viernes, 11 de mayo de 2012

El mártir de su mujer

Mucho se ha escrito de San Gangulfo, en particular desde que Stercx y Sergent llamaron la atención sobre los numerosos elementos que la leyenda de este santo ha heredado de las antiguas creencias sobre el dios celta Lugu.
En estas entradas ya lo he mencionado repetidamente.
Lugu es el equivalente celta de Apolo (asegura Sergent), dios muy relacionado con los lobos; Gangulfo significa "Andar de lobo", exactamente como Wolfgang, que es el mismo nombre al revés.
Este santo se celebra el 11 de mayo.
La Vida de San Gangulfo, recogida en las Acta Sanctorum, según los recopiladores se remonta al siglo XI.
Hroswitha, la autora teatral de que ya he hablado (ver Cara sucia y mano limpia) le dedica un largo poema.
Según éste, Gangulfo, nacido de ilustre familia borgoñona, heredó la profunda fe de los suyos, puesto que "colgado de los pechos de su madre, cada vez que chupaba la leche, iba adquiriendo, reclinado sobre ellos, los misterios de la fe, mientras vivía de lo que tragaba".
Era esto durante el gobierno de Pipino, padre de Carlomagno.
Pipino el Breve. Miniatura del siglo XII.
Ya de mozo, mostró su aversión a los juegos, espectáculos lascivos y parrandas propios de su edad, así como su inclinación a la vida de soldado, por lo que, dadas sus prometedoras cualidades, Pipino le regaló una primorosa y valiosísisima armadura, no tan fuerte y preciosa -dice la Vida- como la armadura espiritual, interior, que lo defendía de la tentación y el pecado.
Lo casaron con una mujer de prendas comparables a las suyas por su sangre, hacienda y belleza, llamada Ganea. 
Cuando no estaba guerreando, se dedicaba al ejercicio de la caza en los espesos bosques de sus dominios.
Regresando una vez de una campaña militar, cansado y acalorado, encontró una fuente transparente y fresca como el hielo, que brotaba entre mullidas hierbas a la sombra de unos árboles, invitando al reposo. Allí se tendió, dejando pastar a su caballo, cuando se le acercó un paisano.
Rafael: el sueño del caballero (detalle).
-¿Qué, se está a gusto?
-En la gloria, sí, señor. El que tenga esta fuente (si es que tiene dueño) tiene un tesoro.
-No crea usted. Esta fuente es mía y de tesoro nada. Malamente vamos tirando. Mejor sería tener unas perras.
-Fácil: ¿por qué no me la vende?
-Hecho.
El campesino quedó contentísimo comprendiendo que aquél era un soldado forastero que estaba de paso y se iría para no volver, dejándole dineros y fuente. Pero no le salieron las cosas como pensaba, porque al marcharse Gangulfo el manantial se secó.
Cuando Gangulfo vino contando el negocio que había hecho, su mujer se tiraba de los pelos:
-¡Pero tú estás atontado! ¿Qué habré hecho yo para que me casen con semejante bobo? Y ¿cuándo vamos a ir a beber del agua, me quieres decir? ¿O la vas a mandar traer en cántaros? ¿O poner una cañería?
Pero una vez que hizo falta el agua, Gangulfo plantó un báculo en el suelo y al sacarlo, del hueco brotó la fuente. Se sabía que era la misma que había comprado por la frescura, claridad y sabor, que en toda la comarca no había otra igual.
Aquella fuente, que dicen que aún existe, tiene eficaces propiedades medicinales.
Su mujer despreciaba a Gangulfo por santurrón y por no hacerle ni caso con tanta cacería y llegó a aborrecerlo con toda su alma.
Cierto capellán de la casa, al que no le habían pasado desapercibidas las muchas cualidades de la señora, supo aprovechar la oportunidad. 
Surgió la pasión. A hurtadillas al principio. Pronto, la mujer, sin poder contenerse, iba gritando su felicidad a los cuatro vientos. 
Tanto que el marido no tuvo más remedio que enterarse. El dilema en que se encontraba era tremendo. La adúltera era merecedora de castigo, pero vengándose como era su deber, Gangulfo propalaba su deshonor, ya bastante divulgado, y por si fuera poco se hacía responsable de una muerte.
Una vez, paseando solo con ella por el campo, le dijo como quien no quiere la cosa:
-¿Sabes que las malas lenguas van diciendo de tí unas cosas horrorosas?
-Pues ¿qué cosas?
-Nada: que estás liada con el cura y que os veis abiertamente y lo sabe todo el pueblo.
La mujer, oyendo esto, empezó a lamentarse de la desconfianza de Gangulfo, que daba crédito a tan infames chismorrerías, y a protestar de su inocencia y de su honor, con toda clase de juramentos y batimanes, como es costumbre de las mujeres ("more muliebri").
-Entonces te dará igual hacer una pequeña prueba -dijo Gangulfo-: meter la mano en esa fuente y sacar del fondo una piedrecita; si lo consigues, comprenderé que no se te ha pasado por la cabeza hacer nada malo.
-¡Ahora mismo!  
Esto recuerda vivamente a la ordalía que dio origen, en Irlanda, al río Bóand, de la que hablé en la entrada Antigüedad de Dahut. Paul Sébillot en su magno libro sobre el folklore de Francia reseña varias fuentes que conservaban en sus tiempos este mismo carácter judicial para determinar la inocencia de las mujeres en tales deslices.
La mujer culpable, pues, metió el brazo hasta el codo en el agua, pero he aquí que al sacarlo la piel se le fue desprendiendo de la carne, como un guante, hasta quedar colgando de la punta de los dedos.
Por este motivo, San Gangulfo es patrón del gremio de los guanteros y zapateros. Una más de las semejanzas, añadida a la de su infelicidad conyugal, de Gangulfo con Lugu, que según el Mabinogi estuvo ejerciendo durante algún tiempo ese oficio. Otros santos zapateros y herederos de Lugu son Crispín y Crispiniano.
Tampoco hay que perder de vista los contenidos sexuales implícitos tanto en el guante como en el desuello (dígalo Gilda).
Si las sirenas llevasen guantes...
Dibujo publicitario de finales del siglo XIX.
Ganea ya se veía pasada a cuchillo, pero para su alivio y sorpresa, Gangulfo sentenció:
-Merecerías que te matase, pero no me voy a manchar las manos con un crimen por ti. Quédate tu dote y buen provecho te haga: no quiero nada tuyo. No me volverás a ver el pelo.
Recogió Gangulfo sus cosas y emigró a otra provincia donde se dedicó a sus buenas obras.
Ganea y su amante, libres del marido, se entregaron a sus amores con mayor fuego y libertad que antes, pero sin poderse librar de una sorda inquietud. ¿Y si al abobado de Gangulfo se le encendía una lucecilla de inteligencia y volvía a vengarse?
-Mientras esté vivo ese besugo no voy a vivir tranquila. Si me quieres, líbrame de este peso.
-Pero ¿cómo?
-¡Hijo! Pues dándole mulé... ¡¿Te lo piensas!?
-No, no... No hay más remedio.
El capellán se enteró bien de las costumbres de Gangulfo y de su servidumbre. Una noche que el desdichado estaba durmiendo solo, se introdujo en su alcoba y descolgando la espada  que pendía a la cabecera, descargó un golpe terrible sobre él. Pero Gangulfo despertó y se incorporó sobresaltado, conque el tajo, en vez de cortarle la cabeza, le hirió profundamente en un muslo. La herida en el muslo, sustituto eufemístico de la castración, tiene abundantes paralelos en la literatura artúrica desde el Libro del Graal, donde aparece una y otra vez.
El rey pescador herido en el muslo. Miniatura del siglo XIV.
El cobarde del cura, sin pararse a comprobar el éxito de su crimen, huyó a todo galope.
La herida era mortal pero Gangulfo pasó varios días de suplicio antes de morir mártir.  
Ganea y su cura celebraron por todo lo alto la hazaña del malvado clérigo. El capellán se encontró de pronto algo cansado y con necesidad de retirarse un momento; y mientras Ganea lo esperaba en su mullido lecho, arrojó (como el heresiarca Arrio) las entrañas mezcladas con un chorro de sangre y podredumbre, de modo que (dice la Vita) muriendo inconfeso cayó derecho de la letrina de la casa a la cloaca del Infierno.
Muerte del antipapa León, defensor del arrianismo, que sufrió el mismo
fin que el hersiarca. Mientras los demonios le sacan el alma por la boca,
expulsa las entrañas por el otro extremo. Semur-en-Brionnais.

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/4b/F09.Semur-en-Brionnais.0350.JPG?uselang=es 

Entre tanto, conocido el asesinato del pobre Gangulfo, tan querido en su tierra natal, se le organizaron solemnes exequias a las que asistió una gran muchedumbre atraída por la santidad del mártir.
A una de las criadas de la viuda inconsolable (por la muerte del cura), en su ingenuidad, se le ocurrió comentarle a su ama lo emocionante del acto y la multitud que había acudido conmovida al sepelio del santo, a quien ya se le atribuían milagros.
-Ese tarado -dijo furiosa-, para que lo sepas, era tan santo y tan milagroso como mi culo.
Y al pronunciar esta última palabra "dedit sonitum turpe modulamine factum" (en palabras de Hroswitha), es decir que  se le escapó un retumbante viento. Y este fue el castigo de su sacrilegio; porque desde aquel día, cada vez que abría la boca le sucedía lo mismo.





jueves, 10 de mayo de 2012

Vida y milagros del pescador de sirenas

-¿Oís ese carro? -dijo San Macníseo a los que estaban con él- Sólo por el ruido se sabe que va montado un rey en él.
-¡Te engaña el oído! -dijeron los otros- ¡Menudo rey! ¡Ahí no va más que Séadna con su mujer Brigga. Que, por cierto, no está para mucho carro, con la panza que tiene ya...
-Pues para que sepáis que no miento, esa mujer parirá al salir el sol y lo que lleva en la barriga es el rey que digo, que alumbrará al mundo con sus muchos milagros.
-Ya no es pequeño milagro que el carcamal de Séadna haya dejado preñada a la vieja reseca de su mujer...
-Vosotros reíros.
Séadna era un soldado viejo de los Dál nAraide, conjunto de pueblos de la costa Noreste del Ulad (Ulster) que alardeaban de su parentesco con los pictos de Escocia.
Paisaje y ruinas prehistóricas del condado de Aontroim (Antrim),
donde habitaban los Dál nAraide.
 Pero aunque pobre, era de noble sangre, como descendiente de Conall Cernach, uno de los afamados guerreros de la Rama Roja, mesnada del rey Conchobar mac Nesa. 
Durante toda la noche se dejaron ver mágicos resplandores  sobre la morada de Séadna, y a la hora de bautizar al niño, cuando nació, brotó por milagro una fuente. 
Fedlimid, el cura que lo bautizó, era ciego y lavándose la cara con el agua de la fuente recobró la vista: este mismo milagro se cuenta también de San David de Gales.
Le pusieron Comgall porque, al parecer, San Patricio había anunciado proféticamente su nacimiento y su nombre.
Ya desde estos primeros momentos de su vida se comprendía cómo Comgall iba a mandar sobre los elementos del fuego y del agua. 
Se ha visto en él, sobre todo, un santo ígneo, como Santa Brígida; pero San Comgall fue, recordémoslo, el que pescó a la santa sirena Lí Ban (ver Antigüedad de Dahut); muchas veces se le representa con un pez en la mano; era un santo navegante y pescador y sus milagros no sólo se refieren al agua, sino a otros líquidos: la saliva, la leche....
Siendo niño, lo mandaron por leche y cuando volvía con ella se cayó y a la cacharra, del golpe, se le desprendió el fondo; pero la leche se quedó disciplinadamente dentro, sin querer derramarse.  Años después, hizo aparecer milagrosamente un barreño de leche para San Finbarr, que estaba de visita en su monasterio (allí no se usaban esos lujos) y la necesitaba por su enfermedad del estómago. 
Varias veces, mientras el niño santo dormía, se vio una columna de fuego alzarse hasta el cielo sobre él; y se despertaba con la faz resplandeciente como un farolillo.
Durante toda su vida, la alcoba donde dormía solía refulgir como si hubiese dentro una gran hoguera.
Encendía la lumbre con soplar sobre la leña.
De joven, cuando le tocó ir a la guerra, mientras los soldados vivaqueaban bajo una nevada terrible, vio el rey que sobre Comgall no caía ni un copo (seguramente por el calor que irradiaba) y lo licenció como elegido de Dios.
No valía para soldado y lo pusieron a estudiar con un maestro de honda ciencia pero de flaca virtud.
Una mañana, antes de acudir a la lección, Comgall tiró el manto al suelo, lo pisoteó y lo rebozó en cagarrutas de las ovejas.
-Hijo -dijo el maestro-, ¡Cómo vienes! ¿Es que te has revolcado en el estiércol?
-El que te has revolcado toda la noche sin parar en el estiércol, es decir en brazos de tu amiga, eres tú; y piensa que es menos sucio llevar rebozada la capa que el alma.
Frailes lujuriosos con bailarina. manuscrito del siglo XIII.
El maestro se arrepintió, pero de todas maneras Comgall se fue en busca de mentores más virtuosos. Después se retiró a una isla y ya, debido a su fama, tenía discípulos que imitaban su vida ascética. Pero era tan áspera que de sus seguidores siete se murieron de hambre y frío.
Una delegación de santos acudió a decirle que relajase algo su mortificación; donde no, que dejaría Irlanda sin monjes para continuar la labor de los ancianos.
-Yo no les he mandado nada; pienso seguir lo mismo y ellos verán lo que hacen. De todas maneras, me voy a ir de este país a ver si en Britania se está más tranquilo.
-No lo hagas -dijo San Lugidio-; funda aquí un monasterio, que tu ejemplo es un gran beneficio para todos, siguiéndolo con sentido común.
Así se fundó el gran monasterio de Bangor. Muchos grandes santos se formaron entre sus muros.
Dice la leyenda que Bangor o Bennchor, que en irlandés suena como "Astas poner" se llama así porque el héroe Conall Cernach, pasando por allí con un rebaño de vacas, se enteró de la muerte de Cú Chulainn, y en un ataque de rabia les cortó los cuernos y los plantó en el suelo. Esto fue varios siglos antes de nacer Comgall.
Una vez, cerca de su nueva fundación, Comgall vio en la playa a dos hombres discutiendo vivamente y a punto de llegar a las manos. Se les acercó.
-¿Por qué os estáis poniendo así, que parecéis unos lobos?
-Este malnacido, que se empeña en pescar donde echo las redes yo, y cuando llego me encuentro el sitio esquilmado.
-Y tú ¿qué pasa: que te has creído que el mar es tuyo? ¿Quién te da derecho…?
-Me da derecho que como te enganche no te dejo un hueso sano.
-A ver si lo que me dejas son los sesos pegados a este remo…
Pescadores. Cruz de Gosforth, s. X.
-Las manos quietas -dijo Comgall-. ¿Qué sitio es ese que decís?
-Aquél, allá, donde se ve una mancha verde... -se lo señalaron a lo lejos.
-Bueno, pues no pelearse porque desde hoy en esa parte podéis pescar los dos igual.
Efectivamente, a partir de aquel día desapareció por completo la pesca del lugar en litigio. 
En cambio, donde Comgall mandaba echar las redes, las sacaban rebosantes aunque fuese un charco de las rocas.
Paseando a orillas de un lago, vieron los monjes unos cisnes preciosos y sintieron deseos de jugar con ellos y acariciarlos. Pidieron permiso a Comgall para echarles unos mendrugos y atraerlos así a la orilla.
-¿Mendrugos? ¡Ya los quisiéramos para comer nosotros! Pero es igual...
Llamó a los cisnes y acudieron juguetones y estuvieron un rato retozando con los frailes. 
Había instaurado la siguiente norma: cuando un hermano acusaba de algo a otro, el acusado, culpable o no, tenía que postrarse sobre la tierra donde estuviese y permanecer así hasta que  lo perdonasen. 
Dos monjes se pelearon a bordo de una barca y uno acusó de algo al otro; éste se arrojó al mar. Cuando se lo dijeron a Comgall horas después, envió un buzo y, efectivamente, postrado en el fondo del mar, estaba el monje.
-Que subas a la superficie, que ya está bien.
Lo mismo pasó otro día: un monje quedó tendido de bruces por el mismo motivo en la playa. Los otros frailes se olvidaron de él; no podía moverse del sitio, subió la marea y lo cubrió. Comgall, cuando se enteró al cabo de mucho tiempo, mandó a rescatarlo y allí estaba indemne bajo el agua. No en vano se llamaba este hermano Obediente.
Como se supo que una vez había devuelto la vista a un ciego tocándole los ojos con un dedo mojado en saliva, un leproso anduvo siguiéndolo varios días, recogiendo del suelo lo que escupía. Cuando tuvo bastante, lo echó al agua de su baño y así se le curó la lepra.
Otro joven, familiar de Comgall, soñó una noche con un leproso que en sueños le contagió su enfermedad, de manera que se despertó gafo perdido. Esperó a que Comgall saliese del baño y sin cambiar el agua se metió en la bañera, de donde salió limpio y con el cutis de un bebé.
Vino un pordiosero pidiendo limosna y Comgall no llevaba nada encima.
-Esto es lo único que puedo darte.
Y le escupió un gargajo a la pechera.
El gargajo, sin embargo, era de oro: y estirándolo y juntando sus dos cabos, el mendigo hizo un anillo muy pesado de gran precio.
Fue una vez a solicitar algo del rey, que se mostraba remiso a concederlo. Enfadado, Comgall escupió en un gran peñasco, que al recibir el salivazo se partió en cuatro. El rey, aterrorizado, se apresuró a complacer al santo.
Una idea de Comgall fue hacer un ataúd donde acostar a todos los hermanos moribundos para que meditasen sobre el tránsito que les esperaba. Uno de los monjes nuevos lo vio mientras lo hacía, preguntó qué era; Comgall se lo explicó y el monje le alabó la idea.
-¿Verdad que está bien pensado? Ahí moriremos todos… ahí morirás tú. 
Pero no: murió lejos del convento, en una misión, y cuando lo trajeron ya estaba frío y tieso. 
San Comgall, sin dudarlo, lo resucitó.
-Ya me querías hacer quedar de mentiroso, ¿eh?
-Yo iba escoltado por dos ángeles y apareció otro tercero que mandaba más y dijo: "Soltad a éste, que dice Comgall que tiene que morir de viejo en no sé qué cajón”. ¡Qué mano tienes con los de ahí arriba!
Así era. Una vez se le presentó su cuñado:
-Que dicen los chicos que quieren que el tío les mande una campanita de regalo. ¡Ya ves! Los antojos de los críos.
-¿Qué cuesta darles ese gusto? ¡Tú, haz el favor!...
Vino un ángel por los aires y se posó en la celda.
-¿Te importa llevar esta campanita a mis sobrinos, a tal y tal sitio?
-Voy volando.
Ángel volador. Arte románico. Saintes. 
No fue aquella del monje la única resurrección que obró. A ruegos de un padre desesperado trajo de entre los muertos a un chiquillo que se había matado de una caída; pero el crío, cuando despertó, protestó diciendo que prefería mil veces volver al otro mundo. El padre tuvo que resignarse.
Vivía por allí un rico avaro con su madre, llamada Luch, y en una época de penuria tenía sus trojes a rebosar. Comgall mandó unos monjes a pedirle por amor de dios algo de trigo para remediar a los pobres.
-Yo -dijo el rico- no le pido nada a nadie. Que nadie me pida nada a mí. El trigo mío es para que se lo coma Luch.
-Como tú quieras.
Luch, en irlandés, significa “ratón”, y en efecto, llegaron los ratones y en un abrir y cerrar de ojos dieron cuenta de todo el granero del egoísta.
Otra de las virtudes de Comgall era ser un pedagogo milagroso. Sólo con su bendición convirtió a un chiquillo torpísimo y cerril en un fino amanuense y a un fraile que no había hecho en su vida más que destripar terrones en un herrero para quien la forja no tenía secretos. 
El rey Rónán Mac Aeda tenía una mujer que asombraba de lo guapa que era. Esta mujer esperaba un niño, y la desgracia fue que al nacer resultó negrito.
-¡Este renacuajo no es mi hijo ni esta zorra mi mujer! ¡A todos los demonios!
-¡Por Dios: que el hijo es tuyo!
-Claro, claro: clavadito a mí. Anda por ahí.
La esposa repudiada, en su desesperación, apeló a Comgall, asegurándole su inocencia. El santo abad bendijo a la criatura y la tornó blanquísima y de ojos azules, "preciosos, jacintinos" (dice la Vita). Viendo el cambio, Rónán no tuvo inconveniente en acogerlos.
Otra reina, de los Dál nAraide (la nación de Comgall) enfermó y se extinguía ante la impotencia de los médicos. Se acudió como último remedio a Comgall.
-Esto es veneno y por Dios te libro de él y pronto sabremos quién es el criminal.
De allí a poco, una de las esclavas favoritas de la reina, camarera suya, empezó a retorcerse, a darse de bofetones y a echar espumarrajos por la boca, arrancándose los pelos a puñados y gritando su culpabilidad. Al momento fue presa.
-¿Qué le haremos? ¿La quemamos viva? ¿La descuartizamos con cuatro caballos? ¿La despellejamos?
Ejecución merovingia. miniatura del s. XV


-Lo que diga Comgall.
-Dejadla estar -sentenció el abad- y dadle la libertad. ¿Qué crees: que no ha tenido bastante tormento con servirte y aguantar tus caprichos todos estos años?
Rabiando y pataleando obedecieron a Comgall: bien sabían que había hecho morir en un día a treinta soldados por vedarle el acceso a una isla privada; y a uno, que había osado robarle unos asnillos a una monja, le había hecho padecer una agonía espantosa antes de encomendarlo a los demonios.  
A diferencia de otros santos, Comgall tuvo antes de morir una enfermedad dolorosa y cruel. Sordo, afásico y con una retención de orina que le hacía pasar un auténtico martirio.
Unos decían que era en castigo por la penitencia excesiva que imponía a sus frailes; otros que era consecuencia de las mortificaciones insensatas a que se había sometido toda la vida. Entonces vino un ángel del cielo y cerró a todos la boca:
-¡A callar! No es ni lo uno ni lo otro. El Cielo obsequia a Comgall con unos dolores tan exquisitos e insoportables que a él solo no se le habrían ocurrido. ¡Son los últimos dones del Señor!
Y al fin murió consolado y asistido por San Fiachra, que obtuvo en premio de sus desvelos una importante reliquia: un brazo entero de San Comgall.
Con estas palabras lo honra en la fecha del 10 de Mayo el Santoral de Óengus:


Hi sídfhlaith ind altair
I mbí toirm cech thempuil,
Ron-snáda in slúagach
Comgall búadach Bennchuir.


Al reino de paz del Otro Mundo,
donde resuenan todos los templos,
Nos escolte el caudillo de grandes huestes,
Comgall el vencedor de Bangor.






miércoles, 9 de mayo de 2012

Peregrinos por Europa

Varios santos pueblan las páginas de los santorales de estos días con la característica común de haber peregrinado desde tierras oceánicas, célticas, hasta la Bélgica, en diferentes épocas. 
Empiezo por el más reciente. San Wirón o Guirón se dice que era de sangre egregia y lejano descendiente de Eremón, uno de los primeros pobladores de Irlanda que disputaron la Isla a los Tuatha Dé Danann  y la conquistaron. Pertenecía a la nación de los Corco Baiscind, en la orilla izquierda del Shannon.
Wirón no es nombre irlandés; probablemente lo adoptaría en su tierra de misión: ignoramos qué nombre le pondrían al nacer.
Dice la vida de San Wirón recogida en las Acta sanctorum, texto bastante retórico y ampuloso, que al niño Wirón lo destetaron muy pronto, sustituyéndole los pechos de su madre por las ubres de la sabiduría (¡mudanza lamentable, decimos nosotros, para cualquier otro niño!). 
Maestro y sus escolares. Miniatura del siglo XV.
Creció en doctrina y en virtud y desde la más temprana juventud sintió en sí el celo de predicar a los gentiles.
Pero la fama de su santidad le jugó la mala pasada de que sus paisanos decidieron, a pesar de su resistencia, nombrarle obispo (de Dublín, dice la tradición; pero no puede ser porque la diócesis no existía todavía, ni fue Dublín población de la menor importancia hasta que los escandinavos la convirtieron en uno de sus principales puertos de mar). 
Hubo de resignarse al final y, sgún costumbre local de la época (siguen informándonos las Acta sanctorum) tuvo que ponerse en camino rumbo a Roma para que el Papa en persona confirmase su nombramiento. Por el camino, que era (itinerario habitual) atravesando Gran Bretaña,  trabó amistad con otros dos clérigos, ingleses a juzgar por su nombre, Otger y Plechelmo, y decidieron hacer el camino juntos.
El Papa, en Roma, se negó a librar a Wirón de su carga y lo devolvió a Irlanda, habiendo consagrado también como obispo a Plechelmo.
Wirón se incorporó a su diócesis, al frente de la cual estuvo varios años hasta que, sintiendo urgentemente la vocación misionera, decidió dejarlo todo, buscó a sus antiguos compañeros y se embarcó de nuevo rumbo al continente.
Pipino de Herstal, verdadero gobernante de Francia en la época, lo acogió con los brazos abiertos y concedió a los misioneros unos terrenos en Roermond (Países Bajos, actualmente) donde fundar su monasterio e instalar la cabeza de puente de su evangelización, que se extendió por los Güeldres.
Mediante la evangelización, Pipino quería asegurarse el control del territorio mal o nada cristianizado de la Franconia e ir asentando su poder por toda la extensión que ocupaban los francos, frisones y otros germanos occidentales: iba preparando el terreno a la unificación que logró su nieto Carlomagno.
Paisaje de los Güeldres.
Pipino convirtió a Wirón en su confesor y consejero; solía acudir a consultarle los más variados asuntos, siempre descalzo y descubierta la cabeza.
Tras larga vejez, murió de calenturas un ocho de mayo. Mientras los coros de monjes cantaban en sus exequias, dícese que los ángeles hacían en el cielo el contrapunto, con pasmo de todos los asistentes. Un maravilloso aroma empapaba el lugar y en su tumba se produjeron muy numerosas curaciones milagrosas.
Remontando el tiempo encontramos, también celebrado el ocho de mayo, a otro irlandés, San Gibriano, que vivió en el siglo V.
San Gibriano vivió en tiempos de San Patricio, y no falta quien dice que recibió el bautismo o la ordenación sacerdotal de su mano, o al menos de la de alguno de sus primeros compañeros. Decidido a afrontar el martirio blanco o voluntario destierro por Cristo, partió de su tierra rodeado por todo un clan de seis hermanos: Tresano, Germano, Helano, Verano, Abrano y Petrano, y de tres hermanas: Franquia, Prompsia y Posena.
Sigeberto de Gembloux, el cronista, dice que la familia llegó a Francia en el año 509.
Según O'Hanlon, pasaron una temporada en Bretaña antes de adentrarse en Francia y afincarse en tierras de Châlons sur Marne, en la Champaña, tras haber sido muy bien acogidos por el rey Clodoveo I y su consejero San Remigio.
Clodoveo y San Remigio. Miniatura del siglo XIV.
 Todos los hermanos se buscaron lugares de retiro cercanos unos de otros, manteniendo el contacto entre sí y tejiendo una red de ermitas que tachonaban el territorio y le daban cohesión entre sus mallas. 
A la muerte de Gibriano su ermita se convirtió en lugar de peregrinación anual (el 8 de mayo) donde se daba cita una muchedumbre de fieles. Siglos después de su muerte se veían sobre su sepulcro resplandores sobrenaturales y se escuchaban músicas y cánticos suavísimos.
Gibriano, que llegó a muy viejo, caminaba con ayuda de un báculo que se convirtió en objeto de culto después de su muerte, detalle muy propio de los santos irlandeses. Hoy día se conservan varios fragmentos de un báculo de san Gibriano que no puede ser el original porque data del siglo XI.
Prosiguiendo viaje a contrapelo de los años, llegamos a Santa Tunvel, santa bretona, que también encontró una muerte de mártir en aquellas tierras de la Galia Nororiental: en Colonia concretamente, ya que dice la leyenda que fue una de las once mil vírgenes. Santa Úrsula y su ingente séquito virginal padecieron martirio a manos de los hunos de Atila, que murió en el 453, y durante el reinado, según la tradición bretona, de Conan Meriadec.
Sucede, sin embargo, que hay bastante confusión en torno a esta santa, que para algunos era prima de San Meveno, el amigo y colaborador de San Sansón de Dol, y para otros su madre, lo que excluiría su pertenencia al convoy ursulino (salvo que se hubiera librado de la quema y hubiese tenido el hijo más tarde). En todo caso, San Sansón de Dol murió más de un siglo después que Atila.
En lo que sí están de acuerdo casi todos es en que Santa Tunvel fue hermana de San Idunet, por lo que su festividad se celebra el mismo día. 
Idunet dícese que era hermano de San Winwaloe o Guenolé; medio hermano en todo caso, porque de haber sido hijo de Santa Gwen Teirvron ésta no hubiera tenido tres pechos, sino cuatro, ya que tocaban a uno por hijo (ver Perro Feroz y Jacuto). 
Fuese como fuese, se cuenta que el rey Gradlon el Grande (muy posterior también a Conan Meriadec) le había donado a Idunet extensos terrenos, que incluían el pueblo de Kastellin (en francés Châteaulin), del que es patrón. 
Châteaulin. Campanario de la iglesia actual.
Un día que Winwaloe se acercó a a hacerle una visita, Idunet se puso tan contento que se los regaló a él a su vez. Idunet también es patrón de Pluzunet, que quiere decir "Villa Idunet".
Es muy especial protector de la sidra y de los manzanos, y los que están enfermos, regándolos con el agua de su fuente sanan y recobran la lozanía y vuelven a dar abundante fruto.
El camino de Idunet fue el contrario del de su hermana: hacia occidente.
La Vida de San Idunet se conserva en el Cartulario de Landévennec. Según Baring-Gould se trata de un texto híbrido, compuesto de las biografías de dos santos; por eso en él al biografiado tan pronto se le llama Idunet como Ethbin. Lo que tienen en común los dos es la estrecha relación con Winwaloe: pero al parecer también se trata de dos Winwaloes distintos, tocayos.
Dice la Vida que al enviudar Eula, madre de Idunet, deseando entrar en religión, buscó el amparo de San Sansón, que le impuso a ella el velo y a a su hijito lo tonsuró. Tiempo después, Idunet marchó junto a San Similiano, en cuyo monasterio vivía Winwaloe, que trataba paternalmente al pequeño monjecillo, al que (fuese o no su hermano) distinguía con particular afecto.
Winwaloe, pues, tomó por costumbre que Idunet le hiciese de monaguillo cuando decía su misa diaria en una iglesia solitaria algo distante del monasterio. 
Por el camino iban entretenidos en conversaciones amenas y edificantes.
En una de ésas mañanas, al pasar junto a unas mieses, vieron a un leproso retorciéndose y aullando de dolor y se apresuraron a socorrerle.
-Nada tenemos, pero dinos cómo podemos ayudarte y lo haremos.
-De todos los mil dolores y peplas que tengo lo que peor llevo es lo de la nariz. Porque la tengo tapada de unos mocos tan espesos, pútridos y malolientes que no lo puedo resistir ni yo la peste que dan, y me escuecen que rabio; pues sonarme ni pensarlo porque sólo con arrimarme los dedos o hacer la fuerza de soplar veo las estrellas.
-Ven, hombre -dijo Winwaloe-, que te quitemos esos mocos. 
Idunet dejó el libro en el suelo, levantó al leproso y Winwaloe le arrimó el pañuelo a la nariz.
-Sopla despacito: así.
Pero el leproso empezó a dar chillidos sólo de imaginarse el esfuerzo.
-Bueno, pues ¡hala! -dijo Winwaloe- Si no hay otro modo...
Se metió la nariz del leproso en la boca y empezó a sorber con cuidado. Aquello ofrecía resistencia y había que aspirar con ganas. Pero al final salió todo y la sorpresa de Winwaloe fue que se encontró en la boca una piedra preciosa de suavidad paradisíaca y de brillo y color maravillosos. 
Idunet miró a lo alto y vio el Cielo abierto, una cruz refulgente en él y los ángeles que bajaban planeando.
-¡Padre, padre! ¡Éste que tenemos cogido, yo con las manos y tú con la boca, es el mismísimo Jesucristo!
-No me habéis hecho ascos, y yo tampoco os los haré a vosotros en mi Reino -dijo, y se perdió en las alturas, mientras permanecían en los aires las voces celestiales de los coros angélicos.
Santo (San Eleazar) y leprosos. Siglo XIV.
-Esta ventura nos lan ha ganado, Idunet -le dijo Winwaloe al rapaz- tu simplicidad y tu humildad, que eres el muchacho más obediente y más servicial que existe.
-¿Qué mérito tiene? Mérito el tuyo, que tienes a Dios en la mano y en la boca todos los días, cada vez que consagras; no sólo hoy.
-Eso sí.
-Y además, que yo sólo estaba sujetando y chupar chupabas tú.
-Ya... Que no lo sepa nadie esto que nos ha pasado.
-Mejor, mejor.
Entonces (dice la Vita) estalló la guerra entre los bretones los francos, que entraron el país a sangre y fuego.
Este acontecimiento puede situarse en el año 559, cuando los bretones de Conomor apoyaron al príncipe franco Cramnio frente a su padre Clotario I. Clotario aprovechó rápidamente la ocasión para sacudirse de encima la alianza de los bretones, que empezaba a ser incómoda cuando los ingleses parecían haber inclinado la balanza de su lado en Gran Bretaña. Suele ser catastrófica la alianza de los vencidos, como comprobarían pronto los bretones tras la derrota de Cramnio. 
Así se las gastaba Clotario. Asesinato de sus sobrinos Teobaldo y Guntario.
A la izquierda, Santa Clotilde, abuela de los niños. Manuscrito del siglo XV.
San Idunet huyendo de los horrores de la guerra y (siempre según la Vida) por servir al Señor cuyo soldado era pasó a Irlanda y en un bosque llamado de Nechtan se construyó una pequeña iglesia dedicada a San Silvano.
Es de notar la relación de este santo con bosques y árboles. Favorece a los manzanos, que simbolizan la embriaguez ("la madre de la sidra" le llaman los bretones), y ésta a su vez significa el éxtasis que trasciende el mundo, significa la realeza (la reina Medb de Irlanda) y el más allá (Avallon, la Tierra de las Manzanas). Se va a vivir al bosque y dedica la iglesia a Silvano, o sea Boscoso. Y es colaborador de Santa Brígida, la santa de los robles.   
Allí, a San Silvano, acudían desde lejos enfermos y tullidos a ser sanados.
Una madre vino a pedir por su niño paralítico.
-Lo que es los paralíticos, buena mujer, no los trabajo; pero vete a Santa Brígida que es la que lo lleva eso.
-De allí vengo y  he pasado varias noches durmiendo en el duro suelo y me ha sido dicho en sueños que viniese a tí, que tú me lo arreglabas, y por Dios vivo que no me vuelvo sin mi hijo curado.
-¿Dónde lo tienes?
-En casa, que no se puede mover.
-Déjame rezar a ver.
Mientras estaba concentrado en su oración entró a interrumpirle un niño, chillando atónito:
-¿Tú que haces aquí?
-Yo vivo aquí: ¿por qué?
-Porque yo estaba en mi casa baldado en la cama y has venido tú y me has levantado quisiera que no y me has traído aquí, y ahora te veo dentro y no te veo afuera.
-¿Tú eres el chico de una señora que está esperando ahí a la puerta?
-Sí.
-Pues no te he traído yo, sino Dios, y no le digas a nadie esto que ha pasado.
Conque madre e hijo se marcharon de la mano tan contentos.
Así pasó muchos, muchos años San Idunet, curando enfermos y haciendo vida eremítica. No comía más que los jueves, y para eso un cacho de pan. Vino, ni probarlo, salvo el de comulgar.
Y a los ochenta y tres años le entró un dolor fortísimo y sintió que había llegado el fin de su estancia en la tierra. Se despidió de los suyos, pidiendo que le diesen sepultura allí mismo, cerca del altar, y se pasó las últimas horas consolando a sus allegados.
En su tumba continuaron produciéndose milagros y curaciones. 

domingo, 6 de mayo de 2012

El caballero y el clérigo

Las noticias que tenemos de la vida de los santos Derrien y Neventer provienen de la tradición oral, de un gwerz (canción narrativa en verso) que circulaba en el siglo XIX como pliego de cordel y, sobre todo, de la vida de San Rioc  en el gran libro hagiográfico de Albert Le Grand, del siglo XVII.
Gustave Flaubert, en las notas de viaje de su Par les champs et par les grèves, al glosar su paso por la Roche-Maurice, en Bretaña, se refiere sucintamente a la más importante leyenda de estos dos personajes antes de explayarse en consideraciones fantástico-zoológicas sobre los dragones de los relatos de santos y caballeros.
Dice, pues, Albert Le Grand en La vie des saints de la Bretagne Armorique que Neventerio y Derien (Derrien no es más que una forma del nombre Adrián) eran dos señores de Britania, que estaban por Bretaña de regreso de su peregrinación a Tierra Santa, donde habían sido muy bien acogidos por Santa Elena, madre del emperador. 
Estamos, pues, en tiempos antiquísimos y anteriores incluso al legendario fundador de la Bretaña Armoricana, Conan Meriadec.
Desde Vannes los peregrinos se dirigen a Nantes, donde rinden culto a las reliquias de los santos Similiano, Rogaciano y Donaciano, y desandando lo andado marchan por tierra rumbo a Brest, donde han de embarcar a su patria.
Al pasar cerca del castillo de La Roche-Maurice junto al río hasta entonces llamado Dourdoun (Aguas Hondas) y desde entonces Elorn, ven a un personaje que se precipita a las aguas desde lo alto de las almenas. Acuden al galope y rescatan al suicida, que, trasladado a su casa, dice ser Elorn, señor del lugar.
La causa de su desesperación era la presencia en la comarca de un terrible dragón que de cuando en cuando salía de su madriguera para cazar y devorar hombres y ganados indistintamente. Bristoco (personaje legendario que dio a Brest su nombre), que reinaba entonces en la región, había decretado que cada sábado se sortease entre las familias de la comarca a cuál le tocaba entregar una víctima para saciar el hambre del monstruo.
Baring Gould, con su infalible manía de encontrar para todo una explicación racional (y a menudo más inverosímil que la propia leyenda), cree ver en esto el recuerdo de una antigua liturgia. Según él, los antiguos celtas practicaban anualmente (no semanalmente) sacrificios humanos para asegurar la producción de campos y rebaños. Estos sacrificios consistían en introducir a las víctimas en unos monstruos huecos de mimbre, que luego se prendían; y sus cenizas esparcidas por la tierra eran las que conferían la fertilidad.
Naturalmente, esto deriva del famoso texto de César en La guerra de las Galias (VI, 16) sobre los sacrificios humanos entre los galos, donde se habla por primera vez del famoso maniquí de mimbre, aunque no dice que se trate de obtener fertilidad sino protección ante enfermedades, peligros o en caso de guerra.
La existencia de sacrificios humanos en el culto druídico fue objeto de viva polémica entre los celtistas de la Ilustración y el Romanticismo. Mientras unos veían en el druidismo un culto bárbaro y sanguinario, otros imaginaban en él una religión primitiva, patriarcal y pura, semejante a un deísmo dieciochesco.
El director de cine Robin Hardy, en la película The wicker man (1973; existe una nueva versión reciente) tuvo el acierto de combinar ambas visiones de esta liturgia, la bárbara y sangrienta y la panteístico-buenista (ahora transformada en mística y neopagana), situándola en una comunidad sectaria afincada en una isla escocesa, donde no faltan ritos de aspecto druídico y bailes nudistas en círculos megalíticos.
Un policía de rígidas convicciones cristianas y estricta moral se encarga de hurgar, de escándalo en escándalo, en los entresijos del pueblo comuna, enfebrecido por una especie de pansexualismo cósmico.
Vitalismo calenturiento expresado a las mil maravillas por la danza de la actriz sueca Britt Eckland, que encarna (vaya si encarna) a la moza de una posada bailando desnuda y flagrante en la sensualidad de la noche, golpeándose por las paredes de su habitación como una gruesa y aturrullada mariposa nocturna. Todo ello al compás de una música ingenua y meliflua de arrope hippy-floral.
La moza de la posada, danzando.
Britt Ekland en The wicker man (1973).
La nueva versión cinematográfica (carente para mí de mucho del atractivo de la primera) lo que imagina es la supervivencia en la costa del Pacífico Norte americano de una aislada colonia céltica donde impera un férreo matriarcado ancestral.  
Pero volviendo a los santos y el dragón, el desdichado Elorn había sido ya designado por la fortuna tantas veces que toda su casa se veía reducida a su mujer, su hijo Riok de dos años y él mismo; y antes de presenciar la cruel muerte de uno de esos dos seres queridos, había decidido acabar sus días en el río.
Los santos prometieron a Elorn que lo librarían de aquella maldición a cambio de que les diese unos terrenos donde construir una iglesia y de que permitiese que su hijo fuese educado cristianamente, aunque no acabaron con el señor que adoptase él mismo la nueva fe. 
Derrien y Neventerio marcharon al encuentro de la bestia, que salió de su madriguera con espantosos silbos: serpiente escamosa gruesa como un caballo y con cabeza de gallo, tirando bastante a basilisco (dice Albert Le Grand); con sus ojos mataba a cuantos miraba y hasta los caballos huían despavoridos de ella. Pero el santo Neventerio la subyugó con su estola (según la práctica habitual y como siglos después haría allí mismo, en Leonís, San Pablo Aureliano -ver la entrada San Pablo de Leonís) , y entregándole el cabo de ella, como ramal, al pequeño Riok, le dijo que la condujese al castillo. Después el dragón fue exhibido ante los reyezuelos Jugono y Bristoco y finalmente se le ordenó que se adentrase en el mar, donde desapareció sin volver a molestar a la gente hasta hoy.
Elorn era el único de su familia que se obstinaba en permanecer pagano e, ingrato a los beneficios recibidos de los santos, se mostraba remiso a otorgarles los terrenos prometidos, aunque tuvo que dar su brazo a torcer ante repetidas señales divinas. 
Primero les concedió unos que no les convencían, pero según una versión los materiales acumulados durante el día en el emplazamiento cedido se desplazaban milagrosamente por la noche al lugar elegido por los santos.
Según otra versión, al ver el lugar poco adecuado que el señor les ofrecía, Neventerio espoleó a su caballo con tal rabia que la pobre bestia dio un salto de más de tres kilómetros, dejando sus huellas profundamente impresas en la piedra allá donde fue a caer. El santo, con ira, arrojó su manto tan fuertemente que lo mandó volando trescientos metros más lejos, donde su caída señaló el lugar destinado al templo.
Paisaje de Plouneventer en el siglo XIX.
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/74/Moulin_de_Brézal_en_1868.jpg
La iglesia se construyó en el actual Plouneventer, o sea Villa Neventerio.
Derrien también quería su propia iglesia, pero no tenía caballo y tuvo que pedirle el suyo prestado a su compañero mientras sesteaba para que el instinto del animal indicase dónde construirla. 
Y es que los dos santos se complementan bien; Neventerio es el santo guerrero, jinete y matadragones; Derrien es el santo asceta, recoleto y estudioso. 
San Derrien, en hábito de monje y con su libro abierto.
Commana, Bretaña.
Una asimetría que no deja de recordar a los Dioscuros, uno jinete de origen divino y otro de estirpe mortal. Y un caballo capaz de dar saltos de tres kilómetros no se diferencia mucho de un Pegaso.
Pero, alejándonos de la mitología, son la pareja del clérigo y el soldado, objeto de disputas medievales como la latina de Filis y Flora o la de Elena y María. Y, más lejanamente, el jinete y su acompañante a pie, el caballero y el escudero.
La relación de los caballos con la demarcación de las ciudades es algo que se encuentra más de una vez en las leyendas célticas. Por ejemplo, en Irlanda, en la de Emain Macha, donde una mujer grávida y a punto de dar a luz es obligada a competir con unos caballos en una carrera.
De todas maneras, el excesivo apego de la familia de Elorn a los monjes britanos, a quienes hacían más caso que al propio padre, marido y señor, acabó por colmar la paciencia de éste que, incapaz de soportar por más tiempo, echó de casa a su mujer con cajas destempladas.
La esposa repudiada, cuyo nombre no nos ha conservado la crónica, se retiró a una quinta de su propiedad, donde mandó construir una iglesia y vivió de modo recoleto con su hijo hasta que éste creció y se recogió a hacer vida aún más áspera en una gruta que convirtió en su ermita.
En cuanto a Derrien y Neventerio, embarcaron rumbo a la Gran Bretaña, donde la historia no vuelve a decir nada más de ellos. 
San Neventerio se celebra en Bretaña el día 7 de mayo.

sábado, 5 de mayo de 2012

Cambiazo y telarañas

Hace unos días, al hablar del repetido motivo legendario del cambiazo de la novia (ver la entrada del mismo título), se me quedaba la desazón, a manera de espina en un dedo, de estar olvidando uno de los casos más famosos de gato por liebre. Hojeando libros viejos ayer en un puesto se me vino a la cabeza repentinamente el lance olvidado, que es ni más ni menos la concepción de Jaime I el Conquistador. 

Se hacen eco de la leyenda Pero Mexía y, muy escuetamente, Jerónimo Zurita; ya se leía en los cronistas catalanes Muntaner y Bernat Desclot, que lo supera en animación y vida.
Estaba apalabrado el matrimonio del rey Pedro II de Aragón con María de Monferrat, heredera del reino de Jerusalén y niña de trece años; pero cuando llegaron los embajadores de Tierra Santa a ultimar los detalles de la boda, encontraron al novio ya casado con María de Montpellier (la historia se repetía, como veremos).
Según Zurita, no tardó Don Pedro en arrepentirse de su matrimonio e intentó en vano el divorcio para casarse con la reina de Jerusalén, lo que el papa no concedió. 
María de Monferrat casaría más tarde con Juan de Briena (que llegaría a emperador de Grecia) en 1210 y murió dos años después, probablemente de resultas de su primer parto. 
Este Juan de Briena se dice que era un caballero pobre y valiente de la corte de Francia y que Blanca de Castilla (mujer del príncipe heredero, futuro Luis VIII, y madre de Luis IX, San Luis de Francia) lo miraba con muy buenos ojos, por lo que el suegro de la castellana prudentemente le buscó un encumbrado matrimonio allende los mares.
Fuese que Pedro de Aragón se tiraba de los pelos por su precipitación al haber tomado una esposa inferior en rango a lo que creía merecer,  fuese (como dice Muntaner) "per escalfament que hac d'altres gentils dones" o por otra causa, el rey no quería ver a la reina ni en pintura.  Tenía amores públicamente con una mujer de Montpellier, tanto que se exhibía como caballero suyo en justas y torneos. Así dice Jerónimo Zurita (II, 59):

La traza que tuvo la reina para estar con el rey, que no hacía vida con ella. 

Estaba la reina lo más del tiempo en Mompeller; y las veces que el rey iba allá no hacía con ella vida de marido y muy disolutamente se rendía a otras mujeres porque era muy sujeto a aquel vicio. Sucedió que estando en Miraval la reina y el rey don Pedro en un lugar allí cerca junto a Mompeller que se dice Lates, un rico hombre de Aragón que se decía don Guillén de Alcalá, por grandes ruegos e instancia llevó al rey a donde la reina estaba, con promesa, según se escribe, que tenía recabado que cumpliría su voluntad una dama de quien era servidor, y en su lugar púsole en la cámara de la reina: y en aquella noche que tuvo participación con ella quedó preñada de un hijo, el cual parió en Mompeller. 

Según Muntaner, el "muy hermoso engaño" (en palabras de Pero Mexía) no se le ocurrió a la reina, sino al consejo de los patricios de Montpellier.
Como decía antes, Desclot aporta algunos pormenores: las entrevistas de Don Pedro y de Doña María con el caballero que hacía de alcahuete real, cómo el rey, habiéndose echado el manto por encima de la camisa de dormir, entró a la alcoba donde lo esperaba la reina en el lecho, desnuda y (es de suponer) tapada hasta la nariz, cómo supo ésta callar para que no se descubriese el pastel y cómo conoció en el instante de la concepción (intuición femenina) que el heredero había sido engendrado.
Fueron llamados entonces testigos de que efectivamente el rey había tenido con la reina "la conversación que era obligado" (Pero Mexía).
Grabado en madera del siglo XV.
Don Pedro, buen perdedor, al desvelarse la burla, se comportó como caballero y hombre galante; pero a la mañana salió de Montpellier a uña de caballo resuelto a negociar la anulación matrimonial; en cuanto al príncipe, se salvó milagrosamente de un intento de asesinato (alguien dejó caer desde una trampilla en el techo una gran piedra sobre su cuna) tras el cual estaba la facción de la nobleza más enemiga de la reina.
En esta variante de la leyenda, en vez de hurtarse la mujer a las caricias conyugales por miedo, como Berta del Gran Pie, es ella la que hace de impostora en el papel de la amante, amparándose en la tiniebla, y roba las efusiones destinadas a otra.
Aquella María de Montpeller, que como dice discretamente Bernat Desclot ya había estado casada,  también tenía una historia personal y familiar novelesca.
A sus veintidós años ya había sido mujer de Godofredo de Marsella (con quien la casaron de diez u once años y del que enviudó en seguida) y de Bernardo de Comminges, uno de los caballeros que lucharon contra los franceses en la cruzada contra los albigenses. Bernardo de Comminges se había casado con ella en terceras nupcias, habiéndose separado de sus dos primeras mujeres. También de ésta se separaría poco antes (y sin duda a causa) de su matrimonio con Pedro II. Bernardo de Comminges y María de Montpellier tuvieron dos hijas.
Ante el intento de Pedro de Aragón de descasarse, María se encaminó a Roma para defender su causa directamente ante el Papa, el poderoso Inocencio III, en quien encontró apoyo. En Roma enfermó y murió en 1213, no faltando quien diga que envenenada por sus enemigos. Pedro II murió el mismo año en la batalla de Muret e Inocencio III poco después, en 1216.
Inocencio III. Fresco en Subiaco, pintado hacia la época de su muerte.
La mala suerte de María en sus matrimonios parece que era herencia materna.
María era hija del señor de Montpellier, Guillem VIII, y de una princesa bizantina, Eudoquia o Eudoxia, de la dinastía de los Comnenos.
Charles Diehl, en su ameno libro Figures byzantines, dice que aquellas princesas bizantinas enviadas a casarse a occidente vivieron siempre como desterradas, sin adaptarse del todo y no tuvieron destinos muy envidiables. Esto fue cierto en el caso de la madre de la astuta María de Montpellier. 
Eudoquia Comnena era hija del sebastocrátor (la mayor dignidad imperial después de la emperador) Isaac Comneno, hijo del emperador de Bizancio. Isaac, por edad, hubiera debido heredar el imperio, pero fue su hermano menor, Manuel Comneno, el designado.
La obsesión  de Manuel Comneno era afianzar y acrecentar el poder bizantino en Occidente. Ello le condujo a descuidar el flanco oriental del Imperio, lo que los turcos selyúcidas no dejaron de aprovechar para aumentar el suyo en Asia Menor.
Isaac siempre fue fiel a su hermano y Manuel se valió de sus sobrinas, hijas de Isaac, para su política de estrechar relaciones con las monarquías occidentales.
Y así fue como Eudoquia emprendió viaje rumbo a España para casarse con Alfonso II de Aragón.
Cuando llegaron los enviados con la novia, se encontraron con la desagradable 
Sancha de castilla y Alfonso II de Aragón. Miniatura del siglo XII.
sorpresa de que el rey ya se había casado con la princesa Doña Sancha de Castilla. No había más remedio que colocar a la princesa como fuera y se recurrió a Guillem de Montpellier, hombre culto y amigo de trobadores, aunque señor modesto. 
Los bizantinos exigieron, aunque no estaban en muy buenas condiciones para negociar, que los hijos de Eudoquia heredasen el señorío, fuesen varones o mujeres, y así es como María, la mujer de Pedro II, fue señora de Montpellier.
Sin embargo, Guillem VIII de Montpellier se hartó de la bizantina, que además no le daba un heredero varón, y la repudió en 1187 para casarse con una castellana llamada Inés, cuyos hijos estuvieron intentando (sin éxito) despojar a los descendientes de Eudoquia del señorío.
La infeliz de Eudoxia, en todo caso, aunque el Papa sentenció que la unión de Guillem e Inés era adulterio puro, acabó sus días recluida en el monasterio de Aniana.
A estos dos contratiempos matrimoniales de Eudoquia se refiere el trovador Peire Vidal cuando dice:
"E plagra·m mais de Castella
Una pauca jovencella
que d'aur cargat un camel
amb l'emperi Manuel",
"Y me gustaría más una jovencita humilde de Castilla que un camello cargado de oro con el imperio de Manuel [Comneno -el tío de Eudoquia-]"...
Alusión nada amable, cuando el camello, aparte de ser considerado un bicho feo y de connotaciones demoníacas, era, como dice el contemporáneo Robert de Clari "le plus orde beste et le plus foireuse et le plus laide du siècle": "el bicho más repelente, más cagón y más feo del mundo".
La segunda historia nada tiene que ver con esta primera y sucede varios siglos antes. La narra el humanista italiano Agostino Valier, obispo de Verona, y la recogen las Acta sanctorum. Su protagonista es otra princesa, Teuteria, ésta de Inglaterra, cristiana de padres paganos, que vivió en tiempos del rey Oswaldo u Osgualdo, como dice Valier. No se sabe muy bien qué rey fuese éste, que mal puede ser el rey Oswald de Northumbria, celebrado por Beda, impulsor de la cristianización de los ingleses, que reinó en el siglo VII.
Lo que sabemos por una biografía en verso, recogida también en las Acta sanctorum, es que
"Osgualdus hanc, rex Angliae clarissimus,
amabat perditissime",
lo que no era de extrañar por la belleza singular de la muchacha. Y como ella permanecía insensible a sus halagos y dádivas, al igual que un farallón se mantiene firme en el mar mientras alrededor rugen y espumean las olas que contra él se estrellan (sigue diciendo el poema) y despreciaba riquezas y honores, se dispuso a conseguirla por las malas.
Pero Teuteria, guiada por el Cielo, huyó, llevándola sus pasos hasta Verona a través de "los inhóspitos Alpes". 
El malvado y lujurioso rey, atacado de bárbaro furor, empezó a echar sapos y culebras al enterarse de la fuga y mandó unos agentes en su busca.
En Verona, cuando la doncella inglesa iba escapando aterrorizada con rapidísimos pasos, tropezó con la ermita donde hacía vida retirada Santa Tosca y allí, ya con los esbirros pisándole los talones, se coló por estrecho ventanuco.
Sucedió entonces el milagro de que las arañas, diligentemente, tejieron a toda velocidad una espesa tela velando la abertura; y los sabuesos, imaginando que aquella entrada llevaba tiempo precintada, pasaron de largo. Y así tuvieron que volver a Inglaterra con las manos vacías.
Santa Tosca, aunque poco inclinada a compartir la vida con ninguna persona, maravillada por el milagro de las arañas, acogió y prohijó a la joven fugitiva, que tras un tiempo de vida ascética y una cruel enfermedad entregó el alma a Dios.
Hoy las dos santas ermitañas son conmemoradas el mismo día, cinco de mayo.
El milagro de la telaraña se ha producido con bastante frecuencia. En el cristianismo, su aparición más famosa es en la leyenda de San Félix de Nola. El Diccionario de milagros de Cobham lo cuenta del rey David, de Mahoma y de un hugonote, el doctor Moulins, en el siglo XVI. 
Lo raro es que santa Tosca era hermana de San Próculo, obispo de Verona, que vivió 
San Próculo de Verona, obispo, sentado juntro a otros dos santos. Sebastiano Ricci.
la persecución de Diocleciano y murió, confesor, hacia el año 320, cuando los antepasados de los Anglos no habían abandonado su solar cerca de Jutlandia ni es probable que hubiera llegado a ellos noticia de Cristo.