éstas y las fuentes las que salieron en procesión aérea por la ventana, para asombro de los invitados.
Atónito, Guaire mandó que ensillasen caballos y la corte, estupefacta y divertida, emprendió la persecución del cocido fugitivo. Estuvieron galopando un rato sin poderle dar alcance hasta que llegaron a un calvero del bosque donde vieron a dos monjes, joven y viejo, que se aprestaban a hincarle el diente.
Así que este santo precursor también lo fue de los restaurantes a domicilio y puede decirse que fue el suyo el primer telecocido del mundo. Ahí queda el dato para algún continuador de Polidoro Virgilio.
-¡Eh! ¿Qué es esto? ¡No toquéis ese cocido, que es nuestra comida! ¡Venga, traed esos platos para acá!
¡Venga acá ese caldero! Capitel románico.
Pero la orden no pudo ser obedecida, porque ni los caballos podían dar un paso, como si tuvieran las pezuñas soldadas al suelo, ni los jinetes eran capaces de despegar las asentaderas de las sillas.
-¿Quién sois vosotros dos?
-Ya lo ves: dos recoletos de este bosque.  
-¿Lleváis aquí hace mucho?
-Siete años, y en todo este tiempo es la primera carne que íbamos a catar.
-Pues para vosotros, que os la tenéis ganada. Ya nos prepararán cualquier cosa en palacio.
-No digáis eso, que de aquí comemos todos y sobra.
Caballos y caballeros recobraron el movimiento.
Guaire se enteró de su parentesco con aquel monje y admirado de su vida austera y virtuosa lo quiso hacer obispo de su reino. Colmán pretendió negarse, pero llegó un ángel con órdenes superiores de que aceptase el anillo.
-¿Y dónde pongo la catedral?
-Será de nueva fundación. Cíñete este cinto bien apretado, y donde veas que se te suelta solo y se caiga al suelo, allí tienes que edificarla.
El cinturón se cayó en donde luego se levantaría Cill Mhic Dhuach, la Iglesia de Mac Duach, Kilmacduagh en inglés. Era un cinto adornado de piedras preciosas que se conservó durante siglos en la familia de los O'Shaughnessy, (originarios, como San Colmán, con quien están emparentados, del Sur de la bahía de Galway) como preciada reliquia, y servía también para ordalías. A la persona que intentaba ponérselo, si era casta, le sentaba perfectamente, ya fuese gorda o flaca; la que no lo era no había modo de que se lo pudiese abrochar.
Guaire se entusiasmó con la construcción de la catedral y otros edificios de Cill Mhic Dhuach; su munificencia estuvo a la altura de su renombre e incluso se las arregló para contar con el mejor arquitecto de Irlanda, el célebre San Gobán (ver la vaca de la Roja y San Moling, libertador de Laiginn).
La catedral quedó fundada hacia el año 620. No fue el único edificio religioso que se le debe. Y también le están consagrados varios pozos y fuentes milagrosos. En uno de ellos se dice que cayó de bruces un niño que se había perdido de su familia. Cuando lo encontraron llevaba varias horas con la cabeza debajo del agua. Cuáles no serían la sorpresa y la felicidad de los padres cuando, al sacarlo, abrió los ojos como si saliera del más plácido sueño. Despertó preguntando por aquel anciano tan amable que había estado a su lado, cuidándolo y tranquilizándolo, durante todo aquel tiempo que había pasado a remojo.
Sin embargo del éxito de su labor pastoral, del favor regio y de la estima de los fieles, San Colmán, que tenía madera de anacoreta y no de obispo, se encontraba a la cabeza de su diócesis como gallina en corral ajeno, y en cuanto obtuvo licencia de su ángel, se apresuró a regresar al yermo. 
Allí, en Corca Mrua (Corcomroe en inglés), al Sur de la bahía de Galway, pasó sus últimos años y murió, según es fama, en el de 632.
Aunque no hay acuerdo sobre el día de su festividad, en Kilmacduagh se celebra el 29 de octubre.





  


No hay comentarios:

Publicar un comentario