miércoles, 3 de julio de 2013

El sueño de Máximo y la pesadilla de Vortigerno


En el siglo VI, después de que las guerras con Justiniano dieran fin al poder de los godos en Italia, un nuevo pueblo germánico, los longobardos, irrumpió en ella creando una monarquía y multitud de pequeños estados.
Es poco lo que se sabe de los longobardos antes de su entrada en Italia. Paulo Diácono, ya en el ocaso de la dominación longobarda, escribió su historia, libro de amenísima lectura, inspirándose en fuentes perdidas hoy en gran parte. 
Parece ser que el solar de los longobardos estuvo al sur de Escandinavia, junto a la desembocadura del río Elba. Eran vecinos de los sajones. Se dedicaban a la agricultura, eran muy devotos de Odín, el dios barbudo al que acaso deban su gentilicio. Paulo Diácono le da otra explicación legendaria: habiendo de combatir contra un enemigo muy superior en número, los longobardos, aún no llamados así, recurrieron a la estratagema de que sus mujeres se atasen las trenzas debajo de la barbilla, para ser confundidas de lejos con guerreros barbudos. La treta tuvo éxito y los enemigos cedieron el campo. 
Astucia de las mujeres longobardas. Ilustración de principios del siglo XX.
Parece que hablaban un idioma que evolucionaría de modo muy parecido al alto alemán. De hecho, hay quien piensa que un par de dialectos alemanes del Norte de Italia son vestigios de la lengua de los longobardos.
En los primeros siglos de nuestra era, iniciaron la migración que los llevaría, Elba arriba y con algunas vueltas y desvíos, hasta Italia. En su camino, se forjaron como pueblo guerrero viéndoselas con vecinos hostiles, como los hunos, que los tuvieron sometidos durante algún tiempo.
Antes de que las agotadoras luchas entre godos y bizantinos les diesen la oportunidad de hacerse con Italia, los longobardos habían permanecido largo tiempo asentados en la Panonia, provincia de la cuenca del Danubio que se extendía por lo que hoy es el Norte de Serbia y Croacia. 
Por allí estarían cuando San Patricio emprendió la evangelización de Irlanda.
Todo esto viene a cuento de que una de las hermanas de San Patricio, (Lupatia o Darerca, que en esto no se aclaran las fuentes, pero si fue Darerca fue en segundas nupcias), casó con un longobardo -un longobardo de Letha, para ser más precisos-, llamado, al parecer, Conis (salvo que Conis fuese el primer marido, a veces mencionado como Chonas) cuando era pagano y que, al bautizarse, adoptó el nombre latino de Restituto. 
Este matrimonio es importante porque tuvo muchos hijos, varones y niñas, los Macu Baird ("hijos del longobardo"), obispos y santos casi todos, de los que el más famoso es probablemente San Sechnall.
Como no hay trazas de que la familia de San Patricio visitase la Panonia y como por otro lado Letha es la palabra que en la Edad Media designaba en irlandés a la Bretaña y la costa atlántica de Galia, donde no se sabe que hubiese longobardos en el siglo V, se ha supuesto que todo lo de este matrimonio es una lucubración tardía. Baring-Gould, por su parte, supone que los Uí Baird (es decir, los Macu Baird) eran un antiguo pueblo de Bretaña, antepasado de los modernos Bigouden (en el Suroeste de la Cornualla) a los que se atribuía un origen racial mongoloide. Con los calmucos, concretamente, los relaciona Baring-Gould.
Tipos "bigouden" a principios del siglo XIX. La altísima cofia hoy
característica del traje femenino bigouden no se empezó a llevar
hasta el siglo XX. 
Esta idea peregrina procedía de la creencia en que la raza amarilla había precedido en Europa a la raza blanca, dejando como vestigios a los fineses, lapones y otros pueblos dispersos acá y allá. También en Galicia Martínez Murguía creía reconocer en algunos tipos humanos los descendientes de aquella primitivísima población. 
Charles Le Goffic, poeta bretón de finales del siglo XIX y principios del XX, escribió el poema Les bigoudèns, haciéndose eco de esta creencia del origen oriental de los bigouden. Lo traigo a cuento porque casualmente me ha venido ahora a la mano. Le Goffic, a decir verdad, no es un gran admirador de la belleza de los y las bigouden, gentes según él "de ojos vagamente tibetanos", caras chatas y sin relieve, cráneos estrechos, pecho liso (las mujeres) y cuerpo rudo y basto. Sólo se salvan la tez nacarada y las negras cabelleras de reflejos azulados. 
En la cofia de las bigouden ve una representación del falo, lo que podría ser cierto a tenor de lo afirmado por Julio Caro Baroja sobre el tocado de las vizcaínas. Pero Le Goffic se expresa de una manera extraña:
"Et [c'est] lui" -dice-: "lui" es "el viejo Oriente fatalista estancado en sus estrechos cráneos",
"Et lui qui sur le front de nacre
des vierges encor dans l'avril,
plante l'obscène simulacre
d'un minuscule nerf viril"...
Evolución de la cofia bigouden: de 1907 (Lucien Simon, Recogida de la patata)...
Nervio ya es sinécdoque atrevida, pero minúsculo ¿por qué? Debe de ser alguna fantasía racista del poeta...
...a los años cuarenta (plato propagandístico del gobierno de Vichy,
cerámica de Quimper).
Según él, los bigouden descendían de algunos supervivientes de los hunos derrotados en Galia, que buscaron refugio en las remotas tierras del Finisterre cornuallés.
Mal cuadra esto con la teoría de Baring-Gould, porque entonces resultaría que los Macu Baird serían unos recién llegados a Armórica en tiempos de San Patricio, que fue contemporáneo de Atila. 
Antepasados de los bigouden, según Le Goffic. Las hordas de Atila invadiendo Italia, por Delacroix.
El erudito Alfred Anscombe, en un artículo de 1908, sugiere que  el letha de los Macu Baird se refiere no a una región -Letavia, es decir Bretaña- sino a los laeti, bárbaros que recibían del Imperio Romano un terreno para asentarse; no sería imposible -apunta- que hubiesen existido asentamientos así de longobardos en las costas de Galia, donde se confiaba a contingentes extranjeros la protección del tráfico marítimo del Canal de la Mancha, o en la propia Britania, siempre expuesta a incursiones hostiles y a trastornos internos que requerían la frecuente presencia de refuerzos.
Otro de los hijos de Restituto fue San Mogornón o Mogormán. Restándole al nombre el prefijo cariñoso mo-, queda Gormán, en que los tratadistas irlandeses vieron una adaptación gaélica del latín Germanus. Germanus era nombre frecuente y que llevaron varios santos: entre los más influyentes en el nacimiento y desarrollo de la cristiandad irlandesa San Germán de Auxerre, al que la tradición (muy antigua: ya desde la Vida de San Patricio de Muirchú en el siglo VII) conoce como maestro y aun pariente de San Patricio. Varios de estos Germanes se entremezclan y se confunden en la leyenda. De la vida de San Germán de Auxerre, que además de obispo y teólogo fue un político y militar de la mayor importancia (En Britania no sólo estuvo combatiendo a los pelagianos en la controversia teológica, sino también a los sajones en el campo de batalla), se desprende que Galia y Britania estaban estrechamente relacionadas en su época (aunque la administración imperial romana se había retirado de la isla) y que el Canal de la Mancha no era una frontera sino un lugar de paso entre dos partes de la misma entidad cultural y política: lo que explica la importancia de mantenerlo abierto y seguro.
De la familia del propio San Patricio dicen algunas fuentes que estaba repartida en ambas orillas del Canal. 
Sin embargo, es difícil que San Germán de Auxerre, maestro de varios santos, como San Brioc, San Iltudio y San Patricio, fuese el mismo Mogormán sobrino del Apóstol de Irlanda. Baring-Gould sostiene que el Germán maestro de San Brioc sí era el hijo de Darerca; sin embargo, su discípulo Patricio no era el evangelizador de Irlanda, sino un sobrino y tocayo de aquél, hijo de su hermano el diácono Sannan. Este Germano habría acompañado a San Patricio a Irlanda y a su regreso habría partido de Wexford (Loch Garmán -el Lago de Germán- en irlandés) rumbo a las colonias irlandesas en Gales y de ahí a la Galia, donde habría ejercido su magisterio.
La sospecha del origen bigouden de San Germán le viene a Baring-Gould de lo muy extendida que está la devoción a San Germán y a sus discípulos por aquellas tierras del suroeste cornuallés. 
San Germán, patrón de Pleyben, Cornualla (Bretaña).
Siempre según Baring-Gould, este Germán (distinto del de Auxerre, pues) viajó también a Britania donde se encontró con su tío San Patricio hacia el año 460. Se lee en la Vida de Santa Ninoc, en el cartulario de Quimperlé, que Germán había sido enviado por su tío San Patricio en misión al reino de Brychan Brycheiniog, en el actual País de Gales, y que allí fue el encargado de la delicada mediación entre el rey y su hija la princesa Ninoc. Pues aquél quería casarla con algún príncipe de sangre real y ésta pretendía (como hizo al fin) pasar a Bretaña y dedicarse allí a servir a Dios.
Es de este San Germán armoricano, hijo de Darerca del que (según Baring-Gould) habla con cierta extensión y de modo un tanto confuso la Historia Brittonum, del siglo IX. 
El compilador de la Historia Brittonum se basaba en dos fuentes principalmente. Una era la Vita beati Germani, biografía de San Germán de Auxerre escrita por Constancio de Lyon a instancias de Paciente, obispo de la misma ciudad y amigo de San Fausto de Riez, detalle de cierta importancia según se verá. Otra, siempre según el mismo Baring-Gould, era una vida, hoy perdida, del otro San Germán, el sobrino de Patricio. La Historia Brittonum los mezcla y los confunde.
Cuenta la Historia Brittonum que llegó a oídos del santo la mala fama de un tirano llamado Benlli -Benlli Gawr, Benlli el Gigante, según la tradición- y que Germán acudió a su corte con un puñado de monjes a predicarle. Benlli les negó la entrada en la ciudad y uno de sus criados, que vivía extramuros, acudió a saludarlos haciéndoles gran honra, por su propia cuenta, y les dio cobijo por aquella noche.
Se trataba de un portero (portarius), per Baring-Gould supone que este detalle puede proceder de un error de lectura y el texto original decir porcarius, "porquero". En varios relatos medievales insulares o bretones es el porquero, personaje singular y mágico en las leyendas celtas, el que cumple esta función de información e introducción ante el rey.
-Amigos, no tengo más que una vaca con su ternera; pero por tan nobles huéspedes no me duele ningún sacrificio. ¡Que maten la ternera para la cena!
-Un detalle que te honra -le dijo el santo.
Y a continuación ordenó a los de su séquito: 
-Comed todo lo que queráis, pero tened buen cuidado de no estropear los huesos, que me hacen falta para una cosa.
Así lo hicieron, y a la mañana siguiente vieron con asombro y alegría que la ternera, viva y coleando, jugaba junto a la madre en su pradito.
Aunque el libro no lo dice explícitamente, es obvio que se trata del difundidísimo milagro chamánico de la reconstrucción de un cuerpo a partir de su esqueleto y piel (ver San Fingar y setecientos setenta mártires) al que dedica tanta atención Ginzburg en Historia nocturna.
Alboreaba. Se pusieron a rezar ante las murallas, rogando al Cielo que el tirano les franquease la entrada, cuando vieron venir a un hombre bañado en sudor, que cayó de hinojos ante ellos.
-¿Qué quieres de nosotros?
-¡El bautismo!
-¿Crees acaso en Dios Uno y Trino?
-Por supuesto.
-Pues ven: yo te bautizo en Su nombre.
-¡Qué júbilo, qué felicidad!
-Y aún no sabes lo mejor: que antes de una hora vas a reunirte con Él.
-Vaya.
-Ya están los ángeles (puedo verlos) revoloteando en los cielos a la espera de tu llegada. ¡Menuda recepción te tienen preparada! ¿No te alegras?
-Es que me pilla así un poco de sopetón... ¡A lo mejor te estás confundiendo! Bueno, me voy, que se me hace tarde...
Al cruzar la puerta, lo agarraron los sayones de Benlli.
-¿De dónde vienes tú, turista? ¿De paseo?
-No, yo...
-¿Se nos han pegado las sábanas? ¿Hemos tenido una nochecita agitada?
-Es que...
-¿Tú no sabes lo que está mandado, que en cuanto sale el sol tiene que estar todo el mundo a su trabajo, pena de la vida, que aquí no se mantienen vagos?
- Sí; si yo...
-Venga, que le corten la cabeza aquí al diletante; lleváoslo.
-¡Cómo se las gasta este Benlli! -pensó San Germán.
Allí estuvo todo el día rezando con sus monjes sin que nadie viniese a abrirle la puerta; y era que el tirano, poco amigo de sermones, tenía dada orden de que no le dejasen entrar así se pasase veinte años al pie de las murallas.
Llegada la noche, volvieron a la casa de aquel hombre hospitalario.
-¿Tienes familia en la ciudad? -le preguntó Germán.
-Bastante: nueve hijos.
-Pues tráetelos; y si tienes algún amigo, tráetelo también.
Estaban los monjes y los allegados de su huésped reunidos, de sobremesa, cuando de repente una inmensa bola de fuego se abatió sobre la ciudad, haciéndola cenizas en un abrir y cerrar de ojos con toda la gente que tenía dentro. Los amigos, salvados de la quema, estaban con los pelos de punta.
-Si es que tenía que pasar una cosa así.
-Estaba visto.
San Germán bautizó a aquellos paganos buenos, imponiendo al dueño de la casa el nombre de Catel Drunluc. Catel, que es palabra latina, quiere decir "cachorrillo de perro" y Drunluc, a decir de Baring-Gould, "Puño Negro". Y le anunció:
-Tú serás rey desde ahora: no de la ciudad, que quedará arrasada por los siglos de los siglos, sino del país entero. Y después de ti, reinarán tus descendientes. 
El país era el reino de Powys, en el Este de Gales, y los reyes en cuestión la dinastía Cadelling que permaneció en el trono hasta mediados del siglo IX.
Según otra versión de la leyenda, que nos ha llegado en una crónica tardía, del siglo XVI, la ciudad no fue destruida por el fuego, sino que se la tragó la tierra, apareciendo un lago en su lugar.
Era ésta la época en que el rey britano Vortigerno, según cuenta la leyenda, se enfrentaba a la amenaza de los sajones a los que él mismo había llamado a Britania y que se habían rebelado contra su autoridad. Era el principio de la invasión inglesa. El rey se encontraba en una situación muy delicada e incómoda, ya que estaba profundamente enamorado de su mujer, que era hija de Hengist, el caudillo de los sajones. 
Hengist, suegro de Vortigerno, y Horsa emprenden
la conquista de Britania. Grabado del siglo XVII.
A Vortigerno lo perdía la sensualidad y estaba siempre rodeado de concubinas, una de las cuales era su propia hija, que le acababa de dar un hijo-nieto, llamado Fausto.
San Germán había convocado un sínodo para censurar la conducta escandalosa del rey, pero éste le tenía preparada una teatral sorpresa. Cuando el santo acudió a su presencia, mandó pasar a su hija, que entró con el pequeño en brazos.
-¡Cobarde! ¡Sinvergüenza! -le gritó la princesa a San Germán- ¿No quieres reconocer a tu pobre hijito? ¡Por lo menos míralo! Que no tienes corazón ni lo que hay que tener. ¡Poco hombre!
-Trae acá a ese infeliz, que yo lo criaré bien y no consentiré que le falte nada. Y dadme peine, tijeras y navaja para que le hagamos el primer corte de pelo.
San Germán cogió al niño y le puso en la mano las artes de afeitar que le entregaba un criado.
-¡Anda, rico, dale esos chismes a tu papá para que te corte el pelito! 
La criatura recién nacida tendió los utensilios resueltamente al rey hablando con voz bien clara:
-¡Papá, papá! ¡A cortar pelo, a cortar pelo!
Germán, a pesar de todo, cumplió su promesa; se quedó con el niño y lo educó. Le esperaba un gran futuro, puesto que llegaría a ser el gran asceta, teólogo y santo Fausto de Riez.
Confundido, el rey se dio a la fuga con su corte y serrallo, pero los obispos lo perseguían intentando que se comprometiese a reformarse. Cada vez iba el réprobo buscando refugio en fortalezas más remotas e inaccesibles; pero el tesón de San Germán siempre lo encontraba sin darle tregua. Allá donde estaba Vortigerno, plantaban Germán y los descontentos sus reales orando y ayunando. Eran la prefiguración de los indignados campistas, una verdadera obsesión, una pesadilla para el rey.
Al cabo de varios castillos, la paciencia de Dios se colmó y la última fortaleza fue fulminada por una bocanada de fuego exhalada del cielo. No quedaron huellas del edificio ni mucho menos de ningún ser vivo que hubiese en él. Otros dicen, sin embargo, que el rey pudo huir, único superviviente de la venganza divina, y que se lo tragó la tierra o que vivió vagabundo y miserable, pero impenitente, hasta que le llegó su hora.
Existe otro documento del siglo IX, contemporáneo grosso modo de la Historia Brittonum: la inscripción de la columna de Eliseg. Se trata de una columna de sección elíptica erigida cerca de la ciudad de Llangollen y de la abadía, hoy en ruinas, de Valle Crucis: de hecho, el nombre de la abadía se debe a la columna. 
Ruinas de Valle Crucis. Ilustración de principios del siglo XX para Wales,
de F.-M. Wilmot-Buxton.
La inscripción ya no es legible, pero lo era en parte aún en el siglo XVII, cuando la copió el gran erudito Edward Lhuyd. En ella se declara que el rey Cyngen de Powys erigió el monumento a la memoria de su bisabuelo el rey Elise, restaurador del reino. Su contenido es fundamentalmente genealógico y en ella aparece mencionado el rey Vortigerno y su hijo, "al que bendijo San Germán". Sólo que aquí ya no se llama Fausto (nombre que permite establecer la conexión entre Vortigerno y San Germán, obispo de Auxerre), sino Brydw. No aparece alusión alguna al incesto, como es natural; por el contrario, se identifica a la madre del príncipe, que fue Sevira -es decir, Severa-, hija del rey Máximo, el que mató al rey de los romanos". Información muy curiosa por cuanto se trata de un personaje conocido en las leyendas galesas y bretonas: el emperador de Occidente Magno Máximo, que efectivamente mandó matar al emperador Graciano antes de ser preso y ajusticiado él mismo por Teodosio. Macsen Wledig, el señor Macsen, como se le llama en el relato galés medieval, estaba casado con Elen Llwyddog y era cuñado de Conan Meriadec, al que puso al frente de la Bretaña armoricana, fundándola así como unidad política.
Aquí se difuminan los límites de la Historia, la leyenda y el mito.
Macsen, emperador de Roma, durante una cacería, se quedó dormido y soñó que viajaba a un lejano, desconocido y maravilloso país donde en un fantástico palacio encontraba a la doncella más bella del mundo, sentada frente a un hermoso joven ante un tablero de ajedrez. Era Elen. Ya despierto, emprendió su búsqueda y cuando dio con ella, en Britania, le ofreció hacerla su emperatriz, lo que ella aceptó. 
Jugadores de ajedrez, Francesco di Giorgio Martini, siglo XV.
En cualquier caso, dice la tradición que terminada su labor en Britania San Germán acudió a la llamada de su tío San Patricio, que solicitaba su colaboración en la consolidación de la Iglesia en Irlanda. Según una de las vidas del evangelizador, la de Joscelyn, San Patricio había vivido una temporada en la isla de Man (que por ese motivo había llegado a llamarse isla de San Patricio) y decidió convertirla en diócesis y poner a la cabeza de ella a su sobrino, "hombre sabio y santo". Germán aceptó y, acompañado según se dice por San Brioc, se instaló en la isla, de la que fue primer obispo y donde murió en 474.
La fecha que le está dedicada en man es el 3 de julio; en otros lugares se lo conmemora en días distintos. Este San Germán armoricano, si es que realmente existió (autores de la talla de Joseph Loth no lo creen), ha tenido mala fortuna: en muchos pueblos se ha visto confundido con la figura de su tocayo más famoso, el de Auxerre, y absorbido por ella. La celebridad de San Germán de Auxerre se debe en gran parte a la gran popularidad de la biografía de Constancio de Lyon. Y ésta a que se trataba de una obra de polémica teológica dirigida principalmente contra los arrianos, auspiciada por personajes de la mayor relevancia política en la Galia de su tiempo (finales del siglo V) y cuya razón de ser estaba en su difusión.

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