martes, 24 de febrero de 2015

Enredos, caballos y pesadillas

Hace algo más de un año (ver Refrigerio para sombras), a propósito de los Reyes Magos, me acordaba yo de la diosa germana Holda, culpable de los nudajos que se producen en el cabello, y de cómo Mercucio, en Romeo y Julieta de Shakespeare, atribuye al hada Mab y su séquito enredador y bromista la misma jugarreta. 
Mab, por Füssli.
Mab es, como es sabido, la Medb de las antiguas leyendas irlandesas, reina de Connacht y máxima enemiga del Ulster en la Táin bó Cuailngé.
La creencia en el origen sobrenatural de esos enredos se manifiesta en el nombre que se les da en inglés, elflocks, o sea "nudos de los elfos". El alemán echa la culpa de ellos a otros seres más o menos maléficos, como la Mare, responsable de las pesadillas.
En España, nuestra pesadilla era originalmente un ser mítico, como se ve con toda claridad en el tratado mágico de Virgilio Cordobés, escrito, según dice el texto, en 1290 en árabe y vertido después al latín. Aunque esta obra se presenta como traducción, menciona a la pesadilla por el nombre romance de Pesada. De manera que a lo que se refiere es a una tradición hispánica. 
Mucho después, en el siglo XVI, Jean Bodin (en el Coloquium Heptaplomeres) cuenta que la monja visionaria cordobesa Magdalena de la Cruz, que tuvo fama de santa y acabó severamente condenada por la Inquisición a pesar de su ancianidad, había cohabitado durante treinta años con el demonio llamado Efialte. Efialte no es ni más ni menos que "pesadilla" en griego, y significa "el que salta encima, el que aplasta". También se refiere el mismo humanista a un monje suizo que fue quemado por tener amores con Hyfialte, que no dice si era diablo o diablesa. Jerónimo Gracián, el gran mísitico carmelita, se preciaba de su experiencia e intuición en el examen de conciencia de monjas visionarias y lunáticas. Escribió un libro, que no he visto, sobre el Efialtes, dice él, al que tituló Higuera loca. Higuera loca es la datura, planta utilizada tradicionalmente, como es sabido, por sus efectos estupefacientes y tóxicos.
La pesadilla no era pues, o no solo era el sueño terrorífico, angustioso: era también la criatura que lo provocaba sentándose encima de su víctima durmiente, como en el famosísimo cuadro de Fuseli o pisoteándola como indica la etimología del francés cauchemar, "pesadilla". Lo mismo que asegura la Philosophia, el libro del Virgilio Cordobés.
Léon Valade, poeta simbolista, evoca en un poema titulado Soir d'Automne un paisaje nocturno que instila una sensación de desazón y angustia y cuya aparente calma es "l'immobilité morne / d'un homme dont l'effroi veille, les yeux fermés". El poeta se siente identificado con ese callado horror de la naturaleza, pues también él sufría, aquella noche, el peso de la dura pesadilla, semejante a la agonía, sobre su flanco atormentado".
En diversas regiones de Francia son los duendes llamados lutins los enredadores de cabelleras humanas, pero sobre todo de crines equinas. 
Füssli, La pesadilla abandona el lecho de dos doncellas.
Lutin parece que viene del nombre del dios romano Neptuno y efectivamente, como él, se relacionan estrechamente con el agua y con los caballos. También tienen la fama de ser criaturas muy lujuriosas. Las pesadillas, sus causantes y los deseos sexuales suelen andar siempre juntos. Dice Shakespeare que Mab y su séquito son las que enseñan a las doncellas, durante el sueño, cómo habérselas con un hombre.
La pesadilla se retira triunfante. Detalle de un dibujo del mismo autor y
asunto que el cuadro anterior.
En esto insiste mucho Ernest Jones. Para él, el origen de la pesadilla (y de todos los sueños de angustia) está en los deseos sexuales de la infancia -especialmente los incestuosos-, imposibles de desarraigar del inconsciente y frente a los que el yo alza el escudo del horror. En esto no hace más que insistir en lo que había dicho Freud y desarrollarlo.
Para Ernest Jones, el origen de los horrores oníricos no está en los mitos, sino al revés. En su opinión, son los sueños el hilo de que se tejen aquellos.

viernes, 6 de febrero de 2015

Claridades primaverales

En mi última entrada hablaba de Otilia, la santa alsaciana que se sacó los ojos para regalárselos a un bárbaro admirador de su belleza y dispuesto a gozarla por las buenas o por las malas: obsequio que consiguió el efecto deseado de espantar para siempre al galán.
Sacrificio y restitución milagrosa de la vista y sus órganos se encuentran, claro, en la leyenda más conocida, pero mucho más tardíamente atestiguada, de la siciliana Santa Lucía.
Tampoco falta en tierras celtas (y recordemos que santa Otilia tenía abundantes y estrechas relaciones con religiosos y religiosas venidos de Irlanda y Gran Bretaña).
Benvenuto Tisi. Santa Lucía.
El poeta galés Iorwerth Fynglwyd escribe a principios del siglo XVI un poema en honor de santa Ffraid en el que cuenta cómo a la joven santa, al comunicársele que le habían buscado marido (cuando ella pensaba consagrarse a la vida religiosa) se le saltó un ojo espontáneamente de su cuenca, con lo que evitó el matrimonio. Más tarde lo recobró. Otras versiones de la leyenda dicen que el ojo se  lo sacó de un guantazo su hermano al ver la resistencia de la santa a someterse a los planes de casamiento que había trazado para ella su padre.
Ya hemos visto varias veces que el ser tuerto es, muchas veces, señal de santidad.
Ahora bien: santa Ffraid no es otra sino santa Brígida de Kildare, llamada con aquel nombre en Gales como se la llamaba Berc'het (y otras variantes) en Bretaña. Y viene bien, porque su festividad se ha estado celebrando estos días en Irlanda. La fiesta de Santa Brígida, que corresponde a la precristiana de Imbolc, duraba tres días seguidos, del 1º al 3 de Febrero, y en el calendario irlandés marca el inicio de la primavera.
Santa Brígida, como corresponde a la fecha, es una santa muy relacionada con el fuego, el sol y la luz. A manera de antiguas vestales, las monjas del monasterio fundado por ella mantenían un fuego perpetuo. Y de ella dicen que en vez de cuerda usaba los rayos del sol para tender la ropa. Lóchrann geal na Laighneach, "antorcha luciente de los de Leinster", la llama un conocidísimo himno irlandés.
Ahora no es cuestión de entrar en la vida de esta santa, de que hay numerosas versiones medievales, unas de ellas en latín y otras en irlandés, alguna muy temprana. El cuento sería muy largo y nos llevaría muy lejos.
Resulta, pues, que de los tres días consagrados a la celebración de Santa Brígida el primero le corresponde propiamente a ella; el segundo, día dos, es la Candelaria (Lá fhéile Muire na gCoinneal), fiesta tan luminosa como su nombre y en que se bendicen las velas. Esta ceremonia litúrgica se remonta a la alta Edad Media, pero la festividad (ya se celebre la purificación de la Virgen, ya la presentación de Jesús en el templo) es más antigua aún.
Y el día tres de febrero corresponde a la festividad de santa Caolainn, que significa algo así como "delgadita". Su padre se llamaba Caol, "delgado", y posiblemente fuese hermano suyo otro santo, Caolchú -Delgado Perro- hijo de Caol. Parece ser que pertenecían al pueblo de los Ciarraige, que dio nombre al actual Kerry, pero no a esa rama meridional, sino a otra que se asentó en Connacht, en el el actual Ros Comáin (Roscommon).
Lo curioso es que la leyenda cuenta de ella el mismo milagro de los ojos que se atribuye a santa Otilia y santa Lucía. Y, según dice Pádraig Ó Riain en su Dictionary of Irish Saints, s.v. Caolainn, también a santa Brígida.
La conexión etimológica entre el irlandés súil "ojo" y la raíz indoeuropea que designa al sol es hoy discutida. Pero en todo caso es indudable la conexión semántica y metafórica. Y cósmica. Ya pueden venir temporales, que vienen (como atestigua el refranero irlandés): estamos en días que invitan a la celebración de la luz.
Hans Memling. San Blas.
Nosotros también tenemos el día tres a nuestro propio santo luminoso: san Blas, al que, sobre todo en el centro de Europa, se representa con dos velas cruzadas: velas benditas con que se curan las afecciones de la garganta.
Ser san Blas santo introductor de la primavera bien lo enseña el famoso refrán de "por san Blas la cigüeña verás". Y el carácter inaugural de esta temporada lo muestra a las claras esa relación con la cigüeña. ¿Qué otro animal tiene más que ver con el nacimiento? La cigüeña ¿no es ave de Juno, la diosa que manda en los partos? La cigüeña, pues, viene trayendo esa criatura, el año nuevo, que se inicia en el antruejo -introitum- (en irlandés inid, del latín initium).
El Breviario de Aberdeen (Breviarium Aberdonense), que puede leerse en línea en Internet archive -libro tan útil como antipático de consultar para quien, como uno, no esté acostumbrado a la escritura gótica y sus abreviaturas ni familiarizado con la liturgia católica- menciona además a santa Triduana y santa Monena.
Ambas fueron princesas de Irlanda, ambas pasaron a Escocia y fueron requeridas de amores por sendos príncipes. El de Triduana se llamaba Nechtán (Nechtanevo según el Breviario de Aberdeen), que es propiamente el nombre del Neptuno celta, dios, como descubre Dumézil, más que del mar y de las aguas del fuego que está encerrado en ellas. Este Nechtán enamorado de Triduana fue luego rey y más tarde, desengañado, abrazó la vida religiosa y alcanzó la santidad.
Pero de joven, tenaz admirador de la bella Triduana, la persiguió hasta Escocia. Y como se le ocurrió declarar que lo que le había enamorado de ella eran sus preciosos ojos, ella se los regaló pinchados en un palo a modo de brocheta.
Alguna versión de la leyenda dice que la princesa en su huida trepó a un espino, y que una de sus púas fue le sirvió para espetar los ojos que tan gran pasión habían despertado.
El espino, con su flor tan blanca, es emblema de pureza y virginidad. Pero es también una planta cargada de simbolismo solar. Se cree que protege contra el rayo, como el laurel apolíneo (Sébillot recoge la creencia en varios puntos de Francia). Se dice que la corona de espinas de Cristo (otro símbolo solar: la rueda radiante) se hizo de él o que la Virgen María se sentó a su sombra. En irlandés, uno de los nombres de la planta es bláth bán na Bealtaine, "flor blanca del primero de mayo". Bealtaine era una de las cuatro fiestas principales de los antiguos irlandeses, correspondiente a tantas otras por toda Europa, como las nuestras de los mayos, de las Cruces o de Santiago el Verde, tan popular en Madrid en otros tiempos.
John Collier. Queen Guinevere's maying. Aparece aquí
la reina como maya, con sus ramas florecidas de espino.
En Irlanda solían encenderse pares de hogueras por entre las cuales se hacía pasar al ganado para preservarlo de mal. Hoy día, para expresar indecisión, se dice en irlandés "estoy entre dos hogueras de Bealtaine". Y, como en Francia, Inglaterra y otras partes de Europa, se cortaban ramas floridas de espino con que se engalanaban las personas y las casas.
Más problemática es Monena, en quien parece que se mezclan leyendas de varias santas, como varios son sus nombres: Modwenna, Medina, Medana, Monina y Darerca entre otros. Existen bastantes versiones medievales de su vida, en latín, irlandés y hasta una en verso francés. Dos de ellas se recogen en las Acta Sanctorum. Se la menciona también en la Orkneyinga Saga como Trollhaena: allí devuelve la vista a un obispo ciego.
Como por casualidad, de ella se dice que fue discípula y muy amiga de santa Brígida. De su vida y milagros, algunos muy pintorescos, tal vez hable otro día porque merece la pena.
Tras el episodio de los ojos arrancados, recobró la vista gracias a una fuente milagrosa. El manantial de santa Modwenna fue un centro de peregrinación importante en Escocia. Aunque su santuario sufrió las iras de los anticatólicos durante las luchas religiosas del siglo XVI, todavía en tiempos recientes, y acaso aun hoy día, acudían enfermos de la vista por hallar remedio en sus aguas.
A las fiestas luminosas y solares de estos días hay que sumar santa Águeda el 5 de febrero. Igual que santa Brígida trae la primavera en Irlanda, santa Águeda lo hace en otras partes, como atestigua el refrán del Ariège:
"Per santo Gato,
semeno la pourato
tire l'aigo del prat,
que l'hiber es passat".

"Por santa Águeda
siembra el puerro, 
saca el agua del prado
que el invierno es pasado".

El día de santa Águeda, como el de santa Caolainn en Irlanda, está prohibido trabajar: en especial los trabajos domésticos están vedados, porque es día grande de las mujeres. Las mujeres mandan en santa Águeda en varias partes; en Irlanda eso sucede un mes antes, por Reyes, que allí llaman la Navidad de las Mujeres (Nollaig na mBan). Fiestas de transgresión, del mundo-al-revés y preludio de la gran subversión carnavalesca.
Por una coincidencia, en zonas occitanoparlantes "santa Águeda" suena como "santa Gata" (Santo Gato) y se cree que santa Águeda, a la cabeza de un cortejo de mujeres, en forma de gata, se cuela por las cerraduras y verifica si se ha trabajado ese día, si se ha hilado bastante durante el año, si la casa está arreglada y cosas semejantes, recompensando a las mujeres hacendosas y castigando a las descuidadas y holgazanas.
Correrías gatunas de santa Águeda. Grabado del
siglo XIX.
Cualquiera que lea el libro de Ernest Jones sobre la pesadilla se dará cuenta de que muchas de estas acciones atribuidas a santa Águeda lo son en otras partes a las brujas o a las maléficas criaturas nocturnas culpables de las pesadillas.
Santa Águeda, santa ígnea, protege de los volcanes (era siciliana) y de los incendios y es patrona de los horneros y panaderos, gentes que trabajan con fuego. Forma pareja inseparable con su compatriota santa Lucía, otra santa de la luz. Lo más llamativo iconográficamente de ella son los pechos que presenta en un plato, como santa Lucía los ojos. Arrancados y renacidos. Unos y otros son simbólicamente equivalentes, como representaciones solares: del sol que diariamente muere y resucita. Ojos, luz, pechos y leche. 
Santa Águeda.
¿No decimos en castellano un rayo de leche al chorro que arroja el pezón? 
Del cardo mariano, planta eminentemente solar, se dice que su virtud procede de haberse sentado la Virgen junto a ella para dar la teta al niño Jesús y algunas gotas de leche le cayeron encima. Por eso al partirlo su tallo mana una especie de savia lechosa. Imbolc, la fiesta que heredó santa Brígida, no solo inaugura la primavera: está estrechamente unida a la lactancia y ordeño de las ovejas. Santa Matilde de Magdeburgo, que como san Bernardo probó la leche de María, cuenta que era en la boca una luz líquida y dulce. La leche es sangre purificada según la fisiología antigua y medieval. En varias pasiones de vírgenes se lee que al decapitarlas en vez de sangrar vertían leche, símbolo de su pureza. Siendo sangre, la leche es vino ("el vino es la leche del viejo", decía el refrán castellano citado por Gracián en El criticón); y siendo vino es fuego y luz: sol.


martes, 9 de diciembre de 2014

La Lucía del Norte

Narra un antiguo relato alsaciano -tan antiguo que según los eruditos se remonta al siglo X- que en tiempos del emperador Childerico fue duque de Alsacia el ilustre Adalrico, también llamado Ático o Ético, hijo del mayordomo de palacio Liuterico, oriundo de las Galias.
Hay aquí inexactitud histórica: Childerico II, rey merovingio al que se refiere el cuento, nunca fue emperador. Fue hijo de santa Batilde y rey de Austrasia. Cuando los de Neustria se quitaron de encima al rey Teodorico (títere del tiránico mayordomo Ebroíno), le ofrecieron el trono a este Childerico, que era su hermano y reinó sobre  todos los francos; por poco tiempo, ya que en seguida dio muestras de ser tan caprichoso y déspota como su antecesor, de manera que un día que estaba de caza varios nobles agraviados le tendieron una emboscada y lo mataron junto a su mujer Bilichilde, que estaba embarazada. Pero de imperio nada.
Además, el mayordomo de Childerico se llamaba Wulfoaldo y de aquel Liuterico nada recuerda la Historia fuera del relato que iba diciendo.
Pues bien: Adalrico, hijo de Liuterico, dice el cuento que era hombre lleno de devoción y que había mandado a sus cazadores recorrer sus dominios en busca de un lugar adecuado para la fundación de un gran monasterio. Lo hallaron en una montaña en cuya cima, fortificada, se encontraba una ciudad abandonada, edificada en tiempos de los paganos por el rey Marceliano.
Gustavo Doré. Monte de santa Otilia y
muro pagano
.

Tampoco hay noticia de quién fuese este rey, pero los arqueólogos han descubierto en el monte restos de ocupación desde tiempos muy remotos hasta la época merovingia. En cambio, del famoso "muro de los paganos" que lo rodea se discute la antigüedad. Podría ser contemporáneo de la fundación del monasterio.
Adalrico estaba casado con la noble Persinda o Bereswintha. Unas crónicas dicen de ella que era tía del gran Leodegario (hermana de su madre santa Sigrada), otras que su sobrina, hija de una hermana suya y del conde Garín de Poitiers. 
En otras partes se lee que es este conde, san Garín de Poitiers, mártir, el que era hermano de san Leodegario y estaba casado con Gunza de Tréveris. Pero Gunza de Tréveris aparece en fuentes distintas como hija de santa Sigrada, hermana de san Leodegario y mujer de san Liutvino. Todo esto es confuso.
Prosigue la leyenda contando que Persinda y Adalrico tuvieron una hija que nació ciega. 
-Hay que borrar esta deshonra -dijo el marido.
-Esto no es deshonra ninguna, sino una desgracia.
-En mi familia no ha habido nunca ciegos y esto es castigo de Dios por algún pecado que habré cometido sin darme cuenta o del que no me acuerdo. 
-Eso es un disparate. ¿Tú no sabes eso que sale en el Evangelio del ciego que no había pecado ni sus parientes tampoco, sino que había nacido así para que se manifestase el poder de Dios en él con su curación?
-No importa. Yo no puedo soportar el bochorno de que esa niña esté viva. Es necesario que la maten o al menos que la encierren donde nadie la vea ni se sepa de ella.
-Bueno, del mal el menos -dijo Persinda-: haremos eso.
Y se le ocurrió recurrir a una antigua criada de casa: una mujer que siempre la había servido con gran fidelidad pero a la que habían tenido que echar por alguna fechoría que había cometido. Luego había encontrado marido y vivía tranquilamente con su familia
Las dos mujeres, viejas amigas, se alegraron muchísimo de volverse a ver. Dijo la sirvienta:
-No te desesperes. Las cosas de la vista a veces se curan. Yo tengo un hijo pequeño y donde come uno comen dos. Trae que la críe a mis pechos y con toda tranquilidad, que no me voy de la lengua.
-Pues no sabes el favor que me haces.
Y como intuía que la niña era una santa, le reservó para ella solita el pecho derecho, y lo llevaba reverentemente envuelto en una tela de lino limpísima.
Al cabo de un año, sin embargo, los vecinos empezaron con chismes y cotilleos y las amigas decidieron cortar aquella situación peligrosa:
-Mira: yo tengo una amiga que vive cerca del monasterio de la Balma. ¿Por qué no os vais ahí con los niños y yo me encargaré de que no os falte de nada?
-Bueno.
Así se hizo.
San Erhard en un manuscrito del siglo XI. Agrándese
para ver la estampa pedagógica en el cuadrado
inferior izquierdo.
Lejos de allí, en Ratisbona, estaba de obispo san Erhard o Eberardo. De tres vidas latinas que recogen de san Erhard las Acta sanctorum dos lo hacen irlandés; la tercera godo. Escribiendo, no es muy difícil la confusión entre "Scottus" y "Gothus". Gougaud, especialista en los santos medievales en el continente europeo en la Edad Media, no lo menciona sin embargo en sus obras. Y es que lo que afirman las fuentes es enrevesado y chocaba ya a los bolandistas: que era de familia irlandesa, de la gentilitas de los nervios y de la ciudad de Narbona. Que hubiese irlandeses viviendo en las Galias no es muy de extrañar. Pero los nervios eran una nación belga que ocupaba parte del Brabante y Henao actuales; lo que queda muy lejos de Narbona.  
A Erhard se le apareció un ángel, que le dijo:
-Hay cierto monasterio que se llama la Balma. Ve a él: encontrarás una niña ciega de nacimiento que se cría allí. Está sin bautizar aún. Bautízala tú con el nombre de Otilia y verás cómo cobra la vista.
Erhard obedeció y todo sucedió como había dicho el ángel. 
Bautismo de santa Otilia. Relieve en su sepulcro en Mont-Sainte-Odile.
La recién bautizada, además, tenía unos ojos precioso, tan bonitos como pocas veces se ven.
Lleno de júbilo, el obispo recomendó a las monjas que velasen con el mayor cuidado por aquella niña, que era persona muy especial, y besándola se despidió así:
-Ojalá nos veamos en el Cielo.
-Lo que más me dolía de estar ciega -dijo la niña después- era no poder aprender a leer y estudiar las Escrituras. Ahora hay que recuperar el tiempo perdido.
Tal vez por eso se represente habitualmente a santa Otilia con un libro en la mano, y él dos ojos.
Santa Otilia, Lucas Cranach.
Otilia, decidida a perseverar en la vida religiosa, se pasaba los días en oración, estudio, devociones y obras de caridad. Sin embargo, algunas otras monjas envidiosas procuraban hacerle la vida imposible. Ella no les hacía caso, teniendo la vista puesta exclusivamente en las cosas divinas.
Erhard envió mensajeros al duque Adalrico para informarle de todo lo ocurrido; pero fue en vano: ya se lo habían contado los ángeles. Eso no le hizo cambiar de actitud.
Otilia escribió una carta a un hermano que tenía y se la mandó mediante un peregrino, envuelta en una bola de púrpura. El joven la leyó y rogó a su padre que aceptase de nuevo a Otilia en la familia, pero como el duque no quería dar su brazo a torcer, organizó él en secreto el regreso de su hermana. Y estando un día la familia ducal reunida en su palacio, en lo más alto de la ciudad, vieron una muchedumbre arremolinada en torno a un carro que avanzaba penosamente. 
Era lo habitual que los carros fuesen tirados por bueyes y generalmente no viajaban en ellos más que las personas más débiles. El carro podía ser interpretado también como un signo de lujo o poder. 
El carro, signo de poder. Rey merovingio, ilustración del siglo XIX.
Aquella especie de manifestación popular tenía que irritar e inquietar al duque, y cuando su hijo le explicó de qué se trataba, estalló:
-¿Y cómo has sido tan tonto y tan irresponsable para organizar esto?
-Porque si se hubiera sabido que la teníamos reducida a tanta pobreza y como prisionera, hubiera sido una gran vergüenza para la casa. Ahora comprendo que he hecho mal en no haberte avisado.
-¡Pedazo de imbécil! -exclamó el duque, y en un impulso de ira le sacudió con el bastón que llevaba en la mano, con tan mala fortuna que lo derribó al suelo muerto.
Allí fueron los gritos, el mesarse los cabellos y todos los extremos de desesperación, ya inútiles. 
Adalrico se retiró a partir de entonces a hacer áspera penitencia. Algo compadecido de su hija, le puso una monja, que era por cierto britana, para que la sirviese.
Murió la buena amiga y ama de cría de Otilia, que con todo afecto se ocupó de su entierro. Y sucedió que al exhumarse el cadáver ochenta años después para enterrar a otro difunto, se lo encontró todo reducido a polvo, menos aquel pecho de donde había mamado la santa, que estaba como recién cortado de un cuerpo vivo.
Se dice también que un día entró en el convento de Otilia un rey inglés, que quedó prendado de la belleza de sus ojos. 
Es curioso que Otilia una y otra vez se encuentra en relación con personajes de las Islas Británicas: irlandés, inglés, britana... más adelante señala su Vida que se complacía en la conversación de las peregrinas que venían de aquellas partes, ya fuesen britanas o irlandesas.
Tan furioso era el deseo del rey enamorado que escribió al monasterio amenazando arrasarlo si no le entregaban a una monja que él quería. Otilia comprendió que era ella y lo que le había seducido, se sacó los ojos y se los mandó:
-Toma lo que querías y deja al convento en paz.
El rey quedó lleno de confusión y se marchó sin esperar a más.
Poco después, se le apareció un ángel a la muchacha nuevamente ciega mientras estaba rezando y le devolvió ojos y vista.
-Te has vuelto a quedar sin los ojos que te había dado Cristo -le dijo- y eran las arras de tu matrimonio. Toma estos nuevos para ver mientras no lo ves a Él eternamente, como Lo verás.
Cualquiera pensará que al autor medieval de la leyenda le pareció bien atribuir a esta santa relacionada con la vista y abogada para sus enfermedades (por motivo de su ceguera de nacimiento y milagrosa curación) un episodio bien popular de la leyenda de santa Lucía, cuya festividad se celebra el mismo día 13 de diciembre. Otilia sería pues una especie de Lucía del norte.
Pero sucede que el episodio de los ojos arrancados de santa Lucía no se encuentra hasta el siglo XV, mientras que la Vita sanctae Odiliae data del XI.
No mucho después de aquel rapto frustrado murió el duque Adalrico y, como se había merecido, fue de cabeza al Infierno. Esta desconsoladora noticia le fue revelada a su hija que, llena de dolor, se retiró a una cueva del monte donde estaba el monasterio, rezando sin cesar por el alma del condenado. Y aunque se dice que "in inferno nulla est redemptio" ("nula es retencio", como decía Sancho Panza, que bien sabía que "quien está en el Infierno nunca sale de él ni puede"), tanto oró que al final la cueva se llenó de una luz resplandeciente y una voz de las alturas anunció el perdón del condenado.
Las ideas sobre el asunto cambiaron bastante a lo largo de la Edad Media.
Otilia llegó a estar a la cabeza del convento; era abadesa de ciento treinta religiosas. Su vida era ascética. No comía más que pan y verdura, tenía por almohada una piedra y por manta una piel de oso.
Curación de un ciego por santa Otilia, Carl Jordan. 
Sin embargo, como el monasterio estaba en lugar difícilmente accesible para peregrinos y enfermos, accedió a que se trasladase al pie del monte, a un lugar ameno y abundante en manantiales.
Edificó también una iglesia consagrada a San Juan Bautista en el lugar que el propio santo le señaló, apareciéndosele una noche rodeado de un fulgor deslumbrante. En su construcción se vio el milagro de que, habiéndose precipitado al vacío un carro de bueyes desde una altura de más de setenta pies, las bestias quedaron ilesas y siguieron acarreando piedra para el templo.
Otra de las maravillas que obró esta santa fue la multiplicación del escaso vino que tenían las monjas para el convento, el cual un día hizo cundir hasta que todas tuvieron en él bebida y alimento para hartarse.  
Sintiéndose morir y deseando que el tránsito le ocurriese en soledad, mandó a sus monjas que se fuesen a la iglesia a rezar. Cuando volvieron y la encontraron sin vida, alertadas por una fragancia suavísima que se había extendido por todo el monasterio, rompieron en llantos y rezos vehementes, tanto que al final Otilia se incorporó en su lecho.
-¿Por qué me hacéis esta faena? Habéis rogado con tanto empeño y afán que Dios os ha escuchado. Yo ya me veía libre de este cuerpo y gozando lo que no podéis imaginar en compañía de santa Lucía. No me habéis hecho ningún favor con resucitarme, que lo sepáis. Y me vuelvo por donde he venido. En fin, para que os quedéis tranquilas, que me den la comunión, y así estaréis seguras de que voy a un sitio que no hay otro mejor.
Santa Otilia en su lecho de muerte, Charles Spindler.

Así que hubo comulgado, cerró los ojos, muerta ya definitivamente para este mundo.
La fiesta de santa Otilia, como queda dicho, se celebra el mismo día que la de Santa Lucía, el 13 de diciembre.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Diosas marinas y fenómenos de feria

Acaban de caerme en las manos dos continuaciones del Lazarillo editadas juntas, una anónima y otra la de Juan de Luna. La primera se dedica principalmente a contar las andanzas de Lázaro en el mundo de los atunes, transformado en atún él mismo. El editor se fija en el parecido de estas aventuras con algunos lances de las novelas caballerescas. Y, en efecto, su episodio principal, el rescate por Lázaro, a la cabeza de una tropa de descontentos, de su amigo y benefactor traidoramente calumniado ante el rey y a pique de ser ajusticiado, nos trae a la memoria otro del Lancelot en prosa, donde se produce un levantamiento para salvar a dos príncipes cautivos del injusto rey Gaunas. Tampoco en este falta el elemento sobrenatural de la metamorfosis, ya que los jóvenes pueden huir transformados en perros por las artes mágicas de la Dama del Lago mientras dos lebreles de Gaunas adquieren temporalmente el aspecto de los príncipes.
El disfraz animal ya fue usado por grandes santos, entre ellos el mismo san Patricio, que se transformó en ciervo junto con sus monjes para escapar de la emboscada tendida por sus enemigos. Y ya que estamos en el mundo legendario irlandés, los perros humanos más famosos que por él corren y cazan son los favoritos de Fionn mac Cumhail, Bran y Sceolang, hijos de la tía del héroe, Tuiren, y por tanto primos suyos.
Perros ossiánicos. Abildgaard, El fantasma de Culmin.
Pero de los santos irlandeses al que más nos recuerda la continuación anónima del Lazarillo es a san Comgall de Bangor, que pescó a la mujer pez Lí Ban y la bautizó como Muirgen o Muirgeilt (es difícil no relacionar a esta Muirgen con la Marimorgane, sirena de Bretaña) tras haberla sacado a tierra firme en un gran barril o tina llena de agua. Una gran muchedumbre se agolpaba en la orilla para presenciar el prodigio (ver Antigüedad de Dahut), exactamente como a Lázaro. 
Las historias se separan aquí: Muirgeilt opta por morir inmediatamente tras recibir el bautismo, ganándose así un lugar en el paraíso, mientras a Lázaro se le devuelve su apariencia y naturaleza humana arrancándole la piel de atún que lo envuelve.
Claro que esto es un motivo folclórico más, y no sin sus paralelos septentrionales. Las leyendas escocesas de los silkies o "sedosos", medio hombres medio focas, mencionan una y otra vez los extraños y magníficos abrigos que gastan estas gentes marinas y que no son sino la forma que adquieren sus pieles de foca cuando ellos adoptan el aspecto humano. Privar a un silky de su abrigo es tanto como desterrarlo (desmarearlo) de su mundo nativo. 
Javier Cardeña, en su libro La bruja del mar (ameno y muy interesante), nos ofrece unas cuantas de estas leyendas de silkies traídas del repertorio del gran narrador oral Duncan Williamson, al que tiene profundamente estudiado.
Esto de los abrigos no es una cuestión sin importancia. Cuando pescaron y sacaron a tierra a la que había de ser santa Muirgeilt, ella, desde su barril, se quedó mirando el hermoso manto que llevaba un elegante de entre los muchos espectadores que habían acudido atraídos por la curiosidad. El joven, seguramente halagado por la insistencia de las miradas de la sirena, se lo ofreció con galantería, y ella le contestó que no era que le gustase en particular la prenda:
-Es que el día de la riada, en que yo me convertí en pez, mi padre llevaba uno igualito... 
Podría compararse la catástrofe de aquella riada con la debacle militar que da origen a la metamorfosis marina de Lázaro. En todo caso, al regresar la sirena del mundo subacuático su atención se fija en la envoltura artificial, en el vestido humano.
Pero esto de la piel (o, en sentido inverso, la ropa) robada es un riesgo que los silkies comparten con las razas híbridas de las mujeres-pájaro y los hombres lobo. 
Claude Lecouteux, en su libro sobre brujas y hombres lobo medievales, trata este asunto suponiendo que en este caso las ropas representan al cuerpo, que queda sumido en un estado de letargo mientras su doble se desplaza, como en los viajes chamánicos.
La leyenda bretona de Mari Morgane está relacionada con la de la ciudad inundada de Ys, cuya actividad se supone que continúa bajo las aguas como antes del gran cataclismo que la sumergió. Pero los mundos submarinos también aparecen en Oriente. Fue narrada una y otra vez en la Edad Media la excursión de Alejandro Magno al fondo del mar en una especie de batiscafo. 
Alejandro Magno descubriendo que el pez gordo se come al chico.
Miniatura del siglo XIV.
Lo que descubre Alejandro es la gran semejanza entre el mundo submarino y el nuestro, ya que, a decir del Libro de Alexandre castellano, 
"non vive en el mundo ninguna criatura
que non cría el mar semejante figura": 
idea, por cierto, bastante extendida en la Edad Media y que se encuentra, por ejemplo, en los Otia Imperialia de Gervasio de Tilbury, según el cual existen peces frailes, peces guerreros, peces reyes, peces perros y peces puercos. En el siglo XIV, el Perceforest vuelve a narrar el paseo de Alejandro bajo el mar, refiriendo la existencia de peces caballeros con la cabeza en  forma de yelmo, dotada de una espada natural, y el lomo defendido por un fuerte escudo. Una imagen que no deja de recordar al Lázaro pescado, convertido en héroe civilizador de los atunes a los que enseña a manejar la espada con la boca.
Señala Hélène Bellon-Méguelle en un artículo que veo ahora aquí (y donde encuentro estas noticias sobre Gervasio de Tilbury y Perceforest) que la similitud del mundo submarino con este se extiende en el Roman d'Alexandre francés (y otro tanto en el castellano, añadiremos) a las relaciones sociales, que es lo que permite al autor convertir el episodio submarinístico en un "espejo de caballería". Y esto es exactamente lo que hace la continuación anónima del Lazarillo: valerse de la fantasía subacuática para exponer su sátira moral, defendiendo por cierto valores poco o nada innovadores para su tiempo.
La civilización de los hombres marinos tampoco falta en Las mil y una noches. En el cuento de Abdallah del mar y Abdallah de la tierra, el pescador Abdallah se hace amigo de un tocayo suyo habitante del mundo del mar, que lo colma de presentes y le sirve de guía por su reino. Los hombres de mar tienen cola de pescado y se asombran de la anatomía de los terrestres. Abdallah, antes de entrar en el agua, tiene buen cuidado de enterrar su ropa para que no se la roben (lo que parece un vestigio del tema que antes comentaba acerca de silkies y hombres lobo). Y, como en los relatos sobre Alejandro, no deja de aparecer la reflexión sobre cómo el pez grande se come al chico. 
Al contrario de lo que sucede en las continuaciones del Lazarillo, en Las mil y una noches es  en el mundo marino donde el hombre es causa de admiración y objeto de la pública curiosidad.
En la época en que aparece la continuación anónima del Lazarillo el hombre marino está de moda. Pero Mexía les dedica un capítulo de su Silva y representaciones de monstruos mixtos de hombre y pez empiezan a aparecer en cuadros y grabados. El tríptico de El carro de heno, de El Bosco, retrata a uno de ellos con espada al cinto (como el Lázaro atún), una cáscara de gamba protegiéndole el lomo y, detalle para mí significativo, con una pierna calzada y otra descalza, que suele ser señal, como hemos visto otras veces, de tener un pie en este mundo y otro en otro.
Detalle de El carro de Heno. El Bosco.
Indica Baltrusaitis que el epicentro de estas representaciones fantásticas y grotescas se encuentra en Flandes, que es precisamente donde se publica y tal vez se haya escrito la continuación del Lazarillo.
Tiempo después, en La tempestad, de Shakespeare, el espíritu Ariel se refiere a una transformación marina ocasionada también, como la de Lázaro, por un naufragio, que convierte a la víctima en una especie de retrato manierista arcimboldesco:
"Full fathom five thy father lies;
Of his bones are coral made;
Those are pearls that were his eyes:
Nothing of him that doth fade
But doth suffer a sea-change
Into something rich and strange".
Arcimboldo: El agua.
En esta extraña obra de Shakespeare el personaje más afín a los hombres marinos es Caliban, misterioso hijo de Sycorax. Caliban es hombre pez: lo delata hasta el olor. Pero también comparte muchas características con el hombre salvaje; y no sólo con el salvaje mitológico, espíritu del bosque y frecuente personaje heráldico del gótico, sino con el salvaje verdadero, el hombre supuestamente primitivo con el que se tropieza la asombrada Europa en la época de los descubrimientos.
Se ha señalado la semejanza del nombre Caliban con caníbal. Del salvaje tiene Caliban la lujuria desenfrenada (los salvajes se suelen confundir a veces con los sátiros con los que tienen en común la afición a perseguir a las ninfas) tanto como la ingenuidad que cae en el ridículo.
El espacio virgen de la isla es terreno propicio a las utopías, como muestra el discurso de Gonzalo, el viejo filósofo lleno a la vez de ilusiones y de desengaños; pero hay que ver que, en un espíritu plenamente colonialista, son los forasteros los que quieren implantar la sociedad ideal sin más proyecto para los calibanes locales que el de esclavizarlos cada uno a su modo.
Es lo que hace con Caliban Próspero, que por otra parte tanto recuerda a los desterrados calderonianos (ver La desdicha de moverse). 
Hogarth, personajes de La Tempestad. A la derecha, Caliban, con pies
palmípedos y aletas en los hombros.
A Caliban los marineros que lo encuentran lo comparan de inmediato con un indio y el primer proyecto que se les ocurre es domesticarlo y lucrarse vendiéndolo a algún emperador o enseñándolo por los pueblos como prodigio de circo.
La exhibición del alienígena tiene su función religiosa (caso de santa Muirgelt), política, como ostentación del poder imperial (Zumthor menciona estas procesiones de salvajes al principio de la era de los descubrimientos, no muy distintas en su función de las exposiciones coloniales de fines del XIX) y su utilización comercial. Porque, como dice Shakespeare, hay quien no daría un céntimo a un pobre que le pidiera limosna pero pagaría gustosamente mucho más por ver el cadáver de un indio en una feria. También este uso circense se prolongaría mucho: no hay más que acordarse del espectáculo de Buffalo Bill con sus pieles rojas.
La conexión entre el hombre salvaje y el hombre marino se establece naturalmente: el mar y el bosque son medios equivalentes, que corresponden al fondo de caos tachonado de islas de cosmos ordenado, unidas entre sí por redes de caminos o derroteros.
Fray Antonio de Guevara, al presentar a su villano del Danubio, refleja su naturaleza anfibia. Vestido de piel de cabra y ceñido de juncos marinos, relata el bárbaro cómo su pueblo ripario o ribereño es capaz de aprovechar las ventajas de la tierra seca o del agua húmeda para protegerse en una de las amenazas de la otra. La caverna es un espacio mixto o compartido en que participan elementos del agua y de la tierra. 
Lo que el marinero Stefano se propone hacer con Caliban en La Tempestad es lo que en efecto llevan a cabo con Lázaro los pícaros de la continuación del Lazarillo, pero ya no la anónima, sino la de Juan de Luna. Estamos en una época más barroca que la de aquella primera y lo que se exhibe ya no es un prodigio, un monstruo de la naturaleza, sino un engaño artificioso. Y es curioso que el disfraz de Lázaro consiste principalmente en una peluca, bigote y barba postizos de moho (hemos de entender "musgo", según la definición de  Covarrubias). Los pies van envueltos en espadañas, que aluden más al medio acuático, recordando a esos personajes grotescos de la escultura del Renacimiento cuyas piernas rematan en volutas vegetales. Viene envuelto en hojas como un pescado, como una "trucha montañesa", pero más parece "salvaje de jardín": un árbol podado en forma de salvaje, opina nuestro editor. Los salvajes míticos iban cubiertos de su propio pelo y este hombre de musgo evoca más a los hombres vegetales del folclore europeo, espíritus de los bosques, silvanos, númenes nemorosos de Mannhardt y de Frazer.
Mujer a hombros de un tritón. Relieve renacentista.
Roger Bartra, en sus estudios sobre los salvajes, recuerda la importancia del elemento celta, del loco del bosque irlandés y galés en la configuración del mito artístico y literario medieval del salvaje. Que el salvaje lo puede ser de bosque o de mar lo demuestra un hecho: frente a Suibhne Geilt, el loco boscoso por excelencia de la literatura irlandesa, relacionado con san Marbán por un lado, con Merlín por otro, surge de entre las olas la santa Muir-geilt, "la loca del mar".

viernes, 7 de noviembre de 2014

Claro del bosque

Ahora se ha cruzado en el camino un santo del que poco se sabe y se cuenta, muy venerado sin embargo, pero que no destaca por lo original de su vida y milagros.
Es un tópico más que secular, de hecho, al hablar de san Claro (que este es el santo), comentar que todo lo que tuvo él de claro en el nombre, figura y virtudes, lo tienen de nebuloso y oscuro las circunstancias de su vida.
Y es que Claro fue un santo de suma modestia, que siempre procuró huir del peligroso trato de los hombres y más del de las mujeres.
Como si hubiese querido perderse entre la multitud, lleva un nombre frecuente en la hagiografía, de manera que a menudo se lo confunde con uno u otro de sus tocayos. Este de que me voy a ocupar es san Claro de Epte, venerado principalmente en Normandía.
San Claro, pues, aparece mencionado en el martirologio de Usuardo, de época carolingia, lo que atestigua que su culto ya estaba bien vivo en Normandía en el siglo IX. Dice allí que vivió "in pago Vilcassino", es decir en la comarca normanda del Vexin, nombre debido a la tribu gala de los Velliocasses, que pudiera significar "los de buenos rizos".
Pero así como no cabe duda de que allí vivió y murió mártir, más incierto es el lugar de su nacimiento.
La vida más antigua de este santo, obrita muy breve, data de época medieval. Las Acta sanctorum no se atreven a datarla con más precisión que suponerla posterior al IX y anterior al XIII; probablemente sea obra de finales del XI o ya del XII. En ella se menciona como su lugar de nacimiento la ciudad, desconocida, de Orchestria, en Inglaterra: ¿Rochester? ¿Worcester? 
Rochester a mediados del siglo XIX. Paisaje de Frederick Nash.
Lo ignoto de aquel lugar ha permitido que hagiógrafos de distintas naciones se lo apropiasen. Thomas Dempster, en su Historia ecclesiastica gentis scotorum, lo hace escocés; y Juan Tamayo de Salazar, agarrándose a cómo suena lo del pago Vilcassino, lo hace carpetano de Villacastín.     
Según esa Vida antigua, Claro nació en tiempos del rey Edmundo. De ese nombre ha habido más de un rey en Inglaterra, pero todos demasiado tardíos para el Martirologio de Usuardo. El rey san Edmundo el Mártir, de East Anglia, murió decapitado por invasores vikingos, tras haber sido torturado y asaeteado. Cuando se recobró su cuerpo para enterrarlo, la cabeza cercenada se había perdido por el bosque. 
Apoteosis de san Edmundo Mártir.
Miniatura del siglo XII.
Fue un lobo quien reveló su paradero, gañendo: "¡Hic, hic, hic! (¡Aquí, aquí, aquí!)". Es curioso que aquella alimaña políglota utilizase el latín. Pero es el caso que se encuentran en el relato de este martirio algunos elementos que comparte el de san Claro: el bosque, la decapitación, el destino extraño de la cabeza, la relación con ritos funerarios.
De san Claro se lee en una versión de la vida de san Nicasio de Rouen (Passio Nicasii) que fue él  quien ayudó a santa Piencia a recoger y sepultar los restos de aquel mártir, al que la tradición eleva (sin fundamento histórico) al rango de primer obispo de Rouen. San Nicasio es uno de esos mártires decapitados que caminaron con la cabeza en la mano hasta el lugar predestinado para su sepultura y culto. Suele representársele, sin embargo, solo con la parte superior de la cabeza, tocada con su mitra, en la mano. 
También a San Claro, por cierto: y es que la vida de este santo normando se inspira y toma muchos elementos de la de su predecesor. El motivo de tan peculiar cefaloforia lo explica la leyenda: sobrecogido por el pecado que estaba a punto de cometer, el verdugo falló el golpe y en vez de herir en el cuello lo hizo en el colodrillo.
Este es el san Nicasio que los habitantes de Leganés, en Madrid, eligieron por patrón, pidiendo su intercesión con ocasión de alguna pestilencia. Por lo que veo en Internet, las imágenes de Leganés lo representan con traje episcopal y antes de su martirio, con la cabeza en su sitio.
San Nicasio de Rouen. Estatua en Leganés.

Pero es obvio que el martirio de san Nicasio no cuadra con la fecha de ningún rey de Inglaterra, ya que para entonces, en tiempos del papa san Clemente, no habían asomado aún los ingleses por Britania. Esto ha dado pie a variadas conjeturas.
En todo caso, en tiempos de aquel rey Edmundo, dice la Vida de san Claro, había en Orchestria, Inglaterra, un noble señor llamado Eduardo que no conseguía tener hijos en su matrimonio, hasta que, después de muchas oraciones, su mujer (cuyo nombre no conserva la Historia) le dio uno. Y fue un niño tan hermoso, tan resplandeciente de tez y de tan esplendorosa belleza, que le pusieron Claro. Dempster, al que hemos mencionado antes, afirma sin embargo, sin que se sepa el porqué, que el nombre que le dieron fue el de Guillermo y que solo después adquirió el de Claro. 
Claro fue un niño y un joven sabio, descolló en los estudios. Algo escamado por esta inclinación, su padre decidió casarlo cuanto antes, buscando para ello a una noble doncella de las más altas prendas. Comunico su designio a su hijo que, obediente y de buena gana, aceptó la decisión paterna.
Claro fue un santo que no se dejaba llevar por sus primeros impuls0s. Empezó a rumiar las consecuencias del paso que iba a dar y se convenció de que era un error. Se entregó a la oración y un ángel del Cielo le habló aconsejándole la huida y encaminándolo a la costa, donde un barco preparado por medios sobrenaturales lo esperaría para conducirlo a Neustria, región donde florecía esplendorosamente la fe.
Pierre Mouffle, modesto dramaturgo francés del siglo XVII autor de una tragicomedia sobre este santo, Le fils exilé ou le martyre de Saint Clair (1647), añade el detalle de que la voluntaria desaparición del joven se produjo la misma noche del banquete nupcial. Ninguno de los autores que trataron de san Claro, ni la Vida ni el muy posterior Denyaud en una biografía harto más extensa pero poco más informativa, del siglo XVII, se interesan por el destino de la ilustre novia abandonada casi ante las gradas del altar. Mouffle, en cambio, le presta un sentido monólogo donde, tras expresar su decepción y su congoja, se resigna y desengañada del mundo decide hacerse religiosa como su voluble prometido.
San Claro. Imagen popular bretona
(san Claro no fue obispo).
Según la Vida antigua, Claro zarpó solo. Denyaud sospecha que lo acompañaban tres compatriotas: Cirino, una especie de fiel criado, y otros dos clérigos decididos a hacer vida de ermitaños en lejanas tierras.
Claro desembarcó en Cherburgo y se adentró en la espesura del bosque. En el camino se encontró con un mozo caído, herido mortalmente. Era el criado de unos ermitaños de aquellos bosques, que lo habían enviado a mendigar comida; unos bandoleros lo habían asaltado y, rabiosos de no encontrarle nada de valor encima, le habían dejado por muerto de un hachazo. No fue difícil a Claro sanarlo.
-Pero no le digas a nadie lo que ha pasado, que la gente es muy amiga de hablar lo que no debe.
-Descuida.
Naturalmente, al mozo le faltó tiempo para contar lo ocurrido a los ermitaños.
Claro no debía de encontrarse preparado del todo para la vida eremítica, porque en primer lugar se digió a cierta abadía llamada Malduin, cuyo abad era Odeberto, santo que no aparece mencionado en ninguna otra fuente medieval. Allí se presentaron al poco tiempo los ermitaños con el mozo, admitiendo por maestro, a pesar de su juventud, a Claro y venerándolo de rodillas. Lo habían reconocido, sin haberlo visto antes nunca, por la expresión alegre y serena de su rostro. Otros dicen que estos discípulos eran los que habían pasado la mar con él. 
Claro buscó un lugar adecuado para instalarse en una ermita junto a un río, pero no vivía en total aislamiento sino que se comunicaba regularmente con sus compañeros y Odeberto. Sin embargo, como dice Mouffle, buscaba la soledad de "les bois les plus touffus de leurs feuillages verts" ("los bosques de más espesas frondas verdes"), como quien sabía que
"les druides gaulois et tous les autres sages
qui nous ont précédés ne se voyaient jamais
que pour dogmatiser ou pour donner des lois"
("Los druidas galos y demás sabios que fueron antes que nosotros no se veían nunca, a no ser para dogmatizar o legislar").
No deja de ser curioso cómo este san Claro, visto por un autor barroco, considera a los druidas unos sabios precursores y no, como hubiera hecho el san Claro medieval, unos sacerdotes del Demonio.
Antes de que partiese de la abadía, san Odeberto le dirigió un discurso de despedida advirtiéndole que huyese del agradable trato de las mujeres. Pues hasta por los lugares más recónditos y solitarios sopla el espíritu inmundo del Demonio y so capa de devoción monta un armadijo al más advertido.
-No vaya a ser que después de haber huido de casa y dejado a la novia plantada al pie mismo del altar, ahora que has llegado a puerto vayas a ser presa de Satanás por medio de una de esas encantadoras sirenas...
-No temas.
Dos años permaneció haciendo allí vida retirada. Fueron bastantes los milagros que hizo: expulsaba demonios, sanaba enfermedades e incluso resucitó a un niño, hijo de una pobre viuda.
Tanto se extendió la fama de su santidad que llegó a oídos de una mujer de lo más rico, noble y hermoso de aquellas partes. Según Mouffle, era nada menos que la mujer del duque que mandaba en toda la región.
En versiones modernas de la vida del santo, se lee que era una princesa galesa, precisión que no se encuentra en las antiguas. Probablemente se trate de una confusión con la novia frustrada que se dejó en Inglaterra.
El caso es que al verlo quedó prendada de sus encantos y resuelta a gozarlos al precio que fuese. No hay ni que decir que tropezó con el muro inexpugnable de la castidad de Claro. 
Lievem van Lathem. Tentación de san
Antonio
.
Y no es que la bella desvergonzada no emplease todos los medios a su alcance. Porque, dice Denyaud, el amor es ingenioso, máxime cuando se ha adueñado del corazón de una mujer, trapacera por naturaleza... 
Claro, viendo lo mal que pintaba aquel negocio, pensó que el mejor consejo era darse a la fuga. Entonces comenzó su verdadera vida eremítica y de hombre del bosque. 
Ciertamente, Claro se zambulle en el bosque huyendo de la sociedad humana con sus peligros y tentaciones. Pero no se percibe en la vida de este santo el horror de ese espacio dejado de la mano de Dios, donde el orden Divino parece suspendido y habitan salvajes y solitarios que son casos límites de la humanidad. Ese bosque espantoso de los cuentos que no deja de causar su efecto (estoy pensando ahora en la reciente serie de películas Wrong turn, que cuentan los horrores de los bosques norteamericanos, con ogros y todo).
De hecho, ya se ve que la vocación de Claro no es la de la absoluta soledad. Cuando puede, busca el consejo de un abad y la sociedad de otros espirituales. No le hace ascos a la presencia femenina, cuando no advierte en ella grave peligro de pecado. 
Abochornada y rabiosa por el desdén de Claro y, según Mouffle, también irritada por los juiciosos consejos de su camarera, la enamorada se volvió una auténtica fiera. Mandó llamar a dos criados de toda su confianza.
-Traedme a ese Claro a mi cama por las buenas o por las malas. Pero si veis que no podéis de ninguna manera, dejadlo tieso. ¡Que no haya nadie que pueda ir dándoselas de haberme dicho que no a mí!
Soldado por el bosque. Rinaldo, por Edward Hooker.
Esta decisión furiosa es lo que la camarera de la duquesa, en la obra de Mouffle, llama no sin indulgencia  "jouer un tour", "gastar una jugarreta".
Acompañado de san Cirino, ya hubiese venido con él de Inglaterra o fuese el criado salvado del hachazo, san Claro estuvo ocultándose por lo más profundo de los bosques, viviendo en cavernas y madrigueras. Anduvo por parís, por Pontoise y al final se instaló en Gisors. Allí es donde se hizo amigo de santa Piencia, que fue para él, dice Denyaud, lo que santa Tecla para san Pablo o santa Eustoquia para san Jerónimo.
Como decíamos, santa Piencia, según la tradición fue convertida por san Nicasio, de manera que para coincidir con san Claro tenía que haber vivido siglos. No importa: Denyaud resuelve la dificultad con elegancia. Simplemente, hubo en la Historia dos santas Piencias. La primera fue virgen, y fue la que sepultó a san Nicasio, presbítero y no obispo de Rouen, como dice equivocadamente la tradición. La segunda fue matrona, vivió siglos después de la anterior, y también se distinguió por la veneración y culto a las reliquias de san Nicasio. 
San Nicasio de Rouen.
escultura gótica francesa.
Pero en este caso de san Nicasio, obispo de Rouen, que debe ser distinguido del primero. ¿Cuál de ambas fue la amiga de san Claro? ¡Las dos!, responde Denyaud. Porque también hubo dos santos Claros. Dos Claros, dos Piencias y dos Nicasios, mártires los seis... Al cabo de los seis o siete siglos, no solo la Historia, sino los nombres de sus protagonistas se repetían en una refutación borgiana del tiempo...
En fin, volviendo al Claro de Orchestria, del que ahora hablamos, los sicarios enviados por la ardorosa duquesa, hartos de buscar sin éxito, se resignaron a volver con las manos vacías. Ya emprendían el regreso cuando vieron a un ermitaño labrando su pobre huerto.
-Vamos a hacer un último intento.
-Ea.
-¡Eh, hermano,  Ave María Purísima!
-Sin pecado concebida. Ustedes dirán.
-Digo... ¿Le sonará a usted por casualidad un compañero de usted así... guapo, de fuera, con acento como de Inglaterra, llamado Claro?
-Ni idea. No le he oído nombrar en mi vida.
-Era por probar -dijo uno de los asesinos-. Gracias. Vamos -le dijo a su cómplice-, que cuanto más tardemos peor.
-Verás la duquesa cómo se va a poner.
Pero cuando ya se perdían de vista en el camino, oyeron las voces a su espalda:
 -¡Eh, eh, vosotros: volved acá!
-¿Qué pasa ahora?
-Que ese Claro que buscáis soy yo. Y lo he pensado dos veces y no quiero parecer san Pedro, que por ser tan gallina hasta le cantaban los gallos.
-¿Que tú eres el Claro que andaba predicando con san Odeberto ahí atrás?
-En efecto.
-Pues tienes que venirte con nosotros adonde nuestra ama. No tengas miedo, que no te quiere hacer mal: al revés. Y si no, si no vienes, tenemos orden de cortarte el pescuezo. Tú verás.
-Esto es para hablarlo con más calma.
-Si ya vamos mal de tiempo. Coge tus cosas, lo imprescindible, y andando. O si no, trae esa garganta.
-Si tiene que ser así...
-Cura chiflado, ¿tú sabes lo que pagarían muchos por eso que tú le haces ascos?
-Esos querrían ir al Infierno pagando el billete de su bolsillo.
-Pues vamos que nos vamos. Siéntate ahí.
-No, no; yo quiero morir y que me entierren en aquel convento que veis allá.
-No enredes, que cuanto antes empecemos antes acabamos.
Y sin más palabras, le cortaron la cabeza, que cayó rodando por el suelo.
-¡Mirad cómo me habéis dejado de sangre y barro! ¿No podíais poner más cuidado? No hay respeto ni para los muertos.
Una fuente milagrosa de san Claro en
Bretaña: Limerzel en el Morbihan.

Claro cogió la cabeza y echó a andar con ella en las manos. Se dice que por todo el camino fueron haciéndole cortejo Piencia, Cirino y un nutrido coro de ángeles. la cabeza cortada de Claro se unía a sus cánticos. Llegó al monasterio y en una fuente que había allí, se la lavó cuidadosamente. 
Piencia y Cirino le dieron sepultura.
Tres años después, un ciego que estaba durmiendo junto a ella recibió la revelación de que si se untaba los ojos con barro de la tumba, recobraría la vista, como comprobó al ponerlo por obra.
Aquí dio comienzo la gran pujanza del santuario de San Claro como centro de peregrinación, especialmente para los enfermos de la vista. El propio Denyaud, biógrafo del santo, escribió su obra en agradecimiento por haberlo curado san Claro de su ceguera. La devoción de San Claro, como abogado de estas dolencias, se extendió mucho por Bretaña, donde son varias las fuentes curativas consagradas a este santo.
El martirio de San Claro tuvo lugar el 4 de noviembre, día en que se celebra su festividad.