domingo, 9 de septiembre de 2012

Los santos en huelga de hambre

En una ocasión, San Patricio envió a uno de sus discípulos (que era leproso por más señas) por esos caminos de Dios en busca de reliquias de los santos.
El monje regresó con buena cantidad de ellas en un talego y lo escondió en el hueco de un árbol viejo. A la mañana siguiente, cuando volvió con San Patricio a recogerlas, la antigua herida del árbol se había cerrado sin dejar huella.
Leía yo hace días que los Toraja, pueblo de Sulawesi -o las Célebes-, cuando se les moría algún niño que aún no hubiese echado los dientes, lo metían en un nicho excavado en el tronco de un árbol sagrado, que al poco tiempo se cerraba y asimilaba y digería el cuerpecillo depositado en él. Este árbol tiene una savia blanca que parece leche.
Árbol sepulcral para niños de los Toraja.
 http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/9c/Baby_graves_Kambira_village.jpg
Erich Neumann, mitólogo jungiano, insiste en el doble carácter masculino y femenino del árbol: materno como refugio (la copa en que se anida, donde los niños sueñan con edificar una cabaña oculta como ese ese niño crecido, Tarzán; el tronco que ahuecado se convierte en ataúd), masculino como pujanza de la tierra, fuerza ascendente, rama que se eleva como queriendo arrancarse del tronco. El tronco, pues (para nuestra imaginación), es masculino respecto de la tierra de la que surge y femenino respecto de las ramas que brotan de él.
Esto ya lo había dicho Jacob Böhme al principio de la Aurora: "Igual que la tierra trabaja con su fuerza en el árbol para que crezca y aumente el mismo, así trabaja de continuo el árbol en sus ramas, con todo su haber".
Pero volviendo a las reliquias, el tronco atesora y resguarda como la tierra y es a la vez puente entre ésta y el cielo.
El caso fue que cuando San Patricio vio lo que había sucedido, habló con espíritu profético y dijo que un día un santo las hallaría y recobraría. Ese santo sería San Ciarán de Cluain (Clonmacnoise en inglés).
No fue ésta la única profecía sobre él. Su padre, Beóán, era un herrero del Ulster, que huyendo de los abusivos tributos impuestos por su rey, había buscado refugio con su mujer Darerca (como la hermana de San Patricio) en Connacht. Un druida de allí, oyendo el chirrido de su carro, anunció que en él iba montado un rey. Ahora: en el carro no viajaban más que Beóán y Darerca con el futuro santo en su vientre (esta profecía se lee de otros santos, como San Comgall, ver El manco de Conderi).
La de Beóán fue una familia numerosa: a Ciarán siguieron cinco hijos y tres hijas, todos santos.
San Ciarán es uno de los santos más populares de Irlanda. De él se conservan tres vidas medievales en latín (la más importante editada por Plummer en sus  Vitae sanctorum Hiberniae) y una en irlandés, que puede leerse acompañada de versión inglesa de Whitley Stokes en Lives of saints from the Book of Lismore (forma parte de la colección Anecdota oxoniensia).  Todas ellas traducidas y comentadas por la gran estudiosa Eleanor Hull bajo el título de The latin and irish lives of Ciaran. Unas y otras pueden consultarse en línea.
El Santoral de Óengus celebra a San Ciarán con la siguiente estrofa:
Mór líth línas crícha,
Crothas longa luatha,
Maicc in tsháir tar ríga,
Féil cháin Chíaráin Chlúana.

Gran fiesta que atesta países,
Que hace temblar largas naves,
La del hijo del menestral mayor que los reyes,
La festividad del noble Ciarán de Cluain.
Desde su niñez, Ciarán dio muestras de santidad en su actividad taumatúrgica. Resucitó al caballo favorito del hijo del rey que había acogido a su familia y derribó muerto, con un verso del salterio,  a un perro feroz que un malvado había azuzado contra él.
-Podías aprender de otros niños -le dijo una vez Darerca, su madre-, que van a las colmenas y traen panales y miel para casa.
-Ya, pero los inflan las abejas a picotazos y vuelven hechos unos Cristos.
-Pues debería darte vergüenza, que los otros chicos se sacrifican y ayudan a sus padres.
-Bueno: tú lo que quieres es miel, ¿no es verdad? Pues espera.
Ciarán se acercó al pozo, sacó un cubo de agua, la bendijo y la convirtió en miel de la mejor.
-Más vale el pozo que las colmenas; que el cubo no pica.
Estaba una vez Darerca tiñendo de azul unas ropas. Se consideraba que el tinte era una tarea de mujeres y la simple presencia de un varón podía echar a perder toda la labor. El pequeño andaba enredando por ahí.
-Largo de ahí, Ciarán, no me vayas a estragar toda la ropa.
-¿Me echas? Ahora sí que se te va a estragar.
En efecto, toda la ropa salió azul con una ancha lista gris.
-¡Mira que eres gracioso! ¡Quítale ese color a la ropa ahora mismo!
Ciarán obedeció: echó una bendición a los calderos; esa vez la ropa salió toda de un blanco inmaculado.
-¿¡Pero será el macaco este...!? ¡Echa otra bendición y tíñelo todo de azul!
El pequeño volvió a obedecer y todo se tiñó de azul: la ropa, los calderos, los árboles, los pájaros, los perros y gatos... todo lo que rozaba el tinte aquel.
El niño (al que bien se podía erigir en patrón de la enseñanza a distancia), más inclinado a los estudios que a las actividades bucólicas, cuando lo mandaban a cuidar las vacas, se llevaba sus tablillas de cera y  entraba en comunicación espiritual -telepática diríamos hoy- con su maestro, que le iba dando clase. Tenía un zorro amigo que estaba sentado a su lado mientras hacía los ejercicios y cuando los terminaba se los llevaba al maestro y los devolvía corregidos. Sólo un día pudo más la naturaleza del zorro, que royó las correas con que se cerraba el díptico.
Zorro. Relieve románico, siglo XII. Suiza.
La relación de Ciarán con los animales recuerda a los chamanes. Muy típico es el siguiente milagro: permitió, por caridad, a un lobo hambriento que devorase un ternero, dejando la piel y los huesos; luego, a partir de ellos, reconstruyó al animal entero. Este milagro, que se encuentra muy difundido por todo el folklore universal, se cuenta también de otros santos irlandeses (ver San Fingar y setecientos setenta mártires). Carlo Ginzburg lo relaciona con antiquísimas creencias chamánicas de los pueblos cazadores euroasiáticos.
Como San Patricio y Santa Brígida, San Ciarán conoció por experiencia la esclavitud. Esto le ocurrió por haber dado de limosna a unos pobres tres calderos pertenecientes al rey. Lo pusieron, como a Sansón, a dar vueltas a la rueda de un molino; pero él, no tan forzudo como su precedente bíblico, recibió el auxilio de los ángeles, que bajaban del Cielo a empujar mientras él descansaba tranquilamente. Pronto pudo, con las limosnas que le daban, restituir los calderos al rey y comprar su libertad. Tal vez por haber catado esa vida más tarde rescató a varios esclavos y sobre todo esclavas, cuya suerte era todavía más lastimosa.
Ciarán comenzó entonces una serie de viajes por Irlanda. Se despidió de sus padres y llevándose una vaca con su ternero (que no quisieron separarse de él y lo seguían a todas partes) se fue a estudiar con San Finnian de Clonard, quien profetizó que aquel mocito llegaría a poseer media Irlanda. San Finnian lo envió una vez a moler cebada al molino. La hija de los molineros era una criatura preciosa; como también era muy guapo Ciarán, la muchacha se enamoró perdidamente de él y lo confesó a sus padres, que inmediatamente acudieron a ofrecérsela.
-¡No le pondrás pega a la chica! ¡Más maja no la hay, y si nos la rechazas nos lo tomaríamos como una injuria!
-Yo me la quedo, me la quedo.
-Así nos gusta.
-Pero con una condición: que consagre su pureza a Cristo, y puede ser mía para siempre.
La molinerita aceptó la condición sin chistar (es de creer que sin comprender exactamente a qué se comprometía) y desde entonces siempre formó parte de la familia de Ciarán. Los padres dieron como obsequio de boda tres hogazas de pan candeal, con buena cantidad de carne, tocino y cerveza para pasarlas.
-Gracias por el regalo, pero los frailes no comemos de esto. Moledlo en vuestro molino.
Así lo hicieron y de todo junto machacado se hizo una blanca harina dotada de maravillosas propiedades. El pan amasado con ella sabía a todas las viandas de tierra, según el gusto del consumidor, regadas de vino o cerveza. Era inmune a los ataques de ratones y gorgojos. Y era medicina universal para toda clase de enfermedades.
Un sirviente del molino, viendo aquel pisto asqueroso de carnes, vino y pan, decidió por su cuenta quedarse una parte de cada cosa, pero el santo lo vió.
-Así te salte un ojo una grulla -lo maldijo- y vuelvas a casa con él colgando y dándote en un moflete.
Esto de saltarle a uno el ojo una grulla también remite al mundo chamánico, dado el carácter sagrado de la grulla -el pájaro cojo- y su papel en antiguos ritos tanto celtas como helénicos (ver En el país de los cojos el tuerto es el rey). Del héroe Cú Chulainn, cuando le atacaba el furor guerrero, sabemos que le crecía un ojo hasta ponérsele como un caldero y le disminuía el otro y se le sumía en la cabeza tanto que ni una grulla podía saltárselo con su delgado y agudo pico.
En fin, la maldición se cumplió al cabo del tiempo y San Ciarán tuvo que ponerle el ojo en su sitio al criado tuerto. El mismo milagro se lee de San Winwaloe y su hermana Clervía (ver La venganza de Dahut), sólo que en aquella ocasión fue otra ave simbólica, la oca, la culpable de la mutilación.
Otro sirviente se fingió enfermo para evitar que Ciarán lo reclutase para la siega. Cuando se lo dijeron al santo, contestó:
-Es verdad, ¡pobrecito! Lo estoy viendo claramente; estaba enfermo cuando salisteis de su casa, pero ahora ya está muerto.
Amigos y familiares del fallecido comprendieron que la muerte era castigo de Dios por el escaqueo y suplicaron al santo que le devolviese la vida, como lo hizo.
-¡Menos mal! -dijo el resucitado- ¡Ya me estaba chamuscando en el Infierno! Venga una hoz...
Segador. Relieve gótico. Rouen, Francia.

De Clonard Ciarán fue a las islas Aran, a estudiar con San Enda. Allí había otro monje, manco por cierto, que siempre le llevaba la contraria a Ciarán. Un día de gran viento, Lonan, el manco, dijo:
-Creo que el vendaval va a hundir aquel barco y va a provocar un incendio en el horno del pan.
-Ni hablar -replicó Ciarán-: lo que va a hacer es incendiar el barco y anegar el horno.
En efecto, el barco quedó varado en tierra; unas chispas del horno, llevadas por el viento, prendieron en las velas y el incendió consumió rápidamente toda la nave. En cuanto al horno, una ráfaga violenta lo desbarató y arrojó todos los maderos a las olas.
De Aran, Ciarán fue a la desembocadura del Shanon a ver a San Senan. Por el camino se encontró con un pordiosero y, no teniendo otra cosa que darle, le regaló su saya. Iba andando desnudo, tapándose malamente con el manto. San Senan lo vio milagrosamente a distancia y envió a dos monjes con una saya para que tapase sus vergüenzas.
Después San Ciarán construyó el monasterio de Ísel Ciaráin junto a un lago, en una de cuyas islas habitaba un pueblo de paganos. Eran vecinos molestos y ruidosos, siempre con  sus danzas y músicas distrayendo a los monjes. A ruegos de Ciarán, Dios desplazó la isla hasta donde ya no se oía a los rústicos desde el monasterio.
Un día, sin embargo, les llegaron desde la playa voces y gritos.
-Id -dijo Ciarán a sus monjes-, que es vuestro abad.
Los monjes obedecieron aunque no entendieron nada, y menos cuando en la playa no vieron más que a un niño de aquellos paganos cerriles que estaba jugando.
Lo llevaron a la fuerza ante Ciarán, que lo mandó tonsurar y vestir a la manera monacal. Es de creer que nadie lo reclamó; se educó en el monasterio, se hizo hombre santo y sabio y llegó a ser el sucesor de San Ciarán, como éste había profetizado.
Una vez que Ciarán estaba sembrando, le dio el grano que estaba plantando a un pobre que había llegado pidiendo limosna. Los granos se convirtieron en oro en las manos del pobre. Pero él, que era un hombre trabajador, con el oro le compró al monasterio un carro y una pareja de caballos de tiro para labrar la tierra. El oro, en manos de Ciarán, volvió a convertirse en trigo.
-¡Gracias a Dios! -exclamó el santo-: ahora ya puedo terminar la sementera.
Un día que los monjes estaban sedientos en la siega y querían parar a beber agua, Ciarán les dijo:
-Puedo daros agua, pero si aguantáis seréis recompensados.
Así hicieron, y al terminar la faena del día San Ciarán los convidó a todos a un licor excelente, el mejor que nunca se ha probado: agua transformada en vino exquisito por milagro del santo.
-Pero ¿de verdad era tan bueno el vino aquel? -le preguntaban años después a un monje ancianísimo que había vivido los tiempos de la fundación de Clonmacnoise.
-¿Que si era? Yo entonces era un niño, y era el que servía las escudillas y tazones de vino a los segadores. Uno en cada mano. Iban tan llenos que rebosaban y llevaba el pulgar metido dentro del vino. Arrimad la nariz.
Y el monje viejo acercó el pulgar a la nariz de los incrédulos. El aroma del vino no se le había ido desde aquella noche gloriosa, y los frailes nunca habían olido cosa tan delicada y fuerte, que parecía más del Paraíso que de la tierra, y más de uno quedó completamente borracho sólo con el olor del pulgar del viejo.
El monasterio más importante de los fundados por Ciarán fue el de Cluain, Clonmacnoise. 
Ruinas de Clonmacnoise.
Cuando estaban plantando el primer poste del edificio, estaba presente Diarmad mac Cearbaill, un nieto del poderoso Niall Naoighiallach, fundador de la dinastía O'Neill. En aquella época, los descendientes de Niall estaban ampliando su control sobre el centro de Irlanda, que llegaron a dominar.
-Salud, rey -le dijo Ciarán.
-Mal andas de noticias. Rey es Tuathal Máelgharb, que por cierto no me mira con muy buenos ojos. ¡Si por él fuese ya estaría yo desterrado de Irlanda!
-Yo sé lo que me digo.
Aquella misma noche llegaron mensajeros anunciando el asesinato de Tuathal Máelgharb y la aclamación de Diarmad como rey.
El episodio parece sacado de Macbeth.
Y al plantar aquel primer poste, Ciarán pegó en él un mazazo:
-¡Éste para Trén de Cluain Ichta!
Aquel Trén era un joven arrogante que había tenido la osadía de desobedecer a Ciarán. En el mismo momento que la maza dio en el madero y lo hincó en tierra, lejos de allí, a Trén, estando en su casa, le reventó un ojo en un estallido de sangre y se quedó tuerto para toda la vida.
Desde Cluain, tiempo después, mandó por vía fluvial una saya nueva a San Senan. La dejó en el río y la corriente la llevó a su destinatario no sólo intacta, sino incluso seca, como si no hubiese rozado el agua. Lo mismo pasó con unos evangelios que se le cayeron al lago, y que aparecieron con el tiempo enganchados a las pezuñas de una vaca. También respetó la lluvia algún otro libro que por despiste el santo se había dejado abierto fuera del convento. En vez de atril, San Ciarán usaba para leer la cornamenta de un ciervo amigo, que acudía dócilmente a hacerle ese servicio y lo acompañaba a todas partes.
Uno de los monjes de Cluain estaba invitado en Saigir, monasterio cuyo abad era otro Ciarán, tocayo de éste. Y al monje no se le ocurrió otra gracia que apagar una llama perpetua, sagrada, que se mantenía con gran solicitud y devoción en Saigir. 
Su patochada no quedó impune, porque un día salió al bosque y lo mataron los lobos. Y San Ciarán de Saigir decidió que no se podía encender otro fuego distinto y que, pues Dios lo había querido, todo el convento se quedaba sin fuego.
Ciarán de Cluain acudió preocupado, viendo que su monje no regresaba al convento.
-Ya sé que nuestro deber de hospitalidad -le dijo su tocayo- era tenerte agua caliente para que te lavases los pies; pero es el caso que no tenemos ni una chispa de lumbre en todo el monasterio. ¡Como no la traigas tú...!
Y le explicó el caso. 
Ciarán de Cluain salió al bosque y se puso a rezar cara al cielo. No tardó en bajar fulminada una centella que prendió en su pecho. Con esa llamarada encendida, sin sufrir dolor ni quemadura alguna, Ciarán regresó tranquilamente a las cocinas de Saigir.
-¡Tened lumbre, hermanos, no lloréis tanto, que no es tan grave la cosa! Y ahora me voy a resucitar a mi monje, que ya debe de estar impaciente entre los muertos.
-¡Eres grande, tocayo! ¡Quédate con nosotros todo el tiempo que se te antoje!
Ciarán fue muy amigo de varones gigantes en santidad, como San Kevin, San Ciarán de Saigir o San Colum Cille.
Pero como los milagros numerosísimos de Ciarán eran agradecidos por sus beneficiarios con generosas donaciones, resultaba que sus monasterios iban adquiriendo ingentes riquezas y se extendían por cada vez más vastos territorios.
Varios de los otros santos de Irlanda veían con inquietud este ascenso fulgurante, y más en un joven que no había cumplido los treinta y cuatro años. 
-Este pollo Ciarán ya se ha hecho el amo de media Irlanda y como esto siga así se va a hacer con Irlanda entera.
-Bueno, ¿y qué vamos a hacerle, si le salen bien todos los milagros? ¡No vamos a prohibir a los fieles que le donen lo que les apetezca!
-Escuchad: vamos a hacer huelga de hambre hasta que Dios decida llevárselo consigo. ¡Aquí hacen falta medidas de presión!
-Bien dicho: sin la movilización jamás se ha conseguido nada.
-Pues todos a una y ni un paso atrás.
Se dice que son tres las malas acciones cometidas por los santos de Irlanda: la huelga de hambre contra San Ciarán, la expulsión de San Mochuda del monasterio de Rathin y el destierro de San Colum Cille.
Cuando le fueron a Ciarán de Cluain con la noticia de las acciones emprendidas en su contra, se encogió de hombros.
-¡A mí, ¿qué?! Lo único que me importa es tener libre el camino hacia lo alto, el que va de aquí al Cielo. Ahí es donde no quiero yo estorbos.  
Y así murió San Ciarán. Viendo su fin próximo, mandó que lo llevasen a una pequeña capilla, donde se puso a orar. 
-Pero tened la capilla cerrada, no se me escape el alma al Cielo antes de que aparezca San Kevin.
Ángeles y santos estaban presentes en la despedida.
Entonces hizo su aparición San Kevin, que se había enterado de lo que sucedía pero llegaba tarde.
-Pero, ¡por Dios! -exclamó horrorizado Kevin- ¿No veis lo que está pasando esa pobre alma ahí presa? ¡Haced un hueco, que salga!
Como la capilla estaba cerrada, su alma no podía escapar, hasta que los hermanos abrieron un ventanuco en el tejado, por donde alzó el vuelo. 
El alma de San Ciarán vio a su amigo desde el Cielo.
-¡Un momento, en seguida vuelvo! -dijo a las legiones angélicas.
Los ángeles  conducen un alma al Cielo. Sepulcro gótico. Catedral de León.
Y como una exhalación regresó a su cuerpo que yacía en la capilla, velado por los monjes. Se sentó en su lecho mortuorio, abrazó a su amigo, se ofrecieron mutuamente agua bendita y estuvieron charlando toda la noche. 
Kevin dio la comunión a Ciarán y Ciarán le regaló a Kevin su campana, de recuerdo, antes de partir definitivamente al Paraíso.
Aunque el propio Ciarán, contrariamente a lo que solían sentir los irlandeses de su epoca respecto de las reliquias y del lugar elegido para enterrarse, decía que le era indiferente si sus huesos quedaban abandonados en mitad del bosque, como los de cualquier ciervo, fue enterrado en su monasterio con gran veneración de su tumba.
La santidad de Ciarán hizo que Cluain fuese escogido por reyes para su sepultura. Uno de los más antiguos poemas en lengua irlandesa, en honor del rey de Laiginn Aed mac Colgen, muerto en el 738, dice así:
Int Aíd issind úir,
In rí issind róimh,
Int énán dil déin
Le Cérán i Clóin!

¡Aed bajo la tierra!
¡El rey en el camposanto!
¡La tierna, pura avecilla,
con Ciarán, en Cluain!

Róim, la palabra que se emplea para "camposanto", es el nombre de la ciudad de Roma. Los cementerios se constituían a partir de las reliquias de los santos allí sepultadas o conservadas en capillas funerarias, del mismo modo que Roma, ciudad relicario, tenía por centros sagrados las reliquias de los apóstoles San Pedro y San Pablo. 
La festividad de San Ciarán se celebra el nueve de Septiembre.






lunes, 3 de septiembre de 2012

El manco de Conderi

Macc Nisse co mmílib,
Ó Chonderib máraib.

Macanisio del gran Conderi,
con miles de hombres.

La Vita tripartita de San Patricio, redactada en latín e irlandés en el siglo IX, menciona en un par de ocasiones a San Macanisio, Macniscio, Macníseo o Macnisio (Mac Nisse o Mac Cneise en irlandés).
Según esta biografía, Patricio maldijo tres veces a Macanisio, su discípulo a la sazón, con el que estaba enfadado. 
Esto sucedió en ocasión de estar ambos leyendo juntos los salmos. Al cuarto día, a consecuencia de la maldición, a Macanisio se le cayó una mano al suelo; allí mismo la enterraron bajo un túmulo de piedras y el lugar donde ocurrió el suceso se llamó desde entonces Carn Lámha, el Túmulo de la Mano.
El motivo de la indignación del apóstol de Irlanda lo explica el hagiógrafo irlandés John Colgan, en el siglo XVII: los amores de San Macanisio con una hermana (o sobrina) del propio Patricio.
Y es que Macanisio, con sus pecas, no resultaba nada feo.
-¡Muy largas tienes las manos tú! -clamó el santo cuando se enteró del agravio- Por esas manos te pierdes. ¡Quisiera Dios que se te separasen del cuerpo, antes de que eches a perder la fama y el alma, todo junto!
Sin embargo, Patricio quería a Macanisio entrañablemente. Él mismo lo había bautizado y educado. Aunque una de las explicaciones del nombre de Macanisio es que efectivamente su madre se llamaba Neas o Cneas (era insólito, pero a veces sucedía que a los irlandeses se les apellidaba por el nombre de su madre y no por el de su padre: esta costumbre parece haber estado extendida entre algunas poblaciones irlandesas de origen picto, según el historiador James F. Kenney), otra lo interpreta como "Niño de la Piel", y eso porque con él dormía San Patricio, piel contra piel.
Muestra de la confianza que tenía el santo en este discípulo es que le encargó el cuidado de las maletas de cuero en que guardaba sus preciados manuscritos durante los viajes.
Manuscrito del siglo IX llamado Primera Biblia de Carlos el Calvo.
Esas grandes cajas de cuero o madera ligera no sólo se usaban para el transporte de los libros, sino para su almacenamiento y conservación en las casas. El alto precio y lo poco manejable de los códices en pergamino hacían que las bibliotecas particulares, palaciegas o  monásticas fuesen reducidas y no eran necesarias grandes estanterías. Sobre la historia de las estanterías existe un ameno y documentado libro del ingeniero estadounidense Henry Petroski: The Book on the Bookshelf.
En la Ilustración de arriba se ve, abajo, a San Jerónimo con una de esas cajas a cada lado. A nuestra derecha, a través de la puerta abierta se entrevé que los códices se van colocando en una repisa fija en la pared a la altura de los ojos o poco más arriba. En la tira superior el santo estudia con sus discípulas santa Paula y Santa Eustoquia. El armario de la derecha parece no contener más que volúmenes (libros en forma de banda enrollada). Los volúmenes no se transportaban en cajas sino en tambores cilíndricos.
Los padres bollandistas rechazan como patraña increíble lo de la mano despegada, por un obvio motivo: San Macalisio fue sacerdote y obispo, cuando -arguyen- la falta de una mano (incluso la falta del pugar o del índice) constituye irregularidad e impide la ordenación. Tal vez la iglesia de Irlanda en sus inicios fuera menos puntillosa. 
Entre los santos de Irlanda, existen unos pocos prepatricianos, que se convirtieron en el continente, especialmente en Roma, antes de la llegada a la isla del gran evangelizador. Después de éstos, los más antiguos, que gozan de gran consideración, son los compañeros y discípulos de San Patricio.
San Macanisio aparece mencionado en los dos versos del Santoral de Óengus que cito al principio, en la estrofa correspondiente al 3 de Septiembre. En las notas se explica que el verdadero nombre del santo era Oengus, y que por mote le decían Cáemán Breac, "Guapito Pecoso".
Parece que existió una Vida de San Macanisio antigua, hoy perdida, pero de la que se conserva un resumen, extractado todavía en época medieval, que es el que recogen las Acta sanctorum del mismo día.
Dice esta Vida que San Patricio había profetizado el nacimiento y la santidad de Macanisio largo tiempo antes de su nacimiento y que, tras bautizarlo, lo dio a criar al santo obispo Olcán o Bolcán. Esto último plantea alguna dificultad cronológica, porque se dice que también Bolcán había sido bautizado y ordenado sacerdote por San Patricio.
Otro día, que iba San Patricio por tierras de los Dal nAraide (una nación que alardeaba de su origen picto y vivía al Noreste del Ulster), se cruzó con Olcán y el niño, y anunció al obispo:
-¿Ves a ése que va contigo? Pues él y sus sucesores mandarán sobre ti y los tuyos.
La profecía se cumpliría años después con motivo de una guerra entre los Dal nAraide y los Dal Riata, otro pequeño reino del Ulster. Sarran (o Sárán), rey de los Dal nAraide, había entrado en tierras de los Dal Riata de donde regresaba con gran cantidad de prisioneros. A Olcán le tocó negociar con él y obtuvo la vida de los cautivos a cambio de garantizarle al rey  la salvación de su alma. Pero Sarran había incurrido anteriormente en la maldición de San Patricio, el cual, cuando se enteró de que Bolcán le había enmendado la plana (y a sabiendas para más inri), se cegó de ira y mandó al conductor de su carro que atropellase y aplastase al obispo (ver Una familia de aúpa).  
El carretero se negó, pero San Patricio ordenó que la diócesis de Bolcán se repartiese entre San Macanisio y San Senan (ver San Senan y su isla). 
Pero para eso todavía tenía que llover mucho. De momento, Mac Nisse era un niño.
Bolcán, o mejor dicho su madre (que era la que mandaba en la casa), lo mandó a cuidar las vacas. 
Vaca. Canecillo románico.
El crío se quedó dormido en el prado y los terneros, aprovechando su distracción, se pusieron a mamar de las madres, que era lo que el zagal tenía que impedir. La señora, cuando vio su poco cuidado, lo despertó de un cachete.
-¡Despabila, niño, que aquí no estamos para alimentar vagos!
Al momento, la mano que había abofeteado al santo se quedó inerte hasta que a ruegos de Bolcán Macanisio rezó por la señora, a la que le fue devuelto entonces el movimiento.
Andando el tiempo, aquel pastorcillo se hizo un sabio y a pesar de su juventud San Patricio lo consagró obispo.
Emprendió una larga peregrinación. De Tierra Santa trajo abundantes reliquias: trozos de vestidos de varios apóstoles, huesos de Santo Tomás, cabellos de la Virgen y un pedazo del Sepulcro de Cristo. Además, uno de los famosos vasos del Templo de Jerusalén.
A su regreso se detuvo en Roma durante varios días, haciendo milagros, sanando leprosos, ordenando sacerdotes y recolectando numerosas dádivas que los romanos pudientes ofrecían a los pobres de Irlanda: vasijas de oro, de plata y de bronce.
Cuando iba de camino, San Macanisio se inclinaba reverentemente y colocándose el grueso volumen de los Evangelios entre los hombros, caminaba llevándolo así con todo respeto, sin sujetarlo con ninguna atadura, y no se sabe que alguna vez se le cayese.
Las nuevas de su vuelta a Irlanda lo precedieron, y de todas partes acudían a recibirlo multitudes. Fundó el monasterio de Conderi, que según el Santoral de Óengus significa "Robledal del Lobo", así llamado por los muchos que lo infestaban.
Conderi fue elevado a sede episcopal, carácter que perdió en el siglo XV, cuando fue absorbido por la diócesis de Down (en cuya sede de Downpatrick -Dún Pádraig en irlandés-, por cierto, se dice que están sepultados San Patricio, Santa Brígida y San Columba). 
En Irlanda continuó Macanisio diciendo profecías y haciendo milagros.
Él fue quien previó el nacimiento de San Comgall por el chirrido del carro en que viajaba su futura madre (ver Vida y milagros del pescador de sirenas). Cuando iban a visitarlo Santa Brígida o San Patricio, también le era revelado con antelación, y alegremente mandaba a sus monjes dejar lo que estuvieran haciendo para preparar a sus huéspedes una recepción como se merecían.
Viajando hacia Munster con estos dos grandes santos, se quedó atrás en un bosque, distraído, y San Patricio tuvo que retroceder a buscarlo.
-¿Por qué te has quedado aquí como pasmado?
-Porque ahí atrás he visto en un sitio los cielos abiertos, y por ellos muchedumbres de ángeles subiendo y bajando.
Ángeles subiendo y bajando: el sueño de Jacob.
Vidriera modernista en Notre-dame
de Fourvière, Lyon (Francia)
-Eso quiere decir que tenemos que dejar allí algunos hombres de los que vienen con nosotros para fundar un monasterio. ¡Es un lugar sagrado!
-No lo hagas, hazme caso -replicó San Macanisio-: porque de aquí a sesenta años nacerá un varón santo en mi familia, y le pondrán Colmán, y le llamarán Colmán Ela, o sea Colmán el Otro, para distinguirlo de los muchos Colmanes que hay por aquí. Ése es el que está destinado a fundar en este bosque el monasterio, que se llamará Lan Ela.
Macanisio devolvió la vista a ciegos, sanó a leprosos, hizo quedar encinta y parir un hijo a una mujer que llevaba más de quince años sin poder concebir, por su edad.
Una vez, un hombre fue asesinado, seguramente en una de aquellas sañudas y largas guerras entre familias. Dejó un huérfano, que se refugió entre unos amigos de su padre; pero los enemigos se lo arrebataron y se disponían a darle muerte. Macanisio no consiguió que le perdonasen la vida. Seguramente pensaban que la supervivencia de un familiar los condenaría a vivir con la barba sobre el hombro, sin poderse quitar el miedo a la venganza.
-Concededme al menos el tiempo de que rece por su alma: no lo matéis hasta que lleguéis a aquel montón de piedras.
-Eso pensábamos hacer: subirlo a él y lanzarlo a lo alto, para recibirlo, a su caída, en la punta de nuestras lanzas.
Este tipo de muerte tiene un aspecto ritual y recuerda a lo que comenta el arqueólogo Timothy Taylor de los sacrificados en las turberas: lugares indefinidos, tierra de nadie entre dos mundos, que ni bien son acuáticos ni terrestres. El que en ellos muere queda preso en la nada, sin poder encontrar su sitio en este mundo ni en el Más Allá. 
Del mismo modo, pinchado en la punta de las lanzas, el niño agonizaría colgado entre la tierra y el cielo y quedaría en eterna suspensión.
Por otra parte, el rito coincide exactamente con el sacrificio quinquenal de los Getas referido por Herodoto (4, 94), que por este procedimiento de las lanzas enviaban un mensajero al dios Zalmoxis. Mircea Eliade, en su libro sobre este dios, relaciona el sacrificio con prácticas chamánicas en que el espíritu del chamán, dejando al cuerpo en tierra, viaja hasta los dioses o espíritus para comunicarse con ellos. También señala Eliade bastantes coincidencias entre la religión gética y la de los celtas. Ambos pueblos convivieron, por cierto, en territorios vecinos de la Europa sudoriental. 
Ha aparecido alguna vez en estos retazos el asunto de la cojera del héroe; también, dentro del tema más amplio de la mutilación aparecen el héroe/dios tuerto y el manco (ver en el país de los tuertos el cojo es el rey) o que tiene alguna asimetría en pies, manos u ojos. Entre los germanos están el manco Tyr, y el tuerto Odín, entre los romanos Mucio Scaevola y Horacio Cocles (cuyo paralelismo tanto dio que pensar a Dumézil). Y entre los irlandeses, Lugh (que tenía una mano mucho más grande que la otra) sucedió en la monarquía de los Tuatha dé Danann a Nuadu, que fue rey a pesar de ser manco (igual que Macanisio fue obispo a pesar de su mutilación). Y Lugh -o su equivalente continental Lugu- se representa a menudo con un ojo enorme, como Cú Chlainn, el héroe del Ulster, hijo de Lugh.
Pero he dejado al pobre niño de la leyenda piadosa camino del montículo de piedras.  Estando ya la criatura en el aire -¡oh asombro!- surgieron los ángeles del Cielo y llevándolo en volandas,
Ángeles llevando un alma al Cielo. Capitel románico.  
lo depositaron con toda delicadeza junto a San Macanisio, que lo tomó consigo y lo crió.
Este niño salvado de la muerte llegó a ser el famoso obispo Colmán, fundador de la iglesia de Cill Ruaid.
Tanto se preocupaba San Mac Nisse por sus monjes que una vez, visitando un monasterio, se acercó al río que pasaba al pie de sus muros (se llamaba el río Curi) y le dijo:
-Escucha, río: ¿tú no ves que no dejas concentrarse a los monjes para rezar, leer ni pensar con esa cháchara constante de tus aguas? Tu cantar es muy grato, pero distrae. ¿Por qué no te vas con la música a otra parte?
Obediente, el río se fue deslizando de lado y cambió su curso, de manera que desde entonces daba un gran rodeo para no estorbar a los frailes estudiosos con su rumor.
Pero, como se vio en el caso de la irritable madre de Bolcán, si Macanisio era capaz de estas delicadas atenciones, también lo era de reacciones temibles en sus enfados.
Una vez que pidió por amor de Dios limosna u hospedaje -no lo aclara la Vidaen cierto pueblo y se lo negaron, un incendio espantoso lo devoró entero en un instante, es de suponer que con todos sus habitantes dentro. ¡Venganza divina!
   




domingo, 19 de agosto de 2012

Huyendo al bosque

Alfonso VI de León y Castilla, el conquistador de Toledo, mantuvo privilegiadas relaciones con el ducado de Borgoña. Hija de un duque de Borgoña era su segunda mujer, Constanza, y  dio la mano de dos de sus hijas a sendos caballeros borgoñones. Raimundo de Borgoña casó con Doña Urraca y fue nombrado Conde de Galicia. Reposa en la catedral de Santiago. Enrique de Borgoña casó con Doña Teresa, hija del rey Alfonso y de Jimena Muñiz. Obtuvo el condado de Portugal y fue el primer soberano independiente de ese país.
Doña Teresa, en una interpretación romántica.
Los amores de Jimena Muñiz con el rey tuvieron lugar durante la viudez del monarca, entre la muerte de su primera esposa y el matrimonio con  Doña Constanza. Parece que no eran bien vistos por Roma, no sólo porque existía parentesco entre Alfonso y Jimena, sino porque ésta manifestaba simpatías por quienes se oponían a la reforma religiosa impulsada por los papas y destinada a borrar las particularidades del culto hispánico.
Existe un epitafio de Jimena Muñiz en dísticos elegíacos donde se ensalzan sus muchas virtudes a la vez que se lamentan sus extravíos. Lo conserva el museo de León y por diversos motivos parece una falsificación de época humanística.
Otro aspecto de la política filo-borgoñona de Alfonso VI fue su apoyo al monasterio de Cluny. La reina Constanza era pariente de San Hugo, abad de Cluny, y como se sabe el rey apeló a los monjes cluniacenses para aplicar la reforma requerida por Roma. El amparo de Cluny servía de paso como parapeto contra las exigencias excesivas del papado (varios papas fueron cluniacenses).
Alfonso VI situó en puestos clave de la jerarquía eclesiástica de sus reinos a monjes de Cluny. Uno de ellos fue el gascón Bernardo de Sédirac, anterior abad de Sahagún, a quien se confió el obispado de Toledo.
Bernardo, pasando por Toulouse al regreso de uno de sus viajes a Roma, pudo conocer a Gerardo, monje del convento (hoy ya inexistente) de la Dorada. Del todo reconstruida, se alza hoy la iglesia de la Dorada orillas del Garona. Aquel conjunto, en su día, debía de ser imponente; de su fábrica no queda hoy más que algún capitel en algún museo. El convento dependía del de Moissac, cluniacense.
Al parecer, Gerardo se dedicaba fundamentalmente a enseñar música y canto y eran tales su talento musical y dotes pedagógicas que Bernardo quiso traérselo consigo a Toledo. Una vez en Castilla, se pensó en él para la reforma y reorganización de la diócesis de Braga.
San Gerardo. Catedral de Braga.
Gerardo, a su vez, se llevó consigo a un amigo y discípulo llamado también Bernardo, al que elevó a la dignidad de arcediano y que escribiría más tarde su vida, la cual recogería Alexandre Herculano en los Portugaliae Monumenta histórica ([Scriptores, I, fascículo 1] consultable en línea en el sitio de la Biblioteca Nacional de Portugal). Bernardo el arcediano escribe  en términos encomiástico de los condes don Enrique y sobre todo Doña Teresa, cuyas virtudes y belleza celebra repetidamente..
Por motivos a la vez político-religiosos y amistosos, es de suponer, el arcediano Bernardo carga las tintas en el desbarajuste y anarquía de la diócesis antes de que apareciese Gerardo a poner orden.
Gerardo, entre otros logros, consiguió del Papa el restablecimiento de Braga como metrópoli, aunque sin menoscabo de la dignidad compostelana, puesto que la catedral de Santiago quedó exenta de toda autoridad salvo sólo la de Roma. Era obispo de Santiago por  entonces Don Dalmacio, cluniacense como Gerardo y como el propio papa Urbano II.
El papa Urbano II consagra un altar en Cluny.
Entre los hechos loables y milagrosos de San Gerardo (pues en concepto de santo lo tienen los bracarenses) cuenta el diácono Bernardo lo siguiente.
Había una señora (matrona)  de noble familia, llamada Toda, heredera de extensas propiedades que le rendían abundante renta. Varios grandes señores, envidiosos, rumiaban la manera de perjudicarla y apoderarse de todo. El arbitrio que se les ocurrió fue que un tal Ordoño, hombre sin nobleza que estaba a la cabeza de unas fincas del conde Don Enrique, la raptase y se desposase con ella por coacción. Toda quedaría infamada por ese matrimonio, aunque forzado, y tendría que renunciar a sus propiedades. 
La situación y la ocurrencia no son originales. Se ven las mismas o parecidas en la vida de la santa inglesa  del siglo VIII Milburga. Sin embargo, la solución es contraria en uno y otro caso, puesto que el de Milburga concluye con un milagro típico del mundo agrícola y el de Toda, a mi parecer, con el amparo momentáneo del mundo salvaje y por excelencia inculto. 
Ordoño, pues, (más contento que unas castañuelas y frotándose las manos según puede suponerse), preparó un gran festejo, un convite sonado, y mandó aderezar una cámara y tálamo nupciales dignos de semejante novia, antes de secuestrarla. La nobilísima Toda, que se vio presa del villano, angustiada, no sabía qué hacer, teniendo por mejor suerte morir que sobrevivir en aquellas condiciones.
Se encomendó pues a San Gerardo y se le ocurrió, aprovechando la oscuridad del crepúsculo, cambiar sus ropas por las de una de sus camareras y mandar a la criada que se metiese en el lecho nupcial. Para dar verosimilitud a su disfraz, cogió un cántaro y salió con él al hombro, como si fuese a coger agua a la fuente. 
Cuando se vio fuera del palacio, evitando los caminos, se enmontó en unas espesuras donde permaneció oculta.
El canallesco marido, "frustrado en la esperanza de su gozo" al llegar al tálamo y descubrir inmediatamente el pastel (de modo menos novelesco que en las leyendas, donde la oscuridad no sólo vuelve pardos a todos los gatos, sino también a las gatas liebres) se inflamó en ira, y no era para menos.
Inmediatamente manda cercar el monte (o "establecer un perímetro" como se oye en las películas americanas de policías) y rastrearlo con perros por todas partes. Pero con la ayuda de Dios y por milagro de San Gerardo la búsqueda resultó vana.
Al tercer día, viendo que la búsqueda cejaba, Toda se arriesgó a salir del bosque y se refugió en una ermita, a cuyo morador suplicó que la ayudase a burlar el cerco.
El clérigo mandó venir en secreto al escondrijo a unos buenos arcedianos que la pusieron en cobro en la catedral de Braga.
Ordoño, que continuó después de aquel caso cometiendo fechorías y rebelde a las reconvenciones de San Gerardo, acabó muriendo a manos de unos asaltantes en el castillo de Lanhoso.
Castillo de Lanhoso. 
Un caso más del cambiazo nupcial, motivo tan frecuente y que ya ha salido varias veces al hilo de estos retazos. No es aquí la casada legítima sustituyendo a la amante (como en la leyenda de Jaime I de Aragón), ni la criada impostora suplantando a la señora (como en Berthe au Grand Pied), sino la sacrificada camarera tomando sobre sí por lealtad las obligaciones conyugales de su ama, como en Tristán e Isolda. En todo caso, en estas tres apariciones del motivo, al engaño sucede una estancia más o menos larga de la mujer en el bosque. 
La huida es la solución inmediata a otras transgresiones del matrimonio, como en los relatos irlandeses de Diarmad y Gráinne o de Deirdré y Naoise, que también escapan de sus esposos buscando la salvación en el bosque.
Yo no quiero decir que no existiese Toda ni que el arcediano Bernardo se haya inventado un mito; pero sí es posible que se fijase para su biografía en un caso que venía a resonar con antiguos ecos de leyenda y que destacase en su narración los elementos más coincidentes con antiguas historias. 
Escapar del matrimonio fuera del siglo es frecuente en vidas de santas, como Melángela de Gales, que acabó decapitada y andando con la cabeza en la mano igual que Noyala, o Santa Sunniva, que buscó el asilo de una caverna entre el mar y la tierra, o Santa Ositha, salvada del acoso de su marido por la intervención de un ciervo blanco -detalle importante como luego se verá-, Santa Dymphna escapando del lecho de su propio padre y oculta en el bosque de Flandes con su confesor y los juglares o Santa Quiteria por las sierras de Toledo...
No hay tampoco nada de particular en que el fugitivo de la ley, culpable o inocente como Berta o Genoveva de Brabante, se haga forajido, o sea "salido fuera" del mundo ordenado donde rigen las leyes. Cultura quiere decir cultivo, y el bosque es por excelencia el territorio inculto. El anacoreta buscaba guarecerse de las asechanzas del siglo en el desierto, en el bosque, en el mar o incluso, como los estilitas, en el aire.
La misma oposición que se establece entre el bosque y el campo es la que enfrenta entre los griegos a la moza (parthenosy a la mujer hecha y derecha (gune). Como se ve en el interesante libro de Helen King sobre la mujer en la antigua Grecia, para llegar al segundo de estos estados, la mujer debe sufrir un proceso a la vez fisiológico, social y sagrado, pues no es verdadera gune la que no es casada y con hijos. Un proceso de integración en la cultura humana no muy diferente, en el fondo, del que transforma un yermo en terreno de labor o a un animal indómito en otro domesticado.
Parece ser, por lo que allí se lee, que los antiguos griegos consideraban a la doncella como uno de los seres más difíciles de domar. También aseguraban que no hay cosa más parecida a la mujer que la perra, entre otras cosas por su ambigüedad semi-cultural y semi-salvaje. Cristiana Franco profundiza en estos aspectos caninos en su libro Senza ritegno. El perro y la mujer se encontraban a caballo entre el mundo animal y el mundo humano.
Escila, un caso extremo de afinidad femenino-canina.
Esta opinión, hoy escandalosa e inexpresable, no debía de limitarse a los helenos. 
Según la leyenda Bretona, cuando se repartieron en el Cielo los patronazgos a los distintos santos, cayó en suerte a San Sezny el de las muchachas; pero como era un santo anciano y para pocos trotes, solicitó que se le otorgase otro más sencillo y menos problemático. Dios le concedió el de los perros enfermos, lo que incluye la rabia, claro está.
Volviendo a Grecia, el perro, víctima excepcional en los sacrificios, sí se consagraba a la diosa partera Eileithyia, identificada con la nemorosa Artemisa (Artemisa Mataperros, kynosphages, como se la llamaba), pero a la vez con la hilandera de los destinos, y a la infernal y lunar Hécate, alter ego de la propia Artemisa. 
En Roma se sacrificaban perros durante las fiestas llamadas Robigalia, que vienen correspondiendo a las Rogaciones cristianas (Cuando se celebraban en Cornualles procesiones en honor de Santa Noluena, la mártir huida del matrimonio y martirizada en el bosque) y al principio de la canícula.
La asociación estrecha entre Artemisa-Hécate y el perro (¡que se lo pregunten a Acteón!) se completa en época helenística y perdura en el folklore de Grecia hasta nuestros días, como se ve en este interesante artículo de Manolis Sergis.
Y he aquí una conexión más entre la fugitiva y su bosque: Berta es la antigua deidad Perchta, que suele sentarse a hilar a la sombra de su roble (como Santa Marina en los bosques de la Limia: ver El insoslayable Olibrio).
Deidad de la vegetación y de la fauna salvajes, Artemisa es diosa virgen como el bosque es tierra virgen. A menudo la vemos acompañada de su cervatillo, como Genoveva de Brabante por su cierva, y mandando sobre su jauría como las valquirias de los germanos.
Artemisa Bendis. La diosa cazadora con su perro lunar.
 Porque, como señala Bernard Sergent en su libro sobre la homosexualidad y la iniciación de los jóvenes en los pueblos indoeuropeos, la caza y la permanencia en el yermo son esenciales en esos ritos. Y como la iniciación es el paso por la muerte para revivir de una forma más plena, se sigue que el bosque es el espacio de la muerte, equiparable al Más Allá. De ahí, en los mitos artúricos, lo frecuente de que algún personaje se pierda en el bosque durante la cacería y acceda a alguna tierra sobrenatural.
Pasar por la muerte para alcanzar la vida o pasar por el estado salvaje para llegar a la plena integración en la sociedad. Las niñas atenienses no podían acceder al matrimonio (a la plenitud de mujeres, por tanto) sin pasar por el ritual de Artemisa Brauronia, durante el cual se llamaban osos y se  comportaban como ellos.
La razón de ser de este rito es que en tiempos antiquísimos se decía haber existido en una ciudad ática un oso extraordinariamente amistoso y manso, pero no tanto como para soportar las travesuras de cierta niña mala que tenía por diversión maltratarlo y hostigarlo. Irritado, el animal la hizo pedazos; los hermanos de la traviesa hicieron en venganza otro tanto a él, y finalmente Artemisa, Señora de las Fieras, envió una epidemia sobre la ciudad.
Venganza muy propia de esa diosa, hermana de Apolo el flechador, que fulmina muertes durante las pestilencias como di fuesen flechas de su aljaba. 
Se consultó el oráculo y la solución fue la instauración de ese rito durante el que todas las doncellas tenían que hacer el oso (arkteuein) si querían casarse.
Bien podría decirse que esto de hacer el oso antes de las bodas y aun durante la ceremonia y festejo ha perdurado a través del cristianismo y aún hoy día es norma hasta en los matrimonios laicos.
Pero en su origen constituía una especie de vacuna, puesto que el matrimonio y la maternidad eran para la mujer lo contrario del estado salvaje representado por el oso: la completa integración social.
El guerrero germano que se hacía berserk adquiría la naturaleza osuna para hacer mejor su oficio; la doncella ateniense lo hacía para despedirse para siempre de la parte salvaje de su ser y convertirse en plenamente doméstica. Eran dos "osificaciones" completamente opuestas.
La osa de los bestiarios simboliza también a la maternidad porque se dice que los oseznos nacían informes y sus madres, a fuerza de caricias y lametones, les iban dando trabajosamente su aspecto osuno.
Vemos en estos asuntos iniciático-nupciales, mirando el libro citado de Helen King, otras acciones similares, pero de sentido opuesto, en hombres y mujeres.
La plena realización del ciudadano varón es verter sangre -la suya o la del enemigo- en la guerra, en defensa de la ciudad. La mujer a su vez para alcanzar su pleno desarrollo fisiológico y social debe perder sangre tres veces: en la primera menstruación, en la desfloración y en el puerperio, cuando -dicen los hipocráticos- se le abren las carnes y quedan libres del todo los canales circulatorios de los humores. Si no, queda inmadura y por terminar.
El riesgo del soldado en la batalla se equipara al de la mujer en el parto y la hemorragia puerperal a la sangre de la víctima de un sacrificio.
Incluso en el suicidio la mujer parece haberse inclinado en la antigüedad por la asfixia (o el veneno), muerte incruenta. Así se colgó de un árbol Erígone, ama del Can celeste en cuya fiesta precisamente sacrificaban perros los romanos, antes de la canícula. Los árboles, y no sólo los salvajes, sino también los cultivados, pertenecían a la esfera de Artemisa.
Es famosa la epidemia de ahorcamientos femeninos que azotó, según Plutarco, a Mileto y que se extinguió con la amenaza de exposición de los cadáveres desnudos de las suicidas. Señala Helen King que ahorcarse o arrojarse a un pozo es, en la literatura griega, la solución femenina extrema para la mujer en riesgo de ser forzada. Y la propia Artemisa recibía el epíteto de "ahorcada", apankhomene.
Anudar y desanudar eran tareas propias de Artemisa: a ella se dedicaba el primer cinto de la muchacha púber, símbolo de su ingreso en la camino a la feminidad. A Artemisa se llamaba lysízonos, "desatacintos" y "desatar el cinto" era a la vez dejar de ser virgen y dar a luz. En estas expresiones el cinto se refería por un lado al cinto real -banda de tela propia del atuendo de la mujer adulta-  y por otro al nudo o lazo simbólico que contenía la sangre derramada en tan sacras ocasiones (continúo siguiendo a Helen King). 
El cinto -marca de la mujer adulta- se ceñía o en el talle
(ver la Artemisa de más arriba) o bajo el pecho.
En los textos hipocráticos se ve que cuando esa sangre se veía apresada por alguna atadura (en la anatomía hipocrática la mujer es grosso modo una manga o talego abierto por los dos extremos) los síntomas que padecía la paciente eran de ahogo; y Artemisa era la diosa capaz de soltar y desatascar los caños por donde tenía que correr.
Ahora bien, un derramamiento de sangre y otro -el viril y el femenino- son incompatibles. La mujer no puede ser cazadora, guerrera ni sacrificadora porque para eso ya tiene sus propios tributos cruentos  con que rendir culto a los dioses y servir a la ciudad. Se ve que de la función de ayudar al parto, por iguales motivos, también se apartaba a la gune, la casada en edad de tener hijos. 
De ahí la monstruosidad de las amazonas, que constituyen una aberración de la naturaleza, puesto que cualquier mujer normal padecería trastornos intolerables y mortales en caso de seguir el modo de vida de aquel pueblo. La escasez de embarazos y lactancia provocaría retención de sangre, que se acabaría volviendo tóxica. 
La impureza de esa sangre pútrida era tal que explica, según Helen King, la administración de fármacos muy repugnantes a pacientes femeninas cuyas dolencias tenían ese origen.
La vida muy activa podría corregir en parte este problema del exceso de sangre (tal es la idea de Sorano, el médico del siglo II), secando y compactando las carnes con el resultado de disminuir la sangre acumulada;  pero entonces la matriz, deshidratada, se lanzaría sedienta sobre el hígado.  
En todo caso, las amazonas tenían por diosa principal a Artemisa y compartían su aversión al matrimonio y su esencial ambigüedad. Y la Artemisa Brauronia, la de las niñas osas, venía, traída por Ifigenia y Orestes, de Táuride, no lejos del reino de las amazonas.
No deja de ser curioso que, en cambio, de las diosas olímpicas, la gune por excelencia es Deméter, fundamentalmente relacionada con la agricultura. Hera recobra su estado de parthenos anualmente y Afrodita, aunque casada y con hijos, no los tiene de su marido Hefesto. 
Existe una leyenda, que a lo mejor sale alguna vez a colación, en que no el bosque, sino las mieses son las que ayudan a la infeliz fugitiva. La naturaleza madura y cultivada, atributo de Deméter y correspondiente a la gune, a la casada fértil. Pero en estos casos la ayuda consiste en ocultar la huida y despistar a los perseguidores, no en dar amparo y asilo como en los que daban pie a este retazo.


martes, 24 de julio de 2012

El mayor matadragones

De la vida de San Sansón, obispo de Dol, se conservan varias versiones antiguas. Una se encuentra en el Libro de Llan DâvLa más importante, que se conoce por Vita prima, es la que recogen las Acta sanctorum del día 28 de Julio. El monje que la escribió asegura que sus noticias provienen de otro religioso anciano, que a su vez las había oído de boca de la madre del propio santo. Aquel fraile viejo, llamado Enoch, era, además, primo de San Sansón.  
Si esto es cierto, la Vida de San Sansón está entre las más antiguas de los santos bretones.
Albert Legrand asegura que la patria de San Sansón era el Sur de Bretaña, en los confines del Vanetés y de la Cornualla; pero la gran mayoría de los autores lo hacen britano, del reino de Dyfed o, en latín, Demetia.
Los padres de Sansón fueron Amwn y Ana. Amwn era un príncipe de la más alta prosapia, pues era hijo de Emyr Llydaw  (Emyr de Bretaña) y de Gwyar (aunque este personaje de Gwyar en la leyenda artúrica aparece unas veces como hombre y otras como mujer). Gwyar era hermana de Arturo y madre de Gawain. Así que San Sansón era sobrino nieto del rey Arturo. 
Sir Gawain, el famoso caballero de la Tabla Redonda, era tío de San Sansón
(Ilustración de Howard Pyle, 1903).
Amwn tuvo otros parientes de renombre. Era hermano de Hywel Farchog (el Caballero), Hoel el Grande para los bretones, que fue padre de San Tudwal y de Kaherdin e Isolda de las Blancas Manos, la mujer de Tristán (tocaya de Isolda la Rubia, la protagonista de la trágica historia de amor). Cuñado de Hoel era el famoso Riwal, primer rey de la Domnonia armoricana.
En cuanto a Ana, la madre de San Sansón, era hija del rey de Morganwg, que corresponde más o menos al actual Glamorgan.   
Amwn y Ana habían llegado a viejos sin poder tener hijos: causa de hondo pesar para ellos. Oyeron hablar de un santo y sabio ("magister librarius") ermitaño que obraba milagros y acudieron a suplicar su intercesión. Les recomendó que mandasen hacer una larga varilla de plata, tan alta como Ana, y la vendiesen para repartir su precio entre los pobres. 
-¡Tres varillas como ésa haría yo si Dios me diese fruto!
Así resolvieron hacer; y aquella misma noche, en sueños, un ángel reveló a Ana que sus preces habían sido escuchadas y había concebido un hijo al que debía llamar Sansón, siete veces más resplandeciente que la plata ofrendada.
Omina nomina, ya lo decía hace poco a cuento del verdugo Malco: a esta Ana le vino a suceder como a Ana madre de Samuel y a Ana madre de la Virgen María. Sólo que Sansón no fue hijo único, sino el primero de siete hermanos.
El niño nació y fue recibido con el júbilo que se supone, pero pronto fue motivo de discusión entre marido y mujer:
-Estás criando a ese hijo de mala manera. Un niño de cinco años tiene que jugar, trotar y pelearse con otros críos y no estar todo el día con libros de misa.
-Es lo que quiere y lo que le gusta.
-Porque no le has enseñado otra cosa. Tú déjamelo a mí.
-Ni hablar. No olvides que Dios nos lo concedió para Su servicio.
-Dios lo ha traído a una familia de reyes y tiene que ser mi heredero y mandar ejércitos de guerreros. Aquí termina la discusión.
Esa misma noche se le apareció a Amwn el ángel:
-Como te atrevas a quitarle a Dios lo que es suyo, !prepárate!
Amwn despertó aterrorizado y se decidió enviar inmediatamente al niño a estudiar con San Iltudio o Illtud, el mayor sabio y mago que tenían entonces los britanos (ver San Pablo de Leonís).
En aquellos estudios destacó tanto San Sansón por su ascetismo que Iltudio tenía que frenarle en sus penitencias, no fuese a arruinarse la salud a tan temprana edad. Y cuando se le ofrecía a su maestro alguna duda sobre algún intrincado punto de las Escrituras, Sansón se la resolvía: se recogía en oración y no tardaba en bajar del Cielo un ángel que le desenmarañaba la dificultad que fuese.
Una vez a uno de los frailes de San Iltudio, que estaba escardando un trigal, lo mordió una serpiente. La mordedura era mortal.
-Déjame a mí -dijo Sansón a San Iltudio-, porque mi padre sabe curar estas mordeduras y se puede salvar al hermano.
-Si tu padre te ha enseñado algún conjuro, olvídate de él, que aquí has venido a empaparte de la ciencia de Dios y a renegar de la de Satanás. Lo único que podemos hacer es rezar.
-Cuando decía "mi padre" -contestó el joven- me refería a Dios omnipotente. Que batan agua con aceite y se la unten en la mordedura.
Y al cabo de tres horas de friegas y rezos San Sansón consiguió la curación del monje.
Cuando estuvo preparado, recibió la ordenación sacerdotal de manos del mismísimo San Dubricio, el que casó a Arturo con Ginebra; y durante la ceremonia  bajó del Cielo una paloma resplandeciente, blanquísima,  que se mantuvo flotando inmóvil en el aire sobre el oficiante sin que la pudiesen ver más que Sansón y los que decían la misa y ayudaban a ella.
San Sansón era tan perfecto que a algunos de los demás frailes les irritaba.
-Este santurrón -dijo uno a otro- lo que quiere es alzarse con el monasterio cuando estire la pata Iltudio; para eso está haciendo méritos. Lo bueno sería quitarlo de en medio.
-No es difícil. Yo estoy de cocinero. Un día con la tisana de la tarde le doy jicarazo.
El malvado cocinero preparó una pócima a base de una hierba venenosa llamada tillum. Se la dio a catar a un pobre gato. Al primer lengüetazo el minino pegó un salto, dio una voltereta en el aire y cayó de cabeza, fulminado.
-Bien, bien... esto funciona...
Pero el santo se bebió su infusión sin chistar y relamiéndose.
-Hoy estaba mucho más rica que de costumbre. ¿Qué le has echado?
El cocinero quedó aterrorizado y arrepentido, pero su compinche, al contrario, cada vez estaba más rabioso. De manera que un domingo, al ir a comulgar, el Demonio se adueñó de su cuerpo y empezó a retorcerse, a subirse los hábitos enseñando las vergüenzas, a soltar toda clase de chocarrerías y mofas obscenas y por último a morderse y destrozarse las manos a puros bocados. Entre risotadas se jactaba del crimen que había intentado.
Trajeron a Sansón, que volvió a prescribir agua con aceite. El endemoniado quedó como muerto durante tres horas, al cabo de las cuales despertó sano y arrepentido.
Pero Sansón pensó:
-Este monasterio no es puerto seguro para el alma; aquí hay mucha agitación. 
Y partió a una isla donde vivía en soledad un santo llamado Pirón. Era viejísimo y no dejaba de rezar ni un minuto; durante el día, mientras rezaba trabajaba con las manos; durante la noche estudiaba las santas Escrituras a la luz de un candil que llevaba siempre encendido. No se acostaba nunca para dormir; si le entraba sueño, apoyaba la frente en la pared y así echaba una cabezada.
Un día llegaron mensajeros de su tierra preguntando por Sansón y no lo reconocieron. Sansón decidió tomarles el pelo.
-Lo que tengáis que decirle a Sansón decídmelo a mí, que somos uña y carne.
-Tenemos orden de decírselo sólo a él personalmente.
-Pues que sepáis que si no me entero yo no se enterará Sansón.
-¿No veis que Sansón es este mismo? -intervino al final Pirón.
-No estamos para chanzas, hijo. Amwn, tu padre, está muy enfermo y dice que sólo tú le puedes dar algún alivio: tanto al cuerpo como al alma.
-Os podéis marchar por donde habéis venido. Yo soy como los judíos cuando cruzaron el Mar Rojo huyendo de Egipto. ¿Iban a volverse atrás por más grave que fuera el motivo? ¡A buenas horas!
-Sansón, te estás pasando -le dijo Pirón-. Hazme el favor de ir a ver a tu padre, que esto ya no es despego del siglo sino inhumanidad diabólica.
-Bueno, si tú lo dices... ¿hay un hermano que me acompañe?
Un jovencito diácono se ofreció.
Iban ambos caminando por un extenso y espeso bosque, llevando los caballos de la rienda, cuando oyeron a mano derecha unos gritos espantosos que al joven le pusieron los pelos de punta. Soltó el caballo y el manto y salió despavorido, como alma que lleva el demonio.
-¿Adónde vas? ¡No corras!
No tardó Sansón en descubrir a una vieja bruja, cornuda (según el Libro de Llan Dâv), con la blanca melena desgreñada, armada de un tridente de caza (lancea trisulcata, como dice el Libro de Llan Dâv, o el arma que designe la desconocida palabra bribetha) con incrustaciones de oro, que huía volando como una flecha por el intrincado bosque.
El santo no se asustó; puso el manto del fugitivo en su caballo, sujetó a las dos monturas y siguió caminando con ellas. No tardó en encontrar al monjecillo espantado, medio muerto en el suelo, ni en ver a lo lejos a la bruja que seguía huyendo valle abajo.
-¡Eh, tú! ¡Para! ¿De qué huyes? ¡Si Dios te ha dado poder sobre mí, aquí me tienes indefenso, pero si no tampoco quiero hacerte ningún daño! Pero ¿te quieres parar? ¡En nombre de Dios te ordeno que no adelantes un paso más!
La bruja se detuvo bien a su pesar y Sansón la encontró temblando de miedo y rabia, con el arma caída a los pies.
-¿Quién o qué eres tú, espantajo? -le dijo.
-Yo soy una enemiga de Dios y soy la última de mi gente que queda por aquí. Mi madre y mis ocho hermanas viven, pero en el bosque de más allá. A mí me trajo a éste mi marido, pero se ha muerto y por eso no puedo salir de él. 
-¿No puedes hacer nada por ese mozo al que has dejado más muerto que vivo?
-Yo ni he hecho jamás ni puedo ni quiero ni sé hacer nada bueno.
-Pues para eso mejor te mueres. Muérete.
Y la bruja se cayó de lado al suelo, muerta.
Este encuentro me parece de extraordinario interés. La vieja canosa, desgreñada y voladora corresponde al aspecto invernal (y mortífero) de la diosa neolítica, tal como lo describe Gimbutas. Según ella, muchos rasgos de esta antiquísima diosa perviven en la imagen tradicional de la bruja.
En la bruja de la tradición europea perviven muchos aspectos de
la antigua diosa invernal, según Gimbutas. Grabado de Durero.
Al igual que Diana-Hécate, la de San Sansón es una deidad terrible, cornuda (lunar), cazadora, que reina en los bosques. Y forma parte de un grupo de nueve hermanas, lo que nos remite al simbolismo del número tres (como el tridente). Y este tridente no deja de recordarnos al arma infalible del héroe irlandés Cú Chulainn, arma arrojadiza que le dio su preceptora la guerrera Scáthach y que se abre dentro del cuerpo de su víctima, destrozándolo.
Ya que de la bruja no había conseguido nada, Sansón probó a tenderse sobre el joven, rostro con rostro, brazos con brazos y piernas con piernas, como se lee de Eliseo en la Biblia; y como aquél tuvo éxito y sanó al diácono. Gracias a Dios y a la santidad de Sansón, la bruja no lo había alcanzado con su tridente.
Cuando los dos viajeros llegaron, Amwn estaba aún con vida y se alegró de poder confesar a su hijo un crimen que había cometido tiempo atrás y que se había callado todo aquel tiempo. Sansón lo absolvió, le devolvió la salud y a petición suya le cortó el pelo porque había decidido entrar en religión. Los tíos y primos de sansón, su madre y sus cinco hermanos siguieron su ejemplo. Pero cuando le llegaba el turno a la única hermana, que era pequeñita, dijo:
-No, ésta no. Ésta no es buena para Dios. Van a tirarle demasiado las dulzuras y regalos del siglo. Pero aunque no tenga madera de monja, no la tratéis peor por eso, que también es persona.
Sansón, su padre y su tío Umbrafel se pusieron en marcha y llegaron a unos campos abrasados por donde cruzaba una huella de hierbas aplastadas como por un gran rulo.
Los familiares de Sansón cuchicheaban entre sí alarmados.
-¿Qué es esto? ¿Qué habláis?
-Esto debe de ser que ha pasado por aquí un dragón espantoso que hay. Y todo lo va quemando con el aliento y se mueve arrastrándose como una serpiente. Mejor será ahuecar el ala.
Dragón bretón. Saint Pol de Léon. 
-Tened fe y no temáis. Esperad aquí.
El dragón, al oír los salmos que venía cantando Sansón detrás de él, levantó una cresta que tenía, que metía miedo, y se giró furioso. Cogió un bocado enorme de tierra y lo arrojó contra el santo; pero al ver que no se inmutaba lanzó un grito terrible, como si le hubieran clavado una espada, y se hizo una bola como si fuese una cochinilla.
-Venid, venid, que ya está.
Y cuando los familiares acudieron, vieron a Sansón jugando con el monstruo, trayéndolo y llevándolo de acá para allá con la punta de su báculo como una pelota. Cuando se hartó, le dijo:
-Mira, que ya nos has hecho perder mucho tiempo y has vivido bastante. Aquí se acaban tus días.
El dragón se desenrolló, levantó la panza formando un gran arco, vomitó el veneno que tenía dentro y se desplomó muerto.
Sansón volvió a su monasterio y poco después murió Pirón. Se dice que una noche se emborrachó y haciendo eses por el huerto se cayó a un pozo; aunque lo lograron sacar de allí con vida no duró mucho. El obispo Dubricio quería nombrar abad a Sansón, cosa a la que éste no estaba nada inclinado. Así que aprovechando que pasaban por allí unos peregrinos irlandeses que retornaban a su tierra desde Roma y que eran grandes filósofos, se marchó con ellos a conocer aquella gran patria de la sabiduría, Irlanda. Allí vivió una temporada hasta que pasó el peligro y volvió a Britania donde encontró una cueva para hacer vida eremítica con su padre y otros dos monjes. A su tío Umbrafel, en cambio, lo envió a un monasterio que había fundado en Irlanda. Y como a la cueva elegida lo único que le faltaba para ser perfecta era agua, hizo brotar milagrosamente un manantial.
Un día vio en sueños a tres obispos maravillosamente vestidos acompañados de una multitud de ángeles que lo obligaban a entrar en una iglesia a rezar y le decían que lo nombraban sumo sacerdote. Eran San Pedro, Santiago y San Juan Evangelista. Y cuando se despertó sintió que efectivamente la consagración había sido real y se veía investido de una dignidad superior. La misma noche, un ángel se había aparecido a San Dubricio mandándole nombrar obispo a Sansón. Obedeció, y durante la ceremonia volvió a descender sobre él la paloma celeste; y desde entonces fue habitual que bajasen ángeles del Cielo a ayudarle en la misa. cuando la oficiaba le salía por la nariz y la boca un resplandor como si fuese un horno lleno de fuego.
Uno de aquellos ángeles le dijo un día que era voluntad de Dios que pasase la mar. Antes de embarcarse, se despidió de toda su familia menos de su hermana, que estaba reñida con todos los demás por la vida disoluta y alocada que llevaba.
En aquellos tiempos todavía no se había impuesto del todo la fe de Cristo en Britania. Iba la comitiva del santo por Cornualles, con sus carros cargados de ornamentos litúrgicos y de libros cuando pasaron por un campo donde se celebraba una fiesta en honor de cierto ídolo. había competiciones, música y baile; la gente comía, bebía y lo pasaba bien. San Sansón empezó a predicar contra los falsos dioses y verdaderos demonios, pero sólo le hacían caso algunos que le aconsejaban que se marchara antes de que la multitud advirtiese su predicación y lo linchase. 
Sucedió entonces que un niño que estaba corriendo a caballo se cayó y se desnucó.
-¿Puede vuestro Dios resucitarlo? ¿no? El mío sí, si renunciáis a adorar a los demonios.
Así lo hizo y convirtió a todas aquellas gentes.
-Pero seguimos teniendo otro problema -le dijo el que mandaba en ellos-; y es un dragón que vive en una cueva, en mitad de las tierras mejores y más fértiles que tenemos: por culpa de él no nos atrevemos a trabajarlas.
-¿No acabáis de ver que Dios todo lo puede? ¡Venid conmigo a ver dónde está el dragón ese!
Seguido de todo el pueblo encabezado por el niño resucitado, se internó en la cueva, ató al dragón con su cinto y tirando de él lo despeñó por un barranco.
-¡Pídenos lo que quieras y será tuyo! -le dijeron.
-Poca cosa: la cueva del dragón para vivir en ella de ermitaño. Voy a sacar un manantial de estas piedras...
Tiempo después, Sansón embarcó rumbo a Bretaña y caminando por el monte vio una gran cantidad de langostas.
-¡Hombre, cuánta langosta! O sea en latín locusta. Que viene diciendo locus, sta: "lugar; párate". Pues en este lugar nos paramos.
Allí cerca había una miserable barraca a la que el santo se acercó a ver si vivía alguien allí.
Le abrió un pobre hombre.
-Yo no es que viva aquí; es que tengo a mi mujer con lepra y a mi hija poseída por un demonio. Y me ha sido revelado que igual en este desierto un santo venido de allende los mares me las curaba.
-Pues ya tienes desgracia.
-No lo sabes tú bien.
-Este sitio bien podía llamarse Dol, o sea "duelo".
-Pues efectivamente.
-Pero tú ahora has tenido suerte, porque el forastero que esperabas soy yo. Y sean sanadas las enfermas en el nombre de Dios.
San Sansón cura a la leprosa. Catedral de Dol, Bretaña.
Sansón se instaló en aquellas tierras y fundó un gran monasterio, del cual fueron naciendo más y más por toda aquella parte de Bretaña.
Entonces irrumpe con fuerza San Sansón en la política de Bretaña y de Francia.
Francia padecía una larga guerra civil que enfrentaba a dos hermanos aspirantes al trono: Childeberto y Clotario. 
Bretaña estaba dividida en varios estados independientes de hecho pero jurídicamente vasallos de los reyes francos.
El rey Conomor, aliado de Childeberto (prototipo del rey Mark de la leyenda de Tristán e Isolda), se había convertido en el verdadero mandamás de la Bretaña. Dominaba el centro de la Armórica y el León (Noroeste de la península) como conde de Poher y su ambición lo hacía tratar como protectorados a los reinos de Cornualla (Suroeste) y Bro Erec (Sureste) -del que llegó a intentar adueñarse más tarde por matrimonio con su princesa Trifina-, interviniendo en las querellas sucesorias que los sacudieron y entronizando a sus candidatos. 
Quedaba la Domnonia, la parte nororiental de Armórica.
Allí reinaba Iona, enemigo de Conomor y aliado de Clotario. Su muerte accidental durante una cacería, dejando a la reina viuda con un hijo de corta edad, Judual, fue una magnífica ocasión para Conomor, que desde su posición de hombre fuerte de la región logró a la vez la regencia y la mano de la viuda de Iona. Tan providencial había sido aquel accidente que no faltó quien vio en él la mano del conde de Poher y la complicidad de la reina.
Pero el legítimo heredero, Judual, tenía sus partidarios y no dejaba de ser una amenaza para Conomor, que decidió eliminarlo. Judual y su madre, a la que imprudentemente declaró el rey consorte sus proyectos, lograron huir y se refugiaron en la corte del rey franco Childeberto, en París.
Childeberto, aunque aliado de Conomor, se quedó con Judual medio de huésped, medio de prisionero. Con aquella baza en la mano se aseguraba la lealtad de Conomor, si por casualidad se le ocurría al ambicioso bretón cambiarse de bando o alzarse con el trono de toda Armórica unida.
Sucedía que San Sansón era pariente de Judual, que descendía en línea directa de Riwal. Esta dinastía mantenía lazos de amistad con Clotario, el enemigo de Childeberto.
Childeberto (coronado) y Clotario asisten a una ceremonia
oficiada por San Germán de Auxerre, el gran amigo y valedor
de San Sansón. Manuscrito del siglo XIV.
Al enterarse de la situación, Sansón se dirigió a la corte de Childeberto exigiendo la libertad de Judual. 
Según la Vita prima, la mujer de Childeberto, Ultrogoto, era una mala mujer y  odiaba a Sansón.
La reina intentó por tres veces asesinarlo.
Primero con veneno: pero al hacer Sansón la señal de la cruz sobre la copa que lo contenía, se partió ésta en cuatro, y el vino emponzoñado, derramándose sobre las manos del que lo llevaba, se las corroyó hasta los huesos.
San Sansón y la copa envenenada. Catedral de Dol, Bretaña.
Después dándole por montura un caballo feroz e indómito, que se volvió manso por milagro al acariciarlo el santo.
Y por último soltándole un león, que el abad subyugó y fulminó con la mirada.
Ultrogoto y Childeberto quedaron asombrados y espantados y le prometieron devolver la libertad al príncipe niño.
-Querríamos pedirte un favor. Estamos padeciendo el azote de un dragón malísimo que todo lo devasta por dondequiera que pasa. Sabemos que ya has exterminado otros de su especie. Ayúdanos.
-Eso es coser y cantar.  
El dragón, como todos los de por allí, vivía en una cueva. San Sansón se coló en ella, lo ató con el cinto y lo arrastró más allá del Sena. 
-Dragón: métete debajo de ese peñasco y quédate ahí quietecito sin salir. ¿Me oyes?
Los reyes francos quedaron muy agradecidos y donaron grandes territorios a Sansón para edificar conventos. Judual con sus partidarios y la ayuda del Cielo impetrada por Sansón plantó batalla a Conomor y lo derribó de un flechazo. Conomor murió pisoteado por sus propios guerreros fugitivos y por los caballos. 
Esto dice la Vida de San Sansón, pero otras historias dicen que después de esto Conomor se casó con Santa Trifina, a la que dio muerte junto a su hijo. Y que más tarde, cuando murió Childeberto dejando el campo libre a su hermano Clotario, el antes poderosísimo conde de Poher perdió todo apoyo y murió excomulgado.
La muerte de Conomor y el fracaso de sus ambiciones políticas marcaron el futuro de Europa. Se desvaneció la ilusión del Conde de Poher de establecer un reino poderoso unido por el Canal de la Mancha y que controlase su tráfico, con territorios en Britania y Galia. En vez de ello, Armórica permaneció dividida en minúsculos estados vasallos de los merovingios. Los abades de los grandes monasterios, verdaderos artífices de la caída de Conomor, disputaban a los reyes la supremacía política. A la larga, esta Britania desmigajada acabó sucumbiendo al empuje germánico tanto en las islas como en el continente. 
Judual, en todo caso, subió al trono y San Sansón fue nombrado arzobispo de Dol.
Todavía venció a un dragón más, que asolaba la Domnonia, por el mismo procedimiento que los anteriores: a éste lo arrojó al Canal de la Mancha.
San Sansón tenía gran poder sobre los animales. De él también se cuenta el milagro de los pájaros encerrados (ver San Pablo de Leonís). Se dice que transformó en machos cabríos pestilentes e inútiles a toda una piara de excelentes cerditos que su ama tenía por costumbre soltar sin permiso en los pastos del monasterio.
Esta misma impertinente, una vez, metió a la fuerza a dos muchachas en las dependencias del convento donde estaba estrictamente prohibida la presencia de cualquier mujer. Las mozas salieron huyendo con risitas, llenas de vergüenza. No les ocurrió nada porque habían entrado a empujones y contra su voluntad. Envalentonada por el experimento, la dueña de los puercos se coló entonces resueltamente en el claustro de los monjes; quedó instantáneamente ciega y cayó al suelo fulminada por una repentina perlesía. La llevaron a casa en angarillas y el marido, que era un buen hombre, un tal Frogario, logró que el santo la perdonase y la curase.
Tras muchos años de arzobispo en Dol, Sansón, que fue muy longevo, recibió de Dios una dolorosa enfermedad como aviso de que se preparase a salir de este mundo. Murió en paz y durante su entierro se vieron resplandores celestes, se sintieron fragancias paradisíacas y se escucharon coros y orquestas de ángeles.
La fiesta de San Sansón se celebra el 28 de Julio.