Fintan fírór promthae,
macc Telcháin trén trednach,
cathmíl credlach crochtae
Llama espléndida con el fervor del Padre,
Fintan, oro auténtico probado,
hijo de Telchán, fuerte, casto,
batallador de fiar, crucificado.
Con esta estrofa celebra el Santoral de Óengus a San Fintan, llamado Munnu, para diferenciarlo de otros santos de su nombre, en particular San Fintan de Cluan Eidnech, con el cual decidió compartir el nombre en señal de la gran amistad que los unía.
Fintan Munnu fue, pues, hijo de Telchán o Tulcan, como dice su vida recopilada en el Codex Salmanticensis (en dos versiones, una de ellas bastante más breve que la otra). Una narración que podría ser muy antigua, remontándose al siglo IX. Telchán, según el Santoral de Óengus, era mago, o sea druida. La familia pertenecía a los Cenél Conaill, o familia de Conall, que eran los descendientes de Conall Gulban, uno de los hijos de Niall Noigiallach, fundador de la dinastía de los Uí Neill. A estos Conall Gulban, por cierto, pertenecía tambén San Colum Cille. Por parte de su madre Fedelma, Fintan era, posiblemente, nieto de Niall, si ella era hija de Maine mac Neill. Puede ser, sin embargo, que de quien descendiese fuese de Maine el grande, fundador de la dinastía de los Uí Maine, que dominaron durante mucho tiempo los actuales condados de Galway y Roscommon.
Fintan nació en una casa edificada sobre un gran peñasco, y en honor del futuro santo Dios no permitió jamás que nevase sobre ella, aunque cayese la mayor ventisca alrededor.
Fintan viene de find, que significa "rubio", y el niño efectivamente lo era mucho, que tenía el pelo casi blanco. Un día acertó a pasar cerca de su casa San Colum Cille en su carro y se fijó en los críos que andaban jugando por allí.
Niños jugando en la nieve. Miniatura de principios del siglo XVI |
-Acercadme a ese rubichi tan gracioso. ¿De quién viene siendo este pequeño?
-De Telchán.
-Pues una cosa os digo: ese Telchán se hará famoso a cuenta del crío.
-De momento lo tienen para cuidar las ovejas.
Así era: lo que sucedía era que la criatura dejaba el ganado solo y se marchaba a pasar el rato con un ermitaño llamado Cruim Grellam, que le enseñaba a leer.
Telchán se enteró de aquellas lecciones secretas y no le sentó nada bien.
-¡Cabeza de chorlito! ¿Cómo dejas así solo el ganado, estando el monte atestado de lobos?
-¡Deja en paz al niño! -intervino la madre- ¿Es que se ha llevado el lobo alguna oveja? ¿No? Pues cuando se la lleve le riñes; mientras tanto te callas.
-Pero ¿qué...?
-Deje, madre. Padre, yo le prometo que si me deja ir a aprender las letras, ni los lobos ni otra alimaña ninguna les tocarán un pelo a las ovejas.
-Bueno... tú, por si acaso te quedas a cuidarlas, que son muy arteros los lobos y no quiero disgustos.
No se fiaba nada el buen hombre del crío, y a la mañana, de madrugada, se acercó a los pastos a ver cómo le obedecía.
Lo que vio le llenó de asombro. Con las ovejas no estaba Fintan y sí los lobos... ¡pero estaban guardando a las ovejas! Desde aquel día, Telchán tuvo que callarse, Fintan fue sin estorbos a sus clases y los lobos acudieron a diario a hacer de pastores para él.
Cuando ya aquel ermitaño no tenía nada que enseñarle, Fintan Munnu se fue a recibir las lecciones de San Comgall. Iba un día andando con aquel santo y otros de sus monjes. El calor apretaba. se pararon a rezar junto a un río. El niño pidió permiso para ir a beber agua.
-Aguanta un poco hasta mediodía.
Continuaron andando, llegó mediodía y no encontraron ninguna casa donde les dieran hospitalidad.
-Vamos a buscar, por lo menos, algún manantial para beber un poco de agua.
-No seas latoso, hijo. Espera hasta la hora nona; aguanta un poco.
Pero llegó la hora de nona y tampoco había nada para beber.
-A ver donde encontramos algo para quitarnos la sed...
-Hijo, ¡qué poca paciencia! Espera hasta la noche...
Ya había caído el sol cuando, en mitad del camino, encontraron esperándolos unas mesas puestas con una cena opípara y abundante bebida de distintas clases, todo excelente. Era un convite de Dios.
-¿Veis? Ésta es la recompensa de la paciencia y del aguante.
Cuando Fintan hubo estudiado la regla de Comgall y todo lo que le podía enseñar el santo aquel, se fue con San Colum Cille.
Este santo solía tener unos éxtasis durante los que, por obra del espíritu Santo, se ponía a cantar de una manera que embelesaba a todo el mundo. Después de uno de aquéllos, vuelto en sí, preguntó:
-Mientras yo estaba cantando, el muchacho que estaba a mi lado, ¿quién era?
-¿A tu derecha?
-Eso.
-El chico de Telchán.
-Pues ése va a ser un gran sabio y abad de un gran monasterio.
Después, San Munnu se fue a Doin Innis, donde permaneció diecinueve años estudiando con otro hombre de santa vida, Filell Nuannaich. Eran severos ascetas; molían el grano con paja, lo amasaban en unos lebrillos con agua y con esa masa hacían unas tortas que cocían en piedras calentadas a la lumbre. Ésa era toda su comida.
Al cabo de los diecinueve años, Fintan decidió volver con San Colum Cille. Pero éste ya estaba moribundo en su gran abadía de Í o Iona. En su lecho de muerte, dijo a uno de sus monjes:
-Después de que yo me muera, recibiréis la visita de un monje de pelo muy blanco, rizado, con las mejillas muy coloradas. Es un monje muy santo, tanto que me lo he encontrado más veces en el Cielo que aquí abajo en la tierra. Pero no lo acojáis entre vosotros ni le pongáis a vuestra cabeza: es áspero por naturaleza. Decidle de mi parte que será un gran abad y cabeza de muchas gentes, que no hay otro santo superior a él, pero que su destino no está aquí en Escocia sino en Laiginn.
¡Qué carácter debía de tener San Fintan cuando al propio San Colum Cille, tremendamente hosco e irascible, le parecía agrio! Ahora bien, si era exageradamente fuguillas, también es cierto que le pesaba de ello, y cuando se mostraba de genio demasiado vivo con alguien, ayunaba hasta conseguir su perdón.
Munnu hizo caso a los monjes de Í y regresó a Irlanda, donde fundó un monasterio en una isla. Solía subir al punto más ato de ella para aislarse a rezar en soledad. Una vez, lo sorprendieron unos gritos, gemidos y alaridos tremendos.
-¿Quién sois vosotros? ¿Qué voces son éstas?
-Ha habido una batalla tremenda y muchos, como nosotros, han caído en combate. Nosotros hemos muerto en pecado y estamos en el Infierno. ¿Te parece que no tenemos motivo para dar voces?
-Lo que sé es que yo no puedo vivir en un sitio donde llegan los gritos del Infierno. ¡Así no hay quien rece!
Se fue con sus monjes en busca de mejor emplazamiento y tropezó por el camino con un hombre que parecía desesperado.
-¿Qué te pasa, infeliz?
-Yo era un pastor pudiente y tengo tierras donde pastan mis ganados, que son muchos. Pero ahora han cogido una enfermedad que está acabando con ellos y me veo en la miseria.
-Yo bendigo las aguas de este río; trae las ovejas a beber aquí.
Los animales enfermos sanaron.
-Estas aguas también curan a las personas; para tu información.
El ganadero, lleno de gratitud, donó a los monjes de Fintan grandes terrenos para levantar un convento; pero el santo dejó allí a un puñado de los suyos y prosiguió camino. Pasó de largo por su pueblo, sin querer saludar a vecinos ni familiares y se instaló algo más allá. Pero no pudo evitar la tabarra de la familia y su madre le envió un criado preguntando, ya que no quería irlos a visitar, dónde y cuando podían ellos irlo a ver a él.
-Bueno, pues que venga un rato a Lugmath.
La madre, sin prevenir a Munnu, se puso en camino con otras tres de sus hijas. Al llegar a Lugmath, una de ellas, que era doncella, sintió un gran dolor de repente y se cayó muerta.
Al día siguiente apareció Fintan y vio la sepultura recién hecha con su piedra erigida encima.
-¡Ah, ya veo! Ésta es la tumba de mi hermana Conchena.
-¿Y te quedas tan ancho? -exclamó la madre, pasmada- ¡Resucítamela, en el nombre de Dios!
-Bueno, mujer, bueno. Venga, fuera todo el mundo y volved mañana.
Allí se quedó el santo monje rezando. Horas después, la madre y las dos hermanas vieron venir a la doncella por su propio pie.
-Dice Munnu que no quiere visitas; que no volvamos a irle a ver; que si se entera de que vamos, coge el barco y se pasa a Britania.
Era enemigo de resurrecciones y milagros de relumbre. Una vez, para que resucitase a otro, le dijeron sólo que estaba en cama sin poderse mover ni conocer a nadie (y así era en verdad), pero no que estuviese muerto. Así, le echó su bendición y lo devolvió a la vida sin saber lo que había hecho. En otra ocasión fue una hemorroísa la que pidió su intercesión.
-Pero ¿qué se han creído, que yo soy el curandero mayor de Laiginn?
El hermano portero, sin embargo, se apiadó de ella y robó la casulla del santo. Con ella tapó a la enferma, que pronto quedó buena y San Fintan no se enteró.
Una vez vinieron a su convento cinco monjitas con su superiora. El portero les preguntó qué era lo que querían.
-Que os vayáis de este monasterio y nos lo dejéis a nosotras para vivir para siempre.
-¡Toma! ¿Y eso por qué?
-Porque os será mucho más fácil levantar uno nuevo a vosotros, que sois cincuenta hombretones, que a nosotras, cinco pobres monjitas. Tú ve y díselo al que mande aquí.
El portero fue temblando en busca de Fintan Munnu.
-Pues tienen razón esas monjitas. Ea: no hay que ser perezoso. Vámonos sin llevarnos nada que les pueda aprovechar, salvo las hachas, lo necesario para el culto y los libros, con un carro y una pareja de bueyes para transportarlos.
Cuando emprendían los monjes la partida, la superiora de las religiosas le pidió su bendición.
-Que Dios te bendiga, que lo que es yo no te voy a bendecir, so pedigüeña. ¡Da gracias que no puedo cerrarte las puertas del Cielo, que lo haría con mucho gusto! Para que lo sepas, éste no es el sitio que te está destinado para resucitar en él. Otros monjes lo ocuparán y tu tumba permanecerá ignorada de casi todos.
En la frontera de Laiginn esperaba a los monjes, con una representación de sus nobles, Dimma Pie Torcido, el rey de los Fothairt, pueblo que habitaba en torno a Kildare (Cill Dara), donde estaba el monasterio fundado por Santa Brígida.
-Qué gran honra nos haces, oh rey. Matad uno de nuestros bueyes y hartaos con él.
-¡Cómo vamos a hacer eso!
-Vamos, que lo mando yo.
-Bueno, por no hacerte un feo...
Al día siguiente se pusieron en marcha con un buey solo.
Poco después, se cruzaron por el camino con un mayoral que llevaba reses bravas.
-¿Nos das un novillo de limosna?
-Yo sí, pero ¿para qué lo queréis?
-Ahora verás.
Lo engancharon al yugo y continuó tirando del carro como el más manso de los bueyes hasta que llegaron adonde se encontraba el rey de Laiginn, Aed, al que la vita llama Gobán.
El rey Aed era discípulo de San Comgall de Bangor y harto del siglo había decidido retirarse a la vida monástica.
-Providencial es tu llegada, Munnu llamado Fintan. ¿Me harías el favor de hacerte cargo de este monasterio?
-No tenía pensado yo eso, pero está bien.
-No sabes cómo te lo agradezco. Adiós. Rezaré por ti dondequiera que esté.
-Muy bien.
No se recuerda prosperidad tan grande en aquellas tierras como la de los años que Fintan Munnu estuvo a su cabeza. Pero como todo acaba, un día los Uí Cennselaigh, pueblo del sur de Laiginn, con Guaire mac Eogan a la cabeza, empezaron a hacer correrías por toda la comarca.
Las mujeres y los huérfanos acudieron desolados a Fintan, que mandó una embajada de cuatro hombres a Guaire.
-Decidle a ese soberbio que devuelva todo lo que ha robado. Si así lo hace, morirá de su muerte, cargado de años, y su dinastía reinará hasta el día del juicio. Decídselo: yo sé que no os va a hacer caso. Os recibirá, para desairaros, mientras se corta el pelo. Le decís: "Suelta lo que te has llevado, que si no éste será tu última sesión de peluquería, que el próximo corte que te hagan no te van a dar tiempo a que te crezca el pelo, y va a ser por el pescuezo".
El rey se rió de ellos y los echó con cajas destempladas; a los cinco días estaba decapitado.
Entre tanto, murió San Comgall de Bangor y sus monjes acudieron a Fintan Munnu.
-Ha muerto San Comgall.
-Vaya por Dios; paciencia.
-Sí. ¿Quieres tú ocupar su lugar, la abadía de Bangor?
-No me parece bien meterme en la casa que ha fundado otro y aprovecharme de su trabajo y de su esfuerzo, como si fuera el cuclillo.
-Bueno, pues vente como un monje más a nuestra abadía.
-No quise quedarme con el mismísimo San Columba y no voy a ser monje bajo otro abad, como comprenderéis.
-Bien: pues este monasterio donde ahora estás depende de Bangor y no puedes seguir de abad aquí; si no aceptas ninguna de las otras dos opciones, tendrás que irte.
-No me importa, pero permitid que designe a mi sucesor.
-Eso sí, el que tú digas.
-Aed Gobán.
-¡Pero si está en Roma!
-Habéis dicho que el que yo quiera...
-No pasa nada: vete a buscarlo y mientras tanto nosotros nos haremos cargo de esto.
-Mirad lo que os digo: en cuanto me vaya yo, este monasterio se vendrá abajo poco a poco y hasta el mar le negará sus frutos...
Pero como estaba escrito que Aed fuera abad de aquel convento, al poco tiempo se lo encontraron, que regresaba de Roma.
Munnu volvió a tierras de los Fothairt donde un día en el bosque se le aparecieron tres hombres vestidos de blanco que lo guiaron al lugar donde debía fundar un nuevo monasterio. Lo dejó marcado con unas cruces. Estaba rezando allí una noche con sus monjes y sus voces llegaron a oídos del rey Dimma, que celebraba una victoria regocijándose con sus guerreros en torno a unas cabezas cortadas a los enemigos.
-¡Qué vergüenza! Estos santos rezando a Dios y nosotros celebrando una fiesta de Satanás... Regalaré estos terrenos a Fintan. Tal vez Dios me perdonará.
Entonces fue a negociar con el abad:
-Esta donación creo yo que se merece alguna recompensa...
-¿Te parece poca? El Cielo por un pedazo de tierra...
-Pero de tierra muy buena y un pedazo muy grande.
-Pues di: ¿qué más quieres?
-Larga y placentera vida, buena muerte y poco antes de que me llegue la hora que me instruyas para ser monje y merecer sepultura entre los tuyos.
-Concedido todo; y este mismo trozo de suelo donde tienes los pies será el de tu tumba.
Aquel rey Dimma tenía dos hijos, Cillín, que se criaba con Fintan Munnu, y Cellach, que estaba en otro convento.
-Voy a visitar a mis hijos -se dijo el rey.
A Cellach se lo encontró vestido con hábitos de púrpura adornados con unos motivos en forma de flechas, un abrigo encerado del que pendían unas bolas de bronce y calzando unos borceguíes de cuero persa con apliques de bronce.
-Veo que te tienen bien cuidado.
Fue a ver al otro hijo. Venían al convento unos carros; delante de ellos, a pie, unos frailecillos muy alegres cantando salmos. Los impermeables los llevaban colgados del yugo de los bueyes. uno de los muchachos era Cillin. Vestía hábito negro de lana sin teñir, túnica blanca con una lista negra; en los pies calzado ruin, de campesino.
-Ya se ve la diferencia -dijeron los cortesanos aduladores al rey-: cómo quieren a ti y a tu hijo un abad y el otro.
-¡Chitón! Que éste todo lo oye y no sabéis cómo se las gasta...
Munnu, efectivamente, lo había oído.
-A éstos no les gusta el trato que damos al príncipe; prefieren cómo tratan al otro en el otro convento. Lo que no saben es que al otro, por su mala educación, lo matarán los de Laiginn y se quedará sin la tierra y sin el Cielo. Y éste de aquí será un gran abad, anacoreta, escriturario, obispo; y a su muerte irá al Cielo.
-Dame algún regalillo de recuerdo tuyo -pidió el rey a Fintan, por lisonja.
-Esta camisa. He dormido una noche con ella. Cuídala, que te puede venir muy bien.
Sucedió poco después que el príncipe Cellach mandó matar a Aed mac Crundmael, el hijo del rey de Laiginn, Crundmael, por mano de un monje lego. Crundmael invadió en represalia el territorio de Dimma y éste tuvo que escapar a uña de caballo. Por fortuna para él, la camisa de Munnu volvía invisible al que la llevaba, y así pudo el rey cruzar las filas de los atacantes.La prenda de invisibilidad se ha identificado repetidamente con la capacidad de entrar en el mundo de los muertos y salir de él.
Fintan Munnu lo supo y se encaminó con doce monjes a pedir clemencia. Crundmael los vio venir de lejos y, temeroso de los poderes del santo, mandó que ajusticiasen al reo y comenzasen inmediatamente los públicos regocijos.
-¿Qué músicas son ésas y algazara? -preguntó Fintan, que lo oyó de lejos.
-Celebración de alguna justicia.
-¿Así se regodean por una muerte? ¡Permita Dios que ningún rey se siente en este trono maldito por más de siete años!
Sin desmoralizarse, acudieron a Crundmael.
-Devuélvenos al prisionero.
-¡Ni aunque quisiera! Está muerto y bien muerto.
-Mientes.
-Si es mentira, tuyo es el preso.
El rey estaba vivo, porque sus verdugos se habían quedado paralizados sin poder mover las manos. Crundmael lo soltó. Pero aún continuaba en su poder el lego que había dado muerte a su hijo. Lo tenía preso en una isla y ordenó que lo sacasen de ella en barco y que lo matasen en alta mar antes que Fintan pudiese socorrerle. Sin embargo, el barco quedó flotando inmóvil sobre las aguas hasta que llegaron los monjes de Fintan Munnu y rescataron al condenado de entre sus ejecutores.
Fintan había conseguido de Dios algunos privilegios. Sus monjes iban muriendo por riguroso orden de edad, y quien era enterrado donde alcanzaban los ecos de la campana de su iglesia tenía asegurado no ir al Infierno. Además, el preveía con tres días de adelanto las muertes y avisaba al interesado. Se enteraba de muchas cosas que se decían en su ausencia y de los pensamientos ajenos, como por telepatía. Era imposible mentirle en confesión. Pero los vicios y defectos que se le confesaban, si él bendecía al penitente, desaparecían para no volver.
Una vez fueron a verlo unos ascetas.
-Nosotros nos dedicamos a hacer penitencia por nuestros pecados.
-¿Qué penitencia hacéis?
-Nos hemos puesto a pan y agua para siempre.
-Eso es demasiado.
-Pero hacemos un poquillo de trampa, porque echamos en el agua unas gotas de leche.
-Bueno, seguid. Yo bendigo esta agua.
Desde entonces, aquel agua que cogían los penitentes se transformaba en leche.
Uno de sus monjes le pidió una vez permiso para ir de visita a su pueblo.
-Bueno, pero no te entretengas mucho.
-Pierde cuidado.
-Para que no se te vaya el santo al Cielo vamos a hacer una cosa: hasta que no me vuelvas a ver, no bebas más que agua clara.
-Prometido.
Mientras estaba en el pueblo el monje, Fintan Munnu murió y el monje se quedó sin que se le pudiese levantar el voto. Así pasaron treinta años, hasta que un abad, llamado Mocomoc, tuvo la curiosidad de beber de su vaso.
-¡Ah pícaro, así cualquiera! ¡Esto es vino y del mejor! ¡Con un traguito que he dado ya estoy piripi!
-Pues sí, señor. Desde que Fintan murió, siempre mi agua se transforma en este licor delicioso. Pero ahora que se ha descubierto, sé que mi muerte es inminente. ¡Adiós, hermanos, encomendadme a Él!...
San Munnu recibía la visita de su ángel dos veces por semana, los jueves y los domingos. Un jueves que faltó, el ángel hizo enfadar al abad.
-¿Cómo me has dado plantón el jueves?
-Teníamos en el Cielo el recibimiento de San Lugidio, Molua para los amigos, de Clonfert.
-Pregúntale a Dios de mi parte por qué es antes hacerle a Lugidio el rendibú que venirme a ver a mí. Y si es motivo para tenerme todo el día esperando.
-Voy.
-Que dice -contestó el ángel a la vuelta- que el motivo es que San Molua es un santo amable y pacífico, que nunca ha hecho que nadie se pusiese colorado en su presencia. Y tú eres un hueso y constantemente les estás sacando los colores a tus monjes y con tu carácter no se va a ningún lado.
-Al revés; si se ha enfadado Dios, me iré de Irlanda a hacer penitencia por tierras nunca holladas de ningún gaélico.
-No lo hagas. ¿Tú quieres que cuando te mueras se te haga en el Cielo la misma honra que a San Molua?
-Claro.
-Pues no te muevas y el jueves en vez de venir yo vendrá otro enviado de Dios a ese efecto.
Llegó el jueves y San Munnu estuvo esperando todo el día sin que viniese nadie. A la noche, sintió un vivo dolor, que lo dejó postrado un rato.
-¡Ay, Dios! ¡Éste es el enviado tuyo...! ¡Podías avisar!
Cuando se repuso, San Fintan Munnu se dio cuenta de que tenía la lepra.
-Bueno: yo me lo he buscado. Ahora me aguanto con ella. Dios quiere que esté mancillado y con picores... ¡Pues ni me lavo ni me rasco!
La lepra le duró veinticuatro años, y en todo ese tiempo sólo se rascó y se lavó una vez al año, por Jueves Santo.
Por entonces, ardía la polémica sobre la celebración de la Pascua. Fintan Munnu era el principal defensor de la tradición pascual irlandesa, mientras que San Laseriano era partidario de que se adoptasen las normas romanas. Para discutir la cuestión se convocó un sínodo, al que asistía Suibhne, rey de los Uí Bairche, uno de los pueblos más poderosos de Laiginn, favorecedor del partido romano. Fintan se hacía esperar y el rey se impacientó.
-¿Para qué esperamos a ese viejo leproso? ¡Que venga o no, se va a adoptar el rito romano!
-Cállate mejor -dijo Laseriano-. Fintan todo lo oye y podría ser que te pesara de tus palabras.
Cuando Fintan llegó al final, el rey Suibhne se acercó hipócrita o diplomáticamente a pedirle su bendición.
-¿La bendición de un viejo leproso? ¿Para qué la quieres? Que sepas que no te valdría de nada, porque de todas maneras cuando Cristo, a la diestra del Padre, te oyó lo que decías de mí, se puso colorado de coraje. Por eso te advierto que antes de un mes morirás degollado por tus hermanos, tu sangre se mezlará con el barro del suelo y tu cabeza la echarán al río y nunca aparecerá.
Esta última parte de la maldición debía de ser especialmente terrible para un irlandés, porque ya se sabe el valor sagrado que concedían a la cabeza. En las batallas, los guerreros trataban de cobrar las de los enemigos caídos y los allegados de éstos procuraban rescatarlas a toda costa.
Fintan propuso a Laseriano tres modos distintos de resolver la disputa.
-Vamos a coger dos libros: uno con tus cuentas pascuales y otro con las mías. Los echamos a una hoguera, y el que se salve de la quema, ése se sigue. Si no, elige tú un monje de los tuyos y yo escogeré a uno de los míos: los metemos en una cabaña y la prendemos fuego. El rito del monje que no se queme será el correcto. O si no, vamos a hacer otra cosa: vamos a la tumba de un monje santo, que sepamos que está en el cielo, y lo resucitamos de entre los muertos: que nos diga cómo se celebra en el Paraíso la Pascua, si como dices tú o como digo yo.
-Yo no compito contigo, porque tienes tanto favor y tantas agarraderas en el Cielo que aunque no tengas razón, por no desairarte te la darían ahí arriba.
-Pues mira: vámonos por donde hemos venido, y que cada cual celebre la Pascua como le parezca y su conciencia le mande.
-¡Pues eso!
Una madrugada un ermitaño britano afincado allá en Laiginn, carpintero de carros, vio venir a Fintan. La noche era fría y el britano tenía un gran fuego para secar la leña con la que hacía su trabajo.
-Fintan, vendrás helado. Siéntate a calentarte junto a esta lumbre.
Al descalzar al santo, se fijó en sus zapatos.
-Este barro que traes en los zapatos, ¿de dónde es? De por aquí no.
-¿No se lo vas a decir a nadie?
-Yo no hablo con nadie.
-Verás: yo vengo ahora derecho de la Tierra de Repromisión...
La Tierra de Repromisión, Terra Repromissionis en latín, Tír Tairngiri en Irlandés, es el lugar paradisíaco (pero situado en este mundo) en busca del cual partió San Brendan, cristianización del Tír na nÓg de los mitos paganos.
-Allí tenemos hechas nuestras celdas cuatro santos: San Colum Cille, San Brandano, San Cainnech (estos dos están algo más allá) y yo. Donde tiene la casa Colum Cille se llama Ath Cain -es decir, "Vado Suave": así se llamaba uno de los conventos fundados por Fintan-; la de Brendano Aur Pardus, la de Cainnech Seth Bethath y la mía Port Subi. Una cosa te voy a decir: si algún día te ves en una tribulación o en una tentación insoportable, vete a la Tierra de Repromisión. Para eso ten preparados doce carros nuevos con doce calderos de bronce.
(Ni falta hace recordar la importante carga simbólica que tiene el caldero, espacio donde se opera la renovación del mundo, matriz de la mujer y copa del océano donde muere el sol cada noche para resucitar al amanecer, crisol del orfebre, pote del caldo y Graal de la inmortalidad).
-Llegaréis al mar y embarcaréis.
(El viaje al Más Allá suele atravesar la barrera acuática, mar, lago o río).
-Sacrificaréis a los bueyes, y podéis coméroslos. Si el tiempo apremia, no tendrás tiempo de construir barcos o fletarlos. En ese caso, podréis navegar cómodamente en las pieles de los bueyes.
El carretero guardó silencia hasta la muerte de San Fintan; después relató la conversación y, para prueba, iba enseñando una muestra de aquella extraña tierra que llevaba el santo en los zapatos, la cual conservaba como preciada reliquia.
Cuando san Fintan Munnu Murió, fue excepcionalmente numerosa la muchedumbre de ángeles que bajó del Cielo a recogerlo. Al verlo, los demonios salieron en cantidad igual o superior, dispuestos a la gresca. Se anunciaba una reyerta escatológica como no se viera otra desde la caída de los ángeles malos; pero San Munnu moribundo levantó el rostro a los Cielos y los demonios, llenos de terror, huyeron dispersándose en todas direcciones. El espanto les duró una semana, durante la cual, por falta de diablos, no ingresó nadie en el Infierno. Mientras tanto, se celebraban en el cielo grandes alegrías y regocijos.
La festividad de San Fintan Munnu se celebra el 21 de octubre.
Cuando ya aquel ermitaño no tenía nada que enseñarle, Fintan Munnu se fue a recibir las lecciones de San Comgall. Iba un día andando con aquel santo y otros de sus monjes. El calor apretaba. se pararon a rezar junto a un río. El niño pidió permiso para ir a beber agua.
-Aguanta un poco hasta mediodía.
Continuaron andando, llegó mediodía y no encontraron ninguna casa donde les dieran hospitalidad.
-Vamos a buscar, por lo menos, algún manantial para beber un poco de agua.
-No seas latoso, hijo. Espera hasta la hora nona; aguanta un poco.
Pero llegó la hora de nona y tampoco había nada para beber.
-A ver donde encontramos algo para quitarnos la sed...
-Hijo, ¡qué poca paciencia! Espera hasta la noche...
Ya había caído el sol cuando, en mitad del camino, encontraron esperándolos unas mesas puestas con una cena opípara y abundante bebida de distintas clases, todo excelente. Era un convite de Dios.
-¿Veis? Ésta es la recompensa de la paciencia y del aguante.
Cuando Fintan hubo estudiado la regla de Comgall y todo lo que le podía enseñar el santo aquel, se fue con San Colum Cille.
Aprendiendo las letras. Manuscrito de principios del siglo XIV. |
-Mientras yo estaba cantando, el muchacho que estaba a mi lado, ¿quién era?
-¿A tu derecha?
-Eso.
-El chico de Telchán.
-Pues ése va a ser un gran sabio y abad de un gran monasterio.
Después, San Munnu se fue a Doin Innis, donde permaneció diecinueve años estudiando con otro hombre de santa vida, Filell Nuannaich. Eran severos ascetas; molían el grano con paja, lo amasaban en unos lebrillos con agua y con esa masa hacían unas tortas que cocían en piedras calentadas a la lumbre. Ésa era toda su comida.
Al cabo de los diecinueve años, Fintan decidió volver con San Colum Cille. Pero éste ya estaba moribundo en su gran abadía de Í o Iona. En su lecho de muerte, dijo a uno de sus monjes:
-Después de que yo me muera, recibiréis la visita de un monje de pelo muy blanco, rizado, con las mejillas muy coloradas. Es un monje muy santo, tanto que me lo he encontrado más veces en el Cielo que aquí abajo en la tierra. Pero no lo acojáis entre vosotros ni le pongáis a vuestra cabeza: es áspero por naturaleza. Decidle de mi parte que será un gran abad y cabeza de muchas gentes, que no hay otro santo superior a él, pero que su destino no está aquí en Escocia sino en Laiginn.
¡Qué carácter debía de tener San Fintan cuando al propio San Colum Cille, tremendamente hosco e irascible, le parecía agrio! Ahora bien, si era exageradamente fuguillas, también es cierto que le pesaba de ello, y cuando se mostraba de genio demasiado vivo con alguien, ayunaba hasta conseguir su perdón.
Munnu hizo caso a los monjes de Í y regresó a Irlanda, donde fundó un monasterio en una isla. Solía subir al punto más ato de ella para aislarse a rezar en soledad. Una vez, lo sorprendieron unos gritos, gemidos y alaridos tremendos.
-¿Quién sois vosotros? ¿Qué voces son éstas?
-Ha habido una batalla tremenda y muchos, como nosotros, han caído en combate. Nosotros hemos muerto en pecado y estamos en el Infierno. ¿Te parece que no tenemos motivo para dar voces?
-Lo que sé es que yo no puedo vivir en un sitio donde llegan los gritos del Infierno. ¡Así no hay quien rece!
Se fue con sus monjes en busca de mejor emplazamiento y tropezó por el camino con un hombre que parecía desesperado.
-¿Qué te pasa, infeliz?
-Yo era un pastor pudiente y tengo tierras donde pastan mis ganados, que son muchos. Pero ahora han cogido una enfermedad que está acabando con ellos y me veo en la miseria.
-Yo bendigo las aguas de este río; trae las ovejas a beber aquí.
Rebaño. Capitel gótico. |
-Estas aguas también curan a las personas; para tu información.
El ganadero, lleno de gratitud, donó a los monjes de Fintan grandes terrenos para levantar un convento; pero el santo dejó allí a un puñado de los suyos y prosiguió camino. Pasó de largo por su pueblo, sin querer saludar a vecinos ni familiares y se instaló algo más allá. Pero no pudo evitar la tabarra de la familia y su madre le envió un criado preguntando, ya que no quería irlos a visitar, dónde y cuando podían ellos irlo a ver a él.
-Bueno, pues que venga un rato a Lugmath.
La madre, sin prevenir a Munnu, se puso en camino con otras tres de sus hijas. Al llegar a Lugmath, una de ellas, que era doncella, sintió un gran dolor de repente y se cayó muerta.
Al día siguiente apareció Fintan y vio la sepultura recién hecha con su piedra erigida encima.
-¡Ah, ya veo! Ésta es la tumba de mi hermana Conchena.
-¿Y te quedas tan ancho? -exclamó la madre, pasmada- ¡Resucítamela, en el nombre de Dios!
-Bueno, mujer, bueno. Venga, fuera todo el mundo y volved mañana.
Allí se quedó el santo monje rezando. Horas después, la madre y las dos hermanas vieron venir a la doncella por su propio pie.
-Dice Munnu que no quiere visitas; que no volvamos a irle a ver; que si se entera de que vamos, coge el barco y se pasa a Britania.
Era enemigo de resurrecciones y milagros de relumbre. Una vez, para que resucitase a otro, le dijeron sólo que estaba en cama sin poderse mover ni conocer a nadie (y así era en verdad), pero no que estuviese muerto. Así, le echó su bendición y lo devolvió a la vida sin saber lo que había hecho. En otra ocasión fue una hemorroísa la que pidió su intercesión.
-Pero ¿qué se han creído, que yo soy el curandero mayor de Laiginn?
El hermano portero, sin embargo, se apiadó de ella y robó la casulla del santo. Con ella tapó a la enferma, que pronto quedó buena y San Fintan no se enteró.
Una vez vinieron a su convento cinco monjitas con su superiora. El portero les preguntó qué era lo que querían.
-Que os vayáis de este monasterio y nos lo dejéis a nosotras para vivir para siempre.
-¡Toma! ¿Y eso por qué?
-Porque os será mucho más fácil levantar uno nuevo a vosotros, que sois cincuenta hombretones, que a nosotras, cinco pobres monjitas. Tú ve y díselo al que mande aquí.
Monjas ocupan un convento. Manuscrito del siglo XIV. |
-Pues tienen razón esas monjitas. Ea: no hay que ser perezoso. Vámonos sin llevarnos nada que les pueda aprovechar, salvo las hachas, lo necesario para el culto y los libros, con un carro y una pareja de bueyes para transportarlos.
Cuando emprendían los monjes la partida, la superiora de las religiosas le pidió su bendición.
-Que Dios te bendiga, que lo que es yo no te voy a bendecir, so pedigüeña. ¡Da gracias que no puedo cerrarte las puertas del Cielo, que lo haría con mucho gusto! Para que lo sepas, éste no es el sitio que te está destinado para resucitar en él. Otros monjes lo ocuparán y tu tumba permanecerá ignorada de casi todos.
En la frontera de Laiginn esperaba a los monjes, con una representación de sus nobles, Dimma Pie Torcido, el rey de los Fothairt, pueblo que habitaba en torno a Kildare (Cill Dara), donde estaba el monasterio fundado por Santa Brígida.
-Qué gran honra nos haces, oh rey. Matad uno de nuestros bueyes y hartaos con él.
-¡Cómo vamos a hacer eso!
-Vamos, que lo mando yo.
-Bueno, por no hacerte un feo...
Al día siguiente se pusieron en marcha con un buey solo.
Cabeza de buey. Bretaña, siglo XVI. |
-¿Nos das un novillo de limosna?
-Yo sí, pero ¿para qué lo queréis?
-Ahora verás.
Lo engancharon al yugo y continuó tirando del carro como el más manso de los bueyes hasta que llegaron adonde se encontraba el rey de Laiginn, Aed, al que la vita llama Gobán.
El rey Aed era discípulo de San Comgall de Bangor y harto del siglo había decidido retirarse a la vida monástica.
-Providencial es tu llegada, Munnu llamado Fintan. ¿Me harías el favor de hacerte cargo de este monasterio?
-No tenía pensado yo eso, pero está bien.
-No sabes cómo te lo agradezco. Adiós. Rezaré por ti dondequiera que esté.
-Muy bien.
No se recuerda prosperidad tan grande en aquellas tierras como la de los años que Fintan Munnu estuvo a su cabeza. Pero como todo acaba, un día los Uí Cennselaigh, pueblo del sur de Laiginn, con Guaire mac Eogan a la cabeza, empezaron a hacer correrías por toda la comarca.
Las mujeres y los huérfanos acudieron desolados a Fintan, que mandó una embajada de cuatro hombres a Guaire.
-Decidle a ese soberbio que devuelva todo lo que ha robado. Si así lo hace, morirá de su muerte, cargado de años, y su dinastía reinará hasta el día del juicio. Decídselo: yo sé que no os va a hacer caso. Os recibirá, para desairaros, mientras se corta el pelo. Le decís: "Suelta lo que te has llevado, que si no éste será tu última sesión de peluquería, que el próximo corte que te hagan no te van a dar tiempo a que te crezca el pelo, y va a ser por el pescuezo".
El rey se rió de ellos y los echó con cajas destempladas; a los cinco días estaba decapitado.
Entre tanto, murió San Comgall de Bangor y sus monjes acudieron a Fintan Munnu.
-Ha muerto San Comgall.
-Vaya por Dios; paciencia.
-Sí. ¿Quieres tú ocupar su lugar, la abadía de Bangor?
-No me parece bien meterme en la casa que ha fundado otro y aprovecharme de su trabajo y de su esfuerzo, como si fuera el cuclillo.
-Bueno, pues vente como un monje más a nuestra abadía.
-No quise quedarme con el mismísimo San Columba y no voy a ser monje bajo otro abad, como comprenderéis.
-Bien: pues este monasterio donde ahora estás depende de Bangor y no puedes seguir de abad aquí; si no aceptas ninguna de las otras dos opciones, tendrás que irte.
-No me importa, pero permitid que designe a mi sucesor.
-Eso sí, el que tú digas.
-Aed Gobán.
-¡Pero si está en Roma!
-Habéis dicho que el que yo quiera...
-No pasa nada: vete a buscarlo y mientras tanto nosotros nos haremos cargo de esto.
-Mirad lo que os digo: en cuanto me vaya yo, este monasterio se vendrá abajo poco a poco y hasta el mar le negará sus frutos...
Pero como estaba escrito que Aed fuera abad de aquel convento, al poco tiempo se lo encontraron, que regresaba de Roma.
Munnu volvió a tierras de los Fothairt donde un día en el bosque se le aparecieron tres hombres vestidos de blanco que lo guiaron al lugar donde debía fundar un nuevo monasterio. Lo dejó marcado con unas cruces. Estaba rezando allí una noche con sus monjes y sus voces llegaron a oídos del rey Dimma, que celebraba una victoria regocijándose con sus guerreros en torno a unas cabezas cortadas a los enemigos.
-¡Qué vergüenza! Estos santos rezando a Dios y nosotros celebrando una fiesta de Satanás... Regalaré estos terrenos a Fintan. Tal vez Dios me perdonará.
Entonces fue a negociar con el abad:
-Esta donación creo yo que se merece alguna recompensa...
-¿Te parece poca? El Cielo por un pedazo de tierra...
-Pero de tierra muy buena y un pedazo muy grande.
-Pues di: ¿qué más quieres?
-Larga y placentera vida, buena muerte y poco antes de que me llegue la hora que me instruyas para ser monje y merecer sepultura entre los tuyos.
-Concedido todo; y este mismo trozo de suelo donde tienes los pies será el de tu tumba.
Aquel rey Dimma tenía dos hijos, Cillín, que se criaba con Fintan Munnu, y Cellach, que estaba en otro convento.
-Voy a visitar a mis hijos -se dijo el rey.
A Cellach se lo encontró vestido con hábitos de púrpura adornados con unos motivos en forma de flechas, un abrigo encerado del que pendían unas bolas de bronce y calzando unos borceguíes de cuero persa con apliques de bronce.
-Veo que te tienen bien cuidado.
Fue a ver al otro hijo. Venían al convento unos carros; delante de ellos, a pie, unos frailecillos muy alegres cantando salmos. Los impermeables los llevaban colgados del yugo de los bueyes. uno de los muchachos era Cillin. Vestía hábito negro de lana sin teñir, túnica blanca con una lista negra; en los pies calzado ruin, de campesino.
-Ya se ve la diferencia -dijeron los cortesanos aduladores al rey-: cómo quieren a ti y a tu hijo un abad y el otro.
-¡Chitón! Que éste todo lo oye y no sabéis cómo se las gasta...
Munnu, efectivamente, lo había oído.
-A éstos no les gusta el trato que damos al príncipe; prefieren cómo tratan al otro en el otro convento. Lo que no saben es que al otro, por su mala educación, lo matarán los de Laiginn y se quedará sin la tierra y sin el Cielo. Y éste de aquí será un gran abad, anacoreta, escriturario, obispo; y a su muerte irá al Cielo.
-Dame algún regalillo de recuerdo tuyo -pidió el rey a Fintan, por lisonja.
-Esta camisa. He dormido una noche con ella. Cuídala, que te puede venir muy bien.
Sucedió poco después que el príncipe Cellach mandó matar a Aed mac Crundmael, el hijo del rey de Laiginn, Crundmael, por mano de un monje lego. Crundmael invadió en represalia el territorio de Dimma y éste tuvo que escapar a uña de caballo. Por fortuna para él, la camisa de Munnu volvía invisible al que la llevaba, y así pudo el rey cruzar las filas de los atacantes.La prenda de invisibilidad se ha identificado repetidamente con la capacidad de entrar en el mundo de los muertos y salir de él.
Prisionero con la soga al cuello. capitel románico. |
La casa real tuvo menos suerte. Ochenta de ellos fueron apresados y encadenados. Cada día eran degollados dos, y una de las víctimas fue el príncipe Cellach.
El rey fue hecho preso al final y condenado a muerte.Fintan Munnu lo supo y se encaminó con doce monjes a pedir clemencia. Crundmael los vio venir de lejos y, temeroso de los poderes del santo, mandó que ajusticiasen al reo y comenzasen inmediatamente los públicos regocijos.
-¿Qué músicas son ésas y algazara? -preguntó Fintan, que lo oyó de lejos.
-Celebración de alguna justicia.
-¿Así se regodean por una muerte? ¡Permita Dios que ningún rey se siente en este trono maldito por más de siete años!
Sin desmoralizarse, acudieron a Crundmael.
-Devuélvenos al prisionero.
-¡Ni aunque quisiera! Está muerto y bien muerto.
-Mientes.
-Si es mentira, tuyo es el preso.
El rey estaba vivo, porque sus verdugos se habían quedado paralizados sin poder mover las manos. Crundmael lo soltó. Pero aún continuaba en su poder el lego que había dado muerte a su hijo. Lo tenía preso en una isla y ordenó que lo sacasen de ella en barco y que lo matasen en alta mar antes que Fintan pudiese socorrerle. Sin embargo, el barco quedó flotando inmóvil sobre las aguas hasta que llegaron los monjes de Fintan Munnu y rescataron al condenado de entre sus ejecutores.
Fintan había conseguido de Dios algunos privilegios. Sus monjes iban muriendo por riguroso orden de edad, y quien era enterrado donde alcanzaban los ecos de la campana de su iglesia tenía asegurado no ir al Infierno. Además, el preveía con tres días de adelanto las muertes y avisaba al interesado. Se enteraba de muchas cosas que se decían en su ausencia y de los pensamientos ajenos, como por telepatía. Era imposible mentirle en confesión. Pero los vicios y defectos que se le confesaban, si él bendecía al penitente, desaparecían para no volver.
Una vez fueron a verlo unos ascetas.
-Nosotros nos dedicamos a hacer penitencia por nuestros pecados.
-¿Qué penitencia hacéis?
-Nos hemos puesto a pan y agua para siempre.
-Eso es demasiado.
-Pero hacemos un poquillo de trampa, porque echamos en el agua unas gotas de leche.
-Bueno, seguid. Yo bendigo esta agua.
Desde entonces, aquel agua que cogían los penitentes se transformaba en leche.
Uno de sus monjes le pidió una vez permiso para ir de visita a su pueblo.
-Bueno, pero no te entretengas mucho.
-Pierde cuidado.
-Para que no se te vaya el santo al Cielo vamos a hacer una cosa: hasta que no me vuelvas a ver, no bebas más que agua clara.
-Prometido.
Mientras estaba en el pueblo el monje, Fintan Munnu murió y el monje se quedó sin que se le pudiese levantar el voto. Así pasaron treinta años, hasta que un abad, llamado Mocomoc, tuvo la curiosidad de beber de su vaso.
-¡Ah pícaro, así cualquiera! ¡Esto es vino y del mejor! ¡Con un traguito que he dado ya estoy piripi!
-Pues sí, señor. Desde que Fintan murió, siempre mi agua se transforma en este licor delicioso. Pero ahora que se ha descubierto, sé que mi muerte es inminente. ¡Adiós, hermanos, encomendadme a Él!...
San Munnu recibía la visita de su ángel dos veces por semana, los jueves y los domingos. Un jueves que faltó, el ángel hizo enfadar al abad.
-¿Cómo me has dado plantón el jueves?
-Teníamos en el Cielo el recibimiento de San Lugidio, Molua para los amigos, de Clonfert.
-Pregúntale a Dios de mi parte por qué es antes hacerle a Lugidio el rendibú que venirme a ver a mí. Y si es motivo para tenerme todo el día esperando.
-Voy.
-Que dice -contestó el ángel a la vuelta- que el motivo es que San Molua es un santo amable y pacífico, que nunca ha hecho que nadie se pusiese colorado en su presencia. Y tú eres un hueso y constantemente les estás sacando los colores a tus monjes y con tu carácter no se va a ningún lado.
-Al revés; si se ha enfadado Dios, me iré de Irlanda a hacer penitencia por tierras nunca holladas de ningún gaélico.
-No lo hagas. ¿Tú quieres que cuando te mueras se te haga en el Cielo la misma honra que a San Molua?
-Claro.
-Pues no te muevas y el jueves en vez de venir yo vendrá otro enviado de Dios a ese efecto.
Llegó el jueves y San Munnu estuvo esperando todo el día sin que viniese nadie. A la noche, sintió un vivo dolor, que lo dejó postrado un rato.
-¡Ay, Dios! ¡Éste es el enviado tuyo...! ¡Podías avisar!
Cuando se repuso, San Fintan Munnu se dio cuenta de que tenía la lepra.
-Bueno: yo me lo he buscado. Ahora me aguanto con ella. Dios quiere que esté mancillado y con picores... ¡Pues ni me lavo ni me rasco!
La lepra le duró veinticuatro años, y en todo ese tiempo sólo se rascó y se lavó una vez al año, por Jueves Santo.
Por entonces, ardía la polémica sobre la celebración de la Pascua. Fintan Munnu era el principal defensor de la tradición pascual irlandesa, mientras que San Laseriano era partidario de que se adoptasen las normas romanas. Para discutir la cuestión se convocó un sínodo, al que asistía Suibhne, rey de los Uí Bairche, uno de los pueblos más poderosos de Laiginn, favorecedor del partido romano. Fintan se hacía esperar y el rey se impacientó.
-¿Para qué esperamos a ese viejo leproso? ¡Que venga o no, se va a adoptar el rito romano!
-Cállate mejor -dijo Laseriano-. Fintan todo lo oye y podría ser que te pesara de tus palabras.
Cuando Fintan llegó al final, el rey Suibhne se acercó hipócrita o diplomáticamente a pedirle su bendición.
-¿La bendición de un viejo leproso? ¿Para qué la quieres? Que sepas que no te valdría de nada, porque de todas maneras cuando Cristo, a la diestra del Padre, te oyó lo que decías de mí, se puso colorado de coraje. Por eso te advierto que antes de un mes morirás degollado por tus hermanos, tu sangre se mezlará con el barro del suelo y tu cabeza la echarán al río y nunca aparecerá.
Esta última parte de la maldición debía de ser especialmente terrible para un irlandés, porque ya se sabe el valor sagrado que concedían a la cabeza. En las batallas, los guerreros trataban de cobrar las de los enemigos caídos y los allegados de éstos procuraban rescatarlas a toda costa.
Fintan propuso a Laseriano tres modos distintos de resolver la disputa.
-Vamos a coger dos libros: uno con tus cuentas pascuales y otro con las mías. Los echamos a una hoguera, y el que se salve de la quema, ése se sigue. Si no, elige tú un monje de los tuyos y yo escogeré a uno de los míos: los metemos en una cabaña y la prendemos fuego. El rito del monje que no se queme será el correcto. O si no, vamos a hacer otra cosa: vamos a la tumba de un monje santo, que sepamos que está en el cielo, y lo resucitamos de entre los muertos: que nos diga cómo se celebra en el Paraíso la Pascua, si como dices tú o como digo yo.
-Yo no compito contigo, porque tienes tanto favor y tantas agarraderas en el Cielo que aunque no tengas razón, por no desairarte te la darían ahí arriba.
-Pues mira: vámonos por donde hemos venido, y que cada cual celebre la Pascua como le parezca y su conciencia le mande.
-¡Pues eso!
Una madrugada un ermitaño britano afincado allá en Laiginn, carpintero de carros, vio venir a Fintan. La noche era fría y el britano tenía un gran fuego para secar la leña con la que hacía su trabajo.
-Fintan, vendrás helado. Siéntate a calentarte junto a esta lumbre.
Al descalzar al santo, se fijó en sus zapatos.
-Este barro que traes en los zapatos, ¿de dónde es? De por aquí no.
-¿No se lo vas a decir a nadie?
-Yo no hablo con nadie.
-Verás: yo vengo ahora derecho de la Tierra de Repromisión...
La Tierra de Repromisión, Terra Repromissionis en latín, Tír Tairngiri en Irlandés, es el lugar paradisíaco (pero situado en este mundo) en busca del cual partió San Brendan, cristianización del Tír na nÓg de los mitos paganos.
Paraíso terrenal. manuscrito del siglo XII. |
(Ni falta hace recordar la importante carga simbólica que tiene el caldero, espacio donde se opera la renovación del mundo, matriz de la mujer y copa del océano donde muere el sol cada noche para resucitar al amanecer, crisol del orfebre, pote del caldo y Graal de la inmortalidad).
-Llegaréis al mar y embarcaréis.
(El viaje al Más Allá suele atravesar la barrera acuática, mar, lago o río).
-Sacrificaréis a los bueyes, y podéis coméroslos. Si el tiempo apremia, no tendrás tiempo de construir barcos o fletarlos. En ese caso, podréis navegar cómodamente en las pieles de los bueyes.
El carretero guardó silencia hasta la muerte de San Fintan; después relató la conversación y, para prueba, iba enseñando una muestra de aquella extraña tierra que llevaba el santo en los zapatos, la cual conservaba como preciada reliquia.
Cuando san Fintan Munnu Murió, fue excepcionalmente numerosa la muchedumbre de ángeles que bajó del Cielo a recogerlo. Al verlo, los demonios salieron en cantidad igual o superior, dispuestos a la gresca. Se anunciaba una reyerta escatológica como no se viera otra desde la caída de los ángeles malos; pero San Munnu moribundo levantó el rostro a los Cielos y los demonios, llenos de terror, huyeron dispersándose en todas direcciones. El espanto les duró una semana, durante la cual, por falta de diablos, no ingresó nadie en el Infierno. Mientras tanto, se celebraban en el cielo grandes alegrías y regocijos.
La festividad de San Fintan Munnu se celebra el 21 de octubre.
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