martes, 26 de enero de 2016

El terror a la mujer y el santo filólogo.

Vamos a volver ahora a la reina Gormlai que protagoniza la novela The Singing-men at Cashel, de Austin Clarke, después de habernos asomado un momento al ocaso de los vikingos en Irlanda...
Pero, perdón; un momento. "El ocaso de los vikingos"... ¿Qué eco resuena en esas palabras al escribirlas? 
Vikingos: lecturas infantiles.
El eco de un tebeo: su título, precisamente, Ocaso de Vikingos. En su cubierta, uno de aquellos temidos navegantes, con el casco cornudo sobre la cabellera trenzada, descargaba un hachazo sobre un enemigo del que solo se veían las manos, en primer plano, al trasluz. Un tebeo mejicano, perteneciente a la colección Epopeya, de la editorial Novaro. Mirando por la Red, veo que se publicó en 1963. Recuerdo ahora otro de la misma colección y su cubierta con la figura escorzada de un guerrero rapado despeñándose por una catarata, de espaldas al espectador, que lo veía venírsele encima; mientras, en lo alto, sus compañeros gesticulaban espantados precipitándose, demasiado tarde, en su auxilio. Se llamaba Brian Boru y la bandera de Irlanda. Este es más viejo: data del 61. Del subtítulo y la fecha me entero ahora en Internet; los demás detalles los conservaba la memoria, que es la que ha traído, sin avisar ni pedir permiso, la frase del ocaso de los vikingos a la punta de los dedos.
Esas lecturas me absorbían entonces y por lo que se ve el paso de los años no ha menguado en uno la fascinación de aquellas gentes y aquellos tiempos. 
En fin, volvamos de una vez a la reina Gormlai. El que tenga interés por la hagiografía y la mitología de la antigua Irlanda (tan entrelazadas muchas veces una con otra) irá encontrando en la novela de Austin Clarke mucho de que disfrutar al hilo de las andanzas y amores de su protagonista. Voy a ver si me entretengo yo en algo de eso.
Para empezar, hay en sus tres matrimonios una cosa que llama la atención luminosamente, y es que su sucesión se conforma a la estructura tripartita de la ideología indoeuropea, estudiada por Dumézil (aunque los tres reinaron y murieron en el campo de batalla). Ya sabemos: soberanía, guerra, producción. 
El primer marido, Cormac, rey y obispo, más preocupado de las cosas divinas que las del siglo, corresponde a la primera función; el segundo, Cerball, recio y rudo soldado en quien se hacen patentes todos los vicios y virtudes marciales, a la función militar; y el tercero, Niall, siempre bajo el signo del amor, a la tercera función, que abarca fecundidad, riqueza, placer y todos los bienes mundanales.


La reina y las tres funciones. Isaac Oliver, Isabel I de
Inglaterra y las tres diosas
.
Si esto no fuese casual querría decir que la novelita o leyenda de Gormlai hunde sus raíces en una visión de la sociedad antiquísima.
El personaje de la reina con su serie de maridos recuerda también a la Soberanía deificada, que va casándose con los sucesivos reyes por el sencillo motivo de que es ella la realeza y no puede haber rey que no comparta su lecho. Una figura característica del pensamiento político de la antigua Irlanda.
Del Cormac mac Cuilleanáin histórico, rey de Cashel, la corte sagrada de Munster, poco es lo que se sabe, aunque generalmente se admite su importancia en lo político y en la cultura. Hoy se le rinde culto como santo, celebrándose su festividad el 14 de septiembre.
Cormac fue autor de una recopilación de himnos y de obras históricas y genealógicas hoy perdidas. Su obra más conocida es el Sanas Cormaic (Glosario de Cormac), que nos ha llegado en varios manuscritos pero permanece a la espera de una edición completa y moderna. Sigue trabajándose en ello, de lo que da prueba este interesante sitio.
Etimologías de San Isidoro. Manuscrito
del siglo VIII.
Esta obra se inspira en las Etimologías de san Isidoro, autor siempre muy estimado por los sabios irlandeses, pero es pionera en estudiar el léxico de un idioma vernáculo en vez de las grandes lenguas de la cultura clásica y cristiana. Gran parte de sus etimologías es de nombres propios, lo que nos reporta de paso una abundante información mitológica.
Por supuesto, el Sanas Cormaic no se propone un estudio científico del porqué de las palabras ni de su evolución: lo que procura es desvelar las relaciones que se establecen entre ellas como indicio de la sabia estructura y trabazón de lo creado. He aquí unos ejemplos. De aed, "fuego" -hoy sabemos que está emparentado con el latín aedes "fuego sagrado, templo" y con el nombre que les dieron los griegos a los etí-opes ("caras tostadas")- se fija en que, leído al revés, dice dea ("diosa", en latín): esa diosa es sin duda, indica, Vesta, diosa del fuego del hogar. Muinéal, "cuello", le parece sonar parecido a mó in fheoil, "más en carne", cosa acertada porque el cuello está más entrado en carnes que la cabeza, que al fin y al cabo es piel y hueso. Mésci, "embriaguez", se descompone en mó do asci, "más para reproche"; bás, "muerte", en beo as, "vivo fuera" y aisling, "visión" en as ling, "salto afuera".
Cormac murió peleando en la batalla de Belach Mugna contra las tropas aliadas de Flann Sinna (su suegro) y Cerball (que sería el segundo marido de Gormlai).


Irlandeses: lecturas infantiles (una mala caída).
Antes del combate, uno de los lugartenientes de Cormac, el abad Flaithbhertach mac Inmainén, recorriendo a caballo el campamento, tropezó y cayó en una zanja. Esto se consideró pésimo agüero y muchos de sus guerreros desistieron de la lucha, proponiendo aceptar el tratado de paz que ofrecían los enemigos.
Flaithbhertach se mostró inflexible y arrastró al rey a la lid:
-¡No puede ser que te dejes acobardar por agüeros y tontunas, como una vieja supersticiosa! ¡Tú eres un monarca cristiano!
-Yo lo que sé es que esta guerra me da muy mal barrunto y que me extrañaría vivir para contarlo. Pero ya no es momento de echarse atrás.
Las tropas de Munster, desmoralizadas, fueron barridas por los enemigos. El rey Cormac, en el fragor del combate, cayó con su montura y se desnucó. Los soldados lo decapitaron y, esperando seguramente espléndidas albricias, entregaron su cabeza a los reyes. Era costumbre entre los antiguos irlandeses hacerse con las cabezas de los caídos porque creían que en ellas residía una virtud sagrada. Se intentaba recobrar las del propio bando y retener y conservar las del enemigo, adueñándose de su fuerza.
Flann y Cerball rindieron honores a las santas reliquias de Cormac, deplorando su muerte.  A sus profanadores, lejos de recompensarlos, los reprendieron agriamente.
Según la novela de Austin Clarke, el matrimonio de Cormac y Gormlai nunca pasó de una profunda amistad espiritual. En realidad, lo probable es que tenga más que ver con la ficción novelesca que con la realidad histórica. 
Imagina Clarke que ambos cónyuges se habían educado en una temerosa ignorancia de todo lo sexual hasta el punto de que el rey Cormac nunca había visto una mujer desnuda cuando, meses después de la boda, la suya decidió esperarlo así para consumar el matrimonio. Y del susto que se llevó, salió el rey corriendo como alma que lleva el Diablo a la capilla, a macerarse las carnes en penitencia. El atrevido paso de Gormlai fue la puntilla de su vida conyugal.
Cormac no tenía la menor vocación de casado. El matrimonio se le había impuesto por motivos políticos para sellar una unión entre las dos mitades de Irlanda: la septentrional dominada por los Uí Neill, con quien estaba emparentada Gormlai, y la meridional donde reinaban los Eoganacht, a los que pertenecía el propio Cormac. Al plegarse a esta dura  razón de estado, Cormac seguía la tradición de su antecesor Oéngus mac Nad Froich (en quien se ha visto al padre de la enamorada Isolda), que había soportado la larga ceremonia de su bautismo con el pie clavado al suelo por el regatón del báculo episcopal, en forma de punta de hierro.
-Pero, ¡hombre de Dios!, ¡Qué dolor! ¿Y cómo no te quejas ni dices nada, sino aguantar pinchado como una mosca en un alfiler? -le preguntaba, atónito, Patricio.
-¿Yo qué sabía? ¡Yo soy el primero que se bautiza por estos pagos y creía que lo del pie era parte de la ceremonia!
Para Cormac el casamiento era una tortura que sufría por docilidad y penitencia. Pensaba con envidia en los raros ejemplos de virtuosas mujeres que habían alcanzado, por premio de su santa vida, un embarazo sin intervención de varón o, al menos, sin los degradantes gestos acostumbrados: la madre de san Ciarán, Liadan, fecundada por una estrella fugaz (ver Milagros de san Ciarán), la de san Finnán Camm, por un salmón dorado, mientras se bañaba en Loch Léin, o la de san Baithine, Cred, que quedó preñada al comer de unos berros donde había derramado un ladrón escondido su simiente (Ver Concepciones y partos raros)...
Pero cuando vio las orejas al lobo, es decir el cuerpo entero a Gormlai, el miedo al pecado -¿o a la mujer?- pudo con él, y se desencadenó el proceso de anulación del matrimonio.

Tentaciones de San Antonio, Jan Wellens de Cock
Lo extraordinario es que la evolución de la vida sexual y afectiva de ambos cónyuges se ve trastornada y determinada por sendas visiones. Acabo de comentar la de Cormac.
Pero también Gormlai, hecho nada raro en personajes de Clarke, sufre una revelación como una violenta descarga eléctrica.
Recién casados Cormac y ella, deciden hacer un rodeo y detenerse en Glendalough (Glenalua en la novela), donde Cormac había estudiado en su juventud. La visita entusiasma a Gormlai. El marido pasa largos ratos conversando con sus antiguos maestros, dejándola explayarse sola en largos paseos.
Durante uno de ellos, he aquí que de golpe le sale al camino un ser monstruoso, medio hombre medio fiera y semejante a los monstruos calderonianos, vociferando contra ella espantosas amenazas y maldiciones y sin cuidarse de ocultar su pujante y terrorífico sexo, que al pronto la inocente casada toma por maléfica serpiente.
 La visión es horrible y traumática. 
El personaje no deja de evocar a algunas de las formas bajo las que se revela el dios de la Juventud, el Amor, la poesía y la Belleza, Aengus Mac Óg, en la novela The sun dances at Easter, de este mismo autor (ver Dioses, ángeles, genios y santos). La anécdota referida a Oéngus mac Óg, apenas esbozada en esta The singing men..., se desarrollará ampliamente en The sun dances at Easter.  En ambas es Oéngus el numen caprichoso, desordenado y tirano, con estampa y modales de loco vagabundo. Y adopta esta forma alejada de la aniñada, rubichi y un tanto relamida que le presta la iconología del revival celta porque a Clarke le interesa resaltar que el amor es el motor indómito de la naturaleza, ajeno a reglas y adornos, caótico y salvaje. Y precisamente a un salvaje, a un homo silvaticus de la imaginación medieval, a un genio del bosque como los que todavía los campesinos que hablaron con Yeats veían pasar furtivamente entre los árboles, tímidas sombras y bromistas de dudoso humor (como se lee en El crepúsculo celta) es a lo que más recuerda el prodigio de los montes que se abalanza sobre Gormlai en Glenalua.
Sin embargo no hay nada de sobrenatural ni siquiera de sobrehumano en el vestiglo furioso. Se trata simplemente de un ermitaño que vive retirado y apartado de toda sociedad humana en expiación de un único pecado, pecado de lascivia cometido un lejano día, desliz aislado pero suficiente para transmitirle el veneno vengador de una infección.
Diré de paso que el terror obsesivo al contagio venéreo es una pesadilla más propia de la Irlanda de Clarke que de la de Gormlai. Esa forma médica del pavor a la sexualidad es un signo de modernidad que se propaga con el renacimiento. Yo no sé si se encontrarán en nuestra literatura castellana alusiones a él muy anteriores a La Celestina... No por eso dejó de asociar la Edad Media algunas conductas sexuales reprobadas con la enfermedad: la lepra, en primer lugar.
San Onofre, como hombre salvaje. Maestro de
Rabenden.
Pero a lo que iba es a que, incluso en el cristianismo, la elección del desierto, de la soledad, la ruptura con la sociedad humana, puede transformar a la persona confiriéndole los rasgos del hombre salvaje. Así sucede a los ermitaños san Onofre y santa María Egipcíaca, que acaban por criar pelambre de fieras. El forestero de las novelas caballerescas, el ermitaño, el porquero, ocupan un lugar dudoso entre la humanidad y lo sobrenatural, del mismo modo que viven en un espacio fronterizo entre el cosmos y el caos. ¿No hablaba san Antonio abad con sátiros y centauros?
Esta repentina irrupción el el orden paradisíaco de la ciudad monacal -imagen de la Jerusalén celeste- de las fuerzas de la naturaleza desenfrenadas, representadas por el enloquecido ermitaño (que, en desconcertante juego de espejos, ha tomado a su vez la aparición de la joven y espiritualizada reina por asechanza diabólica) tiene como primer efecto traumático el de dejar marcada a fuego en la joven la estrecha vecindad de la sexualidad con la monstruosidad y el mal. Y es que en efecto, detrás de esa escena pánica está la diabólica mano de Jafer Niger, el demonio encargado del alma de Gormlai.
Sin haber buscado muy detenidamente, no he encontrado otra mención de este Jafer y es posible que se lo haya inventado Austin Clarke, que en todo caso le concede el primer puesto entre los suyos en cuanto a astucia.
Más grave aún otra secuela: una ávida, hidrópica curiosidad de comprender los más profundos arcanos del ser humano, los misterios de la feminidad y del sexo (que vienen siendo las preguntas de la Esfinge). Gormlai es mujer de exquisita sensibilidad y de extraordinaria cultura. Tiene a su disposición una nutrida biblioteca y todo el tiempo que se le antoje. ¿Para qué más? 
Bajo el trauma del susto, sus lecturas voraces la conducen todas a un horror del sexo, incluso en el matrimonio porque es pecaminoso en sí, y de la feminidad, vinculada al pecado original y la maldición de la sangre. Y precisamente el que este sea su principio es causa de que la perversidad del sexo es independiente de la voluntad del pecador. De donde nace una profunda repulsión de uno mismo.
Hogarth, El Demonio, el pecado y la Muerte.
Y aquí se riza el rizo, porque el asco de la sexualidad requerida por el matrimonio es tan mortificante que puede convertirse es ascesis y penitencia válida para la expiación de pecados propios y ajenos.
Esto es lo que explica la resignación con que Gormlai se somete al connubio con Cerball, personaje que de rudo pasa a bárbaro y causante de la muerte del buen Cormac, buen rey y obispo sin duda, pero pésimo para marido.

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