viernes, 21 de noviembre de 2014

Diosas marinas y fenómenos de feria

Acaban de caerme en las manos dos continuaciones del Lazarillo editadas juntas, una anónima y otra la de Juan de Luna. La primera se dedica principalmente a contar las andanzas de Lázaro en el mundo de los atunes, transformado en atún él mismo. El editor se fija en el parecido de estas aventuras con algunos lances de las novelas caballerescas. Y, en efecto, su episodio principal, el rescate por Lázaro, a la cabeza de una tropa de descontentos, de su amigo y benefactor traidoramente calumniado ante el rey y a pique de ser ajusticiado, nos trae a la memoria otro del Lancelot en prosa, donde se produce un levantamiento para salvar a dos príncipes cautivos del injusto rey Gaunas. Tampoco en este falta el elemento sobrenatural de la metamorfosis, ya que los jóvenes pueden huir transformados en perros por las artes mágicas de la Dama del Lago mientras dos lebreles de Gaunas adquieren temporalmente el aspecto de los príncipes.
El disfraz animal ya fue usado por grandes santos, entre ellos el mismo san Patricio, que se transformó en ciervo junto con sus monjes para escapar de la emboscada tendida por sus enemigos. Y ya que estamos en el mundo legendario irlandés, los perros humanos más famosos que por él corren y cazan son los favoritos de Fionn mac Cumhail, Bran y Sceolang, hijos de la tía del héroe, Tuiren, y por tanto primos suyos.
Perros ossiánicos. Abildgaard, El fantasma de Culmin.
Pero de los santos irlandeses al que más nos recuerda la continuación anónima del Lazarillo es a san Comgall de Bangor, que pescó a la mujer pez Lí Ban y la bautizó como Muirgen o Muirgeilt (es difícil no relacionar a esta Muirgen con la Marimorgane, sirena de Bretaña) tras haberla sacado a tierra firme en un gran barril o tina llena de agua. Una gran muchedumbre se agolpaba en la orilla para presenciar el prodigio (ver Antigüedad de Dahut), exactamente como a Lázaro. 
Las historias se separan aquí: Muirgeilt opta por morir inmediatamente tras recibir el bautismo, ganándose así un lugar en el paraíso, mientras a Lázaro se le devuelve su apariencia y naturaleza humana arrancándole la piel de atún que lo envuelve.
Claro que esto es un motivo folclórico más, y no sin sus paralelos septentrionales. Las leyendas escocesas de los silkies o "sedosos", medio hombres medio focas, mencionan una y otra vez los extraños y magníficos abrigos que gastan estas gentes marinas y que no son sino la forma que adquieren sus pieles de foca cuando ellos adoptan el aspecto humano. Privar a un silky de su abrigo es tanto como desterrarlo (desmarearlo) de su mundo nativo. 
Javier Cardeña, en su libro La bruja del mar (ameno y muy interesante), nos ofrece unas cuantas de estas leyendas de silkies traídas del repertorio del gran narrador oral Duncan Williamson, al que tiene profundamente estudiado.
Esto de los abrigos no es una cuestión sin importancia. Cuando pescaron y sacaron a tierra a la que había de ser santa Muirgeilt, ella, desde su barril, se quedó mirando el hermoso manto que llevaba un elegante de entre los muchos espectadores que habían acudido atraídos por la curiosidad. El joven, seguramente halagado por la insistencia de las miradas de la sirena, se lo ofreció con galantería, y ella le contestó que no era que le gustase en particular la prenda:
-Es que el día de la riada, en que yo me convertí en pez, mi padre llevaba uno igualito... 
Podría compararse la catástrofe de aquella riada con la debacle militar que da origen a la metamorfosis marina de Lázaro. En todo caso, al regresar la sirena del mundo subacuático su atención se fija en la envoltura artificial, en el vestido humano.
Pero esto de la piel (o, en sentido inverso, la ropa) robada es un riesgo que los silkies comparten con las razas híbridas de las mujeres-pájaro y los hombres lobo. 
Claude Lecouteux, en su libro sobre brujas y hombres lobo medievales, trata este asunto suponiendo que en este caso las ropas representan al cuerpo, que queda sumido en un estado de letargo mientras su doble se desplaza, como en los viajes chamánicos.
La leyenda bretona de Mari Morgane está relacionada con la de la ciudad inundada de Ys, cuya actividad se supone que continúa bajo las aguas como antes del gran cataclismo que la sumergió. Pero los mundos submarinos también aparecen en Oriente. Fue narrada una y otra vez en la Edad Media la excursión de Alejandro Magno al fondo del mar en una especie de batiscafo. 
Alejandro Magno descubriendo que el pez gordo se come al chico.
Miniatura del siglo XIV.
Lo que descubre Alejandro es la gran semejanza entre el mundo submarino y el nuestro, ya que, a decir del Libro de Alexandre castellano, 
"non vive en el mundo ninguna criatura
que non cría el mar semejante figura": 
idea, por cierto, bastante extendida en la Edad Media y que se encuentra, por ejemplo, en los Otia Imperialia de Gervasio de Tilbury, según el cual existen peces frailes, peces guerreros, peces reyes, peces perros y peces puercos. En el siglo XIV, el Perceforest vuelve a narrar el paseo de Alejandro bajo el mar, refiriendo la existencia de peces caballeros con la cabeza en  forma de yelmo, dotada de una espada natural, y el lomo defendido por un fuerte escudo. Una imagen que no deja de recordar al Lázaro pescado, convertido en héroe civilizador de los atunes a los que enseña a manejar la espada con la boca.
Señala Hélène Bellon-Méguelle en un artículo que veo ahora aquí (y donde encuentro estas noticias sobre Gervasio de Tilbury y Perceforest) que la similitud del mundo submarino con este se extiende en el Roman d'Alexandre francés (y otro tanto en el castellano, añadiremos) a las relaciones sociales, que es lo que permite al autor convertir el episodio submarinístico en un "espejo de caballería". Y esto es exactamente lo que hace la continuación anónima del Lazarillo: valerse de la fantasía subacuática para exponer su sátira moral, defendiendo por cierto valores poco o nada innovadores para su tiempo.
La civilización de los hombres marinos tampoco falta en Las mil y una noches. En el cuento de Abdallah del mar y Abdallah de la tierra, el pescador Abdallah se hace amigo de un tocayo suyo habitante del mundo del mar, que lo colma de presentes y le sirve de guía por su reino. Los hombres de mar tienen cola de pescado y se asombran de la anatomía de los terrestres. Abdallah, antes de entrar en el agua, tiene buen cuidado de enterrar su ropa para que no se la roben (lo que parece un vestigio del tema que antes comentaba acerca de silkies y hombres lobo). Y, como en los relatos sobre Alejandro, no deja de aparecer la reflexión sobre cómo el pez grande se come al chico. 
Al contrario de lo que sucede en las continuaciones del Lazarillo, en Las mil y una noches es  en el mundo marino donde el hombre es causa de admiración y objeto de la pública curiosidad.
En la época en que aparece la continuación anónima del Lazarillo el hombre marino está de moda. Pero Mexía les dedica un capítulo de su Silva y representaciones de monstruos mixtos de hombre y pez empiezan a aparecer en cuadros y grabados. El tríptico de El carro de heno, de El Bosco, retrata a uno de ellos con espada al cinto (como el Lázaro atún), una cáscara de gamba protegiéndole el lomo y, detalle para mí significativo, con una pierna calzada y otra descalza, que suele ser señal, como hemos visto otras veces, de tener un pie en este mundo y otro en otro.
Detalle de El carro de Heno. El Bosco.
Indica Baltrusaitis que el epicentro de estas representaciones fantásticas y grotescas se encuentra en Flandes, que es precisamente donde se publica y tal vez se haya escrito la continuación del Lazarillo.
Tiempo después, en La tempestad, de Shakespeare, el espíritu Ariel se refiere a una transformación marina ocasionada también, como la de Lázaro, por un naufragio, que convierte a la víctima en una especie de retrato manierista arcimboldesco:
"Full fathom five thy father lies;
Of his bones are coral made;
Those are pearls that were his eyes:
Nothing of him that doth fade
But doth suffer a sea-change
Into something rich and strange".
Arcimboldo: El agua.
En esta extraña obra de Shakespeare el personaje más afín a los hombres marinos es Caliban, misterioso hijo de Sycorax. Caliban es hombre pez: lo delata hasta el olor. Pero también comparte muchas características con el hombre salvaje; y no sólo con el salvaje mitológico, espíritu del bosque y frecuente personaje heráldico del gótico, sino con el salvaje verdadero, el hombre supuestamente primitivo con el que se tropieza la asombrada Europa en la época de los descubrimientos.
Se ha señalado la semejanza del nombre Caliban con caníbal. Del salvaje tiene Caliban la lujuria desenfrenada (los salvajes se suelen confundir a veces con los sátiros con los que tienen en común la afición a perseguir a las ninfas) tanto como la ingenuidad que cae en el ridículo.
El espacio virgen de la isla es terreno propicio a las utopías, como muestra el discurso de Gonzalo, el viejo filósofo lleno a la vez de ilusiones y de desengaños; pero hay que ver que, en un espíritu plenamente colonialista, son los forasteros los que quieren implantar la sociedad ideal sin más proyecto para los calibanes locales que el de esclavizarlos cada uno a su modo.
Es lo que hace con Caliban Próspero, que por otra parte tanto recuerda a los desterrados calderonianos (ver La desdicha de moverse). 
Hogarth, personajes de La Tempestad. A la derecha, Caliban, con pies
palmípedos y aletas en los hombros.
A Caliban los marineros que lo encuentran lo comparan de inmediato con un indio y el primer proyecto que se les ocurre es domesticarlo y lucrarse vendiéndolo a algún emperador o enseñándolo por los pueblos como prodigio de circo.
La exhibición del alienígena tiene su función religiosa (caso de santa Muirgelt), política, como ostentación del poder imperial (Zumthor menciona estas procesiones de salvajes al principio de la era de los descubrimientos, no muy distintas en su función de las exposiciones coloniales de fines del XIX) y su utilización comercial. Porque, como dice Shakespeare, hay quien no daría un céntimo a un pobre que le pidiera limosna pero pagaría gustosamente mucho más por ver el cadáver de un indio en una feria. También este uso circense se prolongaría mucho: no hay más que acordarse del espectáculo de Buffalo Bill con sus pieles rojas.
La conexión entre el hombre salvaje y el hombre marino se establece naturalmente: el mar y el bosque son medios equivalentes, que corresponden al fondo de caos tachonado de islas de cosmos ordenado, unidas entre sí por redes de caminos o derroteros.
Fray Antonio de Guevara, al presentar a su villano del Danubio, refleja su naturaleza anfibia. Vestido de piel de cabra y ceñido de juncos marinos, relata el bárbaro cómo su pueblo ripario o ribereño es capaz de aprovechar las ventajas de la tierra seca o del agua húmeda para protegerse en una de las amenazas de la otra. La caverna es un espacio mixto o compartido en que participan elementos del agua y de la tierra. 
Lo que el marinero Stefano se propone hacer con Caliban en La Tempestad es lo que en efecto llevan a cabo con Lázaro los pícaros de la continuación del Lazarillo, pero ya no la anónima, sino la de Juan de Luna. Estamos en una época más barroca que la de aquella primera y lo que se exhibe ya no es un prodigio, un monstruo de la naturaleza, sino un engaño artificioso. Y es curioso que el disfraz de Lázaro consiste principalmente en una peluca, bigote y barba postizos de moho (hemos de entender "musgo", según la definición de  Covarrubias). Los pies van envueltos en espadañas, que aluden más al medio acuático, recordando a esos personajes grotescos de la escultura del Renacimiento cuyas piernas rematan en volutas vegetales. Viene envuelto en hojas como un pescado, como una "trucha montañesa", pero más parece "salvaje de jardín": un árbol podado en forma de salvaje, opina nuestro editor. Los salvajes míticos iban cubiertos de su propio pelo y este hombre de musgo evoca más a los hombres vegetales del folclore europeo, espíritus de los bosques, silvanos, númenes nemorosos de Mannhardt y de Frazer.
Mujer a hombros de un tritón. Relieve renacentista.
Roger Bartra, en sus estudios sobre los salvajes, recuerda la importancia del elemento celta, del loco del bosque irlandés y galés en la configuración del mito artístico y literario medieval del salvaje. Que el salvaje lo puede ser de bosque o de mar lo demuestra un hecho: frente a Suibhne Geilt, el loco boscoso por excelencia de la literatura irlandesa, relacionado con san Marbán por un lado, con Merlín por otro, surge de entre las olas la santa Muir-geilt, "la loca del mar".

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