viernes, 14 de septiembre de 2012

El niño lobo en su patria y final de San Albeo


Al final de la anterior entrada habíamos dejado a San Albeo, ya consagrado obispo por el papa, de regreso a su tierra.
Albeo había tomado tierra en Irlanda en el reino de los Dal nAraide, en el Ulster. Se dice que él mismo tenía sangre de aquel pueblo emparentado con los pictos de Escocia. En aquel tiempo tenían guerras los del Ulster con los de Connacht y estaban al borde del desastre. Habían sido derrotados en toda la línea y los tres hijos del rey habían perecido en combate. Ailbe los resucitó a cambio de que aceptasen la religión cristiana y bajo el signo de la Cruz derrotaron a sus enemigos.
Más tarde, también los de Connacht la adoptarían y la historia de esa conversión es la que sigue. 
San Albeo envió a un mensajero ante el rey de Connacht suplicando por la vida de cierto prisionero que tenía cargado de cadenas y condenado a muerte. El rey lleno de soberbia respondió a la embajada con escarnio y ordenando ajusticiar al cautivo y matarlo entre tormentos. 
Como tan a menudo se lee en las actas de los mártires, los verdugos no fueron capaces de ejecutar la sentencia. El que sí murió fulminado en el mismo momento fue un príncipe, hijo del rey. Abrumado, éste pidió piedad a San Albeo, prometiendo convertirse con todo su pueblo si su hijo era devuelto a la vida, lo que el santo obtuvo gracias a sus plegarias.
Sin rencor, Albeo favoreció además a los de Connacht haciendo que hormiguease de peces cierto río que nunca había llevado ninguno y dejando a los ribereños un seguro y cómodo medio de vida.
También en el reino de Osraige, que se extendía entre los de Laiginn (Leinster) y Mumu (Munster) dejó maravillado al rey. Éste se acercó a visitar al santo que estaba de paso por sus tierras. Durante la entrevista, el rey -Scannlan era su nombre- notó un especiado y deleitable aroma exhalado por la boca de Albeo. No quería ni podía resistirse al atractivo de aquel perfume que lo iba emborrachando y adormilando hasta dejarlo sumido en profundo letargo del que no salió hasta tres días más tarde. 
Durmiendo (Sueño de San José). capitel románico.
Cuando despertó, aturdido y desorientado, el santo le dijo:
-La Iglesia manda ayunar de vez en cuando, pero contigo no ha habido otra manera que tenerte dormido para que no tragases. 
Albeo recorrió toda Irlanda predicando, no con mucho fruto porque la conversión general de la isla estaba destinada a San Patricio. Humildemente, Albeo admitió la supremacía de San Patricio, que lo designó arzobispo de Mumu o Munster. En el solemne bautismo del rey Oengus de Munster en el sagrado peñón de Cashel, Albeo estuvo presente. Pero si San Patricio es el primero, después de San Patricio no había otro más grande. Una vez, como Albeo y San Ibar se cedían mutuamente el paso por cortesía y (ante la insistencia de San Albeo) San Ibar había aceptado pasar delante, un rayo luminoso del Cielo lo cegó. Recobró la vista por intercesión de Albeo. Fue Albeo quien consiguió del rey Oengus la isla de Aran Mór para San Enda (ver El desengaño de un príncipe). Tanta amistad le cobró Óengus a San Albeo que cuando le llegaron rumores de que el santo pensaba retirarse a hacer vida de ermitaño en la isla de Thule (aún desierta en aquella época), mandó a su flota bloquear todos los puertos e impedir el paso a cualquier barca, para que no se le fugase el santo.
Cuando los primeros noruegos llegaron a colonizar Thule, es decir Islandia, encontraron allí vestigios de una antigua ocupación humana y conocieron que quienes los habían dejado habían sido irlandeses.
Otro santo, San Sinchell, se dirigió a él en petición de un rincón donde poder vivir. Albeo le cedió su monasterio entero, con todo lo que tenía dentro.
-Vámonos sin llevarnos más que lo puesto -dijo a sus monjes-, que esto es que Dios quiere que empecemos una nueva vida.
Pero un frailecillo mozo, más con nostalgia que con avaricia, se quedó de recuerdo una tacita de bronce pequeña. Albeo tardó en darse cuenta y le riñó agriamente.
-Deja eso en el suelo. Eso que has hecho es robar. Y ahora por tu culpa tenemos que deshacer todo lo andado y volver a restituir la tacita.
No hizo falta: según decía estas palabras la taza salió volando y se fue sola a posar ante San Sinchell.
-Ven -le dijo un día un ángel-, que te voy a mostrar el lugar donde resucitarás el día del Juicio.
Albeo estaba con San Cenan y se fueron los dos con el ángel.
-¿Os gusta?
-Sí: está muy bien.
-Vamos a celebrar esto -dijo Albeo-: Mira a ver qué nos han dejado los ángeles. 
-Veo bajar unas cosas por los aires: una hogaza de pan candeal y un pescado al horno.
-No se pueden despreciar.
-De ninguna manera.
Miniatura del siglo XIV.
Con las monjas se llevaba muy bien este santo. Una vez iba de camino con un grupo de religiosas cuando una de ellas se puso enferma y como una niña caprichosa pedía una y otra vez que le diesen leche, gollería que no tenían aquellas parcas y ascéticas mujeres.
Los frailes de San Albeo murmuraban de lo delicado y melindroso de las monjas.
En aquel momento, salió del bosque una cierva y la superiora de las monjas mandó a otra hermana que se acercase al animal y lo ordeñase. Dio una leche deliciosa que sanó inmediatamente a la enferma con sólo mojar los labios en ella.
Este milagro causó un profundo disgusto a los monjes, como si hubiera sido un desperdicio del poder divino, mal empleado en los achaques de una monja histérica.
Un ángel del Cielo bajó a hablar con San Albeo:
-Diles a los tuyos que no sean envidiosos ni quieran meterse a jueces de las maravillas de Dios. Y tú, no te piques tampoco. ¿No ves que si quisieras podrías mover los montes o hacer el milagro que se te antojase? ¿No has hecho tú que tus monjes llevasen brasas encendidas en las manos desnudas como si fuesen guijarros de la playa? ¡Está muy feo que los santos tengan pelusa unos de otros!
Albeo estaba otra vez de visita en otro convento de monjas:
-¿Qué tal os va?
-Tenemos un problema serio. Hace años nos dieron a criar un niño. Mientras fue pequeño, todo fue bien. Ahora se ha hecho mayor y se ha hecho un bandarra.
-Lo habéis mimado.
-Será, pero se porta con nosotras como un tirano, hemos tenido quejas de que roba, no hace caso de nadie, se ha rodeado de una pandilla de maleantes que lo han nombrado su jefe y, en fin, nos trae por la calle de la Amargura. Habla tú con él.
Albeo aceptó el encargo.
-Chico, tengo que decirte cuatro cosas.
-Ya me las dirás mañana; ahora tengo que salir.
-Bueno, pero mañana no te olvides.
No lejos del monasterio les salió al camino una banda enemiga. Riñeron, salieron las espadas a relucir y tras una dura pelea el protegido de las monjas y los suyos quedaron vencedores. Mataron a sus enemigos y les cortaron las cabezas. Pero cuando fueron a descargar sus trofeos cuál no sería su sorpresa al encontrarse en vez de las cabezas y cuerpos unos grandes leños y tarugos de madera.
-Esto es una advertencia de Albeo -dijo el caudillo, atemorizado-. Ha dado movimiento a unos árboles y nos ha hecho creer que eran guerreros. Esos maderos andantes casi acaban con nosotros. Ha llegado la hora de sentar la cabeza...
Esto de los árboles convertidos en guerreros parece haber sido un motivo mitológico de la mayor antigüedad y que se encuentra entre los galeses, los irlandeses e incluso los antiguos galos. Es también el bosque de Birnam que se pone en movimiento para derrocar al tirano Macbeth. 
Tormenta en el bosque de Birnam. Ilustración de 1800 (detalle).
Leemos también en la Vida de San Albeo que el ganado con el que solía arar era blanco con las orejas rojas. Así era la raza bovina de los Tuatha Dé Danann, los antiguos dioses de Irlanda que moran bajo tierra, en los túmulos prehistóricos... He aquí un detalle más que relaciona a San Albeo con el antiguo mundo mítico precristiano. No en vano es San Albeo uno de los santos más antiguos de Irlanda.
Aquellos bueyes, Cuando Albeo los prestaba a algún vecino, iban a su casa y volvían de ella solos, conociendo el camino. Un día que un desaprensivo intentó matarlos para comérselos, cuando levantó la lanza se le partió en mil pedazos; y parte de las astillas, clavándosele en los ojos, lo dejaron ciego.
Ya queda dicho varias veces en estas entradas que las grullas eran aves sagradas desde tiempos paganos, y no sólo entre los celtas. Por su carácter migratorio simbolizaban el renacer, el ciclo eterno del cosmos; por su postura en una sola pata el tránsito de un mundo a otro; por su voz la profecía, la comunicación con el Más Allá.
Zancuda. Capitel románico.
Una vez se abatió sobre cierta comarca de Irlanda una plaga de estas aves, arrasando pastos y cosechas. Por orden de San Albeo los pájaros devastadores se reunieron en un prado, se dividieron en escuadrones y, cada uno con su capitán a la cabeza, emprendieron viaje hacia otras tierras.
Era ya viejo San Albeo y se entendía mejor con los animales que con los hombres, cuya peligrosa y molesta compañía cada vez lo incomodaba más. Un día estaba comiendo cuando surgió del bosque una loba a toda carrera y vino a posar su cabeza en el regazo del santo, mirándolo con ojos de pena. Pisándole los talones veían unos cazadores a caballo.
-Yo empecé mi vida entre vosotros y me amparasteis, y ahora que se me va acabando os amparo yo a vosotros. Loba, eh, loba, ¿cómo huyes dejando abandonados a tus lobeznos? Ve a buscarlos, que yo os defenderé y cuando tengáis hambre no os faltará de comer en mi casa.
Desde entonces casi todos los días la loba iba a almorzar con sus lobeznos bajo la mesa de San Albeo. Pero, como él había dicho, sus días en la tierra se iban agotando. 
El final de san Albeo parece sacado de una novela de caballerías.
Para su meditación, Albeo había elegido un roquedal de la costa. Se sentaba en una peña y cuando la marea crecía, se quedaba totalmente aislado en aquel farallón solitario, sin más compañía que el cielo y el mar. Un día, vio venir sobre las olas una nave de bronce que se detuvo pairando frente a él. 
Mandó a uno de sus frailes en una barca a saludar a los navegantes y enterarse de dónde venían, pero no respondió a sus llamadas más que el silencio. Uno tras otro, todos los monjes de San Albeo fueron enviados en la barca con el mismo resultado. Por último, San Albeo se resolvió a ir en persona, y como estaba, en zapatillas, se levantó de la roca y comenzó a caminar sobre las aguas rumbo a la embarcación. Subió a bordo por una escala, se inflaron las velas y la nave se alejó desapareciendo en alta mar.
Todos los monjes y discípulos lloraban la pérdida de tan gran santo.
De las alturas vino un ángel sonriente:
-¿Qué lloráis? ¡Antes de lo que creéis veréis a vuestro maestro de regreso!
Pasaron unas horas y la nave regresó por donde había partido. San Albeo bajó por la escala y caminó hasta la playa con sus zapatillas de andar por casa. Llevaba en la mano una palma cargada de frutos. 
Albeo no comentó a sus monjes nada de lo sucedido durante aquel rato que había pasado en la nave. La palma era tenida en gran veneración en su monasterio. Siempre permanecía verde y sus frutos perennemente frescos y apetitosos, diciendo "comedme", aunque nadie se atrevió a tocarlos.
A los tres años, el ángel se apareció de nuevo a San Albeo.
Ángel portador de palma. Relieve gótico.
-Albeo, he venido a llevarme la palma que has tenido todo este tiempo prestada. Ahora no te hace falta porque aquí no vas a durar mucho, y adonde vas sobran árboles de éstos por todas partes y sus frutos están para el que quiera cogerlos. Vete a la ciudad de Imleach (que se llama en inglés Emly) y espera allí.
Al poner el pie en Imleach, San Albeo sintió un fuerte dolor y supo que había llegado su última hora. Lo llevaron a acostar y todo el clero de la ciudad se reunió en torno a su lecho para velarlo en su enfermedad. No tardaron en oírse suavísimos cantos y una procesión de ángeles hizo su entrada solemne, rodeó al moribundo y se llevó consigo a su alma camino del Paraíso.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Niño lobo irlandés en Roma

El santo que corresponde a los que se llaman Elvis es San Albeo o, en irlandés, Ailbe. 
San Ailbe es un santo bastante popular al que sin embargo no prestaron tanta atención los clérigos medievales. El Santoral de Óengus le dedica un único verso y no se explaya sobre él en las notas: tan sólo incluye información genealógica. Según estudiosos modernos de la hagiografía, las dos versiones de su Vida, en latín (una a la que aluden las Acta sanctorum y otra que edita Plummer), fueron redactadas tardíamente, no antes del siglo XII. Y a pesar de ello, al leerlas nos tropezamos con episodios que tienen todo el aspecto de pertenecer al folklore y remontarse a una remota antigüedad.
Éstos mismos son los que han causado que las Acta sanctorum la desdeñen como infestada de patrañas.
Había en Munster, en la corte del rey Cronan,  un hombre de noble cuna (pero no muy valiente) llamado Olcnais que tenía amores secretos con una esclava real, Sanclit. Cuando Sanclit le confesó que había concebido un hijo suyo, Olcnais se echó a temblar. ¡Al rey no le iba a hacer gracia que hubiesen andado metiendo la cuchara en su plato! De manera que se calzó las de Villadiego y puso tierra por medio.
Sanclit pudo ocultar el desaguisado hasta que nació la criatura; entonces se descubrió el pastel.
Madre cautiva: grabado de la escultura de Stephan Sinding.
Los mayores santos de Irlanda, San Patricio y Santa Brígida, también pasaron por la esclavitud: aquél, raptado en Britania por los piratas; ésta, nacida en servidumbre en casa de un rico campesino. No era excepcional que los amos hicieran de las esclavas sus concubinas: así leemos, por ejemplo, en la Epístola a Corotico, de San Patricio, que las prisioneras se entregaban como recompensa a los mejores guerreros.
-¡Este borde, cachorro de esclava -dijo, pues, el rey-, lo que faltaba es que lo criase yo bajo mi techo junto a mis hijos y a mis expensas! Que lo lleven a matar al campo y que lo tiren por ahí.
Pero el Espíritu Santo insufló piedad en los corazones de los verdugos y en vez de matarlo lo abandonaron en un hueco debajo de una roca, algo resguardado del frío y de la lluvia. Aquel abrigo era la boca de la madriguera donde vivía una loba con sus lobeznos. El fiero animal se encariñó con el cachorro humano y con maternal ternura lo crió a la par que a sus propias crías.
Amamantando a los cachorros.
Pasando por allí cierto día un tal Lochan mac Lugir, lo vio, lo separó de sus hermanastros y se lo llevó. Ya iba llegando a casa cuando sintió que lo trababan de la capa. Se giró y vio a la loba que lloraba desconsoladamente y que no parecía dispuesta a soltar la capa mientras el hombre no soltase al pequeño.
-Loba, lo siento pero tienes que ser razonable. Este niñito ya no tiene edad para vivir entre lobos. Su sitio está entre las personas. Yo ya comprendo todo lo que has hecho por él pero ahora le debes un sacrificio más, que es dejarle venir conmigo. Lo entiendes, ¿verdad?
La loba soltó la capa, gruñó sordamente, se dio media vuelta y se marchó llorando.
Lochan no podía hacerse cargo de la criatura, así que la dejó en una aldea de emigrantes britanos que se habían asentado por allí.
-¿Cómo le vamos a llamar?
-Yo he pensado ponerle Ailbeo -dijo Lochan.
-¿Por qué? 
-Porque lo he encontrado debajo de una roca (ail en irlandés), vivo (beo, en irlandés).
En las Acta sanctorum dice que seguramente el fraile que escribió la Vita había leído la historia de Rómulo y Remo y quiso imitarla imaginando el nacimiento de San Ailbe. Probablemente, por el contrario, se basaba en tradiciones irlandesas. Ailbe es nombre canino: así se llamaba el perro de Mac Dathó, que provocó la contienda entre los del Ulster y los de Connacht relatada en Las historias del cerdo de Mac Dathó. Ese perro Ailbe, nacido de la cabeza cortada del guerrero Conganchnes, era hermano del perro del herrero Culann, al que dio muerte (y posteriormente reemplazó) el gran héroe del Ulster Cú Chulainn.
Por otro lado, el padre de Ailbe es Olcnais, y olc es la antigua palabra celta que designaba al lobo. Olc es el equivalente celta del inglés wolf y del latín lupus.
Posiblemente por motivos religiosos o supersticiosos, este animal perdió su nombre en celta (los antiguos irlandeses lo llaman , como al perro), mientras que olc pasó a utilizarse  para designar al mal.
Sea como sea, dice la leyenda de San Albeo que poco después de haber sido acogido el niño lobo por los britanos apareció por Munster un misionero predicando la fe de Cristo. No tuvo ningún éxito, porque la conversión de Irlanda estaba destinada a San Patricio. Cuando vio a Albeo en el campo, con las manos alzadas al Cielo y en actitud orante, le preguntó qué hacía.
-Me quedo pasmado viendo las cosas tan maravillosas como son: el cielo con el sol, la luna y las estrellas, los montes, el mar, los animales y todo. Que ninguna persona es capaz de hacer ni la más pequeña parte de ello, que a ver quién puede fabricar una hormiga o una hierba y que esté viva; y entonces me pregunto quién lo ha hecho todo esto.
-Pues verás, hijo...
El misionero instruyó en los principios de la religión a Albeo y lo bautizó con el nombre que ya tenía.
Albeo concibió grandes deseos de visitar Roma por lo que le había contado el misionero y como los britanos habían ahorrado bastante y se volvían a su tierra quiso acompañarlos. Ellos no querían llevarlo consigo y se embarcaron dándole esquinazo. Pero los vientos y las corrientes los devolvían una y otra vez al puerto donde los esperaba Albeo y al final no les quedó más remedio que resignarse a llevárselo.
En Britania, Albeo se puso a buscar barco para viajar a Roma. Por burla, un armador le regaló un barquichuelo roto y podrido que tenía arrumbado en un muelle. Albeo se montó en él, zarpó y milagrosamente comenzó a navegar a toda velocidad. Viéndolo, el armador se arrepintió de su regalo:
-¡Eh, chico, vuelve acá, que era broma! ¡Te desregalo el barco! 
-¡No se dirá que soy un pirata que va por la vida robando barcos! ¡Para ti para siempre!
Y arrojando su cogulla al mar saltó por la borda y se sentó encima.
-Barquito, vete con tu dueño; y tú, cogulla, llévame a la otra orilla.
Navegantes. Manuscrito alemán del siglo XIII.
Ambas extrañas naves le obedecieron y en poco tiempo llegó Albeo a tierra, donde ya lo había precedido la fama de las maravillas que obraba. Unos soldados, por gastarle una broma y ponerlo a prueba, fueron ante él llevando un ciego, un mudo y un sordo que habían encontrado por ahí, a ver si era capaz de sanarlos. Lo fue en efecto y los soldados quedaron atónitos.
-¡Pues sí que es verdad que haces milagros! 
-Y sé hacer más cosas.
-¿Como qué?
-Como que os caiga encima un nevazo que no podáis ni asomar la nariz de las tiendas, para que os toméis los milagros de Dios a chirigota.
Dicho y hecho. 
Y es que san Albeo mandaba en el tiempo. Si, por ejemplo, durante la siega caía alguna tormenta, el cielo se mantenía azul y el tiempo seco donde estaba su cuadrilla. Estas habilidades eran muy características de los druidas (como explican ampliamente en su libro sobre ellos Guyonvarc'h y Le Roux) y de los chamanes, cuyos lejanos sucesores son los brujos tempestarios de nuestra Europa en la Edad Media y principio de la Moderna.
Sobre el campamento empezaron a condensarse unos nublados cárdenos y al poco tiempo caían los primeros copos de la nevada, que no cesó hasta que, agachando la cabeza, vinieron a disculparse ante Albeo.
Pero entonces surgieron del monte tres fieros leones, dieron muerte a un hombre y dos caballos y se los llevaban a sus leoneras arrastrándolos con la boca. Todos los soldados habían huido despavoridos.
-¡Eh, leones! -dijo San Albeo- ¿Qué, os llevais a estos infelices a coméroslos donde nadie os vea?
Los leones soltaron sus presas y acudieron a lamer respetuosamente los pies del santo, como pidiendo perdón; después, se los secaban con las melenas. Albeo resucitó al guerrero muerto.
-Ya veo que todo lo puedes -dijo el rey, que había presenciado lo ocurrido-. Por eso, haz el favor de resucitar a los dos caballos, que son de mis favoritos. Y manda a los leones que no vuelvan a causar más estragos.
-De acuerdo; pero los leones han mostrado buena voluntad y no estaría de más que a cambio de los caballos les dieras algo de comida: no cazan por gusto, sino por hambre. ¡Si lo sabré yo, que soy de familia de lobos y he pasado las penurias de ellos!
León. Relieve gótico.
-Ahora mismo no hay qué darles. Tenemos los víveres contados.
-Dile a tu intendente que me acompañe.
Albeo y su acompañante subieron a un monte donde el santo se arrodilló a orar. No tardó en cuajarse en el cielo un denso nubarrón que, lenta y solemnemente, bajó a posarse junto a ellos. Cuando su oscuridad se disipó, apareció en su lugar una manada de cien caballos, que San Albeo dio a los leones para que fuesen comiendo y no tuviesen que molestar a las personas.
Llegado a Roma, Albeo se puso a estudiar con un sabio obispo llamado Hilario; el cual, para fortalecerlo en la humildad, le dio el oficio de porquero, ordenándole llevar sus piaras a un monte estéril donde el ganado apenas encontraba raíces o bellotas que llevarse a la boca. Pero por voluntad divina los puercos de Albeo se ponían más gordos y lustrosos que los de los demás porqueros. Encariñados con su pastor, lo seguían a todas partes, incluso acompañándolo cuando daba la lección; con su báculo trazaba alrededor de ellos un círculo en el suelo y ni los animales se escapaban ni los cuatreros y alimañas del campo eran capaces de cruzarlo para hacerles daño.
El porquero es un personaje importante en la mitología irlandesa y las leyendas de los santos han heredado este carácter misterioso y sagrado que lo acompaña (ver San Pablo de Leonís; San Ke, sobrino de Arturo). El propio San Patricio fue porquero.
Llegó la época de la siega e Hilario encargó a Albeo que contratase una cuadrilla de segadores. En vez de ello, se puso a rezar y durante la noche los ángeles bajaron y en pocas horas segaron las inmensas mieses de la Iglesia.
-Hemos tenido un año fatal -le dijo otra vez Hilario-: los árboles no llevan casi fruto. ¿Puedes rezar para que se carguen de él?
-Los árboles están como están porque Dios quiere y yo no rezo para torcer su voluntad, pero sí para que se apiade de nosotros pecadores.
A poco de entrar el santo en oración, empezaron a llover manzanas, exquisitas manzanas como nunca se habían catado, con sabor a miel, en tal cantidad que no daban abasto a almacenarlas en el monasterio.
Crecía la fama de San Albeo y con ella la rabia de los envidiosos. Uno de ellos, deseando acabar con él, le mandó una jarra de vino envenenado. Al recibirla el santo, algo raro notó. Volcó la jarra y -¡oh prodigio!- el vino se quedó contenido en su interior mientras el veneno  se derramaba por el suelo. Y cobrando vida y forma de serpiente salía como un rayo a morder al envenenador, que cayó fulminado por su virulencia.
Albeo, devolviendo bien por mal, resucitó al envidioso, que se arrepintió y pidió perdón.
Vinieron de Irlanda cincuenta santos a visitar a Albeo en Roma (quiere esto decir que, según esta leyenda, no eran pocos los cristianos que existían en la isla antes de la llegada de San Patricio) y el papa los agasajó con un fastuoso convite. Albeo hizo más: hizo que el banquete, una vez consumido, se rehiciese por milagro, y así durante varios días. 
Por eso, cuando fue consagrado obispo (que, por cierto, lo tuvieron que hacer los ángeles, porque ni el papa se juzgaba digno de ungir a un santo tan eminente) tuvo que encargarse él del festejo.
-Un milagro que se me da muy bien es hacer que llueva.
Se puso a rezar y cayeron cinco lluvias sucesivas: de frutas, de pescado, de aceite, de pan candeal y de vino exquisito. Con todo ello se dio una fiesta y hartazga para todo el pueblo de Roma que duró varios días y todos se hacían lenguas de la largueza y magnificencia de San Albeo. 
Años después, estando en Irlanda con Santa Brígida, descendió del cielo una jarra de puro cristal llena de vino. El santo no se la quedó, sino que galantemente la regaló a Santa Brígida.
El papa envió a Albeo a predicar a los gentiles y el recién nombrado obispo salió de Roma donde había pasado unos años fructíferos y gratos, pero no perdió el contacto con la ciudad santa.
Una de las veces que mandó mensajeros (San Lugith y San Sailchin) a ella desde Irlanda, como no se mostraban muy animados a emprender tan largo y azaroso viaje, les prometió que volverían sanos y salvos y para que se contentasen les dio por acompañante a San Gobán, un excelente cocinero.
A su regreso, San Gobán enfermó a bordo del barco y murió.
-San Albeo no ha mentido. Nos prometió que volveríamos sanos y salvos nosotros, pero de Gobán no había dicho nada.
-Es así, pero tenemos que hacer algo.
-¡Declarémonos en huelga de hambre!
Los santos empezaron a ayunar y al tercer día el alma de Gobán regresó a su cuerpo y se revistió de el.
-Gracias, compañeros. He visto a San Albeo, y por la ambigüedad de su promesa se ha permitido a mi alma regresar a este mortal barro, de lo que me alegro porque tengo algunos pecadillos pendientes...
Cuando volvía Albeo de Roma, a su paso por Dol, en Armórica, supo que San Sansón estaba muy afligido porque se le habían caído y hecho añicos un cáliz y una ampolla para los óleos, y juntó los pedazos de tal manera que ni el más sutil hubiera conocido la laña. De paso, resucitó a un matrimonio recién ejecutado por el crimen de haber hablado mal de él. Y entrando en una iglesia, presenció una escena algo ridícula: el cura pretendía decir misa, pero las palabras, anudadas en su garganta, se negaban a salir por más esfuerzos que hacía.
-No escapará ni una palabra de tus labios -dijo Albeo- mientras no sea proclamada la grandeza de un santo aquí presente, San David, que será obispo ilustrísimo y está asistiendo a la misa desde el vientre de su madre, esa mujer preñada que ahí veis. ¡Loor a él y bendición a ella!
Dicho esto, fue desatada la lengua del sacerdote y se concluyó la misa.
Madre con niño. Capitel románico.
Años después, en un pueblo de Irlanda, una mujer tuvo un hijo en secreto. El asunto vino a saberse y la pecadora se negaba a confesar quién era el padre. San Albeo reunió a todos los hombres del pueblo en la plaza.
-Aquí falta uno.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque lo sé.
-Sí que falta, pero es un carretero astroso que...
-Que venga, que venga.
Nada más aparecer aquel hombre por el camino, el niño, que estaba en brazos de su madre y aún no hablaba, exclamó:
-¡Ése es mi papá!  
Con su llegada a Irlanda, ya como obispo y predicador de la fe, comienza la segunda parte de la vida de San Albeo, que voy a dejar para otro día por no aburrir.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Los santos en huelga de hambre

En una ocasión, San Patricio envió a uno de sus discípulos (que era leproso por más señas) por esos caminos de Dios en busca de reliquias de los santos.
El monje regresó con buena cantidad de ellas en un talego y lo escondió en el hueco de un árbol viejo. A la mañana siguiente, cuando volvió con San Patricio a recogerlas, la antigua herida del árbol se había cerrado sin dejar huella.
Leía yo hace días que los Toraja, pueblo de Sulawesi -o las Célebes-, cuando se les moría algún niño que aún no hubiese echado los dientes, lo metían en un nicho excavado en el tronco de un árbol sagrado, que al poco tiempo se cerraba y asimilaba y digería el cuerpecillo depositado en él. Este árbol tiene una savia blanca que parece leche.
Árbol sepulcral para niños de los Toraja.
 http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/9c/Baby_graves_Kambira_village.jpg
Erich Neumann, mitólogo jungiano, insiste en el doble carácter masculino y femenino del árbol: materno como refugio (la copa en que se anida, donde los niños sueñan con edificar una cabaña oculta como ese ese niño crecido, Tarzán; el tronco que ahuecado se convierte en ataúd), masculino como pujanza de la tierra, fuerza ascendente, rama que se eleva como queriendo arrancarse del tronco. El tronco, pues (para nuestra imaginación), es masculino respecto de la tierra de la que surge y femenino respecto de las ramas que brotan de él.
Esto ya lo había dicho Jacob Böhme al principio de la Aurora: "Igual que la tierra trabaja con su fuerza en el árbol para que crezca y aumente el mismo, así trabaja de continuo el árbol en sus ramas, con todo su haber".
Pero volviendo a las reliquias, el tronco atesora y resguarda como la tierra y es a la vez puente entre ésta y el cielo.
El caso fue que cuando San Patricio vio lo que había sucedido, habló con espíritu profético y dijo que un día un santo las hallaría y recobraría. Ese santo sería San Ciarán de Cluain (Clonmacnoise en inglés).
No fue ésta la única profecía sobre él. Su padre, Beóán, era un herrero del Ulster, que huyendo de los abusivos tributos impuestos por su rey, había buscado refugio con su mujer Darerca (como la hermana de San Patricio) en Connacht. Un druida de allí, oyendo el chirrido de su carro, anunció que en él iba montado un rey. Ahora: en el carro no viajaban más que Beóán y Darerca con el futuro santo en su vientre (esta profecía se lee de otros santos, como San Comgall, ver El manco de Conderi).
La de Beóán fue una familia numerosa: a Ciarán siguieron cinco hijos y tres hijas, todos santos.
San Ciarán es uno de los santos más populares de Irlanda. De él se conservan tres vidas medievales en latín (la más importante editada por Plummer en sus  Vitae sanctorum Hiberniae) y una en irlandés, que puede leerse acompañada de versión inglesa de Whitley Stokes en Lives of saints from the Book of Lismore (forma parte de la colección Anecdota oxoniensia).  Todas ellas traducidas y comentadas por la gran estudiosa Eleanor Hull bajo el título de The latin and irish lives of Ciaran. Unas y otras pueden consultarse en línea.
El Santoral de Óengus celebra a San Ciarán con la siguiente estrofa:
Mór líth línas crícha,
Crothas longa luatha,
Maicc in tsháir tar ríga,
Féil cháin Chíaráin Chlúana.

Gran fiesta que atesta países,
Que hace temblar largas naves,
La del hijo del menestral mayor que los reyes,
La festividad del noble Ciarán de Cluain.
Desde su niñez, Ciarán dio muestras de santidad en su actividad taumatúrgica. Resucitó al caballo favorito del hijo del rey que había acogido a su familia y derribó muerto, con un verso del salterio,  a un perro feroz que un malvado había azuzado contra él.
-Podías aprender de otros niños -le dijo una vez Darerca, su madre-, que van a las colmenas y traen panales y miel para casa.
-Ya, pero los inflan las abejas a picotazos y vuelven hechos unos Cristos.
-Pues debería darte vergüenza, que los otros chicos se sacrifican y ayudan a sus padres.
-Bueno: tú lo que quieres es miel, ¿no es verdad? Pues espera.
Ciarán se acercó al pozo, sacó un cubo de agua, la bendijo y la convirtió en miel de la mejor.
-Más vale el pozo que las colmenas; que el cubo no pica.
Estaba una vez Darerca tiñendo de azul unas ropas. Se consideraba que el tinte era una tarea de mujeres y la simple presencia de un varón podía echar a perder toda la labor. El pequeño andaba enredando por ahí.
-Largo de ahí, Ciarán, no me vayas a estragar toda la ropa.
-¿Me echas? Ahora sí que se te va a estragar.
En efecto, toda la ropa salió azul con una ancha lista gris.
-¡Mira que eres gracioso! ¡Quítale ese color a la ropa ahora mismo!
Ciarán obedeció: echó una bendición a los calderos; esa vez la ropa salió toda de un blanco inmaculado.
-¿¡Pero será el macaco este...!? ¡Echa otra bendición y tíñelo todo de azul!
El pequeño volvió a obedecer y todo se tiñó de azul: la ropa, los calderos, los árboles, los pájaros, los perros y gatos... todo lo que rozaba el tinte aquel.
El niño (al que bien se podía erigir en patrón de la enseñanza a distancia), más inclinado a los estudios que a las actividades bucólicas, cuando lo mandaban a cuidar las vacas, se llevaba sus tablillas de cera y  entraba en comunicación espiritual -telepática diríamos hoy- con su maestro, que le iba dando clase. Tenía un zorro amigo que estaba sentado a su lado mientras hacía los ejercicios y cuando los terminaba se los llevaba al maestro y los devolvía corregidos. Sólo un día pudo más la naturaleza del zorro, que royó las correas con que se cerraba el díptico.
Zorro. Relieve románico, siglo XII. Suiza.
La relación de Ciarán con los animales recuerda a los chamanes. Muy típico es el siguiente milagro: permitió, por caridad, a un lobo hambriento que devorase un ternero, dejando la piel y los huesos; luego, a partir de ellos, reconstruyó al animal entero. Este milagro, que se encuentra muy difundido por todo el folklore universal, se cuenta también de otros santos irlandeses (ver San Fingar y setecientos setenta mártires). Carlo Ginzburg lo relaciona con antiquísimas creencias chamánicas de los pueblos cazadores euroasiáticos.
Como San Patricio y Santa Brígida, San Ciarán conoció por experiencia la esclavitud. Esto le ocurrió por haber dado de limosna a unos pobres tres calderos pertenecientes al rey. Lo pusieron, como a Sansón, a dar vueltas a la rueda de un molino; pero él, no tan forzudo como su precedente bíblico, recibió el auxilio de los ángeles, que bajaban del Cielo a empujar mientras él descansaba tranquilamente. Pronto pudo, con las limosnas que le daban, restituir los calderos al rey y comprar su libertad. Tal vez por haber catado esa vida más tarde rescató a varios esclavos y sobre todo esclavas, cuya suerte era todavía más lastimosa.
Ciarán comenzó entonces una serie de viajes por Irlanda. Se despidió de sus padres y llevándose una vaca con su ternero (que no quisieron separarse de él y lo seguían a todas partes) se fue a estudiar con San Finnian de Clonard, quien profetizó que aquel mocito llegaría a poseer media Irlanda. San Finnian lo envió una vez a moler cebada al molino. La hija de los molineros era una criatura preciosa; como también era muy guapo Ciarán, la muchacha se enamoró perdidamente de él y lo confesó a sus padres, que inmediatamente acudieron a ofrecérsela.
-¡No le pondrás pega a la chica! ¡Más maja no la hay, y si nos la rechazas nos lo tomaríamos como una injuria!
-Yo me la quedo, me la quedo.
-Así nos gusta.
-Pero con una condición: que consagre su pureza a Cristo, y puede ser mía para siempre.
La molinerita aceptó la condición sin chistar (es de creer que sin comprender exactamente a qué se comprometía) y desde entonces siempre formó parte de la familia de Ciarán. Los padres dieron como obsequio de boda tres hogazas de pan candeal, con buena cantidad de carne, tocino y cerveza para pasarlas.
-Gracias por el regalo, pero los frailes no comemos de esto. Moledlo en vuestro molino.
Así lo hicieron y de todo junto machacado se hizo una blanca harina dotada de maravillosas propiedades. El pan amasado con ella sabía a todas las viandas de tierra, según el gusto del consumidor, regadas de vino o cerveza. Era inmune a los ataques de ratones y gorgojos. Y era medicina universal para toda clase de enfermedades.
Un sirviente del molino, viendo aquel pisto asqueroso de carnes, vino y pan, decidió por su cuenta quedarse una parte de cada cosa, pero el santo lo vió.
-Así te salte un ojo una grulla -lo maldijo- y vuelvas a casa con él colgando y dándote en un moflete.
Esto de saltarle a uno el ojo una grulla también remite al mundo chamánico, dado el carácter sagrado de la grulla -el pájaro cojo- y su papel en antiguos ritos tanto celtas como helénicos (ver En el país de los cojos el tuerto es el rey). Del héroe Cú Chulainn, cuando le atacaba el furor guerrero, sabemos que le crecía un ojo hasta ponérsele como un caldero y le disminuía el otro y se le sumía en la cabeza tanto que ni una grulla podía saltárselo con su delgado y agudo pico.
En fin, la maldición se cumplió al cabo del tiempo y San Ciarán tuvo que ponerle el ojo en su sitio al criado tuerto. El mismo milagro se lee de San Winwaloe y su hermana Clervía (ver La venganza de Dahut), sólo que en aquella ocasión fue otra ave simbólica, la oca, la culpable de la mutilación.
Otro sirviente se fingió enfermo para evitar que Ciarán lo reclutase para la siega. Cuando se lo dijeron al santo, contestó:
-Es verdad, ¡pobrecito! Lo estoy viendo claramente; estaba enfermo cuando salisteis de su casa, pero ahora ya está muerto.
Amigos y familiares del fallecido comprendieron que la muerte era castigo de Dios por el escaqueo y suplicaron al santo que le devolviese la vida, como lo hizo.
-¡Menos mal! -dijo el resucitado- ¡Ya me estaba chamuscando en el Infierno! Venga una hoz...
Segador. Relieve gótico. Rouen, Francia.

De Clonard Ciarán fue a las islas Aran, a estudiar con San Enda. Allí había otro monje, manco por cierto, que siempre le llevaba la contraria a Ciarán. Un día de gran viento, Lonan, el manco, dijo:
-Creo que el vendaval va a hundir aquel barco y va a provocar un incendio en el horno del pan.
-Ni hablar -replicó Ciarán-: lo que va a hacer es incendiar el barco y anegar el horno.
En efecto, el barco quedó varado en tierra; unas chispas del horno, llevadas por el viento, prendieron en las velas y el incendió consumió rápidamente toda la nave. En cuanto al horno, una ráfaga violenta lo desbarató y arrojó todos los maderos a las olas.
De Aran, Ciarán fue a la desembocadura del Shanon a ver a San Senan. Por el camino se encontró con un pordiosero y, no teniendo otra cosa que darle, le regaló su saya. Iba andando desnudo, tapándose malamente con el manto. San Senan lo vio milagrosamente a distancia y envió a dos monjes con una saya para que tapase sus vergüenzas.
Después San Ciarán construyó el monasterio de Ísel Ciaráin junto a un lago, en una de cuyas islas habitaba un pueblo de paganos. Eran vecinos molestos y ruidosos, siempre con  sus danzas y músicas distrayendo a los monjes. A ruegos de Ciarán, Dios desplazó la isla hasta donde ya no se oía a los rústicos desde el monasterio.
Un día, sin embargo, les llegaron desde la playa voces y gritos.
-Id -dijo Ciarán a sus monjes-, que es vuestro abad.
Los monjes obedecieron aunque no entendieron nada, y menos cuando en la playa no vieron más que a un niño de aquellos paganos cerriles que estaba jugando.
Lo llevaron a la fuerza ante Ciarán, que lo mandó tonsurar y vestir a la manera monacal. Es de creer que nadie lo reclamó; se educó en el monasterio, se hizo hombre santo y sabio y llegó a ser el sucesor de San Ciarán, como éste había profetizado.
Una vez que Ciarán estaba sembrando, le dio el grano que estaba plantando a un pobre que había llegado pidiendo limosna. Los granos se convirtieron en oro en las manos del pobre. Pero él, que era un hombre trabajador, con el oro le compró al monasterio un carro y una pareja de caballos de tiro para labrar la tierra. El oro, en manos de Ciarán, volvió a convertirse en trigo.
-¡Gracias a Dios! -exclamó el santo-: ahora ya puedo terminar la sementera.
Un día que los monjes estaban sedientos en la siega y querían parar a beber agua, Ciarán les dijo:
-Puedo daros agua, pero si aguantáis seréis recompensados.
Así hicieron, y al terminar la faena del día San Ciarán los convidó a todos a un licor excelente, el mejor que nunca se ha probado: agua transformada en vino exquisito por milagro del santo.
-Pero ¿de verdad era tan bueno el vino aquel? -le preguntaban años después a un monje ancianísimo que había vivido los tiempos de la fundación de Clonmacnoise.
-¿Que si era? Yo entonces era un niño, y era el que servía las escudillas y tazones de vino a los segadores. Uno en cada mano. Iban tan llenos que rebosaban y llevaba el pulgar metido dentro del vino. Arrimad la nariz.
Y el monje viejo acercó el pulgar a la nariz de los incrédulos. El aroma del vino no se le había ido desde aquella noche gloriosa, y los frailes nunca habían olido cosa tan delicada y fuerte, que parecía más del Paraíso que de la tierra, y más de uno quedó completamente borracho sólo con el olor del pulgar del viejo.
El monasterio más importante de los fundados por Ciarán fue el de Cluain, Clonmacnoise. 
Ruinas de Clonmacnoise.
Cuando estaban plantando el primer poste del edificio, estaba presente Diarmad mac Cearbaill, un nieto del poderoso Niall Naoighiallach, fundador de la dinastía O'Neill. En aquella época, los descendientes de Niall estaban ampliando su control sobre el centro de Irlanda, que llegaron a dominar.
-Salud, rey -le dijo Ciarán.
-Mal andas de noticias. Rey es Tuathal Máelgharb, que por cierto no me mira con muy buenos ojos. ¡Si por él fuese ya estaría yo desterrado de Irlanda!
-Yo sé lo que me digo.
Aquella misma noche llegaron mensajeros anunciando el asesinato de Tuathal Máelgharb y la aclamación de Diarmad como rey.
El episodio parece sacado de Macbeth.
Y al plantar aquel primer poste, Ciarán pegó en él un mazazo:
-¡Éste para Trén de Cluain Ichta!
Aquel Trén era un joven arrogante que había tenido la osadía de desobedecer a Ciarán. En el mismo momento que la maza dio en el madero y lo hincó en tierra, lejos de allí, a Trén, estando en su casa, le reventó un ojo en un estallido de sangre y se quedó tuerto para toda la vida.
Desde Cluain, tiempo después, mandó por vía fluvial una saya nueva a San Senan. La dejó en el río y la corriente la llevó a su destinatario no sólo intacta, sino incluso seca, como si no hubiese rozado el agua. Lo mismo pasó con unos evangelios que se le cayeron al lago, y que aparecieron con el tiempo enganchados a las pezuñas de una vaca. También respetó la lluvia algún otro libro que por despiste el santo se había dejado abierto fuera del convento. En vez de atril, San Ciarán usaba para leer la cornamenta de un ciervo amigo, que acudía dócilmente a hacerle ese servicio y lo acompañaba a todas partes.
Uno de los monjes de Cluain estaba invitado en Saigir, monasterio cuyo abad era otro Ciarán, tocayo de éste. Y al monje no se le ocurrió otra gracia que apagar una llama perpetua, sagrada, que se mantenía con gran solicitud y devoción en Saigir. 
Su patochada no quedó impune, porque un día salió al bosque y lo mataron los lobos. Y San Ciarán de Saigir decidió que no se podía encender otro fuego distinto y que, pues Dios lo había querido, todo el convento se quedaba sin fuego.
Ciarán de Cluain acudió preocupado, viendo que su monje no regresaba al convento.
-Ya sé que nuestro deber de hospitalidad -le dijo su tocayo- era tenerte agua caliente para que te lavases los pies; pero es el caso que no tenemos ni una chispa de lumbre en todo el monasterio. ¡Como no la traigas tú...!
Y le explicó el caso. 
Ciarán de Cluain salió al bosque y se puso a rezar cara al cielo. No tardó en bajar fulminada una centella que prendió en su pecho. Con esa llamarada encendida, sin sufrir dolor ni quemadura alguna, Ciarán regresó tranquilamente a las cocinas de Saigir.
-¡Tened lumbre, hermanos, no lloréis tanto, que no es tan grave la cosa! Y ahora me voy a resucitar a mi monje, que ya debe de estar impaciente entre los muertos.
-¡Eres grande, tocayo! ¡Quédate con nosotros todo el tiempo que se te antoje!
Ciarán fue muy amigo de varones gigantes en santidad, como San Kevin, San Ciarán de Saigir o San Colum Cille.
Pero como los milagros numerosísimos de Ciarán eran agradecidos por sus beneficiarios con generosas donaciones, resultaba que sus monasterios iban adquiriendo ingentes riquezas y se extendían por cada vez más vastos territorios.
Varios de los otros santos de Irlanda veían con inquietud este ascenso fulgurante, y más en un joven que no había cumplido los treinta y cuatro años. 
-Este pollo Ciarán ya se ha hecho el amo de media Irlanda y como esto siga así se va a hacer con Irlanda entera.
-Bueno, ¿y qué vamos a hacerle, si le salen bien todos los milagros? ¡No vamos a prohibir a los fieles que le donen lo que les apetezca!
-Escuchad: vamos a hacer huelga de hambre hasta que Dios decida llevárselo consigo. ¡Aquí hacen falta medidas de presión!
-Bien dicho: sin la movilización jamás se ha conseguido nada.
-Pues todos a una y ni un paso atrás.
Se dice que son tres las malas acciones cometidas por los santos de Irlanda: la huelga de hambre contra San Ciarán, la expulsión de San Mochuda del monasterio de Rathin y el destierro de San Colum Cille.
Cuando le fueron a Ciarán de Cluain con la noticia de las acciones emprendidas en su contra, se encogió de hombros.
-¡A mí, ¿qué?! Lo único que me importa es tener libre el camino hacia lo alto, el que va de aquí al Cielo. Ahí es donde no quiero yo estorbos.  
Y así murió San Ciarán. Viendo su fin próximo, mandó que lo llevasen a una pequeña capilla, donde se puso a orar. 
-Pero tened la capilla cerrada, no se me escape el alma al Cielo antes de que aparezca San Kevin.
Ángeles y santos estaban presentes en la despedida.
Entonces hizo su aparición San Kevin, que se había enterado de lo que sucedía pero llegaba tarde.
-Pero, ¡por Dios! -exclamó horrorizado Kevin- ¿No veis lo que está pasando esa pobre alma ahí presa? ¡Haced un hueco, que salga!
Como la capilla estaba cerrada, su alma no podía escapar, hasta que los hermanos abrieron un ventanuco en el tejado, por donde alzó el vuelo. 
El alma de San Ciarán vio a su amigo desde el Cielo.
-¡Un momento, en seguida vuelvo! -dijo a las legiones angélicas.
Los ángeles  conducen un alma al Cielo. Sepulcro gótico. Catedral de León.
Y como una exhalación regresó a su cuerpo que yacía en la capilla, velado por los monjes. Se sentó en su lecho mortuorio, abrazó a su amigo, se ofrecieron mutuamente agua bendita y estuvieron charlando toda la noche. 
Kevin dio la comunión a Ciarán y Ciarán le regaló a Kevin su campana, de recuerdo, antes de partir definitivamente al Paraíso.
Aunque el propio Ciarán, contrariamente a lo que solían sentir los irlandeses de su epoca respecto de las reliquias y del lugar elegido para enterrarse, decía que le era indiferente si sus huesos quedaban abandonados en mitad del bosque, como los de cualquier ciervo, fue enterrado en su monasterio con gran veneración de su tumba.
La santidad de Ciarán hizo que Cluain fuese escogido por reyes para su sepultura. Uno de los más antiguos poemas en lengua irlandesa, en honor del rey de Laiginn Aed mac Colgen, muerto en el 738, dice así:
Int Aíd issind úir,
In rí issind róimh,
Int énán dil déin
Le Cérán i Clóin!

¡Aed bajo la tierra!
¡El rey en el camposanto!
¡La tierna, pura avecilla,
con Ciarán, en Cluain!

Róim, la palabra que se emplea para "camposanto", es el nombre de la ciudad de Roma. Los cementerios se constituían a partir de las reliquias de los santos allí sepultadas o conservadas en capillas funerarias, del mismo modo que Roma, ciudad relicario, tenía por centros sagrados las reliquias de los apóstoles San Pedro y San Pablo. 
La festividad de San Ciarán se celebra el nueve de Septiembre.






lunes, 3 de septiembre de 2012

El manco de Conderi

Macc Nisse co mmílib,
Ó Chonderib máraib.

Macanisio del gran Conderi,
con miles de hombres.

La Vita tripartita de San Patricio, redactada en latín e irlandés en el siglo IX, menciona en un par de ocasiones a San Macanisio, Macniscio, Macníseo o Macnisio (Mac Nisse o Mac Cneise en irlandés).
Según esta biografía, Patricio maldijo tres veces a Macanisio, su discípulo a la sazón, con el que estaba enfadado. 
Esto sucedió en ocasión de estar ambos leyendo juntos los salmos. Al cuarto día, a consecuencia de la maldición, a Macanisio se le cayó una mano al suelo; allí mismo la enterraron bajo un túmulo de piedras y el lugar donde ocurrió el suceso se llamó desde entonces Carn Lámha, el Túmulo de la Mano.
El motivo de la indignación del apóstol de Irlanda lo explica el hagiógrafo irlandés John Colgan, en el siglo XVII: los amores de San Macanisio con una hermana (o sobrina) del propio Patricio.
Y es que Macanisio, con sus pecas, no resultaba nada feo.
-¡Muy largas tienes las manos tú! -clamó el santo cuando se enteró del agravio- Por esas manos te pierdes. ¡Quisiera Dios que se te separasen del cuerpo, antes de que eches a perder la fama y el alma, todo junto!
Sin embargo, Patricio quería a Macanisio entrañablemente. Él mismo lo había bautizado y educado. Aunque una de las explicaciones del nombre de Macanisio es que efectivamente su madre se llamaba Neas o Cneas (era insólito, pero a veces sucedía que a los irlandeses se les apellidaba por el nombre de su madre y no por el de su padre: esta costumbre parece haber estado extendida entre algunas poblaciones irlandesas de origen picto, según el historiador James F. Kenney), otra lo interpreta como "Niño de la Piel", y eso porque con él dormía San Patricio, piel contra piel.
Muestra de la confianza que tenía el santo en este discípulo es que le encargó el cuidado de las maletas de cuero en que guardaba sus preciados manuscritos durante los viajes.
Manuscrito del siglo IX llamado Primera Biblia de Carlos el Calvo.
Esas grandes cajas de cuero o madera ligera no sólo se usaban para el transporte de los libros, sino para su almacenamiento y conservación en las casas. El alto precio y lo poco manejable de los códices en pergamino hacían que las bibliotecas particulares, palaciegas o  monásticas fuesen reducidas y no eran necesarias grandes estanterías. Sobre la historia de las estanterías existe un ameno y documentado libro del ingeniero estadounidense Henry Petroski: The Book on the Bookshelf.
En la Ilustración de arriba se ve, abajo, a San Jerónimo con una de esas cajas a cada lado. A nuestra derecha, a través de la puerta abierta se entrevé que los códices se van colocando en una repisa fija en la pared a la altura de los ojos o poco más arriba. En la tira superior el santo estudia con sus discípulas santa Paula y Santa Eustoquia. El armario de la derecha parece no contener más que volúmenes (libros en forma de banda enrollada). Los volúmenes no se transportaban en cajas sino en tambores cilíndricos.
Los padres bollandistas rechazan como patraña increíble lo de la mano despegada, por un obvio motivo: San Macalisio fue sacerdote y obispo, cuando -arguyen- la falta de una mano (incluso la falta del pugar o del índice) constituye irregularidad e impide la ordenación. Tal vez la iglesia de Irlanda en sus inicios fuera menos puntillosa. 
Entre los santos de Irlanda, existen unos pocos prepatricianos, que se convirtieron en el continente, especialmente en Roma, antes de la llegada a la isla del gran evangelizador. Después de éstos, los más antiguos, que gozan de gran consideración, son los compañeros y discípulos de San Patricio.
San Macanisio aparece mencionado en los dos versos del Santoral de Óengus que cito al principio, en la estrofa correspondiente al 3 de Septiembre. En las notas se explica que el verdadero nombre del santo era Oengus, y que por mote le decían Cáemán Breac, "Guapito Pecoso".
Parece que existió una Vida de San Macanisio antigua, hoy perdida, pero de la que se conserva un resumen, extractado todavía en época medieval, que es el que recogen las Acta sanctorum del mismo día.
Dice esta Vida que San Patricio había profetizado el nacimiento y la santidad de Macanisio largo tiempo antes de su nacimiento y que, tras bautizarlo, lo dio a criar al santo obispo Olcán o Bolcán. Esto último plantea alguna dificultad cronológica, porque se dice que también Bolcán había sido bautizado y ordenado sacerdote por San Patricio.
Otro día, que iba San Patricio por tierras de los Dal nAraide (una nación que alardeaba de su origen picto y vivía al Noreste del Ulster), se cruzó con Olcán y el niño, y anunció al obispo:
-¿Ves a ése que va contigo? Pues él y sus sucesores mandarán sobre ti y los tuyos.
La profecía se cumpliría años después con motivo de una guerra entre los Dal nAraide y los Dal Riata, otro pequeño reino del Ulster. Sarran (o Sárán), rey de los Dal nAraide, había entrado en tierras de los Dal Riata de donde regresaba con gran cantidad de prisioneros. A Olcán le tocó negociar con él y obtuvo la vida de los cautivos a cambio de garantizarle al rey  la salvación de su alma. Pero Sarran había incurrido anteriormente en la maldición de San Patricio, el cual, cuando se enteró de que Bolcán le había enmendado la plana (y a sabiendas para más inri), se cegó de ira y mandó al conductor de su carro que atropellase y aplastase al obispo (ver Una familia de aúpa).  
El carretero se negó, pero San Patricio ordenó que la diócesis de Bolcán se repartiese entre San Macanisio y San Senan (ver San Senan y su isla). 
Pero para eso todavía tenía que llover mucho. De momento, Mac Nisse era un niño.
Bolcán, o mejor dicho su madre (que era la que mandaba en la casa), lo mandó a cuidar las vacas. 
Vaca. Canecillo románico.
El crío se quedó dormido en el prado y los terneros, aprovechando su distracción, se pusieron a mamar de las madres, que era lo que el zagal tenía que impedir. La señora, cuando vio su poco cuidado, lo despertó de un cachete.
-¡Despabila, niño, que aquí no estamos para alimentar vagos!
Al momento, la mano que había abofeteado al santo se quedó inerte hasta que a ruegos de Bolcán Macanisio rezó por la señora, a la que le fue devuelto entonces el movimiento.
Andando el tiempo, aquel pastorcillo se hizo un sabio y a pesar de su juventud San Patricio lo consagró obispo.
Emprendió una larga peregrinación. De Tierra Santa trajo abundantes reliquias: trozos de vestidos de varios apóstoles, huesos de Santo Tomás, cabellos de la Virgen y un pedazo del Sepulcro de Cristo. Además, uno de los famosos vasos del Templo de Jerusalén.
A su regreso se detuvo en Roma durante varios días, haciendo milagros, sanando leprosos, ordenando sacerdotes y recolectando numerosas dádivas que los romanos pudientes ofrecían a los pobres de Irlanda: vasijas de oro, de plata y de bronce.
Cuando iba de camino, San Macanisio se inclinaba reverentemente y colocándose el grueso volumen de los Evangelios entre los hombros, caminaba llevándolo así con todo respeto, sin sujetarlo con ninguna atadura, y no se sabe que alguna vez se le cayese.
Las nuevas de su vuelta a Irlanda lo precedieron, y de todas partes acudían a recibirlo multitudes. Fundó el monasterio de Conderi, que según el Santoral de Óengus significa "Robledal del Lobo", así llamado por los muchos que lo infestaban.
Conderi fue elevado a sede episcopal, carácter que perdió en el siglo XV, cuando fue absorbido por la diócesis de Down (en cuya sede de Downpatrick -Dún Pádraig en irlandés-, por cierto, se dice que están sepultados San Patricio, Santa Brígida y San Columba). 
En Irlanda continuó Macanisio diciendo profecías y haciendo milagros.
Él fue quien previó el nacimiento de San Comgall por el chirrido del carro en que viajaba su futura madre (ver Vida y milagros del pescador de sirenas). Cuando iban a visitarlo Santa Brígida o San Patricio, también le era revelado con antelación, y alegremente mandaba a sus monjes dejar lo que estuvieran haciendo para preparar a sus huéspedes una recepción como se merecían.
Viajando hacia Munster con estos dos grandes santos, se quedó atrás en un bosque, distraído, y San Patricio tuvo que retroceder a buscarlo.
-¿Por qué te has quedado aquí como pasmado?
-Porque ahí atrás he visto en un sitio los cielos abiertos, y por ellos muchedumbres de ángeles subiendo y bajando.
Ángeles subiendo y bajando: el sueño de Jacob.
Vidriera modernista en Notre-dame
de Fourvière, Lyon (Francia)
-Eso quiere decir que tenemos que dejar allí algunos hombres de los que vienen con nosotros para fundar un monasterio. ¡Es un lugar sagrado!
-No lo hagas, hazme caso -replicó San Macanisio-: porque de aquí a sesenta años nacerá un varón santo en mi familia, y le pondrán Colmán, y le llamarán Colmán Ela, o sea Colmán el Otro, para distinguirlo de los muchos Colmanes que hay por aquí. Ése es el que está destinado a fundar en este bosque el monasterio, que se llamará Lan Ela.
Macanisio devolvió la vista a ciegos, sanó a leprosos, hizo quedar encinta y parir un hijo a una mujer que llevaba más de quince años sin poder concebir, por su edad.
Una vez, un hombre fue asesinado, seguramente en una de aquellas sañudas y largas guerras entre familias. Dejó un huérfano, que se refugió entre unos amigos de su padre; pero los enemigos se lo arrebataron y se disponían a darle muerte. Macanisio no consiguió que le perdonasen la vida. Seguramente pensaban que la supervivencia de un familiar los condenaría a vivir con la barba sobre el hombro, sin poderse quitar el miedo a la venganza.
-Concededme al menos el tiempo de que rece por su alma: no lo matéis hasta que lleguéis a aquel montón de piedras.
-Eso pensábamos hacer: subirlo a él y lanzarlo a lo alto, para recibirlo, a su caída, en la punta de nuestras lanzas.
Este tipo de muerte tiene un aspecto ritual y recuerda a lo que comenta el arqueólogo Timothy Taylor de los sacrificados en las turberas: lugares indefinidos, tierra de nadie entre dos mundos, que ni bien son acuáticos ni terrestres. El que en ellos muere queda preso en la nada, sin poder encontrar su sitio en este mundo ni en el Más Allá. 
Del mismo modo, pinchado en la punta de las lanzas, el niño agonizaría colgado entre la tierra y el cielo y quedaría en eterna suspensión.
Por otra parte, el rito coincide exactamente con el sacrificio quinquenal de los Getas referido por Herodoto (4, 94), que por este procedimiento de las lanzas enviaban un mensajero al dios Zalmoxis. Mircea Eliade, en su libro sobre este dios, relaciona el sacrificio con prácticas chamánicas en que el espíritu del chamán, dejando al cuerpo en tierra, viaja hasta los dioses o espíritus para comunicarse con ellos. También señala Eliade bastantes coincidencias entre la religión gética y la de los celtas. Ambos pueblos convivieron, por cierto, en territorios vecinos de la Europa sudoriental. 
Ha aparecido alguna vez en estos retazos el asunto de la cojera del héroe; también, dentro del tema más amplio de la mutilación aparecen el héroe/dios tuerto y el manco (ver en el país de los tuertos el cojo es el rey) o que tiene alguna asimetría en pies, manos u ojos. Entre los germanos están el manco Tyr, y el tuerto Odín, entre los romanos Mucio Scaevola y Horacio Cocles (cuyo paralelismo tanto dio que pensar a Dumézil). Y entre los irlandeses, Lugh (que tenía una mano mucho más grande que la otra) sucedió en la monarquía de los Tuatha dé Danann a Nuadu, que fue rey a pesar de ser manco (igual que Macanisio fue obispo a pesar de su mutilación). Y Lugh -o su equivalente continental Lugu- se representa a menudo con un ojo enorme, como Cú Chlainn, el héroe del Ulster, hijo de Lugh.
Pero he dejado al pobre niño de la leyenda piadosa camino del montículo de piedras.  Estando ya la criatura en el aire -¡oh asombro!- surgieron los ángeles del Cielo y llevándolo en volandas,
Ángeles llevando un alma al Cielo. Capitel románico.  
lo depositaron con toda delicadeza junto a San Macanisio, que lo tomó consigo y lo crió.
Este niño salvado de la muerte llegó a ser el famoso obispo Colmán, fundador de la iglesia de Cill Ruaid.
Tanto se preocupaba San Mac Nisse por sus monjes que una vez, visitando un monasterio, se acercó al río que pasaba al pie de sus muros (se llamaba el río Curi) y le dijo:
-Escucha, río: ¿tú no ves que no dejas concentrarse a los monjes para rezar, leer ni pensar con esa cháchara constante de tus aguas? Tu cantar es muy grato, pero distrae. ¿Por qué no te vas con la música a otra parte?
Obediente, el río se fue deslizando de lado y cambió su curso, de manera que desde entonces daba un gran rodeo para no estorbar a los frailes estudiosos con su rumor.
Pero, como se vio en el caso de la irritable madre de Bolcán, si Macanisio era capaz de estas delicadas atenciones, también lo era de reacciones temibles en sus enfados.
Una vez que pidió por amor de Dios limosna u hospedaje -no lo aclara la Vidaen cierto pueblo y se lo negaron, un incendio espantoso lo devoró entero en un instante, es de suponer que con todos sus habitantes dentro. ¡Venganza divina!