sábado, 16 de enero de 2016

La malvada tocaya

La novela The Singing-men at Cashel, de Austin Clarke, de la que recientemente me ocupaba, es, como suelen ser las de su autor, un relato bastante laberíntico y mechado de leyendas contadas de modo más o menos alusivo, donde el decurso de los tiempos queda neutralizado por el juego de paralelismos y prefiguraciones.
Vamos a ver un ejemplo: hacia el final de la novela encontramos al monje Ceallachán (este es el apellido que en inglés se escribe Callaghan, y tiene su origen en el Sur de Irlanda, en torno a Cashel) encargado de escribir, compilando la información de varias fuentes, la historia de la reina Gormfhlaith y sus maridos (véase la entrada anterior). Se trata de hechos ocurridos cien años antes de la redacción de su propia obra. Y el austero cronista ha tropezado (no podía ser de otra manera) con la novela amorosa de Niall y la princesa. Novela hoy desaparecida, como decía en la entrada anterior, pero que existía en la Edad Media (aunque probablemente aún no a principios del siglo XI, cuando supuestamente la lee Ceallachán).
Deirdre y Naoise en una ilustración de Helen
Stratton (1915). 
Acostumbrado a la sequedad de sus crónicas y anales, Ceallachán se siente un poco escandalizado por la frivolidad de los sentimientos y lances relatados, inspirados en las populares novelas de fugas de enamorados como las famosísimas de Diarmaid y Gráinne o de Deirdré y Naoise. Pero a la vez lo atrae la frescura y vivacidad del estilo y su espontaneidad y gracia no le permiten abandonar la lectura. 
Veamos: aislados en medio de una impenetrable niebla sobrenatural, los enamorados se asustan de lo intenso de su propia pasión, deciden separarse y parten cada uno por su lado. Pero eso no es lo que tienen determinado los dioses. Una música  de otro mundo los envuelve, y la diosa Aoibheall les envía sus hadas, con los rostros ocultos por sus capuchas, para que los conduzcan a las orillas del lago Uaithne, donde solía la reina Medb de antaño acudir a bañarse con sus damas. 
Se conocen en Irlanda varios lugares preferidos por las mná síde, las antiguas diosas, para sus baños. 
Carl Spitzweg, El baño de las ninfas.
William Butler Yeats cuenta en El crepúsculo celta que un día fue a visitar uno de esos baños y que la conversación con su guía recayó en Mary Hynes, mujer que tuvo fama de haberse llevado la palma de la hermosura en su tiempo y que fue celebrada en sus versos por el gran poeta Raftery.
-¿Pero cómo podía Raftery admirar la belleza de Mary Hynes, si era completamente ciego?
-¡Por eso mismo! ¿No ve usted que los ciegos ven a su modo, y sienten y saben y adivinan más que los que vemos? ¡Tienen una sabiduría y una agudeza especial, y son capaces de cosas que nosotros no podemos hacer.
Pero volviendo a la visión de Gormlai, aquella Aoibheall era, de hecho, una diosa que compartía muchos rasgos con Medb. 
Atraída por las mágicas y cristalinas risas de las hadas, Gormfhlaith o Gormlai cede a la tentación de bajar a la orilla del lago con su querido Niall. Las carcajadas, grititos y chapoteos de las hadas invisibles eran tan reales que no solo los enamorados podían oírlos, sino que incluso llegaban a los oídos del atónito monje Ceallachán, que durante unos instantes se creyó transportado por arte diabólica a los tiempos del paganismo. Pero no: las voces que percibía eran de este mundo y de su tiempo y procedían de un grupo de mujeres de carne y hueso que acababan de desembarcar con el sano y deportivo propósito de esparcirse y refrescarse en el lago.
Scarsellino, El baño de las ninfas.
Ceallachán las ve despojarse de sus mantos azules -color que augura muerte- de grandes capuchas y quedar en carnes, lozanas, rozagantes, risueñas y resplandecientes de alhajas de oro; le llegan retazos de su parloteo en la lengua de los daneses. En la más vieja de todas, pero no la menos bella, reconoce a Karmala, la que fue mujer del rey Brian Boru. Y al verla siente un escalofrío y "horrorizada fascinación" porque hasta su retiro monacal ha llegado la fama de la maldad diabólica de Karmala. Karmala, que había pasado por todos los reales lechos de Irlanda, entre los de los gaélicos y los de los vikingos y que había sido capaz de apostatar y sacrificar a los dioses paganos. 
Nuevo juego de espejos, porque Karmala es la forma adaptada a la fonética y grafía escandinavas de Gormlai, que era su verdadero nombre.
Karmala es la imagen invertida, el reflejo especular de su antigua tocaya Gormlai, mujer de Cormac, de Cerball y de Niall Glúndub.
Una de las sagas islandesas más largas, famosas y celebradas es la de Njáll el Quemado: Brennu-Njáls saga. En ella, que termina en la batalla de Cluain Tarbh o Clontarf, gran victoria de Brian Boru pero funesta para él y su estirpe, la cual quedó diezmada en ella, también aparece esta liante y rencorosa reina, llamada Kormlada o Kormlöd aquí. De ella se nos dice que era la más bella de las mujeres, pero también la peor en sus actos. Belleza que desafiaba al tiempo: que para la batalla de Clontarf Gormlai era ya una mujer de más de sesenta años. 
Según la saga, Gormlai estaba divorciada del rey Brian y lo aborrecía hasta el punto de que envió a Sictrygg, su hijo, a pedir la alianza del jarl de las Orcadas, ofreciéndose a sí misma como pago, con la corona de Irlanda, si Brian era vencido. No contenta con ello, como toda ayuda era poca, lo mandó a solicitar a cualquier precio el auxilio de un pirata vikingo que andaba haciendo de las suyas por aquellas islas.
-Hijo ¿qué te ha dicho el vikingo ese? -le preguntó a la vuelta.
-Que de acuerdo, pero si le das tu mano y la corona.
-¿Y tú que le has contestado?
-Que vale, que bien.
-Así me gusta, eso es saber negociar; lo único, tener cuidado que no se cosque ninguno de los dos toláis.  
Brian Boru arengando a sus tropas antes de la batalla de Clontarf.Mural de James Ward
Esto de poner en almoneda sus propios encantos (o de los de su hija) a cambio de la ayuda militar es cosa que también recuerda a Medb: da la sensación de que la figura legendaria de Gormfhlaith, mujer de Brian Boru, se inspiró en parte de la gran reina guerrera de Connacht.
Si hemos de creer a Yeats en El crepúsculo celta, Medb seguía apareciéndose en sus tiempos, a principios del siglo XX, y conservaba la fama de una mujer guerrera bellísima, pero que había ido por el mal camino y tenido mal fin. Una anciana que la había visto varias veces le dijo al poeta: "de eso mejor no hablar; que se quede entre el libro y el que oye leer". 
Y también le contaron de un joven a quien la antigua reina había salido al camino:
-¡Eh, mozo!: vengo regalando oro y placeres; ¿cuál de las dos cosas escoges?
-¡El oro no!
Y había gozado los amores de la reina milenaria hasta que se hartó de él y lo dejó loco de tristeza, repitiendo siempre la misma canción llorosa.
Esta locura de melancolía erótica también dicen que afecta a los que sorprenden en su baño a las ninfas y Marguerite Yourcenar tiene escrito un cuento de un pobre muchacho que la padeció, en una isla griega.
De manera que Kormlada repetía una conducta consagrada por la leyenda cuando iba tentando a los guerreros con el cebo de sus encantos y su poder.
Aquel vikingo al que su hijo la ofreció, llamado Bródir, era un apóstata, como ella misma. Había sido cristiano; era un hechicero consumado. Su aspecto era feroz: su negra cabellera era tan larga y espesa que se la liaba a la cintura como grueso cinturón. Tenía un compañero de correrías llamado Ospákr que siempre se había mantenido fiel al paganismo. Por aquellos años aún era reciente la conversión de Islandia al cristianismo.

Bródir, tras concluir su trato, fue víctima de grandes y ominosos prodigios. 
El primero fue una lluvia de sangre hirviendo, que escaldó hasta la muerte a varios de sus hombres y duró toda una noche.
El segundo, la noche siguiente, fue que hachas, lanzas y espadas parecieron cobrar vida y elevándose en el aire, reñían con saña entre sí y contra los hombres, de los que mataron uno en cada barco.
La tercera noche fueron víctimas de una bandada de cuervos con uñas y picos de hierro, que les estuvieron moviendo guerra hasta el amanecer.
Afirma Régis Boyer (traductor de la saga al francés y gran conocedor de la cultura escandinava antigua) que esta clase de sucesos anunciadores de combates y matanzas se da poco en la literatura nórdica y es más propia de la imaginación céltica. No hay duda de que escandinavos e irlandeses se habían empezado a mezclar y sus culturas sufrían mutua influencia, del mismo modo que las grandes familias reales de Irlanda no tenían empacho en  aliarse por matrimonio con los poderosos recién llegados.
Armas mágicas, musicales, que anuncian cantando las muertes que van a causar sí aparecen con frecuencia en la tradición escandinava. Una de ellas desempeña importante papel en la novela de Sigrid Undset Olav Audunsson, cuya acción transcurre en la Noruega medieval.
En cuanto a los cuervos como animal emblemático de la muerte en combate, son frecuentísimos en la literatura irlandesa. Mórrigán, la diosa guerrera, se hace acompañar de ellos o adopta su forma; también son aves caras al dios Lug (como estudia Bernard Sergent, que ve en esto una de las muchas semejanzas entre el dios celta y Apolo).
Bródir consultó aquellos espantos con su amigo, que le contestó:
-La sangre que habéis sufrido es la mucha que se va a derramar; las armas animadas significan un combate encarnizado que se avecina y los cuervos son los demonios que os van a llevar al mismísimo infierno.
-¡Pero si tú no crees en demonios!
-Yo no creía, pero con lo que me cuentas me has convencido.
Y se hizo cristiano y se unió a las tropas de Brian Boru. 
Bródir no desistió de su empeño; él fue quien mató a Brian Boru, a decir de la saga, decapitándolo: surgió como una aparición, cogiéndolo por sorpresa donde estaba, apartado de la lucha, con un puñado de leales. No había querido pelear en Domingo de Ramos, o fuese devoción o superstición. Al comprender lo que había hecho, Bródir se dio rápidamente a la fuga, gritando:
-¡Eh, eh! ¡Decid que yo, Bródir, he matado al rey Brian!
Y desapareció tan deprisa que no les dio tiempo a reaccionar.
 También había mutilado a uno de sus hijos, cortándole un brazo, pero la sangre del rey derramada sobre la herida del príncipe, la sanó. Cuando, acabado el combate, fueron a recobrar el cadáver del rey, vieron que la cabeza se había unido de nuevo al tronco, milagrosamente. Brian murió en opinión de santo y se contaron varios milagros que había obrado.
En cuanto a Bródir, tras la batalla cayó preso de un pelotón enemigo y le dieron una muerte  horrible. 
Una valkiria tejiendo. Brunilda, por August Malmström.
Lejos de allí, en Caithness, Escocia, un hombre vio en una cabaña, a través de una rendija, a varias mujeres que tejían reunidas, cantando. Su telar tenía por pesas cabezas humanas. Trama y urdimbre eran de intestinos, la lanzadera una espada y los carretes flechas. Eran valquirias, tejedoras de los destinos, que celebraban la gran cosecha de héroes que se esperaba. No en vano las valquirias son "las que escogen a los caídos en combate", que es lo que significa val: y por eso los val se reúnen y celebran sus banquetes en el Valhöll, que nosotros decimos Valhalla, "el Salón de los Caídos". 
Estas apariciones macabras y sangrientas antes de las batallas más encarnizadas también son cosa frecuente en la épica irlandesa medieval. ¡También, al parecer, la palabra val, del antiguo nórdico, está emparentada con la irlandesa fuil, "sangre"!

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