miércoles, 16 de enero de 2013

Un cilicio con seis patas

Foráith már ngur ngalar,
Carais már trom tredan
In grian bán ban Muman,
Íte Chluana credal.

Mucho ayudó en dolorosas dolencias,
Mucho gustó de  severa abstinencia,
El blanco sol de las mujeres de Mumu,
Ida de Cluain, la piadosa. 

El Santoral de Óengus dedica así a Santa Ida, exclusivamente, la estrofa correspondiente al 15 de Enero. Nada tiene de extrañar: Santa Ida es, probablemente, la santa irlandesa más popular y venerada después de Santa Brígida, de la que, por lo demás, era pariente lejana. Su fama se extendió más allá de su isla natal.
Santa Ida, vidriera moderna. Foto: Andreas F. Borchert.
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons
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Alcuino de York, hombre en quien los irlandeses no despertaban muchas simpatías, la menciona en un poema junto a Santa Brígida:
"Brigida femina santa, simul Christo Ita fidelis"
"La santa mujer Brígida, a la vez Ida fiel a Cristo", saludando la fama de ambas santas por toda la cristiandad.
Íta pertenecía a los Déisi de Mumu; era de noble estirpe. Algunas fuentes la hacen hija del rey Cend Faeladh, de los Uí Briúin (pueblo de Connacht). Estos Uí Briúin descendían de Brión o Brian, uno de los hermanastros de Niall Noígiallach hijos de Eochaid Muigmedón y de su mujer legítima Mongfind. Brión era el preferido de su madre.
Otras fuentes aseguran que Ida era nieta por parte de madre de Dallbrónach, lo que la convierte en prima de Santa Brígida. Se dice además que Fíona, la mujer irlandesa del rey Oswiu de Northumbria y madre del gran Aldfrith (llamado en irlandés Flann Fíona mac Ossa), que reinó desde el 685 hasta el 704 ó 5, era hermana de Santa Ida.
También estaba entre sus parientes cercanos San Mochoemhóg, su sobrino, hijo de su hermana Nessa (ver El hijo más deseado).
Todo esto nos sitúa en un tiempo mítico: Santa Brígida habría vivido en la segunda mitad del siglo V, mucho antes que Flann Fíona.
Las vidas más antiguas de Santa Ida que se conservan no parecen remontarse más allá del siglo XII. De la que recoge Plummer en Vitae sanctorum Hiberniae tomaré la mayor parte de las noticias de esta entrada. 
En esa vida se afirma que los milagros conocidos de la santa son muchos menos que los realmente acaecidos, debido a que por modestia los mantenía secretos y sólo se supieron los sucedidos públicamente o propalados contra su voluntad.
Al igual que ocurrió a otros santos, cuando era niña y jovencita se vio en varias ocasiones su alcoba resplandecer como devorada por un incendio; al surgir de esa claridad, Ida aparecía adornada de tan estupenda hermosura que la gente tenía que apartar de ella la mirada incapaz de soportar tanta belleza. Luego, iba desapareciendo ese efecto y quedando Ida con su aspecto natural, que ya era bastante bonito de por sí. 
Así, le salieron excelentes partidos, conque su padre pensaba casarla magníficamente; pero entre su madre y ella pudieron persuadirlo de que le permitiese seguir su vocación monástica y la muchacha partió a tierras de los Uí Conaill Gabhra, en la orilla sur del estuario del Shannon, donde floreciera tiempo atrás San Senan.
En sueños se le apareció un ángel y le entregó tres piedras preciosas, explicándole que eran las tres Personas de la Trinidad, que siempre la acompañarían en adelante. Eeste mismo ángel la auxilió en un combate que mantuvo con el Demonio, furioso de que hubiese venido al mundo tan gran santa.
Santa Ida tenía trato habitual y familiar con su ángel. 
Aparición angélica. Miniatura mozárabe. Siglo X.
Fue él, por ejemplo, quien vino del Cielo a reprenderla por lo excesivo de sus ayunos.
-¿Qué manía es ésta de no comer?
-No es manía: es penitencia.
-¿Ah, sí? Pues hay orden de Arriba que se te traiga la comida a diario, y como no te la comas a ver qué va a pasar.
Desde aquel día, Ida sólo probó de aquel menú celestial.
Como fueron bastantes los milagros que empezó a hacer, sanando enfermos y resucitando muertos, su fama creció y se le unieron bastantes mujeres deseosas de hacer vida monacal. Pero por culpa del Demonio, que siempre está al acecho, más de una cayó en la tentación. 
Ida tenía  para detectar estos deslices una clarividencia especial que la hacía temida de las monjas.
-¿Qué haces tú todo el día metida en el establo?
-Pues echar un vistazo a las vacas y ordeñar, como se me ha mandado.
-¿Y para eso tienes que estar panza arriba en la paja con los hábitos por la barbilla? No me vengas con cuentos. ¡Si el otro día casi tiras el cubo de la leche con el pie, sin darte cuenta! ¿Quieres que te diga a quién tenías encima?
Otra de sus monjas viajaba con frecuencia a Connacht y pasaba allí temporadas largas. Ida se enteró de que allí vivía en pecado y mandó recado a San Brendan (el famoso navegante) de que se la enviase.
-Eso de que me acusas -se defendía la monja- son chismes que te habrán venido contando personas que me quieren mal.
-No son chismes. A ver si es que no tienes tú un asuntillo en Connacht...
-¡¿Yo?!
-¡No me hagas hablar! ¿O de quién es esa niña, que te pasas la vida con ella? ¿Me vas a decir que no es tu hija?
-Pues es verdad -admitió la monja, confundida-. Pero ¡si no lo sabe ni su padre!
-Pues lo sé yo. Y si te mueres sin arreglar eso ya sabes adónde vas de patas.
Infierno. Manuscrito del siglo XII. Arriba a la izquierda,
 las lujuriosas castigadas con las serpientes comiéndoles
los pechos, en la tradición de la Mater Tellus.
Aquel don de Santa Ida le valió que acudiesen a ella para resolver casos de robos y otros misterios. Una vez fue a visitarla con ese fin una comunidad de monjas.
-Antes de nada -dijo Ida-, daos un baño, que vendréis cansadas. Y dadme un beso.
La principal sospechosa del robo no se atrevía a besar a la santa. Todas las hermanas la miraban mal, aunque con disimulo porque no estaban totalmente seguras de su culpabilidad, y la infeliz estaba volada. 
-Tú ¿por qué no me das un beso? ¿Es que tienes la conciencia sucia?
-Sabe Dios que no.
-Y yo también lo sé. Por eso te digo que me des un beso.
-Pues ¿quién es la ladrona?
-La ladrona yo sé quién es, y por más señas lleva lo robado entre la piel y la camisa. Y no digo quién es porque ella misma se va a castigar yéndose del convento y llevando una vida que no se la daría ni a mi peor enemiga.
En efecto, la culpable huyó al bosque (es de creer que antes de tenerse que desnudar para el baño) y se unió a una partida de guerreros errantes que la tenían de barragana común (apud silvaticos in fornicatione constuprata permansit).
Yo no sé si estos selváticos serían una gavilla de bandoleros o una tropa de fianna, como los del célebre Fionn, Oisín y los suyos. Pero imagino que su suerte no le parecería a la monja gatuna tan lamentable como a su superiora y al redactor de la vita.
Las monjas vieron venir un día hacia su convento una procesión de frailes.
-Venimos a ver si puedes aclarar un robo sacrílego. ¡Han desaparecido las hostias consagradas de nuestra iglesia!
-No es difícil. El responsable es ese fraile anciano que viene con vosotros. Cierto día sentí un ansia vehemente de comulgar de manos de un hombre santo. Dios me transportó milagrosamente a vuestro lejano monasterio y allí cumplió mi deseo. La modestia suya y la mía le cerraron la boca a vuestro santo hermano. Ahora quisiera que dijese misa para nosotras.
-Uno de nuestros hermanos se ha quedado ciego por el camino.
-Yo le devuelvo la vista; no hay cuidado.
Al despedirse los frailes, las monjas obsequiaron al sacerdote viejo con los ornamentos que le habían dado para oficiar.
-No puedo aceptar: el abad Óengus nos lo tiene prohibido.
-Decidle al abad Óengus que haga una excepción por mí, que soy la monjita que le secó los pies una vez que fue de visita hace mucho a ver a Santa Cinrecha. Veréis como no pone pega.
Pero santa Ida tampoco era amiga de dádivas. Una vez le daban una cantidad de oro en donación y lo arrojó al suelo, apartándolo asqueada con el pie. Luego pidió con qué lavarse y estuvo un rato largo restregándose las manos.
Uno le preguntó una vez:
-¿A quién conviene más obsequiar con nuestras riquezas, a los ricos o a los pobres?
-A los dos: a unos por los beneficios temporales que les puedes sacar y a otros por los beneficios espirituales.
-¿Y si no hay para las dos cosas?
-Pues calcula: tú verás lo que te trae más cuenta.
Un hombre le pidió audiencia un día.
-¿Qué quieres tú de mí? -le preguntó.
-Mira: yo tengo yeguas y quería que pariesen muchos potros.
-Bueno.
-Pero los quería blancos con la cabeza roja.
Esos dos colores, el blanco en el cuerpo y el rojo en la cabeza o en las orejas, son característicos de los ganados mágicos, de la raza del síd o de los Tuatha Dé Danann, los antiguos dioses de Irlanda.
-Muy difícil es eso para mí, eso te lo tendría que conceder Dios.
-Sí, pero verás: yo soy un hombre rico y no me va a hacer mucho caso; y si se lo pides tú como cosa tuya hay más posibilidades.
-Tienes fe en Dios y no en la riqueza, y por eso te vas a ganar los potros.
Y así se cumplió, como había dicho la santa.
En otra ocasión, Ida reunió a todas las hermanas:
-Pasa una cosa muy seria: para deshonra de nuestra familia, hay un lobo a punto de llevarse a una de nuestras ovejas.
El lobo se lleva una oveja. Marfil del siglo XIV.
-¿Quién será? ¡No sabemos por quién lo dices!
-La que es lo sabe.
-Pues yo no he hecho nada.
-Yo no he sido.
-Yo no.
-Tú tienes mucha cara, y hoy mismo has cometido pecado contra la pureza.
-Tú ves visiones.
-Claro: por eso sé lo que me digo. Y haz penitencia antes de que sea tarde.
-Yo no hago penitencia porque no tengo de qué. Y además, para que os enteréis, en mí no mando más que yo y no tengo que dar cuentas a nadie de nada.  
-Ya te llegará la hora de rendir cuentas.
-Pues las rendiré al que tenga que dárselas y a nadie más. ¡Esta tía que siempre está metiendo las narices en donde no la llaman!... Ahí os quedáis.
Pasaron años y Santa Ida, dirigiéndose otro día a las hermanas, dijo:
-¿Os acordáis de Fulanita, que porque no quería que mandase nadie en ella se fue del convento? Pues me he enterado de que la pobre está en Connacht...
-¿La pobre?
-La pobre, sí. Resulta que está de esclava con un druida, que no sé si se la vendieron o la ganó a las tabas, y tiene que hacer todo lo que le manda el demonio del druida o si no la muele a palos y con todo el derecho, que para eso es de él. Y para colmo de desgracias le toca ocuparse de una hija pequeña, que se duda si es del druida o del que se la traspasó.
-Ella se lo buscó.
-No hay que ser así. Ella querría arrepentirse pero tiene que pecar a la fuerza cada vez que al druida se le antoja, que es seguido, seguido; porque aunque druida, no es de piedra. 
-¡Jesús, Jesús!
-Sí. Hay que rescatarla y traérselas para acá a las dos.
-Pues vaya gracia. A ver si vamos a ser igual las que nos portamos como Dios manda que las perdidas. ¡Para eso nos ponemos todas a pasárnoslo bien y luego cuando vengan mal dadas, a pedir árnica! Qué bonito.
-Acuérdate del hijo pródigo, mujer.
Santa Ida mandó a su amigo y antiguo discípulo San Brendan a que liberase (ignoro si con oro o amenazas) a la pecadora y la devolviese al convento, donde madre e hija vivieron edificantemente desde entonces.
Santa Ida tuvo escuela donde educó a varios niños que luego fueron santos. Uno de ellos fue Cummian Fada, o sea Cummian el Largo. Aquel pobre niño era hijo de su madre y de su abuelo, según se lee en el Liber Hymnorum, colección de himnos irlandeses. Concepciones incestuosas así no son raras en la mitología y folclore universales. En Irlanda, está la historia de la concepción de Cú Chulainn. Ya he contado una vez la pasión delirante del padre de Santa Dymphna (ver Piel de Asno irlandesa en Bélgica). El rey Fiacha, una noche de borrachera, había tomado por fuerza a su hija, y cuando la pobre le contó el origen de su preñez, se horrorizó como aquel que no recordaba nada de lo sucedido. Tal debía de ser la cogorza que llevaba. Y para arreglar el desaguisado, no se le ocurrió mejor arbitrio que matar a la criatura, que era Cummian. Pero en vez de ello, la llevaron discretamente a Santa Ida y sólo su madre estaba en el secreto y lo iba a visitar con frecuencia.
Una vez el niño pidió de beber y la princesa le sirvió agua en la taza de Santa Ida. Las monjas pusieron el grito en el Cielo y por poco le dan un cachete al niño. Entonces saltó su madre:
-¡Las manos quietas! ¡Este niño tiene más derecho que la propia Ida, porque es hijo y hermano de la princesa y es hijo del rey y nieto del rey!
Así se descubrió el pastel. 
Pero el favorito de Ida fue siempre San Brendan. Éste le preguntó una vez:
-¿Qué tres cosas agradan más a Dios y qué tres le molestan más?
-Que le gusten, fe con corazón puro, vida sencilla y devota, generosidad y amor al prójimo. Que le molesten, hablar mal de los demás, tener cariño a los malos y fiarse de las riquezas materiales.
San Laseriano y san Luchtigerno, un día que iban de visita a ver a Santa Ida, avisaron a un joven discípulo.
-¿Qué? ¿Te vienes?
 -No sé qué se os ha perdido en casa de esa pobre vieja. ¡Vosotros, que sois dos sabios eminentes!
-No seas tonto y vente. Esa mujer puede mucho y no te conviene estar a mal con ella.
Desde lejos, las monjas conocieron a San Luchtigerno, que era visita habitual del convento.
-Preparad el baño para tres, que además de San Luchtigerno viene también San Laseriano mac Colmáin, que es igual de santo, y sería una vergüenza no atenderle como se merece; además se han traído a un discípulo joven, aunque un poco impertinente.
Santa Ida salió a saludar a los dos santos y se encaró con el joven:
-¿Y a ti qué se te ha perdido en casa de una pobre vieja cascada y chocha?
-¡Vive Dios que esta mujer es vidente! -se dijo el mozo, asustado.
 Y por lo que pudiera suceder hizo severa penitencia con que la cosa quedó ahí.
-Y estos dos que han venido a vernos -preguntó una vez a la monja portera- ¿quiénes son?
-¡Anda! ¿Y tú que lo sabes todo, no los has conocido? ¡Si son los hermanos Menganito, que vienen muchas veces a traer limosna!
-¡Ay Dios! ¡No hay quien los conozca! Y estos dos que tanto se quieren van a acabar matándose...
En efecto, poco tiempo después le fueron a Ida con la noticia:
-Tenías razón. Aquellos dos hermanos empezaron a discutir por cualquier nadería, se enzarzaron y uno mató a otro. Pero por suerte ya lo han cazado y lo tienen en capilla.
Una lucha fratricida. Caín y Abel, marfil del siglo XI.
-¿Por suerte? Nadie ha pensado en la pobre madre. Primero un hijo le mata a otro y ahora el rey le ajusticia al que quedaba. ¡Una justicia muy meditada!
-Por la madre lo siento -le dijo el rey a Ida-. Pero comprenderás que no puede consentirse que se atropelle la ley. Eso tenía que haberlo pensado él antes de cargarse al hermano. Si no, ¿qué iba a ser esto, a ver? Pero en fin, si tú crees  que va a portarse bien en adelante, por ser un favor para ti lo perdono.
-No, señor, va a vivir malamente: fatal. Pero si lo ahorcas ahora se condena seguro. En cambio, si le das una oportunidad a lo mejor se arregla.
-Probaremos.
El rey lo soltó porque le debía muchos favores a Ida. Sus rezos eran de gran ayuda en las guerras que mantenían los Uí Chonaill Gabhra con sus vecinos. El asesino vivió largos años como un canalla redomado. Pero al cabo de muchos años, después de una sangrienta batalla, Ida dijo al capitán de los guerreros:
-Menganito el fratricida está en el campo de batalla, entre los muertos. Está malherido, pero vivo. Traedlo y lo sacaremos adelante.
-No sé si merece la pena. Es una mala persona y mejor estaría con todos los demonios.
-No digas disparates. Buscadlo y me lo traéis.
Aquel pecador criminal se salvó así por aquella vez. Como nacido de nuevo, se arrepintió del mal que había hecho y con el final de su vida compensó todas sus fechorías pasadas.
A otro criminal le prometió, si se arrepentía, que no moriría de muerte violenta; pero lo mataron en la guerra. Ida lo resucitó para que tuviera tiempo de hacer penitencia y así se cree que se salvó.
Lo mismo que otro, que antes de morir se había quedado mudo sin que le diese tiempo a confesarse. Sus padres imploraban a Santa Ida un día más de vida para él, para que arreglase sus cuentas con Dios.
-No un día: siete años, siete meses y siete días le doy. Pero ya los puede emplear en eso que decís, porque si no al cabo de ese tiempo se verá ardiendo con Satanás y los suyos.
También pasó lo contrario en otra ocasión: Santa Ida tenía una amiga llamada Santa Richena, que un día fue a visitarla en compañía de un sobrino suyo, joven aventajado que había estudiado en Iona y había llegado rápidamente a obispo.
-El motivo de nuestra visita es que tenemos una monjita muy enferma y está pasando las de Caín: que a ver si podías hacer algo por ella.
-Poder, puedo, sí; pero ¿qué queréis? Si se muere ahora va al Cielo derecha con todo lo que purifica y acendra el sufrimiento; si se cura, es fácil que vaya al Infierno andando el tiempo y ahí sí que lo va a pasar mal.
-Visto así, mejor que se muera.
-Pues eso está hecho. Y a ti te digo que menos mal que has venido acompañada por el señor obispo, porque aunque no lo sepas te anda acechando el Demonio y si hubieras venido sola te hubiera salido al camino. Los demonios se ceban en las mujeres que van de viaje solas y es cosa peligrosísima. 
Ida no sólo sabía de los secretos de tejas abajo, sino también de los ultraterrenos. Una vez llamó a sus primos que habían quedado huérfanos.
-Vuestro padre, siento decirlo, está ardiendo en el Infierno por rico avaricioso. Si queréis sacarlo no tenéis más reemedio que dar limosna durante un año para pan y mantequilla para los pobres y para cera y aceite para la iglesia.
-Bueno, qué se le va a hacer.
Así pasó el año.
-¿Está ya fuera nuestro padre?
-Sí; está ya en el Cielo; pero está desnudo, con lo que pasa una vergüenza muy grande. Y eso es por culpa de que nunca dio ropa para los pobres. Vosotros haced por él lo que él no hizo si lo queréis librar de ese bochorno.
Era Santa Ida tan modesta que se encerraba en el mayor secreto para hacer sus devociones, por miedo de que se viesen sus penitencias tremendas y los favores estupendos que Dios le concedía. Sus monjas, vencidas de la curiosidad, a veces la espiaban. Una de ellas vio en la celda de la superiora tres soles brillantísimos cuyo fulgor la arrojó de espaldas al suelo y casi la deja ciega para siempre.
Otras -se lee en una de las notas del Santoral de Óengus- descubrieron horrorizadas que la santa ocultaba debajo de la camisa un escarabajo gigantesco, del tamaño de un perro pequeño, el cual vivía agarrado a sus carnes y se sustentaba de írselas royendo, con terribles dolores y padecimientos para ella. 
Cuando después de sus oraciones la santa cayó al suelo exhausta de ese martirio, el escarabajo se bajó de sus espaldas y se fue tranquilamente a dormir su hartazga en un rincón, con el paso soñoliento de un tragaldabas gordinflón bien atiborrado. 
Seguramente sería de la misma especie que el parásito vampiro del cuento El almohadón de plumas, de Horacio Quiroga.
Las monjas, muertas de miedo y de asco, aprovecharon el momento para emprenderla a trancazos con el bicho repugnante.
-¡Toma, toma y toma!
-¡Para que aprendas a comerte a las vírgenes del Señor!
-¡Garrapata de Satanás! 
Entre todas, lo dejaron hecho papilla.
Cuando Santa Ida despertó, vio los restos espachurrados del parásito y empezó a mesarse los cabellos.
-¡Ay mi escarabajito faldero, compañero de mis plegarias, instrumento de mis penitencias! 
Ilustración de Harry Furniss para Sylvie and Bruno de Lewis Carroll (1889).
¡Ay gusanillo de mi conciencia, caricia de mis costillas, recordatorio de mis pecados, roedor de mi soberbia! ¿Quién  ha sido el inconsciente que me ha robado tus favores y beneficios? ¡Ésta sí que es una cruz que me manda el Señor!
Las monjas, con toda su buena intención, no salían de su asombro. Ida sólo se consolaba pensando que aquella pérdida había sido voluntad de Dios.
Esa actitud recuerda el cariño y familiaridad con que San Yvo Helory trataba a sus innumerables piojos (ver El justiciero). 
Aquella vez, Santa Ida tuvo la osadía de pedirle cuentas a Dios.
-Señor, ya que has tenido a bien privarme de mi mayor tesoro, tendrás que compensarme con algún don...
-Ya que te pones así, te voy a dar a cambio de ese sapillo a mi propio hijo. ¡Me parece que sales ganando!
Desde entonces, cada noche los ángeles le bajaban a Ida al niño Jesús del Cielo para que lo tuviese. De manera que si Santa Brígida fue la comadrona de la Virgen, Santa Ida fue la niñera de Jesús. Y en su honor compuso una poesía que aún se conserva y que está recogida en las notas del Santoral de Óengus. Es uno de los más célebres poemas de la literatura irlandesa medieval y es como una nana a lo divino en que se cree escuchar un eco de las de verdad, con que las madres dormirían a sus niños en aquellos tiempos tan remotos.
Cuando Santa Ida ya era muy anciana, mandó a sus monjas que prepararan gran cantidad de agua bendita.
-Tenéis que tenerla preparada para cuando lleguen por ella, que van a venir a pedirla de Clonmacnoise. La quieren para San Óengus, que se les ha puesto muy malito y creen que con ella se curará, Dios mediante. No quisiera que se fueran de vacío, aunque para mí que de poco les va a servir, pero por nosotras que no quede. Yo no voy a tener tiempo de dársela y él de tomársela tampoco...
En efecto, cuando aparecieron los enviados de Clonmacnoise, Santa Ida acababa de pasar a mejor vida. En cuanto a San Óengus, murió en su monasterio poco antes de que llegasen los monjes con el agua curativa.
La festividad de Santa Ida se celebra el día 15 de enero. 



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