domingo, 16 de marzo de 2014

Dioses, ángeles, genios y santos. El sol baila por Pascua.

Días atrás hablaba de san Naile o Natal y lo hacía a propósito de santa Éithne, tomando por motivo el que ambos santos se dan cita en las páginas de la novela de Austin Clarke The Sun Dances at Easter, El sol baila en pascua.
De hecho el eje -eje espacial- de la novela es la peregrinación a la fuente milagrosa de san Naile de los dos jóvenes personajes principales: Orla, una casada atormentada por su esterilidad, y Enda, aspirante a clérigo y fraile de un monasterio.
La peregrinación, a campo traviesa como dice la propia palabra -per agros-, es a la vez (como Dios manda) un viaje espiritual o camino de perfección que culmina en un estado superior de conocimiento.
La vida y el culto de los santos y los mitos de los antiguos dioses están presentes constantemente en la narración como lo están en la mente y conversación de los personajes, pero no sólo allí, puesto que intervienen realmente en el curso de sus vidas y son ellos los que mueven sus hilos y los atraen con más o menos picardía a su propio terreno, como fichas de un juego que los trasmuta y enaltece.
El tablero de este juego, el mundo, se deshoja en distintos planos que no están aislados unos de otros ni carecen de pasadizos para comunicarse. Uno de ellos es la narración, porque el acto de contar da realidad al cuento y lo trae como de los pelos a presencia de los que relatan y oyen.
Los Tuatha Dé Danann viajaban en las nubes. Ossian invocando
a los dioses,
por François Gérard.
En la antigua Irlanda el paisaje contaba, como puntos de referencia, con episodios de la mitología. Algo semejante pasaba en Grecia, como vemos leyendo a Pausanias. El irlandés se orientaba sabiendo que en tal sitio combatieron a muerte los toros de la Táin (la gran epopeya), más allá murió Macha extenuada por su carrera contra los caballos del rey y en el otro lado desembarcaron de sus nubes los Tuatha Dé Danann cuando comenzaron a adueñarse de la isla.
Esta íntima asociación de cada elemento del paisaje con seres y acontecimientos míticos, que tan bien supo captar poéticamente en Galicia, entre otros, Pondal (aunque para él se tratase ya más de un artificio poético romántico que de una vivencia religiosa, pero quién sabe), había dado pie en la Edad Media irlandesa a todo un género literario, el dindsenchus o explicación de topónimos, que se cultivó al menos desde el siglo IX al XII, recogiendo ciertamente conocimientos muy anteriores.
Los santos cristianos, sus vidas y milagros, heredaron esta función de marcar determinados puntos del territorio, sin por ello desplazar a las narraciones anteriores.
No lejos, pues, de donde los Tuatha Dé Danann se apearon de sus nubes comienza el viaje de Orla, la protagonista de la novela. Al principio de su camino ve las aguas de Loch Conn, en una de cuyas islas sufrió martirio san Cellach. Loch Conn había brotado de las pezuñas de un ciervo que huía de Fionn mac Cumhail, el Fingal de Macpherson, que le daba caza. Siglos después de la muerte de los Fianna, en tiempos del rey Guaire, en el siglo VII, Loch Conn albergaba a un monstruo feroz, perro acuático salvaje al que daría muerte el vengador de san Cellach, Cú Coingelt, héroe que debe precisamente el nombre por el que se lo conoce a aquella hazaña ( significa "perro"). 
Y si la meta de Orla es el manantial milagroso de un santo, lo que le da el impulso de partida es la aparición de un personaje pánico que resulta ser el dios Óengus Mac Óg, en persona hijo de Dagda y tradicionalmente considerado como el Apolo celta, pero más recientemente relacionado por Bernard Sergent con Hermes.
Hermes, Pan, ninfas y embriaguez forman parte del mundo numinoso
evocado por Austin Clarke. Relieve griego del siglo IV antes de Cristo.

Óengus, como un dios de la epopeya homérica, es quien gobierna a los personajes, los guía o despista, se divierte jugando con ellos mientras los encamina al destino que les tiene planeado.
Maravillados, los hombres asisten al ir y venir de los seres sobrenaturales (cuando les place dejarse ver), sin poder a veces distinguir si se trata de ángeles o del pueblo del síd, los antiguos dioses, que son demonios para la nueva fe. 
Enda, compañero de viaje de Orla, se encuentra bajo la influencia y protección de san Fechin, fundador del monasterio de Favoria o Fore, donde el joven clérigo estudia. Favoria era un monasterio especialmente famoso por su escuela de miniaturistas y escribas. Austin Clarke, el autor de la novela, se sentía atraído y fascinado por el arte de estos minuciosos pintores medievales irlandeses que trabajaban en el límite de la abstracción geométrica y la figuración. También aparecen los miniaturistas en su primera novela, The Bright Temptation.
El segundo epígrafe de esta The Sun Dances at Easter es de Rémy de Gourmont y se refiere precisamente a ese hormigueo de personajes diminutos que pueblan las páginas de algunos manuscritos cuya decoración hace difícil a los ojos del inexperto discernir la estructura del texto que se oculta bajo la hojarasca de la ilustración.
¿Dónde está el texto? Inicio del Evangelio de San
Marcos en el Libro de Kells, principios del siglo IX.

Es curioso que Clarke se acordase de Gourmont, con el que coincide en algunos aspectos, más allá de que se trata de dos autores católicos, interesados en la Edad Media y profundamente intrigados por el amor y la psicología femenina. También ambos fueron denostados y tratados con hostilidad en sus países por motivos ideológicos y literarios y anduvieron en lenguas por culpa de sus relaciones personales. Ambos, por cierto, tuvieron que ver con mujeres apasionadas por el ocultismo.
Pero, volviendo a san Fechin, apóstol de Conamara, fue según se dice un santo que, al igual que Natal (del que hablaba la última vez) tuvo mucho que ver con las aguas y las fuentes, y es fama que fue de los primeros, si no el primero, que instaló un molino fluvial en Irlanda.
Se dice de pasada en la novela que este santo solía pasarse largos ratos en oración, y lo hacía ante un barreño lleno de agua fría y con una pesada piedra en las manos, para que, si llegaba a vencerle el sueño, al empaparlo salpicándolo lo despabilase.
Fechin -dice Clarke- aborrecía el sueño, "al que a menudo acompañan muchos placeres secretos e inconfesables" (salvo en la penitencia, es de suponer): ya sabemos, pues, la opinión del santo en lo que se refiere al carácter pecaminoso de los pensamientos tenidos en sueños, cuestión bastante discutida.
En todo caso, el comentario citado como de pasada cobra todo su sentido al final de la novela cuando ambos protagonistas alcanzan en un sueño la plenitud del conocimiento y del gozo amoroso, ilícito para ellos.
Se conservan varias versiones medievales de la vida de Fechin, todas ellas tardías aunque dependientes algunas de ellas de redacciones anteriores en latín o irlandés, hoy desaparecidas.
Uno de estos manuscritos, ya dieciochesco, trae una nota marginal de quien lo copió: "Mucho ha cambiado el mundo desde los días de san Fechin, y dudo que haya sido para bien..."
Del que no es muy devoto el estudiante Enda es de san Patricio, cuyo culto considera agigantado por los intereses políticos de los poderosos Uí Neill, que se jactaban de haber favorecido al apóstol de Irlanda en sus primeros pasos misioneros.
De él se señala, curiosamente, la creencia de que se le debe la introducción de la cebada en Irlanda. Esto lo incorpora a la nómina de los santos importadores de cereales, asunto erudita y amenamente estudiado por José Manuel Pedrosa en el libro Gilgamesh, Prometeo, Ulises y San Martín (ver A vueltas con las abejas).
La leyenda de Eithne y Ceasán (de donde parten todas estas divagaciones) ocupa la parte central de la novela, con notable extensión. La santa, casi niña, de los Tuatha Dé Danann se aparece al joven monje con el fantástico atavío verde, coruscante de alhajas, que corresponde a su estirpe. Nada se nos cuenta, salvo por alusiones, de su vida en el Otro Mundo, parte esencial del relato medieval.
Gracias a ella, Ceasán descubre tanto el verdadero sentido de su vocación de pescador de almas como el poder atractivo de la tentación. Especialmente (y ahí entra en juego el gran talento lírico y plástico de Clarke) cuando la sorprende casi desnuda en sueños, a la luz de la luna que refulge en sus preseas.
Bastaría esa descripción para recomendar la lectura de la novela.
La misma ambigüedad que mantiene a los personajes suspensos entre dos mundos (si no tres) afecta al alimento milagroso que la pareja ermitaña encuentra cada día a modo de maná en el hueco de un árbol. Rebanadas de pan, manzanas, leche, todo ello divinamente sencillo y sobrenaturalmente delicioso.
Son obvias las resonancias eucarísticas, pero ¿cómo no recordar a Galatea:
"fruta en mimbres halló, leche exprimida
en juncos, miel en corcho, mas sin dueño..."?:
Y es que en efecto las ofrendas, vengan del Cielo o del síd resuenan a nuestros oídos con connotaciones clásicas y bucólicas.
Esta ambigüedad en que se cifra toda la tragedia de Eithne tiene su explicación, harto sorprendente, y consiste en que, según se desprende de la novela de Clarke, los Tuatha Dé Danann no se libran del pecado original. Así, su nostalgia de la morada paradisíaca de los viejos dioses puede concebirse como aspiración al verdadero paraíso, que se logra en la muerte.
La segunda hoja de este díptico de narraciones ajenas al cuerpo principal de la novela, aunque enlazados a él por una intrincada red de alusiones y de repeticiones, nos mete de lleno en un mundo numinoso plenamente pagano, más cerca aún de la mitología clásica.
La utilización del punto de vista de un personaje especial, víctima de una metamorfosis mágica, recuerda irresistiblemente al Asno de oro.
Como en este relato, la relación dialéctica entre el mirón y el mirado (o mirada para más precisión) cobra importancia primordial. Acteón, Semele, Psique... Mitos que actúan como metáforas de la intrépida curiosidad humana (y en esa clave, pensaría Orla, protagonista de la novela, puede entenderse también la tentación y caída de Eva), que es aspiración a la Verdad, y por tanto a lo divino.
Jordaens. Alegoría de la fertilidad-
La semejanza (acaso el parentesco) con Apuleyo es obvia, cambiando el asno por el macho cabrío (dos animales, por cierto, que comparten fama de desmesura sexual y tufo sulfuroso). El papel de Isis lo hace aquí Óengus: energía vital y amorosa que mantiene el cosmos cohesionado y en marcha.
Aquí nos sentimos mucho más en la bucólica antigua, acaso más precisamente en la de la baja latinidad,  que en los primeros tiempos del cristianismo irlandés.
Seguimos en un mundo donde bulle lo numinoso. Jacques Lacan dice cómo lo numinoso pulula y actúa por todas partes, surge a cada paso y cada uno de sus pasos deja una huella que, en resumidas cuentas, es un templo. Y esos templos son como marcadores que a su vez remiten a fábulas de las que se desprende "no sé qué desorden, embriaguez, anarquismo de las pasiones divinas". Así se expresa Lacan en el libro VII del Seminario y es exactamente la sensación que transmite la novela de Austin Clarke.
Lo más grave es que ni los propios personajes son capaces de distinguir bien entre dioses, genios, ángeles y santos. Lo que más claramente perciben es a la figura disfrazada del Amor (Óengus) que los empuja a zambullirse en una mayor intensidad de vida.
Efervescencia de lo divino que ciertamente no es exclusiva del paganismo grecolatino. Si no, véase el libro de Lecouteux sobre los númenes locales que animan casi cada palmo del paisaje. Y que, contrariamente a lo que cree Lacan, en opinión de Clarke no es más que aparentemente caótica, como las líneas y colores de las antiguas miniaturas.
Probablemente fuera este panteísmo naturalista y amoroso (presidido por la Venus de Lucrecio... o del Arcipreste de Hita), crisol de todas las fes y experiencias sagradas lo que causara la aversión de la Iglesia y la censura del libro. Mucho más, desde luego, que su erotismo ciertamente delicado y alusivo. Muy estricta o muy gazmoña tenía que ser aquella sociedad para que resultase ofensivo a oídos de personas con uso de razón.

lunes, 3 de marzo de 2014

San Natal el iracundo

Entre los santos irlandeses los había de armas tomar y uno de ellos era San Natal o Naile.
La vida de este santo se conserva en una redacción tardía, que recogió Plummer en 1925 en un volumen llamado Miscellanea hagiographica hibernica, publicado en Bruselas por los Bolandistas.
Por lo que cuenta este relato, San Naile fue hijo de Oengus mac Nadfroech, el famoso rey de Cashel convertido por San Patricio, a quien el santo durante su bautizo atravesó el pie accidentalmente con la punta herrada de su báculo. A este rey le han atribuido algunos historiadores la paternidad de Isolda la Rubia, la amante de Don Tristán: y aunque la conjetura no tiene mucho fundamento a mí me gusta creerla.
La mujer de Oengus era Éithne ingen Crimthann, que murió trágicamente a manos de sus enemigos, junto a su marido, allá por el año 490. En aquella batalla luchaba contra el de Cashel una coalición de reyes entre los que se encontraba Muirchertach mac Erca, que se enamoró de un hada o mujer del síd,  repudió por ella a su legítima esposa, expulsó a los monjes de su corte y acabó muriendo ahogado en un tonel de vino, víctima de los hechizos de su amante. Porque aquella bellísima y sobrenatural criatura, aunque estaba profundamente enamorada de él, había venido de su mundo para vengar en el rey la muerte de su padre.
Al menos, esto es lo que se cuenta en el relato llamado La muerte de Muirchertach mac Erca.
Dice la tradición que Oengus y Eithne no conseguían tener descendencia y que ya a las puertas de la vejez, después de treinta años de plegarias, la reina concibió un hijo. Este elemento folclórico no se encuentra en el texto que se nos ha conservado de su vida.
Aquel niño fue luego santo y lo invocan las mujeres que padecen esterilidad.
Una noche, Eithne se vio en sueños pariendo un perrito al que luego bañaban en una tina de leche, y aquella leche rebosando se vertía e inundaba Irlanda entera.
Sueño de  Juana de Aza. Prato, San Domenico.
Foto de Saliko, tomada de Wikimedia Commons.
Esta visión de dar nacimiento a un perro, que simboliza a un santo, se repetiría luego en Juana de Aza, la madre de Santo Domingo de Guzmán.
Curiosamente, los dos elementos se dan en el mito de Hécuba, reina de Troya, que soñó que paría una antorcha sin perro (que resultó ser Paris), pero era medio perra ella y transformada en perra acabó.
Pero, entre los celtas, el perro tenía un significado simbólico especial, del que carecía en Burgos en el siglo XII. Para la beata Juana, me atrevo a suponer, el perro era el animal dócil y fiel frente a su amo, guardián de la casa, defensor y guía de los rebaños (papel que gustaba asignarse en la Iglesia la orden dominica). Para Éithne hija de Crimthann el perro, animal del dios Lug, imagino que no habría perdido su relación simbólica con la soberanía. De perro llevaban el nombre el máximo héroe de Irlanda, Cú Chulainn y su rey Conchobar, así como otros muchos paladines: Cú Roí, Cú Coingelt... Recordemos que en irlandés no hay nombre para el lobo y que estos otros que contienen Cú y Con son los equivalentes, por ejemplo, de los germánicos que tienen Ulf o Wulf.
Nació, pues, el niño, y a la hora de bautizarlo un ángel se apareció sobre el altar mandando que le pusieran el nombre de Naile, que en latín suele escribirse Natalis.
A los siete años de edad, el pequeño Naile ya era un maestro en todas las ciencias y no mucho después sus padres decidieron enviarlo a estudiar con San Colum Cille, el hombre más sabio que se les ocurrió.
El jovencísimo discípulo se encaminó hacia su maestro escoltado por un séquito de monjes y por un escuadrón de mil ángeles que lo acompañaban volando sobre sus cabezas.
Colum Cille, viendo venir de lejos la sobrenatural procesión, salió a su encuentro. Se encontraron en una playa. Cayeron de hinojos el uno ante el otro y se dieron mutuas bendiciones.
Natal se sintió espléndido y quiso convidar a Colum Cille y los suyos; como no tenía con qué alzó los brazos al cielo y al momento las arenas se cubrieron de trigo y el mar se convirtió en un hervidero de peces donde todos pudieron coger para comer hasta saciarse.
San Antonio predicando a los peces (detalle). Azulejos portugueses
del siglo XVII.
Naile era hombre generoso y amigo de dar grandes convites. Uno de ellos, al que había convidado a muchos otros santos, tuvo lugar en tierras de San Ternoc. El banquete era espléndido, pero el agua escaseaba. Fueron a advertírselo al anfitrión, que presidía el festejo sentado al pie de una piedra hita.
-Flannan, hijo, ve a pedirle agua a Ternoc, que de él dependen estas tierras.
Pero Ternoc, que no estaba entre los invitados, se indignó.
-Mira, dile a tu jefe que para un santo como Dios manda hacer brotar manantiales milagrosos es coser y cantar. Todos hemos hecho manar fuentes a golpe de báculo. Yo, muchísimos; y los demás otro tanto. Si Natal quiere agua, que se moleste él en sacarla de la tierra...
-Yo se lo digo, pero se va a enfadar...
Flannan volvió con el recado a San Naile, que efectivamente montó en cólera.
-¡Si será el tío...!
Y furioso arrojó el báculo como si fuese una lanza, con tal fuerza que al momento desapareció de su vista.
-Flannan, coge mi copa de piedra roja como sangre y sigue la dirección del báculo. Donde lo encuentres, verás agua: recógela en la copa y la traes.
Flannan obediente salió en pos del báculo y después de andar largo trecho lo encontró hincado en una peña durísima. Sin dificultad lo arrancó de ella y por el hueco que dejó comenzó a brotar agua cristalina como por un abundante caño. Flannan llenó la copa y regresó al festín. A Natal no se le había pasado el enfado, y con la copa de agua en la mano lanzó una maldición contra Ternoc, prometiéndole mala muerte y,  tras ella, el Infierno.
-¡Yo soy el fuego que arde con fuerza,
Yo soy la serpiente que ciñe implacable,
Más afilados que la lanza cuando hiere
son mis monjes y mis reliquias!
Cuando esto llegó a oídos de san Ternoc se aterrorizó, y no era para menos. Acudió de rodillas ante San Natal a ver si le levantaba tan terrible maldición.
-Bueno, te levanto la maldición, pero sólo si te vas de estas tierras y me las cedes a mí.
-¡Eso es un abuso!
-Para que aprendas a dar de beber al sediento. Además, te advierto una cosa: que adonde quiera que pongas tu iglesia, esa tierra estará infestada de lobos y de zorros, que los muertos no podrán descansar en paz porque las alimañas revolverán las sepulturas.
-¿Ah, sí? Pues yo tendré lobos, pero tú no vas a tener ovejas. ¡Que no haya ovejas en tus tierras!
-Pues a ti no te van a faltar las ovejas, pero con menos lana que las truchas. ¡Ya te lo digo!
-Pues si esas tenemos, que os coman los ratones y las pulgas.
-Los mandaré ir al bosque y que se queden allí sin salir. Y en tus terrenos, los juncos, cuando salgan, durarán una noche, y os tendréis que acostar en el duro suelo.
-Durarán poco, pero serán tantos que, una vez cortados, llegarán los montones hasta el techo.
Así se separaron los dos santos, sin despedirse y airados el uno contra el otro.
Durante otro de los sínodos festivos que solía organizar Natal, los asistentes vieron acercase una solemne y fastuosa comitiva a caballo. La encabezaba un hermoso caballero en la primera juventud.
-¿Quién eres tú, jovencito, que vienes a esta junta de ascéticos ancianos?
-Yo, venerable maestro, soy un príncipe del Norte de Irlanda, y aunque resulte difícil de creer estoy sin bautizar aún; vengo a recibir el bautismo de tus manos.
-Eso me honra. ¡Que traigan mi almohada!
-¿Por qué traen una campana?
-Porque esta campana es lo que me sirve a mí de almohada -explicó Natal-. Y es una campana que tiene su historia. Has de saber que una vez iba navegando con sus monjes San Colum Cille, mi maestro, cuando hete aquí que ven surgir de las aguas la cabezota enorme de un monstruo marino con unas fauces como la puerta de un templo abiertas para tragárselos como quien sorbe un huevo crudo. El terror se apoderó de todos, incluso del gran santo. Y a Colum Cille no se le ocurrió otra idea que pensar en su hermano, Senach el herrero. Pero era hermano de madre solamente.
Los primeros herreros de la Historia. Manuscrito del siglo XIV.
-De todas maneras, se le podía haber venido a la cabeza encomendarse a la Virgen María o algo.
-Fue inspiración divina. Verás: en aquel mismo momento, Senach sintió que su hermano estaba en peligro, aunque no sabía cuál ni dónde, y guiado por el brazo de Dios, como tenía en aquel momento un trozo de hierro candente agarrado con las tenazas, ¡zas!, lo lanzó con todas sus fuerzas a lo lejos. Como un relámpago, la masa de hierro salió volando hasta el mar de Escocia con tal puntería que se le entró a la serpiente de mar o el monstruo que fuese (que no lo sé) por la boca y lo dejó muerto en el momento.
"Los monjes lo ataron a su barca de cuero y de mimbre y lo remolcaron hasta la playa. Le abrieron la barriga y extrajeron el bloque de hierro, que le devolvieron a su dueño. Senach lo dividió en tres partes, y de una de ellas hizo una campana maravillosa. San Colum Cille se la regaló a san Tigernach, y san Tigernach a San Molaise.
-¿Y cómo llegó a tus manos?
-San Molaise la solía usar de almohada, que de él lo he aprendido yo; y cuando estaba muriendo dijo: "Conoceréis por esta campana al que Dios quiere que sea mi sucesor". Yo fui a despedirme de aquel gran santo, y cuando estaba sentado a la cabecera de su cama la campana se escurrió de debajo de su cabeza y de un salto vino a posárseme en el regazo. Desde entonces la conservo como un gran tesoro. Y no por nada. Esta campana proporciona protección y victoria en las batallas, y lo que es más, porque se puede usar más a menudo: si la colocas en la cocina, garantiza que venga del Cielo comida para cien comensales.
-Pues sí que es una bicoca.
-Sí. Yo te voy a bautizar de las dos maneras: primero con ella y después chapuzándote en las aguas del río. Y el nombre que te voy a poner será Lua.
-Me parece muy bien.
Así se hizo, y al salir el joven de las aguas después de recibir el bautismo, tenía un pescado en cada mano.
-¡Mira lo que he pescado! ¡Esto se llama aprovechar el tiempo!
-Muy bien. El pescado es el símbolo de Cristo y Cristo, con el bautismo, te ha pescado a ti. esto que has cogido es señal de prosperidad y abundancia. Recuerda que Cristo dio de comer a una multitud con tres peces. Así que no seas ingrato ni tacaño.
-Eso no se dirá de mí. Porque yo soy un príncipe del Norte de Irlanda. Desde hoy instituyo para mí mismo y mis sucesores un tributo pagadero a ti y a los tuyos.
Corto aquí el relato para recordar a la santa que fue objeto de la anterior entrada de este blog, Santa Éithne, también pescadora prodigiosa y cómo Van Hamel ya vio en los años 30 del pasado siglo la conexión entre su leyenda piscatoria y el complejo imaginario del Graal.
Este príncipe bautizado por San Natal entra así en la serie de los reyes pescadores que adquirirán tal importancia en la leyenda medieval del ciclo de San José de Arimatea y el Graal.
Y vuelta a la historia.
-¡Qué poco dura lo bueno! -dijo San Natal-. Tú, tan entusiasta ahora, dentro de poco me traicionarás y te olvidarás de mí. Me causarás un hondo pesar y una ira más honda todavía.
-No lo digas ni en broma. Eso es imposible. Tú eres mi queridísimo maestro y te honro como sabio y santo más que a ningún hombre que esté vivo.
-Bueno, pues que siga así. Dios te bendiga.
-Adiós.
Fue el caso que, no mucho tiempo después, Lua organizó un banquete de los que dejan memoria durante siglos. mandó traer los mejores ingredientes, los más abundantes y los más variados, las viandas y bebidas más exquisitas y contrató a los cocineros más excelsos. Más que un festín, aquello parecía una feria por la abundancia y animación de los asistentes.
-Me extraña que no haya aparecido aún por aquí San Natal, con lo que le gustan estas fiestecillas.
-¡Arrea! -dijo Lua dándose una palmada en la frente- ¡San Natal! ¡Se me había olvidado completamente! Ahora sí que la hemos hecho buena... Como nos eche una de sus maldiciones... ¡Que nadie se atreva tocar un bocado de comida mientras no hayamos ido a pedir perdón al santo!
-¿Qué te había dicho yo? -dijo San Natal, triste y encolerizado, cuando tuvo ante sí al príncipe temblando y de rodillas.
-Un fallo lo tiene cualquiera...
-Ya lo sé, y por eso no te maldigo. Además tienes buen fondo. Pero has de saber que es una gran soberbia creerse que está uno a salvo del pecado y de la tentación. No hay que descuidarse ni un momento, y para que esto te sirva de lección, te pongo por penitencia que me paguéis un nuevo tributo.
En realidad, como sucede con muchas vidas de santos irlandesas, el propósito del relato entero es la justificación del cobro de unos impuestos por determinada autoridad eclesiástica o de que tenga mando sobre tal o cual territorio.
Aunque no se haya notado mucho, el motivo de hablar hoy de San Natal es su relación con la santa de la anterior entrada, Santa Éithne.
Ya he comentado que ambos se relacionan con pescados y con la pesca. Según lo que cuenta Austin Clarke, la festividad anual de San Naile se veía marcada por la aparición de una trucha prodigiosa nadando en las aguas de su fuente sagrada, y el peregrino que la veía podía confiar en la concesión de lo que había acudido a pedir.
Esta trucha no puede dejar de recordarnos al mitológico Salmón de la Sabiduría y a los dos pescados bautismales del príncipe Lua, que precisamente eran salmones según el texto medieval de la vida.
Multiplicación de los panes. Relieve
paleocristiano
Naturalmente, por asociación con el episodio evangélico de la multiplicación de los panes y los peces, el pescado adquiere connotaciones eucarísticas (en la vida de San Naile aparecen asociados los pescados de Lua a la campana del santo, especie de cuerno de la abundancia y multiplicador de alimentos) que se verán desarrolladas en el ciclo del Graal. Pero también las tiene la leche, como vimos al hablar de Santa Éithne.
Recipientes sobrenaturales relacionados con el Graal consideró Van Hamel a los de Santa Éithne, donde se ordeñaba la leche de las vacas mágicas de los Tuatha Dé Danann. A la misma categoría habría que adscribir la copa de piedra roja y la campana de la abundancia forjada por el herrero Senach.
Consultando, por ejemplo, el tratado de San Ambrosio sobre el Evangelio de San Lucas, encontramos consideraciones muy interesantes. San Ambrosio, por cierto, escribía dos siglos antes de San Colum Cille. En ese libro vemos que si tanto la leche como los panes significan el alimento espiritual (es decir, se entienden en clave eucarística), aquélla es la que se destina al que está aún débil y enfermo, o como el niño de teta que no puede asimilar otro sustento más sustancioso: exactamente como le sucedía a Santa Éithne antes de conocer a San Ceasán y pasarse al pescado.
La leche, alimento espiritual. Lactación de
San Bernardo
, pintura flamenca del siglo XV
Una cosa que llama la atención en el pasaje de San Ambrosio es lo mucho que habla de los panes y aun de la harina con que están amasados unos y otros, y lo poco que se refiere a los peces.
Sabemos, por los estudios de Sterckx, que la leche era para los celtas, al igual que para otros pueblos, aparte del alimento primordial, el fluido que transmitía la fuerza y energía vitales de generación en generación por medio de la lactancia. Es obvio lo fácilmente que se puede pasar de una concepción semejante a tomar la lactancia como símbolo de la adquisición de dones naturales como la ciencia o sobrenaturales como la gracia.
Y si la vida de Éithne (a la que pienso volver si Dios quiere) está claramente marcada por el alimento lácteo, también Naile o Natal lo está desde antes de su nacimiento, por la visión simbólica de su madre.




sábado, 1 de febrero de 2014

También las diosas pueden ser santas

Días atrás, cuando el espíritu navideño me hizo acabar hablando de los difuntos errantes y sus dones, había empezado preguntándome por la conversión, y todo a raíz del poeta, primero pagano y luego cristiano, Colmán mac Leníne. La familia suya, al fin y al cabo, debía de ser al menos medio cristiana. ¿No vivían en comunidad, como monjas, la mayoría de sus hermanas y para una que se casó tuvo hijos santos? ¿Daría la diferencia de religiones pie a conflictos familiares? No sabemos.
Entrevemos en los versos de Colmán posteriores a la conversión cierta nostalgia de la brillante vida profana detrás de la nueva serenidad del monje. Probablemente sean imaginaciones de uno y haya que renunciar a comprender qué es lo que pasaba dentro de aquella cabeza.
Las relaciones entre la antigua cultura irlandesa y la nueva cristiana tenían que ser difíciles. Respecto del Antiguo Testamento, el cristianismo se sitúa como meta alcanzada y cumplimiento de las profecías. El principio del fin de la Historia. Lo que las Escrituras narraban resultaba un tejido de enigmas resueltos con la vida y pasión de Cristo.
Jonás y la ballena, prefiguración de la muerte y resurrección de Cristo.
Relieve gótico. 
Drama trascendental ensayado una y otra vez a lo largo de la Historia en una serie de prefiguraciones.
La cultura clásica dota a la nueva religión de un lenguaje y los antiguos mitos de Roma se comprenden en clave simbólica.
De uno u otro modo, lo anterior se ve transformado en significante de lo nuevo. La irrupción de Dios en el mundo tiene este efecto: de pronto se comprende que todo lo existente era un anuncio y una adivinanza.
Fulgencio el mitógrafo, que escribía en África a finales del siglo V, fue probablemente el más popular de los intérpretes cristianos de la simbología mitológica.
Según Fulgencio, el juicio de Paris simboliza la elección entre
la vida contemplativa (Juno), la activa (Minerva) y la placentera
(Venus). Luca Giordano, El juicio de Paris. Obsérvese la semi descalcez
de Juno, la diosa suprema.
Los irlandeses sabían que el cristianismo no era la culminación de su propia cultura. Les llegaba de fuera, de Britania, es decir de Roma: un mundo que no era el de ellos. Además, su propia Historia no podía quedarse en una colección de fábulas, de parábolas... por muy simbólicas que fuesen. Ella era la que explicaba quién era cada pueblo, cada linaje, quién vivía y mandaba en cada sitio y por qué. También daba un sentido al territorio, al paisaje del que cada uno formaba parte.
Dos tradiciones necesarias e incompatibles no podían ser. Había que injertar una en otra. Así aparecen el druida Mog Roith decapitando a San Juan Bautista, Conchobar del Ulad sucumbiendo a la ira causada por la muerte de Cristo, Santa Muirgen o Lí Ban admiradora y contemporánea de los Fianna convertida a la fe de Cristo, los hijos de Ler bautizados por San Mochoemhóg, y de la misma manera otros personajes y episodios. Es, en el fondo, la misma intención la que lleva a entremezclar el mito celta de un caldero y una lanza mágicos, vinculados al dios Lug, con el simbolismo de la Pasión, forzando el viaje de José de Arimatea o de su allegado Bron a tierras célticas para formar el fecundo tema literario del Graal.
Llevaba casi un mes pensando (y retrasándolo siempre por pitos o por flautas) dedicar unos renglones a una de estas santas que venidas desde los tiempos mitológicos aterrizan en los albores de la Historia irlandesa. Su vida se cuenta en un relato medieval no de los más conocidos, titulado Altram tige da medar, o sea La manutención de la casa de los dos cubos. Altram es palabra que se refiere a la costumbre irlandesa de dar los hijos a criar a otras familias en cuanto alcanzaban la edad en que se tiene uso de razón.
Ahora veo casualmente que Dennis King, en su muy interesante blog Nótaí Imill (Notas al margen), se ocupa de un pasaje del relato en cuestión, y me digo que es hora de hincar el diente al asunto.
El cuento está publicado en el número 18 de la Zeitschrift für Celtische Philologie de 1930 y dos años más tarde en el 11 de la revista irlandesa Ériu, editado y traducido al inglés por Lilian Duncan. Lilian Duncan explica que ya tenía terminada su traducción cuando salió la de la Zeitschrift, obra de M. E. Dobbs, y que fue esa publicación la que la decidió a dar a la luz la suya. Hay traducción inglesa de la versión de Dobbs en The Encyclopedia of Celtic Wisdom, compilada por Caitlín y John Matthews (Shaftesbury, Dorset: Element, 1996). 
Del año 1930 es también el artículo del filólogo holandés Van Hamel (que sólo conocía la traducción de Dobbs), aparecido en la Revue Celtique, donde se trata bastante extensamente de esta narración. A Van Hamel lo que más le interesó fueron las conexiones que encontró entre este lírico relato y el ciclo del Graal.
Años después, el polifacético escritor Austin Clarke introdujo la historia de Eithne en una novela suya, El sol baila en pascua (1952). No la tengo ahora, pero cuando le ponga la mano encima me apetecería contar algo de esta versión y del autor, que fue un personaje curioso.
La acción comienza en el mundo de los Tuatha Dé Danann, los seres mitológicos que poblaban los túmulos y reinos subterráneos de Irlanda.
Entrada del túmulo megalítico de Brug na Bóinne.
 Elcmar y Oengus Óg compartían el túmulo de Brug na Bóinne, debido a que Manannán, el más poderoso de los Tuatha Dé Danann en aquella época, se había olvidado de Oengus a la hora de distribuir las moradas. 
Sucedía, por otra parte, que Oengus era hijo de Dagda -otro personaje de muchas campanillas entre los Tuatha Dé Danann- y de Bóand, y Bóand era la mujer de Elcmar. 
Para ocultar el estado de Bóand (consecuencia de sus amores), Dagda había estirado el tiempo de modo que el embarazo no durase más que un día, y cuando nació el niño su padre lo ocultó temporalmente para hurtarlo al rencor de Elcmar. 
Alcmena, madre de Heracles, se ha comparado repetidamente con Bóand,
madre de Oengus. Episodio de la infancia de Hércules (detalle) por
Bernardino Mei.
Bóand, intentando limpiar su fama, se sometió a una ordalía; pero como era culpable sucumbió (ver Antigüedad de Dahut).
Elcmar y Oengus, como puede suponerse, no se tenían gran simpatía.
Durante una fiesta organizada en el túmulo de Elcmar, Manannán se llevó aparte a Oengus:
-Mira, Oengus, aunque Elcmar sea tu padre adoptivo, yo soy tu padre porque a mí me debes la valentía en la destreza en las armas y la magia. Yo soy hijo adoptivo de Dagda, que es tu verdadero progenitor. Os quiero mucho a ti y a tus hermanos.
-Ya lo sé, Manannán. Pero ¿lo dices por algo?
-Oye, esta casa debía ser tuya y no de Elcmar. 
-¡Demasiado que puedo estar aquí viviendo!
-Pídele que se ausente un poco, hasta que tú digas, y cuando acepte (que aceptará) le dices que se espere para volver hasta que la noche se mezcle con el día y la luna con el sol. Eso no podrá ser nunca y te quedas el palacio para ti.
-No sé... Nosotros somos dioses, pero eso no nos da rienda suelta para hacer el mal a troche y moche. ¿No hay un Dios que mande en nosotros, que esté por encima?
-Ya lo creo, el que hizo a los ángeles y a los hombres, pero tú ahora de eso no hagas caso y sigue  mi consejo.
-Bueno. Pero no me parece nada bien.
Todo sucedió según el plan de Manannán y Elcmar, atónito de la jugarreta que le habían gastado, tuvo que marcharse de su casa con todos los suyos.
-Yo siento que mi desgracia caiga sobre vosotros -les dijo-, pero tened siembre presente que la culpa no es de Oengus, sino del marrajo de Manannán, que lo ha liado todo.
De hecho, Oengus salió a despedirse de Elcmar y a ofrecérsele para aliviar su suerte en lo que pudiera.
-Hijo mío, eres un calzonazos y ahora ya ¿qué vas a a hacerle? ¡Ya no tiene remedio! Desde luego, harto necio es el que se porta bien con los hijos adoptados. Luego se arriesga a estas cosas.
Tras una fiesta celebrada en el Brug na Bóinne, nacieron el mismo día dos niñas: Curcóg, hija de Manannán, y Eithne, hija de Dichu, cortesano del reino subterráneo. 
Dichu era de la casa de Elcmar pero no se había visto obligado a seguirlo porque estaba fuera cuando se consumó la artera expulsión. Lo habían enviado a por comida para el banquete. 
La fiesta había sido de aúpa, de las que hacen historia, y según refiere con insistencia Van Hamel nueve meses después nacieron, el mismo día, gran número de niñas, todas ellas muy bonitas, entre los Tuatha Dé Danann.
Eithne se crió en el servicio de Curcóg, a la que supera en hermosura y gentileza. Era el ojito derecho de Oengus. 
Pero sucedió que un día llegó un visitante, Finbarr, deseoso de conocer la belleza de las mujeres de aquella casa, que ya había corrido de boca en boca. Se las mandó llamar. 
Doncellas danzantes (¿las tres Gracias?). Relieve griego del siglo
VI a. de C.
El visitante notó que Eithne era la más hermosa, pero también que estando arrodillada se apoyaba, para mayor comodidad, sobre sus talones, lo que no hace una doncella de buenos modales. Y declaró que aquella muchacha era gentil y bella como un cisne, pero que no sabía sentarse, desmereciendo de su alto linaje.
Lo que entiende Van Hamel es que Finbarr la acusaba de ocupar indebidamente una plaza entre los Tuatha Dé Danann, porque ella pertenecía a la raza de los mortales. No parece que el texto dé pie a esa interpretación.
Eithne se puso de todos los colores al oír tal ultraje y huyó a encerrarse corriendo en sus aposentos.
Aengus hubiera dado muerte al visitante en un momento de ira; pero tiempo después hicieron las paces y las sellaron uniendo sus bocas en un beso. 
Todo volvió a ser como antes salvo que Eithne había perdido por completo el apetito. Ni un trago de agua podía pasar.
-¿No tomarías siquiera unos traguitos de leche de la Vaca Parda?
-¡Ay, eso igual sí! Pero sólo si la ordeño yo en persona en un cubo de oro...
La tal vaca parda era única o casi. Trajeron al animal con su ronzal de seda. Eithne se lavó cuidadosa y detenidamente las manos y la ordeñó en un cubo de oro. Oengus y ella bebieron de su leche.
Desde entonces, no quiso probar otro alimento, por más viandas exquisitas que le ofrecían.
-No he visto otra vaca igual. ¿De dónde la has sacado?
-La trajimos Manannán y yo cuando fuimos a ver las columnas de oro que marcan el fin del mundo por donde sale el sol. Nos trajimos cada uno una. Son de la India, ¿sabes?: país famosísimo por sus vacas... Y si ésta es parda, la de Manannán es a manchas. 
Vacas indias. detalle de una pintura de finales del siglo XVII.
También son de allí los ronzales y los cubos de ordeñar. Venían con ellas. Estas vacas dan leche aunque no tengan terneros.
-Y la leche sabe a miel y tiene un no sé qué que dá un gusto...
-¡Ah, pícara! Eso que notas es que embriaga como el vino...
-Puede: no lo he probado...
-Pues ten cuidado con ella, que pega que da gusto.
Los médicos no entendían aquella especie de anorexia de Eithne. Ni siquiera los de Emain Ablach, la capital de los Tuatha Dé Danann. La llevaron a consultar a los de Manannán.
-¿Desde cuándo te pasa esto?
-Desde el sofocón que me dio Finbarr: que si estaba mal sentada, que si era una ordinaria...
-Bueno, verás cómo aquí sí que comes.
Manannán se preciaba de ser tan buen cocinero como médico, y él y sus mujeres se esmeraron aquella noche, tanto en la selección de los ingredientes como en su preparación, y por si fuera poco añadieron polvos medicinales aperitivos, sin escatimar en sabores y especias.
Todo para nada.
-¡Bueno! Me doy por vencido. A ver si quiere tomar la leche de la Vaca Manchada...
Aquel alimento sí lo toleraba, siempre y cuando fuese ella misma la que hubiese ordeñado al animal, y es lo que estuvo comiendo mientras permaneció con Manannán.
-Me parece -dijo este al cabo de algún tiempo- que ya sé lo que le pasa a esta chica.
-¿Qué?
-Con cada uno de nosotros vive un espíritu que nos acompaña todos los días de nuestra vida.
-Así es.
-Pues el de esta infeliz, con el bochorno que pasó a causa de la imprudente observación y metedura de cuezo de Finbarr, que ya se podía haber estado calladito, se soltó de ella y salió volando; y entonces un espíritu de otra clase, llamado "ángel", se apresuró a tomar su lugar. Estos ángeles son muy buenos y no asimilan nuestra comida. Y la que dan estas vacas la pueden pasar porque son de la India, que es el país donde más se venera y practica la virtud y es mejor la gente. 
Las vacas de la India eran un gran tesoro para los Tuatha Dé Danann.
Arte Indio (Uttar Pradesh) del s VII
-¿Y qué curación tiene eso?
-Ninguna. Ya lo más seguro es que se quede así. De manera que cuando quiera puede volverse a su casa, que aquí no se puede hacer más por ella.
-Bueno, pues qué se le va a hacer.
Cuando regresó, Oengus se quedó muy triste con las noticias que le contaron.
-Y además -le dijeron- por culpa del ángel ese que se le ha colado, ya no es de nuestra gente, sino de la de un un dios que todo lo puede.
-Sí, ya he oído yo hablar de ese.
-Que mientras tanto, que siga con leche de vaca india.
Van Hamel ve en esta alimentación milagrosa y en los dos recipientes sobrenaturales un precedente céltico del Graal y el místico sustento que proporciona. Eithne pasa como por accidente de un mundo a otro y cambia un alimento sobrenatural (la bebida del Fleá Goibnid, los cerdos de Manannán: equivalentes irlandeses de néctar y ambrosía clásicos) a otro.
La permanencia en un mundo, como muy bien pudo aprender Proserpina al comer los granos de la granada infernal, depende de los alimentos que se consuman. En el caso de Eithne, ya lo vio perfectamente Manannán, el cambio de dieta es causado por el relevo del espíritu que moraba en la doncella. Su conversión y santidad ya son infalibles en ese momento.
Y así estuvo viviendo unas temporadas con Oengus y otras con Manannán desde tiempos de Eremon, hijo de Mil Espáine, el jefe de los primeros colonos que desembarcaron en Irlanda procedentes de Galicia más de mil doscientos años antes de Cristo, hasta que llegó San Patricio (o Tailginn, como lo llamaban los druidas) allá por el siglo V, reinando Loegaire mac Neill, uno de los hijos de Niall Noígiallach. 
Van Hamel apunta que Curcóg, unas veces en Brug na Bóinne con Oengus y otras veces en los mágicos reinos de allende el mar, donde habita su padre Manannán, es una especie de Proserpina irlandesa, repartida entre el reino de los muertos y nuestro mundo. Curcóg significa "colmena" y la colmena era uno de los símbolos de Proserpina, equivalente a la granada, cuyos granos se asemejan a las celdas de un panal. La importancia de la abeja como símbolo de fecundidad e inmortalidad la recalca Gimbutas; pero la miel significa también la embriaguez, al igual que la granada, cuyo vino celebra el Cantar de los cantares como símbolo de la sabiduría. ¿Sería Curcóg prima hermana de la diosa abeja de los cretenses, una de las  manifestaciones de la gran diosa primitiva de la que habla Gimbutas?
Colgante cretense. Según Gimbutas, representación de la diosa abeja.
Sucedió entonces que un día veraniego de calor agobiante las mujeres del Brug bajaron a bañarse en el río Bóand, el Boyne, y al salir del agua fueron en busca de sus ropas. Eithne no las vio secarse y vestirse y las demás por su parte no se acordaron de ella. 
Esto se debía a que el Feth Fiada había empezado a tener efecto sobre Eithne.
Pero ¿qué es el Feth Fiada? Muy fácil: es una niebla o velo (Feth Fiada quiere decir el velo, máscara o disfraz del sabio) que los Tuatha Dé Danann interponen entre sí y los hombres, para evitar ser vistos. 
No es exclusivo de ellos: San Patricio disponía del Feth Fiada y se sirvió de él cuando unos enemigos lo perseguían. Gracias a su magia, transformó a sí mismo y a sus compañeros en ciervos.
Al encontrarse sola, Eithne se vistió y empezó a caminar buscando a sus compañeras, hasta que vio a un hombre leyendo en voz alta en un libro, sentado con una caña de pescar junto a una iglesia y un camposanto.
-¿Qué hace una doncella sola por estos andurriales?
-Me he perdido; y tú ¿quién eres y qué estás haciendo?
-Yo soy un fraile discípulo de San Patricio y ¿qué voy a estar haciendo? ¡Lo que ves, rezar el salterio!
-Yo no entiendo de salterios porque hasta ahora era de los Tuatha Dé Danann; pero ahora quiero ser de los tuyos y que me enseñes a leer ese libro, porque me encanta tu canción. Cada día me darás una lección, hasta que lo pueda leer como tú.
-¿Entonces tú no eres del pueblo de Cristo?
-No, pero da igual: ¡me hago!
-Bueno, vale: en ningún sitio pone que los Tuatha Dé Danann no se puedan bautizar.
-Trae a ver ese libro...
-Con cuidadito, ¿eh?...
Para asombro del fraile, la doncella se puso a leer como si no hubiese hecho otra cosa en su vida. 
-Mira -dijo el monje, cogiendo su caña de pescar-, es hora de cenar. Cada noche, el Señor me depara un pescado. Yo echo el anzuelo al río y lo cojo. ¿Ves?
El monje se guardó el pez que había pescado.
-Con la mitad cada uno tendremos que apañarnos: no sé si nos quedaremos con hambre.
-También tendrá Dios para mí -dijo Eithne-. Vuelve a echar el anzuelo.
Aquella vez picó un salmón enorme. El monje se las vio y se las deseó para llevarlo a su celda.
-¡Qué hermoso! -exclamó el fraile asombrado-. Es el más grande que he visto en mi vida. Dios te ha tomado bajo Su protección y yo te ruego que me tomes bajo la tuya. Vamos a asar esto.
Con la cuarta parte tuvieron más que suficiente para los dos, y el sabor de su carne era de miel. 
Pescador de salmón. Relieve románico.
Volvamos a Van Hamel. Tratándose de la leyenda del Graal, a cualquiera se le ocurre relacionar al santo pescador con el Rey Pescador. Sin embargo, de pescas y pescados milagrosos está llena la hagiografía de las tierras célticas. No es un elemento original de la vida de Eithne.
Sin embargo, aquí el extraordinario salmón -que a la vez es miel- viene a sustituir a otro alimento místico, la leche (bien cargado de connotaciones eucarísticas, por cierto). Por supuesto que no se puede olvidar al Salmón de la Sabiduría de la mitología irlandesa, que confería el saber a quien lo probaba. Aquí la adquisición milagrosa de la sabiduría (de la sabiduría cristiana, la lectura del salterio) precede inmediatamente a la pesca del salmón. Pescados que sirven de alimento místico no son raros en el ciclo de José de Arimatea y el Graal. El antiguo mito irlandés coincide con el símbolo cristiano.
El monje extendió juncos frescos para que se acostase la doncella; él se hizo otra cama de lo mismo en otro lado y vivieron juntos desde entonces, entregados a la oración.
Un día la vio mirar fijamente al otro lado del río.
-¿Qué miras ahí, si no hay nada?
-Sí hay, aunque tú no lo veas. Está Oengus, de los Tuatha Dé Danann, y mi hermana adoptiva Curcóg, con otros muchos formando una brillante cabalgata. Estarán inquietos por mi desaparición y me andarán buscando. Como tienen activado el Feth Fiada, por eso no se los puede ver.
Y Eithne entonó un canto de nostalgia, recordando la gloria del reino de los Tuatha Dé Danann. Estaba emocionada y llena de tristeza al ver la angustia de todos los que la buscaban sin poderla encontrar. Pero era mucho mayor su alegría por haber encontrado la fe nueva y prefería que no diesen con ella.
-A pesar del bochorno mortal que me hizo pasar, yo ahora bendigo a Finbarr y agradezco lo que me dijo; de no haber sido por eso yo hubiera continuado como mis parientes, en esa ceguera áurea e indolente.
-Pueden mucho esos familiares tuyos...
-¡Ya te digo!
-Pues voy a pedir auxilio a San Patricio, no sea que se te lleven a la fuerza.
Providencialmente, llegaba en aquel momento el gran santo con sus monjes, a la vez que, en la otra orilla del río, se mostraba el esplendoroso cortejo del reino de los túmulos.
-¡Eh, fraile -gritó Oengus-: devuélveme a mi hija!
-¡Ya no lo es! ¡Ahora ha cambiado de padre adoptivo y ha escogido a Dios!
-¿Y tú te crees que eso se puede hacer a capricho, según las ventoleras de una chiquilla atolondrada? Yo vengo por las buenas. Si me da la gana me la llevo en tus narices y no podrás hacer nada por impedirlo.
-Más te valdría seguir el ejemplo de ella, admitir al verdadero Dios y renegar de los falsos, con que ganarás la gloria y escaparás de los tormentos del Infierno.
-¿Qué tormentos ni qué niño muerto? ¿A mí me sales con esos cuentos para asustar a viejas y a niños? Ahora, si le habéis trastornado la cabeza a la pobre chica y se quiere quedar con vosotros por su propia voluntad, yo no me voy a interponer en su camino. Vosotros con vuestra nueva religión sois una plaga. Me voy con el mayor disgusto de mi vida. ¡Maldito Tailginn, en qué hora te trajeron a Irlanda! 
Y volvieron grupas y se fueron con grandes plantos, que a todos, hasta a San Patricio, se les saltaban las lágrimas.
Pero lo de Eithne fue peor: sintió un dolor punzante como la hoja de una espada que le entraba por un pecho y se lo atravesaba y le ensartaba después el otro.  
-¡Bautismo, bautismo, que de esta no salgo! ¡Qué dolor!
Aprisa, San Patricio la bautizó con el nombre de Eithne. Y la doncella estuvo dos semanas sin levantarse, con aquellos dolores terribles.
Un brillante cortejo. E. A. Hornel, Druidas llevando
el muérdago. 

-¡Ay, las delicias del reino de los túmulos! En este mundo no tienen igual. ¡Criaturas del Cielo, acudidme, llevadme donde esté a salvo del Infierno!
San Patricio, para calmarla, le tomó la cabeza y se la posó en el regazo. Y así murió la santa de los Tuatha Dé Danann, y la enterraron al pie de Brug na Bóinne, el túmulo de Oengus, donde ella había pasado años tan felices con sus otras amigas.
El monje que la había acogido era San Ceasán o Ceathán, príncipe de Escocia y capellán de San Patricio. Aparece mencionado en varios libros antiguos, entre ellos el famoso Coloquio de los ancianos (Acallam na Senórach), donde el apóstol de Irlanda conversa con los últimos supervivientes de la tropa osiánica. Se dice que era de sangre real de Caisil, en Mumu, y que se le daba bien enseñar a leer a los niños.
No soportaba vivir donde había transcurrido su amistad espiritual con Eithne y se marchó a hacer vida de ermitaño a otro lado, que se llama Cluain Ceasáin, donde en tiempos del paganismo solían ir a cazar Fionn mac Cumhail y sus guerreros.
San Patricio le escribió unas sentidas endechas, reconociendo que Oengus había querido a la muchacha tanto como él mismo, elogiando sus virtudes y belleza y derramando toda clase de bendiciones sobre quienes narrasen la historia de la ermitaña oriunda del pueblo de Danu. ¡¡Espero que ahora me favorezcan a mí, que acabo de hacerlo!! 
Este poema fúnebre se volvió popular y ha perdurado hasta el siglo pasado, tal vez hasta el nuestro, en boca del pueblo. En la revista de folclore Béaloideas (IV), An Seabhac recogió varias versiones de él. 
An Seabhac (El Halcón), que de verdad se llamaba Pádraig Ó Siochfhradha (la versión inglesa del apellido, Shugrue, refleja más o menos su pronunciación), era un intelectual importante, militante en pro del idioma irlandés, que luchó de joven en la guerra de Independencia, fue preso e hizo carrera después al servicio del nuevo estado. Fue designado senador y ganó renombre como escritor costumbrista en la primera mitad del siglo XX. 
Sus informantes ya no entendían las desusadas palabras ni sabían quiénes eran Eithne ni Oengus. An Seabhac tampoco lo sabía: presumía que podía tratarse del rey de Caisil Oéngus mac Nad Froich -que recibió el bautismo y, por accidente, una terrible herida en un pie, de San Patricio- y una hija suya de nombre Eithne.
Eithne era un nombre muy corriente en Irlanda antes y después del cristianismo: hay al menos cinco santas distintas que lo llevan.




jueves, 2 de enero de 2014

Refrigerio para sombras

Un país, por más que sea Irlanda, no cambia de credo en un abrir y cerrar de ojos. Una persona, como no sea por milagro, tampoco. Tiempo atrás hablaba del santo poeta, Colmán mac Leníne, que siendo pagano contribuyó a la invención de las reliquias de San Ailbe y presenciaría sobre las aguas del lago el revuelo de ángeles que señalaba el emplazamiento de la sagrada arqueta. Al convertirse a la fe de Cristo a instancias de San Brendán, ¿cuánto no quedaría del antiguo bardo en el monje ascético?
Siglos después de la total conversión de Bretaña, devotos cristianos recorren circuitos de romería que con toda probabilidad ya hollaron los armoricanos antes de Cristo, antes de Roma... 
Fuente sagrada en Bretaña: la de San Sané en Plouzané.
Acuden en busca de la curación de sus males a las mismas fuentes que alentaron la esperanza de sus antepasados paganos. Y a pesar de que vivimos en la época más profana de la Historia, todo el mundo entiende de qué se habla cuando oye hablar de "espíritu navideño", y muchos lo sienten correr por las venas, aunque sea a su pesar, y se compran una planta de hojas vivamente encarnadas o engalanan la puerta con una guirnalda, el escaparate de su tienda con un trineo de cartón escarchado.
Yo digo que compadezco y tengo por miserablemente testarudo al que se empeña en no creer en los Reyes Magos. Se oye mucho que celebraciones por el estilo son puras campañas comerciales, lavado de cerebro publicitario. No lo creo. 
Cuando uno era chico hubo un intento de crear el "Día mundial del colegial" para premiar a los buenos escolares a fin de curso. La campaña duró varios años y no cuajó. El día de la madre, el de los enamorados, Halloween y otros así  se abren paso porque responden a fiestas de verdad, que están arraigadas de la manera más honda en el calendario interior de la gente.
En Irlanda, por Nochebuena, los niños, antes de irse a la cama con los nervios y la esperanza de los juguetes que encontrarán otro día bajo el árbol, dejan en el alféizar de las ventanas velas encendidas y a proximidad de ellas un refrigerio dispuesto. Es señal de que se ofrece posada a la Virgen, San José y el Niño, que andan vagando de casa en casa. Paran en las de los niños buenos, comen del tentempié y dejan a cambio sus presentes.
Hay un bonito poema, muy famoso en Irlanda, tanto que se ha convertido en popular villancico, obra de la gran escritora Máire Mhac an tSaoi, que celebra esta costumbre:

Le coinnle na n-aingeal tá an spéir amuigh breactha,
Tá fiacail an tseaca sa ghaoth ón gcnoc,
Adaigh an tine is téir chun an leapan,
Suífidh mac Dé ins an tigh seo anocht...

Afuera el cielo está tachonado con las velas de los ángeles,
el viento de la colina, helado como la escarcha, muerde;
echa una lumbre y vete a la cama,
el Hijo de Dios se sentará esta noche en esta casa...
Thomas Buchanan, La anunciación a los pastores (fragmento).
Todo esto es muy tierno, pero no se puede aislar de otros ritos y creencias semejantes que se encuentran en otras partes de Europa. En pueblos de Suiza y Alemania es a Perchta (la misma Berta del Gran Pie, ver En el país de los cojos el tuerto es el rey) a quien se le ofrecen esas pequeñas ofrendas de comida en las fechas navideñas; en otros sitios y tiempos fue a Dama Abundia, a Sacia... una Señora de la noche acompañada, por lo general, de un cortejo de mujeres errantes. Diana, Venus, Herodías, Holda o Holla (que nos recuerda al rey Helle, conductor de la tropa de Hellequin -otra cohorte nocturna-, el cual pervive en Arlequín y, seguramente, en la fiesta de Halloween; no sé si en el Verraco Olla que sirve o servía de caudillo a las mascaradas en algunos pueblos de Irlanda), Faraílde (patrona de Gante y hermana de santa Gúdula)... nombres no le faltan. Claude Lecouteux, en su libro Cazas infernales y cohortes de la noche ofrece bastantes testimonios medievales. Una obra del siglo XIV atestigua, incluso, la costumbre de ofrecerles zapatos, de lo que creo que perdura un vestigio en los que ponemos nosotros a los Reyes.
Lecouteux insiste en que se trata de un rito o unos ritos relacionados con la fecundidad de los campos y la prosperidad: las casas honradas por la visita de la Reina Nocturna gozarán de abundancia. Yo creo que los juguetes y regalos que encuentran hoy los niños bajo el árbol, en la chimenea o los zapatos son la representación simbólica de esa riqueza garantizada por las mujeres del cortejo. Estas mujeres no son sino las hadas, también las diosas madres, las Matronae de los celtas. Entre los germanos, a decir de Beda, se celebraba por navidad la Modra nect, "noche de las madres". Y en muchas partes se las identifica con las hilanderas y tejedoras de los destinos. 
Acaso tenga que ver con este oficio de hilar la creencia de que es a esta deidad, Holda, a quien hay que echar la culpa de los nudajos y enredones del pelo: en Romeo y Julieta, de Shakespeare, es Mab, es decir la reina Medb de la épica irlandesa medieval, la que a la cabeza de un cortejo de hadas va haciendo travesuras por las noches y provoca estas molestias capilares. No sólo esto: Shakespeare la identifica con la Pesada, el numen causante de las pesadillas y otros sueños, y como la Diosa femenina, es ella la maestra que enseña los misterios de la sexualidad y de la maternidad a las mujeres.
Holda es también la misma Frau Venus de la tradición alemana: la que aparte de conducir su procesión femenina por las noches, mora en las entrañas del encantado monte Venusberg. Su seno infernal y deleitoso (del monte digo) acoge los amores de la diosa diablesa con el poeta Tannhäuser en la balada medieval popularizada por la ópera de Wagner. Mito erótico que encandiló la imaginación de artistas y espectadores en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX.
Otto Knille, Venus y Tannhäuser en Venusberg
Por la labor de hilar y por los palacios subterráneos el reino de estas deidades tiene obvia conexión con el de los muertos. Y ahí se confunden con otros seres femeninos a la vez atractivos y terribles, como las valquirias y las mujeres cisne, tan presentes en los mitos y las leyendas irlandeses, como aquella tan triste de la muerte de Lugaid y su mujer Derbforgaille, enamorada de Cú Chulainn. Y las mujeres cisne ya sabemos desde que lo explicó Gimbutas que son otra aparición de la antiquísima Diosa Pájaro, como la princesa de la oca. Patos, cisnes y gansos son aves relacionadas con la muerte y la resurrección por sus costumbres migratorias, marcha y regreso anuales. 
Santa Faraílde, que según se decía en Gante encabeza un cortejo nocturno de mujeres voladoras, se suele representar junto a la oca a la que resucitó a partir de la piel y los huesos, en un milagro chamánico con el que nos hemos encontrado varias veces en estas entradas (ver, por ejemplo, El sueño de Máximo y la pesadilla de Vortigerno). 
Faraílde, enamorada sin esperanzas de San Juan Bautista y culpable involuntaria de su degollación, al enterarse Herodes de su pasión, condenada por ello a vagar por las noches a la cabeza de un cortejo de mujeres voladoras, que descansan en la copa de los robles y entre las hojas de los avellanos, según narra el poema latino Ysengrinus, del siglo XII. Cuesta creer que, como opina su moderno editor, Jill Mann, todo sea invención festiva y satírica del poeta. Uno siente el mito, la creencia popular, aflorando a través de los versos medievales.
 Los muertos, sigue diciendo Lecouteux, se consideran en muchas tradiciones, cuando benévolos, como responsables de la feracidad de las tierras, de la abundancia de las cosechas. Pues ellos mismos son semilla enterrada esperando rebrotar. 
No en vano el Más Allá se imagina muchas veces como país de la abundancia, y a uno se le ocurre que los Jaujas, países de Cucaña y otras tierras maravillosas donde se atan los perros con longaniza y, como decía la aleluya, "los árboles dan levitas/pantalones y botitas", son lo que queda de una antigua creencia en esos paraísos ultramundanos.
No se nos pase por alto el simbolismo de ultratumba de que van cargados los zapatos: entre los germanos, los zapatos de Hel eran los que gastaban los difuntos para ir a su morada del trasmundo. El hombre con un solo pie calzado es a menudo en los mitos el que vive entre ambos mundos. Las botas de siete leguas son las que permiten viajar al de los muertos, como el escarpín de cristal de Cenicienta. Para mí que nosotros, chicos y grandes, dejamos los zapatos la noche de Reyes (aunque no nos demos cuenta) como gesto de veneración y respeto a los difuntos.
Una niña descreída y deseosa de sentirse mayor a base de no creer en los Reyes de Oriente, me argumentaba años atrás:
-¡Pero los Reyes Magos, si existieron, están muertos! ¡Yo he visto su tumba!
-Si no niego que estén muertos; yo también lo creo... pero venir vienen...
Lo de las velas, aparte de todo el simbolismo cristiano que llevan consigo, y de su evidente relación con el momento solsticial y el progresivo aumento de la claridad diurna, tiene también su vertiente ctónica.
-Hay que encender siempre velas en las iglesias -me decía una vez una señora de Rumanía- porque los muertos ¡necesitan tanto la luz!...
En irlandés, hete aquí que el día de Reyes se llama Nollaig na mban, "la Navidad de las mujeres": y no porque le esté dedicado al género femenino ni porque la celebren ellas especialmente, sino porque es la fecha en que pasa el cortejo femenino en cuestión. Esta es al menos la opinión de Lecouteux, apoyada por los datos, aunque fragmentarios, de prácticas de toda Europa, desde Laponia a Italia y espigados en textos de bien distintas épocas.
Con el tiempo y la influencia del cristianismo, los aspectos tenebrosos de este cortejo femenino, alegre y benéfico pero íntimamente relacionado con la muerte, fueron prevaleciendo. Y, como supervivencia del paganismo, para los clérigos siempre fue asunto diabólico y brujeril, así que la ronda de las hadas fue convirtiéndose en concurso de hechiceras rumbo al aquelarre.
También se confundió esta comitiva con otra, masculina, asimismo vinculada a los muertos y conducida por una deidad terrible y psicopompa, de antiquísima estirpe indoeuropea, como que se la ha relacionado con la salvaje compañía de los maruts, reyes de la tormenta en la mitología hindú, con Indra a la cabeza.
Uno y otro cabalgan cielo a través, y es que el caballo es un animal que tiene mucho que ver con el Más Allá. No en vano se sacrificaban caballos en muchas culturas durante los ritos funerarios y se depositaban los cadáveres en carros. Famosos son los caballos de Hades en la mitología griega: dígalo si no Proserpina.
Rembrandt, Rapto de Proserpina.
Es sabido que el cortejo de los guerreros celestes pudo tener su trasunto en las cofradías de guerreros y cazadores (representadas en Irlanda por los fianna) de las que son degeneración festiva y popular tanto las procesiones de enmascarados como las bandas de niños pedigüeños tan propias de las fiestas invernales (halloween, navidades, carnaval). La máscara es la imagen de la muerte. Y en esas mascaradas el caballo desempeña un papel principal en varios países. Caballos mutilados, caballos cojos, cabezas y patas de caballo... 
Agostino dei Musi, Cortejo de brujas.
En el grabado de arriba, cortejo de la deidad nocturna, uno de los personajes de la izquierda blande una pata de caballo. A su paso alza el vuelo una bandada de patos o de gansos...
Sólo a lomos de caballo se puede, según algunas leyendas, viajar a salvo al Otro Mundo (es el cuento del que, a su regreso del Más Allá, se apea de su montura y cae pulverizado de vejez: Oisín en Irlanda, Herla -el Herla de la tropa de Hellequin- en el relato del galés Walter Map). 
Si nosotros vamos preguntando, a bote pronto, qué palabras pegan con "cabalgata", creo que muchos responderán "de los Reyes" y otros muchos "de las Valquirias". Uno y otro cortejo se asocian con la carrera del caballo.
Este Herla comparte otros detalles con el ciclo osiánico: en su visita al Más Allá observa que los habitantes comen unos pescados asados con los que se quema los dedos al intentar cogerlos: esto es lo que le pasó a Fionn, padre de Oisín, cuando adquirió la sabiduría del Salmón del Conocimiento. Y la estancia de Herla bajo el monte, donde el rey pigmeo tiene su reino ultramundano, no deja de recordar a la de Cailte y Oisín en el  síd del monte de Aige mac Ugaine, que refiere en el Coloquio de los ancianos (Acallam na senorach). Los síde, si no son montes, son montículos, y las moradas de los que en ellos habitan se parecen a los reinos que se ocultan en las entrañas de las sierras, como el paraíso de la Reina Sibila, y al mundo de las hadas que, hasta principios del siglo pasado, vivían en la costa de Bretaña, y que tenía acceso por las cavernas de los acantilados.
En fin, se me ha ido el santo al Cielo, que no era lo que yo pretendía divagar sobre las divagaciones de los cortejos nocturnos sino sobre una santa irlandesa que también conoció el mundo de los síde. Pero como ya se va alargando esto mucho y esta noche es la de Reyes, dejo a la santa para otro día.
Haremos ofrenda simbólica de zapatos y a ver si los errantes de la cabalgata nos dejan algunos presentes en augurio de un año de prosperidad.