viernes, 7 de noviembre de 2014

Claro del bosque

Ahora se ha cruzado en el camino un santo del que poco se sabe y se cuenta, muy venerado sin embargo, pero que no destaca por lo original de su vida y milagros.
Es un tópico más que secular, de hecho, al hablar de san Claro (que este es el santo), comentar que todo lo que tuvo él de claro en el nombre, figura y virtudes, lo tienen de nebuloso y oscuro las circunstancias de su vida.
Y es que Claro fue un santo de suma modestia, que siempre procuró huir del peligroso trato de los hombres y más del de las mujeres.
Como si hubiese querido perderse entre la multitud, lleva un nombre frecuente en la hagiografía, de manera que a menudo se lo confunde con uno u otro de sus tocayos. Este de que me voy a ocupar es san Claro de Epte, venerado principalmente en Normandía.
San Claro, pues, aparece mencionado en el martirologio de Usuardo, de época carolingia, lo que atestigua que su culto ya estaba bien vivo en Normandía en el siglo IX. Dice allí que vivió "in pago Vilcassino", es decir en la comarca normanda del Vexin, nombre debido a la tribu gala de los Velliocasses, que pudiera significar "los de buenos rizos".
Pero así como no cabe duda de que allí vivió y murió mártir, más incierto es el lugar de su nacimiento.
La vida más antigua de este santo, obrita muy breve, data de época medieval. Las Acta sanctorum no se atreven a datarla con más precisión que suponerla posterior al IX y anterior al XIII; probablemente sea obra de finales del XI o ya del XII. En ella se menciona como su lugar de nacimiento la ciudad, desconocida, de Orchestria, en Inglaterra: ¿Rochester? ¿Worcester? 
Rochester a mediados del siglo XIX. Paisaje de Frederick Nash.
Lo ignoto de aquel lugar ha permitido que hagiógrafos de distintas naciones se lo apropiasen. Thomas Dempster, en su Historia ecclesiastica gentis scotorum, lo hace escocés; y Juan Tamayo de Salazar, agarrándose a cómo suena lo del pago Vilcassino, lo hace carpetano de Villacastín.     
Según esa Vida antigua, Claro nació en tiempos del rey Edmundo. De ese nombre ha habido más de un rey en Inglaterra, pero todos demasiado tardíos para el Martirologio de Usuardo. El rey san Edmundo el Mártir, de East Anglia, murió decapitado por invasores vikingos, tras haber sido torturado y asaeteado. Cuando se recobró su cuerpo para enterrarlo, la cabeza cercenada se había perdido por el bosque. 
Apoteosis de san Edmundo Mártir.
Miniatura del siglo XII.
Fue un lobo quien reveló su paradero, gañendo: "¡Hic, hic, hic! (¡Aquí, aquí, aquí!)". Es curioso que aquella alimaña políglota utilizase el latín. Pero es el caso que se encuentran en el relato de este martirio algunos elementos que comparte el de san Claro: el bosque, la decapitación, el destino extraño de la cabeza, la relación con ritos funerarios.
De san Claro se lee en una versión de la vida de san Nicasio de Rouen (Passio Nicasii) que fue él  quien ayudó a santa Piencia a recoger y sepultar los restos de aquel mártir, al que la tradición eleva (sin fundamento histórico) al rango de primer obispo de Rouen. San Nicasio es uno de esos mártires decapitados que caminaron con la cabeza en la mano hasta el lugar predestinado para su sepultura y culto. Suele representársele, sin embargo, solo con la parte superior de la cabeza, tocada con su mitra, en la mano. 
También a San Claro, por cierto: y es que la vida de este santo normando se inspira y toma muchos elementos de la de su predecesor. El motivo de tan peculiar cefaloforia lo explica la leyenda: sobrecogido por el pecado que estaba a punto de cometer, el verdugo falló el golpe y en vez de herir en el cuello lo hizo en el colodrillo.
Este es el san Nicasio que los habitantes de Leganés, en Madrid, eligieron por patrón, pidiendo su intercesión con ocasión de alguna pestilencia. Por lo que veo en Internet, las imágenes de Leganés lo representan con traje episcopal y antes de su martirio, con la cabeza en su sitio.
San Nicasio de Rouen. Estatua en Leganés.

Pero es obvio que el martirio de san Nicasio no cuadra con la fecha de ningún rey de Inglaterra, ya que para entonces, en tiempos del papa san Clemente, no habían asomado aún los ingleses por Britania. Esto ha dado pie a variadas conjeturas.
En todo caso, en tiempos de aquel rey Edmundo, dice la Vida de san Claro, había en Orchestria, Inglaterra, un noble señor llamado Eduardo que no conseguía tener hijos en su matrimonio, hasta que, después de muchas oraciones, su mujer (cuyo nombre no conserva la Historia) le dio uno. Y fue un niño tan hermoso, tan resplandeciente de tez y de tan esplendorosa belleza, que le pusieron Claro. Dempster, al que hemos mencionado antes, afirma sin embargo, sin que se sepa el porqué, que el nombre que le dieron fue el de Guillermo y que solo después adquirió el de Claro. 
Claro fue un niño y un joven sabio, descolló en los estudios. Algo escamado por esta inclinación, su padre decidió casarlo cuanto antes, buscando para ello a una noble doncella de las más altas prendas. Comunico su designio a su hijo que, obediente y de buena gana, aceptó la decisión paterna.
Claro fue un santo que no se dejaba llevar por sus primeros impuls0s. Empezó a rumiar las consecuencias del paso que iba a dar y se convenció de que era un error. Se entregó a la oración y un ángel del Cielo le habló aconsejándole la huida y encaminándolo a la costa, donde un barco preparado por medios sobrenaturales lo esperaría para conducirlo a Neustria, región donde florecía esplendorosamente la fe.
Pierre Mouffle, modesto dramaturgo francés del siglo XVII autor de una tragicomedia sobre este santo, Le fils exilé ou le martyre de Saint Clair (1647), añade el detalle de que la voluntaria desaparición del joven se produjo la misma noche del banquete nupcial. Ninguno de los autores que trataron de san Claro, ni la Vida ni el muy posterior Denyaud en una biografía harto más extensa pero poco más informativa, del siglo XVII, se interesan por el destino de la ilustre novia abandonada casi ante las gradas del altar. Mouffle, en cambio, le presta un sentido monólogo donde, tras expresar su decepción y su congoja, se resigna y desengañada del mundo decide hacerse religiosa como su voluble prometido.
San Claro. Imagen popular bretona
(san Claro no fue obispo).
Según la Vida antigua, Claro zarpó solo. Denyaud sospecha que lo acompañaban tres compatriotas: Cirino, una especie de fiel criado, y otros dos clérigos decididos a hacer vida de ermitaños en lejanas tierras.
Claro desembarcó en Cherburgo y se adentró en la espesura del bosque. En el camino se encontró con un mozo caído, herido mortalmente. Era el criado de unos ermitaños de aquellos bosques, que lo habían enviado a mendigar comida; unos bandoleros lo habían asaltado y, rabiosos de no encontrarle nada de valor encima, le habían dejado por muerto de un hachazo. No fue difícil a Claro sanarlo.
-Pero no le digas a nadie lo que ha pasado, que la gente es muy amiga de hablar lo que no debe.
-Descuida.
Naturalmente, al mozo le faltó tiempo para contar lo ocurrido a los ermitaños.
Claro no debía de encontrarse preparado del todo para la vida eremítica, porque en primer lugar se digió a cierta abadía llamada Malduin, cuyo abad era Odeberto, santo que no aparece mencionado en ninguna otra fuente medieval. Allí se presentaron al poco tiempo los ermitaños con el mozo, admitiendo por maestro, a pesar de su juventud, a Claro y venerándolo de rodillas. Lo habían reconocido, sin haberlo visto antes nunca, por la expresión alegre y serena de su rostro. Otros dicen que estos discípulos eran los que habían pasado la mar con él. 
Claro buscó un lugar adecuado para instalarse en una ermita junto a un río, pero no vivía en total aislamiento sino que se comunicaba regularmente con sus compañeros y Odeberto. Sin embargo, como dice Mouffle, buscaba la soledad de "les bois les plus touffus de leurs feuillages verts" ("los bosques de más espesas frondas verdes"), como quien sabía que
"les druides gaulois et tous les autres sages
qui nous ont précédés ne se voyaient jamais
que pour dogmatiser ou pour donner des lois"
("Los druidas galos y demás sabios que fueron antes que nosotros no se veían nunca, a no ser para dogmatizar o legislar").
No deja de ser curioso cómo este san Claro, visto por un autor barroco, considera a los druidas unos sabios precursores y no, como hubiera hecho el san Claro medieval, unos sacerdotes del Demonio.
Antes de que partiese de la abadía, san Odeberto le dirigió un discurso de despedida advirtiéndole que huyese del agradable trato de las mujeres. Pues hasta por los lugares más recónditos y solitarios sopla el espíritu inmundo del Demonio y so capa de devoción monta un armadijo al más advertido.
-No vaya a ser que después de haber huido de casa y dejado a la novia plantada al pie mismo del altar, ahora que has llegado a puerto vayas a ser presa de Satanás por medio de una de esas encantadoras sirenas...
-No temas.
Dos años permaneció haciendo allí vida retirada. Fueron bastantes los milagros que hizo: expulsaba demonios, sanaba enfermedades e incluso resucitó a un niño, hijo de una pobre viuda.
Tanto se extendió la fama de su santidad que llegó a oídos de una mujer de lo más rico, noble y hermoso de aquellas partes. Según Mouffle, era nada menos que la mujer del duque que mandaba en toda la región.
En versiones modernas de la vida del santo, se lee que era una princesa galesa, precisión que no se encuentra en las antiguas. Probablemente se trate de una confusión con la novia frustrada que se dejó en Inglaterra.
El caso es que al verlo quedó prendada de sus encantos y resuelta a gozarlos al precio que fuese. No hay ni que decir que tropezó con el muro inexpugnable de la castidad de Claro. 
Lievem van Lathem. Tentación de san
Antonio
.
Y no es que la bella desvergonzada no emplease todos los medios a su alcance. Porque, dice Denyaud, el amor es ingenioso, máxime cuando se ha adueñado del corazón de una mujer, trapacera por naturaleza... 
Claro, viendo lo mal que pintaba aquel negocio, pensó que el mejor consejo era darse a la fuga. Entonces comenzó su verdadera vida eremítica y de hombre del bosque. 
Ciertamente, Claro se zambulle en el bosque huyendo de la sociedad humana con sus peligros y tentaciones. Pero no se percibe en la vida de este santo el horror de ese espacio dejado de la mano de Dios, donde el orden Divino parece suspendido y habitan salvajes y solitarios que son casos límites de la humanidad. Ese bosque espantoso de los cuentos que no deja de causar su efecto (estoy pensando ahora en la reciente serie de películas Wrong turn, que cuentan los horrores de los bosques norteamericanos, con ogros y todo).
De hecho, ya se ve que la vocación de Claro no es la de la absoluta soledad. Cuando puede, busca el consejo de un abad y la sociedad de otros espirituales. No le hace ascos a la presencia femenina, cuando no advierte en ella grave peligro de pecado. 
Abochornada y rabiosa por el desdén de Claro y, según Mouffle, también irritada por los juiciosos consejos de su camarera, la enamorada se volvió una auténtica fiera. Mandó llamar a dos criados de toda su confianza.
-Traedme a ese Claro a mi cama por las buenas o por las malas. Pero si veis que no podéis de ninguna manera, dejadlo tieso. ¡Que no haya nadie que pueda ir dándoselas de haberme dicho que no a mí!
Soldado por el bosque. Rinaldo, por Edward Hooker.
Esta decisión furiosa es lo que la camarera de la duquesa, en la obra de Mouffle, llama no sin indulgencia  "jouer un tour", "gastar una jugarreta".
Acompañado de san Cirino, ya hubiese venido con él de Inglaterra o fuese el criado salvado del hachazo, san Claro estuvo ocultándose por lo más profundo de los bosques, viviendo en cavernas y madrigueras. Anduvo por parís, por Pontoise y al final se instaló en Gisors. Allí es donde se hizo amigo de santa Piencia, que fue para él, dice Denyaud, lo que santa Tecla para san Pablo o santa Eustoquia para san Jerónimo.
Como decíamos, santa Piencia, según la tradición fue convertida por san Nicasio, de manera que para coincidir con san Claro tenía que haber vivido siglos. No importa: Denyaud resuelve la dificultad con elegancia. Simplemente, hubo en la Historia dos santas Piencias. La primera fue virgen, y fue la que sepultó a san Nicasio, presbítero y no obispo de Rouen, como dice equivocadamente la tradición. La segunda fue matrona, vivió siglos después de la anterior, y también se distinguió por la veneración y culto a las reliquias de san Nicasio. 
San Nicasio de Rouen.
escultura gótica francesa.
Pero en este caso de san Nicasio, obispo de Rouen, que debe ser distinguido del primero. ¿Cuál de ambas fue la amiga de san Claro? ¡Las dos!, responde Denyaud. Porque también hubo dos santos Claros. Dos Claros, dos Piencias y dos Nicasios, mártires los seis... Al cabo de los seis o siete siglos, no solo la Historia, sino los nombres de sus protagonistas se repetían en una refutación borgiana del tiempo...
En fin, volviendo al Claro de Orchestria, del que ahora hablamos, los sicarios enviados por la ardorosa duquesa, hartos de buscar sin éxito, se resignaron a volver con las manos vacías. Ya emprendían el regreso cuando vieron a un ermitaño labrando su pobre huerto.
-Vamos a hacer un último intento.
-Ea.
-¡Eh, hermano,  Ave María Purísima!
-Sin pecado concebida. Ustedes dirán.
-Digo... ¿Le sonará a usted por casualidad un compañero de usted así... guapo, de fuera, con acento como de Inglaterra, llamado Claro?
-Ni idea. No le he oído nombrar en mi vida.
-Era por probar -dijo uno de los asesinos-. Gracias. Vamos -le dijo a su cómplice-, que cuanto más tardemos peor.
-Verás la duquesa cómo se va a poner.
Pero cuando ya se perdían de vista en el camino, oyeron las voces a su espalda:
 -¡Eh, eh, vosotros: volved acá!
-¿Qué pasa ahora?
-Que ese Claro que buscáis soy yo. Y lo he pensado dos veces y no quiero parecer san Pedro, que por ser tan gallina hasta le cantaban los gallos.
-¿Que tú eres el Claro que andaba predicando con san Odeberto ahí atrás?
-En efecto.
-Pues tienes que venirte con nosotros adonde nuestra ama. No tengas miedo, que no te quiere hacer mal: al revés. Y si no, si no vienes, tenemos orden de cortarte el pescuezo. Tú verás.
-Esto es para hablarlo con más calma.
-Si ya vamos mal de tiempo. Coge tus cosas, lo imprescindible, y andando. O si no, trae esa garganta.
-Si tiene que ser así...
-Cura chiflado, ¿tú sabes lo que pagarían muchos por eso que tú le haces ascos?
-Esos querrían ir al Infierno pagando el billete de su bolsillo.
-Pues vamos que nos vamos. Siéntate ahí.
-No, no; yo quiero morir y que me entierren en aquel convento que veis allá.
-No enredes, que cuanto antes empecemos antes acabamos.
Y sin más palabras, le cortaron la cabeza, que cayó rodando por el suelo.
-¡Mirad cómo me habéis dejado de sangre y barro! ¿No podíais poner más cuidado? No hay respeto ni para los muertos.
Una fuente milagrosa de san Claro en
Bretaña: Limerzel en el Morbihan.

Claro cogió la cabeza y echó a andar con ella en las manos. Se dice que por todo el camino fueron haciéndole cortejo Piencia, Cirino y un nutrido coro de ángeles. la cabeza cortada de Claro se unía a sus cánticos. Llegó al monasterio y en una fuente que había allí, se la lavó cuidadosamente. 
Piencia y Cirino le dieron sepultura.
Tres años después, un ciego que estaba durmiendo junto a ella recibió la revelación de que si se untaba los ojos con barro de la tumba, recobraría la vista, como comprobó al ponerlo por obra.
Aquí dio comienzo la gran pujanza del santuario de San Claro como centro de peregrinación, especialmente para los enfermos de la vista. El propio Denyaud, biógrafo del santo, escribió su obra en agradecimiento por haberlo curado san Claro de su ceguera. La devoción de San Claro, como abogado de estas dolencias, se extendió mucho por Bretaña, donde son varias las fuentes curativas consagradas a este santo.
El martirio de San Claro tuvo lugar el 4 de noviembre, día en que se celebra su festividad.



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