sábado, 12 de octubre de 2013

El demonio de la discordia o ¡...Como no te apartes tú...!

Allá por el siglo VIII, la asombrosa eclosión de espiritualidad que se había producido en Irlanda durante los doscientos años anteriores, irradiando cultura y religiosidad por el continente europeo, daba muestras de estarse agostando. Los grandes monasterios se habían transformado en importantes núcleos de población y centros de poder político que plantaban cara a reyes y señores y participaban en las constantes guerras entre los pequeños o no tan pequeños estados de la isla. La vida ascética y la actividad de estudio se habían relajado.
Esta decadencia había de provocar por fuerza una reacción, un movimiento fundamentalista de reforma y de retorno a los orígenes. Lo protagonizaron los céli Dé, expresión adaptada al inglés como culdees, nombre su vez castellanizado en culdeo, un palabro del que bien se puede echar mano a falta de otro mejor.
Tallaght fue el centro del movimiento de los Céli Dé.
Grabado del siglo XIX
Céle Dé en irlandés quiere decir simplemente "compañero de Dios". En el irlandés de hoy, "marido" y "mujer" son fear céile y bean chéile, "varón" y "mujer de compañía". El uso ya es antiguo. Una inscripción en galo, sobre teja, que parece remontarse al siglo IV, encontrada en el pueblo francés de Châteaubleau, habla de un "dagisamo cele", "magnífico novio". Por desgracia, la teja no ha podido ser traducida aún de modo satisfactorio, que yo sepa.
La idea básica de la palabra parece ser la de "mitad" o "reciprocidad", como en el bretón actual egile o el irlandés a chéile. Más lejanamente, se relaciona con el latín cives, originalmente "conciudadano", y con una raíz indoeuropea que significa "acostarse".
Con esto se ve que la relación espiritual que aspira a mantener el céle Dé con Dios es de lo más estrecho.
Con la renovación llevada a cabo por estos monjes y anacoretas se ha relacionado la poesía irlandesa eremítica de celebración de la naturaleza, fenómeno lírico característico que ha producido un puñado de poemas extrañamente emocionantes, de conmovedora sencillez.
Sentido de la naturaleza. Miniatura
de las Cantigas de Alfonso X.
Tal vez el más famoso de los céli Dé y con el que más a menudo nos hemos tropezado en estas entradas es Óengus, el autor del célebre santoral en verso que se conoce por su nombre. La devoción de los santos era viva entre los culdeos y por eso se les deben libros de este tipo, como también el Santoral de Tallaght, obra, según se cree, de San Maelruain, fundador del monasterio de Tallaght y del movimiento de los céli Dé. Al monasterio de Tallacht perteneció también Óengus, el poeta de los santos.
Otro de estos monjes renovadores fue, al parecer, San Comgán, santo del que, desgraciadamente, no se tienen demasiadas noticias. 
Comgán no era un nombre nada raro: el diccionario de santos irlandeses de Pádraig Ó Riain trae dos distintos. El que ahora interesa es el de Cluain Connaidh. La mayor parte de lo que se sabe de él proviene de un libro ya tardío, del siglo XVI; un libro litúrgico escocés, el Breviario de Aberdeen (Breviarium Aberdonense), del que se puede leer en línea una excelente reproducción fotográfica en la dirección digital.nls.uk.
Según éste, Comgán era de los escotos hibernios de Laiginn y de sangre real.  
A juzgar por lo que se lee en otras fuentes, su padre fue el rey Cellach Cualann, cuya muerte en el año 715 supuso el fin de la dinastía de los Uí Máil, que dominaron por poco tiempo el Laiginn antes de ser relegados a las tierras costeras del Este.
Los valles del Bóand y del Lífe, al Oeste de las sierras, constituían la parte importante del reino, mientras que la costa, ocupada por pueblos tributarios de los Laiginn de pura cepa, no adquiriría su posterior pujanza hasta la época de las invasiones vikingas.
A la muerte de su padre, Comgán, que se había educado para caballero y para rey, especialmente aficionado a la equitación y el tiro con arco, subió al trono, reinando con prosperidad de sus súbditos y paz en sus territorios. Procuraba favorecer siempre a la Iglesia con diezmos y otras ofrendas y hallaba tiempo para dedicarlo a la meditación y el estudio como quien prefería servir a Dios que al mundo.
Tanta ventura no podía sino irritar a los poderes infernales, que desencadenaron su ira contra el joven monarca y su reino. Y así promovieron una coalición de las reinos fronterizos que se abatió sobre Laiginn desde diversas partes simultáneamente.
Esta situación, que el breviario atribuye al reinado de Comgán, la Historia nos dice que ya venía arrastrándose desde tiempo atrás.
No sólo era que la prosperidad de Laiginn despertase la codicia de sus vecinos, sino que desde dentro de sus propias fronteras otras familias aspiraban a destronar a las dinastías reinantes. Cellach, el padre de Comgán, había muerto en guerra contra una alianza de pueblos vecinos.
Comgán no quiso seguir sus pasos. No podía soportar el espectáculo de tanta sangre inocente vertida y optó por darse a la fuga. Escapó perseguido por las huestes invasoras tan de cerca que fue alcanzado en un pie por una flecha enemiga, siendo, dice su vida, verdadero milagro que se les escurriese entre los dedos sin recibir daños más graves.
Bien puede ser que sufriese esa herida realmente, pero no lo es menos que el episodio tiene su valor simbólico.
De tiempo en tiempo acaba aflorando en estas entradas la cojera (o su forma atenuada la semi descalcez),  señal de haber sido tocado por lo sagrado o de tener estrecho contacto con el mundo superior. Al igual que la ceguera, y ambas coinciden en el caso de Edipo. Hefaistos, el dios herrero, queda cojo a causa o como consecuencia de su descenso violento del reino de los dioses. Según el himno homérico a Apolo, Hera lo arrojó de él por haber nacido cojo y enclenque; cayó al mar donde fue recogido y criado por las oceánidas Tetis y Eurínome. En su caverna submarina permaneció, dice la Ilíada, nueve años, fabricando para las hijas del mar buena cantidad de broches, collares, brazaletes y demás alhajas. 
En fin, Hefaistos es un dios edípico, porque en su intento de defender a su madre Hera de su marido Zeus, éste, mucho más fuerte, lo agarró y lo lanzó como un bichejo molesto desde el Olimpo hasta la isla de Lemnos: ésta es otra versión del origen de su cojera. 
En cualquier caso, Hefaistos fue buen amigo de Tetis, para quien forjó las armas de Aquiles, las cuales poco valieron al joven héroe contra la flecha mortal que lo hirió en el pie.
Van Dijk: Hefaistos y Tetis con la armadura de Aquiles.
Edípico también el heráclida Télefo. Héracles engendró a Télefo en Auge, una princesa virgen consagrada a la diosa Atenea. El motivo de la forzosa castidad y encierro de Auge era que, como es frecuente en los mitos, un oráculo había augurado al rey, su padre, que un nieto suyo lo destronaría.
Al nacer el pequeño Télefo, lo ocultaron en el templo de Atenea pero no tardó en descubrirse el pastel y ser abandonado el niño para que muriese en el monte, donde lo crió y salvó una cierva. Otras versiones cuentan que la madre y el hijo fueron arrojados a la mar en una barca (mito de Dánae, ver El culebrón de la condesao vendidos como esclavos, como sucede en la novela bizantina, y en cualquier caso separados uno de otro. Auge acabó adoptada por el rey de Misia, el cual, andando el tiempo, concedió su mano, como recompensa, a un joven forastero que le había brindado un auxilio decisivo en la guerra. Auge, fiel a la memoria de Héracles, tomó la decisión de darle cuatro cuchilladas al novio en la noche de bodas y dejarlo muerto. No sabía ella que el valiente extranjero era su hijo Télefo. Afortunadamente, la intervención de Héracles evitó la tragedia in extremis.
Después de este matrimonio frustrado, Télefo se llevó a la hija más guapa de Príamo, Laodicea, lo que lo obligó a involucrarse en la guerra de Troya junto a su suegro y cuñados. Otros dicen en cambio que había tomado por mujer a una de las amazonas, aliadas de los troyanos. Fuese como fuese, durante el combate fue alcanzado en una pierna por la lanza de Aquiles. La herida se volvió incurable, salvo mediante limaduras del arma que la había causado.
Bernard Sergent subraya la relación entre esta lanza de Aquiles y la maza del dios irlandés Dagda, capaz de curar y aun de resucitar a los que hiere y mata; también al doble poder, mortal y curativo, del héroe Cú Chulainn, equivalente irlandés, según él, de Aquiles.
El caso era que el destino no quería que los griegos entrasen en Troya mientras no estuviese curada la pierna de Télefo.  
Aquiles no fue fácil de convencer, pero al fin cedió y desde entonces el papel de Télefo en la guerra fue ambiguo. Al final de una larga vida de desgracias, acabó (un rasgo edípico más) arrancándose los ojos y murió en las columnas de Hércules, o sea Gibraltar.
También tiene que ver con Héracles otro ilustre herido en el pie: el centauro Pholo, que acogió al héroe con hospitalidad, pero que murió accidentalmente alcanzado en un pie por una flecha lanzada en una reyerta con otros centauros, y luce ahora en el firmamento como constelación.
No se puede olvidar la herida del pie de Filoctetes, mordido éste por una serpiente. La mordedura degeneró en una llaga tan maloliente que los griegos, incapaces de sufrir el hedor, lo abandonaron en la isla de Lemnos (la misma de Hefaistos, por cierto).
Ahora bien: Filoctetes, que había sido gran amigo de Héracles, había heredado su arco y sus flechas, sin las cuales no podían los griegos tomar Troya, de manera que hubo que rescatarlo y admitirlo en el ejército sitiador. Con ese arco arco y flechas habría de ser abatido Paris, príncipe troyano y raptor de Elena.
Y, sin salir del ciclo troyano, Eneas también recibió en una pierna un flechazo incurable, al menos por medios humanos; pero que Venus pudo sanar gracias al díctamo.
Eneas herido, atendido por el médico Iápix bajo
la mirada de Venus. Fresco romano del siglo I.
Estas divagaciones me llevan muy lejos de Laiginn; pero nos acercan más a tierras célticas las piernas heridas de lanza de diferentes reyes de la leyenda artúrica, descendientes de los compañeros de José de Arimatea (ver Caldero, sangre y lanza). El carácter fálico de la lanza, así como la obvia identidad simbólica de la herida de estos reyes (que aniquila la fuerza vital pero a cambio abre el camino a una duradera vida mística) con la castración, se ha señalado repetidamente. Y no es nada raro, en distintas religiones, que la mutilación sea condición del sacerdocio: desde la castración de los sacerdotes de Atis y Cibeles hasta la tonsura del monje cristiano.
San Comgán, pues, herido en el pie y desterrado de su reino, optó por renunciar al siglo y entrar en religión. Y según dice el Breviario de Aberdeen embarcó a Escocia acompañado de su hermana Kentigerna (ver Tres hermanas discretas) y de sus sobrinos Felano, Furseo y Ultano. Otros siete clérigos los acompañaban. Desembarcaron en Lochalsh o en Loch Carron, dos rías separadas por una península frente a la isla de Skye, lugares por cierto famosos por la frecuente visita del pueblo foca.
Los hombres foca son una gente marina que suele salir a las playas, donde se despojan de su piel y envoltorio acuático y quedan en forma humana. Durante sus visitas al mundo de los hombres de tierra firme son bastante vulnerables, puesto que si se les esconde o roba su piel de foca no pueden volver a recobrar su aspecto ni regresar al mar. Sus mujeres son codiciadas para esposas, por su belleza, pero los matrimonios mixtos suelen acabar mal; cuando no languidece y muere la mujer foca víctima de la morriña, es frecuente que atraiga  la desgracia sobre su marido e hijos humanos.
Quien quiera leer más historias sobre el fascinante pueblo foca, las encontrará en el interesante libro La bruja del mar y otros cuentos, narradas por Duncan Williamson y traducidas y estudiadas por Javier Cardeña Contreras.
Aunque esto es lo que dice el Breviario de Aberdeen, otros suponen que la hermana y los sobrinos de San Comgán no se reunieron con él hasta más tarde, cuando Kentigerna quedó viuda. De Santa Kentigerna dicen las historias que estuvo casada con Feriaco, régulo de Monchestre. Modernamente se ha identificado a este rey con Feradach úa Artúr, pequeño rey de Dál Riata que aparece como uno de los firmantes de la promulgación de la ley llamada Cáin Adamnáin, promovida por San Adamnán de Í o Iona y aprobada en el sínodo de Birr en 697.
Feradach era nieto de otro rey, Artúr mac Aedán, en el que algún historiador ha creído ver la figura histórica que dio pie al personaje legendario del rey Arturo.
La vida de san Comgán del Breviario de Aberdeen identifica, como se puede ver, al Felano o Faoláin sobrino de Comgán con el famoso misionero San Faoláin (Foillan), mártir, fundador del monasterio de Fosses en Bélgica. Probablemente se trata, sin embargo, de dos personas distintas.
San Faoláin, el hijo de Santa Kentigerna, se estableció en Cill Fhaoláin (la ermita de Faoláin), Killilan en inglés, no lejos de Lochalsh, donde vivía Comgán. Allí pasó este santo el resto de sus días en oración y soledad. Su festividad se celebra el 13 de Octubre.
Como era frecuente entre estos primeros santos escoceses (empezando por San Colum Cille), las virtudes cristianas no le impedían tener un carácter irascible y testarudo. Una vez, llevando una vaca, se tropezó por el camino con su tío Comgán que venía cara a él. El camino era estrecho; a un lado tenía un precipicio sobre un río y no podían pasar dos vacas de frente. Tío y sobrino tenían, como corresponde a dos santos, excelentes relaciones y solían reunirse con sus otros dos hermanos a hablar de la oración, de las miserias de este mundo, de los tormentos de los condenados y de las glorias del Paraíso.
Pero lo cortés no quita lo valiente y ninguno de los dos juzgó digno apartarse para ceder el paso al otro, de manera que, muy sonrientes ambos, se quedaron uno frente a otro, sonrientes y sin moverse. Así permanecieron varios días.
Vaca con santo. Exvoto alemán del siglo XIX.
Las vacas tienen fama de animales apacibles y flemáticos, pero con todo y con eso aquéllas perdieron la paciencia antes que sus amos. Se picaron, la de San Comgán se arrancó y arrojó del camino a la otra rodando barranco abajo. El pobre animal quedó muerto a la orilla del río, con el espinazo partido y las cuatro patas en alto.
-¡Maldita sea...! -estalló San Faoláin- ¡No quiera Dios que vuelva a subir un solo salmón por la ría de Lochalsh hasta el fin de los tiempos! ¡Habrase visto...! ¡Lumbre vas a comer!...
-¿Conque sí? ¡Pues permita Dios que la mujer que se case en Killilan, que se quede más estéril que un ladrillo y no tenga hijos ni descendencia de ninguna clase hasta el día del Juicio!
Y así sucedió. Según la campesina que narraba esta tradición, recogida a principios del siglo XX en las páginas de la Celtic Review (1907), los novios de Killilan procuraban irse a casar discretamente a otros pueblos para esquivar la maldición. Y es que ya lo decía ella: "¡Mala cosa es reñir! Entre santos y entre vecinos, entre beatos y entre pecadores, ¡Virgen santísima, qué cosa tan mala es reñir!"







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