viernes, 18 de mayo de 2012

Un difunto irritable


Uno de los clérigos más importantes en la Francia de su tiempo -la primera mitad del siglo X- fue Flodoardo, canónigo de Reims y más tarde obispo de Noyon y de Tournai. Es autor de un extenso poema hagiográfico, De trumphis Christi,  y de una vasta obra histórica. La Historia de la Iglesia de Reims dista de ser historia local por la importancia que tuvo esa ciudad durante los tiempos merovingios y carolingios.
Las luchas y forcejeos político-religiosos de Reims están en el núcleo de la Historia francesa de aquel tiempo.
Flodoardo participó en ellos y su carrera fluctuó al compás de la fortuna de las familias nobiliarias que se disputaban el poder, hasta que, desengañado y viejo, se retiró a la vida monástica.
Carlos el Simple.
En aquellos tiempos, el imperio de Carlomagno se había desmoronado y sus descendientes, cuando se sentaban en los tronos de Germania o Francia (que no era siempre), eran juguete de las grandes familias aristocráticas, que mandaban en sus territorios con verdadera independencia.
Uno de estos grandes estados nobiliarios era el Vermandois, al que pertenecía Reims, dominado por la familia del primer conde, Heriberto I, al que había sucedido su hijo Heriberto II, un político ambicioso y con pocos escrúpulos. Formó parte de los que promovieron la rebelión de los grandes nobles contra el rey Carlos el Simple, al que tomó preso a traición y mantuvo cautivo toda su vida.
Teniéndolo como rehén, chantajeaba a los reyes de Francia con la amenaza de liberarlo, ya que en Carlos recaía la legitimidad dinástica de Carlomagno. De hecho, fue la muerte de Carlos la que marcó el declinar de la fortuna de Heriberto, que buscó entonces sin éxito la alianza de Enrique el Pajarero, rey de Germania, y acabó ahorcado en 943 por orden de su pariente Hugo el Grande.
Entonces aquel Hugo se encargó de dividir el Vermandois entre los varios herederos de Heriberto y acabó para siempre con ese amenazante estado.
Hugo el Grande, que era hijo de Roberto I, rey de Francia, yerno de Enrique el Pajarero y padre de Hugo Capeto, se convirtió en cabeza de la dinastía que había de reinar en Francia hasta 1848.
Flodoardo estaba entre quienes se oponían a la poderosa familia de los Heribertos, lo que le valió numerosos sinsabores.
Cuenta, pues, Flodoardo en su Historia Ecclesiae Remensis la siguiente historia, que se lee (en latín) en los Acta sanctorum del día 18 de Mayo y en la Patrologia Latina y los Monumenta Germaniae Historica en línea.
Fue el caso que Hildegario, presbítero de una de las dos iglesias de San Hilario en Reims, recibió un día la visita de un grupo de vecinos que acudían a él con una súplica.
Acababa de morir en la ciudad un hombre de noble linaje pero de tan menguada hacienda que no había dejado ni lo necesario para un entierro decente. Ellos, sus amigos, querían ahorrarle la vergüenza póstuma de ser arrojado de mala manera como a cualquier pordiosero. 
Entierro en Tournai. Miniatura del siglo XIV.
Como entre todos no juntaban para un entierro decente, pedían permiso de rebuscar por el cementerio algún sarcófago viejo y sin dueño que pudiesen aprovechar. Hildegario no puso peros.
Encontraron uno de acuerdo a sus esperanzas y aun mejor, pero cerrado. Avisaron a Hildegario para que los autorizase a abrirlo. Él mismo acudió en persona, y no había levantado la tapa ni un dedo cuando un aroma suavísimo y tan delicioso como nunca habían olido se extendió por el ambiente. Hildegario arrimó un ojo a la rendija y entrevió un cuerpo entero, incorrupto, revestido de ropas sacerdotales.
-¡Señores: esto es cosa mayor de lo que pensábamos! Vamos a tapar inmediatamente y dejar todo como estaba.
Descubrimiento de un cuerpo incorrupto:
San Cuthberto. Miniatura del siglo XII.
-¿Y nuestro difunto?
-En este sarcófago no puede estar, que aquí hay gran misterio; echad unas tablas encima y poned el cuerpo de vuestro amigo de momento. Yo os prometo solucionarlo cuanto antes. ¡Tierra, tierra, tapad!
Quedó inquieto Hildegario. Aquella noche no conciliaba el sueño, y cuando por fin lo venció vio frente a sí a su abuelo, que había fallecido años atrás.
-¿Tú sabes la que has armado? -le dijo el aparecido- Has ofendido gravemente a Dios. ¡Menos mal que no se te ha ocurrido meter a ese fulano en el sarcófago!
Otro feligrés recibió en sueños la visita del ocupante del sepulcro.
-Estoy echando chispas -le dijo-. Dile a ese presbítero vuestro que qué es eso de darme con un muerto en las narices. No es ya el peso, que es lo de menos, sino la falta de respeto y de todo. Dile que como no me quite de encima esa carroña apestosa, pero deprisa, va a saber lo que és cólera divina.
Al pobre presbítero se le pusieron los pelos de punta y sin dejar pasar un día mandó abrir una sepultura nueva y trasladar a ella al muerto insolvente.
Es de creer que el dueño del sarcófago, satisfecho del éxito, cogió afición a aparecerse a la gente mientras dormía. El siguiente visionario fue un pobre labrador.
-¡Tú, vas a hacerme un favor! Vas adonde el obispo y le dices: "Artoldo, hay un cristiano enterrado junto a la iglesia de San Hilario: está en un sarcófago de tal y tal manera" (que el presbítero Hildegario ya sabe qué sarcófago es). Pues le dices al obispo:  "Ese cuerpo está enterrado fuera de la iglesia con gran desdoro, porque su sitio está en el interior, en puesto honroso", ¿me oyes? Y que me pasen adentro que ya está bien.
Aquel tal Artoldo, que era uno de los valedores de Frodoaldo, fue obispo en dos ocasiones, de 931 a 940 y de 946 a 961 (es decir, después del ajusticiamiento de su adversario Heriberto II). Frodoaldo está, pues, narrando hechos recientes y ocurridos en vida suya.
Cuando despertó el rústico, pensó que había tenido un sueño bien absurdo. ¿Quién era él para llevarle recados al obispo como si fuera el pastor o el zapatero? Antes de acercársele a cien pasos ya lo habían echado a patadas. Y se olvidó de la cuestión por unos días, hasta que volvió el sacerdote difunto, y de muy malas pulgas.
-Vamos a ver -exclamó-, pedazo de bestia: ¿a ti cómo hay que decirte las cosas? ¿Es que no entiendes francés? ¿Estás sordo? ¿Te lo explico por gestos? ¡Toma! ¡Para que estés sordo por algo!
Le sacudió tal bofetada (cuenta Flodoardo) que lo dejó con una migraña tremenda que tardó seis meses en írsele y una sordera de aquél oído que no se le quitó en la vida.
Seguramente se había convencido de que con los labriegos no hay manera de tratar y de que los clérigos son personas mucho más razonables, porque días después fueron los sueños de otro sacerdote los que honró con su visita. Era una noche de domingo.
Tal como corren las noticias en las ciudades pequeñas, es de creer que a este pobre clérigo ya le habrían llegado rumores de las indeseables apariciones del difunto y se echaría a temblar al verlo irrumpir en sus sueños.
-Ya sabrás lo que vengo a pedir, a ver si hay manera...
-¡Sí, sí, que te trasladen al interior de la iglesia...!
-Exactamente. Y abre bien los oídos: tienen que ponerme una sepultura decente, nada de sepulturuchas de ésas para salir del paso... ¡A quien se le diga!... ¡Una ciudad donde reciclan los sarcófagos!... ¡No sé cómo no...! En fin. ¿Me has entendido bien dónde quiero que me pongan?
-Si, sí.
-Me alegro. Y para que no se repitan situaciones desgradables de éstas, vas a encargarte de que me pongan en el sepulcro un letrero bien grande explicando quién soy yo.
Mandó, pues, que se escribiese con letra clara que él era un irlandés que con otros compañeros iba en peregrinación a Roma, para rezar ante las reliquias de los santos mártires.
Hay que recordar que los condes de Vermandois eran también señores de Perona, donde estaba el monasterio irlandés fundado por San Faoláin que constituía una verdadera cabeza de puente para los muchos monjes hibernios que desembarcaban en el continente, ya como peregrinos o como misioneros.
El río Aisne
Aquel romero había tenido mala suerte (una suerte que no sería tan excepcional en aquellos tiempos). Estando acampados junto al río Aisne, los habían asaltado los bandoleros y los habían matado para robarles; a su cuerpo, separado de los de los otros viajeros, le habían dado sepultura en aquel cementerio donde aún seguía, sin poder poner siquiera su nombre.
-Eso es una vergüenza, ¿no te parece?. Así que hay que ponerlo con letras bien gordas, que me llamo Merolilán. Es fácil, ¿no? Me-ro-li-lán. ¿Te acordarás?
-Merolilán. Sí, señor.
-Mira: mejor te lo apuntas.
En ese momento, el aparecido se fijó en un trozo de tiza que andaba tirado por el suelo. Se agachó a recogerla y se la tendió al cura.
-Coge eso. Apunta: delante de mí, que yo te vea. ¡Vamos!
-Sí, sí.
-Ahí mismo, en el arcón que está a los pies de la cama. Eso es... ¡Pero serás...! ¡He dicho Merolilán! ¡Me-ro-li-Lán, con dos eles! ¡No Merolirán, que es ridículo, parece estribillo de copla: 'merolirín, merolirán'! ¡Venga, borra eso! ¡Besugo! Así... ¡Anda, métete a la cama, que no sé si eres sordo o analfabeto!...
El cura se acostó y la aparición se desvaneció. A la mañana siguiente, sin embargo, el cura vio el letrero escrito con tiza en el arca y, por lo que pudiera suceder, le contó con pelos y señales su aventura al obispo.
El obispo Artaldo no hizo caso del santo. Mandó restaurar la iglesia, sí; pero no le pareció oportuno trasladar las reliquias del peregrino, ni costear una tumba nueva, ni escribir el epitafio. Poco tiempo después, aquella misma iglesia de San Hilario era teatro de una penosa escena. Artaldo, "o persuadido o aterrorizado" por Hugo el Grande y Heriberto II, cuyas tropas, aliadas a la sazón, habían puesto cerco a Reims, renunciaba al obispado y se disponía a retirarse a un monasterio. La ceremonia tenía lugar en presencia de aquellos nobles soberbios.
A un santo tan quisquilloso más vale tenerlo contento, y ya que todo su afán era que quedase memoria de su martirio y de su nombre, bueno será dedicarle un recuerdo el día de su festividad, 18 de mayo. 


miércoles, 16 de mayo de 2012

El defensor del dragón

Varios santos interesantes se ofrecen al curioso en estos días. De ellos, sin comparación, el que más tinta ha hecho correr es San Brendano, el santo navegante; pero por holgazanería y confiando en que no le moleste ceder la plaza a un colega menos celebrado volveremos la atención a otro santo pancéltico de cuya actividad fueron teatro Bretaña, Gran Bretaña e Irlanda. 
Dos son las versiones principales de la Vida de San Caradec o Karadoc (así llamado en Bretaña), conocido en Gales como Carannog y en irlanda como Cairnech. 
Hay distintos santos Cairnech irlandeses, como el que ayudó a la mujer de Muirchertach mac Erca (ver Una familia de aúpa), que no tiene que ver con éste.
Una de las Vidas de San Karadoc es de origen bretón, de Léon, y la otra galesa. La vida bretona, fragmentaria, es muy antigua, probablemente anterior al siglo X (publicada por el estudioso La Borderie bajo el título de "Les deux saints Caradec" en los Mélanges historiques, littéraires, bibliographiques pobléis par la Société des Bibliophiles Bretons, II: accesible en línea en Gallica, el sitio de la Biblioteca Nacional Francesa).
En el siglo V, britanos e irlandeses se hostigaban mutuamente con repetidas incursiones guerreras cuyo fin era la rapiña y el comercio de esclavos. 
Incursión guerrera. Northumbria, siglo VIII.
Uno de los más famosos caudillos britanos fue Ceredig, pariente cercano de San David de Gales y rey de Ceredigion (correspondiente a la región de Cardigan), al que dio nombre. 
Probablemente fue este Ceredig el mismo Corotico destinatario de una epístola de San Patricio donde el santo le echa en cara el rapto de cristianos irlandeses para su venta en Escocia y se interesa por la suerte de aquellos infelices. 
Entre los muchos hijos de Ceredig estaba Karadoc. Según ciertas versiones, su madre fue Darerca, la hermana de San Patricio. Quienes sostienen esto lo identifican con San Maccarthin, amigo de aquél y primer obispo de Clochar o Clogher (la patria de Santa Dymphna, ver Piel de Asno irlandesa en Bélgica). 
Según otros, por parte de madre descendía Karadoc de Ana, prima de María, como varios otros santos galeses (por ejemplo Gwynllyw, ver Lo que no se haga por un hijo...).
Como Ceredig era ya viejo para ir a la guerra contra los irlandeses, sus nobles le rogaron que abdicase en su hijo mayor, Karadoc. Al saberlo, el príncipe huyó, compró a un pobre su zurrón, su palo y un talego y con ese equipaje se marchó de ermitaño (según la versión galesa, a la caverna Edilu).
Tiempo después, una voz celeste le advirtió del peligro de que lo encontrasen y le aconsejó pasar a Irlanda y unirse a San Patricio.
Era mucho sacrificio aquél: no hay que olvidar que San Patricio se había dirigido a Ceredig muy duramente; pero Karadoc obedeció, cruzó la mar y en tierras irlandesas empezó a construir un monasterio.
La versión galesa afirma que Karadoc se entrevistó en Irlanda con San Patricio, repartiéndose el país: Patricio marchó hacia el Norte y Karadoc hacia el Sur. También se cuenta que ambos santos colaboraron en la redacción del Senchus mór, adaptación al cristianismo de las antiguas leyes irlandesas.
Dulcemio, uno de los muchos régulos de Irlanda -aún pagana en su mayor parte-, poseía un árbol magnífico (probablemente sería un árbol sagrado, bile en irlandés) y Karadoc se lo pidió para construir con él su iglesia (de esta manera, la fuerza sagrada del árbol se transfería al nuevo templo).
-Ya me lo han pedido otros muchos como tú -dijo el rey- y nunca he querido darlo. ¿Qué tienes tú que seas mejor que los demás?
-Yo, absolutamente nada.
-Bueno: si se cae él sólo, te lo doy.
El árbol, como era de esperar, se vino abajo ante la fuerza de las plegarias del santo y se hicieron de él cuatro pilares. Eran milagrosos: se cortaba de ellos leña para la lumbre y por la noche la madera se regeneraba. 
San Karadoc estaba constantemente acompañado por un ángel en forma de paloma.
Una vez le anunció:
-Viene a verte San Tenenan; arréglalo todo para recibirlo bien.
Karadoc le preparó el baño, pero San Tenenan no lo quería.
-Si no te bañas, no irás al Cielo.
-¿Quién lo ha dicho? pero, en fin, si te pones así...
Karadoc lo metió al agua e hizo ademán de irle a restregar.
En el agua. Manuscrito del siglo XII.
-¡Eh, quieto! ¡No me toques! ¡Yo soy Tenenan el leproso!
-Si no te dejas lavar, no irás al Cielo.
-Bueeno...
Según lo iba lavando Karadoc, Tenenan iba recuperando la tersura de la piel, hasta quedar limpio y suave como una doncella.
-Me has fastidiado, Karadoc, porque mi enfermedad infamante me obligaba a ser humilde, y ahora quizá me haré orgulloso y me perderé.
-Se puede ser humilde y estar limpio y no oler a mondas.
Albert le Grand, en su vida de san Tenenan, explica el motivo del disgusto de éste. Tenenan, de chico, había estado estudiando con Karadoc hasta salir perfecto filósofo; de allí había salido para la corte de Inglaterra, donde su elegancia y apostura habían hecho estragos entre las damas. Una de éstas, hija del conde Arondel, enferma de amor y despecho, confesó a su madre el motivo de su mal; y la astuta señora había conminado al joven a pedir la mano de su hija:
-Donde no, te acusaré de haberla forzado y todos me creerán. Quedarás infamado. Tú verás lo que te conviene más.
Seducción. Manuscrito del siglo VI.
Tenenan había implorado a las Alturas que lo sacasen del atolladero, y Dios le había enviado una lepra providencial que había hecho desistir con asco a la de Arondel.
¡Y ahora le privaban de aquel don divino, como si no le hubiera costado lágrimas!
 -Anda, Karadoc, entra al baño tú conmigo. ¿O te da reparo el agua de haberse bañado un leproso?
-¿A mí? 
Al quitarse el hábito para entrar a la bañera, Karadoc dejó al descubierto siete cinturones de hierro que llevaba ceñidos para macerar sus carnes. Tenenan lo sabía: los rozó con el dedo y se rompieron en pedazos.
-Ahora estamos en paz.
-¡Bueno! Pero a ti la lepra se te ha ido para siempre; en cambio un cinto de éstos se le encarga al herrero.
-¡Que te crees tú eso! Te prometo que aunque reúnas a todos los herreros de Irlanda, ni juntos ni cada uno de por sí serán capaces de forjarte un cinto.
Otro milagro de bañera se cuenta de San Karadoc en las notas del Santoral de Óengus relativas a San Cianan (24 de noviembre):
Aquella vez era San Karadoc el que visitaba a otro santo, y cuando le fueron a preparar el baño, la tina estaba desfondada. El santo anfitrión estaba abochornado. San Karadoc pidió que llenasen  la bañera de todos modos, y aunque no tenía fondo no se salió el agua. Ambos santos entraron juntos al baño. Karadoc exclamó sorprendido:
-¡Caramba, hermano: qué cuerpazo te gastas! ¡Qué hermosura!
-¿Te lo parece? ¡Espérate unos años y verás! 
-¿Qué veré? ¡No veré nada, porque en el nombre de Dios te digo que esa belleza no puede estropearse! ¡Amén!
Y así fue. Incluso después de muerto se conservó San Cianan tan hermoso como aquel día del baño. Y cada año, por Jueves Santo, un obispo le cortaba el peino y las uñas y lo peinaba.
Karadoc volvió a Britania con un altar que le había regalado Dios. Era tan maravilloso que su color no se podía entender cuál era. 
-Voy a echar este altar al agua -pensó-. Donde lo lleven las olas, allí fundaré mi monasterio.
La corriente fue a dejar el altar a los pies de los reyes Arturo y Cado. 
Este Cado debe de ser el mismo Cador de Cornualles que tuvo encomendada la custodia de Ginebra cuando estaba soltera.
Sir Cador (Paul Kynman en la serie Merlin).
 Dicen que este Cador fue hermano de Guignier, y por lo tanto cuñado de Caradoc Briefbras (ver Paterno entre Gwent y Gwened). también se dice que Cador era hijo de Gorlois y de Igraine, y por tanto medio hermano de Arturo por parte de madre.
-¡Mira! ¡Qué mesa más maja nos regalan los mares! -dijo a Arturo.
No tardó en aparecer por allí Karadoc.
-¿Han echado por aquí las aguas algún altar a la playa? ¿Habéis oído algo?
-Si te digo dónde está, ¿harás lo que te pida?
-Depende. ¿Qué es?
-Que nos libres de una serpiente de mar que anda por aquí haciendo de las suyas.
-Bueno; si no es más que eso... ¡Dragón! ¡Eh, dragón!
Serpiente de mar. Manuscrito bizantino, siglo X.
Con terribles bramidos, el dragón asomó la cabeza y acudió al santo alegremente, dice la Vida recogida en las Acta sanctorum que "como un ternerillo corriendo detrás de su madre". El dragón -siempre según la crónica- ni erizó las plumas ni sacó las uñas, se dejó ceñir con la estola del santo el cuello, grueso como de un toro de siete años, y miraba con ojos llenos de dulzura.
Karadoc, con el dragón, fue al palacio del rey Cado en la ciudad de Diudraichov (cuyo emplazamiento se desconoce), a la hora del almuerzo, y con espanto y horror de todos le daba de comer y el monstruo tomaba la comida de su mano.
Cuando estaba distraído comiendo, los guerreros sacaron las espadas para matarlo, pero Karadoc los detuvo.
-¡No os metáis con esta criatura de Dios! ¡Él la ha enviado para castigar a los malvados y escarmentaros! Sólo come pecadores. ¿Verdad que sí, dragón? Pero ya está bien. Ahora vete en paz y deja en paz también tú a la gente. 
Y mientras el dragón se marchaba tranquilamente al mar con la satisfacción del deber cumplido, dijo el santo:
-Y ahora, ¿me das el altar?
-¡Psch! Para ti para siempre. De todas maneras para mesa no vale: lo que pongas encima sale disparado a veinte pasos como una flecha.
-Voy a echarlo al agua otra vez, y donde toque tierra fundaré otra abadía y otro pueblo. 
Así fue fundada la gran abadía de Carrov donde vivió Karadoc hasta que su ángel le comunicó la orden de que cruzase a Irlanda a pasar allí sus últimos días. 
Y en Irlanda murió edificantemente, por lo que dice el Santoral de Óengus el 16 de Mayo:

"Bás cáid Cairnig chraibdig", "La santa muerte del piadoso Karadoc".


martes, 15 de mayo de 2012

Piel de Asno irlandesa en Bélgica (o la mártir de su padre)

De Santa Dimpna o Dymphna se ha escrito mucho, sobre todo fuera de Irlanda, porque en el continente, en tierras de los Países Bajos, padeció martirio y es objeto de gran devoción. A pesar de esa atención, varias contradicciones y lagunas oscurecen nuestro conocimiento de su breve vida.
Santa Dymphna de pastora o campesina (como Piel de Asno).
Estampa moderna.
Se dice que ésta transcurrió muy a principios del siglo VI. El nombre Dymphna se ha supuesto que es una adaptación del irlandés Damnat. Si fuera así, esa extraña grafía -"mph"- podría haber un intento de reflejar cómo sonaba esa -m- a oídos de un continental no familiarizado con las lenguas celtas. Otra latinización del nombre fue Daphne: era costumbre de los irlandeses traducir al latín sus nombres o adoptar alguno clásico de sonido semejante, y hacer de un Fergall un Virgilio, de un Seadhal un Sedulio,  de un Carthach un Cartago.
Las Acta sanctorum recogen una vida de santa Dymphna escrita en el siglo XIII por Pedro, canónigo de Cambrai.
La tradición escrita insiste en que Damnat Scene, o Damnat la Fugitiva (como se la conoce) era princesa en Airgialla (reino que se sitúa al Sur del Ulad o Ulster) y que nació en Rath Mór, junto a Clochar (Clogher en inglés), de padre pagano y madre cristiana. No parece esto muy probable en fecha tan tardía; especialmente porque es una situación familiar muy repetida en el folklore hagiográfico.
Clochar era en tiempos precristianos, en todo caso, un lugar de culto importante, donde se veneraba una piedra sagrada, de oro o que tenía parte de oro.
Damnat descendía de Colla Da Críoch y era pariente de San Enda (ver El desengaño de un príncipe). 
Según Pedro el canónigo, la madre de Damnat llamaba la atención por su belleza, tanto de cara como de cuerpo; y Damnat otro tanto, puesto que eran como dos gotas de agua.
Era una pequeña formal y seria, que no perdía el tiempo jugando ni cantando en corro (no usaba de "chorearum assultus nec joculatorias cantilenas") con las demás niñas ruidosas sino que se entretenía con devotas meditaciones.
La felicidad familiar se vino abajo cuando la madre de Damnat enfermó y murió. 
El rey, que estaba perdidamente enamorado de su mujer, sintió el golpe con dolor fortísimo, que daba compasión a cuantos lo veían.
Pero pasó el tiempo, que todas las penas alivia, y el rey, comprendiendo que no podía dejar a su tierra sin reina, envió mensajeros por todos sus dominios en busca de alguna jovencita virgen que no le fuese a la zaga en prendas a la difunta.
Los legados volvieron al cabo de muchos meses con las manos vacías.
-Otra como la reina que en paz descanse no la hay, como no sea la hija. Es amable y muy bonita, tan clavada a su madre que te parecerá que la propia difunta ha revivido. Éste es el consejo que te podemos dar: mándala casar contigo, pero cuanto antes.
Esto lo hacía Satanás, dice el canónigo Pedro, para ver si el padre podía lograr lo que él no había podido: torcer la firmeza de la fe de la muchacha y empañar su virtud, "profanando en la hija, por medio del padre, el templo de Dios".
Al oír aquel consejo, el rey se encendió en un fogonazo de pasión y sin esperar a más fue con la petición a su hija, prometiéndole el oro y el moro si accedía.
Pierre Saintyves, folclorista francés de finales del sigo XIX y principios del XX (indicando paralelos en otras vidas de santos) señaló la semejanza obvia de esta historia de incesto con el cuento de Piel de Asno (no era el primero: también Collin de Plancyy, según moda de la época, hizo remontarse todo a un mito astral, presente ya en el hinduísmo: el rey es el sol que ama y persigue a su hija, la aurora, y acaba matándola al triunfar la plenitud del día.
Hay expresa referencia a la antigüedad céltica en el cuento de Perrault, ya que el mal consejero que persuade al rey de la conveniencia política y moral del incesto es un druida.
Ilustración de Gustave Doré para Piel de Asno.
El druida con su hoz ceremonial, sentado
en un monumento megalítico.


Damnat, ajena a esas consideraciones mitológicas, respondió a su padre escandalizada:
-¡Qué despropósito! ¿No ves que va contra todas las leyes humanas y divinas?
-"Allá van leyes do quieren reyes". ¿No lo has oído tú eso?
-¡Si es que además es un caso horrendo y abominable, mancillar así una hija el lecho de su padre! -invertía aquí los términos la infeliz con ingenuo ardid retórico.
-Si es por mi lecho no te preocupes, que todo queda en casa. Tú dime que sí y te cubriré de tesoros, de telas preciosas y de joyas y toda clase de tesoros; lo que se te antoje; todo mi reino será tuyo y yo tu esclavo. 
-Que no puede ser. ¿En qué cabeza cabe?
-Lo sensato es hacer sin patalear lo que uno va a acabar haciendo por las buenas o por las malas. ¿Para qué cansarse y hacerse daño contra lo que no tiene remedio? He dicho que nos casamos y nos casamos. 
-Bueno, si te pones así... Pero la precipitación es muy mala -dijo, en un intento de ganar tiempo- . ¿Me caso con el rey? Pues quiero una boda regia. Eso tiene que ser por todo lo alto. Están todos los preparativos, la música, las flores, el vestido... ¡No se casa una todos los días! Mes y medio, mínimo.
Se reconoce aquí el motivo de los sucesivos vestidos que va exigiendo la muchacha para ganar tempo en el cuento de Perrault: vestido de color tiempo, de color sol, de color luna... 
¿Cómo es posible que tragase el rey el anzuelo? ¡"credula res amor est", dice el biógrafo! Apenas oído el sí de la doncella, toda su ferocidad se transformó en melosa blandura, y él mismo se interesaba y preocupaba por los detalles, por el traje de las doncellas de honor, por los adornos...
Contra las esperanzas de Damnat, la fiebre lujuriosa de su padre aunque, eso sí, se volvía más ñoña y empalagosa, no amainaba con el paso de los días. Y la princesa temía que el rey diese otro bandazo y la atacase a punta de cuchillo.
Damnat consultó el caso con un santo sabio y  anciano sacerdote, Gereberno (que hace en esta historia las veces del Hada de las Lilas del cuento), que le aconsejó como único remedio que se le ocurría la huida.  
Como el tiempo apremiaba, en la primera ocasión escapó, acompañada de Gereberno y de un bufón del rey con su mujer.
En la antigua Irlanda, los bufones gozaban de elevada consideración. Sus poderes estaban casi a la par de los de los poetas y, por lo tanto, los druidas. La sátira de un bufón podía atraer las peores consecuencias sobre cualquiera. Se los honraba y temía.
El plan consistía en alcanzar un puerto y cruzar el mar rumbo al Continente. 
Monje navegante (San Cuthberto). Siglo XII.


Así lo hicieron y tocaron tierra en Amberes, desde donde, buscando un lugar adecuado, llegaron a la ciudad de Geel y allí, en un bosque, se instalaron, levantaron una choza y se dedicaron a vivir religiosamente.
El rey, entre tanto, cuando supo la fuga de su hija y novia, creyó morir de dolor. Constantemente le parecía ver ante sus ojos la sencillez de su aspecto, la elegancia de su rostro, la modestia llena de donaire de su actitud, y esos recuerdos eran espinas que se le clavaban y le arrancaban "gemidos y bramidos de sentimiento y furor" (Dice Ribadeneira en su Flos sanctorum). 
Era universal la compasión que despertaba en sus súbditos. No sólo a las mujeres, sino a los guerreros curtidos en los combates les costaba contener las lágrimas.
Se buscó a la ausente con toda diligencia. Se rastreó todo el país, y el rey era el primero y el más activo de los buscadores. Ante la inutilidad de las pesquisas, se optó por extenderlas allende el mar. Dicho y hecho; se inflan las velas; baten las olas los remeros, y en poco tiempo he aquí la flota en Amberes.
Aceleraba al rey el doble acicate del amor y el temor.  A cada momento parecía que tenía a Damnat en sus manos, porque (sigue diciendo el canónigo Pedro) el amor siempre cree tropezarse con lo que ama.
Una mañana, al pagar el hospedaje los agentes enviados por el rey a pesquisar por la tierra, los posaderos se asombraron:
-¿Qué clase de moneda es ésta?
-Moneda buena.
-Sí; pero desconocida por aquí; y es la segunda vez en pocos días que viene alguien pagando con ella. No estaréis metidos en nada raro, ¿eh? Que aquí lo que menos falta nos hace son complicaciones...
Conviene decir aquí que, fuese cual fuese aquel dinero, no podía ser irlandés, que no se acuñó moneda en Irlanda hasta varios siglos después.
-Tú, por si acaso, coge los cuartos; y puede haber más para ti si contestas una cosa: ¿quién te ha venido pagando a ti con dinero de éste?
-El viejo del bosque. Unos que se han puesto a vivir ahí, una pareja con un viejo y una niña. Y a mí ya me daba mala espina, ya, esa tropa. Debe de ser un circo, porque traen un juglar, la chica (que de mona, es monísima) que será la que baile, un payaso viejo; y la otra mujer, la gachí del juglar, yo qué sé: tocará la trompeta. Ahora, lo que compran, lo pagan.
-Ya, pero ¿con el dinero de quién?
-¡Ah! eso...
-Tenía yo una corazonada buena -dijo el jefe a los pesquisidores-. ¡Gracias, hombre, ha sido usted de gran ayuda!
-A mandar.
El jefe de los sabuesos se adentró con los suyos en el bosque y espiando al amparo de los matorrales comprobaron la presencia de los fugitivos (En Perrault, un príncipe descubre a la princesa espiando por el ojo de la cerradura mientras ella coquetamente se prueba sus maravillosos vestidos: erotismo y frivolidad incompatibles con la santa irlandesa).
 A galope tendido regresaron los rastreadores a Amberes, espoleados por la ilusión de las albricias que esperaban del rey.
La alegría de éste, que se consumía de amor y de angustia temblando que Damnat hubiera muerto, rayaba en la locura. Se precipitó al campamento de los fugitivos y por sorpresa se presentó a su hija. 
Se la bebía con los ojos y tan pronto lo dominaba el júbilo de verla como la pena de encontrarla desmejorada y afeada por el cansancio y las penitencias.
(En el cuento de Perrault, esta transformación tiene su emblema en la piel de burro -animal feo, inmundo y lascivo por excelencia: a Príapo se le sacrificaban burros- que reviste la joven).
-¡Hija mía -le dijo-, amor, dulzura y deseo de mi vida, ¿qué necesidad tenías de despreciar la dignidad real y la altura de tu cuna para venirte hecha una pordiosera por tierras extrañas? ¿O quién te ha convencido con tal maña y tan suave labia de que abandonases a tu padre y a tu rey? ¡Y eso para someterte a la obediencia de ese cura carcamal y chocho, como si fuese tu padre él! ¡Mira que dejar los palacios excelsos para irse a meter en una choza de ramajos y barro...! 
Refugio eremítico en el bosque. Lanrivoaré, Bretaña.
¡Anda, vente conmigo a casa, que voy a poner tu estatua en un altar y a mandar que te adoren chicos y grandes, y ay del que ponga mala cara!
Iba a contestar la doncella cuando Gereberno le quitó la palabra de la boca:
-Rey criminal, ¿cómo quieres arrebatar a esta virgen la pureza, que una vez perdida no hay remiendo que valga para recomponerla? Vas a ser la vergüenza de la realeza. La fechoría que intentas es abominable no ya para los castos y virtuosos, sino hasta para los viciosos  y parranderos. Pero yo te digo que a tu hija no la doblegas ni con halagos ni con amenazas; y que además Dios castiga cuando menos lo esperas.
-¿Oís? ¡Este maldito es el que tiene subyugada a la princesa para que me desobedezca!
-Hay que cortarle el pescuezo. Muerto el perro, se acabó la rabia.
-¡Insolente! -le decían a Gereberno- ¿No te bastaba con soliviantar a la princesa y raptarla, que encima escarneces al rey y lo injurias? Ve y procura convencerla de que entre en razón, que a ti te hace caso.
-Antes me dejo arrancar el pellejo.
-Eso te va a pasar, ¡insensato!
Los cortesanos se abalanzaron sobre el viejo y lo lincharon. Algo más calmado, el rey mandó llamar a su hija. Con la dulce expresión y el rubor que le daban la tristeza y la vergüenza, le pareció más deseable que nunca. 
-¿Cómo -le dijo- me martirizas y no te importa verme morir de amor? Dime que sí, y te daré todo el poder del mundo y te colocaré por encima de las diosas. Ten lástima.
-Es más fácil retener lo que se tiene que recobrar lo que se ha perdido. Yo estoy perdida para ti. Ni me seducen tus dádivas ni me asustan tus amenazas. Porque Cristo...
-Déjate de palabrería cristiana. Obedece o atente a las consecuencias: mira cómo ha acabado ese embaucador miserable. No quiero que vuelvas a mezclarte con cristianos o haré que escarmienten en cabeza tuya todas las hijas locas que se atreven a llevar la contraria a sus padres.
-Menos cuento. Has matado a Gereberno por celos y a mí me matarías por puro despecho. Hazlo, ¡vamos! que prefiero estar unida a él en la muerte que a ti en vida.
-Esto sí que ya no lo aguanto -dijo el rey. 
Y sacando el puñal la degolló y le cortó la cabeza.
Rey supervisando el trabajo de los sicarios. Manuscrito bizantino, siglo XII.
-Dejadlos aquí para las alimañas y los cuervos, que estas fieras no merecen un entierro de personas.
Allí quedaron los cuerpos abandonados; pero fue el caso que, muchísimos años después, unos hombres cavando encontraron dos primorosos sarcófagos, labrados (por mano de los ángeles, dice Ribadeneira) en una piedra blanquísima que no existe en todos aquellos contornos, y que contenían las reliquias de los santos. Desde el primer día, numerosas fueron las curaciones milagrosas que se alcanzaron por su intercesión.
Lo que, en todo caso, omite decir Pedro el canónigo es la suerte que corrieron el bufón y su mujer. Si, como es lógico pensar, pagaron con la vida su lealtad a la princesa, ¿qué se hizo de sus reliquias? ¿No fueron juzgados dignos de sarcófagos milagrosos? Y si se libraron de la matanza general, ¿Regresarían a Airgialla con el rey o se quedarían en los Países Bajos?
En todo caso, como el rey había matado a su hija poseído por el demonio de la lujuria y en un ataque de enajenación erótica, fueron los endemoniados y enajenados los que más se beneficiaron de los poderes taumatúrgicos de Gereberno y Dymphna. De manera que la ciudad de Geel se convirtió en refugio y santuario de los locos, que allí eran tratados con humanidad, cuidados y sustentados por los vecinos y gozaban de libertad de movimientos, en contraste con la reclusión y trato insoportable a que se los sometía en todas partes.  

viernes, 11 de mayo de 2012

El mártir de su mujer

Mucho se ha escrito de San Gangulfo, en particular desde que Stercx y Sergent llamaron la atención sobre los numerosos elementos que la leyenda de este santo ha heredado de las antiguas creencias sobre el dios celta Lugu.
En estas entradas ya lo he mencionado repetidamente.
Lugu es el equivalente celta de Apolo (asegura Sergent), dios muy relacionado con los lobos; Gangulfo significa "Andar de lobo", exactamente como Wolfgang, que es el mismo nombre al revés.
Este santo se celebra el 11 de mayo.
La Vida de San Gangulfo, recogida en las Acta Sanctorum, según los recopiladores se remonta al siglo XI.
Hroswitha, la autora teatral de que ya he hablado (ver Cara sucia y mano limpia) le dedica un largo poema.
Según éste, Gangulfo, nacido de ilustre familia borgoñona, heredó la profunda fe de los suyos, puesto que "colgado de los pechos de su madre, cada vez que chupaba la leche, iba adquiriendo, reclinado sobre ellos, los misterios de la fe, mientras vivía de lo que tragaba".
Era esto durante el gobierno de Pipino, padre de Carlomagno.
Pipino el Breve. Miniatura del siglo XII.
Ya de mozo, mostró su aversión a los juegos, espectáculos lascivos y parrandas propios de su edad, así como su inclinación a la vida de soldado, por lo que, dadas sus prometedoras cualidades, Pipino le regaló una primorosa y valiosísisima armadura, no tan fuerte y preciosa -dice la Vida- como la armadura espiritual, interior, que lo defendía de la tentación y el pecado.
Lo casaron con una mujer de prendas comparables a las suyas por su sangre, hacienda y belleza, llamada Ganea. 
Cuando no estaba guerreando, se dedicaba al ejercicio de la caza en los espesos bosques de sus dominios.
Regresando una vez de una campaña militar, cansado y acalorado, encontró una fuente transparente y fresca como el hielo, que brotaba entre mullidas hierbas a la sombra de unos árboles, invitando al reposo. Allí se tendió, dejando pastar a su caballo, cuando se le acercó un paisano.
Rafael: el sueño del caballero (detalle).
-¿Qué, se está a gusto?
-En la gloria, sí, señor. El que tenga esta fuente (si es que tiene dueño) tiene un tesoro.
-No crea usted. Esta fuente es mía y de tesoro nada. Malamente vamos tirando. Mejor sería tener unas perras.
-Fácil: ¿por qué no me la vende?
-Hecho.
El campesino quedó contentísimo comprendiendo que aquél era un soldado forastero que estaba de paso y se iría para no volver, dejándole dineros y fuente. Pero no le salieron las cosas como pensaba, porque al marcharse Gangulfo el manantial se secó.
Cuando Gangulfo vino contando el negocio que había hecho, su mujer se tiraba de los pelos:
-¡Pero tú estás atontado! ¿Qué habré hecho yo para que me casen con semejante bobo? Y ¿cuándo vamos a ir a beber del agua, me quieres decir? ¿O la vas a mandar traer en cántaros? ¿O poner una cañería?
Pero una vez que hizo falta el agua, Gangulfo plantó un báculo en el suelo y al sacarlo, del hueco brotó la fuente. Se sabía que era la misma que había comprado por la frescura, claridad y sabor, que en toda la comarca no había otra igual.
Aquella fuente, que dicen que aún existe, tiene eficaces propiedades medicinales.
Su mujer despreciaba a Gangulfo por santurrón y por no hacerle ni caso con tanta cacería y llegó a aborrecerlo con toda su alma.
Cierto capellán de la casa, al que no le habían pasado desapercibidas las muchas cualidades de la señora, supo aprovechar la oportunidad. 
Surgió la pasión. A hurtadillas al principio. Pronto, la mujer, sin poder contenerse, iba gritando su felicidad a los cuatro vientos. 
Tanto que el marido no tuvo más remedio que enterarse. El dilema en que se encontraba era tremendo. La adúltera era merecedora de castigo, pero vengándose como era su deber, Gangulfo propalaba su deshonor, ya bastante divulgado, y por si fuera poco se hacía responsable de una muerte.
Una vez, paseando solo con ella por el campo, le dijo como quien no quiere la cosa:
-¿Sabes que las malas lenguas van diciendo de tí unas cosas horrorosas?
-Pues ¿qué cosas?
-Nada: que estás liada con el cura y que os veis abiertamente y lo sabe todo el pueblo.
La mujer, oyendo esto, empezó a lamentarse de la desconfianza de Gangulfo, que daba crédito a tan infames chismorrerías, y a protestar de su inocencia y de su honor, con toda clase de juramentos y batimanes, como es costumbre de las mujeres ("more muliebri").
-Entonces te dará igual hacer una pequeña prueba -dijo Gangulfo-: meter la mano en esa fuente y sacar del fondo una piedrecita; si lo consigues, comprenderé que no se te ha pasado por la cabeza hacer nada malo.
-¡Ahora mismo!  
Esto recuerda vivamente a la ordalía que dio origen, en Irlanda, al río Bóand, de la que hablé en la entrada Antigüedad de Dahut. Paul Sébillot en su magno libro sobre el folklore de Francia reseña varias fuentes que conservaban en sus tiempos este mismo carácter judicial para determinar la inocencia de las mujeres en tales deslices.
La mujer culpable, pues, metió el brazo hasta el codo en el agua, pero he aquí que al sacarlo la piel se le fue desprendiendo de la carne, como un guante, hasta quedar colgando de la punta de los dedos.
Por este motivo, San Gangulfo es patrón del gremio de los guanteros y zapateros. Una más de las semejanzas, añadida a la de su infelicidad conyugal, de Gangulfo con Lugu, que según el Mabinogi estuvo ejerciendo durante algún tiempo ese oficio. Otros santos zapateros y herederos de Lugu son Crispín y Crispiniano.
Tampoco hay que perder de vista los contenidos sexuales implícitos tanto en el guante como en el desuello (dígalo Gilda).
Si las sirenas llevasen guantes...
Dibujo publicitario de finales del siglo XIX.
Ganea ya se veía pasada a cuchillo, pero para su alivio y sorpresa, Gangulfo sentenció:
-Merecerías que te matase, pero no me voy a manchar las manos con un crimen por ti. Quédate tu dote y buen provecho te haga: no quiero nada tuyo. No me volverás a ver el pelo.
Recogió Gangulfo sus cosas y emigró a otra provincia donde se dedicó a sus buenas obras.
Ganea y su amante, libres del marido, se entregaron a sus amores con mayor fuego y libertad que antes, pero sin poderse librar de una sorda inquietud. ¿Y si al abobado de Gangulfo se le encendía una lucecilla de inteligencia y volvía a vengarse?
-Mientras esté vivo ese besugo no voy a vivir tranquila. Si me quieres, líbrame de este peso.
-Pero ¿cómo?
-¡Hijo! Pues dándole mulé... ¡¿Te lo piensas!?
-No, no... No hay más remedio.
El capellán se enteró bien de las costumbres de Gangulfo y de su servidumbre. Una noche que el desdichado estaba durmiendo solo, se introdujo en su alcoba y descolgando la espada  que pendía a la cabecera, descargó un golpe terrible sobre él. Pero Gangulfo despertó y se incorporó sobresaltado, conque el tajo, en vez de cortarle la cabeza, le hirió profundamente en un muslo. La herida en el muslo, sustituto eufemístico de la castración, tiene abundantes paralelos en la literatura artúrica desde el Libro del Graal, donde aparece una y otra vez.
El rey pescador herido en el muslo. Miniatura del siglo XIV.
El cobarde del cura, sin pararse a comprobar el éxito de su crimen, huyó a todo galope.
La herida era mortal pero Gangulfo pasó varios días de suplicio antes de morir mártir.  
Ganea y su cura celebraron por todo lo alto la hazaña del malvado clérigo. El capellán se encontró de pronto algo cansado y con necesidad de retirarse un momento; y mientras Ganea lo esperaba en su mullido lecho, arrojó (como el heresiarca Arrio) las entrañas mezcladas con un chorro de sangre y podredumbre, de modo que (dice la Vita) muriendo inconfeso cayó derecho de la letrina de la casa a la cloaca del Infierno.
Muerte del antipapa León, defensor del arrianismo, que sufrió el mismo
fin que el hersiarca. Mientras los demonios le sacan el alma por la boca,
expulsa las entrañas por el otro extremo. Semur-en-Brionnais.

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/4b/F09.Semur-en-Brionnais.0350.JPG?uselang=es 

Entre tanto, conocido el asesinato del pobre Gangulfo, tan querido en su tierra natal, se le organizaron solemnes exequias a las que asistió una gran muchedumbre atraída por la santidad del mártir.
A una de las criadas de la viuda inconsolable (por la muerte del cura), en su ingenuidad, se le ocurrió comentarle a su ama lo emocionante del acto y la multitud que había acudido conmovida al sepelio del santo, a quien ya se le atribuían milagros.
-Ese tarado -dijo furiosa-, para que lo sepas, era tan santo y tan milagroso como mi culo.
Y al pronunciar esta última palabra "dedit sonitum turpe modulamine factum" (en palabras de Hroswitha), es decir que  se le escapó un retumbante viento. Y este fue el castigo de su sacrilegio; porque desde aquel día, cada vez que abría la boca le sucedía lo mismo.





jueves, 10 de mayo de 2012

Vida y milagros del pescador de sirenas

-¿Oís ese carro? -dijo San Macníseo a los que estaban con él- Sólo por el ruido se sabe que va montado un rey en él.
-¡Te engaña el oído! -dijeron los otros- ¡Menudo rey! ¡Ahí no va más que Séadna con su mujer Brigga. Que, por cierto, no está para mucho carro, con la panza que tiene ya...
-Pues para que sepáis que no miento, esa mujer parirá al salir el sol y lo que lleva en la barriga es el rey que digo, que alumbrará al mundo con sus muchos milagros.
-Ya no es pequeño milagro que el carcamal de Séadna haya dejado preñada a la vieja reseca de su mujer...
-Vosotros reíros.
Séadna era un soldado viejo de los Dál nAraide, conjunto de pueblos de la costa Noreste del Ulad (Ulster) que alardeaban de su parentesco con los pictos de Escocia.
Paisaje y ruinas prehistóricas del condado de Aontroim (Antrim),
donde habitaban los Dál nAraide.
 Pero aunque pobre, era de noble sangre, como descendiente de Conall Cernach, uno de los afamados guerreros de la Rama Roja, mesnada del rey Conchobar mac Nesa. 
Durante toda la noche se dejaron ver mágicos resplandores  sobre la morada de Séadna, y a la hora de bautizar al niño, cuando nació, brotó por milagro una fuente. 
Fedlimid, el cura que lo bautizó, era ciego y lavándose la cara con el agua de la fuente recobró la vista: este mismo milagro se cuenta también de San David de Gales.
Le pusieron Comgall porque, al parecer, San Patricio había anunciado proféticamente su nacimiento y su nombre.
Ya desde estos primeros momentos de su vida se comprendía cómo Comgall iba a mandar sobre los elementos del fuego y del agua. 
Se ha visto en él, sobre todo, un santo ígneo, como Santa Brígida; pero San Comgall fue, recordémoslo, el que pescó a la santa sirena Lí Ban (ver Antigüedad de Dahut); muchas veces se le representa con un pez en la mano; era un santo navegante y pescador y sus milagros no sólo se refieren al agua, sino a otros líquidos: la saliva, la leche....
Siendo niño, lo mandaron por leche y cuando volvía con ella se cayó y a la cacharra, del golpe, se le desprendió el fondo; pero la leche se quedó disciplinadamente dentro, sin querer derramarse.  Años después, hizo aparecer milagrosamente un barreño de leche para San Finbarr, que estaba de visita en su monasterio (allí no se usaban esos lujos) y la necesitaba por su enfermedad del estómago. 
Varias veces, mientras el niño santo dormía, se vio una columna de fuego alzarse hasta el cielo sobre él; y se despertaba con la faz resplandeciente como un farolillo.
Durante toda su vida, la alcoba donde dormía solía refulgir como si hubiese dentro una gran hoguera.
Encendía la lumbre con soplar sobre la leña.
De joven, cuando le tocó ir a la guerra, mientras los soldados vivaqueaban bajo una nevada terrible, vio el rey que sobre Comgall no caía ni un copo (seguramente por el calor que irradiaba) y lo licenció como elegido de Dios.
No valía para soldado y lo pusieron a estudiar con un maestro de honda ciencia pero de flaca virtud.
Una mañana, antes de acudir a la lección, Comgall tiró el manto al suelo, lo pisoteó y lo rebozó en cagarrutas de las ovejas.
-Hijo -dijo el maestro-, ¡Cómo vienes! ¿Es que te has revolcado en el estiércol?
-El que te has revolcado toda la noche sin parar en el estiércol, es decir en brazos de tu amiga, eres tú; y piensa que es menos sucio llevar rebozada la capa que el alma.
Frailes lujuriosos con bailarina. manuscrito del siglo XIII.
El maestro se arrepintió, pero de todas maneras Comgall se fue en busca de mentores más virtuosos. Después se retiró a una isla y ya, debido a su fama, tenía discípulos que imitaban su vida ascética. Pero era tan áspera que de sus seguidores siete se murieron de hambre y frío.
Una delegación de santos acudió a decirle que relajase algo su mortificación; donde no, que dejaría Irlanda sin monjes para continuar la labor de los ancianos.
-Yo no les he mandado nada; pienso seguir lo mismo y ellos verán lo que hacen. De todas maneras, me voy a ir de este país a ver si en Britania se está más tranquilo.
-No lo hagas -dijo San Lugidio-; funda aquí un monasterio, que tu ejemplo es un gran beneficio para todos, siguiéndolo con sentido común.
Así se fundó el gran monasterio de Bangor. Muchos grandes santos se formaron entre sus muros.
Dice la leyenda que Bangor o Bennchor, que en irlandés suena como "Astas poner" se llama así porque el héroe Conall Cernach, pasando por allí con un rebaño de vacas, se enteró de la muerte de Cú Chulainn, y en un ataque de rabia les cortó los cuernos y los plantó en el suelo. Esto fue varios siglos antes de nacer Comgall.
Una vez, cerca de su nueva fundación, Comgall vio en la playa a dos hombres discutiendo vivamente y a punto de llegar a las manos. Se les acercó.
-¿Por qué os estáis poniendo así, que parecéis unos lobos?
-Este malnacido, que se empeña en pescar donde echo las redes yo, y cuando llego me encuentro el sitio esquilmado.
-Y tú ¿qué pasa: que te has creído que el mar es tuyo? ¿Quién te da derecho…?
-Me da derecho que como te enganche no te dejo un hueso sano.
-A ver si lo que me dejas son los sesos pegados a este remo…
Pescadores. Cruz de Gosforth, s. X.
-Las manos quietas -dijo Comgall-. ¿Qué sitio es ese que decís?
-Aquél, allá, donde se ve una mancha verde... -se lo señalaron a lo lejos.
-Bueno, pues no pelearse porque desde hoy en esa parte podéis pescar los dos igual.
Efectivamente, a partir de aquel día desapareció por completo la pesca del lugar en litigio. 
En cambio, donde Comgall mandaba echar las redes, las sacaban rebosantes aunque fuese un charco de las rocas.
Paseando a orillas de un lago, vieron los monjes unos cisnes preciosos y sintieron deseos de jugar con ellos y acariciarlos. Pidieron permiso a Comgall para echarles unos mendrugos y atraerlos así a la orilla.
-¿Mendrugos? ¡Ya los quisiéramos para comer nosotros! Pero es igual...
Llamó a los cisnes y acudieron juguetones y estuvieron un rato retozando con los frailes. 
Había instaurado la siguiente norma: cuando un hermano acusaba de algo a otro, el acusado, culpable o no, tenía que postrarse sobre la tierra donde estuviese y permanecer así hasta que  lo perdonasen. 
Dos monjes se pelearon a bordo de una barca y uno acusó de algo al otro; éste se arrojó al mar. Cuando se lo dijeron a Comgall horas después, envió un buzo y, efectivamente, postrado en el fondo del mar, estaba el monje.
-Que subas a la superficie, que ya está bien.
Lo mismo pasó otro día: un monje quedó tendido de bruces por el mismo motivo en la playa. Los otros frailes se olvidaron de él; no podía moverse del sitio, subió la marea y lo cubrió. Comgall, cuando se enteró al cabo de mucho tiempo, mandó a rescatarlo y allí estaba indemne bajo el agua. No en vano se llamaba este hermano Obediente.
Como se supo que una vez había devuelto la vista a un ciego tocándole los ojos con un dedo mojado en saliva, un leproso anduvo siguiéndolo varios días, recogiendo del suelo lo que escupía. Cuando tuvo bastante, lo echó al agua de su baño y así se le curó la lepra.
Otro joven, familiar de Comgall, soñó una noche con un leproso que en sueños le contagió su enfermedad, de manera que se despertó gafo perdido. Esperó a que Comgall saliese del baño y sin cambiar el agua se metió en la bañera, de donde salió limpio y con el cutis de un bebé.
Vino un pordiosero pidiendo limosna y Comgall no llevaba nada encima.
-Esto es lo único que puedo darte.
Y le escupió un gargajo a la pechera.
El gargajo, sin embargo, era de oro: y estirándolo y juntando sus dos cabos, el mendigo hizo un anillo muy pesado de gran precio.
Fue una vez a solicitar algo del rey, que se mostraba remiso a concederlo. Enfadado, Comgall escupió en un gran peñasco, que al recibir el salivazo se partió en cuatro. El rey, aterrorizado, se apresuró a complacer al santo.
Una idea de Comgall fue hacer un ataúd donde acostar a todos los hermanos moribundos para que meditasen sobre el tránsito que les esperaba. Uno de los monjes nuevos lo vio mientras lo hacía, preguntó qué era; Comgall se lo explicó y el monje le alabó la idea.
-¿Verdad que está bien pensado? Ahí moriremos todos… ahí morirás tú. 
Pero no: murió lejos del convento, en una misión, y cuando lo trajeron ya estaba frío y tieso. 
San Comgall, sin dudarlo, lo resucitó.
-Ya me querías hacer quedar de mentiroso, ¿eh?
-Yo iba escoltado por dos ángeles y apareció otro tercero que mandaba más y dijo: "Soltad a éste, que dice Comgall que tiene que morir de viejo en no sé qué cajón”. ¡Qué mano tienes con los de ahí arriba!
Así era. Una vez se le presentó su cuñado:
-Que dicen los chicos que quieren que el tío les mande una campanita de regalo. ¡Ya ves! Los antojos de los críos.
-¿Qué cuesta darles ese gusto? ¡Tú, haz el favor!...
Vino un ángel por los aires y se posó en la celda.
-¿Te importa llevar esta campanita a mis sobrinos, a tal y tal sitio?
-Voy volando.
Ángel volador. Arte románico. Saintes. 
No fue aquella del monje la única resurrección que obró. A ruegos de un padre desesperado trajo de entre los muertos a un chiquillo que se había matado de una caída; pero el crío, cuando despertó, protestó diciendo que prefería mil veces volver al otro mundo. El padre tuvo que resignarse.
Vivía por allí un rico avaro con su madre, llamada Luch, y en una época de penuria tenía sus trojes a rebosar. Comgall mandó unos monjes a pedirle por amor de dios algo de trigo para remediar a los pobres.
-Yo -dijo el rico- no le pido nada a nadie. Que nadie me pida nada a mí. El trigo mío es para que se lo coma Luch.
-Como tú quieras.
Luch, en irlandés, significa “ratón”, y en efecto, llegaron los ratones y en un abrir y cerrar de ojos dieron cuenta de todo el granero del egoísta.
Otra de las virtudes de Comgall era ser un pedagogo milagroso. Sólo con su bendición convirtió a un chiquillo torpísimo y cerril en un fino amanuense y a un fraile que no había hecho en su vida más que destripar terrones en un herrero para quien la forja no tenía secretos. 
El rey Rónán Mac Aeda tenía una mujer que asombraba de lo guapa que era. Esta mujer esperaba un niño, y la desgracia fue que al nacer resultó negrito.
-¡Este renacuajo no es mi hijo ni esta zorra mi mujer! ¡A todos los demonios!
-¡Por Dios: que el hijo es tuyo!
-Claro, claro: clavadito a mí. Anda por ahí.
La esposa repudiada, en su desesperación, apeló a Comgall, asegurándole su inocencia. El santo abad bendijo a la criatura y la tornó blanquísima y de ojos azules, "preciosos, jacintinos" (dice la Vita). Viendo el cambio, Rónán no tuvo inconveniente en acogerlos.
Otra reina, de los Dál nAraide (la nación de Comgall) enfermó y se extinguía ante la impotencia de los médicos. Se acudió como último remedio a Comgall.
-Esto es veneno y por Dios te libro de él y pronto sabremos quién es el criminal.
De allí a poco, una de las esclavas favoritas de la reina, camarera suya, empezó a retorcerse, a darse de bofetones y a echar espumarrajos por la boca, arrancándose los pelos a puñados y gritando su culpabilidad. Al momento fue presa.
-¿Qué le haremos? ¿La quemamos viva? ¿La descuartizamos con cuatro caballos? ¿La despellejamos?
Ejecución merovingia. miniatura del s. XV


-Lo que diga Comgall.
-Dejadla estar -sentenció el abad- y dadle la libertad. ¿Qué crees: que no ha tenido bastante tormento con servirte y aguantar tus caprichos todos estos años?
Rabiando y pataleando obedecieron a Comgall: bien sabían que había hecho morir en un día a treinta soldados por vedarle el acceso a una isla privada; y a uno, que había osado robarle unos asnillos a una monja, le había hecho padecer una agonía espantosa antes de encomendarlo a los demonios.  
A diferencia de otros santos, Comgall tuvo antes de morir una enfermedad dolorosa y cruel. Sordo, afásico y con una retención de orina que le hacía pasar un auténtico martirio.
Unos decían que era en castigo por la penitencia excesiva que imponía a sus frailes; otros que era consecuencia de las mortificaciones insensatas a que se había sometido toda la vida. Entonces vino un ángel del cielo y cerró a todos la boca:
-¡A callar! No es ni lo uno ni lo otro. El Cielo obsequia a Comgall con unos dolores tan exquisitos e insoportables que a él solo no se le habrían ocurrido. ¡Son los últimos dones del Señor!
Y al fin murió consolado y asistido por San Fiachra, que obtuvo en premio de sus desvelos una importante reliquia: un brazo entero de San Comgall.
Con estas palabras lo honra en la fecha del 10 de Mayo el Santoral de Óengus:


Hi sídfhlaith ind altair
I mbí toirm cech thempuil,
Ron-snáda in slúagach
Comgall búadach Bennchuir.


Al reino de paz del Otro Mundo,
donde resuenan todos los templos,
Nos escolte el caudillo de grandes huestes,
Comgall el vencedor de Bangor.