jueves, 20 de junio de 2013

Los sueños de San Gobán

Un libro de gran influencia (influencia comparable a la de la Navegación de San Brendano) en la literatura y en la mentalidad de la gente en la Edad Media fue la Vida de San Fursa. Claro que la influencia es de doble sentido: también la experiencia de San Fursa responde a las inquietudes de su tiempo. Lo que mayor eco dio a la Vida de San Fursa fueron sus viajes en éxtasis al Cielo y al Infierno.
Fursa fue uno de los monjes irlandeses que se establecieron en Inglaterra, fundando su monasterio en Cnobheresburgh, junto a Yarmouth. Mereció así la atención de San Beda el Venerable, que le dedica un capítulo de su Historia ecclesiastica y recomienda la lectura del libro de su vida.
Durante su paso por el Infierno, Fursa quedó un poco chamuscado por el roce con un precito; cuando volvió en sí su piel conservaba la quemadura.
Alma arrastrada por los demonios. Relieve románico.
Jorge Luis Borges se interesa en el artículo La flor de Coleridge en esas pruebas tangibles que se traen a veces de sus expediciones fantásticas, al Paraíso o al futuro, los viajeros. La quemadura de Fursa es paradójica y descolocadora: sabemos que la visita del misionero al Más Allá (como la de su compatriota Cú Chulainn siglos antes) ocurre espiritualmente y mientras su cuerpo yace postrado y como muerto. Es algo semejante a un viaje chamánico. Sin embargo, despierta con la cicatriz, ya indeleble, en su piel material. La visión deja su huella calcada en la realidad sin que por eso una y otra se confundan. Dos planos del universo destiñen uno sobre el otro.
Como tantos otros santos de su tiempo, San Fursa nunca se encontraba satisfecho en su demanda espiritual y esa desazón (esa desazón en que románticamente se ha querido ver un rasgo esencial del alma celta, la "saudade do Alén") lo llevó a probar la vida eremítica y por último a viajar cada vez más allá, convirtiéndose en uno de los pioneros de la misión irlandesa en el Continente.
Pero, en fin, San Fursa tiene su festividad en Enero y no entraba en mis intenciones extenderme sobre este santo.
Cuando San Fursa partió de Irlanda rumbo a Gran Bretaña, lo hizo acompañado de un grupo de seguidores, que serían los monjes de su primer monasterio. 
Aquí se comprende bien cómo la palabra latina monasterium, adaptada al irlandés en la forma muintir, llegó a significar "mesnada", "séquito", y hoy quiere decir "familia" o "conjunto de personas vinculadas a algo". 
Entre aquellos discípulos los había de mayor confianza, como Dicuil y Gobán, que junto a Fullan (hermano de Fursa) se quedaron a la cabeza del monasterio cuando el fundador, acompañado de su otro hermano Ultan, se retiró a vivir como anacoreta.
Gobán era nombre corriente en la antigua Irlanda. El Dictionary of Irish Saints de Pádraig Ó Riain conoce cuatro, entre ellos el semi-mítico arquitecto, Gobhán Saor, que ya ha aparecido en varias de estas entradas. Gobán es diminutivo de gobha, "herrero". Del carácter sagrado de los herreros entre los antiguos celtas es testimonio la figura de Goibniu (siempre la misma raíz), herrero de los Tuatha Dé Danann, en quien se ha visto un antiguo dios del trueno (así lo cree O'Rahilly) y del que Gobhán Saor es probablemente una cristianización, como señala James MacKillop en su Dictionary of Celtic Mithology (un avatar femenino sería Santa Gobnat). 
Al Goibniu irlandés corresponde el Gofannon galés y entre los galos aparecen los famosos gobedbi (en caso instrumental, probablemente), seguramente unos sacerdotes herreros que rendirían culto a la deidad llamada Ucuetes en la ciudad de Alisia. Al menos, eso parece desprenderse de una célebre inscripción cuyo significado exacto, cierto es, sigue discutiéndose. 
Ya en la Edad Media, existía en Francia la creencia en un demonio Gobelino -lo menciona Orderico Vital-, cuyo nombre, no explicado aún con certeza (la etimología propuesta a partir del griego kobalos, "malhechor", no despierta ninguna confianza), se relaciona con los duendes llamados kobold en alemán y pervive en el de los gobelins franceses y goblins ingleses, otros trasgos. El tal Gobelino actuaba por la actual ciudad de Evreux y hubo de vérselas con San Taurino, que acabó expulsándolo de la región. Es curioso cómo estos duendecillos malintencionados han dado nombre a unos tapices famosos, los Gobelinos de Francia, y a un metal, el cobalto.  
El Gobán, pues, de esta historia, era, según dice su Vida, recogida en las Acta sanctorum, un joven de insigne prosapia, dotado de todas las virtudes, alegre y amable, estudioso; sano y hermoso de cuerpo, largo en caridades, acostumbrado a retiros y vigilias de oración.
Tan peregrinas cualidades no pasaron desapercibidas a Fursa, obispo en Irlanda entonces, que lo escogió para ordenarlo sacerdote entre otros jóvenes esclarecidos: Nervisando, Foilano (éste, seguramente su hermano San Fullan), Gisleno, Etón (ver La vista recobrada o el que guarda siempre tiene), Vicente, Adelgiso, Momoleno, Eloquio, Godelgero, Gillebrodo, Melboeno y otros de cuyo nombre no queda constancia. Las Acta sanctorum consideran esta lista con bastante escepticismo. Identifican, con hartas dudas, a Vicente con San Vicente Madelgario (ver Las monjas visionarias), que era soldado y cortesano y no sacerdote, a Gisleno con San Gislano de Mons, griego de nacimiento y franco o galo belga de estirpe según la tradición, a Gillebrodo con el gran san Willibrordo, apóstol de los frisones, que, como señalan, tampoco era irlandés.
La conclusión de los editores bolandistas es que seguramente se trata de una retahíla de nombres amontonados gratuitamente y a voleo (es de suponer que para crear sensación de veracidad); unos irlandeses, otros francos o sajones y otros camelísticos. No es imposible, pero en la transmisión de estas leyendas los nombres, exóticos y extraños para los copistas, pueden sufrir sorprendentes alteraciones. No es raro tampoco que el hagiógrafo medieval identifique a un personaje con otro más famoso de nombre semejante. 
No bien había recibido Gobán las órdenes cuando le salió al camino un ciego, a quien había llegado la fama de su santidad, rogándole que hiciese el milagro de devolverle la vista. Gobán no se consideraba capaz de esas curaciones, pero ante la insistencia del otro se echó de bruces a orar por él y cuando, al final de sus plegarias, le hizo la señal de la cruz sobre los ojos, el ciego vio.
Una noche de domingo, a San Gobán se le manifestó en sueños Jesucristo diciéndole: "venid a mí los que estais cansados, que yo os repararé; benditos del Señor, venid a tomar posesión del reino que os está reservado desde toda la Eternidad". Y al despertar, sintió que el sueño le había inspirado una apremiante necesidad de visitar a su maestro San Fursa. De camino, se fue encontrando con los demás discípulos y, hablando hablando, vieron que todos habían tenido el mismo sueño a la misma hora.
-Esto no puede querer decir más que una cosa: que se nos ordena marcharnos del país y buscar a Dios en otra parte.
-Eso creo yo; y va a ser en Galia.
Cuando se lo consultaron a Fursa, no sabía qué decirles.
-¿Qué pensáis vosotros que querrá decir lo del sueño ese?
-Que dejemos atrás todo lo de aquí y pasemos el mar.
Hicieron, pues, todos los preparativos y se encaminaron a la costa. Pero, como si Dios quisiera desmentir su interpretación, cuando llegaron a la ribera se desencadenó un fuerte temporal que les imposibilitaba zarpar. Durante tres días estuvieron rezando y ayunando, y nada.
-Gobán, di una misa tú, a ver si hay manera.
-¿Por qué yo?
-Porque tú eres el único que ha hecho un milagro.
-Pero soy el peor de todos. Ahora, si os empeñáis...
La misa se dijo, y la tempestad se amainó. Los peregrinos embarcaron y cruzaron sin novedad a Galia, donde se internaron juntos hasta la famosa abadía de Corbie. Allí se separaron al cabo de tres días, con muestras de tristeza y afecto. Gobán, con un criado, se dirigió al Monte del Yermo, junto a Laon. Allí hincó en el suelo su bordón, hizo de su capa doblada una almohada y se tumbó en el suelo.
-¡Qué bien se está tumbado! No podía más de cansancio y de sueño. Tú quédate despierto mientras echo una cabezada, que va a ser un momento.
Una cabezada. Relieve románico.
Gobán se durmió y en sueños se vio rezando el salterio completo. Al llegar al salmo 132, donde dice: "Éste es mi reposo para siempre: aquí habitaré, porque la he deseado", se despertó de repente y se levantó. Al sacar el báculo del suelo, un brioso manantial brotó saltando del agujero que había dejado en la tierra. Esa fuente es de aguas milagrosas y curativas para muchas enfermedades.
-Amigo -dijo a su criado-, está claro que Dios nos manda quedarnos aquí. Éste es buen sitio para que sirvamos a Dios con nuestras oraciones y de aquí no se pasa.
Probablemente el bienestar del descanso fue el que trajo a la memoria de Gobán, en sueños, el recuerdo de los versos del salmista, núcleo en torno al cual cristalizó todo el sueño. Se ha observado repetidamente que el tiempo en los sueños puede dilatarse y ese fenómeno es el que da pie a la famosa narración del estudiante, el nigromante y las perdices, el ejemplo XI de El conde Lucanor.
Poco tiempo después, Gobán se dirigió al monte Bibrax (el Monte del Castor), donde había una iglesia dedicada a la Virgen. A la puerta pedían limosna un ciego y un mudo a los que sanó.
La fama de estas maravillas llegó a oídos del rey, que lo mandó llamar.
Reinaba sobre los francos de Neustria, a la sazón, Clotario II, hijo de la tremenda reina Fredegunda. Clotario fue un rey que procuró mantener siempre buenas relaciones con la jerarquía eclesiástica. 
-¿Quién eres tú?
-Yo, un peregrino irlandés, de Hibernia.
-Pídeme lo que quieras, que te lo concedo.
-Pues que me dejes poner mi ermita en tus tierras, por aquí.
-Muy bien; llévate uno de mis criados.
Clotario II niño, en brazos de la reina Fredegunda, su madre.
Miniatura gótica.
Gobán se quedó en los terrenos que ya tenía escogidos y se puso a levantar con sus propias manos su pequeño oratorio. Los días dedicaba al trabajo y las noches a la vigilia y a la oración, como quien sabía que la Gracia de Dios es más difícil de conservar que de alcanzar.
Con su buen ejemplo trataba de conmover el corazón de los lugareños, pero en vano. Se trataba de gente endurecida en los vicios y malas costumbres y no había manera de enderezarlos. Iban, dice la vida, por un camino "malo y pésimo", eran "malignos y odiosos" y no les gustaba más que el pecado y perjudicar a las buenas personas. De modo que las "suavísonas exhortaciones" de Gobán caían en saco roto.
Gobán era hombre paciente y curtido en los combates de la ascesis, pero aquella situación podía con él.
-Señor mío, ¡pues sí que he atinado con el sitio! Mejor era que me llevase Dios de este mundo: ¡para lo que le sirvo aquí!
Y Cristo se le volvió a aparecer en su sueño.
-Gobán, preocúpate de servirme y nada más. Ahora tú lloras y el mundo ríe; espérate un poquito y verás quién ríe y quién se tira de los pelos de verdad. Tú te pasas la vida rogándome por el perdón de esos protervos, ¿no es cierto? Pues de eso nada. ¡Se van a enterar, hombre! Y a ti te va a llegar el turno de dar saltos de alegría. Porque de aquí a poco voy a mandar sobre el país unos bárbaros que van a dejar chiquitos a los vándalos de antaño y a ti te van a conceder la corona de martirio por la que tanto suspiras; y a estos nativos cerriles y berroqueños, pues igual: pero ellos sin querer y con una desesperación que los arrojará de patas al Infierno. ¡Para que vean!
Estas palabras fueron de gran consuelo para Gobán y no tardaron en cumplirse. Días después, las hordas prometidas cayeron como una ola furiosa sobre el territorio corriéndolo a sangre y fuego; llegaron al Monte del Yermo, donde encontraron a Gobán orando y le cortaron la cabeza.

Fue enterrado solemnemente en la iglesia que él mismo había levantado y en su tumba comenzaron a producirse curaciones milagrosas que atrajeron a una multitud de peregrinos. La fuente que manaba de donde el santo había hincado su báculo sanaba muchas enfermedades con sus aguas. 
En aquel tiempo la iglesia era de San Pedro; después, en honor del santo, se llamó de San Gobán, Saint Gobain en francés. La cabeza cortada, dice Margaret Stokes (que escribió sendos libros dedicados a los santos irlandeses en Italia y en Francia y Bélgica, obras de mucho interés a pesar de la opinión de Dom Gougaud, estudioso también de los santos célticos), se conservó en un precioso relicario de plata. Éste y el sarcófago de piedra donde reposaba el cuerpo fueron destruidos en el siglo XVI, durante las guerras de religión.
Son verdaderamente interesantes los libros de Margaret Stokes -pueden leerse en línea en Internet Archive-, notable investigadora, escritora y dibujante. Fue, por cierto, su hermano el importante celtista Whitley Stokes, editor de varios de los más importantes textos literarios de la Irlanda medieval.

El día 20 de junio, fecha, según se cree, del martirio de San Gobán, se conmemora su fiesta.
Para terminar, una recomendación a los interesados en estos asuntos: es muy interesante consultar el blog Omnium Sanctorum Hiberniae, que se encuentra en las siguientes señas:
http://omniumsanctorumhiberniae.blogspot.com.es