sábado, 16 de junio de 2012

Moling, libertador de Laiginn

In doss óir ós críchaib,
In grian án úas túathaib,
congreit ríg, balc bráthair,
cain míl, Moling Lúachair.

La zarza de oro sobre las fronteras,
El sol espléndido sobre los pueblos,
Paladín del rey, fuerte hermano,
Buen guerrero, Moling de Luachar.

De la vida de San Moling nos han llegado varias versiones antiguas, unas en latín y otras en irlandés. El Santoral de Óengus le dedica esta estrofa completa, correspondiente al 17 de junio, y se explaya sobre él en las notas, recogiendo poemas en su honor y leyendas.
San Moling era de la estirpe real de Laiginn (Leinster), descendiente del legendario Cathaír Mór, padre de la simpática Ethne Taobhfhota -Flancoslargos- cuya  lírica figura domina la breve narración épica Esnada Tige Bucet. A uno se le queda en la imaginación la estampa de la muchacha, caída en la pobreza por la excesiva generosidad y sentido del deber de su padre adoptivo, que baja al río al alba y escoge para el noble anciano el agua más pura del arroyo, los juncos más frescos, tiernos y aromosos con que prepararle la cama. Y allí, junto a la corriente, su encuentro con el príncipe que, más conquistado por su abnegación que por su belleza, solicitará su mano.
Moling (volviendo al santo) era hijo de Faolán y de Nemnat o Emnat Ciarraigheach, así llamada porque procedía de Ciarraige Luachra (Kerry de los Juncos, otra vez), en la orilla derecha del Shannon, donde su ría se abre al océano.
Faolán, el padre de Moling, era briugu: un hombre rico que tenía la honorífica (y onerosa) función de mantener un albergue gratuito para viajeros. Exactamente como el Bucet de la leyenda que mencionaba antes, el padre adoptivo de Ethne Taobhfhota. Casualmente, era en Luachair (Juncos) donde tenía su hospedería. Más tarde se desplazaría al territorio de los Uí Chennselaigh, en la costa de Laiginn -illustrior pars Laginensium, dice la Vita latina-, donde al parecer nació Moling. En la Vita se lee que estos Cennselaigh se llamaban así por ser descendientes de un rey llamado Enna, que al término de una cruenta batalla apareció victorioso, con el cuerpo y la cabeza cubiertos de sangre y polvo (Cenn Salach, Cabeza Sucia).
Recién nacido el niño, bajó un ángel del Cielo en forma humana a bendecirlo, profetizando que no vendría al mundo otro santo mayor en Irlanda. Este mismo ángel, bajo el aspecto de un venerable sacerdote, lo bautizó imponiéndole el nombre de Tairchell y desapareció misteriosamente.
Moling fue entregado a los monjes para ser educado y rápidamente adquirió un vasto conocimiento de las Escrituras. 
El río Barrow (Leinster, Irlanda).
Ya mozo, con unos pocos discípulos, se encaminó, a orillas del Bearú (Barrow en inglés), a un lugar llamado Ros Bruic, el Bosque del Tejón, que después y hasta hoy se conocería como Teach Moling (St Mullins en inglés) por aquel santo, que fundó allí su monasterio. Lugar que siglos antes ya fuera predilecto para Fionn mac Cumhail, el Fingal de los poemas osiánicos. Y donde ya en tiempos cristianos el rey loco Suibne, transformado en pájaro, oiría con delicia, posado en una rama, el cantar de los monjes:
"Ceol na salm, go salmglaine
i Rinn Ruis Bruc cen búaine..."
"La música de los salmos, con la limpieza suya,
En la punta de Ros Bruic, que poco le queda de llamarse así..."
San Moling se buscó un emplazamiento adecuado para una vida eremítica en un lugar donde la marea, dos veces al día, dejaba abundancia de peces. Vivía en un árbol hueco, con grandes ayunos y penitencias. Cuando estaba en oración, fulgía con un resplandor de fuego que la vista no podía soportar. Caminaba sobre las aguas, y una vez que se dejó un libro olvidado en las rocas donde se sentaba a leer, la marea que se lo arrebató se lo devolvió seco e ileso, como si lo hubiera tomado prestado un rato para leer las epístolas de los apóstoles.
Poseía el don profético y escribió un extenso poema en lengua gaélica sobre los futuros reyes de Irlanda, sus batallas y triunfos. No se conserva esta obra, que yo sepa.
Construyó una almadía con la que cruzaba el río a los viajeros por amor de Dios, como San Julián el Hospitalario (y hospitalario, que eso es briugu, era el padre de Moling). Edificó un molino e introdujo, según se dice, el centeno, que no se conocía en aquellas partes. Es frecuente atribuir a los santos, como a San Martín, este papel civilizador de enseñar a las gentes tal o cual cultivo.
También fue un santo constructor. Con sus propias manos estuvo durante siete años cavando un canal necesario para su convento y la comarca. Mientras no lo hubo terminado, no bebió de él ni se refrescó en él la cara por más que sudase. Tenía hecho ese voto. Y cuando lo acabó se bañó en él gozosamente y marchó en procesión con sus monjes, alegremente, hasta donde había dado el azadonazo primero.
Estos trabajos los hacía por penitencia, porque cuando quería, con la fuerza de sus rezos desplazaba peñascos ingentes, que todo un ejército no era capaz de mover ni un dedo. Más asombroso es lo que hizo con una losa que se cayó de un carro y se partió en dos: con sus plegarias la pegó sin que se notase siquiera la juntura.
Gobán Saer, un santo arquitecto e ingeniero, tragaldabas y forzudo, que ha heredado, con el nombre, muchos rasgos del dios Goibniu (Gobán Saer viene queriendo decir Herrerillo el Artesano), el Hefaistos celta, construyó para San Moling una capilla de madera de roble. El salario estipulado fue la mitad de la capacidad de la capilla, en centeno. Terminado el edificio, Gobán lo arrancó del suelo, lo volcó para que Moling midiese el grano y lo volvió a dejar como estaba.
Talaron un día los leñadores para aquella obra un inmenso roble, que al caer se precipitó por un barranco. Quedó, inútil, en el fondo, donde no lo podían recuperar, y acudieron afligidísimos a contar su estéril trabajo a Moling.
-Alegraos -les dijo-; es tarea que Dios nos ahorra y si no me creéis esperad a mañana.
Por la noche el barranco creció y arrastró el tronco gigantesco al mar, donde las corrientes lo depositaron en la playa, cerca de la obra.
Constructores. La torre de Babel. Manuscrito del siglo XI.
Una mañana, al salir a trabajar San Gobán con su cuadrilla a la voz de: "¡A trabajar en el nombre del padre y del Hijo!" Moling los detuvo.
-Hoy se descansa; hoy sólo revisad las herramientas y dejadlas en condiciones.
Al día siguiente, lo mismo:
-Hoy no se trabaja: hoy playa y día libre para todos.
Así un día y otro, hasta que al final una vez los dejó salir.
-¿Por qué nos has estado dando largas hasta hoy?
-Porque es la primera vez que dices, como es debido, "en el nombre del padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. ¿Qué querías: gafar la obra? ¿Que se enfadase el Espíritu Santo? ¿Pasar por hereje?
-No me había dado cuenta.
-Eso es que, por algún motivo misterioso, Dios no quería que comenzasen los trabajos hasta hoy. Ahora id enhorabuena.
Y desde aquel día, con especial y eficacísima ayuda del espíritu Santo, se fue edificando el templo con rapidez y perfección. 
Moling pasaba algunas temporadas en Ferns, de cuya diócesis el rey de Laiginn lo había nombrado obispo. Otras en Glendalough, la fundación de San Kevin (ver la anterior entrada). Yendo hacia allá con varios de sus monjes, les salió al camino una mujer con una jarra de fresca, espumante y apetitosa leche. Los hermanos, cansados y acalorados del camino, querían dejarla seca allí mismo, sin esperar a más.
-Si vosotros, hijos míos, supierais como yo qué leche es ésta que nos ha traído esta mujer, no tendríais tanta prisa. Vais a verlo.
Hizo la señal de la cruz sobre la jarra y la leche se convirtió en sangre apestosa, medio podrida y llena de cuajarones.
-A esta mujer le estorba que nos vengamos a instalar aquí; ¿sabéis por qué? Porque tiene muchos amigos y no quiere testigos de sus gatuperios. He ahí el motivo de pretendernos dar jicarazo. ¡Para que os fiéis de las apariencias!
Pero su residencia favorita siempre fue Teach Moling.
Estando allí una vez sumido en sus meditaciones, vio venir una mujer desesperada con un niño muerto a cuestas.
-¡Devuélveme este niño a la vida!
-¿Quién te has creído que soy yo? ¡Yo no tengo poder de resucitar a los muertos! Consuélate, que estará en el cielo y ya tienes allí un santito rezando por tí. Sé razonable: Dios lo dio, Dios lo quitó.
Rabiosa, la madre arrojó el pequeño cadáver al regazo del santo.
-¡Para tí para siempre!
-¡Aj! -gritó el santo sorprendido; y levantándose de un respingo, se sacudió de la saya el muertecito que fue a caer al río con alegre chapoteo. El santo rompió en una carcajada.
-¿De qué te ríes tú, fraile malo?
-¡Mira! De que ha salido nadando. Con la impresión del agua, se conoce. ¡Parece una trucha! ¡Ven acá, chico! Anda, ve con tu madre.
Otra vez, le llevaron un muchacho leproso cojo, ciego, mudo y paralítico. Sus familiares apenas conseguían, a costa de un gran esfuerzo, darle de comer. Cuando llegaron, San Moling tenía un gran caldero en la lumbre, lleno de algo llamado vapturum (no localizo esa palabra: se me ocurre que fuese nata, uachtar en irlandés). Ni corto ni perezoso, agarró al paralítico y lo zampó en el caldero hirviendo, ante la indignada sorpresa de los suyos.
-¡A la cazuela!
El mozo saltó fuera de la olla vivo y sano.
Tampoco lo arredraban las llamas. Una vez unos vecinos salieron de casa, dejando la comida en la lumbre y las puertas cerradas. Se prendió la cocina y las llamas y el humo salían por las ventanas, amenazando a las viviendas de al lado. Los vecinos no podían entrar. Se intentó hacer boquetes en las paredes, pero nada más abrirlos salían por ellos con inaudita violencia llamaradas y humo ardiente; todo era un horno y una bola de fuego. San Moling llegó, abrió la puerta sin esfuerzo y desapareció en la morada. Cuando el fuego se extinguió de por sí, poco después, lo encontraron en la cocina, de rodillas, rezando en silencio, sin una quemadura.
Otras hogueras en que uno se abrasa con mayor peligro del alma, pero infinitamente más deleite del cuerpo, tampoco hacían mella en él. Sucedió que otra mujer como la de los muchos amigos, chinchada con la conducta ejemplar de Moling, decidió derrotarlo atrayéndolo a su propio terreno. Y un día que estaba sudando la gota gorda en la obra de su canal y algunos curiosos se hacían lenguas de su santidad, dijo irritada:
-¡Es un hombre como los demás!: si no, vais a verlo.
Y se le acercó a saludarlo seductora.
-No me interrumpas -le contestó hosco-. ¿No ves que estoy trabajando?
-Para un poquitín, que no se va a mover el río de sitio. Haz un descansito y vente conmigo que te voy a enseñar una cosa que verás cómo te encanta.
Tentadora (Dalila). Francia, siglo XII. 

-Y yo a ti otra.
-¡Vaya! Así me gustan los hombres, que no se anden con rodeos.
-No creas que soy tan mansurrón como parezco, que debajo del sayal hay al. ¿No dicen eso?
-Ya, ya: pero ¿qué tenemos debajo del sayal este, eh?... A ver...
-Aquí no: vamos a la espesura de aquel bosque.
-Muy bien: donde no nos moleste nadie.
-Y ahora que has quedado como tu madre te trajo al mundo, deja que te ate a un árbol...
-¡Atiza! Tú eres de ésos... Átame, átame... Lo que tú quieras... ¡Ay! pero ¿dónde vas, animal? ¡Que me has hecho daño en serio! ¡Ay! ¡Pero... para! ¿Estás loco?
Con una buena vara, Moling puso a la pecadora el cuerpo perdido de verdugazos "desde la planta de los pies hasta la coronilla". Cuando se hartó, la mandó ir con los suyos y volvió a cavar como si tal cosa.
Un lance parecido se cuenta de San Kevin (ver la entrada anterior).  
"Intrépido en el combate", llama a san Moling la Vita que traen las Acta sanctorum por esta heroica resistencia a la tentación. Y es que no hay enemigo como Satanás, y más cuando se vale de esas armas...
La hazaña por la que más se recuerda a Moling fue un logro diplomático. 
Laiginn, la patria de Moling, estaba obligada al pago de un agobiante tributo anual a sus vecinos del Norte, que en aquella época eran los O'Neill.
Pero de esto y de otros milagros de San Moling hablaré en otra entrada. 

lunes, 4 de junio de 2012

Kevin, bello nacimiento

Míl Críst i crích nÉrenn
Ard n-ainm tar tuind trethan,
Cóemgen cáid cáin cathar,
i nGlinn dá lind lethan.


Soldado de Cristo en tierras de Irlanda,
Nombre excelso allende el mar tormentoso,
Kevin el puro, el hermoso, el batallador,
En el valle de los dos vastos lagos.

Glendalough. El lago de arriba.
El Santoral de Óengus dedica exclusivamente a San Kevin la estrofa del 3 de junio.
Cóemgen (que viene a pronunciarse Kevin, como lo escriben los ingleses), significa "noble o bello nacimiento". Cóem, "bello, noble, amado", se remonta al indoeuropeo *koimos, que aparece, por ejemplo, en el alemán Oheim, "tío", de *avos koimos.
El cóem se estilaba mucho en la familia de San Kevin. Su padre se llamaba Cóemlog ("Noble Guerrero"), su madre Cóemgel ("Noble y Clara"), sus hermanos Cóemán (Noblecillo) y Nethchóem ("Campeón Noble").
Es la misma palabra que está en el nombre de San Mochoemhóg, del que se habló en la entrada El hijo más deseado.
El valle de los dos vastos lagos es Glendalough, donde el santo desarrolló parte importante de su vida espiritual y que significa en irlandés eso: "el valle de los dos lagos".
San Kevin es un santo tan popular que se conservan tres vidas medievales de él en irlandés, una de ellas en verso; también son varias las versiones latinas.
Se dice que San Kevin descendía de Loegaire Lorc, antepasado de los reyes de Laiginn (Leinster) y que su familia vivía en la costa de este reino.
Antes de que naciese Kevin, Cóemgel, su madre, recibió en sueños la visita de un ángel que le profetizó la santidad de su hijo y le mandó que le pusiesen aquel nombre. El parto fue indoloro y placentero, a lo que se refería lo de "bello nacimiento". 
Cuando vino al mundo y lo llevaron a bautizar a un ermitaño llamado Cronan, éste, nada más verle la cara (que, por otra parte, era bellísima), exclamó:
-¿Cómo me traéis a esta criatura? ¿No sabéis que no se puede bautizar a un niño dos veces?
-No está bautizado: ¿qué dices?.
-¿No os habéis cruzado con nadie por el camino?
-Sí, con un joven, que nos pidió que le enseñásemos al niño y le hizo la señal de la cruz y le sopló en la carita.
-Pues sabed que ése era su ángel custodio y eso el bautismo de la criatura, y será llamado Kevin, por haber nacido así de guapo.
Una de las vidas irlandesas dice, en cambio, que el bautizo sí se celebró dos veces: la primera en su casa, y que doce ángeles con candelabros de oro bajaron especialmente del Cielo para la ceremonia.
Dios envió a los padres de Kevin una vaca blanca para que lo criaran con su leche. Daba dos cacharras grandes al día. Y una vez que la habían ordeñado, se marchaba sin que nadie supiese dónde. Cuando ya no hizo falta dejó de ir y su origen nunca se averiguó.
A pesar de esa lactancia extraordinaria, también mamaba de su madre el pequeño Kevin, y los días de ayuno lo respetaba, tomando el pecho una sola vez, a la hora de cenar.
Ya de niño empezó a hacer grandes milagros. 
El pueblo donde vivía, que estaba fortificado y se llamaba Rathantobairghill (Fuerte de la Fuenclara) estuvo siempre al amparo de la nieve, y ya podía caer y caer por todos los alrededores, que allí nunca cuajaba y los animales pacían tranquilamente la hierba fresca.
Una vez Kevin dio de limosna cuatro ovejas a unos pobres y Dios restituyó otras cuatro al rebaño sin que nadie se diese cuenta de la generosidad del santito, que le podía haber valido una buena azotaina.
Cuando ya estuvo algo crecido, lo enviaron a estudiar con tres hombres santos: Enna, Lochán y Eogán. Estando con ellos, una moza de por allá se fijó en él cuando lo mandaban a cuidar el ganado. Ya queda dicho que San Kevin era una belleza. Ella también era guapa y muy joven y emprendió la conquista del muchacho por varios frentes: por la vista, por la palabra (astutis verbis) e incluso por mediación de terceros que le enviaba. 
Lo seguía a diario hasta que una vez se le presentó la ocasión de encontrarlo a solas en el bosque "y enlazarlo en los tiernísimos nudos de sus manos", ofreciéndosele y apremiándolo a que la tomase.
Tentadora (Eva). Capitel del siglo XI o XII (Clermont-Ferrand).


Kevin se desnudó, pero fue para huir a buscar refugio en unas matas de ortigas en que se revolcó para extinguir la tentación. Y provisto de un manojo de ellas, cuando la fogosa muchacha lo alcanzó, tan poco vestida como él, la agarró y ortigó vigorosamente.
Llegaron a esto los compañeros de Kevin, sorprendiendo a la pareja en cueros. La moza, arrepentida, confesó su culpa y desde entonces hizo vida casta y ascética.
En la vida de San Kevin encontramos milagros de los que sitúan a un santo en el terreno de lo ígneo (los ángeles con sus candelabros, la nieve que no cuaja)... He aquí por qué abandonó el monasterio donde vivía: una vez le mandaron que llevase al bosque con qué encendiesen fuego los hermanos que estaban trabajando allí; pero se le olvidó. 
-Vete por unas brasas -le dijo el superior- y vuelve inmediatamente.
-Ya; y ¿dónde las traigo?
-¿Y a mí que me cuentas? ¡¡Métetelas en la camisa, pero tráelas!!
El obediente San Kevin se tomó la orden al pie de la letra y trajo las brasas en la camisa, sin quemarse él ni que se quemase ella. Cuando el otro fraile lo vio, cayó de rodillas a sus pies, adorando el milagro y declarando que había que nombrarlo abad. Abochornado, Kevin le rogó que guardase el secreto de lo ocurrido; pero como se supo, optó por huir temiendo que lo obligasen a aceptar un cargo del que no se creía digno.
Y así, andando andando, llegó a Glendalough y como le gustó el sitio buscó un árbol hueco del que hizo su morada y se quedó a vivir sustentándose con hierbas y agua. Vestía pellejos de animales y era capaz de recorrer los lagos caminando sobre ellos. 
En una ocasión, rezando con las palmas vueltas hacia el cielo, estaba tan callado y quieto que una pareja de mirlos lo tomó por algún árbol y le puso su nido en una mano.
-¡Vaya por Dios! -pensó el santo- Si me muevo, la madre aburrirá el nido y no saldrán los polluelos por mi culpa. ¡Ahora no tengo más remedio que quedarme quieto hasta que sepan volar! 
Y así lo hizo.
Es que el mirlo era un pájaro importante para los monjes irlandeses, que dedicaron versos maravillosos al fresco milagro de su canto.  
San Kevin peregrinó a Roma; trajo tierra de allí y la esparció por su valle, de manera que hacer esa romería allí es casi como visitar la tumba de San Pedro. Además, dejó una cuádruple maldición sobre los que atacasen o dañasen aquel lugar: landre, carbunclo, lamparones y locura.
Había un pastor que apacentaba sus vacas cerca de allí. Un día una de ellas se alejó de la manada y llegando adonde estaba Kevin en oración, como instintivamente atraída por su santidad, empezó a lamerle los pies (según la Vita latina, los vestidos). A la hora de recogerse al establo, retornó junto a las demás; pero desde entonces, cada día escapaba sin que se diesen cuenta y en vez de pacer, lamía los pies de San Kevin.
El pastor y el dueño de las vacas, un tal Dima, estaban atónitos, porque aquélla se puso a dar mucha más leche que las otras.
-¿Qué le habrá pasado a esta vaca?
-¿Yo qué sé? ¡Es rarísimo!
-Averígualo a ver.
El vaquero siguió a la vaca y la encontró enfrascada en sus lametones. Con rústica desconfianza, pensó que San Kevin tramaba quedarse tan estupendo ejemplar, y a fuerza de voces, blasfemias y palos se la llevó quieras que no con las otras. Pero no le salió la cosa como quería, porque todas las vacas enloquecieron de pronto: corneaban a sus propios terneros y los mataban. Volvió corriendo adonde el santo, que le dio agua bendita para sosegarlas y todo volvió a la normalidad. 
Otro santo (anglosajón pero de formación irlandesa) afamado por la cura de ganado enloquecido es, dicho sea de paso, San Wilibrordo, fundador del gran monasterio luxemburgués de Echternach. Así que el caso de Kevin no es único.
Me parece posible que esta devolución de las vacas a la cordura esté relacionada con el antiquísimo mito del viaje de un héroe al otro mundo para rescatar o robar a los ganados de allí: el mito de Hércules y Gerión, el mismo que modificado de varias maneras aparece una y otra vez en la tradición céltica (el robo de los ganados de Annwn entre los galeses, por poner un ejemplo).


Ganados de Gerión. Cerámica de Magna Grecia; siglo VI antes de Cristo.
En este sentido, no deja de ser curioso que sean los pies el principal objeto de atención de la vaca: esto remite al tema de la cojera, del "mana" especial de los pies del hombre sagrado (ver En el país de los cojos...).  
Pero el rumor de estos milagros de San Kevin cundió, se supo dónde se había escondido y sus tres santos maestros lo devolvieron, a su pesar, al monasterio.
Lo llevaron Dima y sus hijos, pues lo tenían muy débil sus penitencias, en una litera. Presidía la comitiva un ángel, que iba haciendo que a su paso los árboles más añosos e inabarcables se doblasen como juncos, rindiéndoles pleitesía y abriéndoles camino.
Pero Dima el mozo, uno de los hijos, se negó.
-¡Sí! Voy a perder yo un día de caza para llevar a un viejo loco. ¡Ni que fuera yo el esclavo ni la acémila de nadie!
El caso es que, mientras estaba cazando, sus perros se volvieron furiosos -otra vez los animales locos- y como a un nuevo Acteón, lo despedazaron a bocados. Bernard Sergent señala cómo los perros de Acteón son los mismos Télquines de la mitología griega, y éstos corresponden en la irlandesa a los malévolos fomoré.
Acteón destrozado por sus perros. Siglo V antes de Cristo.
A otro de los hijos, dócil, que sí llevaba la litera, se le vino ésta encima y lo aplastó. 
Pero para eso estaba allí San Kevin, que lo resucitó instantáneamente. Cellach, que así se llamaba el espachurrado, entró de monje en el monasterio de Kevin.
Y estando un día meditando al borde del río, vio una nutria retozando alegremente en el agua.
-¡Buena piel para un para un par de manoplas! -se le ocurrió a Cellach.
-¡Adiós! -pensó aterrorizada la nutria, que debía de ser algo telépata- ¡Aquí si te descuidas te despellejan! Cría cuervos...
Porque aquella nutria venía todos los días al convento trayendo un salmón de limosna. Pero, naturalmente, no apareció más. Kevin la echó de menos y puso en claro lo que había pasado, pero la trucha no volvió. ¡Cualquiera!
Estando de visita unos días Kevin en la ermita de San Beoán, éste le dijo una vez:
-¿Quieres hacer el favor de ir a ver qué hace la vaca, que la tengo suelta en el prado?
-Voy.
Cuando llegó, la vaca acababa de parir. Pero salió una loba del bosque, hambrienta; a Kevin le dio pena y le dejó comerse el ternero. La vaca empezó a soltar unos mugidos lastimeros, que partían el corazón y hacían retumbar el bosque y la sierra enteros. Beoán, cuando se enteró, se tiraba de los pelos.
-Pero ¿qué has hecho? ¿No te da pena haber roto el corazón de una madre? ¡Ahora a ver cómo la consuelas!
Kevin se adentró en el bosque.
-¡Loba! ¡Eh, loba!
-¿Qué quieres?
-Que buena la hemos hecho, que no veas cómo se ha puesto la vaca.
-Ya. Y yo, si se me mueren los lobeznos de hambre, ¿cómo me pongo? ¡Hay que verlo todo!
-Mira, vamos a hacer una cosa: vas a hacer tú de ternero hasta que ésa para otro. Con la ayuda de Dios, seguro que no se cosca.
-Pero, hombre, ¿y si me ve cualquiera haciendo el ternerito?
-Mujer, ¿qué más te da? Son sólo unos días.
-Que te pusieran a ti a hacer de monjita.
Pero, en fin, la loba se dejó convencer y en cuanto arreglaba las cosas de su casa se presentaba en el establo y mamaba de la vaca que la lamía y la acariciaba con la cabezota, tomándola por su ternerillo. Es proverbial la mala vista de las vacas. Luego, por la noche, se volvía a su madriguera.
-¡No sé qué me retiene, Kevin: esa vaca está para chuparse los dedos! Estás poniendo el aceite al lado de la lumbre.
-Aguanta un poco, que en seguida se empreña.
San Kevin era, ya lo veíamos, muy limosnero y acudían a él pedigüeños como moscas. Una vez fue una compañía de juglares. El santo no tenía con qué remediarlos.
-No hay de comer ni siquiera para los hermanos; pero he sembrado esta mañana, y si os esperáis a la noche, con lo que cosechemos luego haremos una buena cena.
-Porque seamos pobres no tenemos que sufrir que nos tomen el pelo. ¡Os vamos a echar una sátira que os vais a acordar!
Los músicos se fueron con injurias para Kevin y sus monjes. El santo no se quedó atrás: pronunció una maldición sobre ellos y sus instrumentos, su único medio de vida, se convirtieron en pedruscos. En cuanto a los frailes, a la siesta recogieron abundante cosecha y cenaron opíparamente. 
Llegó la época de la siega. Kevin estaba en la cocina. Pasó por allí un grupo de mendigos hambrientos pidiendo algo de comer por amor de Dios y Kevin les dejó que se hartasen y que se llevasen lo que ya no les cabía. Entonces apareció San Eogán:
-Kevin, prepara la comida de los segadores, que están que se embaularían cada uno un buey.
-¡No sé con qué! He dado de limosna todo lo que había en la despensa.
-¿Y con qué permiso? ¿No ves que esos segadores llevan todo el día trabajando y sudando la gota gorda y se han ganado y se merecen una comida en condiciones? ¡Has hecho muy mal!
Segador. Miniatura del siglo IX.


San Eogán se fue muy cabizbajo, sin saber qué decir a los segadores.
-Tal vez nos ayudará Dios -dijo Kevin.
Juntó los huesos roídos por los mendigos, que estaban en la basura, y se puso a rezar. A medida que iba orando, los huesos se iban revistiendo de carne, hasta quedar hechos de nuevo unas magníficas y jugosas piezas asadas. A la vez, el agua de las tinajas se transformaba en cerveza de la mejor. Había para alimentar a veinte cuadrillas de segadores.
Este milagro de la regeneración de los animales enteros a partir de sus huesos es un mito antiquísimo y de difusión casi universal, relacionado con prácticas chamánicas (y, una vez más, con el rescate de los ganados arrebatados al reino de los muertos), según estudia el tantas veces citado Carlo Ginzburg en su Historia nocturna.
Otra vez, un ladrón robó un carnero del convento y se lo comió. Lo capturaron y querían darle su merecido, pero Kevin se opuso:
-No se le puede condenar sin oírlo. ¿Eres culpable?
-No.
-Pues júralo por Dios.
-Beeee.
-¡Que si juras que eres inocente!
-Beeee. ¡Beeee! ¡BEEEEE!
-Es la voz del carnero -dijo un fraile-. La reconozco perfectamente. ¡Está hablando por su boca! ¡Éste se lo ha zampado! ¡Te doy...!
-Beeeeee, bee.
Arrepentido, el cuatrero recobró el habla, se confesó y fue admitido como monje.
Como se ve, muchos de estos milagros tienen que ver con la muerte de animales y su regreso del Más Allá: ya en forma de voz acusadora, ya en forma de suplentes, ya mediante la regeneración a partir de los huesos de su carne consumida.
Kevin, habitante de un árbol hueco como una dríada o espíritu del bosque (y casi árbol él mismo, como en el milagro del mirlo), tiene, como Ronan del que hablaba hace poco, una relación estrecha y entrañable con animales y plantas.  
No se agotan aquí los milagros de San Kevin, cuya fiesta se celebra el día 3 de Junio. Continuaré contando cosas de su vida.



jueves, 31 de mayo de 2012

El defensor de los bosques

El día 22 de julio mencionan algunos santorales irlandeses a San Moronoc, que asistió en los últimos momentos de su vida en este mundo a San Senan (ver San Senan y su isla). Moronoc viene de Mo Ruadán Óg (la -d- entre vocales se había debilitado hasta desaparecer), forma cariñosa de Ruadán, "pelirrojo", que significaría "Mi Pequeño Pelirrojo".
Así se explican los varios nombres de este santo, que aparece también como Moruan, Ruan, y con otro diminutivo Ronan, Renan e incluso Cronan. 
Moronoc o Ronan, pues, obispo ya en Irlanda, fue uno de los compañeros que viajaron junto a San Senan a Cornualles y luego a León de Bretaña, a principios del siglo VI. Si San Senan (Sané en bretón) fundó su iglesia en Plouzané, Ronan es patrón del vecino pueblo de Loukournan (Saint Renan en francés).
San Ronan. Locronan, Bretaña.
Dice la leyenda, recogida por Anatole Le Braz, que San Ronan vino desde Irlanda navegando montado en una roca alfombrada de algas desconocidas, aromáticas, enfrascado en profunda oración.
Una Vida medieval de San Ronan, escrita en el siglo XI por un clérigo de Quimper, puede leerse, traducida al francés, en el tomo XVI del Bulletin de la Société Archéologique de Finistère (consultable en línea en Gallica, el sitio de la Biblioteca Nacional de Francia).
Tiempo después de haberse instalado a hacer vida eremítica en la provincia bretona de Léon (en el actual Saint Renan), comenzaron a hacerse famosos su santidad y poderes taumatúrgicos, conque la afluencia de suplicantes en demanda de curación le impedía por completo dedicarse a la oración. 
Decidió huir al sur (acompañado por su mula de piedra, que no era otra sino la que lo había traído desde Irlanda y ahora le servía para cargar sus pocos enseres).  Cada vez que hacía un alto, Ronan clavaba el báculo en el suelo. En una de aquéllas, se transformó en una cruz de piedra y el santo comprendió que había llegado a su destino. La mula se acostó y se quedó quieta para siempre, convertida en una roca normal.  Sólo que al amanecer relinchaba y le servía de despertador.
Esta roca milagrosa fue visitada durante siglos por las mujeres que querían quedar embarazadas. Se tumbaban sobre ella o se restregaban con ella la barriga y esto les confería la deseada fertilidad.
San Ronan encontró nueva morada junto a la de un hombre solitario que vivía en el bosque de Nemet con su mujer, Keban, y su hija, elección nada casual sin duda: Nemet se remonta a nemeton, "bosque sagrado" de la religión gala.
La tradición popular explica de otro modo la mudanza del santo: los habitantes de aquella costa debían la mayor parte de sus ingresos al noble oficio de atraer barcos a los escollos y hacerlos naufragar. San Ronan dispuso varias campanas como aviso sonoro para navegantes y los naufragios disminuyeron radicalmente, así que los lugareños no tardaron en advertir al santo que se marchase con la música de las campanas a otra parte; de otro modo, que lo echarían ellos por las malas.
No es que tuviera miedo Ronan ni poca fe; era que quería evitar a aquellas pobres gentes engañadas por Satanás un terrible castigo divino, caso de que se le atreviesen.
En aquella época el cristianismo no había calado aún por aquellas comarcas y la mayoría de los campesinos eran paganos.
Fuente sagrada en Locronan, cerca de donde instaló su ermita San Ronan,
Pero Ronan no podía escapar tan lejos que no lo alcanzase su fama y así empezaron a acudir fieles también hasta aquel nuevo retiro, entre ellos el propio rey, que era entonces Gradlon el Grande (ver La revancha de Dahut), y que sacaba el mayor provecho y disfrute de sus coloquios con el santo.
Los lugareños, cristianos o no, estaban especialmente agradecidos a San Ronan por su protección contra los lobos. Estas alimañas tan temidas le obedecían y restituían las ovejas robadas cuando el santo se lo pedía.
También enseñó a las gentes a cultivar y tejer cáñamo y lino y muchos se enriquecieron fabricando velas para la construcción náutica.
La que no estaba tan contenta era la mujer del florestero, que la tenía completamente olvidada desde que el santo había llegado embobándolo con sus sermones y vida ejemplar. 
El Romanticismo de Hersart de la Villemarqué, el gran poeta bretón, ha transformado a Keban, la florestera celosa, en una especie de druidesa maléfica y feroz.
Las escenas de celos eran constantes, a pesar de que Ronan trataba de apaciguarla asegurándole que no tenía la menor intención de inmiscuirse en aquel matrimonio. 
-Pero mira: -le dijo- a mi ermita no te acerques porque me estorban mucho las mujeres en mi oración.
-Pues a mi marido lo tienes aquí todo el día metido.
-He dicho que me molestan las mujeres.
-Tú, por lo que dices, lo que eres es un maricón viejo, robamaridos.
-Tú por si acaso no intentes pasar de ahí, de esos acebos porque no te obedecerán las piernas.
Así fue, Keban permanecía paralizada cuando intentaba cruzar la linde trazada por el santo y eso aumentaba cien veces su rabia.
La verdad era que Ronan suscitaba sentimientos muy distintos. Ronan, dice la leyenda (no así la Vida) era tan amigo de las bestias que podía transformarse en cualquiera de ellas para compartir sus juegos. Dedicaba gran parte de su tiempo a soltar a las moscas que habían caído presas en las telarañas. 
Hasta a las plantas protegía.
En cambio, era huraño y no le gustaba el trato con la gente. Si algún descuidado se cruzaba en su camino mientras paseaba, interrumpiendo sus meditaciones, le lanzaba tal mirada que lo dejaba estupefacto y atontado durante varios días.
(He aquí, en versión atenuada, el motivo de la mirada mortal que poseían algunos seres mitológicos celtas, como el irlandés Balor o el galés Yspaddaden Penkawr).
También se rumoreaba que era tempestario y que podía conjurar la tormenta y el granizo y descargarlos donde se le antojase.
Una vez vio a un hombre cortando un roble del bosque.
-¿Qué te ha hecho a ti ese pobre árbol para que lo tronces a hachazos?
-Nada, pero ¿que? Necesito las tablas para un cobertizo.
-Deja en paz a esa criatura de Dios.
-Primero será la gente que los árboles, ¡digo yo!
-Ahora veo que sí que vas a necesitar las tablas, pero no para un cobertizo.
-¿Ah, no?
-No.
El roble se vino en ese momento encima del talador y su madera sirvió para hacerle el ataúd.
El mismo Corentin, hombre de gran santidad, vino a visitarlo un día y se encontró la puerta de la ermita precintada por una gran telaraña. Intentó desgarrarla, pero aquello se resistía como si fuese de goma y Corentin comprendió que no era bien recibido y se fue por donde había venido (una variante del motivo de la cueva oculta por las telarañas, ver Cambiazo y telarañas).
Keban, harta de Ronan y de su creciente popularidad, ideó entonces una calumnia singular: que el ascendente de Keban sobre los lobos se debía a que era licántropo. Muchos de los destrozos que se les atribuían a las alimañas del bosque eran obra, decía, del propio forastero.
Por supuesto, el de transformarse en animal, y particularmente en lobo, es un poder que se atribuye a brujos y santos desde tiempos antiquísimos. Carlo Ginzburg, tantas veces citado en estas entradas, relaciona estas transformaciones con el viaje chamánico al reino de los muertos, a los que se trata de arrebatar cosechas y ganados: he ahí el motivo del rescate de las ovejas por San Ronan.
No es Ronan el único santo irlandés relacionado con los lobos: San Ailbhe, una especie de Mowgli hibernio, fue criado por ellos.
Keban iba propalando que las dos únicas maneras de librarse del hombre lobo eran quemarlo o hacer que lo expulsase del pueblo una jauría de perros.
Hombre lobo. Grabado alemán del siglo XVII.
También es propio de la tradición que el perro sea el animal enemigo del lobo por excelencia: el perro representa a la civilización, al mundo ordenado, mientras que el lobo pertenece al caos, a las sombras, al bosque.    
Por si no bastase con las acusaciones que ya había difundido, Keban escondió a su hija pequeña, de cinco años, en un arcón. La leyenda conserva el nombre de la chiquilla: Soazik, o sea Paquita. Le dejó un pedazo de pan y una jarra de leche y la encerró con llave. A continuación, simulando buscarla desesperadamente, fue recorriendo los pueblos de los alrededores y a quien quería oírla le decía que se la había raptado Ronan, en su personalidad lobuna, para comérsela.
-¿Qué dices, loca perdida? -se defendía Ronan- Los cristianos no nos comemos a nadie. Tenemos un mandamiento: que no se puede matar al prójimo. Menos aún comérselo. Hasta comerse los pellejos de los dedos de uno mismo es pecado.
-¿Cómo te metes con el santo de los lobos -protestaban algunos paisanos- que tanto bien ha hecho? ¡O cierras el pico o te lo cerramos nosotros a cantazos!
-¡Embrujados os tiene! ¿No os dais cuenta? Aquí se va a hacer justicia aunque tenga que oírme el mismísimo rey.
Y Keban se fue a arrojar a los pies de Gradlon como una loca furiosa.
-¡Justicia, justicia! ¿Cómo se consiente que venga de fuera un caníbal y se instale en nuestra tierra a llenarse la panza con la carne y la sangre de nuestros propios vecinos y familiares?
-¿Qué hablas?
-¡Ese protegido tuyo, Ronan, que ha hecho de mi marido su amiguito, es hombre lobo y por las noches se transforma y se come a los ganados y ahora encima a la gente! ¡A mi propia hija se la ha comido sin dejar ni los rabos! ¡Pero que, por lo menos, sea la última! ¡Gran rey, coge una tropa de soldados y acaba ahora mismo con ese brujo del demonio!
-No me parece que Ronan haya hecho nunca más que rezar y portarse bien con los vecinos; pero de todas maneras vamos a aclarar este asunto. Que venga Ronan a ver qué responde a tus acusaciones.
 -¿Qué va a decir? ¡Negarlas! -protestó la mala mujer.
-No le será tan fácil, porque vamos a someterlo a prueba -declaró Gradlon-. Has de saber que yo tengo, para casos como éste, una pareja de perros muy fuertes y feroces. Si ven a un criminal, se arrojan a él y lo deshacen a dentelladas. Pero si se trata de un inocente, se lo comen a lametones y se restriegan con él y le hacen toda clase de fiestas.
La mujer estuvo de acuerdo con la ordalía: conociendo la afinidad de Ronan con los lobos y la aversión y ojeriza de los perros a sus primos salvajes, no dudaba que lo harían jirones.
Ronan, que ya era hombre viejo y había hecho un largo viaje a pie hasta la corte del rey Gradlon, se sentó a rezar en una piedra. 
Su aspecto era realmente el de uno de esos ermitaños medio hombres, medio alimañas, de los que se lee en la leyenda de los padres del desierto, y daba pie a que se lo tomase por hombre lobo.
Aquel fue el momento elegido para soltarle los perros por sorpresa. Los furiosos animales se precipitaron a él con rabia, pero a mitad de camino, cuando le vieron hacer la señal de la Cruz, se amansaron y acudieron moviendo el rabo y dando muestras de alegría y sumisión.
San Ronan y los perros. Ilustración de Juan Vila para Almas celtas
de Adèle Reynès-Montlaur (1910).
Gradlon se apresuró a saludar al santo, que les estaba acariciando el lomo y palmoteando la cabeza.
-Comprendo que no sólo eres inocente de lo que te han acusado, sino un santo, porque eso los perros lo huelen y lo notan como ninguna persona.
Bernard Sergent llama la atención sobre el hecho de que el papel que desempeña el lobo en la mitología y la imaginación de la antigua Grecia lo viene a ocupar el perro entre los irlandeses (distinguiéndose entre el perro feroz y el manso). El nombre tradicional indoeuropeo del lobo (*wlkwos ha pasado a designar entre los irlandeses al mal: olc. No hay en celta muchos nombre de persona que incluyan el del lobo, como en Grecia (Licomedes, Licurgo) o entre los germanos (Úlfr, Wolfgang, Raúl); pero sí el del perro (Conchobar, Conomor, Maelgwn). 
El triunfo de Ronan sobre los perros, aparte de la dimensión infernal que adquiere aquel animal con frecuencia y a la que ya nos hemos referido varias veces  (ver Los demonios perrunos) inevitablemente recuerda a la hazaña inicial de Cú Chulainn, el héroe del Ulad (Ulster): la victoria sobre el perro terrible de Culann el herrero (un perro de origen mítico). El héroe pagano, que triunfa sobre la bestia feroz gracias a la protección de Lugh, se ve sustituido por el santo que amansa a los perros salvajes gracias al poder de la Cruz. 
Keban, en todo caso, no se daba por contenta con la ordalía.
-¡No te dejes embaucar, rey Gradlon! -chilló llena de ira- Este santurrón es un antropófago que se ha zampado a mi hija.
Gradlon debía ser sensible a estos lamentos pues, como hemos visto, profesaba a su propia hija un mimo, un amor excesivo, que llegó a ser catastrófico para su reino.
-Tu niña, para que te enteres -respondió Ronan-, está muerta: pero no se la ha comido nadie, sino que ella estaba comiendo. Su cadáver lo tienes intacto en el arcón donde tú la has encerrado. La pobre hija se ha atragantado con un bocado del pan que le dejaste y ahí se ha quedado tiesecita, ahogada. Eso te pasa por utilizarla para tus propias fechorías.
La gente ya empezaba a recoger cantos para lapidar a la calumniadora, cuando Ronan salió en su defensa.
-¡Quietos! ¿No veis que ese disparate de meter a la hija en un cajón no se le ocurre más que a una loca de remate? ¡Bastante desgracia tiene con haberse cargado a su propia hija inocente!
-Es verdad, es verdad -dijo ella aprovechando la ocasión-; y como tú mismo has dicho que la pobrecita no tiene arte ni parte, lo que deberías hacer es resucitarla. Y a mí perdonarme, si es verdad la misericordia que predicas.
-Tienes razón, ¡a la iglesia!
Posaron a la muertecita en el suelo al pie del altar y Ronan, a su lado, postrado en oración. Pronto se dio cuenta de que sus plegarias habían sido escuchadas, cogió a la niña de la mano y uno y otra se pusieron en pie; la criatura corrió a abrazar a su madre.
A pesar de este beneficio tan grande, ni estaba  Keban arrepentida, ni agradecida, ni había amainado lo más mínimo su inquina contra Ronan. Y la siguiente calumnia que se empeñó en esparcir fue que el buen viejo la atosigaba a requerimientos amorosos. Calumna más hábil que la primera (dice la Vita) cuanto más frecuente y cotidiana es la lujuria que el canibalismo.
Aquí Ronan se dio por vencido.
-Yo, con la ayuda de Cristo, de dos dogos ferocísimos he hecho un par de conejillos para poder jugar cualquier niña con ellos; pero el rencor femenino es hueso más duro de roer. Aquí no hay más que poner pies en polvorosa.
-¿Tan poca fe tienes?
-Dios mismo, por boca de Salomón (Eclesiástico, 25), dice que no hay ser más iracundo que una mujer ni serpiente que tenga peor veneno que una de ellas, si está encabronada. Antes vivir con un león o con un dragón, que con una mujer mala. Te lo digo que es así. ¡Yo me doy la del humo! Esa bruja se ha salido con la suya, pero ya tiene su castigo, porque aunque ella no lo sabe, anida en su cuerpo la lepra, y ya se le manifestará, ya; y no sólo ella está manchada de ella, sino toda su posteridad.
-¿La niña del arcón? ¿Y ésa que ha hecho?
-Se siente.
Y Ronan, que ya conocía el Leonís y la Cornualla, se encaminó a la Domnonia, tercera provincia de la Pequeña Bretaña (correspondiente a la parte Noreste). Encontró otro anfitrión, un bretón hospitalario que le dio cobijo en Hillion, junto a Saint Brieuc, que le ayudó a levantar su ermita y le llevaba la comida todos los días a la celda donde había de pasar sus últimos años, pues no tardó en morir. 
Su muerte vino acompañada de tinieblas, de formación de extrañas nubes en los cielos, de la aparición de una columna de humo blanquísimo ascendiendo por los aires.
Cuando una mañana su amigo lo encontró muerto, arrodillado como si orase, resplandeciente y flameante, ni corto ni perezoso tiró de cuchillo, le cercenó un brazo y se lo llevó a casa, depositándolo en lugar digno con las mayores muestras de veneración. Sabía que grandes señores y poderosos monasterios se disputarían sus reliquias y no quería quedarse sin su parte. 
Esa noche lo despertó un vivo dolor. Junto a él, en su cama, veía su propio brazo derecho cortado por el hombro. A las grandes y desesperadas voces que dio acudió gente con luces.
Ante todos, el mutilado confesó merecer su desgracia y el sacrilegio cometido por exceso de devoción; y el pueblo en procesión acudió portando la reliquia robada al oratorio donde yacía Ronan. ¡Oh milagro! Al pasar por la puerta, el brazo se les escapó de las manos y fue espontáneamente a colocarse y pegarse en su sitio. Los lugareños se prosternaron maravillados y se pusieron a orar pidiendo perdón al santo. Todos menos el ladrón del brazo, que sintió cómo lo invadía un letargo invencible y caía dormido a pesar de todos sus esfuerzos. Durante su sopor, el brazo que le había sido arrancado, como antes había hecho el del santo, vino a reimplantársele por sí solo, sin que le quedase cicatriz ni marca alguna.
Tal como había supuesto el compañero de los últimos años de Ronan, los señores de Domnonia, Cornualla y Venedocia (Vannes) se disputaron el cuerpo de Ronan y se decidió, para evitar un derramamiento de sangre, que Dios decidiese. Ni el señor de Domnonia ni el de Vannes fueron capaces de mover el cuerpo un milímetro. El de Cornualla, en cambio, que era manco, recobró el uso de los brazos oportunamente y depositó el santo cuerpo en un carro tirado por bueyes indómitos que, solos y por propia voluntad (conducidos por ángeles), devolvieron el cuerpo a la ermita del bosque de Nemed, donde había padecido la persecución de Keban. 
Parece que ésta celebró con regocijo la muerte del santo y que durante el cortejo fúnebre estuvo insultándolo y ultrajando a sus reliquias hasta que se abrió la tierra y se la tragó. 
El escupitajo que arrojó Keban a la cara de Ronan muerto se dice que vuelve a aflorar cada siete años en su estatua yacente, y es costumbre (o al menos lo era en tiempos de Le Braz) entre las muchachas de la comarca acudir a besarlo con mucha devoción.
En torno a la ermita y debido a la afluencia de peregrinos fueron surgiendo el pueblo de Locronan y un monasterio que se enriqueció a base de donaciones de los duques de Bretaña en agradecimiento por favores recibidos del santo.
Las reliquias de éste hubieron de ser trasladadas en la época de las incursiones vikingas y se depositaron en Quimper. 
Lo que no pudieron los vikingos, esparcir los restos de Ronan, lo consiguieron los revolucionarios franceses en 1794. El magnífico relicario gótico y la capilla que lo albergaba, así como por supuesto el santo cuerpo (con excepción de un brazo: ¿sería el mismo que cortó el paisano de Hillion?), fueron deshechos.
Locronan conserva, con todo, una de sus costillas y una magnífica sepultura encargada por una hija de la buena duquesa Ana, última soberana independiente de Bretaña, allá por el siglo XV.
Cenotafio de San Ronan en Locronan. Siglo XV.
La leyenda, mucho más poética, dice que cuando los bueyes que transportaban al santo se detuvieron, el cuerpo sagrado se hizo piedra y es el sepulcro que hoy se ve; y los árboles del bosque se hicieron columnas y a partir de ellas surgió milagrosamente la colegiata de San Ronan que está en Locronan. 
la festividad de San Ronan se celebra en Bretaña el 1º de junio. En Julio, en cambio, tiene lugar la Troménie, una peregrinación que recorre el camino por donde solía pasear a diario el santo. Esta romería se celebra con el tiempo que sea: una vez que se suspendió por culpa de la lluvia, bajó el propio San Ronan a presidirla, y el cortejo que lo seguía iba formado exclusivamente por ánimas del Purgatorio. Exclusivamente porque en los años normales se dice que éstas también participan al lado de los vivos y a veces aprovechan para aparecérseles. Doué da bardono d'an Anaon!

    




viernes, 25 de mayo de 2012

Concepciones y partos raros

Hablaba hace días del parto monstruoso de Calsia, reina de Galicia (o, como diría Benito Vicetto, de la Galicia Bracarense), que trajo al mundo nueve infantas destinadas al martirio y a los altares.
Por estas fechas aparecen otros santos prodigiosos por su concepción o su nacimiento.
El mismo día 22 de mayo, festividad de Santa Quiteria, el Santoral de Óengus menciona a 
"...in fer cain clandach,
Báithéne macc Findach"
"El varón brillante y fértil,
Baoithin, hijo de Findach". 
El calificativo de "fértil" -clandach, derivado de cland, "descendencia"- resultaría extraño referido a un hombre de cuya vida sólo sabemos que vivió retirado del mundo si no fuera porque se utilizó en sentido figurado: "que dejó importantes obras, gran huella", y en este sentido se aplicó al propio Cristo.
Más adecuado, sin embargo, hubiera parecido decirlo de Findach, padre del santo y descendiente del héroe del Ulster Conall Cernach, que de su hijo. Tampoco hay que olvidar que cland, esa palabra tan gaélica (de donde nuestro español clan) es un préstamo del latín planta y conserva el sentido de "brote, germen", conque etimológicamente clandach significaría "el de las plantas".
Pero dejo la palabra al clérigo que puso la nota correspondiente a esta estrofa del Santoral:
"Baoithin de Inis Baoithin en Dál Mesincorp, al Este de Laiginn. Y Trea, hija de Ronan, rey de Laiginn, fue la madre de Baoithin mac Findaigh.
"Y así es como nació Baoithin: sucedió que un día un ladrón, Findach, estaba subido a un espino junto a una fuente para robar y desvalijar la iglesia. En éstas, llegó Credha a lavarse las manos a la fuente, y Finnach, al verlo, la deseó con tal ansia que se derramó su simiente encima de los berros que crecían allí. Después, la doncella comió de los berros sobre los que había caído, y así fue engendrado el imperecedero Baoithin: de modo que todo vino por un milagro de Dios".
Princesa, fuente y mirones. Xilografía del siglo XV.

A continuación se cita un poema:
"Creda, que fue buena mujer, 
Hija de Ronan, rey de Laigin,
En su limpia iglesia de siempre,
Madre de Baoithin mac Findaigh.

Findach el ladrón estaba robando,
en el espino, sobre la fuente;
el deseo de su cuerpo se derramó
sobre los berros de tiernas puntas.

No bien puso los ojos el ladrón
en la hija de Ronan, tan gentil,
que había ido a lavarse las manos,
Cred, hija de Ronan, duro aguijón.

La doncella comió el brote
donde estaba la simiente,
de donde, hermoso combate,
se engendró el imperecedero Baoithin.

El mirón en el árbol no deja de recordar al enano fisgón de la leyenda de Tristán y a Mordred, que espiaba a Ginebra, en el idilio de Tennyson, trepado a la tapia del huerto y agazapado entre las hojas, por si la pillaba in fraganti con Lanzarote.
No hay ni que señalar la carga simbólica erótica y sagrada a la vez del espacio en que se desarrolla la concepción milagrosa: la fuente donde la doncella se lava, con su árbol y su iglesia.
Gaston Bachelard, en El agua y los sueños, señala cómo el manantial evoca de por sí la desnudez femenina, desnudez espontánea y pura como el agua que brota de la piedra.
¿Qué tiene el berro? a uno se le ocurre en seguida la canción tradicional francesa:
"Quand j'étais chez mon père
Petite à la maison
J'allais à la fontaine
Pour cueillir du cresson"...
Total: que la moza se cae al agua y aciertan a pasar por allí tres galanes que se ofrecen a sacarla de apuros. Pero no de balde; una recompensa le piden:
"Ce sont vos amourettes,
Si nous les méritons..."
(una salvedad muy de agradecer, ciertamente). Y el estribillo anima a la muchacha:
"Tant dormir, dormir, belle,
Tant dormir n'est pas bon..."
Se imagina uno la luz verdosa de las fuentes que pinta Courbet, con sus bañistas solitarias (y aquí es el espectador el que imaginariamente adopta el papel del curioso escondido entre la fronda). 
Courbet. bañista en el manantial.
O la verde luz apacible del soneto del Durmiente del valle, de Rimbaud, a quien los frescos berros le sirven de almohada.
Pero a lo que iba.
La concepción por vía oral no es nada rara en el mundo legendario irlandés; Cú Chulainn y Conchobar son dos hijos concebidos de esa manera. El motivo de la fecundación por el esperma derramado encuentra claros paralelos fuera de Irlanda. 
Cuando Hefaistos intentó en vano violar a Atenea y ésta se limpió con un vellón de lana el esperma con que la había pringado el dios cojo, o bien lo arrojó al suelo y la Tierra concibió de él, o bien de la propia guedeja se engendró Erictonio, futuro rey de Atenas, el cual tenía, en prueba de su origen ctónico, medio cuerpo de serpiente. Atenea lo había dado a guardar metido en un cesto a las hijas de Cécrope con prohibición de que mirasen el contenido, pero pudo más la curiosidad. 
Rubens. Las hijas de Cécrope descubren a Erictonio.
Si no acabó con ellas la serpiente que descubrieron, enloquecidas o por el susto o por venganza de la diosa se arrojaron desde la acrópolis y murieron despeñadas.
Agdistis, deidad hermafrodita, nació de la simiente derramada de Zeus; de la sangre de Agdistis castrado nació un almendro, uno de cuyos frutos engendró a Atis en la hija del rey Sangario.
Claude Stercx, al ocuparse de estas fecundaciones de doncellas en distintas culturas, alude al mito de Dánae, que nos permite enlazar con otro santo de estos días: el famoso britano San Dubricio (Dyfrig en galés), arzobispo de Caerleón en tiempos del rey Arturo. Existe una Vita Dubricii, obra de Benito de Gloucester, ya influida por Geoffroy de Monmouth, y otra Vida latina anterior en el Libro de Llan Dâv, consultable en línea. La mayor parte de este texto está constituida por una lista de donaciones a San Dubricio que dan fundamento a la propiedad de la Iglesia de Llandaff sobre determinados terrenos. Pero también encontramos allí la leyenda del santo, muy cargada de elementos mitológicos.
El carácter acuático de Dubricio lo indica ya su propio nombre, que dubro- es "agua" en la lengua de los britanos, resultando en dwfr en galés, dour en bretón.
Hubo un rey de Ergyng, pequeño reino britano que abarcaba lo que hoy es la parte de Inglaterra lindante con el Suroeste de galés, llamado Peibio Clavorawg, lo cual (según se explica en la propia Vita) significa Peibio el Espumoso. Y es que este rey padecía una desagradable enfermedad que le hacía estar echando constantemente espumarajos por la boca. Tenía permanentemente a dos criados que se turnaban en enjugársela con unas toallas de mano y ni aun así daban abasto.
Peibio tenía una hija cuyo nombre era Ebrdil. Una vez, a su regreso de una expedición bélica, el rey pidió a su hija que le lavase la cabeza. Acudió Ebrdil como  hija buena y obediente y al verla caminar, Peibio adivinó por lo tardo y torpe de sus andares que estaba embarazada. Furioso, la condena a ser arrojada al río metida en un odre, para que la corriente la arrastre adonde sea su capricho, como una Dánae britana. Una y otra vez, las aguas compadecidas la devuelven a la orilla. Desistiendo de su primer plan, Peibio recurre a otro más expeditivo y la manda quemar viva en la hoguera.
Al día siguiente, envió a un par de criados al lugar de la ejecución:
-Mirad a ver si han quedado entre las cenizas algunos trozos de hueso de esa infeliz.
Pero lo que encontraron fue a Ebrdil viva, sentada plácidamente entre los rescoldos, apoyada la espalda en una piedra y jugando con su hijo que braceaba acostado en su regazo.
Nada dicen las crónicas sobre el padre de aquel niño, lo que (unido a la protección de los elementos) inclina a pensar que algo misterioso y maravilloso había habido en su concepción, que no había menoscabado la inocencia de la princesa.
Genoveva de Brabante. Grabado romántico.
Conducida la joven a presencia de su padre, la fuerza de la sangre ablandó la severidad del justiciero, que de rugiente león se convirtió en manso corderillo, a decir de la Vita. Peibio mandó que le dejasen tener en brazos al recién nacido. El niño, con sus manitas, daba de cachetes a su abuelo. Al cual, por extraña inversión del orden natural, en vez de caérsele la baba (que siempre se le caía en forma de espuma), dejó de manarle y quedó para siempre curado de aquella molestísima afección que venía sufriendo.
Loco de contento como náufrago que llega a puerto, perdonó a Ebrdil. 
-¿Cómo le vamos a poner a este bandido?
-¿Qué te parece Dubricio?
-¿Dubricio? Bueno.
El lugar de la hoguera fue llamado Matle, "Buen Sitio" y el pequeñuelo se convirtió en el favorito de su abuelo. Como desde chico mostraba inclinación a las letras, lo mandaron a estudiar con los más sabios doctores, a los que pronto superó en doctrina; y de toda Britania y aun de allende los mares venían a escuchar sus lecciones incluso ancianos doctísimos que se habían pasado toda la vida estudiando.
Un buen día, un ángel se le apareció en sueños y le dijo:
-Ya es hora de que fundes tu propio monasterio.
-Sí; pero ¿dónde?
-Yo te diré: donde veas una cerda blanca dando de mamar a sus lechoncillos. Ésa es la señal.
Dubricio saltó de la cama, despertó a varios de sus monjes y se pusieron a buscar febrilmente, hasta que encontraron lo que ángel había dicho.
-Esta abadía se va a llamar Mochros, que quiere decir Lugar de Cerdos.
-No sé si va a atraer a mucha gente ese nombre...
-Es igual: creo que es voluntad de Dios.
En su monasterio, Dubricio se dedicó a su vida ascética y continuó sanando a los enfermos. Una de sus curaciones más sonadas fue la de la hija del rey Gwidgwentiwai, que estaba endemoniada y había que mantenerla atada bien fuerte porque los diablos que tenía dentro porfiaban por despeñarla o arrojarla al agua o al fuego (dos elementos de los que se había salvado el propio Dubricio). Su locura suicida era tan incontrolable que cuando se le estorbaba quitarse la vida de otra manera, intentaba destrozarse a puros bocados. 
Dubricio logró expulsar a los demonios que la atormentaban y la princesa, sanada, buscó el sosiego y la paz del claustro.
Según Godofredo de Monmouth, fue el rey Aurelio de Britania quien propuso a Dubricio para el arzobispado de Caerleón. A la muerte del rey Uter Pendragón, fue Dubricio quien coronó al rey Arturo, que a la sazón no tenía más que quince años, y lo acompañó a las batallas que sucedieron inmediatamente a su subida al trono, arengando una y otra vez a las tropas y enardeciéndolas en la fe (los sajones, enemigos de Arturo, eran paganos en la época).
Las bodas de Arturo y Ginebra, con San Dubricio en el centro.
Manuscrito de finales del siglo XIII.

http://www.lancelot-project.pitt.edu/LG-web/Arth-
ME-SV/BNFfr95-SV-ff162v-354v-1600-LGP/BNFfr0095-SV-f0273r-CP-01-1600.jpg
Y fue también Dubricio quien lo casó con Ginebra(no muy afortunado matrimonio), episodio recordado en los hermosos versos de Tennyson en los Idilios del rey (The coming of Arthur). Casa bien su cita con este luminoso día de mayo que disfrutamos hoy:

 Far shone the fields of May through open door,
The sacred altar blossomed white with May,
The Sun of May descended on their King,
They gazed on all earth's beauty in their Queen,
Rolled incense, and there past along the hymns
A voice as of the waters, while the two
Sware at the shrine of Christ a deathless love:
And Arthur said, "Behold, thy doom is mine.
Let chance what will, I love thee to the death!"
To whom the Queen replied with drooping eyes,
"King and my lord, I love thee to the death!"
And holy Dubric spread his hands and spake,
"Reign ye, and live and love, and make the world
Other, and may thy Queen be one with thee,
And all this Order of thy Table Round
Fulfil the boundless purpose of their king!"

Según el Libro de Llan Dâv, el nombramiento de Dubricio como arzobispo de Caerleón se produjo a instancias de San Germán de Auxerre, enviado a Britania por el Papa para frenar la herejía pelagiana. esto es, por supuesto, un gran anacronismo, ya que san germán murió a mediados del siglo V y para Dubricio se supone la fecha de 612.
Harto de tanta actividad difícilmente compatible con la vida contemplativa, Dubricio acabó por retirarse a una isla remota y malamente accesible, isla -dice el Libro de llan Dâv- donde no se crían serpientes ni ranas y cuyos moradores mueren de viejos, hartos de años.
La festividad de San Dubricio se celebra el 29 de Mayo.