martes, 4 de agosto de 2015

Medea en Galia (prefiguraciones del barroco)

San Sidonio Apolinar es más conocido hoy, según creo, por su correspondencia con distintos personajes encumbrados de su tiempo que por sus poesías, las cuales sin embargo en su día fueron muy apreciadas y le valieron que le fuese erigida en Roma una estatua en vida.
Ocios veraniegos me han puesto en la mano las poesías de Sidonio Apolinar en traducción castellana: la de la Biblioteca Clásica de la editorial Gredos.
Sidonio Apolinar, aparte de notable literato, fue un influyente político. Estaba emparentado con la más alta nobleza imperial y fue uno de los personajes que descollaron en la convulsa Galia de su época, los dos últimos tercios del siglo V. 
Sylvestre, Saqueo de Roma por los godos.
Godos nudistas, esculturales y acróbatas.
La Galia occidental se enfrentaba a la amenaza de diversos pueblos bárbaros -britanos y godos los principales-  que peleaban entre sí en su territorio, que se oponían también a veces a la administración imperial pero que mantenían a la vez con ella estrechos lazos políticos y personales.
En fin: los britanos... En opinión del historiador de Bretaña Léon Fleuriot, los britanos no se consideraban ajenos a Roma sino defensores de la romanidad incluso frente a ese imperio juguete de las ambiciones de caudillos bárbaros que entronizaban y derrocaban emperadores a su antojo.
Sidonio Apolinar habla con desprecio de esos gigantes que se untaban el pelo de manteca  rancia, hablaban broncos idiomas y se atiborraban de ajos y cebollas. Pero fue suficientemente hábil y sagaz como para surfear sobre esas revueltas aguas manteniendo un poder estable en la importante provincia de Arvernia desde su obispado de Clermont-Ferrand.
De hecho, las cartas de Sidonio Apolinar son una fuente de conocimientos inestimable para esa época en que la documentación es escasa y confusa.
Sea cual sea el motivo de la santidad de Sidonio Apolinar, no hay que buscarlo en su obra literaria, donde la preocupación religiosa no está muy presente  (hay que exceptuar el poema de agradecimiento al britano san Fausto de Riez) y por el contrario estalla con brillo y colorido la mitología clásica. Es un autor consciente y orgulloso de su tradición cultural clásica (lo que incluye ese acervo de mitos que para él, sin duda, estarían ya vacíos de toda religiosidad). Se jacta de ella, la exhibe y se la mete por los ojos al lector como un aristócrata tronado haciendo gala y ostentación de los pocos residuos supervivientes de su antigua grandeza. 
Pero, con todo, no hay que olvidar que era un galorromano (como homo gallus, "persona gala", se define) y que las tradiciones indígenas no habían sido barridas por la romanización sino que pervivían formando parte de la mentalidad de esos romanos; incluso es probable que el idioma de los galos no se hubiese extinguido totalmente.
Los más importantes poemas que nos han llegado de Sidonio son panegíricos un tanto falsos y aduladores de emperadores. Esto respondía ya a una tradición literaria en Galia.
Pero ¿a qué viene todo este rollo de Sidonio Apolinar?
Resulta que en la anterior entrada hablaba de ese fuego viviente en el agua según la imaginación indoeuropea. 
En el Epitalamio de Ruricio e Iberia, Sidonio describe un palacio marino donde se combinan en trémula convivencia ambos elementos:
Johann Martin von Rohden, La gruta de Neptuno en Tívoli.
"La claridad del día se acumula en un estrecho espacio y, a través de las aguas temblorosas, persigue los secretos del mar profundo.
Entonces, ¡oh maravilla! la onda es atravesada hasta el fondo por el resplandor y es como si la linfa bebiera el sol y la luz seca, penetrando en el limpio fluido, perforara el líquido con su rayo ardiente"...
El original latino dice así:
"Arctatur collecta dies, tremulasque per undas
insequitur secreta vadi: transmittitur alto
perfusus splendore latex, miroque relato
lympha bibit solem, tenuique inserta fluento
perforat arenti radio lux sicca liquorem".
La traducción, véase, atenúa el vigor de la descripción con su "es como sí", donde Sidonio dijo: "¡cuento asombroso! el agua se bebe el sol". En los versos de Sidonio se percibe ese perpetuo movimiento, ese temblor de llama inherente al fuego preso en las aguas: latex, "el líquido", se refiere principalmente en latín al que fluye o se mueve: "el líquido movedizo se ve atravesado, empapado de un profundo esplendor"... "la luz se cuela con tenue corriente"...
Rubens: Paisaje con Filemón y Baucis (detalle).
Claridad ardiente de derretida luz  también el palacio de la Aurora y en la descripción de esta diosa misma (en el Panegírico de Antemio), cuyos ojos emanan fresco fuego, la piel aljofarada de rocío que parece sudor, los cabellos dorados empapados de aceites y los pechos menudos, realzados por el ceñidor, asomando bajo la túnica de púrpura.
Rubens: Aurora y Céfalo.
Estas estampas mitológicas no sabemos cómo se representarían en la imaginación de los lectores u oyentes de tiempos de Sidonio. Pero seguro que de modo distinto que en la nuestra porque nosotros conocemos los fulgores del Greco y Rubens, la eclosión sensual de Góngora, la arquitectura volátil de Borromini y Bernini: todo ese mundo vibrante y fluido del barroco que tan bien estudia Jean Rousset en Circe y el pavo real, de hace ya casi setenta años.
Uno de los mitos que se repiten en la obra de Sidonio es el de los Argonautas, y dentro de él la siembra por Jasón de los dientes del dragón, entregados por Medea enamorada, cuya mies son los Espartos, guerreros -"una hueste en la que se mecían lanzas entremezcladas con espigas", dice en su poema A Consencio- que combaten entre sí hasta su total exterminio. 
Así lo cuenta en el poema con que dedica sus obras menores a su amigo Félix: ..."Una mujer, arrebatada por la belleza del héroe griego, ablandó a los toros furiosos, impertérrita aún cuando su amado, que se había convertido en labrador a su servicio, después de haber sembrado los dientes de la serpiente vencida, tembló entre las hierbas armadas, al contemplar con estupor que su enemigo se convertía en cereal, que las espigas luchaban unas contra otras y que sobre los terrones en pie de guerra los tallos hermanos rezumaban sangre verde".
Medea, la hechicera, futura esposa de Jasón y envenenadora de sus hijos, tiene por cierto un nombre (con otro sufijo) muy parecido al de Medusa, de la que hablábamos en la anterior entrada. Med- es raíz indoeuropea que significa la "medida": la medida de medir y la medida de tomar medidas o decisiones. Médico -medicus- es en latín "el que dice la medida [que hay que tomar]". La idea de médico y la de hechicero no están lejanas. En distintos idiomas de esta raíz salen palabras que signifian "juicioso" y "poderoso". El antiguo irlandés tenía el verbo midithir, que significaba "medir, juzgar, considerar, estimar". Su nombre verbal era mess, que hoy se sigue usando -escrito meas- como "estima, buena consideración". Es fórmula habitual de despida en cartas mise le meas ("yo, con estima"). Y de ahí el verbo meas, "evaluar, opinar, estimar".
Pero volviendo al relato de Sidonio Apolinar, ¿no hay algo raro en él?
Al repasar (sin pretensión de ser exhaustivo) los relatos antiguos de este episodio, veo en todas partes que los guerreros nacieron directamente de la tierra, sin pasar por una fase vegetal. Nunca fueron hierbas ni espigas armadas, ni mucho menos se convertían de nuevo en cereales, ni tenían sangre verde como si de savia se tratase. Así se ve, por ejemplo, en el mural de Carracci.

Annibale Carracci, Jasón siembra los dientes del dragón.
(Foto: Saliko, en Wikimedia commons).
Donde sí hay plantas convertidas en guerreros por una fatal hechicera (como lo es Medea, que le dio los dientes del dragón de Ares a Jasón para sembrarlos), guerreros que vuelven a su antigua condición de plantas, es en la mitología irlandesa, como en La muerte de Cú Chulainn y La muerte de Muirchertach mac Erca.
Ya hace tiempo que se ha reconocido en esta mágica contienda de los árboles un motivo mitológico que va apareciendo acá y allá entre los celtas desde la antigüedad.
Sidonio Apolinar era hombre erudito y que gustaba de lucir su erudición. A veces, se nos dice, se encuentran en su obra pormenores de algún mito que no figuran en otras versiones más conocidas. Pudiera ser que hubiera recogido aquí este detalle del mito griego (o de un mito escita, de la Cólquide) que hubiese pasado desapercibido a otros mitógrafos y que constituiría uno más de los muchos puntos de contacto que se van descubriendo entre las creencias religiosas de los celtas y las de otros indoeuropeos más orientales (griegos, indios).
O pudiera ser, y me apetece creerlo, que Sidonio conociese una antigua leyenda gala de su Galia natal en la que se hablase de una seductora (y seducida) hechicera que, enamorada, hubiese arrastrado a su esposo a un cruel destino, para lo que con encantamientos habría convertido en guerreros a hierbas y plantas del campo.
Hace unos meses decía en una de estas entradas que me parecía posible que antiguos vestigios de esa leyenda perviviesen hasta hoy en Irlanda y Escocia (ver La maldición de la espina). ¿Por qué no suponer que una versión subsistiese en la tradición oral por Lugdunum allá por el siglo V?
Sidonio no habría tenido más que combinarla con el episodio de Jasón y Medea de la epopeya de los Argonautas, con el cual ya tenía bastantes puntos en común, dotando así a su relación de ese aspecto de transformación y de fluir permanente de lo real, tan apreciado por artistas y poetas en la época barroca.

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