Hablaba en la entrada anterior del desgraciado matrimonio de Lugaid Réodhearg o Riab nDearg -que de las dos maneras se llama-, hermano o hijo adoptivo de Cú Chulainn.
Ahora me fijaré en dos de sus descendientes directos, Conn Cétchathach –“El de las Cien Batallas”- y su hijo Art mac Cuinn. Conn es un personaje de la mayor importancia en la época legendaria de las antigüedades irlandesas. Si, en sus tiempos, Cú Chulainn enfurecido rompió y enmudeció la Piedra del Destino, la que gritaba bajo los pies de los reyes de Irlanda en el momento de su entronización, precisamente porque había callado al ser hollada por Lugaid Réodherg, fue Conn Cétchathach el que le devolvió la voz al pisarla inadvertidamente cuando yacía olvidada por los campos de Tara.
La Piedra del Destino, en Tara (Wikipedia) |
Una más de aquellas maravillas era el desbordamiento del pozo sagrado de Nechtan y el nacimiento del río Bóand –Boyne en inglés- (ver Antigüedad de Dahut).
Otra narración mitológica, Baile an Scáil (El trance del fantasma), cuenta cómo el dios Lug conduce a Conn y a sus druidas a un palacio donde una hermosa doncella (se ha visto personalizada en ella a la soberanía de Irlanda) le da de beber de un caldero en una copa de oro. El dios le profetiza sus triunfos y los de los muchos reyes de Irlanda que serán sus descendientes.
El Baile an Scáil presenta, por tanto, a Conn como el favorito de Lug, como lo fueran Cú Chulainn y Lugaid Réodherg. Se ha dicho, y es probable, que los personajes medio míticos o legendarios que llevan el nombre de Lugaid son evemerizaciones de aquel dios.
Lug es el protector de la fortaleza de Tara y el fundador de la feria anual y de los juegos que se celebraban precisamente por estas fechas, en la fiesta de Lughnasad, primero de agosto. Juegos funerarios en honor de su madre, Tailte, muerta de agotamiento tras haber roturado la fértil llanura cercana a la ciudadela regia. Aún hoy, el mes de agosto se denomina Lúnasa en irlandés. Esta fiesta señalaba el comienzo del otoño y el fin del verano.
Conn Cétchathach, pues, se encuentra en Tara. Su reino goza de prosperidad: tres siegas hacen al año. Sin embargo el rey está triste. No levanta cabeza desde la muerte, hace años, de su mujer, Ethne Taebhfhada, que reposa en la famosa necrópolis de Tailtiu, junto a la madre de Lug (otra Eithne). Y los súbditos comienzan a inquietarse, pues no es cosa buena que un rey esté viudo y solo.
En Irlanda, la realeza es mujer y un rey sin reina es como un rey sin trono ni corona.
Conocemos a Ethne Taebhfhada por otro cuento medieval, Esnada tige Buchet, donde aparece como hija natural del gran rey Cathair Mór y adoptiva del riquísimo Buchet. Cuando este, por su enorme generosidad, se arruina y se destierra, Ethne lo acompaña y cuida de él, viviendo humildemente a su lado en una pequeña cabaña. En un episodio que recuerda a las pastorelas medievales, el rey de aquellas tierras la ve, se enamora y se casa con ella; pero aquí ya no se trata de Conn Cétchathach sino de su nieto, el no menos célebre Cormac mac Airt.
Por otra parte, aunque Cathair Mór murió combatiendo contra Conn Cétchathach, en Esnada tige Buchet aparece sin fuerzas y decrépito. Todo esto es confuso.
Mientras llora su viudez en las soledades de Ben Edair –el moderno Howth, no lejos de Dublín- , Conn ve acercarse a una mujer que llega decidida a sentarse a su lado.
Ben Edair, donde solía meditar Conn Cétchathach. (Wikipedia) |
-¿Quién eres tú y de dónde vienes? –dijo asombrado.
-Yo soy Delbchaem, hija de Morgan, y vengo de la Tierra Prometida.
Así le contestó, aunque sabemos que se trataba de Becuma Cneisgel (Pielblanca), hija de Eogan Inbir y mujer de Labraid Luathlam ar Claideb, uno de los señores de la Tierra Prometida, que es una de las maneras como llamaban los irlandeses al más allá, al mundo de los Tuatha Dé Danann.
Desde luego, aquella no era una mujer corriente. Vestía saya de satén rojo y manto verde con una orla de oro, al modo de las mujeres del otro mundo, y tenía la belleza y el porte de una diosa porque lo era. No había pega que ponerle, salvo que venía desterrada por su mala conducta. Pues había ofendido a su marido con Gaidiar, un hijo de Manannán, el dios del mar; y aquel mismo día los dioses se habían reunido a ver qué hacían con ella, si quemarla viva o expulsarla. Al final se habían decidido por lo segundo, no fuese su pecado a contaminar toda la Tierra Prometida, y habían despachado mensajeros a otros Tuatha Dé Danann para que no le diesen cobijo y pusiera mar por medio cuanto antes. “¡La mandaremos a Irlanda!” –habían decidido: pues de antiguo tenían odio los Tuatha Dé Danann a los irlandeses, que los habían barrido de la faz de la tierra, relegándolos a su mundo subterráneo.
-Pues tú dirás –le dijo Conn Cétchathach.
-Verás: yo estoy enamorada de un hombre de aquí, aunque él no lo sabe. Por lo bien que he oído hablar de él me he enamorado y vengo en su busca. He montado en una barca encantada, sin remos, velas ni timón, que me ha traído derecha hasta acá. Al verte de lejos, he conocido que eras el rey y he subido a tu encuentro.
-Y ¿quién es el afortunado, si puede saberse?
-Art mac Cuinn es el muchacho.
-Ah. Art es hijo mío, yo soy Conn; si lo quieres a él, no me voy a entrometer; pero que sepas que estoy ahora mismo sin reina.
-¿Y eso por qué?
-Porque se me murió.
-¡Vaya! Y entonces ¿con cuál de los dos me voy a ir a la cama: contigo o con Art?
-Eso es cosa que tendrás que decidirla tú.
-Ya que tú no me quieres -repuso, coqueta-, escogeré a otro hombre en Irlanda.
-¿Que no te quiero? ¿Quién lo ha dicho? Yo no veo ningún motivo para rechazarte, como no sea que tengas algún defecto oculto.
Bien que lo tenía, porque su repudio y destierro la inhabilitaban para casarse con el rey, pero Conn ¿qué sabía?
-Bueno, entonces quedamos de acuerdo en esto –dijo el rey-: tú te quedas conmigo.
-Sí pero comprenderás que así las cosas uno de los dos está de más en Tara: o tú o tu hijo.
-¿Y eso?
-Hombre, pues porque sería una situación tirante y violentísima: ¿no lo ves? ¡Por lo menos hasta que no pase un año no puede ser estar ahí unos encima de otros!
-Me sabe mal echarlo sin que haya hecho nada malo; pero, en fin, como tú veas.
Becuma se fue con el rey, dejando escondido su barco mágico por lo que pudiera suceder, y Art mac Cuinn se despidió de Tara hasta el año siguiente.
Saltan a la vista los parecidos con la historia de Derbforgaille (ver la entrada anterior). En ambos casos, una mujer sobrenatural, venida de allende los mares en busca de un hombre del que se ha enamorado por su fama acaba conformándose con otro que no es el deseado: Derbforgaille, con el hijo y Bécuma, con el padre.
En cuanto a la mujer del otro mundo que elige por pareja a un rey exigiéndole el destierro de su hijo, lo encontramos también de modo parecido en otra narración medieval, La muerte de Muirchertach mac Erca, con la diferencia de que Muirchertach, casado, tiene que expulsar también a su mujer.
En El parricidio de Rónán, otro de estos relatos del ciclo épico irlandés de los reyes, también se trata de una joven que va a casarse a un país ajeno; cuando llega, descubre con enorme despecho que su futuro esposo no es el príncipe, como ella creía, sino su padre el rey, viudo y ya bastante cargado de años. Y ¿quién no ve que esta situación equívoca es el núcleo mismo de la leyenda de Tristán e Isolda, siendo aquí los rivales no ya padre e hijo sino tío y sobrino?
Tristán, Isolda y el rey en una miniatura del siglo XV (Wikipedia) |
Volviendo a nuestro cuento, lo que ocurrió fue que empezaron a venir malas cosechas y penuria donde antes todo era felicidad y bonanza. Los druidas averiguaron que la causa era la reina y el remedio sacrificar a un niño que fuese hijo de padres sin culpa.
-¿De padres sin culpa? –pensó Conn Cétchathach- ¿Y dónde están esos? ¡Lo que es aquí en Irlanda, no!
Y partió en su busca, dejando en el trono a su hijo Art con orden de que no se apartase de Tara hasta su regreso.
El cuento entra entonces en los géneros del echtra–viajes al Más Allá- y el immram–navegación por “ínsulas extrañas”-; Conn viajó largo tiempo por tierras y mares fantásticos hasta dar con Daire Degamra y Rigru Roisclethan, la pareja impecable. Estos, aunque a regañadientes y bajo la garantía de los más nobles irlandeses, consintieron que su hijo Segda Saerlabraid lo acompañase a Irlanda.
Allí lo estaban esperando los druidas y el pueblo para sacrificarlo y mezclar su carne y sangre con la tierra para devolverle al reino la prosperidad. Aunque el rey y demás garantes salieron en su defensa, se veían impotentes frente a la muchedumbre y sacerdotes, y el propio niño consentía ya en su sacrificio cuando lo salvó la intervención mágica y providencial de una anciana que apareció con una vaca para reemplazar al muchacho.
-Esta vaca –dijo- contiene dos pájaros: uno os representa a vosotros y el otro al chaval. Vamos a echarlos a luchar.
Y cuando venció el del niño:
-Si este pájaro hubiera perdido, hubiera sido cuestión de sacrificar al crío; pero como ha ganado, pues os toca a vosotros.
Y mandó ahorcar a todos los druidas.
-Y ahora, rey, tú echa de tu lado a esa mala mujer, que se llama Bécuma Cneisgel y está casada y viene aquí desterrada por haber puesto cuernos a su marido.
-Excelente consejo si pudiera seguirlo; pero apartarme yo de ella no puede ser de ninguna manera.
Tiene disculpa en esto Conn si consideramos que el mismísimo Cú Chulainn sucumbió al encanto de una mujer del otro mundo, olvidando a su esposa (por cierto, también llamada Ethne, y van tres), ¡con los muchos trabajos que le había costado ganarse su mano!
Aquel día fue cuando se conocieron Bécuma y su hijastro Art mac Cuinn, que estaba jugando al fidchelljunto a la fortaleza, sobre la hierba. Al joven le pesó del encuentro, pero la mujer se empeñó en jugar con él. Perdió la primera partida.
-¿Qué prenda tengo que pagar?
-La vara que gastaba en las batallas Cú Roí mac Dáire, el enemigo de Cú Chulainn –contestó el príncipe.
-¡Difícil me lo pones!
Bécuma marchó y al cabo de los días volvió a pagar su deuda de juego y a pedir la revancha.
Cathair Con Roí, la fortaleza donde Becuma encontróla vara de mando de Cú Roí (Wikipedia) |
Aquella vez salió ganando ella.
-Me has hecho trampa –dijo Art-, que estaban por aquí algunos Tuatha Dé Danann quitándome piezas y escondiéndolas. ¿Qué crees: que no me he dado cuenta?
-Tú lo que pasa es que no sabes perder.
-Es igual. ¿Qué prenda tengo que pagar?
-Que me traigas a Delbchaem, la hija de Morgan.
-¿Y dónde está?
-¿Aaah…? Te doy una pista: en una isla de la mar.
Es de suponer que la traidora de ella pensaba que lo enviaba en una misión imposible y sin retorno.
Zarpó, pues, Art mac Cuinn y estuvo largo tiempo viajando por las islas de la mar, donde le ocurrieron extraordinarias aventuras. Finalmente encontró a Delbchaem, hija de Morgan, y ambos, felices y contentos, pasaron juntos la noche. Art tuvo que matar a los padres de Delbchaem, con cuyo reino y tesoros se alzó: aquello estaba así profetizado y tenía que cumplirse para que Art volviese con su amada a Irlanda.
Regreso de Art y Delbchaem a Irlanda. (Ilustración de Oakham para Irish Fairy Tales de James Stephens). (Wikipedia) |
A su regreso, Art fue recibido como agua de mayo, al igual que su mágica compañera. Bécuma no se quedó a esperarlos: se encaminó a Ben Edair, desde donde seguramente se hizo a la mar en su barca prodigiosa. Y nada más refiere el cuento de Conn Cétchathach.
Así queda el orden restablecido. Al principio, una falsa Delbchaem quedaba unida (en falso, puesto que estaba inhabilitada para ello) a una pareja inadecuada (el padre en vez del deseado hijo), con catastróficas consecuencias para el reino. Al final, la verdadera Delbchaem queda emparejada con el correspondiente príncipe, mientras el rey se esfuma en el silencio y la impostora se da a la fuga. Puede volver a Irlanda la prosperidad.
Este relato fue editado y traducido por el celtista Richard Irvine Best en la revista Ériu (vol. III) en 1907; James Stephens, escritor irlandés que ya ha aparecido unas cuantas veces por estas entradas, lo contó de nuevo y lo publicó en sus Irish Fairy Talesen 1920, con ilustraciones de Rakham.
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