Y
es que Ben Edair, llamado Howth en inglés, no es un sitio cualquiera sino un
lugar sagrado en el que tienen lugar muchos episodios de la antigua epopeya de
los héroes irlandeses.
En Ben Edair existía un síd, que es como llamaban los
irlandeses a las moradas subterráneas de sus antiguos dioses, los Tuatha dé
Danann, que solían estar marcadas por túmulos megalíticos. Y en Ben Edair vivía
una serpiente monstruosa con la que acabó el héroe Fionn mac Cumhail, al que dio
fama mundial Macpherson con el nombre de Fingal, padre de Ossian (Oisín en
irlandés). De hecho, era aquel uno de los terrenos de caza favoritos de Fionn y
de sus guerreros, los fianna.
En una ocasión -según cuenta el Acallam na
Senórach, donde se recogen abundantes historias del ciclo de aquel héroe-, entre
los cazadores que lo acompañaban en Ben Edair había uno extranjero: Artúir mac
Benne Brit. Esto es, Arturo, hijo de Benn el Britano: quién sino nuestro famoso
rey Arturo, hijo de Pen(dragón). Arturo era un gran cazador. En Francia incluso
se le identifica con la figura mítica del Cazador Nocturno, cuyo fantasmal
cortejo se llama en algunos lugares “la chasse Arthur”, la cacería de Arturo. En
otros sitios, el que la encabeza es Hellequin –“rex Herla”, en palabras de
Walter Map-, o el mismísimo Odín según dicen, que andando el tiempo acabaría
brincando por las ferias y carnavales oculto tras la figura de Arlequín.
Pero a
lo que vamos. A este Artúir o Arturo Fionn le encomendó que se desplegase en la
playa con sus hombres para detener en su huida a todo ciervo que pretendiese
escapar a nado. Sin embargo los planes de Arturo eran otros. Al término de la
montería, se echaron en falta tres perros. Por todas partes se los buscó sin
éxito. Fionn pidió su jofaina de oro, se lavó la cara, se metió el pulgar en la
boca y se tocó el Diente de la Sabiduría. Fionn tenía un diente que, cuando se
llevaba el pulgar a él, le revelaba cualquier secreto. Cómo llegó a tener esa
virtud el diente aquel de Fionn mac Cumhail es una larga historia, que queda
para otro día.
-¡Ya me lo temía yo! – exclamó Fionn- ¡A los perros se los ha
llevado Arturo, cruzando el mar, a Britania! ¡Hay que ir tras ellos!
Y envió en
persecución de los robaperros a nueve de sus hombres, ¡de los mejores! Entre
ellos estaban su antiguo enemigo Goll mac Morna, el gran Cailte, dos de sus
hijos y su propio nieto, Oscar, e incluso un nieto del Dagda, rey de los Tuatha
Dé Danann. Mucho le iba a Fionn en el rescate, porque no eran aquéllos tres
perros del montón. Magnífico era Adnuall, el primero; pero los otros dos, Bran y
Sceolaing, eran sus propios primos. ¿Cómo es esto posible?
No es difícil.
Veamos. Había dos hermanas, Tuirne (apodada Uirbél, o sea ‘Boca Afilada’) y
Muirne, nietas de uno de los más importantes entre los Tuatha Dé Danann: Nuada.
Pero no está claro si era Nuada Necht, el dios acuático, Nuada Airgetlam, que
tenía un brazo de plata (porque perdió el suyo en una batalla), o si en realidad
estos dos Nuadas eran un solo personaje. Muirne, contra la voluntad de su padre
y la del rey (que era precisamente Conn Cétchathach), huyó con el guerrero Cumhal y de ellos
nació Finn mac Cumhail. Tuirne le fue concedida al rey -o al hijo del rey- de
los Dal nAraide, la más importante nación del Ulster, que se llamaba Iollan
Echtach. No muy buena espina les debía de dar a los suyos esta unión, cuando
exigieron que se nombrase al gran guerrero Lugaid Lága como garante del
bienestar de la novia.
Y era el caso que el del Ulster ya tenía otra mujer y muy
poderosa, Uchtdelb, hija del dios Bodb y nieta también del Dagda. Roída por los
celos, esta se vengó de la advenediza transformándola en perra con un toque de
su varita druídica. En el momento de su metamorfosis, Uirne ya llevaba en su
vientre gemelos, hijos de Iollann: y esos fueron los perros Bran y Sceolaing.
Lugaid Lága, que había empeñado su honor en la felicidad de Uirne, cuando se
enteró de la mala pasada, deshizo el efecto del encantamiento devolviéndole la
forma de mujer. Pero sus hijos, que nunca habían tenido vida humana, se quedaron
como estaban. Andando el tiempo, Uirne se casaría con Lugaid. Así cuentan la
historia una balada recogida en el Duanaire Finn (colección de baladas
medievales de tema osiánico), el relato Feis Tighe Conáin Chinn-sléibhe (La
fiesta en casa de Conán de Ceann-sléibhe) y el breve texto Di maccaib Uirrne
Uirbél (Los hijos de Uirne Boca Afilada).
La expedición enviada por Fionn mac
Cumhail llegó a Britania, donde encontró a Arturo cazando con los nuevos
miembros de su jauría.
La materia de Bretaña enseña que era poseedor de varios
perros extraordinarios, entre los cuales era su favorito Caball –que significa
‘caballo-, así llamado por su rapidez y gran tamaño.
Los fianna no perdieron el
tiempo, recobraron lo robado y dieron muerte a todos los que participaban en la
montería excepto a Arturo, al que se llevaron preso. Oscar no permitió que lo
tocaran y lo protegió con su propio cuerpo. A los demás los decapitaron para
llevarse las cabezas como trofeo. Añadieron a su botín un caballo y una yegua
magníficos; gris atigrado y con brida de oro el macho, baya la hembra y con
brida de plata. De esta pareja procedieron todos los caballos de los fianna, que
hasta entonces no los habían tenido. Y Arturo quedó formando parte de la mesnada
de Fionn.
En otra ocasión, mientras estaban cazando en Ben Edair, vieron los
fianna venir en un barco a una mujer de porte regio que encabezaba a un grupo de
nueve nobles damas, cargadas de tesoros. Llegada adonde estaba Fionn, se
presentó como Aífe, hija de Alb, el rey de Lochlann. ¡La historia se repetía!
(ver la entrada anterior). Esta Aífe –llamada La de los Ojos Grandes- estaba
casada con Mál mac Aeil, príncipe de Escocia, hijo del rey Aeil mac Domhnall
Dubhloinsigh.
Sucedía que por la corte de Escocia solían pasar muchos poetas o
juglares de otras tierras cantando las hazañas de Fionn mac Cumhail y sus
guerreros, y a fuerza de oír sus alabanzas, Aífe se había enamorado perdidamente
de uno de ellos, Mac Lugach. Así que una mañana que su marido estaba de caza, se
había dicho: “¡Esta es la mía!” y, ni corta ni perezosa, había cogido a nueve de
sus doncellas y arramblando con cuanto había podido de su hacienda había
embarcado en busca del elegido de su corazón.
Llegó a sentarse junto a Fionn y le contó sus propósitos.
-Conque Mac Lugach, ¿eh? ¡Pues me
alegro! Porque Mac Lugach es mi nieto. ¡Sí, sí! ¡En fin: de chico era una buena
pieza, no había manera de meterlo en cintura! Pero ahora que ha sentado la
cabeza no hay otro como él. Ya verás: ahora que venga de la caza.
Fionn le tenía
mucho cariño a Mac Lugach porque era a la vez su abuelo materno y paterno. Dáire
Derg, hijo de Fionn, durante una fiesta en Tara y con una trompa memorable
encima, lo había engendrado en su hermana Lugach. El nacimiento había sido
celebrado con gran júbilo por los fianna.
Mac Lugach se hizo esperar aquella
noche. Cuando llegó a la tienda de su abuelo, todos los demás estaban
esperándolo a la mesa y Fionn le había guardado un sitio a su lado: a su otro
lado, Aífe, que ya había sido presentada a los guerreros.
-En mis manos se ha
puesto –dijo Fionn a su nieto, tras repetirle el relato de la princesa- y de mis
manos la entrego en las tuyas.
-Y yo la acepto –dijo Lugach.
Desde esa noche,
Aífe y Mac Lugach vivieron felices un año, al cabo del cual los fianna vieron
llegar a las huestes de Escocia que venían, con una flota de ciento cuarenta
barcos, a llevarse a su princesa. En presencia de ella, que quiso asistir a la
batalla, se trabó el combate. Fue una terrible matanza. Mac Lugach, finalmente,
dio muerte al príncipe escocés en pelea cuerpo a cuerpo, sin que nada
estorbase ya en adelante su unión con Aífe.
Está claro que los gaélicos
resolvieron el conflicto mucho más expeditivamente que griegos y troyanos cuando
se enfrentaron al suyo, que les costó diez años de guerra. Por su parte,
Aífe, la Helena de esta pequeña Ilíada irlandesa, resulta desde luego una figura
más decidida que la de la reina de Esparta, traída y llevada de un lado a otro
por el destino y por los hombres que le servían de ejecutores. Relatos como este
han dado pie a la idea de que en las sociedades célticas (si tal cosa ha
existido) correspondía a la mujer un papel de mucho mayor importancia que entre
griegos y romanos o en nuestra Europa medieval.
Pero conviene ser prudente a la hora de deslindar lo que hay de historia y lo
que hay de mito o sencillamente de fantasía en cualquiera de estos relatos
antiguos.
Y de vuelta a Ben Edair. Estaba un día de cacería –para variar- Fionn
mac Cumhail con los suyos en el cerro que luego se llamó –ahora veréis por qué-
el Cerro de la Carrera, cuando vio, en medio del monte, a una mujer que parecía
estarle esperando. Abrochaba su manto orlado de púrpura con un broche de oro y
se sujetaba el cabello con una diadema de lo mismo.
-¿De dónde has venido tú?
–le pregunto Fionn
-De Ben Adair.
-¿Cómo te llamas?
-Etain la Rubia, del síd de
Ben Edair. Y he venido a retar a una carrera a los fianna.
-Correrás bien, ¿eh?
-Ya lo creo. Pondremos la meta en Ben Edair, si os parece.
Partieron pues: dos
mil hombres de los fianna en pos de la fantástica mujer, y tras larga carrera
llegaron llegaron a Ben Edair y entraron en el síd, donde fueron espléndidamente
acogidos por su dueño, Aed. Se les lavaron los pies y se les dio de comer y de
beber.
-Esa –dijo Fionn señalando a una mujer que, con una taza de plata en la
mano, iba sirviendo bebida de unas grandes tinas- es la mujer que nos ha retado
a una carrera hasta aquí.
-¡Qué va a ser esa! ¡Si esa es la que menos corre del síd!
-Pues ¿quién era?
-Otra, Bé Mannair, nuestra recadera. Es capaz de
transformarse en lo que quiera, en escribanillo del agua o en otro animal,
aunque sea grandísimo, y muchas veces tomando la forma de cualquier persona, ya
sea hombre o mujer, la suplanta en el lecho de su amante, ¡ja, ja!, y así nos
enteramos nosotros de muchos secretos.
-¡Pues habrá que andar con cien ojos!
-Ya
te digo; y ni por esas. Pero esta que tú dices no se ha movido de aquí. Mientras
vosotros estabais corriendo, ella aquí, sirviendo bebida y bebiendo.
-¿Y cómo se
llama?
-Etain. Por más señas, que es hija mía. Y está enamorada de uno de los
vuestros.
-¿De cuál?
-De Oscar, hijo de Oisin.
-¡Ah!, mi nieto.
-Sí. Y a ella se
le ha ocurrido el ardid de la carrera para atraeros aquí porque necesita vuestra
ayuda. El caso es que ha pedido su mano vuestro rey, ofreciendo en pago de ella
dos ricas provincias y, por si me parecía poco, su propio peso en oro y plata.
-¿Y por qué no se la has concedido?
-Porque ella al que quiere es a Oscar y no
al rey.
-Al rey le ofenderá verse rechazado y se pondrá furioso. Nuestras
relaciones con él son tensas.
El rey de Irlanda era a la sazón Cairpre Lifechar,
hijo de Cormac mac Airt, nieto de Art mac Cuinn y bisnieto de Conn Cétchathach
(ver la entrada anterior). Era un rey poderoso, aunque no tanto como sus
célebres antepasados.
-¿Prestarás ayuda a los jóvenes?
-Bueno –dijo Fionn-; pero
nosotros no tenemos las riquezas que tiene Cairpre. Etain, ¿qué pides tú por tu
matrimonio con Oscar?
-Que prometa no dejarme si no lo mereciere mi mala
conducta; y para esto que se nombren garantes.
-Así se hará.
Y tras veinte días
de estancia en el síd de Ben Etair, los esposos se instalaron en la colina de
Almu, donde tenía su fortaleza Fionn mac Cumhail.
Como era de prever, el rey
Cairpre reaccionó con ira y marchó contra los fianna en son de guerra. Allí se
trabó la batalla llamada de Ben Etair, en la cual Oscar fue malherido. Y una
noche, Etain, que había ido a velar el sueño de su marido, vio cómo había
perdido aquel aspecto regio que la había enamorado. Rompió a llorar a voces con
tales extremos de pena que el corazón “se le cascó dentro del pecho como una
nuez”, como dice el Agallam na Senórach. Y la llevaron a enterrar al síd de su
padre, en Ben Edair, donde aún se enseña su tumba, que en realidad es un
sepulcro megalítico.
Samuel Ferguson –que es el padre del renacimiento cultural
irlandés de finales del siglo XIX (ver Los hermanos más distintos)- sin embargo, en su poema La tumba de Aideen,
(es decir, de Etain, escrito a la inglesa) sitúa su muerte en otra batalla
distinta, en la que Etain participó como otra combatiente más, y la evoca
radiante en
“Such thrill of free, defiant pride
as rapt her in her battle car
at
Gavra, when by Oscar’s side
she rode the ridge of war”…
¿Qué batalla es, pues,
esta de Gavra (o Gowra, o Gabhra)? Su historia es la que sigue.
Cairpre tenía
una hija, llamada Sgeimhsholas. Era rubia, de modesto continente y de dulce
mirada. Y vinieron a pedir su mano de parte de Maolshechlainn Ó Faoláin, que era
hijo del rey de los Déisi.
Estos Déisi eran un pueblo de cuyos orígenes poco se
sabe. Estaban esparcidos por distintas partes de Irlanda. Se dice que provenían
de extranjeros a los que se había permitido asentarse mediante el pago de un
tributo, y eran vasallos de otros reyes, que es lo que quiere decir déisi. Pero
con el tiempo llegaron a hacerse poderosos y hasta a establecer colonias en
Britania. De una familia déisi nacería Brian Boru, que logró reinar sobre
Irlanda entera: pero para eso todavía quedaban muchos siglos.
Los fianna y la
monarquía siempre se habían visto con mutuo recelo. No podían los reyes tolerar
de buen grado la presencia de una poderosa fuerza armada que no respetaba su
autoridad y hasta la desafiaba, ni los fianna aceptar la voluntad real de
disciplinarlos y someterlos. Los fianna vieron en estos esponsales una ocasión
de hacer patente su poder frente a la corona. Y así, exigieron a Cairpre el pago
de un descomunal tributo por la boda de su hija: ejercer sobre ella el derecho
de pernada o en su lugar veinte lingotes de oro.
Lo del derecho de pernada u
otros usos similares en la antigua Irlanda, fuese más o menos realidad o
fantasía (aparece en su épica medieval repetidamente), era algo famoso por
Europa. ¿No llega hasta Cervantes, que lo trae en el Persiles en la historia de
Transila, la que tuvo que huir a lanzazo limpio de “tan prodigiosa costumbre”?
Pero aunque estuviese bien establecida, no le sentó bien a Cairpre el
atrevimiento de Fionn mac Cumhail y se negó a sus pretensiones. Replicó este que
si el rey no pagaba, se cobraría él, no contentándose con menos que la cabeza de
la inocente princesa.
Esta gota colmó el vaso. Cairpre convocó a los demás reyes
de la isla, bastante escamados ya todos con la arrogancia de los fianna, y
coaligados declararon la guerra a Fionn mac Cumhail. Este reunió a sus tropas
tañendo el Barr Buadh, la Trompa de la Victoria, y marchó al combate aunque los
enemigos le superaban treinta veces en número. Goll mac Morna, recordando su
antigua enemistad con el linaje de Fionn, abandonó (dice la versión más
corriente de esta historia) las filas de este para luchar hombro a hombro con el
rey.
La batalla se libró en la montaña de Gabhra y duró, encarnizada, sin que la
victoria se decidiese por ninguno de los bandos hasta que el rey Cairpre,
traicioneramente, traspasó el corazón de Oscar con una lanza que le arrojó por
la espalda. Oisín y Fionn cayeron deshechos en llanto sobre el cadáver y los
fianna, desconcertados, abandonaron la que había de ser su última batalla. Ambos
ejércitos quedaron diezmados. La mayoría de los grandes guerreros de Fionn mac Cumhail cayó en aquella ocasión, y aunque el triunfo quedó por los del rey, el propio
Cairpre perdió la vida en el combate. Allí acabó para siempre la historia de los fianna.
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