lunes, 18 de octubre de 2021

Viajeros de Oriente y por Oriente (nuevas historias de Ben Edair)

Viniendo desde el Este, la bahía de Dublín debía de ser un buen sitio para desembarcar en Irlanda. Por eso muchas veces le llegaban por allí los visitantes a Fionn mac Cumhail, venidos incluso de las tierras más lejanas. En una ocasión, el extranjero que llegó a Ben Edair venía cubierto de acero: con bruñida coraza, resplandeciente yelmo, escudo al hombro y gran espada al cinto, empuñando dos lanzas. Se envolvía en manto rojo sujeto con broche de oro.

-¿Quién eres tú, que así vienes en son de guerra?

-Yo soy Caol an Iarainn (Caol del Hierro), príncipe de Tesalia. Voy de reino en reino sometiéndolos y haciéndolos tributarios del mío. Ahora, este es mi reto: Hagamos una carrera; si pierdo, me iré por donde he venido, pero si gano os haréis mis vasallos.

-Bien; pero nuetro mejor corredor, que es Cailte mac Ronáin, no está. Si tienes la paciencia de esperar, iré en su busca y mientras tanto sé nuestro invitado.

Fionn partió y a mitad de camino, cuando cruzaba un bosque, se topó con el que parecía un viejo salvaje. Era de gigantesca estatura, de tez cetrina, facciones bestiales, las piernas como mástiles y las abarcas como barcas. Se cubría con un astroso capote pardo.



Porqueros en el bosque. Manuscrito del siglo XIV.

-¿Adónde vas, Fionn mac Cumhail?

-En busca de Cailte mac Ronáin, para que corra contra el príncipe de Tesalia.

-Si ese es el campeón que tenéis, id preparando el tributo.

-Pues ¡a ver! otro más rápido no lo hay.

-Deja que corra yo en su lugar, porque de todos modos con Cailte tenéis la carrera perdida.

Fionn mac Cumhail aceptó la oferta y el príncipe de Tesalia se sintió un poco ofendido al ver el contrincante que le oponían. La carrera partiría de Sliabh Luachra, en Mumu (Munster), y tendría la meta en Ben Edair, de manera que se trataba casi de cruzar toda Irlanda de oeste a este.  

Llegaron a Sliabh Luachra al caer la tarde y mientras Caol se concentraba y preparaba para el día siguiente, el jayán levantó una choza, cazó un jabalí, se agenció vino y pan en un castillo cercano, hizo lumbre, asó la caza, cenó opíparamente y se echó a dormir como un señor al calor de los rescoldos, sobre un lecho de juncos frescos que se había preparado.


La caza del jabalí. Miniatura del siglo XV.


Lo despertó el príncipe de Tesalia a la mañana siguiente.

-¡Eh, tú! ¡Que es la hora de la salida!

-¡Bueno, hombre: ya está el cagaprisas! ¡Empieza tú solo, que ya te alcanzo!

Una hora de carrera llevaría el de Tesalia cuando el gañán se levantó, se desayunó con los restos de la cena y salió en pos de él. No tardó en alcanzarlo. Caol an Iarainn se indignaba con su competidor. ¡Aquello no era tomarse la carrera en serio! Tan pronto se paraba a coger moras en la cuneta como desandaba lo andado para buscar el zurrón, que se le había quedado olvidado en alguna parte, o se sentaba a la sombra de un árbol y sacaba aguja e hilo para remendarse el capote. Al príncipe le gustaba vencer a rivales de su talla en buena lid, donde luciese su triunfo, y no apabullar a un garrulo viejo y chiflado. Pero era el caso que si aquel estafermo se entretenía a  cada paso y se dejaba sacar ventaja, recuperaba luego en dos zancadas el terreno perdido y cuando el príncipe llegó a Ben Edair, allí estaba ya el palurdo engullendo unas gachas con moras mientras le esperaba.

-¡Anda, toma, para que aprendas a ir avasallando países por ahí!

Y le lanzó a la cabeza una pella de gachas con tal fuerza que se la arrancó de los hombros. Después, arrepentido, se la volvió a colocar pero al revés: con la cara mirando atrás y el cogote encima del pecho. El príncipe revivió, aturdido aún. Agarrándolo con la punta de los dedos, lo depositó en su barco, al que de un patadón envió mar adentro. Y, a modo de despedida, le gritó:

-¡Ah! Y desde ahora, que Tesalia no olvide enviar cada año su tributo a Irlanda!

Cuando desapareció de su vista, el Gañán del Capote Pardo explicó a Fionn mac Cumhail:

-Ningún hombre puede vencer a la carrera a Caol an Iarainn, príncipe de Tesalia. Pero yo no soy ningún hombre; yo soy el rey del sídde Rath Cruachan (Rathcroghan).

Hay quien dice que este rey es, ni más ni menos, Manannán mac Lér, el dios de los mares. Y su aventura con Caol an Iarainn está narrada en el cuento Bodach in cóta lachtna(El gañán del capote pardo), escrito en los siglos XVI o XVII. Standish O’Grady la recogió en su gran antología bilingüe Silva Gadelica.


Manannán mac Lér, por John Sutton. (Wikipedia)

Pero la fama de la península de Ben Edair es mucho más antigua que los héroes de los fiannay data de tiempos de los Tuatha dé Danann, antes de que los irlandeses hubieran puesto el pie en su isla. 

Unos dicen que debe su nombre precisamente a uno de aquellos Tuatha dé Danann, Edar hijo de Edgaeth, y otros la hacen remontarse más atrás, a Edar, mujer de Gunn, de la raza, aún más antigua, de los Fir Bolg.

Al menos ya aparece mencionada en la historia de los hijos de Tuirenn, que es una de las que se conocen como tres historias trágicas de Irlanda, junto con la de los hijos de Ler y la de los hijos de  Usna.

Aquel Tuirenn era uno de los dioses de Irlanda, dios del trueno, de nombre semejante al del Taranos galo y posiblemente emparentado con el Thórr de los germanos. Y sucedía que su familia estaba enemistada con la del dios Lugh. Siempre que por casualidad se encontraban, la reyerta estaba asegurada. Eso fue lo que ocurrió cuando el padre de Lugh, Cian, que estaba reclutando tropas para oponerse a unos invasores, los fomoré, se tropezó en campo abierto con tres hijos de Tuirenn. Al verse solo contra tres, quiso rehuir el combate y se transformó en cerdo, confundiéndose entre los de una piara que andaba paciendo por ahí. De nada le sirvió, porque lo reconocieron, persiguieron y acorralaron. Cian pidió que le perdonaran la vida.

-¡Siete veces que resucitases, siete que te sacaríamos el alma del cuerpo! –fue la respuesta.

-Pues al menos, concededme un último deseo.

-A ver cuál.

-Que me dejéis recobrar la forma humana antes de morir –rogó el astuto Cian.

-Concedido, porque me suele dar más pena y me cuesta más matar a un cerdo que a una persona.

Y entre los tres lo lapidaron y cubrieron su cuerpo de piedras, porque la tierra no quería recibirlo y lo escupía. Era algo nunca visto que uno de los Tuatha dé Danann matase a otro.

Cuando Lugh se enteró del crimen exigió de los asesinos el pago de una indemnización, como era de ley. Y puesto que le correspondía determinar cuál, les impuso que le entregasen una serie de objetos mágicos dificilísimos de conseguir y muy útiles en la guerra contra losfomoré. Sabía que en la empresa pasarían las de Caín y, finalmente, perderían la vida.

Si Cian hubiera muerto en forma de cerdo, le hubiera correspondido una compensación pequeña: la que se pagaba por ese animal; pero Cian sabía lo que se hacía al pedir su última voluntad. Así que los hijos de Tuirenn tuvieron que emprender un largo y peligroso viaje por lejanas tierras de Oriente –Grecia, Persia y otros lugares más remotos y extraños, como el jardín del Este del Mundo (que algunos, como T. W. Rolleston identifican con el de las Hespérides) y el Reino de los Pilares de Oro- durante el cual, a costa de sufrimientos inauditos, fueron haciéndose con los tesoros exigidos. 


El jardín de las Hespérides, por Boris Anisfeld  (Wikipedia)

Nadie, y menos Lugh, hubiera pensado que fuesen capaces de reunir tantos de ellos. El relato de sus navegaciones y aventuras (que dejo para otra ocasión, si se presenta) constituye parte muy extensa del Oidhe Chloinne Tuirenn(La muerte de los hijos de Tuirenn), texto ya tardío pero que contiene, como suele ocurrir, elementos muy antiguos.

Lugh, viendo que iban consiguiendo los objetos requeridos, lanzó un conjuro de desmemoria sobre los hijos de Tuirenn, quienes, olvidados de lo que les quedaba por juntar de la indemnización, regresaron a Irlanda solo para comprender su fracaso. ¡Vuelta a hacerse a la mar!

Los hijos de Tuirenn zarpan en su barco mágico.
(Ilustración de Stephen Reid)


En esta “segunda salida”, esta vez hacia el norte, zarparon precisamente de Ben Edair y consiguieron completar lo adeudado, pero a costa de sus propias vidas, porque regresaban moribundos de sus trabajos y combates. Pero ya avistaban Ben Edair, y uno de los hermanos dijo a otro:

-¡Levántanos la cabeza, que la vista de Irlanda nos llenará de salud y de fuerza!

Y cantó:

Dá fhaicmís Benn Eadair uainn,

Agus dún Tuireann bo Thuaidh

Mo chean éag ó shin amach

‘Sa bheith ina éag imneadhach!

 

Si avistásemos Ben Edair

Y el fuerte de Tuirenn que está al norte,

Ya ¡Bienvenida seas, muerte,

Así fuese morir rabiando!

Y desembarcaron en Ben Edair para saldar su deuda con Lugh, aunque todos tres sucumbieron a sus heridas y su padre murió de pena sobre sus cadáveres. 

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