sábado, 20 de octubre de 2012

Más de princesas y osos

El culto de unas importantes santas mártires en Colonia está atestiguado desde fecha antigua. Una inscripción, que parece remontarse al siglo V (aunque su antigüedad o la de, al menos, parte de ella, ha sido repetidamente puesta en duda), en la basílica de Santa Úrsula de aquella ciudad, conmemora la reedificación por un importante personaje oriundo de Oriente y llamado Clematio de una basílica en su honor, situada en el mismo lugar de su martirio. 
La famosa inscripción de Clematio en Santa Úrsula de Colonia
http://commons.wikimedia.org/wiki/File:St._Ursula_K%C3%B6ln_-_
Clematius-Inschrift_(3218-20).jpg
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© Raimond Spekking / CC-BY-SA-3.0 (via Wikimedia Commons)
La devota obra de este Clematio fue consecuencia de ciertas visiones llameantes (divinis flammeis visionibus). La inscripción amenaza con el fuego del infierno a quienes osaren mandarse enterrar en la basílica martirial, lo que indirectamente revela que existía la piadosa costumbre de inhumar a los difuntos a la mayor proximidad posible de las santas para que gozasen de su sagrada protección. 
Entre los siglos VIII y IX, según las Acta sanctorum, se redactó un sermón anónimo en honor de las mártires de Colonia (suele citarse como Sermo in natali). En él se menciona sólo, como más principal, a Santa Pinosa. No se precisa tampoco el número de las santas. Pero al decir el predicador que si Cristo, en su prendimiento, hubiera podido concitar más de doce legiones de ángeles, mucho más fácil le resultaba reunir a menos de doce mil vírgenes, parece haber tenido en la cabeza la cantidad de once mil.
Al autor del sermón no se le pasa por alto la semejanza entre la pacífica hueste de las mártires y la otra, guerrera, de las amazonas: ¡cuán superior a ésta, que repartía la muerte, aquélla, que navegaba resuelta a aceptarla por amor de Dios! También es verdad (concede el autor) que entre tanta multitud de doncellas se pudo contar también, por excepción, alguna casada o viuda...
Otro dato importante de este texto es el de la procedencia británica de las mártires. Según él, la virginal expedición fue consecuencia de la persecución de Maximiano en Britania.
En el siglo IX se multiplican las menciones de estas santas y empezamos a conocer algunos otros de sus nombres: Marta, Saula, Sambacia, Saturnina, Gregoria, Sencia, Rabacia, Brítula, Paladia. En varios textos se dice que fueron once las que padecieron martirio en aquella ocasión.
Wandalberto de Prüm las menciona en su Martirologio en verso:
"Allí a la vez por las orillas del Rhin refulgen
numerosos trofeos erigidos por las virginales compañías de Cristo,
en la ciudad de Agripina [Colonia se llamaba Colonia Agrippina en la antigüedad], de las           [cuales el furor impío
mató a millares, ínclitas, conducidas por santas..." 
En la Vida de San Cuniberto, obispo de Colonia, se lee que estando este santo en la iglesia de las mártires, diciendo misa, entró revoloteando una paloma y fue a posarse en una capilla. Excavándose allí se encontraron restos humanos que se consideraron como los de una de las santas.
Ya en el siglo X aparece en dos versiones la Passio Sanctarum undecim millium virgines, redactada probablemente en Colonia, pero que recoge elementos de origen británico. Según esta vida, fue santa Úrsula hija del rey Deonoto. Aunque el nacimiento de una hija decepcionó un poco a los padres, que esperaban descendencia masculina, pronto se alegraron viendo cómo la niña crecía llena de virtudes y de belleza: "de una hermosura incomparable y una belleza gloriosa a los ojos de todos". 
Carlo Crivelli, Santa Úrsula. La bandera de Inglaterra
que porta alude a sus origen británico.
La fama de tan preclara princesa llegó a oídos de cierto tirano bárbaro y poderoso por sus conquistas, que la codició para mujer de su hijo. Fueron enviados de su parte mensajeros a Deonoto, prometiéndole el oro y el moro si concedía la mano de la hija y amenazándole guerra y destrucción en caso contrario.
El buen rey se vio en un mar de dudas, sin poder resolver qué respuesta sería menos dañosa, y consultó a la princesa. A ésta se le ofreció la respuesta en un sueño, y a la madrugada siguiente Úrsula acudió sonriente al rey su padre con el consejo de que consintiese a la petición para ganar tiempo, con la condición de que la prometida, acompañada de diez doncellas escogidas por su virtud, nobleza y hermosura, cada una con un séquito de mil vírgenes, hiciese una peregrinación marítima de tres años, al término de los cuales se haría lo que Dios fuese servido. Entre tanto, el novio se haría cristiano y sería instruido en la fe durante todo aquel tiempo.
Los bárbaros padre e hijo escucharon estas rebuscadas condiciones con el mayor alborozo (lo que ya de por sí puede tenerse por estupendo milagro) y decretaron que se celebrasen fiestas y regocijos por todo el reino. El prometido se apresuró a bautizarse y a seleccionar las doncellas más excelentes de sus dominios, mientras se les confeccionaban ajuares, se construían las naves y se pintaban, esculpían y adornaban con oro, plata y bronce. Capitaneadas por Pinosa, doncella nobilísima, las jóvenes se reunieron con la princesa Úrsula, organizándose a la manera de un verdadero ejército.
De modo que, si el autor del sermón In natali ya las comparaba a las amazonas, aquí se insiste en ese aspecto de milicia femenina. Incluso en sus detalles, como el juramento común y los ejercicios bélicos a los que cada día se dedicaban, aunque de manera adaptada a su condición de muchachas ("puellariter palaestrizantes"), ante los ojos complacidos de los reyes.
Esta organización de doncellas no deja de recordarnos a una cofradía guerrera al modo de las que existían entre los germanos, los irlandeses (los fianna) y otros pueblos indoeuropeos.
Claudio de Lorena, El embarque de Santa Úrsula (detalle).
Las doncellas aparecen como guerreras, armadas con sus arcos. 
También a las doncellas osas de Grecia, que adoptaban temporalmente la naturaleza de ese animal y su fiereza durante las fiestas de Artemisa Brauronia (ver Huyendo al bosque y La emperatriz y los osos) como condición para pasar a ser verdaderas mujeres. La tropa de la que aquí se trata estaba comandada por Úrsula, es decir "Osita", al igual que el nombre de Artemisa se asociaba entre los griegos con el del oso (artos o arktos). El nombre de la princesa ya había llamado la atención del autor de la vida, que le da una rebuscada explicación: sus padres se lo pusieron porque estaba destinada a enfrentarse con el Oso, es decir el Demonio. Que el oso representa a Satán ya lo habían dicho entre otros San Euquerio de Lyon en sus Formulae (donde se refiere a los osos que hizo salir el profeta Eliseo del monte para que se comiesen a los arrapiezos burlones que se estaban riendo de él por calvo), y san Agustín en el sermón XXXVII, De David y su padre Isaí, y de Goliat. Ahí afirma san Agustín que tanto el oso como el león son figuración del Diablo en dos modalidades distintas, porque éste daña con la cabeza y aquél con la mano. 
La lucha contra el oso representa, según San Agustín, la lucha contra el
Demonio.  Capitel románico.
Se ve que no ha llegado al Infierno el maoísmo, con la superación de la contradicción entre el trabajo manual y el intelectual (cuyo remoto precedente -nihil novum- está en el ora et labora monacal).
Relaciones particulares y privilegiadas de santas con osos ya las hemos encontrado en Santa Ricarda, que asustada primero por una osa salvaje con sus crías, la dominó y convirtió en animal favorito de compañía. Ciertamente, Úrsula no huye de su matrimonio por el bosque, como Santa Ricarda, sino por el mar como Santa Dymphna y su paisana, Santa Noyala. Claro que el mar y el bosque son espacios muy semejantes para la imaginación medieval: espacios caóticos, ajenos al cosmos, por los que se atraviesa de isla en isla o de calvero en calvero entre peligros desconocidos.
Mujeres guerreras no faltan en la tradición céltica insular: Scáthach, instructora de Cú Chulainn en las artes bélicas, es la primera que se me ocurre. Luego piensa uno en la enigmática Dama del Lago, educadora de Lanzarote y guardiana de la espada Excalibur. Pues la tal Dama del Lago, que para algunas leyendas es Nimue, o sea la llamada en Irlanda Niamh, amante de Oisín y princesa de Tír na nÓg, en otras se identifica con Morgana, cabeza de la sociedad femenina de Avalon, figura misteriosa en que se funden la irlandesa Mór Rígan, diosa de los combates, y la antigua diosa británica Modron. Por no hablar de las  mari-morganas, sirenas bretonas de las que la más famosa es, sin duda la princesa Dahut, de la que ya se ha hablado en estas entradas varias veces (ver Antigüedad de Dahut, La revancha de Dahut).
Juramentadas para conservar su virginidad a toda costa, zarparon y en un día y una noche llegaron al puerto de Tiel, donde, como unas actuales turistas, desembarcaron a hacer sus compras porque era día de mercado; tras lo cual, remontando el río, se dirigieron a Colonia.
Hans Memling. Llegada de las vírgenes a Colonia. Llevan las compras.
En Colonia, se le apareció en sueños a Úrsula un hombre de claridad y autoridad angélicas. La princesa se llevó un susto tremendo, como muchacha que era, de verlo a aquellas horas en la soledad de su alcoba, pero el ángel la tranquilizó y le ordenó que viajase a Roma con su comitiva. Tras lo cual debía regresar a Colonia para recibir el martirio. A la mañana siguiente fue convocado el virginal ejército; se le comunicaron las profecías y todas, llenas de contento, emprendieron camino: navegando por el río hasta Basilea (¡complicada travesía fluvial!) y desde allí a pie a Roma, donde permanecieron el tiempo indispensable.
A su vuelta, encontraron la región de Colonia devastada por los hunos y la ciudad asediada. Aquella multitudinaria expedición femenina no les pasó desapercibida por mucho tiempo y los bárbaros cayeron sobre ella como lobos en redil. Pero al ver la belleza maravillosa de Úrsula, reprimieron su furor homicida y la reservaron para regalo de su caudillo, pues es sabido, dicen los Bolandistas, que los hunos eran extremadamente rijosos.
El cabecilla de los bárbaros, conmovido por la hermosura de la princesa, le ofreció la vida a cambio de su mano, lecho e imperio. Ofendido e irritado por la negativa de Úrsula, mandó que la asaeteasen sobre el montón de los cuerpos de sus compañeras martirizadas. 
No se libró por entonces del martirio más que una de las vírgenes, llamada Córdula, que se quedó toda la noche escondida en su barco. Sin embargo a la mañana, abrasada en sed de martirio, salió a la luz y se entregó a los verdugos.
Allí sucedió un prodigio: los hunos, alucinados, creyeron ver un ejército de feroces guerreros igual en número al de vírgenes que habían masacrado; fulminados de pánico, se dieron a la fuga desatentadamente. 
Cuando se aseguraron de lo que había pasado, los vecinos de Colonia se atrevieron a salir del cerco de sus muros, reconocieron a las vírgenes, cuyos cadáveres desnudos estaban esparcidos por el campo, y rápidamente las amortajaron y les dieron sepultura con honra y veneración.
La conexión de la leyenda de Santa Úrsula con la materia bretona se hace explícita en la Historia Regum Britanniae  de Monmouth, ya en el primer tercio del siglo XII.
Según éste, a Dianoto, rey de Cornualles y sucesor de Caradoc, el emperador Maximiano le había encomendado el gobierno de Britania, al igual que le había concedido a Conan Meriadec la Bretaña armoricana (la tradición más común difiere de Monmouth en que es Magno Máximo -el Macsen de los Mabinogion-, y no Maximiano, el amigo y favorecedor de Conan). Conan deseaba colonizar Armórica con britanos y a tal fin solicitó a Dianoto un envío de mujeres para sus soldados, pidiendo para sí mismo la mano de la princesa Úrsula (no todas las versiones de la Historia Regum Britanniae mencionan su nombre), a la que siempre había deseado. El convoy de doncellas zarpó de Londres; las tormentas arrastraron las naves que se libraron de ir a pique hasta unas islas pobladas de bárbaros pictos y hunos a sueldo de un emperador rival de Maximiano, Graciano. Asombrados de la belleza de las doncellas britanas, los bárbaros quisieron gozarlas; ante su resistencia, mataron a la mayor parte sin piedad. 
Los hunos tenían fama de rijosos. Cuadro de Rochegrosse.
Después intentaron invadir Britania, aunque sin conseguirlo, y acabaron su aventura en Irlanda. Maximiano, en tanto, había sido asesinado en Roma por los partidarios de Graciano y todos los britanos de su ejército que pudieron buscaron la salvación en Bretaña armoricana.
Según Léon Fleuriot y Christian Y. M. Kerboul, esta leyenda conserva recuerdos de los inicios de la colonización britana de Armórica. Es curioso que el destino de las doncellas, la región de Colonia, también contaba en la época con una importante población británica. También se encomendó a britanos la defensa del litoral del Mar del Norte frente a los piratas germanos.
Pero, aparte de arrojar una dudosa penumbra sobre los orígenes de Bretaña, la versión de Monmouth nos dirige a otra dimensión. El desenlace se sitúa ahora en unas desconocidas islas, espacio mítico de una magia bien superior a las reales y pantanosas tierras del delta del Rhin o la ciudad de Colonia. Monmouth nos dice, además, los nombres de los caudillos bárbaros autores de la cruel matanza: Guanius y Melga. Baring-Gould señala que esto de Melga es latinización del galés Melwas, y Melwas es un personaje bien conocido en la leyenda artúrica. Caradoc de Llancarfan, autor de la Vida de San Gildas, en el siglo XII, cuenta que el pájaro de Melwas violó y raptó a la reina Ginebra (¡nada menos!), a la que tenía secuestrada en la inexpugnable Glastonia. Arturo tenía asediada a la ciudad desde hacía tres años cuando San Gildas puso paz entre los dos reyes con la entrega de la prisionera a su legítimo esposo. Sin embargo, lo que dicen otras versiones del cuento es que Lanzarote retó a Melwas, al que los textos franceses e ingleses llaman Meleagant o Meleagaunce y le dio muerte.
Lanzarote rescata a Ginebra. Ilustración de N. C. Wyeth (1922).
Se supone que, en el fondo, el reino de Melwas es el Más Allá, de donde Arturo, con la ayuda de Lanzarote, logra rescatar a su mujer arrebatada por el rey de la Muerte.
Y aquí viene a cuento que, curiosamente, las Acta sanctorum refieren un ritual en el que una figurada Santa Úrsula era paseada en procesión en un barco sobre ruedas. Ahora bien, fiestas semejantes se celebraban en muchas partes de Europa del Norte, en tierras antes gálicas o germanas. Pamela Berger, a cuyo libro me refería precisamente en la anterior entrada, las hace remontarse a un antiquísimo culto de la Madre Tierra y las relaciona con el famoso texto de Tácito, en la Germania, acerca de las procesiones con que se rendía culto a la diosa Nerthus. Ésta es una deidad ambigua, no diosa sino dios -Njördhr- entre los escandinavos, y fundamentalmente marina. 
Las procesiones sobre barcos rodantes recuerdan al viaje naval de Santa Úrsula y demás doncellas Rhin arriba, que tanta extrañeza causaba en los compiladores de las Acta sanctorum. Y el pánico que sacude a los bárbaros tras la matanza de las mujeres recuerda a los efectos del seidhr, la magia femenina de que los germanos sabían valerse en el combate (femenina, sí, pero utilizada por el mismo Odín, cosa que el dios Loki no deja de reprocharle). Dentro siempre del mundo mítico germano, el hagiógrafo Baring-Gould apunta la semejanza del viaje de Santa Úrsula con el de Brunilda y su séquito de doncellas  hasta las tierras renanas, donde muy a su pesar ha de casarse con Gunther, en la leyenda de Sigfrido. Conflicto que también acaba en una guerra con los hunos.
Fuese como fuese, el siglo XII fue el de mayor auge del culto a estas mártires. Haciendo obras para la construcción de las murallas de Colonia, a proximidad de la basílica de las mártires, comenzaron a aparecer huesos y más huesos (cosa lógica, ya que había existido allí un cementerio desde siglos atrás). Isabel de Schönau data estos hallazgos en 1156. Muchos de ellos lucían por la noche con una claridad fosfórica (fenómeno que puede ocurrir por causas naturales) y el caso es que dieron origen a un importante tráfico de reliquias.
En aquel mismo siglo, Santa Isabel de Schönau, monja visionaria y amiga de Santa Hildegarda de Bingen, recibió importantes revelaciones acerca de Santa Úrsula y su aventura. las autoridades eclesiásticas, ante la sospechosa proliferación de santos restos, solicitaron la asesoría de Santa Isabel, no fuese que algunos avispados estuviesen falsificando sepulcros y reliquias de santas.
Las primeras en aparecer fueron las de Santa Verena, con ocasión de cuyo traslado Santa Isabel vio por la región del aire un globo de fuego blanquísimo precedido de un ángel de la mayor belleza, portador de un incensario y una vela. Después se le apareció la propia mártir, radiante, coronada y empuñando la palma del martirio, que le aseguró ser exacto el nombre que aparecía en su lápida, el cual ella misma se había encargado de que el lapicida escribiera correctamente (un cuidado que ya habíamos visto en el irlandés San Merolilán). La santa iba acompañada de otro glorioso mártir.
-¿Y tú quién eres?
-Yo soy Cesario; soy primo de Venera, hijo de una tía suya, y tanto la quise desde chico que me empeñé en acompañarla en su periplo, y fortalecido por ella en la fe, padecí martirio. Nuestros huesos quedaron separados y al cabo de los siglos volvemos a podernos reunir.
-¿De manera que había hombres con las once mil vírgenes?
-Sí, señora.
-¿Y cómo es que han salido también tumbas de obispos y perlados?
El papa Ciriaco y varios obispos acompañaban a las
vírgenes. Manuscrito alemán del siglo XV.
-Atiende, que yo te contaré -le dijo la mártir estando Isabel en éxtasis-. Movidos de nuestra santidad, se nos unieron varios obispos de Britania y también San Pantulo, de Basilea,  vino a morir mártir con nosotras. Además, el padre de Úrsula, el rey Mauro de la Britania irlandesa, permitió que acompañasen a la comitiva algunos hombre de confianza, necesarios. A todos ésos hay que sumar el papa Ciriaco, décimo nono pontífice de Roma, que por mandato divino colgó la tira y se nos unió. Y los cardenales decían que era locura dejarse enredar por una caterva de mujercillas noveleras, muchas de ellas paganas, que tuvo que bautizarlas él. Le sucedió el papa Antero.
-No he oído yo hablar del papa Ciriaco ni lo he visto citado.
-Eso es la tirria que le cogieron los cardenales por despreciar el papado; por eso lo han borrado de la lista.
El nombre del rey Mauro, según los comentarios de las Acta sanctorum, bien podría ser un adjetivo, ya que mawr en galés es "grande". En cuanto a la Bretaña irlandesa como patria de Úrsula, no es tan gran disparate como puede parecer a simple vista, dado que parte de Gales estuvo colonizada por irlandeses cuyas estirpes dieron grandes reyes y santos, como el propio Brychan, de que no hace mucho se hablaba aquí.
-También estaba el obispo Jacobo, paisano nuestro que emigró para Antioquía, y al saber de nuestra caravana se nos unió; era el que iba escribiendo los nombres en las lápidas de las mártires, pero no le dieron tiempo a terminar su labor; por eso unas vamos identificadas y otras no. 
-Es que ¡ya tenía trabajo!...
-Bueno, pero lo ayudaban once sacerdotes, uno por cada millar de mártires. Y aparte de tallar la piedra tenían que ir averiguando los nombres, que algunos hubo que sacarlos por revelación divina y otros ni por ésas... Otro emigrante britano que venía era San Mauriso, abuelo de dos de nosotras: gran predicador que convirtió a muchos paganos y judíos. ¡Pero no te vayas a creer! Los obispos y otros varones hacían su vida aparte durante todo el viaje y no se nos reunían más que para la predicación y la liturgia. 
Hans Memling, Llegada de las vírgenes a Basilea.
Obsérvese que los peregrinos van castamente
separados en dos barcos: hombres a la izquierda,
mujeres a la derecha.
Allí se encontraron enterrados San Foilán de Lugo y San Simplicio de Rávena. Allí también el infeliz prometido de la princesa, Eterio, con su madre Demetria, su prima Axpara y su hermana niña, Florentina. 
-¿Qué pintan aquí éstos, si precisamente Úrsula organizó toda su expedición para huir de casarse con él?
-Pero Dios le ordenó que se convirtiese y convirtiese a su madre y que viniesen a reunirse con la novia.
-Dime más historias de las mártires.
-Estaba la princesa Constanza, que se quedó huérfana de padre y madre, virgen y sin compromiso; un tío suyo obispo se ocupó de tratar su casamiento con otro joven de sangre real, y poco antes de formalizar los esponsales, el prometido estiró la pata. Ella oyó entonces hablar de nuestra virginal sociedad y se sumó a nosotras. Y en su tumba, por descuido, pone en vez de Constanza Firmindina, que es como se llamaba su madre.
-Pues qué despiste.
-Con las prisas... ¡Venían los hunos arreando! 
Otra vez se le apareció otro mártir llevando un grueso memorial con la explicación de quién era, de sus hermanas y demás familias, con las señas por las que podían ser distinguidos e inhumados en sepulturas identificadas con sus nombres. Famosos santos se dirigían a Santa Isabel, hablándole de sus mártires recomendadas. San Nicolás se interesaba por Santa Gerasina, reina de Sicilia pero de origen britano y tía materna de Úrsula. Y venía siendo abuela del rey Doroteo de Grecia, padre de Santa Constanza... 
-El que se murió dejándola casadera...
-Ése. Pues el padre de Úrsula, que se fiaba mucho de Gerasina, le escribió contándole el intento temerario de su hija y pidiéndole consejo en tal zozobra; pero Gerasina lo que hizo fue aunarse con toda su familia a la comitiva.
-Óyeme una cosa. Y el que os martirizó ¿fue de verdad Atila?
-No, sino otro huno que se llamaba Julio, instigado por dos políticos de Roma: Máximo y Africano, defensores del paganismo.
Como se ve, a Santa Isabel de Schönau se le agolpaban las visiones a la cabeza, a borbotones y atropelladamente, enredándose y tropezando unas con otras como las cerezas del cesto. Una vez se le mostró el ejército completo de las doncellas, con coronas de oro y palmas brillantísimas, vestidos blancos y deslumbrantes como la nieve bajo el sol, las frentes ornadas de púrpura en memoria de la sangre vertida, acompañadas de bastantes varones no menos gloriosos. Al frente estaban Úrsula y su prima Verena que le contaron cómo varios obispos habían recibido la revelación del martirio colectivo y la orden divina de enterrar a las santas.
-¿Cuál fue el motivo de que os matasen?
-¿No te lo imaginas? Que querían unirse a nosotras en bárbaros abrazos: y unas veces nos agobiaban con sus empalagosos halagos, otras nos aterrorizaban con sus amenazas. Y nosotras: "Pero bueno, ¿en qué cabeza cabe que hayamos hecho un viaje tan largo para acabar consintiendo en ser vuestras amigas? ¿No veis que sois unos bárbaros y nosotras unas princesas y patricias del Imperio Romano, esposas de Cristo?"  
-¿Qué muerte os dieron?
Martirio de las Once Mil Vírgenes. Maestro de la Pequeña Pasión,
siglo XV.  Atila aún intenta convencer a Úrsula.
-Varios géneros de muerte. A mí, de un flechazo en el corazón. Y luego vino Clematio y nos enterró con grandes honores.
-¿El Clematio de la inscripción?
-No, mujer, otro. El de la inscripción, otra buena persona, fue muchos años después.
Esto fue revelado a Santa Isabel. Pero no acaban aquí las comunicaciones de las santas. También revelaron nuevos detalles a San Hermann Joseph, monje místico y visionario premostratense, natural de Colonia, allá a finales del siglo XII o principios del XIII.
Precisa éste que las doncellas eran principalmente de origen británico, inglesas, bretonas, galesas e irlandesas, pero que no faltaban de otras naciones, ni tampoco matronas y varones clérigos y legos.
Según Hermann Joseph, el padre de Úrsula era rey de la Pequeña Bretaña y, como en los cuentos, tras una larga y desesperante esterilidad de su matrimonio, tuvo aquella hermosa hija. Cuando fue casadera la pidió, como sabemos, un rey bárbaro que, aunque severo y pagano, había educado a su hijo en principios de honradez y buenas costumbres. El príncipe bárbaro -futuro San Holofernes pero también conocido por Eterio- no dejaba nada que desear como buen mozo. Un ángel bajó del Cielo a convencer a Úrsula y su padre del partido que debían tomar. Se reunieron los miles y miles de doncellas. Frecuentemente las visitaban los ángeles y también los demonios, tentándolas éstos con el cebo de casamientos normales, que les permitiesen gozar lícitamente de los deseos de la carne y de sus maridos, familias y casas. Entre aquellas doncellas había niñas de siete y cinco años, y hasta de dos meses que tomaban el pecho; algunas se hacían acompañar de sus familiares y amigas. No faltaban nodrizas, tan ansiosas del martirio como las demás. Se sumaban a su cortejo caballeros, príncipes y prelados.
El padre de Úrsula tenía tres hermanas: Josipa, Telindre y Eulalia, y tres hermanos: Elvidio, Luis y Hervico. Luis estaba casado con Hermengarda y sus hijas eran Pinosa y Evodia. Hervico y su mujer Hadevigis tuvieron a Sapiencia (que era la maestra de las Once Mil), Serena y Eulalia. Elvidio, de su mujer Malca, tuvo a Elvidio el Mozo. éste se casó con Ana y tuvieron a Esperanza y Eufrosina, que fueron de la comitiva. La tía Josipa tuvo con su marido Eusebio a Eleuteria y Josipa. Nestoria nació a Eusebio de un segundo matrimonio. Iban también Florencia y Placencia, hijas del rey Gil y la reina Helena, mocitas que tenían ya novio: el de Placencia, Florino, quiso acompañarlas y así lo hizo. La hija de la tía Telindre era Plácida. La tía Eulalia se apuntó al viaje. Celindre y Virgilia, primas segundas del rey, se presentaron con mil vírgenes. También iba allí la famosa Córdula, hija del conde Quirino y la condesa Eduvigis, cuya padre fuera el famosísimo conde Harderico. A la muerte de Quirino, Eduvigis se casó con el tío de Úrsula Elvidio. Pues el conde Harderico venía siendo tío de la madre de Úrsula. Su mujer, que también se llamaba Úrsula, era danesa, hija del gran Ebbo, de sangre real. Tuvo por hijas a Julia y Ebbina.
Santas Lucía y Sapiencia eran cuñadas de santa Córdula, hijas de un rey pagano. Eran primas del papa Ciriaco. Osanna era hija de Rogelio, un cuñado de Santa Pinosa. 
La prima Sapiencia (hija de Hervico) iba con sus tíos Eustaquio y Sibilia. Seis hijas de este matrimonio acompañaban la hueste doncellil (la séptima, pobrecita, murió en tierra antes de zarpar). De ellas, tres estaban casadas y tres solteras y, caso curioso, dos se llamaban igual: Margarita. Y el famoso obispo Eleuterio era hermano de Eustaquio. El hermano de Sibilia, Macario, aportó otras cuatro hijas: Margarita, Serena, Aleida y Micronia. No faltaban las hijas de Elvidio el Mozo y Ana, ni la sin par Blándula, hija de un ilustre conde y de la noble Sapiencia. Estaba Resinde, irlandesa, hija del rey de Corchania (será Cruachan, la corte de Connachta). Paisanas suyas Eustora y Mabinorach. Natalia era hija del rey Arturo.
Hans Memling, Martirio de las vírgenes. Según San Hermann
 Joseph, el número total de víctimas superó las 26 000. 
Lo dejo por cansancio. San Hermann Joseph continúa enumerando doncellas, con los cargos que ocupaban en la armada de mártires: Jota, Justicia, Inducta, Mobilia, Carpófora, Palodora, Ursticia... Muchas estaban prometidas, pero el Cielo nunca permitió que se celebrasen sus casamientos. Había duquesas, condesas, princesas y hasta reinas. 
El pretendiente de Santa Úrsula tenía dos hermanas, una muy pequeña y otra ya con novio. Ésta no quiso saber nada de la comitiva de vírgenes.
-Madre, ¡a buenas horas me embarco yo en esa pajarera de mujeres! ¿Para qué me habéis buscado un novio honrado, bien plantado y con medios para darme una vida como espero? Yo me quedo aquí a cuidar de mi casa y de mis hijos que Dios mande.
-Tú -le dijo su hermano- prefieres la felicidad del mundo a la del Cielo, y es locura: porque la felicidad del mundo pronto verás cuál es.
Efectivamente, la princesa se quedó en tierra y a poco de zarpar las naves murió repentinamente sin haber gozado las mieles del matrimonio, que se prometía.
Prosigue Hermann Joseph con la enumeración de los obispos y reyes de la expedición: Olivero hijo de Olivero, casado con Oliva, hija de Cleopatro; Cróforo, Clodoveo, marido de Blandina; Canuto, Avito, Sirano, Refrido... Son tantos los reyes que San Hermann Joseph cree necesario justificarse: en aquellos tiempos los reinos eran muchos y muy pequeños; además, se llamaban reinos los que luego fueron condados y ducados...
Esta acumulación de nombres exóticos y sonoros no cabe duda de que tiene un fuerte efecto poético, que lo emborracha a uno como un conjuro. Por otra parte, la profusión de detalles ociosos, de información genealógica, tiende a crear ese efecto de veracidad, esa "enárgeia" de los retóricos clásicos que presenta la historia como iluminada por una viva luz que parece situar lo narrado ante nuestros propios ojos.
La narración de Hermann Joseph es pintoresca y animada. Al zarpar las naves, las envuelven dos nubes, una de ángeles alborozados, otra de demonios que se afanan en tentarlas para desanimarlas e impedir su viaje. ¡Qué llantos y lamentos de duelo entre los familiares venidos a despedirlas al puerto! Los ángeles, como los modernos psicólogos en las grandes catástrofes, atienden y consuelan a las que se van y a los que se quedan. Muchas niñas de teta se habían quedado sin sus madres; pero metiéndose los deditos en la boca, mamaban de ellos un divino rocío con que se alimentaban perfectamente; y no sólo eso, sino que ni mojaban los pañales ni se hacían caca ni siquiera lloraban molestando a los demás. En brazos de otras mujeres o en su regazo, gozaban sin comprenderlas de las continuas visitas de santos y ángeles, y sonriendo levantaban los brazuelos al cielo con alegres voces: "¡Ha, ha!" Y estas vírgenes niñas no se cuentan en el número de las once mil, sino que van por añadidura. No eran pocas las criaturas, porque en la comitiva iban mujeres que habían partido embarazadas y otras quedaron encintas durante la travesía ("noviter in utero concipientes, amore Christi": no sé cómo se deba entender esto). Los niños que murieron en el vientre de sus madres mártires se consideran mártires a la vez.
La presencia de fetos, niños pequeños, hombres robustos, mujeres ancianas y toda clase de personas entre las once mil vírgenes es consecuencia directa del tráfico de reliquias organizado a partir de las exhumaciones del cementerio de Colonia, donde, como es natural, se enterraban difuntos de toda condición.
Hermann Joseph, ya alejado del mito de las doncellas guerreras, se pregunta cómo una tropa exclusivamente femenina podía navegar tantos días, encargarse de las duras y difíciles maniobras de los barcos, defenderse de los posibles enemigos: y concluye, como hombre de su época, que forzosamente debía haber hombres, no menos de trescientos, en la expedición. 
Joan Reixach, Retablo de santa Úrsula. Efectivamente,
son marineros los que se encargan de la maniobra del barco.
¡Es llamativo cómo va disminuyendo la autonomía de las vírgenes en cada sucesiva versión de la leyenda! De manera que ya en la Leyenda áurea (que depende en gran medida de Isabel de Schönau), a mediados del XIII, Jacobo de Vorágine afirma que eran los caballeros solos, y no las doncellas, los que realizaban justas y hechos de armas para lucirse ante los reyes, como en un torneo de la época feudal.
Pero Hermann Joseph aún no había llegado a ese extremo. Y eso que en sus visiones las doncellas, por milagro, ni enfermaban, ni se cansaban, ni tan siquiera se les rozaban las ropas ni se les hacían tomates en las medias ni agujeros en los zapatos. Ni una sola vez les llovió. Dormían por los prados como si fuesen blandos colchones y cuando necesitaban luz se encendía en los cielos una claridad sobrenatural. Nunca se les atrevieron ladrones, bandoleros ni violadores.
Siguieron su viaje a Roma, donde fueron recibidas por una multitud entusiasta, y regresaron pasando por Basilea y Maguncia, donde se reunieron con el novio de Úrsula, antes de volver a Colonia, que encuentran, como se sabe, cercada por los hunos.
Cuando los bárbaros, incapaces de doblegar a las mujeres, ordenaron la matanza, se vieron innumerables demonios recorriendo el campo, armados con fantásticas y variadas armas, azuzando a los salvajes contra las vírgenes, mientras el cielo se llenaba de una muchedumbre de ángeles y santos, acudidos a contemplar el triunfo de las mártires. Y a medida que iban cayendo, las iban conduciendo en triunfo a los cielos, con algazara, músicas y profusión de perfumes exquisitos. ¡Ya les tenían preparados sus aposentos en el Paraíso!
Y la festividad de Santa Úrsula se celebra el 21 de octubre.

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