sábado, 11 de julio de 2015

La mujer pez entre India e Hibernia o los extremos se tocan

Cuenta un libro indio medieval, el Devi Bhagavata Purana, la siguiente historia: ocupaba el trono del antiguo reino de Chedi un rey llamado Uparichara Vasu. Era su mujer la bellísima reina Girika. Esta, un día que acababa de tomar el baño purificador que solían las mujeres cada mes tras la menstruación, se sintió con ánimo y ganas de pasar un rato agradable con el rey y, si se terciaba, concebir un hijo. De lo cual le mandó dar aviso.
Pero Uparichara había recibido la visita de sus pitris, que son los espíritus de los antepasados, venidos a encargarle que hiciera buen acopio de caza para la fiesta fúnebre con que se acostumbraba venerar su memoria. Y el piadoso rey, no osando contrariarlos, cogió sus halcones, arco y flechas, montó a caballo y salió camino del bosque, es de creer que a regañadientes.
Noble a caballo. Dibujo del siglo XVIII.
Arte del Rajastán.
Aunque procuraba poner toda su atención en la cacería, no se le iba de la cabeza la imagen de la bella Girika en el baño lustral. Y esta fantasía se hizo tan vívida que sin poderla el rey contener se le salió su simiente disparada por el aire.
-Este desperdicio no puede consentirse -pensó el rajá-. ¡Y precisamente hoy que mi mujer quería probar a ver si se quedaba...!
Así pues, arrancó una hoja de un baniano, rebañó todo bien con ella, la plegó y le dijo a su halcón favorito:
-Lleva esto a la reina, a ver si todavía se puede aprovechar para algo.
La noble ave salió volando pero otro halcón silvestre, viéndola con el envoltorio en las uñas, lo tomó por alguna presa y se caló a ella como un rayo. Comenzó la lucha entre ambos, y en su calor la hoja doblada cayó a un río, donde se la comió un pez.
Este pez, sin embargo, no era un pescado normal. Había sido una hija de los primeros pitris, que, apenada por no tener un padre visible como todo el mundo, había decidido agenciárselo en un personaje llamado Amavasu al que había visto un día cruzar el cielo. Encantada con él (ajeno, por su parte, a la pasión filial que había despertado en ella), se pasaba la vida persiguiéndolo por la región del aire hasta que tanto ir y venir celeste acabó por molestar a los pitris.
-Estás dando qué hablar con tanto entrar y salir y exhibirte por el cielo. Ahora te vamos a convertir en pez a ver si debajo del agua das menos la nota.
Apsara. Siglo XII. Arte de Uttar Pradesh
Otra versión afirma, sin embargo, que el pez había sido una apsara (especie de ninfa hindú) algo descarada que solía bañarse desnuda en el río justo donde se ponía un asceta a meditar, y exhibiendo su precioso cuerpo en mil ademanes provocativos mientras jugaba en el agua se divertía distrayendo al ermitaño y teniéndolo frito con sus tentaciones. Hasta que un día el buen yogui se hartó y la convirtió en pescado a ver si le dejaba en paz.
En las aguas de aquel río continuó viviendo la traviesa apsara una solitaria y silenciosa vida de pez.
Es curioso y tal vez casual, pero el episodio no deja de recordarnos a otro de la vida de san Caoimghin o Kevin, como más normalmente se escribe. Thomas Moore, el romántico, le dio forma poética en una de sus Irish Melodies (By that lake, whose gloomy shore): puede leerse en línea.
Thomas Moore no fue el único poeta que se refirió a esta leyenda, pero sí el más famoso. Aunque poco nombrado hoy, Moore fue un poeta y músico de enorme popularidad y que ejerció profunda influencia en la poesía europea de su tiempo: en la española, desde luego. Pero vamos a la leyenda. 
San Kevin, en su empeño de evitar el contacto con sus semejantes, que lo distraía de la oración y contemplación, se había retirado a una cueva casi inaccesible en lo alto de una escarpa junto a un lago. 
Gleann Dá Loch  (Glendalough), donde se retiró san Kevin.
Allí se veía a salvo de tentaciones femeninas, pero, joven e inexperto, no sabía de lo que es capaz la mujer ("Ah! The good saint little knew / what that wily sex can do"). La verdadera pesadilla del santo era una joven llamada Cathleen, enamorada de él hasta el tuétano y que no lo dejaba ni a sol ni a sombra; sus ojos azules, del azul más perverso (most unholy blue), eran una verdadera obsesión. Esto de los ojos es un detalle en el que conviene fijarse.
Cathleen, cómo no, descubrió el escondite del santo. Según unas versiones de la leyenda, lo visitó varias veces, poniendo a prueba sus fuerzas. Lo cuidaba, le aseaba la celda rupestre y no pedía más. Kevin extremaba sus penitencias, se arañaba con espinos, hacía de ellos su cama e incluso una vez aplicó a la tentadora desnuda una vigorosa friega con ortigas para quitarle las ganas de volver: en vano.
Nada de esto menciona el poema de Moore.
Un día, al despertar, el santo vio los odiados ojos de la muchacha, que estaba velando su sueño. La reacción fue terrible; de un violento empujón la precipitó al lago, donde se hundió ("And with rude repulsive shock / hurls her from the beetling rock"). Pero no murió, puesto que empezó a manar furtivamente una música tenue y se veía al fantasma sonriente de la joven (feliz sin duda de haber conseguido el perdón y la compasión del santo amado) moverse deslizándose sobre las aguas ("Round the lake light music stole / and her ghost was seen to glide / smiling, o'er the fatal tide").
¿Casualidad? El parecido es estrecho: una mujer tienta -sexualmente- a un asceta durante su meditación y este la rechaza y en castigo la condena a vivir en las aguas, ya como fantasma, ya como pez.
Más allá de esto, cómo no recordar la leyenda de Ys, donde también una mujer tentadora, por su vida escandalosa, provoca las iras de un asceta (san Winwaloe o Gwenole) y acaba convertida en sirena para siempre. Y el mito precristriano de Bóand, que por culpa de una transgresión sexual -un adulterio- desencadena la furia de un dios fluvial y acaba también convertida en un ser marino. De todo esto he hablado ya en otras entradas.
Pero vuelvo al cuento indio, que me he dejado muy atrás.
La antigua apsara hecha pescado, pues, se comió la hoja plegada caída de las garras del halcón y con ella su contenido. Tiempo después, cayó en las redes del jefe de los pescadores del rey, que quedó atónito al verla. No era para menos: al abrirla, en su barriga se encontraron un niño y una niña. El pez recobró su naturaleza de apsara y salió volando libre y feliz por los aires. 
El prodigio se le comunicó al rey, que decidió adoptar al varoncito mientras el pescador se quedaba con la niña. Era una morenita (lo que le valió el nombre de Kali, que es "oscura") preciosa, pero tenía el defecto del olor a sardinas que se le quedó desde el vientre de su madre, por el cual se la llamaba también Matsyagandhi, "olor a pescado".
Un episodio de la vida de Matsyagandhi (la
muchacha tímida de la izquierda): el rey
Bhisma pide su mano al pescador.
Su padrastro aparte de pescador también era barquero y en uno y otro oficio su hija lo ayudaba. Una vez, Matsyagandhi tuvo que cruzar en su barca al asceta Parashara, que, en mitad del río, prendado de la bellísima barquera, la requirió de amores.
-¿Qué dices, hombre? ¿Todo un brahmán con tantos años de meditación a la espalda va a dejarse inflamar así como así por las cinco flechas del deseo?
-Pues sí; qué quieres...
-¿Va a cegarte la pasión y hacerte olvidar el dharma?
-Es lo que hay.
-Pero... ¡que vuelcas la barca! Estate quieto y en la orilla hablamos.
Cruzado que hubieron el río, el ermitaño insistía.
-¡Loco! ¡Que nos están viendo mis padres y todo el mundo!
El yogui, impaciente, produjo con su magia una espesa niebla.
-¡Hale!, ya.
-No tan deprisa. También los ascetas son hombres y si te digo sí, ¿no sabes lo que podría pasarme? ¿Adónde voy yo con una panza...? ¡Me arruinas la vida!
-Ya tendré yo cuidado: fíate.
-No, ni hablar. ¡Para fiarse...!
La astuta joven le arrancó el don de una virginidad perpetua, y cuando se disponía a abrazarla:
-¡Un momento...!
-Ahora, ¿qué?
-¿No te da asco cómo huelo?
-¡Me encanta cómo hueles, boquerón de mi alma! A mí me hueles a ámbar .Ven, anda, ven...
-Pues a mí me da vergüenza que me estés oliendo con esta peste. Me pongo obsesionada y no estoy como hay que estar. Así me niego.
-Está bien. Pero que sea lo último, ¿eh?
Con sus poderes, el asceta le cambió su olor a pescado por un penetrante perfume de almizcle.
-Ahora ya no seré Matsyagandhi, sino Kasturigandhi, "olor a almizcle". Y aquí me tienes para lo que quieras.
El yogui pudo al fin satisfacer su deseo, se purificó en las aguas del río con un baño ritual y se marchó desapareciendo para siempre de la vida de la bella pescadora.
Así fue la historia de los amores del asceta Parashara con la niña pez, también llamada Satyavati. de ellos nació el sabio Vyasa, que según la tradición escribió el Mahabharata.
Vyasa, autor del Mahabharata.
Vuelven a saltarnos a las mientes los paralelos irlandeses. 
De hecho, la fecundación por un germen que se absorbe con el agua o la bebida es algo que aparece frecuentemente en la épica irlandesa: así fue concebido el gran rey del ulster Conchobhar.
En algunas ocasiones (ver Antigüedad de Dahut, Diosas marinas y fenómenos de feria) ha aparecido por estas entradas santa Muirgen, la santa sirena que fue rescatada de las aguas, como la madre de Matsyagandhi, y bautizada por san Comgall. ¿No llama la atención que en uno y otro caso el rescatador fuese el jefe de los pescadores, en la India de un rey, en Irlanda del abad de un monasterio? Naturalmente, el papel de autoridad suprema en la Irlanda de los primeros tiempos del cristianismo es el abad, mucho más importante que el rey. La confusión en aquella Irlanda de la autoridad política y la religiosa, bien separadas antes (en las figuras del rey y el druida) es la misma que hizo que la palabra latina monasterium se adoptase en irlandés para designar a la corte o seguidores más allegados a un rey (irlandés actual muintir, "familia o allegados").  

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