lunes, 24 de junio de 2013

Misionero y navegante

...La m'Luóc glan ngeldae,
grian Liss móir de Albae.
Con San Moluóg limpio luciente,
sol  de Lismore de Escocia.

Con estas palabras se refiere el Santoral de Óengus a San Moluóg, nombre por el que es más conocido este santo, cuyo verdadero nombre era Lugaid (derivado del de Lug, dios principal entre los celtas: como Lug era un dios eminentemente solar, el símil encomiástico de Óengus cobra su sentido pleno). Mo- es el posesivo de primera persona y óg el adjetivo que significa "joven", de manera que Moluóg viene a ser "Mi pequeño Lugaid". Óengus especifica que el Lismore de este santo es la isla escocesa, no el Lismore de Irlanda. Lismore, lios mór en irlandés, quiere decir "gran castro", así que no es de extrañar que se repita el topónimo.
La isla de Lismore fue sede episcopal de las Islas, que abarcaba las Hébridas y otras islas del oeste de Escocia.
La isla de Lismore.
Lugaid, Moluóg, Luano o Moloc, que todos estos nombres y otros más recibe, se dice que era descendiente directo de  Fiacha Araide, el legendario ancestro de los Dál nAraidi, pueblo que habitaba en el Ulster, a orillas del lago Neagh, y que pertenecía al grupo de los cruthin. Los cruthin tenían conciencia de ser una gente especial, distinta de los irlandeses propiamente dichos, y se los ha relacionado con los britanos (cruthin es el equivalente gaélico de la palabra britannus) y con los picthe  pero a decir verdad no hay ninguna certeza sobre sus orígenes (ciertamente, los propios pictos son un pueblo del que se sabe muy poco). Lo que sí se puede observar es que siempre tuvieron estos cruthin del Ulster (porque había otros pequeños grupos de cruthin en otras partes de la isla) una particular relación con Escocia.
Algunos estudiosos, escoceses sobre todo, han visto en Moluóg a un picto de Irlanda y se han complacido en comparar su carácter manso y amable con el imperioso y atrabiliario de su contemporáneo San Colum Cille, puramente irlandés.
La vida  de san Moluóg que recogen las Acta sanctorum dice que fue de noble familia y que se crió y educó con San Brendano: no San Brendano el navegante, el de Cluana Ferta o Clonfert, sino San Brendano de Birr, menos célebre en Europa.
No es indiferente que si Lug era protector de los herreros, como de todos los Áes Dána y si a su esfera pertenecía todo lo relativo a la música y al sonido (al igual que sucede con Apolo, su equivalente griego, como ha estudiado en profundidad Bernard Sergent), Lugaid, su casi tocayo, se estrene como taumaturgo con un milagro en que se reúnen uno y otro aspecto.
San Moluóg necesitaba una campana para su iglesia: una campana cuadrada, es decir de boca cuadrangular, como las varias de tiempos muy antiguos que se conservan en las islas Británicas y Bretaña. La campana no era entonces ese instrumento característico de toda iglesia. Es a partir del siglo VII cuando se empiezan a encontrar abundantes testimonios escritos de su presencia. La antigua campana irlandesa no tenía badajo: se la golpeaba con una barra por fuera o se la hacía girar colgada de un eje para que ella batiese contra algún objeto externo. Los misioneros irlandeses la introdujeron en Francia del Norte y Alemania. Las campanas a menudo, en vez de estar vinculadas a lugares o a templos, lo estaban a personas. Pertenecían a un monje, lo acompañaban en sus viajes, o porque él se desplazase con ellas o porque, por propia voluntad, lo seguían por el aire y a través de los mares.  Junto al objeto los monjes trajeron al continente el nombre: clog, que pervive en el inglés clock y en el francés cloche. Para los irlandeses (para todo auténtico cristiano, si creemos al Huysmans de Là-bas) las campanas son mucho más que un instrumento musical; están cargadas de sacralidad, son santas y muchas veces milagrosas.
Total: san Moluóg necesitaba una campana y se fue a encargarla al herrero. Pero el herrero se excusó: no le quedaba ni un puñado de carbón.
-¿No tienes carbón? No importa: prueba con esta brazada de juncos.
-Pero, hombre de Dios, ¿no sabes que la lumbre de los juncos ni dura ni hace brasa ni calienta ni nada? ¿Tú sabes el calor que hace falta para fundir el hierro?
-¿Y qué perdemos con probar?
-Bueno, ¡para que te convenzas por ti mismo!
El herrero echó los juncos a la fragua y milagrosamente comenzaron a arder con un fuego que no se extinguía y a tal temperatura que pronto el hierro se puso al rojo y pudo trabajarse con el martillo. La campana se hizo, pues, y durante muchos siglos se conservó como venerada reliquia.
La llamada Campana de San Patricio, de los primeros
siglos de la cristiandad irlandesa,  se conserva en
este relicario, muy posterior, de finales del siglo XI.
La fama de sus milagros se iba extendiendo y el santo comenzó a inquietarse. Aquello era una tentación diabólica: ¿y si llegaba a envanecerse de ellos?
-Mejor será escapar adonde nadie me conozca.
De manera que se embarcó rumbo al Norte, y pasando mil penalidades en su travesía, alcanzó las costas más septentrionales de Irlanda, donde se rodeó de un grupo de discípulos. Pero seguía persiguiéndolo su renombre.
-Hermanos, hay que hacer borrón y cuenta nueva. Tenemos que pasar el mar y asentarnos entre los lugareños más aislados y cerriles, que no tengan conocimiento de nada fuera de la linde de su pueblo. Es la única manera de huir de ocasiones de pecado.  ¿Vais a venir conmigo?
Todos los monjes quisieron acompañarlo en su peregrinación, pero no faltó el sembrador de cizaña:
-Hermanos: yendo con éste, no tenemos nada que hacer en ninguna parte. Donde vaya hará milagros y se correrán las voces; todo el mundo irá a rogarle a él y para él serán todos los honores, las limosnas y los buenos regalos; y a los demás que nos parta un rayo. Creedme: lo mejor es que lo dejemos abandonado en cualquier isla desierta y empecemos nosotros una vida nueva, pero por nuestra cuenta. Por él no os preocupéis: ¡que se salve con cualquier milagrete de los que tan bien sabe hacer!  
-No: eso sería un crimen. Pero zarpemos nosotros por la noche sin avisarle y cuando se despierte, que nos eche un galgo.
Ése fue el consejo que tomaron y cuando Moluóg amaneció, se encontró solo y sin embarcación en aquella remota playa. Estaba en un peñasco de la orilla, mirando al horizonte por si veía la nave de sus monjes y lamentándose amargamente, cuando sintió que la piedra se movía; y era que sin que él se diese cuenta se había despegado de la costa e iba navegando sobrenaturalmente sobre las olas del mar a tal velocidad que no tardó en tocar tierra en la isla de Lismore, adelantándose a los monjes que le habían dado esquinazo.
De allí no quiso pasar la barca milagrosa, nuevamente convertida en peña, y Moluóg decidió quedarse. La roca, a lo que se dice, se distingue perfectamente por ser de una piedra de la que sólo existe ella en toda la isla. 
Un santo evangelizador en Escocia. ¿San Colum Cille?
Vidriera moderna.
Lismore estaba entonces habitada por unos paganos obstinadísimos en su ceguera, que no hacían el más mínimo caso de la predicación de Moluóg, por más que sudase, se desgañitase y se deshiciese en penitencias y caridades. Al cabo de algún tiempo, reflexionó:
-Estoy queriendo llevarle la contraria a Dios, que bien a las claras me dice cada día que estoy perdiendo el tiempo. Esta obra no me está destinada. 
Y embarcándose de nuevo se dirigió a la abadía de Melrose, donde solicitó al abad que lo acogiese como fraile.
Allí estuvo viviendo unos años, hasta que aquel abad, admirado de la santidad de su vida, le dijo:
-Yo creo que deberías volver a la isla aquella; que te diste por vencido antes de tiempo. 
-Padre, tú no sabes lo que es aquella gente.
-Pero no pueden más que Dios. Tú ve y ten fe.
-Bueno, si es por obediencia...
Moluóg regresó a Lismore y los obstáculos insalvables de la primera vez parecían haberse allanado milagrosamente. La Gracia había tocado el corazón de aquellos paganos empedernidos, que se atropellaban y daban de empujones y codazos para recibir el bautismo. Moluóg, que ya no era ningún joven, comenzó una larga tarea misionera predicando y fundando conventos por toda Escocia, especialmente en la parte oriental, dado que el occidente era terreno ya muy trillado por los monjes dependientes directamente de Irlanda, discípulos de San Columbano, cuyas relaciones con San Moluóg no siempre habían sido muy cordiales.
Como subrayan algunos hagiógrafos, la labor de San Columbano se desarrolló fundamentalmente entre los irlandeses de Escocia y las tribus pictas más en contacto con ellos y bajo su influencia. A estas gentes, los pictos más orientales las miraban con recelo, cuando no con hostilidad.
Con el que sí tuvo mucha amistad en sus últimos días, que fue un largo periodo porque San Moluóg vivió una prolongada vejez, fue con San Bonifacio. Pero éste no era el famoso Bonifacio apóstol en tierras de Alemania y Frisia, sino otro muy venerado en Escocia que se llama San Bonifacio Curitan. Moluóg, a pesar de su ancianidad, sobrevivió a su amigo y quiso ser enterrado junto a él en su iglesia. Sin embargo, otra tradición insiste en que sus restos reposan en Lismore, el primer monasterio que fundó.
Una leyenda pintoresca de San Moluóg se encuentra muy presente en el folclore y sin embargo no aparece en las fuentes escritas tempranas. Se refiere al origen de la rivalidad que existía entre él y San Colum Cille, el otro gran apóstol de los escoceses del Norte. Los textos hagiográficos no ocultan que San Colum Cille tenía un carácter voluntarioso, decidido e irascible: aguantaba mal que le llevasen la contraria y que pusiesen la menor traba a lo que había resuelto, a veces en un impulso.
Una de esas ventoleras estuvo a punto de costarle la vida y le costó efectivamente un exilio doloroso aunque providencial, porque a él se le deben la evangelización (y gaelización) de los pictos y los inicios de la expansión monacal irlandesa en Gran Bretaña, preludio de la gran misión europea de los monjes escotos.
San Colum Cille, desterrado, iba buscando en su barco una isla adecuada para sus planes de oración y evangelización, situada no lejos de la patria pero sí a la suficiente distancia para que las costas de Irlanda no fuesen visibles desde ningún punto de ella. No quería que su dolor se renovase cada día con la visión de las costas añoradas.
Tardó bastante tiempo en ver una que reunía las condiciones y puso proa a ella. No tardó en avistar otro barco como el suyo singlando con el mismo rumbo. Lo tripulaba otro santo como él.
-¡Eh, el de la barca! Hermano, esa isla es para mí. ¡Yo la he visto primero!
-Bueno, hermano: eso lo dices tú.
-Por aquí si hay algo que sobre son islas: búscate otra y que Dios te guíe.
-Pero a mí me gusta precisamente ésa: da esa casualidad.
-Bueno -dijo San Colum Cille- pues que Dios sea nuestro árbitro. El primero que toque tierra, que se la quede y el otro que se la ceda con buen conformar.
-¡De acuerdo!
Sabía San Colum Cille que a su barco no había otro que lo ganase en rapidez.
La isla era Lismore y el otro santo, Moluóg. Y cuando Moluóg se dio cuenta de que tenía la carrera perdida, tomó rápidamente una determinación audaz. Cogió un hacha pequeña y de un golpe se tajó el meñique. Lo cogió y con todas sus fuerzas lo arrojó a la ribera. Como en alas del viento, el dedo recorrió un largo vuelo, porque Dios tenía reservada aquella isla para su dueño, y fue a caer en la orilla. Moluóg había ganado la carrera.
San Colum Cille estaba estupefacto e indignado.
Combate de animales y embarcación. Relieve picto (unas señas interesantes
para los curiosos de la escultura picta:
http://www.pictishstones.org.uk/pictishstones/pictishstoneshome.htm).
-¡Tramposo!
-Nada, nada: yo he tocado tierra primero, con el dedo. 
-¡Maldito seas! ¡Así tengas que calentarte con lumbre de alisos!
-Así sea; ya nos arreglaremos.
-¡Así salgan en tu isla las rocas de canto!
-Bueno, sea todo como Dios quiera.
-Amén... ¡Arrieritos somos!  
Por supuesto, la maldición de San Colum Cille se cumplió. En la isla no había más árboles que alisos: ¡alisos por todas partes!, y ya se sabe lo que dice el refrán: "la leña de aliso ni el Diablo ni Dios la quiso", porque arde mal y echa mucho humo. Sin embargo, los alisos de Lismore, por especial permisión divina (se conoce) arden bien. Y los picachos de la islas, formados por estratos de roca, ofrecen unos senderos naturalmente planos por los que se camina con comodidad.
Toda esta leyenda está llena de elementos que remiten al dios Lug. Pues éste, como Apolo, era dios de los navegantes, y muy especialmente de las rutas marítimas, encargado de que los mareantes llegasen con bien a su destino. Lugaid o Moluóg adopta la función de su modelo divino. Como él, es el que abre caminos, y no en vano elige como sede Lismore, importante nudo de comunicaciones marítimas en su época. Ni tampoco es casual que una de las propiedades maravillosas de la isla se refiera a caminos, y caminos de piedra (siendo las piedras otro de los elementos en que se manifiesta la divinidad apolínea y de Lug). Como éste, vence mediante la astucia y no mediante la fuerza. Hay coincidencias aún más llamativas. Lug es llamado lámhfhada, "mano larga": como señala Sergent, más que mano larga, se trata de la mano que actúa a lo lejos, a distancia (como actúan los rayos del sol: símbolo que se viene fácilmente a la imaginación; así las representaciones del dios egipcio Atón); por eso Apolo es el dios que ataca con arma arrojadiza, ya lanza, ya arco y flechas, que son prolongación de la mano. Aquí, en la leyenda de Moluóg, es la mano misma la que se torna arrojadiza y toca tierra a distancia.
la festividad de San Moluóg se celebra el 25 de junio.

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