viernes, 25 de enero de 2013

La Medusa de Gales

Hablaba el mes pasado de la leyenda de Santa Henori, abandonada a las olas del mar en un barril con su hijo San Budoc en el vientre, aventura semejante a la de Danae (ver el culebrón de la condesa), Rhoeo -madre de Anios y nieta de Ariadna-- pero también, aunque menos, a la de los futuros héroes confiados de niños en su cesto al azar de las aguas, de los que el más famoso es probablemente Moisés. Hojeando ahora Los mitos griegos de Graves veo que, según una versión de su mito, también Edipo fue abandonado en un cajón arrojado al mar, y que fue la reina Peribea (o Mérope) de Corinto la que encontró y adoptó.
Edipo, como San Cummian Fada (del que hablaba en la entrada anterior), había sido engendrado durante una borrachera, momento de debilidad acechado por los destinos para aportillar la voluntad de los hombres y hacerles despreciar oráculos y quebrantar tabúes.
Lo curioso es que Santa Henori, en la leyenda bretona, tras aportar en Bretaña con su recién nacido, adopta el oficio de lavandera (con todas sus connotaciones mágicas), pero Peribea había bajado a la playa en compañía y a la cabeza de sus lavanderas para hacer la colada de palacio. Igual que Nausicaa, que tuvo la ventura de encontrarse con Ulises, un parto de los mares más crecidito. 
Joachim von Sandrart, Ulises y Nausicaa.
En Grecia, son las lavanderas las que encuentran al náufrago, y en Irlanda es la (futura) lavandera la náufraga rescatada. ¡Oh bienaventurados y patriarcales tiempos de las Nausicaas y Peribeas, reinas y princesas a las que no se les caían los anillos por desollar alguna liebre, empuñar la escoba -no digamos rueca y huso- o rascarse los nudillos con la tabla de lavar (si es que se había inventado ya este utensilio)! 
O, ya que estamos, la lanzadera, como Penélope, mujer de Ulises e hija de otra Peribea, (ninfa ésta), que también había sido abandonada en el mar al nacer por orden de su padre Icario (quería niño y no niña), y salvada por una compasiva bandada de patos a los que debió su nombre, pues "penélope" es eso, una especie de pato.
Este trabajo de lavandera está hondamente asociado al misterio del nacimiento (en la tradición escocesa las lavanderas de la noche son los fantasmas de las mujeres muertas en el parto). Santa Henori, virtual lavandera, es una mujer recién parida (y renacida ella misma de su barril). Nausicaa y Peribea, por el contrario, aún no han llegado a la plenitud de su feminidad para la que les falta la experiencia del parto: Nausicaa porque es doncella (por eso se la compara con Artemisa rodeada de sus ninfas: Artemisa, diosa virgen y abogada en los partos difíciles) y Peribea porque es estéril. 
Edipo rescatado, Antoine-Denis Chauvet.
Sin embargo, Peribea tuvo una hija, Alcínoe, tristemente relacionada también con las labores textiles. De ésta cuenta Partenio que había contratado a una hilandera llamada Nicandra que estuvo trabajando para ella durante un año, al cabo del cual la echó con cajas destempladas y pagándole menos de lo acordado. Nicandra apeló a Atenea, patrona de las de su oficio, y la diosa castigó a la princesa haciéndola abrasarse de pasión por un extranjero, Xanto de Samos, con el que se fugó. En mitad de la travesía volvió en sí de su extravío y desesperada del disparate que había cometido abandonando hogar y familia, se suicidó arrojándose al mar.
No deja esto de recordar a la canción francesa de la astuta muchacha que se embarca alocadamente en el navío del misterioso y atractivo marinero para arrepentirse poco después, cuando ya parece tarde: "mais quand la belle fut embarquée, elle rougit, elle soupire..." 
Estrecha relación, en fin, la de estas tejedoras e hilanderas con el agua; y no tiene nada de raro, porque el tiempo se devana como un hilo, y al hilo de los días corren los ríos de las vidas.
Pero hoy tocaba hablar de otra princesa (como tantas veces): se trata de una de las hijas de Brychan Brycheiniog, Dwynwen, cuyo verdadero nombre era Dwyn a secas, ya que esto de -wen, "blanca", era epíteto que se podía posponer a cualquier nombre femenino, como vimos en el caso de Santa Noyala o Noluena (ver Tres fuentes que encierran sangre) y vino a querer decir, sin más, "santa". 
Dwynwen, según una de las listas que existen, recogida en The Myvyrian Archaiology of Wales, era la vigésima hija de San Brychan.
Es The Myvyrian Archaiology of Wales una colección de textos medievales galeses que se publicó en los primeros años del siglo XIX por iniciativa de Owen Jones, un enamorado de las antigüedades de aquel país. En su ambiciosa empresa de edición se asoció con William Owen Pughe, importante erudito y lexicógrafo, y con Iolo Morgannwg, por su verdadero nombre Edward Williams.
El indudable valor de la colección impulsada por Owen Jones se ve, desgraciadamente, un tanto empañado por las mistificaciones con que la mechó Iolo Morgannwg. Éste, aparte de interesarse en la historia y orígenes de Gales, había creado un sistema filosófico-religioso, muy característico de su época, donde se mezclaban deísmo místico, teosofía romántica y una supuesta tradición esotérica inmemorial que se remontaba a la sabiduría druídica.
Frances Yates ha estudiado la tortuosa y no siempre aparente senda que lleva del espiritualismo teñido de magia del Renacimiento inglés y su búsqueda de la prístina teología druídica, a través del rosicrucismo, hasta la francmasonería y otras formas de espiritualismo de la Ilustración.
Iolo Morgannwg fue un puntal en la creación de la ideología nacional galesa, fundador del gorsedd o asamblea de los bardos e inventor del neodruidismo casi en su totalidad, pero sus ideales religiosos lo llevaron a inventar textos supuestamente antiquísimos en apoyo de sus creencias. Como era hombre de talento, aún hoy resulta a veces difícil separar en sus obras el grano de las granzas.
Aparte de lo publicado en la Myvyrian Archaiology, Iolo recogió (o compuso) varias decenas de antiguos textos que fue editando y cuya publicación póstuma continuó su hijo con el título de Iolo Manuscripts.
Es en uno de ellos donde se encuentra la más antigua relación de la leyenda de Santa Dwynwen, hija de Brychan Brycheiniog o Brychan Yrth. Brychan era un legendario rey galés cuyos dominios se extendían al Norte de la actual Glamorgan, en el Brecknockshire. Su estirpe era irlandesa. Concretamente, procedía de los Uí Liathain, una nación del Este de Mumu (al este del actual Cork) que se instalaron en varios asentamientos en Britania, mezclándose con la aristocracia local. Estos Uí Liathain estaban emparentados con la familia de Crimthann Mór, que fue rey supremo de Irlanda a la muerte de su cuñado Eochaid Mugmedón. Crimthann Mór era hermano de la viuda de Eochaid, Mongfind. Mongfind tenía una no disimulada preferencia por su hijo Brian o Brión y quería a toda costa verlo sentado en el trono. A tal fin, envenenó a su propio hermano Crimthann. El crimen le salió caro porque Crimthann la obligó a beber de la misma copa y murieron ambos. Caro y baldío, porque al final la corona fue a parar a su hijastro Niall el de los Nueve Rehenes, hijo de su odiada Cairenn, esclava concubina de su marido (ver Vida y milagros de San Berach).
La historia de  Dwynwen se refiere muy brevemente en los Iolo Manuscripts (pueden leerse en línea en Internet Archive, con traducción inglesa), tomada, según allí se dice, de Hugh Hughes, otro poeta y anticuario galés del siglo XVIII:
Dwynwen, hija de San Brychan, era  amada por Maelir -o Maelon- Dafodrill y le correspondía, pero una vez él intentó tomarla de modo indecente (o sin casarse, que los dos sentidos dan los diccionarios para la palabra amhriod).
Para explicar esta conducta, versiones posteriores de la leyenda sugieren que a Brychan Maelir le parecía poco yerno para su hija. ¡Difícil empresa para él encontrar yernos y nueras de sangre real para sus casi dos docenas de hijos e hijas! Maelir habría obrado por despecho y en venganza de los desdenes del rey.
Más fácil de creer me parece que no tuviese paciencia para esperar al paso previo por la iglesia que exigiría la prudente Dwynwen, y que fuese la vehemencia del deseo la que lo cegase.
-Pero ¿qué haces, hombre? ¿No puedes esperar unos días? ¡No seas animal!
-¡Animal soy de carne y hueso, y no estatua de piedra! ¿Qué quieres, que me dé un parasismo? ¿No ves que un día de éstos reviento?
-¡Quita, bruto! ¡Así no me da la gana! ¡Que no!
Ataque a una mujer. George Romney.
Maelir no se salió con la suya y se fue doblemente frustrado.
-Anda, hombre, ponte a refrescar, que te van romper a hervir los espíritus vitales.
-De ésta te acuerdas.
El resentido galán buscó su venganza en la maledicencia y se fue infamándola y cubriéndola de vergüenza (gwarthaoedd). Aquello, en las sociedades célticas, era un arma mucho más temible de lo que puede parecer aquí hoy. Gran parte del poder de los bardos reposaba en la fuerza de una sátira certera, capaz de provocar a su víctima la enfermedad y la muerte. En particular, podía causar la aparición de manchas y bultos repulsivos en la cara. 
No es de extrañar, por tanto, que Dwynwen quedase abrumada de aflicción y angustia, sobre todo porque ella no había dejado de querer apasionadamente a Maelir. No sabiendo qué hacer, huyó al bosque (el bosque, ya lo hemos visto varias veces, habitual refugio de las tormentas matrimoniales) y se enfrascó en la oración.
Consumada o no, la violación de la santa no es excepción en la hagiografía de las tierras célticas. De la de Santa Nona nació nada menos que San David de Gales, así como San Cumian el largo de de la unión forzada e incestuosa del rey Fiacha con su hija. Y si Santa Dymphna se libró de la misma suerte fue porque puso tierra y mar por medio entre ella y su padre.
En la soledad del bosque, en medio de sus rezos, se le apareció Dios y le dio una bebida dulce con que la dejó completamente curada de sus amores. Le fue mostrado también cómo a Maelir se le administraba otro brebaje que lo dejó "congelado en hielo" (a'i rhewodd yn iâ").
Como se ve, Dwynwen tiene algo de Medusa cristiana, puesto que, como dice Bachelard en La terre et les rêveries de la volonté, nada más fácil que pasar de la imagen de la petrificación a la de la congelación. Jacob Boehme, citado allí por Bachelard, afirma que tos piedra es agua cuajada. 
También se asemeja esta Dwynwen a la Antinea de Pierre Benoit, que convertía a sus amantes en estatuas de un metal desconocido y más puro que el oro. 
Antinea, con cabellera y mirada de Medusa, en la película de Pabst (1932).
Medusa (como Dwynwen) era una virgen consagrada (a Atenea) y su capacidad de convertir en piedra es castigo de una violación (por Poseidón) profanadora del templo de la diosa. En cuanto a Antinea, es de todas las mujeres holladas y burladas por el arrogante varón civilizador de quien se erige en vengadora.
Freud y Ferenczi coinciden en relacionar la cabeza petrificadora de Medusa con la sorpresa y horror provocados en el niño por la visión de los genitales femeninos, que suscita el miedo a la castración. Según Freud, la multiplicación de símbolos fálicos, como aquí las serpientes, suele traducirse en la simbología inconsciente por su contrario, la castración. También, de manera más obvia, la decapitación. Medusa es la madre (etimológicamente "la que tasa, la que dicta la medida") y la petrificación representa la inconsciente afirmación autoconsoladora del atónito observador: "yo sigo siendo capaz de erección". Mediante la incorporación de la cabeza de Medusa a su escudo, Atenea se adueña de esa dimensión materna (no a pesar, sino precisamente a causa de su condición virginal, Atenea es, como Artemisa, diosa abogada en los partos y encargada de desatar el ceñidor, gesto necesario para que la mujer pueda dar a luz).
Medusa. Bronce romano.
Robert Graves supone que la faz aterradora de Medusa era, ni más ni menos, la máscara que se utilizaba en los rituales mistéricos femeninos, simbolizando por tanto los aterradores secretos de la mujer (que vienen siendo los de la Esfinge).
Mitólogos de tendencia jungiana, como Kerenyi, han insistido en la semejanza, tal vez antigua identidad, de Medusa y Deméter, diosa madre por excelencia. También con Artemisa, otra diosa que ayuda en los partos.
Erich Neumann ve en ella el arquetipo de la madre terrible, que da la muerte (nadie puede ver a la muerte sin quedarse de piedra, es decir, sin morir) en vez de la vida, como hace su reflejo la madre buena; y Gimbutas sostiene que, más allá del aspecto monstruoso que acabó adquiriendo, Medusa era ante todo la señora de la regeneración (que ¡ay! exige la muerte primero), de donde las serpientes, símbolo de resurrección. 
Dwynwen, efectivamente, petrifica o hiela a Maelir, pero es para devolverlo a una vida superior.
Medusa es un ser oceánico: es hija de los dioses marinos Forcis y Ceto ("Gran Pez", de donde cetáceo) y su destino lo dicta su unión con Poseidón, de la que nace Pegaso.  También Dwynwen se relaciona directamente con el mar. De acuerdo con una de sus leyendas, cruzó el mar caminando sobre las aguas cuando la perseguía Maelgwn Gwynedd, un rey al que San Gildas, en su De excidio Britanniae, dio muy mala fama de tirano y sodomita. 
Santa Duina o Tuina es venerada en Bretaña, donde se dice que vivía en una cueva a la orilla del mar en Plouha, en el Goëlo, y se la llama Santez Twina ar Mor, Santa Tuina del Mar.
Santa Dwyn tiene en su santuario en Anglesey una fuente milagrosa, como es frecuente; pero lo particular es que en ella habitaban unas anguilas que servían de oráculo y consultorio amoroso. Dafydd Trefor, poeta galés de principios del XVI, se refirió a este hecho en uno de sus poemas. Una anciana pitonisa sumergía un pañuelo en el agua y le daba vueltas; las anguilas acudían y según sus movimientos podía saberse si el consultante se casaría, cómo sería su novio, si su pareja le era fiel y cuestiones por el estilo.
La anguila es un pez que participa de los elementos del agua y la tierra por su aspecto serpentino y por decirse de él que se nutría de barro. Por su relación con la serpiente, sin duda, se le han conferido a menudo connotaciones sexuales.
Es el caso que, gracias al brebaje tomado en sueños, Santa Dwyn se vio libre de sus amores.
-Ya ves, Dwynwen, dilecta mía -dijo Dios-: tus plegarias han sido oídas.
-Ya... Te has pasado un poco, ¿no?
-¿Por qué?
-¡Estatua de hielo...!
-¿En qué quedamos? ¿Es que vas a dar la razón a lo de que las mujeres, cuando dicen que no, quieren decir "ya tardas"?
-Eso no.
-Mira: para que te consueles, te voy a conceder tres deseos. Piénsatelos bien.
-No hace falta: ya están. El primero, que devuelvas a Maelir Daffodril la vida y el movimiento. El segundo, que todos los enamorados de corazón sincero que acudan a Ti con sus plegarias obtengan una de estas dos cosas: o la feliz culminación de sus amores o (a unas malas) el olvido.
-No es mucho pedir. ¿Y la tercera?
-No tener que depender de un hombre ni aguantarlo. ¡Hay que ver cómo se vuelven!
-Bueno: hazte ermitaña o monja.
-Pues eso pensaba.
Dwynwen se estableció en la isla de Anglesey y allí con el tiempo surgió un importante culto y peregrinación donde solían acudir los fieles pidiendo fortuna en sus amores, Llanddwyn, o sea Iglesia de Santa Dwyn. El poeta Dafydd Llwyd, también en el siglo XV, decía con ironía que Santa Dwyn había sido una santa muy casta, pero que gracias a ella se habían llegado a cometer muchos pecados contra el sexto mandamiento.
De los que la han celebrado en sus versos es el más famoso Dafydd ap Gwilym, sin duda uno de los grandes poetas europeos de su tiempo (Dafydd ap Gwilym escribió en el siglo XIV). Enfermo de amores de su amada Morfudd, se dirige a Dwynwen pidiéndole su mediación y su intervención para impedir al burlado marido que la retenga o encierre. Así podrán disfrutar de los largos días de mayo a la sombra de los árboles frondosos. Al final del poema y hablando de los méritos de la santa, parece referirse a su martirio y en efecto era tradición que lo había padecido junto al emplazamiento de su fuente.
Luzel, el folclorista bretón, recoge en Légendes chrétiennes de la Basse-Bretagne una leyenda completamente diferente de Santa Touina.
Aquí Santa Touina es hija de un viudo rico casado en segundas nupcias con otra viuda, madre a su vez de otra hija. La hermanastra de Touina se convierte en la favorita del matrimonio y la pobre Touina en la cenicienta, hasta que un día se harta y huye al bosque donde se une a una gavilla de bandoleros (situación semejante a la de la monja fugitiva que veíamos en la entrada Un cilicio con seis patas).
Este episodio tiene cierto tufillo iniciático: el bosque es el territorio situado fuera del mundo y los bandoleros parecen esos seres asociales, marginales, que son las bandas guerreras, como los fianna de Irlanda, o que son los jóvenes en su periodo de iniciación, que no se sabe si son bestias o humanos.
La verdad es que Touina vivió como una reina durante una temporada, puesto el mundo por montera y hecha mascota de los forajidos, como si fuese Caroline Chérie entre los chuanes, en la película de Martine Carol sacada de la novela de Cécil Saint-Laurent.
Tuvo un hijo del caudillo de los bandidos y arrepentida escapó, lo dejó en casa y emprendió camino a Roma, donde consiguió el perdón del Papa, que la puso bajo la dirección espiritual de un anciano y santo ermitaño.
El ermitaño le consiguió una colocación como sirvienta en casa de una viuda rica, donde su trabajo consistía fundamentalmente en hilar. Mucho tuvo que padecer por culpa de las demás criadas, frívolas y descocadas; pero a menudo venían los ángeles y la llevaban en volandas a la iglesia, donde gozaba muchos favores de la Virgen. 
Al final el señorito de la casa se enamoró locamente de ella y como no se atrevía a confesar a su madre que quería casarse con una criada, enfermó y estuvo a punto de morir. La viuda, con intuición materna, adivinó al fin lo que ocurría y consintió en el matrimonio, si esa era la voluntad de Touina.
Touina dio el sí, el heredero la hizo su mujer y tuvieron un hijo. Éste una vez, en la fiesta de su cumpleaños, cayó de cabeza en un cacharro de leche hirviendo y se ahogó y escaldó. La madre al verlo se resignó a la voluntad divina y escondió el cadavercito en un armario para no aguar la fiesta a los invitados. Llamó entonces a la puerta un viejo mendigo de los que solían acudir a las casas ricas al olor de los festejos. 
Fiesta bretona popular. Las bodas de Constantin Guerveur, Victor-Marie Roussin.
Touina lo acogió con generosidad y respeto y le sirvió de comer en su cuarto y no en la cocina con los demás vagabundos y pedigüeños.
-Esa comida no vale para nada. 
-Diga lo que se sirve comer, hombre de Dios, y habiéndolo, se le pondrá.
-¿Prometido?
-Claro.
-Yo quiero comer de lo que guardas en el armario.
-En el armario no hay nada.
-Yo digo que sí: y mira a ver lo que tienes.
Abrieron el armario y Touina, loca de contento, encontró al niño resucitado, jugando y echando risas.
-Bueno, a ver, viejo honrado: ¿qué queremos comer?
-¿No te lo he dicho? De lo que había en el armario. Y como lo has prometido, coge un cuchillo y córtame un cuarto de niño, que me lo pongan en pepitoria.
-Pero ¿qué barbaridad es ésa?
-Ya veo que no tienes palabra.
-¿Que no? ¡No se dirá que soy una embustera! ¿Qué prefiere usted, pierna o paletilla?
-Yo mismo me corto el trozo que me guste. ¡Trae acá ese cuchillo a ver!
-Tenga: pero no quiero presenciar esta carnicería.
-¡Tonta! ¿No ves que soy el ermitaño de Roma? Me ha mandado Dios a probarte, si eres obediente y sumisa a Su voluntad. Ya se ve que sí. Menos mal, porque de lo contrario íbamos al Infierno de cabeza los dos. Y yo ahora, que he vivido mucho, me voy para el Cielo, a escape, no se lo vayan a pensar mejor arriba y me dejen otra temporada en este valle de lágrimas. Allí te espero, porque ya puedo decirte que eres santa. ¡Adiós!
El ermitaño entregó el alma al Señor y la fiesta continuó y se cerró con las exequias del santo anacoreta.  
La festividad de Santa Dwynwen, patrona de los enamorados, se celebra el veinticinco de Enero.


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