lunes, 8 de octubre de 2012

Dos ermitañas discretas

El día 8 de Octubre se celebra la festividad de varias santas dignas de comentario. De dos de ellas, orientales, pecadoras arrepentidas y penitentes heroicas, el culto se extendió por toda la Cristiandad. Una ha inspirado obras maestras de la literatura y de la música. 
La meretriz Thais. Ilustración de Mariette Ygdis para Thaïs,
de Anatole France.
Otras dos, en cambio, apenas si son veneradas fuera de las tierras donde nacieron.
Pero ya se sabe aquello de Alberto Caeiro:
 "O Tejo é mais belo que o rio que corre pela minha aldeia
mas o Tejo não é mais belo que o rio que corre pela minha aldea
porque o Tejo não é o rio que corre pela minha aldeia"...
De manera que voy a dejar para otro día a las santas famosas y universales y dedicar un rato a las otras, más modestas, de Occidente.
Ya ha aparecido en estas entradas (ver Lo que no se haga por un hijo...) el famoso rey Brychan Brycheiniog, de abundantísima descendencia, padre entre otros de Santa Gladys (o Gwladus en galés) hija y de Santa Dwynwen, patrona galesa de los enamorados. A este Brychan, de linaje irlandés, algunos lo tienen por santo; otros sólo por patriarca y progenitor de santos.
Brychan fue abuelo de San Cadoc (hijo de Santa Gladys) y, según algunas fuentes, de San David de Gales (hijo de Santa Meleria, la cual, como dicen las Acta sanctorum, debió de tener dos nombres, puesto que es bien sabido que la madre de San David fue Santa Nona).
Santa Keina, la que nos ocupa hoy, tiene en galés varios nombres: Cain, Cain Wyry (la Virgen Keina) y Ceinwen (Keina la Blanca). Cain significa en galés "claro" y "hermoso", así que el nombre Cainwen es redundante. No se sabe a ciencia cierta qué puesto ocupa entre los hijos de Brychan; unos dicen que es la décima sexta, otros que la vigésima tercera. Imagino que habrá más opiniones todavía.
Una breve vida medieval de Santa Keina aparece recogida en las Acta sanctorum. 
Antes de que la santa naciese, su madre tuvo en sueños una extraña visión. Se vio a sí misma con el vientre repleto de mirra y bálsamo y los pechos refulgentes de una luz celestial. Daba entonces a luz y lo que nacía de su vientre era una paloma blanquísima.
La niña, desde que nació, mostraba en la cara "el encanto asombroso de no sé qué gracia espiritual" (son las palabras de la vita), que resplandecía unas veces como la nieve y otras como la claridad del sol. Y cuando fue muchacha casadera eran tantos los pretendientes que mosconeaban a su alrededor que decidió escapar adonde nadie la conociese, porque había hecho voto de consagrarse al Señor.
Llegó pues a cierto país que le pareció oportuno para quedarse y solicitó audiencia al rey para pedirle permiso y un terreno pequeño donde levantar su ermita.
-¡Por supuesto! ¡Petición concedida!
-¡Gracias, buen rey!
-No te precipites a dármelas -le contestó con risas- hasta que sepas una cosa: y es que el terreno que te he concedido está tan infestado de serpientes venenosas que no sólo las personas lo tienen por inhabitable y huyen de él, sino que los mismos animales, espantados, ponen pies en polvorosa.
-Con la ayuda de Dios no temo yo a ninguna serpiente.
Keina, llegada al terreno donado por el rey, se arrodilló a orar y las serpientes que andaban rebullendo a su alrededor quedaron petrificadas. Todavía puede vérselas en memoria del milagro. Milagro que, por cierto, también se atribuye a Santa Hilda de Whitby (ver San Colmán y los irlandeses en Northumbria).
Estas serpientes enroscadas y petrificadas son fósiles de ammonites.
Ídolo femenino y serpiente petrificada (ammonites).
Virgen, paloma y serpiente: tres símbolos que, más allá de la iconografía cristiana (y de la simbología mariana) se remontan a la mayor antigüedad. Tres símbolos cargados de ambigüedad, como la propia diosa a la que se refieren, si hemos de creer a Marija Gimbutas. La paloma, símbolo vital donde los haya (la paloma de Afrodita, de Astarté, de Semíramis), significa a la vez la muerte, el vuelo del alma al Más Allá. 
Esta ave, de todos modos es exótica en las leyendas de tierras occidentales, donde es el cisne el que desempeña su papel. La paloma ni siquiera tiene nombre nativo entre los celtas, que lo tomaron del latín -colum, colomen- (y adoptaron el de la paloma doméstica), salvo el bretón, que tiene un vocablo de origen germánico (dube, como el inglés dove).
En cuanto a la serpiente, de tan siniestras connotaciones en el cristianismo, dista de ser tan aciaga para otros. Por el hecho de mudar la piel, es jeroglífico de renovación, de renacimiento. En el universo imaginario, la serpiente, que se desplaza fluyendo como un líquido, pertenece al elemento acuático (a su vertiente más inquietante y sombría); pero por otra parte, se cree que surca las profundidades de la tierra como los peces el agua, que se nutre de ella y que es ella misma medio mineral. No es de extrañar que los ammonites se hayan percibido en la imaginación popular como serpientes enrolladas y no como caracoles, que es a lo que más se parecen, porque el caracol es animal líquido y la serpiente participa de la naturaleza de la piedra y de la tierra.
Deméter, la Tierra madre, se representaba con una serpiente (o dos, como la diosa minoica); Perséfone concibe a Zagreo de Zeus transformado en serpiente. En Las mil y una noches, la reina de las serpientes habita en una caverna subterránea y sus tesoros son los metales y gemas de la tierra. 
Pamela Berger, en su libro The Goddess obscured, estudia la evolución iconográfica e ideológica que lleva al genio de la tierra, Tellus, con su serpiente protectora, a convertirse en el símbolo medieval de la lujuria: una mujer desnuda con un par de serpientes mordiéndole los pechos o amamantándose de ellos. Otras veces la serpiente brota del sexo de la mujer.
Mujer con serpiente. Canecillo románico.
Se le viene ahora uno a la cabeza el prólogo de la novela de Barbey d'Aurevilly Un cura casado, donde dice el narrador que antiguas ansias amorosas suyas permanecían enredadas como serpientes petrificadas en los hierros de cierto balcón; y una señora ciertamente deseable (con quien estaba manteniendo una placentera conversación), acodándose en el antepecho, posaba sin saberlo el antebrazo desnudo sobre aquellos fósiles de pasados afanes. Al buen hombre se le iban los ojos al exuberante escote, realzado por la presión del corsé; pero no con ardores lascivos, sino fascinado por el retrato de un enigmático medallón que campaba en el voluptuoso pecho. Aquella mujer aplastando, neutralizando a las serpientes...
Santa Keina, pues, por volver a nuestro asunto, llegó con el tiempo a ser tan venerada y querida en aquel reino que cuando San Cadoc, su sobrino, se la encontró en el Monte de San Miguel, donde había ido en preregrinación, y le propuso que regresasen juntos a su tierra natal, los lugareños se lo impidieron.
Hizo Santa Keina, entre otros milagros, brotar una fuente dotada de un extraño poder: de un matrimonio, el primero de los cónyuges que beba de ella tendrá, desde ese mismo momento, la sartén por el mango y llevará los pantalones en la casa.
Robert Southey, el romántico inglés, narra en un poema la historia de un novio que, terminada la boda, salió de la iglesia como una exhalación a echar unos tragos de la fuente maravillosa. No habían pasado por la puerta los primeros invitados cuando él ya se había llenado el buche y empezaba a cantar victoria, sin saber que la novia había tomado la precaución de llenar una botella que había conservado consigo ante el altar durante toda la ceremonia y de esa manera se le había adelantado con la mayor facilidad.
Aparte de esa virtud, la fuente también es curativa para muchas enfermedades.
La santa solía dormir sin más cama que unas brazadas de ramas que esparcía por el suelo. Una noche vio elevarse desde ese ascético lecho hasta el cielo una columna como de fuego y se le aparecieron dos ángeles que, desnudándole la camisa de crin que vestía, le pusieron una de púrpura, un vestido de hilo finísimo y un manto de brocado.
-Prepárate a venir con nosotros, que te acompañaremos al reino de tu Padre.
Keina se puso en pie para seguirlos, pero se despertó y se desvaneció la visión. De todos modos, se encontró con una gran calentura y comprendió que su fin se acercaba. Mandó venir a su sobrino San Cadoc:
-Éste es el sitio que al que más cariño he tenido y quiero que me entierren aquí. Creo que mi ánima volverá a menudo a visitarlo. Preveo que vendrán invasores bárbaros y mi tumba permanecerá olvidada mucho tiempo, pero al final traeré a otros que la descubrirán, restaurarán y restablecerán aquí el culto. ¡Mirad! ¿No lo veis? Ha venido un ejército de ángeles a llevarme hasta los palacios celestiales y no es cosa de hacerlos esperar.
Entonces murió Santa Keina. Una encantadora sonrisa se dibujó en su rostro nuevamente lozano y sonrosado, cuando llevaba tantos años macilento de las penitencias; y de su cuerpo brotaba un aroma tan suave y perfumado que los presentes creían que ellos, y no Keina, habían sido transportados al Paraíso.
Lo que se sabe de la otra santa, Santa Triduana, se encuentra casi todo en la muy breve vida que recogen las Acta sanctorum del mismo día 8.
Dice ésta que era natural de Colosia, acaso la ciudad de Frigia a cuyos habitantes dirigió una epístola San Pablo. Otros dicen que se trataba de Rodas, famosa por su Coloso, o incluso una localidad escocesa llamada Collace. Por último, hay quien la hace natural de Constantinopla. Por dictado de un ángel, viajó a Escocia junto con San Régulo, uno de los primeros evangelizadores de aquel país (y el que llevó allí las reliquias de San Andrés desde Constantinopla), en compañía de otras dos vírgenes: Potencia y Eremia. Las tres se retiraron a un lugar desierto.
Parece ser que formó parte de la expedición evangelizadora de San Bonifacio Curitan, solicitada por el rey picto Nechtan (futuro San Nechtan) para que explicase a sus súbditos las nuevas costumbres eclesiásticas aprobadas en el sínodo de Whitby (ver Los irlandeses en Northumbria). Esto no cuadra con que llegase a Escocia junto a San Régulo, a menos que hubiese vivido bastante más de dos siglos.
El caso es que el rey Nechtan se prendó de Santa Triduana. Nechtan es un personaje semilegendario y lleva el nombre del dios irlandés del mar, equivalente del latín Neptuno. "Presa del amor -dice la vita- se abrasaba en deseos libidinosos" y, como suele suceder, el amor no correspondido se tiñó de despecho y de inquina; Rabioso, envió sus terceros a requerirla de amores. La ermitaña, que se enteró a tiempo, huyó; pero era cuestión de tiempo que los pesquisidores del rey dieran con ella.
-¿Qué puede querer un rey tan poderoso de una pobrecilla monja?
-¡La belleza y la luz de tus ojos! Y ten por seguro que si no la consigue se morirá de amor.
-Tenía que haber empezado por ahí. ¡Si no es más que eso...! Esperadme aquí, que en seguida vuelvo.
Triduana se retiró a un secreto aposento y no tardó en venir tentando la pared, vacías las cuencas de los ojos y éstos pinchados en una larga espina a manera de brocheta.
-Llevadle a vuestro rey esto, que era lo que le apetecía. No dirá que no le he complacido.
Los emisarios volvieron a la corte con los lindos ojos espetados en su pincho, aterrorizados del encargo que les tocaba cumplir. Sin embargo, al ver la horrible prenda de la ermitaña, toda la tirria de Nechtan se transformó en admiración y no volvió a molestar más a la santa recoleta, que pasó el resto de sus días en la iglesia de Restalrig, donde aún hoy, en un pozo milagroso, los peregrinos buscan la curación de las enfermedades de la vista.
Santa Triduana en Restalrig. El edificio hexagonal de la izquierda alberga
el pozo milagroso. Dibujo del siglo XVIII.
En las islas Orcadas se la restituyó a un obispo de Caithness, al que un jefe perverso, Harald, había cortado la lengua y sacado los ojos con la punta de un cuchillo.   


No hay comentarios:

Publicar un comentario