miércoles, 20 de junio de 2012

Viéndoselas con los demonios (San Moling, parte 3)

Entre otras razones, era Moling el santo indicado para la redención del tributo bovático porque su nacimiento recuerda a los trágicos acontecimientos que dieron origen a aquel impuesto tan importante en la Historia de Irlanda.
Según se cuenta en el relato medieval El nacimiento de Moling y su vida (Geinemain Molling ocus a bhetae; se puede consultar en línea en Internet archive, con traducción inglesa) fue la mujer de Faolán, el padre de Moling, quien le sugirió a aquél que se trasladasen a la frontera de Osraige y Laiginn y allí se hiciera briugu (persona encargada de mantener una hospedería para los viajeros). 
Una hermana de la mujer, Emnat, los acompañaba. Faolán se fijó en la cuñada, que era muy guapa, y ella se enamoró de él. Pronto se dio cuenta, con vergüenza y miedo, de que estaba encinta y no se le ocurrió otra cosa que salir huyendo. Llegada a su tierra, Luachair, una noche de nevada, en pleno campo, tuvo a su hijo y resolvió darle muerte allí mismo. Pero Dios mandó una compañía de ángeles y una paloma que protegía al recién nacido dándole calor con las alas y defendiéndolo con las uñas, hasta que pasó por allí San Brendan mac Finnlugh, el famoso santo navegante,  cuando Emnat ya estaba a punto de acabar con el bebé a puros cantazos. 
La leyenda de la mujer despreciada que se ve obligada a traer al mundo, en el campo, un hijo del pecado y lo abandona (o, peor, intenta darle muerte en este caso), pero es salvado por las palomas, no puede dejar de recordar al nacimiento de Semíramis.


Al futuro Moling lo bautizaron poniéndole Tairchell (Rodeo) por las vueltas que daba la paloma a su alrededor en su intento de defenderlo.
Y aunque se lo quedó Collanach, un monje de San Brendan, para criarlo junto a muchos hijos de reyes y de príncipes que tenía a su cargo, su verdadero maestro fue Víctor, el ángel de San Patricio.   
En el Santoral de Óengus se leen otras noticas más enigmáticas sobre San Moling, el santo del que me vengo ocupando desde hace dos entradas. Habla de cierta fundación suya, llamada el Taidén, que no se sabe si era una iglesia o como dice Whitley Stokes un molino fluvial con su presa. En otros textos parece que Taidén es el nombre de un río, estrechamente relacionado con este santo, o acaso del canal que excavó con sus propias manos.
En todo caso, dice el Santoral de Óengus que durante la fundación del Taidén Moling lo pasó mal por la gran abundancia de demonios, lobos y mala gente que allí acudía. En la leyenda de San Moling a veces no se distingue bien si los malvados que aparecen son demonios, espectros (fuath en irlandés es "espectro", "odio" y "horror") o simples malhechores. El malhechor, como forajido, es el que se sitúa fuera de la sociedad y también del mundo ordenado, del cosmos: es el hombre del bosque, de la sierra. Muchas veces el bandolero adquiere proporciones sobrehumanas y diabólicas en la tradición: Roberto el Diablo, la Serrana de la Vera...
También se lee allí -en el  Santoral de Óengus- que estando el santo junto al río Garb, entre Laiginn y Osraige, solían muchos pasar de un reino a otro, y que el cruzar a Laiginn, hacia el Este, le causaba a Moling gran alivio, y en cambio el viaje a Osraige, a Poniente, le daba terror.
Esto parece tener que ver con el significado simbólico del paso del río, a que me refería en la entrada anterior, como tránsito entre este mundo y el Más Állá. Moling, como decía, tuvo el oficio de barquero. 
San Julián el Hospitalario. Siglo XIV.
No es que venga muy a cuento, pero a veces pienso en Caronte cuando me acuerdo del barquero de la canción de corro, que no cobra su óbolo a las niñas bonitas. Les cobra la niñez y la bonitura misma, porque es la Muerte para quien no hay edad ni belleza ni donaire que valga.
Por hacer de barquero (como el barquero de L'arrache-coeur de Boris Vian) Moling tiene que lidiar con mala gente, lobos y fantasmas. A cambio, es capaz de devolver la vida; y a veces, como en el caso del niño que contábamos, es el propio río el que opera la resurrección.
Claro que dentro del simbolismo cristiano no hay nada más conocido que el agua que da la vida, que es el bautismo, díctamo, antídoto y curación para el ciervo envenenado o herido. Y claro que no sólo en el cristianismo se encuentra el agua como símbolo de resurrección. 
Cuenta el Geinemain Molling un primer encuentro de Moling con uno de estos seres perversos contra los que tuvo que luchar toda su vida cuando era pequeño y estaba estudiando con Collanach. Era su ocupación entonces recorrer la comarca con un bordón y un par de alforjas recogiendo limosnas para el sustento de maestro y escolares. Aquel ser se llamaba Odio Sañudo; iba viajando con su mujer, su sirviente, su perro y nueve criados.
-¡Qué cosa más rara! -dijo Odio Sañudo a los suyos-. Nunca he hecho más que el mal y a ese chico me apetece protegerlo.
Sin embargo, se le plantó delante y le dijo:
-¿Ves esta lanza? Con ella te voy a atravesar de parte a parte.
-Será si no te doy primero un porrazo con este cacho de bordón, que no lo abarco con la mano. Pero ¡ya podrás! ¡Un forzudo contra un muchacho! ¡Debías darme por lo menos algo de ventaja!
-¿Cuánta?
-Tres pasos por ser un peregrino y otros tres por ser un loco.
-Bueno, vale. De todas maneras yo soy más rápido que un ciervo y mi perro más que el viento.
El primer paso fue un salto tan grande que Tairchell casi desapareció de su vista y el último lo llevó al coro de la iglesia, donde Collanach estaba cantando con los demás frailes.
-¿Qué ha pasado, Tairchell, que tienes la cara ardiendo como un héroe en el furor de la batalla?
Tairchell se lo contó y Collanach contestó:
-Bueno; aquí en la iglesia estás a salvo. Desde ahora te llamarás Moling (que quiere decir "mi salto").  
Entonces el maestro le reveló la historia de su nacimiento y le presentó a su madre.
-Mucho hemos sufrido tu madre y yo por tí: porque a ella todos le echaban en cara su pecado, no dudando en tirar la primera piedra, y a mí me acusaban de ser tu padre y estar conchabado con ella.
Y ese mismo día lo tonsuraron. Era el fraile más guapo que se hubiera visto jamás. 
Y emprendió viaje a la tierra donde había sido engendrado, donde construyó su iglesia sobre los cimientos de una que había dejado sin terminar San Brendán. Era aquel un lugar maldito, plagado de ladrones y criminales.
Mientras estaba cortando leña con San Gobán, le saltó una astilla a un ojo y lo dejó tuerto. Sin decir nada, se tapó el rostro con la capucha y se retiró.
El tuerto, al igual que el cojo, (ver En el país de los tuertos el cojo es el rey) es personaje que se pasea entre ambos mundos, o al menos que puede ver en ellos, es visionario y a menudo oculta su defecto, como Odín con el ala de su amplio sombrero.
Esta característica de ser tuerto se relaciona con la invisibilidad y la capacidad de cambiar de apariencia. Cuando los de Tara iban en su persecución después de haber logrado la redención del tributo (ver la entrada anterior), Moling consiguió que cada uno de los soldados enemigos adquiriese su apariencia a los ojos de los demás, y así se mataron unos a otros pensando que era al santo a quien estaban dando muerte.
Es el caso que Moling, dolorido y con la astilla clavada en el ojo, regresaba a su celda cuando por el camino, se encontró con un estudiante que le preguntó qué le pasaba.
-Nada, que se me ha metido una astilla en un ojo y estoy rabiando.
-Trae que te diga una oración que hay para eso:
¡Una rueda de molino en el ojo,
una hoja de acebo en el ojo,
todas las desazones en la mejilla,
un grifo de grandes garras en el ojo!
-¡Qué mala idea! Me has puesto mucho peor de lo que estaba....
-¡Qué cosa más rara! -rió el estudiante, que era un demonio- No suele fallar este conjuro... ¡Adiós!
Por suerte, en seguida se le apareció un ángel del Cielo que lo curó con otro conjuro, y su vista quedó mucho mejor que al principio de todo.
Oftalmología medieval. Siglo XII.
Un día le salió al encuentro un leproso pestífero, repelente y medio sin narices ni orejas pidiéndole que lo llevase un trecho a cuestas, pero quitándose la ropa primero, porque el roce con ella lo escocía horriblemente y tenía que ser piel contra piel. Luego lo hizo sonarle lo que le quedaba de nariz, y sólo podía hacerse con la boca si no quería correrse el riesgo de quedarse con el pedazo en el pañuelo o la mano (esto también se cuenta de San Winwaloe: ver Peregrinos por Europa). San Moling hizo de tripas corazón, cerró los ojos y satisfizo la petición del leproso. Cuando los abrió, el gafo había desaparecido. San Moling se escupió en la mano izquierda lo que tenía en la boca y quedó mosqueado.
-¿Qué te pasa? -le preguntó el ángel Víctor cuando bajó a hablar con él.
Moling se lo contó.
-Y si era un ángel o Cristo disfrazado para probarme, ¡aleluya!; pero si ha sido un demonio para gastarme una jugarreta, ¡maldita la gracia!
-Y ¿en qué forma te apetecería que se te apareciese Cristo, ya que eres tan remilgado?
-En la de un niño de siete años muy mono y muy rico.
Al momento, un niño así saltó a su regazo y estuvo toda la noche jugando con él. Era el Niño Jesús.   
Pero yo imagino a Moling restregándose la mano izquierda con el hábito, aún dudoso y asqueado:
-Sí, sí... pero el primero, el de la lepra... ¿sería del Cielo de verdad o sería de los otros?...
También, junto al Taidén, tuvo lugar un encuentro entre Moling y su gran amigo Mael Dobarchon, un santo del que no hay apenas noticia. Mael Dobarchon, al igual que Moling, era hijo de un briugu, y aquel día estaba buscando unos caballos que se le habían escapado a su padre.
-Aquí andamos buscando...
-Y yo buscando a Cristo.
-Qué crimen tan grande fue eso de matarlo, y qué no haríamos por salvarlo, si pudiésemos.
Moling se quitó el hábito y lo arrojó a unas espesas matas de espinos.
-Si eso fuese Cristo, ¿lo salvarías tú?
-Verás.
Y Mael Dobarchon rompió por entre los espinos y se abrazó, chorreando sangre, a la túnica del monje. San Moling gritó entonces:
-¡Eh, tú, fraile, ven acá!
Y el hábito, moviéndose por sí solo, volvió junto a él.
-Con este gesto de arrojo que has tenido -dijo Moling a su maltrecho amigo- arañándote de esta manera por amor de Cristo, te has ganado el que no te toquen un pelo los demonios en la otra vida. Les has quitado el poder sobre ti.
Allí mismo estaba sentado meditando otra tarde cuando vio acercársele a un joven apuesto y elegante, vestido de púrpura.
-Muy buenas -le saludó el joven.
-Amén.
-¿Cómo que "amén"? ¿Ésa es manera de saludar? ¿Amén a mí?
-¿A ti? Pues ¿tú quién eres?
-¿Quién voy a ser? ¡Cristo, el hijo de Dios!
-No me vengas con cuentos de camino, porque Cristo cuando baja a la tierra no va de púrpura ni de señorito como tú, sino de mendigo desharrapado y de leproso.
-Pues si no soy Cristo, ¿quién soy entonces?
-Pues mira: me da que el típico demonio tocanarices. ¿Acierto?
-¡¡Hombre de poca fe!!
-Si eres Cristo, mira lo que estoy leyendo -dijo, alzando los Evangelios en que estaba meditando.
-¡Quita eso de mi vista! Es verdad, soy el que tú creías, pero bastante desgracia tengo.
-Bueno, ¿y a qué vienes?
-A pedir tu bendición.
-Ni hablar. Primero porque no te la mereces y segundo porque no te aprovecharía nada.
-Algo haría. Es como si te metes vestido en un baño perfumado y no te restriegas ni nada: aunque no quedes limpio se te pega el buen olor.
-Nada, nada: el perfume y la roña hacen muy mala pareja.
-Bueno, pues si no me echas la bendición, por lo menos échame una maldición, por el hecho de que vengo a tentarte.
-¿No tienes bastante maldición ya?
-Sí, pero la ira es un pecado aunque sea contra uno de nosotros, y tu veneno se volvería contra ti. Pero ya veo que no hay manera contigo.
-Si hicieras alguna buena acción, aunque fuera pequeñita, Dios se apiadaría de ti.
-Soy incapaz.
-Por ejemplo, ponte a estudiar. Ahí tienes una buena acción.
-¿Estudiar? ¿Con quién te crees que estás hablando? ¡¡Sé mil veces más que tú y que el más sabio que me encuentres de vosotros!! Pero ¿qué adelanto con eso?
-Haz ayunos.
-Los demonios no comen.
-Con una genuflexioncilla, que no cuesta nada, ya valdría para empezar.
-Pero ¿tú no ves que no puede ser porque a los demonios se nos dobla la rodilla hacia atrás, como a los pollos, y no hacia delante como a las personas?
Excitación diabólica y patas de pollo. Capitel románico.
-Nunca me había fijado.
-Pues sí, hombre, sí.
-Pues, chico, ya no se me ocurre otra cosa.
-No: si es que no. Bueno, ¡hala!
Y el pobre demonio se fue entonando un himno lleno de nostalgia, donde se celebra la ventura del que está con Dios y la miseria del que está apartado de él.
El poema y el diálogo están en las notas del Santoral de Óengus.
Ahora bien, el tener pies de pájaro ya he comentado en otra ocasión (u ocasiones) que es cosa propia de seres sobrenaturales inquietantes y de diablos; también lo es el padecer una inversión en las extremidades inferiores, como tener los talones delante y los dedos detrás (esto le sucedía a Leborcham, la sirvienta de Conchobar, el rey del Ulster). Y una vez más, se trata de rasgos relacionados con la cojera y la descalcez.
Pero lo dejo por ahora, que quedan más cosas para contar otro día de este santo de Laiginn.

lunes, 18 de junio de 2012

La redención del tributo (San Moling, parte 2)

Al legendario Tuathal Teachtmhar, que reinó en Tara en el siglo primero o segundo de nuestra era, se atribuye la división de Irlanda en cinco provincias. También fue él el que impuso a la de Laiginn su oneroso tributo, llamado en irlandés bórama y en latín bovaticum, de , "vaca".
La historia (titulada Boroma, está recogida en la Silva gadelica de Standish O'Grady y en el volumen XIII de la Revue Celtique, ambas consultables en línea en Internet Archive, por ejemplo, con traducción al inglés) fue así: Tuathal Teachtmhar tenía dos hijas gemelas bellísimas, Fithir y Dáirine. Eochu mac Eochach, rey de Laiginn, le pidió una de ellas por esposa, y como no había entonces costumbre en Irlanda de que se casase la hermana menor antes que la mayor, tomó a Fithir.
Pero cuando llegó a Laiginn, le dijeron sus súbditos:
-Has hecho el tonto: te has quedado con la peor hermana.
Esto lo decían porque era ahijada del rey de Connacht, mientras que la pequeña lo era del de Ulad, más poderoso.
-Todo tiene arreglo.
Eochu volvió a Tara.
-Rey Tuathal, tu hija, mi mujer, ha muerto. Sería mi deseo que me concedieras la mano de la otra.
-¡Vaya por Dios! -dijo Tuathal-. En fin: que sepas que si fueran veintiuna mis hijas todas te las daría una detrás de otra por la gran amistad que te tengo.
-No se hable más.
Eochu se llevó consigo a Dáirine; pero cuando la princesa vio a Fithir rebosando salud y comprendió el chanchullo de su marido y consentidora hermana fue tal el bochorno que se le vino encima que se le rompió algo por dentro y quedó en el sitio. Fithir, al verla muerta por su culpa, sucumbió al dolor.
Este trágico relato se ha comparado repetidamente al mito griego de las hermanas Procne y Filomela, víctimas de otro bígamo desaprensivo, Tereo, metamorfoseadas en golondrina y ruiseñor. (Tereo, cuyo irónico nombre es "custodio", acabó convertido en la pestífera abubilla, pájaro de muy mala fama en el folklore europeo y del que se dice en varias partes que construye los nidos con las boñigas que encuentra por ahí). 
Elisabeth Jane Gardner: Procne y Filomela.
En fin: Tuathal que se enteró del fin que habían tenido sus hijas declaró la guerra a Laiginn con Connacht y Ulad por aliados. Venció al cabo la coalición y se impuso a los derrotados el asfixiante tributo anual, el bórama.
Mucho tiempo después, Fionn Mac Cumhail (el Fingal de Ossian) tomó partido por los laginienses y consiguió que se interrumpiese el pago del tributo, pero no que se apagase el odio de Laiginn contra Tara. Y así sucedió que un año los de Laiginn asaltaron la fortaleza de Tara, encerraron a tres mil doncellas (treinta princesas con cien criadas cada una) en un edificio de madera y le prendieron fuego, de manera que no se salvó ni una de las mujeres. Esto, según los Anales de los cuatro maestros, sucedió el año 241 y fue causa de que el tributo se volviese a recaudar, y en condiciones más gravosas y humillantes que al principio.
Pero corrieron los siglos y Laiginn pensó que bastaba de pagar y se alzó en armas. Esto fue en tiempos del rey de Tara Finnachta Fledach, Finnachta el Juerguista, que reinó a finales del siglo VII.
Dijo el rey de los Uí Muiredaigh, que vivían al Sur del actual Kildare:
-Nunca hemos vencido por las armas. Es mejor que enviemos a un sabio que defienda nuestra causa, aprovechando la feria anual.
En Tara, como en otras ciudades de Irlanda, se celebraba una gran fiesta con feria, asambleas y competiciones: fiesta social y religiosa.
-Pues ¿a quién mandamos? ¿Quién será nuestro emisario?
-Moling, llamarada de fuego,
ola que hinche las riberas,
será remedio de todos.
Él es el jabalí que encabeza la piara,
la rama que descuella en la copa,
¡el hijo de Faolán, el profeta!
Moling no era especialmente parcial a favor de los suyos. Cuando estalló la guerra entre Laiginn y el vecino Osraige (Ossory), desastrosa para éste, impidió con sus oraciones que los de Laiginn se llevasen su enorme botín, dejando a los de Osraige en la miseria. Los ganados que conducían se negaron a cruzar la frontera y no hubo manera humana de moverlos, hasta que ya los de Laiginn vieron que era cosa de Dios y desistieron.
Pero aquella vez el santo veía que tenían razón sus paisanos. No era justo que pagasen por un crimen de hacía siglos.   
Moling compuso un cántico de alabanza al rey Finnachta, de la familia O'Neill, y fue a pedirle audiencia, acompañado de un poeta que lo recitase por él.
El poeta resultó ser un traidor, se aprendió el cantar de memoria y huyó decidido a vendérselo al rey como obra suya.
A su llegada Tara,  los vecinos y cortesanos recibieron a Moling a cantazos y tirándole tarugos de madera y toda clase de objetos; pocos se levantaron a hacerle honra.
Pronto se demostró que Moling era muy malo para adversario. Desencadenó sobre Tara una granizada que les aguó la fiesta y les hizo suspender los juegos y carreras. Sin embargo, por donde iba el santo, un claro se abría sobre su cabeza y lo acompañaba de manera que no se mojaba aunque estuviese diluviando alrededor. Los de Tara fueron a suplicarle que les dejase disfrutar de sus juegos y que pedirían al rey que accediese a su demanda. De pronto, se oyó un gran griterío lastimero.
-¿Qué es esto? -preguntó el rey- ¿qué son esos ayes?  
-Es -dijo Moling- que ha venido corriendo un ciervo, y los jóvenes se han arrojado a lanzarle sus venablos, y uno ha alcanzado a tu hijo en la pierna y lo ha matado. 
Caza del ciervo. manuscrito del siglo XIV.
Esto ha pasado por no recibirme con los honores debidos.
-Devuélvemelo vivo y te daré lo que quieras.
-Poca cosa por ser para ti; y en esta oferta entran tres artículos: la vida de tu hijo y el paraíso para ti y (cosa que no es ninguna baratija) mi propio poema de alabanza.
-Bien, pero ¡a saber lo que pedirás por todo el lote!
-Poca cosa: que aplaces el pago del tributo de Laiginn hasta el lunes.
-¿Eso? ¡Concedido! Y ahora, empieza por el poema.
-Finnachta de los O'Neill amanece como un sol,
Es el barco sobre las olas, la ola sobre la playa...
-¡Para, para! Ese poema ya está visto. Ya lo he comprado yo a otro.
-Porque me lo robó ese sinvergüenza; y si es suyo de verdad, que salga y lo declame.
El poeta se alzó y sin querer empezó a cantar tonterías:
-Dríbor drábor, ¡Jou, jey! 
Dríbor drábor, ¡Jou, jey!
Dringuilindrámbalar, ¡Jey, jorro!
Drúbar, drúbar, ¡Jorro, jey!...
Dio una voltereta en el aire, salió corriendo como alma que lleva el Diablo (y así era en verdad) y se lanzó de cabeza a un río, donde pereció ahogado.
Luego, por las preces de San Moling, resucitó el príncipe.
Emplazamiento supuesto del antiguo salón de banquetes. Tara, Irlanda.
Moling iba ya de regreso a casa cuando los druidas fueron a preguntar al rey:
-¿Qué le has concedido a ese Moling?
-He aplazado el pago del tributo hasta el lunes.
-Pues has hecho una patochada muy grande, porque ¿no te has dado cuenta que por aquí "hasta el lunes" quiere decir también "hasta el día del Juicio"?
-No había caído.
-Pues la has hecho buena.
San Adamnán, abad de Iona, que era amigo de infancia del rey, conoció por una visión lo sucedido y fue a toda prisa a reunirse con él.
-Luego lo veo -mandó Finnachta que dijesen al abad-: cuando acabe esta partida de fidchell (el fidchell era un juego de mesa irlandés).
El rey juega. Grabado del siglo XV.
-Decidle al rey que voy a rezar cincuenta salmos. Y uno de ellos va cargado con la maldición de que sus descendientes perderán el trono de Tara para siempre.
-Me importa un bledo -dijo el rey-. Quiero acabar la partida.
-Decidle al rey que voy a rezar cincuenta salmos. Y uno de ellos va cargado con la maldición de que su muerte no se hará esperar mucho.

-Me importa un bledo -dijo el rey-. Quiero acabar la partida.
-Decidle al rey que voy a rezar cincuenta salmos. Y uno de ellos va cargado con la maldición de que Dios no tendrá piedad de él.
-Bueno, venga: a ver qué quiere ese fraile pesado.
-¿Por qué sólo me has hecho caso a la tercera? -dijo Adamnán.
-Porque si mis descendientes suben o no al trono de Tara me importa un rábano y porque morir pronto o tarde me importa otro rábano, ya que he comprado ¡y bien cara! a Moling la promesa de ir al Paraíso. Pero si tú ahora me echas la maldición de que no se apiade Dios de mí, se plantea un conflicto que no estoy seguro de cómo se va a resolver.
-¿Has visto cómo te la ha jugado ese santo de Laiginn?
-Así es. No importa: lo traeremos prisionero y le obligaremos a que reconozca su engaño y lo deje sin efecto.
-Es lo único que puedes hacer -dijo San Adamnán.
Finnachta mandó soldados en su alcance, pero Moling, con la ayuda de Santa Brígida, principal abogada de Laiginn, y otros santos, hizo bajar una niebla milagrosa que lo ocultó de sus perseguidores.
Moling combatía a los druidas con sus propias armas. Como explican Le Roux y Guyonvarc'h en su libro Les druides, éstos tenían poder de provocar aguaceros y de hacerse invisibles por medio de nieblas mágicas.
Este don de invisibilidad se relaciona (así lo señala Carlo Ginzburg) con la capacidad de traspasar la frontera del Otro mundo: la invisibilidad es un poder que pertenece ante todo a las deidades infernales. También, por cierto, el oficio de conducir un transbordador, ejercido por este santo, es simbólico de esa familiaridad con ambas riberas de la vida.

sábado, 16 de junio de 2012

Moling, libertador de Laiginn

In doss óir ós críchaib,
In grian án úas túathaib,
congreit ríg, balc bráthair,
cain míl, Moling Lúachair.

La zarza de oro sobre las fronteras,
El sol espléndido sobre los pueblos,
Paladín del rey, fuerte hermano,
Buen guerrero, Moling de Luachar.

De la vida de San Moling nos han llegado varias versiones antiguas, unas en latín y otras en irlandés. El Santoral de Óengus le dedica esta estrofa completa, correspondiente al 17 de junio, y se explaya sobre él en las notas, recogiendo poemas en su honor y leyendas.
San Moling era de la estirpe real de Laiginn (Leinster), descendiente del legendario Cathaír Mór, padre de la simpática Ethne Taobhfhota -Flancoslargos- cuya  lírica figura domina la breve narración épica Esnada Tige Bucet. A uno se le queda en la imaginación la estampa de la muchacha, caída en la pobreza por la excesiva generosidad y sentido del deber de su padre adoptivo, que baja al río al alba y escoge para el noble anciano el agua más pura del arroyo, los juncos más frescos, tiernos y aromosos con que prepararle la cama. Y allí, junto a la corriente, su encuentro con el príncipe que, más conquistado por su abnegación que por su belleza, solicitará su mano.
Moling (volviendo al santo) era hijo de Faolán y de Nemnat o Emnat Ciarraigheach, así llamada porque procedía de Ciarraige Luachra (Kerry de los Juncos, otra vez), en la orilla derecha del Shannon, donde su ría se abre al océano.
Faolán, el padre de Moling, era briugu: un hombre rico que tenía la honorífica (y onerosa) función de mantener un albergue gratuito para viajeros. Exactamente como el Bucet de la leyenda que mencionaba antes, el padre adoptivo de Ethne Taobhfhota. Casualmente, era en Luachair (Juncos) donde tenía su hospedería. Más tarde se desplazaría al territorio de los Uí Chennselaigh, en la costa de Laiginn -illustrior pars Laginensium, dice la Vita latina-, donde al parecer nació Moling. En la Vita se lee que estos Cennselaigh se llamaban así por ser descendientes de un rey llamado Enna, que al término de una cruenta batalla apareció victorioso, con el cuerpo y la cabeza cubiertos de sangre y polvo (Cenn Salach, Cabeza Sucia).
Recién nacido el niño, bajó un ángel del Cielo en forma humana a bendecirlo, profetizando que no vendría al mundo otro santo mayor en Irlanda. Este mismo ángel, bajo el aspecto de un venerable sacerdote, lo bautizó imponiéndole el nombre de Tairchell y desapareció misteriosamente.
Moling fue entregado a los monjes para ser educado y rápidamente adquirió un vasto conocimiento de las Escrituras. 
El río Barrow (Leinster, Irlanda).
Ya mozo, con unos pocos discípulos, se encaminó, a orillas del Bearú (Barrow en inglés), a un lugar llamado Ros Bruic, el Bosque del Tejón, que después y hasta hoy se conocería como Teach Moling (St Mullins en inglés) por aquel santo, que fundó allí su monasterio. Lugar que siglos antes ya fuera predilecto para Fionn mac Cumhail, el Fingal de los poemas osiánicos. Y donde ya en tiempos cristianos el rey loco Suibne, transformado en pájaro, oiría con delicia, posado en una rama, el cantar de los monjes:
"Ceol na salm, go salmglaine
i Rinn Ruis Bruc cen búaine..."
"La música de los salmos, con la limpieza suya,
En la punta de Ros Bruic, que poco le queda de llamarse así..."
San Moling se buscó un emplazamiento adecuado para una vida eremítica en un lugar donde la marea, dos veces al día, dejaba abundancia de peces. Vivía en un árbol hueco, con grandes ayunos y penitencias. Cuando estaba en oración, fulgía con un resplandor de fuego que la vista no podía soportar. Caminaba sobre las aguas, y una vez que se dejó un libro olvidado en las rocas donde se sentaba a leer, la marea que se lo arrebató se lo devolvió seco e ileso, como si lo hubiera tomado prestado un rato para leer las epístolas de los apóstoles.
Poseía el don profético y escribió un extenso poema en lengua gaélica sobre los futuros reyes de Irlanda, sus batallas y triunfos. No se conserva esta obra, que yo sepa.
Construyó una almadía con la que cruzaba el río a los viajeros por amor de Dios, como San Julián el Hospitalario (y hospitalario, que eso es briugu, era el padre de Moling). Edificó un molino e introdujo, según se dice, el centeno, que no se conocía en aquellas partes. Es frecuente atribuir a los santos, como a San Martín, este papel civilizador de enseñar a las gentes tal o cual cultivo.
También fue un santo constructor. Con sus propias manos estuvo durante siete años cavando un canal necesario para su convento y la comarca. Mientras no lo hubo terminado, no bebió de él ni se refrescó en él la cara por más que sudase. Tenía hecho ese voto. Y cuando lo acabó se bañó en él gozosamente y marchó en procesión con sus monjes, alegremente, hasta donde había dado el azadonazo primero.
Estos trabajos los hacía por penitencia, porque cuando quería, con la fuerza de sus rezos desplazaba peñascos ingentes, que todo un ejército no era capaz de mover ni un dedo. Más asombroso es lo que hizo con una losa que se cayó de un carro y se partió en dos: con sus plegarias la pegó sin que se notase siquiera la juntura.
Gobán Saer, un santo arquitecto e ingeniero, tragaldabas y forzudo, que ha heredado, con el nombre, muchos rasgos del dios Goibniu (Gobán Saer viene queriendo decir Herrerillo el Artesano), el Hefaistos celta, construyó para San Moling una capilla de madera de roble. El salario estipulado fue la mitad de la capacidad de la capilla, en centeno. Terminado el edificio, Gobán lo arrancó del suelo, lo volcó para que Moling midiese el grano y lo volvió a dejar como estaba.
Talaron un día los leñadores para aquella obra un inmenso roble, que al caer se precipitó por un barranco. Quedó, inútil, en el fondo, donde no lo podían recuperar, y acudieron afligidísimos a contar su estéril trabajo a Moling.
-Alegraos -les dijo-; es tarea que Dios nos ahorra y si no me creéis esperad a mañana.
Por la noche el barranco creció y arrastró el tronco gigantesco al mar, donde las corrientes lo depositaron en la playa, cerca de la obra.
Constructores. La torre de Babel. Manuscrito del siglo XI.
Una mañana, al salir a trabajar San Gobán con su cuadrilla a la voz de: "¡A trabajar en el nombre del padre y del Hijo!" Moling los detuvo.
-Hoy se descansa; hoy sólo revisad las herramientas y dejadlas en condiciones.
Al día siguiente, lo mismo:
-Hoy no se trabaja: hoy playa y día libre para todos.
Así un día y otro, hasta que al final una vez los dejó salir.
-¿Por qué nos has estado dando largas hasta hoy?
-Porque es la primera vez que dices, como es debido, "en el nombre del padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. ¿Qué querías: gafar la obra? ¿Que se enfadase el Espíritu Santo? ¿Pasar por hereje?
-No me había dado cuenta.
-Eso es que, por algún motivo misterioso, Dios no quería que comenzasen los trabajos hasta hoy. Ahora id enhorabuena.
Y desde aquel día, con especial y eficacísima ayuda del espíritu Santo, se fue edificando el templo con rapidez y perfección. 
Moling pasaba algunas temporadas en Ferns, de cuya diócesis el rey de Laiginn lo había nombrado obispo. Otras en Glendalough, la fundación de San Kevin (ver la anterior entrada). Yendo hacia allá con varios de sus monjes, les salió al camino una mujer con una jarra de fresca, espumante y apetitosa leche. Los hermanos, cansados y acalorados del camino, querían dejarla seca allí mismo, sin esperar a más.
-Si vosotros, hijos míos, supierais como yo qué leche es ésta que nos ha traído esta mujer, no tendríais tanta prisa. Vais a verlo.
Hizo la señal de la cruz sobre la jarra y la leche se convirtió en sangre apestosa, medio podrida y llena de cuajarones.
-A esta mujer le estorba que nos vengamos a instalar aquí; ¿sabéis por qué? Porque tiene muchos amigos y no quiere testigos de sus gatuperios. He ahí el motivo de pretendernos dar jicarazo. ¡Para que os fiéis de las apariencias!
Pero su residencia favorita siempre fue Teach Moling.
Estando allí una vez sumido en sus meditaciones, vio venir una mujer desesperada con un niño muerto a cuestas.
-¡Devuélveme este niño a la vida!
-¿Quién te has creído que soy yo? ¡Yo no tengo poder de resucitar a los muertos! Consuélate, que estará en el cielo y ya tienes allí un santito rezando por tí. Sé razonable: Dios lo dio, Dios lo quitó.
Rabiosa, la madre arrojó el pequeño cadáver al regazo del santo.
-¡Para tí para siempre!
-¡Aj! -gritó el santo sorprendido; y levantándose de un respingo, se sacudió de la saya el muertecito que fue a caer al río con alegre chapoteo. El santo rompió en una carcajada.
-¿De qué te ríes tú, fraile malo?
-¡Mira! De que ha salido nadando. Con la impresión del agua, se conoce. ¡Parece una trucha! ¡Ven acá, chico! Anda, ve con tu madre.
Otra vez, le llevaron un muchacho leproso cojo, ciego, mudo y paralítico. Sus familiares apenas conseguían, a costa de un gran esfuerzo, darle de comer. Cuando llegaron, San Moling tenía un gran caldero en la lumbre, lleno de algo llamado vapturum (no localizo esa palabra: se me ocurre que fuese nata, uachtar en irlandés). Ni corto ni perezoso, agarró al paralítico y lo zampó en el caldero hirviendo, ante la indignada sorpresa de los suyos.
-¡A la cazuela!
El mozo saltó fuera de la olla vivo y sano.
Tampoco lo arredraban las llamas. Una vez unos vecinos salieron de casa, dejando la comida en la lumbre y las puertas cerradas. Se prendió la cocina y las llamas y el humo salían por las ventanas, amenazando a las viviendas de al lado. Los vecinos no podían entrar. Se intentó hacer boquetes en las paredes, pero nada más abrirlos salían por ellos con inaudita violencia llamaradas y humo ardiente; todo era un horno y una bola de fuego. San Moling llegó, abrió la puerta sin esfuerzo y desapareció en la morada. Cuando el fuego se extinguió de por sí, poco después, lo encontraron en la cocina, de rodillas, rezando en silencio, sin una quemadura.
Otras hogueras en que uno se abrasa con mayor peligro del alma, pero infinitamente más deleite del cuerpo, tampoco hacían mella en él. Sucedió que otra mujer como la de los muchos amigos, chinchada con la conducta ejemplar de Moling, decidió derrotarlo atrayéndolo a su propio terreno. Y un día que estaba sudando la gota gorda en la obra de su canal y algunos curiosos se hacían lenguas de su santidad, dijo irritada:
-¡Es un hombre como los demás!: si no, vais a verlo.
Y se le acercó a saludarlo seductora.
-No me interrumpas -le contestó hosco-. ¿No ves que estoy trabajando?
-Para un poquitín, que no se va a mover el río de sitio. Haz un descansito y vente conmigo que te voy a enseñar una cosa que verás cómo te encanta.
Tentadora (Dalila). Francia, siglo XII. 

-Y yo a ti otra.
-¡Vaya! Así me gustan los hombres, que no se anden con rodeos.
-No creas que soy tan mansurrón como parezco, que debajo del sayal hay al. ¿No dicen eso?
-Ya, ya: pero ¿qué tenemos debajo del sayal este, eh?... A ver...
-Aquí no: vamos a la espesura de aquel bosque.
-Muy bien: donde no nos moleste nadie.
-Y ahora que has quedado como tu madre te trajo al mundo, deja que te ate a un árbol...
-¡Atiza! Tú eres de ésos... Átame, átame... Lo que tú quieras... ¡Ay! pero ¿dónde vas, animal? ¡Que me has hecho daño en serio! ¡Ay! ¡Pero... para! ¿Estás loco?
Con una buena vara, Moling puso a la pecadora el cuerpo perdido de verdugazos "desde la planta de los pies hasta la coronilla". Cuando se hartó, la mandó ir con los suyos y volvió a cavar como si tal cosa.
Un lance parecido se cuenta de San Kevin (ver la entrada anterior).  
"Intrépido en el combate", llama a san Moling la Vita que traen las Acta sanctorum por esta heroica resistencia a la tentación. Y es que no hay enemigo como Satanás, y más cuando se vale de esas armas...
La hazaña por la que más se recuerda a Moling fue un logro diplomático. 
Laiginn, la patria de Moling, estaba obligada al pago de un agobiante tributo anual a sus vecinos del Norte, que en aquella época eran los O'Neill.
Pero de esto y de otros milagros de San Moling hablaré en otra entrada. 

lunes, 4 de junio de 2012

Kevin, bello nacimiento

Míl Críst i crích nÉrenn
Ard n-ainm tar tuind trethan,
Cóemgen cáid cáin cathar,
i nGlinn dá lind lethan.


Soldado de Cristo en tierras de Irlanda,
Nombre excelso allende el mar tormentoso,
Kevin el puro, el hermoso, el batallador,
En el valle de los dos vastos lagos.

Glendalough. El lago de arriba.
El Santoral de Óengus dedica exclusivamente a San Kevin la estrofa del 3 de junio.
Cóemgen (que viene a pronunciarse Kevin, como lo escriben los ingleses), significa "noble o bello nacimiento". Cóem, "bello, noble, amado", se remonta al indoeuropeo *koimos, que aparece, por ejemplo, en el alemán Oheim, "tío", de *avos koimos.
El cóem se estilaba mucho en la familia de San Kevin. Su padre se llamaba Cóemlog ("Noble Guerrero"), su madre Cóemgel ("Noble y Clara"), sus hermanos Cóemán (Noblecillo) y Nethchóem ("Campeón Noble").
Es la misma palabra que está en el nombre de San Mochoemhóg, del que se habló en la entrada El hijo más deseado.
El valle de los dos vastos lagos es Glendalough, donde el santo desarrolló parte importante de su vida espiritual y que significa en irlandés eso: "el valle de los dos lagos".
San Kevin es un santo tan popular que se conservan tres vidas medievales de él en irlandés, una de ellas en verso; también son varias las versiones latinas.
Se dice que San Kevin descendía de Loegaire Lorc, antepasado de los reyes de Laiginn (Leinster) y que su familia vivía en la costa de este reino.
Antes de que naciese Kevin, Cóemgel, su madre, recibió en sueños la visita de un ángel que le profetizó la santidad de su hijo y le mandó que le pusiesen aquel nombre. El parto fue indoloro y placentero, a lo que se refería lo de "bello nacimiento". 
Cuando vino al mundo y lo llevaron a bautizar a un ermitaño llamado Cronan, éste, nada más verle la cara (que, por otra parte, era bellísima), exclamó:
-¿Cómo me traéis a esta criatura? ¿No sabéis que no se puede bautizar a un niño dos veces?
-No está bautizado: ¿qué dices?.
-¿No os habéis cruzado con nadie por el camino?
-Sí, con un joven, que nos pidió que le enseñásemos al niño y le hizo la señal de la cruz y le sopló en la carita.
-Pues sabed que ése era su ángel custodio y eso el bautismo de la criatura, y será llamado Kevin, por haber nacido así de guapo.
Una de las vidas irlandesas dice, en cambio, que el bautizo sí se celebró dos veces: la primera en su casa, y que doce ángeles con candelabros de oro bajaron especialmente del Cielo para la ceremonia.
Dios envió a los padres de Kevin una vaca blanca para que lo criaran con su leche. Daba dos cacharras grandes al día. Y una vez que la habían ordeñado, se marchaba sin que nadie supiese dónde. Cuando ya no hizo falta dejó de ir y su origen nunca se averiguó.
A pesar de esa lactancia extraordinaria, también mamaba de su madre el pequeño Kevin, y los días de ayuno lo respetaba, tomando el pecho una sola vez, a la hora de cenar.
Ya de niño empezó a hacer grandes milagros. 
El pueblo donde vivía, que estaba fortificado y se llamaba Rathantobairghill (Fuerte de la Fuenclara) estuvo siempre al amparo de la nieve, y ya podía caer y caer por todos los alrededores, que allí nunca cuajaba y los animales pacían tranquilamente la hierba fresca.
Una vez Kevin dio de limosna cuatro ovejas a unos pobres y Dios restituyó otras cuatro al rebaño sin que nadie se diese cuenta de la generosidad del santito, que le podía haber valido una buena azotaina.
Cuando ya estuvo algo crecido, lo enviaron a estudiar con tres hombres santos: Enna, Lochán y Eogán. Estando con ellos, una moza de por allá se fijó en él cuando lo mandaban a cuidar el ganado. Ya queda dicho que San Kevin era una belleza. Ella también era guapa y muy joven y emprendió la conquista del muchacho por varios frentes: por la vista, por la palabra (astutis verbis) e incluso por mediación de terceros que le enviaba. 
Lo seguía a diario hasta que una vez se le presentó la ocasión de encontrarlo a solas en el bosque "y enlazarlo en los tiernísimos nudos de sus manos", ofreciéndosele y apremiándolo a que la tomase.
Tentadora (Eva). Capitel del siglo XI o XII (Clermont-Ferrand).


Kevin se desnudó, pero fue para huir a buscar refugio en unas matas de ortigas en que se revolcó para extinguir la tentación. Y provisto de un manojo de ellas, cuando la fogosa muchacha lo alcanzó, tan poco vestida como él, la agarró y ortigó vigorosamente.
Llegaron a esto los compañeros de Kevin, sorprendiendo a la pareja en cueros. La moza, arrepentida, confesó su culpa y desde entonces hizo vida casta y ascética.
En la vida de San Kevin encontramos milagros de los que sitúan a un santo en el terreno de lo ígneo (los ángeles con sus candelabros, la nieve que no cuaja)... He aquí por qué abandonó el monasterio donde vivía: una vez le mandaron que llevase al bosque con qué encendiesen fuego los hermanos que estaban trabajando allí; pero se le olvidó. 
-Vete por unas brasas -le dijo el superior- y vuelve inmediatamente.
-Ya; y ¿dónde las traigo?
-¿Y a mí que me cuentas? ¡¡Métetelas en la camisa, pero tráelas!!
El obediente San Kevin se tomó la orden al pie de la letra y trajo las brasas en la camisa, sin quemarse él ni que se quemase ella. Cuando el otro fraile lo vio, cayó de rodillas a sus pies, adorando el milagro y declarando que había que nombrarlo abad. Abochornado, Kevin le rogó que guardase el secreto de lo ocurrido; pero como se supo, optó por huir temiendo que lo obligasen a aceptar un cargo del que no se creía digno.
Y así, andando andando, llegó a Glendalough y como le gustó el sitio buscó un árbol hueco del que hizo su morada y se quedó a vivir sustentándose con hierbas y agua. Vestía pellejos de animales y era capaz de recorrer los lagos caminando sobre ellos. 
En una ocasión, rezando con las palmas vueltas hacia el cielo, estaba tan callado y quieto que una pareja de mirlos lo tomó por algún árbol y le puso su nido en una mano.
-¡Vaya por Dios! -pensó el santo- Si me muevo, la madre aburrirá el nido y no saldrán los polluelos por mi culpa. ¡Ahora no tengo más remedio que quedarme quieto hasta que sepan volar! 
Y así lo hizo.
Es que el mirlo era un pájaro importante para los monjes irlandeses, que dedicaron versos maravillosos al fresco milagro de su canto.  
San Kevin peregrinó a Roma; trajo tierra de allí y la esparció por su valle, de manera que hacer esa romería allí es casi como visitar la tumba de San Pedro. Además, dejó una cuádruple maldición sobre los que atacasen o dañasen aquel lugar: landre, carbunclo, lamparones y locura.
Había un pastor que apacentaba sus vacas cerca de allí. Un día una de ellas se alejó de la manada y llegando adonde estaba Kevin en oración, como instintivamente atraída por su santidad, empezó a lamerle los pies (según la Vita latina, los vestidos). A la hora de recogerse al establo, retornó junto a las demás; pero desde entonces, cada día escapaba sin que se diesen cuenta y en vez de pacer, lamía los pies de San Kevin.
El pastor y el dueño de las vacas, un tal Dima, estaban atónitos, porque aquélla se puso a dar mucha más leche que las otras.
-¿Qué le habrá pasado a esta vaca?
-¿Yo qué sé? ¡Es rarísimo!
-Averígualo a ver.
El vaquero siguió a la vaca y la encontró enfrascada en sus lametones. Con rústica desconfianza, pensó que San Kevin tramaba quedarse tan estupendo ejemplar, y a fuerza de voces, blasfemias y palos se la llevó quieras que no con las otras. Pero no le salió la cosa como quería, porque todas las vacas enloquecieron de pronto: corneaban a sus propios terneros y los mataban. Volvió corriendo adonde el santo, que le dio agua bendita para sosegarlas y todo volvió a la normalidad. 
Otro santo (anglosajón pero de formación irlandesa) afamado por la cura de ganado enloquecido es, dicho sea de paso, San Wilibrordo, fundador del gran monasterio luxemburgués de Echternach. Así que el caso de Kevin no es único.
Me parece posible que esta devolución de las vacas a la cordura esté relacionada con el antiquísimo mito del viaje de un héroe al otro mundo para rescatar o robar a los ganados de allí: el mito de Hércules y Gerión, el mismo que modificado de varias maneras aparece una y otra vez en la tradición céltica (el robo de los ganados de Annwn entre los galeses, por poner un ejemplo).


Ganados de Gerión. Cerámica de Magna Grecia; siglo VI antes de Cristo.
En este sentido, no deja de ser curioso que sean los pies el principal objeto de atención de la vaca: esto remite al tema de la cojera, del "mana" especial de los pies del hombre sagrado (ver En el país de los cojos...).  
Pero el rumor de estos milagros de San Kevin cundió, se supo dónde se había escondido y sus tres santos maestros lo devolvieron, a su pesar, al monasterio.
Lo llevaron Dima y sus hijos, pues lo tenían muy débil sus penitencias, en una litera. Presidía la comitiva un ángel, que iba haciendo que a su paso los árboles más añosos e inabarcables se doblasen como juncos, rindiéndoles pleitesía y abriéndoles camino.
Pero Dima el mozo, uno de los hijos, se negó.
-¡Sí! Voy a perder yo un día de caza para llevar a un viejo loco. ¡Ni que fuera yo el esclavo ni la acémila de nadie!
El caso es que, mientras estaba cazando, sus perros se volvieron furiosos -otra vez los animales locos- y como a un nuevo Acteón, lo despedazaron a bocados. Bernard Sergent señala cómo los perros de Acteón son los mismos Télquines de la mitología griega, y éstos corresponden en la irlandesa a los malévolos fomoré.
Acteón destrozado por sus perros. Siglo V antes de Cristo.
A otro de los hijos, dócil, que sí llevaba la litera, se le vino ésta encima y lo aplastó. 
Pero para eso estaba allí San Kevin, que lo resucitó instantáneamente. Cellach, que así se llamaba el espachurrado, entró de monje en el monasterio de Kevin.
Y estando un día meditando al borde del río, vio una nutria retozando alegremente en el agua.
-¡Buena piel para un para un par de manoplas! -se le ocurrió a Cellach.
-¡Adiós! -pensó aterrorizada la nutria, que debía de ser algo telépata- ¡Aquí si te descuidas te despellejan! Cría cuervos...
Porque aquella nutria venía todos los días al convento trayendo un salmón de limosna. Pero, naturalmente, no apareció más. Kevin la echó de menos y puso en claro lo que había pasado, pero la trucha no volvió. ¡Cualquiera!
Estando de visita unos días Kevin en la ermita de San Beoán, éste le dijo una vez:
-¿Quieres hacer el favor de ir a ver qué hace la vaca, que la tengo suelta en el prado?
-Voy.
Cuando llegó, la vaca acababa de parir. Pero salió una loba del bosque, hambrienta; a Kevin le dio pena y le dejó comerse el ternero. La vaca empezó a soltar unos mugidos lastimeros, que partían el corazón y hacían retumbar el bosque y la sierra enteros. Beoán, cuando se enteró, se tiraba de los pelos.
-Pero ¿qué has hecho? ¿No te da pena haber roto el corazón de una madre? ¡Ahora a ver cómo la consuelas!
Kevin se adentró en el bosque.
-¡Loba! ¡Eh, loba!
-¿Qué quieres?
-Que buena la hemos hecho, que no veas cómo se ha puesto la vaca.
-Ya. Y yo, si se me mueren los lobeznos de hambre, ¿cómo me pongo? ¡Hay que verlo todo!
-Mira, vamos a hacer una cosa: vas a hacer tú de ternero hasta que ésa para otro. Con la ayuda de Dios, seguro que no se cosca.
-Pero, hombre, ¿y si me ve cualquiera haciendo el ternerito?
-Mujer, ¿qué más te da? Son sólo unos días.
-Que te pusieran a ti a hacer de monjita.
Pero, en fin, la loba se dejó convencer y en cuanto arreglaba las cosas de su casa se presentaba en el establo y mamaba de la vaca que la lamía y la acariciaba con la cabezota, tomándola por su ternerillo. Es proverbial la mala vista de las vacas. Luego, por la noche, se volvía a su madriguera.
-¡No sé qué me retiene, Kevin: esa vaca está para chuparse los dedos! Estás poniendo el aceite al lado de la lumbre.
-Aguanta un poco, que en seguida se empreña.
San Kevin era, ya lo veíamos, muy limosnero y acudían a él pedigüeños como moscas. Una vez fue una compañía de juglares. El santo no tenía con qué remediarlos.
-No hay de comer ni siquiera para los hermanos; pero he sembrado esta mañana, y si os esperáis a la noche, con lo que cosechemos luego haremos una buena cena.
-Porque seamos pobres no tenemos que sufrir que nos tomen el pelo. ¡Os vamos a echar una sátira que os vais a acordar!
Los músicos se fueron con injurias para Kevin y sus monjes. El santo no se quedó atrás: pronunció una maldición sobre ellos y sus instrumentos, su único medio de vida, se convirtieron en pedruscos. En cuanto a los frailes, a la siesta recogieron abundante cosecha y cenaron opíparamente. 
Llegó la época de la siega. Kevin estaba en la cocina. Pasó por allí un grupo de mendigos hambrientos pidiendo algo de comer por amor de Dios y Kevin les dejó que se hartasen y que se llevasen lo que ya no les cabía. Entonces apareció San Eogán:
-Kevin, prepara la comida de los segadores, que están que se embaularían cada uno un buey.
-¡No sé con qué! He dado de limosna todo lo que había en la despensa.
-¿Y con qué permiso? ¿No ves que esos segadores llevan todo el día trabajando y sudando la gota gorda y se han ganado y se merecen una comida en condiciones? ¡Has hecho muy mal!
Segador. Miniatura del siglo IX.


San Eogán se fue muy cabizbajo, sin saber qué decir a los segadores.
-Tal vez nos ayudará Dios -dijo Kevin.
Juntó los huesos roídos por los mendigos, que estaban en la basura, y se puso a rezar. A medida que iba orando, los huesos se iban revistiendo de carne, hasta quedar hechos de nuevo unas magníficas y jugosas piezas asadas. A la vez, el agua de las tinajas se transformaba en cerveza de la mejor. Había para alimentar a veinte cuadrillas de segadores.
Este milagro de la regeneración de los animales enteros a partir de sus huesos es un mito antiquísimo y de difusión casi universal, relacionado con prácticas chamánicas (y, una vez más, con el rescate de los ganados arrebatados al reino de los muertos), según estudia el tantas veces citado Carlo Ginzburg en su Historia nocturna.
Otra vez, un ladrón robó un carnero del convento y se lo comió. Lo capturaron y querían darle su merecido, pero Kevin se opuso:
-No se le puede condenar sin oírlo. ¿Eres culpable?
-No.
-Pues júralo por Dios.
-Beeee.
-¡Que si juras que eres inocente!
-Beeee. ¡Beeee! ¡BEEEEE!
-Es la voz del carnero -dijo un fraile-. La reconozco perfectamente. ¡Está hablando por su boca! ¡Éste se lo ha zampado! ¡Te doy...!
-Beeeeee, bee.
Arrepentido, el cuatrero recobró el habla, se confesó y fue admitido como monje.
Como se ve, muchos de estos milagros tienen que ver con la muerte de animales y su regreso del Más Allá: ya en forma de voz acusadora, ya en forma de suplentes, ya mediante la regeneración a partir de los huesos de su carne consumida.
Kevin, habitante de un árbol hueco como una dríada o espíritu del bosque (y casi árbol él mismo, como en el milagro del mirlo), tiene, como Ronan del que hablaba hace poco, una relación estrecha y entrañable con animales y plantas.  
No se agotan aquí los milagros de San Kevin, cuya fiesta se celebra el día 3 de Junio. Continuaré contando cosas de su vida.