miércoles, 2 de marzo de 2016

Ornitófilos, ornitófobos y el espíritu de la Poesía. A propósito de Austin Clarke.

"Para el poeta y el filósofo que vayan lentamente paseando por entre la verdura el tiempo no será nada. Pasará el tiempo sin sentir".
Así dice el maestro Azorín hablando de jardines y tiene toda la razón si hemos de creer al famoso cuento del monje que se quedó embebecido durante trescientos años que se le hicieron breve rato escuchando el cantar maravilloso de un pájaro.
Esta fábula, repetida una y otra vez por todo el mundo a lo largo de la Historia y cantada por Alfonso X en su cantiga 103, se atribuye en Galicia a san Ero, monje del monasterio de Armenteira.
Castelao, con su humor agridulce, compara este milagro con el del padre Navarrete que, como el canto de los pájaros lo distraía a la hora de rezar, les impuso perpetuo silencio en el lugar de su meditación.
El padre Navarrete -concluye Castelao- poseía el genio castellano; san Ero, en cambio, el genio gallego, el genio celta.
Arthur Wardle, A fairy tale.
Lo que sí es verdad es que tierras de lengua celta, Irlanda y Gales, vieron en la Edad Media temprana el florecimiento de una poesía inspirada en la Naturaleza excepcional en Europa, y más en lenguas vernáculas. Y también que un eco de esa sensibilidad nos parece percibir a veces en la lírica medieval gallega. Digo que nos parece porque no podemos dejar de leer a través de nuestros propios prejuicios y los de nuestros mayores, y así nos apetece sentir el soplo de un vientecillo druídico junto a los arroyos cuyas aguan enturbian (o no) los ciervos trovadorescos, por esos robledales donde podríamos tropezarnos en cualquier calvero con la choza de ramas de Isolda y de don Tristán. Y se hace uno cuenta de que esa brisa céltica aún rehíla en las "matutinas canciós" de los pájaros que ponen música al rosaliano cementerio de Adina.
No nos atrevemos a decir qué habrá de cierto en la afirmación de Castelao, siendo que tanto Galicia como Castilla han dado altísima lírica...
El padre Fray Juan de Navarrete, que efectivamente era monje franciscano en Pontevedra a finales del siglo XV y murió lastimosamente en Portela de Faveira de resultas de una mala caída de su asnillo,
Iglesia de los franciscanos de Pontevedra, donde decía misa el padre
Navarrete.
(Foto José Luis Filpo Cabana, tomada de Wikimedia Commons)
era hombre místico y extraña en un seguidor del santo de Asís esa inquina contra los pajaritos... Y es que Castelao hace una pequeña trampa.

Los pájaros contra los que se indignaba el buen fraile no eran alondras, ruiseñores, mirlos ni siquiera jilgueros o cuclillos: eran unas golondrinas de enfadoso y desquiciante piar. Porque, como dice el poeta bretón Guillevic, la golondrina
"Va, viene, gira, vuelve
abierto el pico sin duda
en busca de su presa,

Grita a veces,

descansa poco".
Y aun así, lo que más molestaba a Fray Juan no era su estridente y continua algarabía, sino las inmundicias que aquellas avecillas dejaban sobre los altares. 
La enfadosa golondrina. Miniatura del siglo XIII.
Es cierto que las maldijo el fraile y uno, nacido como él en la áspera Meseta, lo comprende bastante (será por ser su coterráneo): pero de donde las desterró no fue del claustro sino del interior de la iglesia, donde fuerza es reconocer que pintaban lo que los perros en misa. Al menos, así lo cuenta el Memorial illustre de los famosos hijos del Real, grave y religioso convento de Santa Maria de Jesus, vulgo de Diego Alcala, primado monasterio desta illustrissima ciudad, paladión seráphico que produxo tantos varones sabios..., salido de la pluma de fray Diego Álvarez, "predicador general de la exclarecida provincia de Castilla" de los franciscanos.
Pero volviendo a ese supuesto sentimiento celta del paisaje y al asunto de los pájaros, hace varios "retazos" que estamos dándole vueltas al personaje de una reina irlandesa de la Edad Media, poetisa y protagonista de la novela The Singing-men at Cashel, del también irlandés Austin Clarke.  
En ella, la reina, Gormlai, se encuentra en su corte de Cashel charlando con algunos clérigos sabios cuando uno de ellos cuenta una visión de san Maelanfaid. El cuento es el siguiente:
San Maelanfaid -que vivía a finales del siglo VIII o principios del IX-, vio una vez (¡caso prodigioso!) a un pájaro que estaba lamentándose y llorando en su rama.
-¡Dios mío! ¿qué habrá pasado?
Y como no se le ocurría de ninguna manera la respuesta, decidió apelar a un medio de presión tradicional en la Irlanda de entonces y aún usual en nuestros días:
-¡No pienso probar bocado hasta que se me manifieste el motivo de este portento! ¡Que se enteren arriba!
De modo que se sentó bajo el árbol, en huelga de hambre. Al cabo de algún tiempo divisó un ángel que venía bajando del cielo hacia él.
-¿Qué pasa, Maelanfaid? ¡Hay que dar explicaciones de todo...! En fin, para que se te pase la curiosidad, has de saber que ha muerto san Mo Lua mac Ocha.
Un monje conversa con un ángel. Miniatura de principios del siglo XV.

-¡Oh! 

-Sí. Y todas las criaturas del mundo están de duelo y llorando. Porque él nunca mató nada, ni pequeño ni grande, que estuviese vivo. Y por eso no lo lloran más las personas que las demás criaturas, ¡ya ves!: hasta ese pajarico pequeño...
Esto lo cuenta el Martirologio de Oéngus, en las notas al 31 de enero...
Así pues, no nos sorprende que se encuentre también en Irlanda la leyenda del pájaro que embelesa al fraile con su canto durante siglos, que se le pasan en un abrir y cerrar de ojos. Filgueira Valverde, en su detallado estudio sobre este motivo, da con él en Irlanda en la colección de Patrick Kennedy The fireside stories of Ireland, publicada en 1870. Lo que ya nos sorprende más es otro caso que sale a colación en la docta tertulia de Gormlai: el del fraile Colchú.
Colchú estaba al cargo de un scriptorium monástico, adecuadamente situado lejos de forja o lavadero, que distrajesen a los copistas con estruendos, parloteos u otras tentaciones más carnales incluso, pero la habían tomado con el los pájaros. En bandadas, en nubes acudían a martirizarlo con su garrulería un día tras otro, hasta que lo pusieron en fuga. Colchú se embreñó buscando paz en la aspereza del monte, pero allí lo hizo víctima de sus burlas el cuclillo. El desesperado fraile lo espantaba de un lugar y aparecía mofándose en otro con su canto. Tan humana parecía su chinchorrería que Colchú llegó a pensar que eran los chiquillos los que se escondían entre las matas, imitando su voz para hacerle rabiar...
-¡No puedo con ese pajarraco infernal! ¡Va a acabar haciéndome renegar del mundo entero y del que lo ha creado!
-Jesús, Jesús, Jesús. Pero, hermano...  ¡el cuclillo! ¡El lírico cuclillo de los poetas...! "¡El acostumbrado cuclillo sobre mi casa, coei gnáthchai uos mo thigh!". El ave de la primavera...
El malvado cuclillo. Ilustración del siglo XVIII
-¡Mucho cuco de la primavera!, pero lo que los poetas no dicen es que ese avechucho crece y cambia la voz, y en verano es una carraca insoportable...
No veía la vida Colchú como el poeta que mencionaba antes, Guillevic, cuando decía del cuco, al que a menudo había cantado en sus versos:
"Acordémonos,
vivamos con él

una primavera que atraviesa

todas las estaciones"...
Nadie mejor que el cuclillo para decir aquello de "en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño": ¡ni en los de antaño ni en los de ayer!, que ya se encarga el sinvergüenza de él de echarlos a patadas de su casa natal y que se partan la crisma en el suelo o los engulla una culebra; pero luego el pollo feroz y asesino, convertido por el paso del tiempo en flébil cantor lírico, suelta al aire su dulce breve queja y todo se le perdona.
¡Así es la vida!
ya que de celtas hablamos, el cuclillo en la poesía galesa es el pájaro más nostálgico, porque en galés cw? significa "¿dónde?" y así con sus dos notas melancólicas nos recuerda en cada primavera a las nieves de antaño y a todo lo que el año pasado se nos llevó sin esperanza de devolución.
Sin embargo es de creer que el monje Colchú, irlandés y celta hasta el tuétano, compartía los mismos sentimientos hacia las aves del estepario padre Navarrete y que si no los desterró de aquellas soledades donde se había guarecido del siglo no fue por falta de ganas, sino de poderes taumatúrgicos.
Gormlai, la reina poetisa, distinguía bien, según Clarke, esas dos sensibilidades opuestas, pero no hacía de su diferencia una cuestión de raza, sino de religión. Cuando, de soltera, frecuentaba las escuelas bárdicas de su tierra natal, la poesía la sumergía en un ambiente de alegría y amabilidad, habitado por Bran el navegante, explorador de otros mundos, Niamh Cinn Óir, hija del rey del mar, y Oéngus, dios de la poesía, la juventud y la belleza, que surcaba los aires en forma de cisne junto a su amada Etain. Todos ellos vivían en un paisaje al que daban un nuevo sentido de magia y sacralidad, y que era el mismo de ella, el de los antiguos dioses y de la tierra eterna.
En Glendalough y Cashel, por el contrario, el mundo descubierto para su desgracia con el atrimonio, la naturaleza se volvía hostil y las letras sagradas, al contrario que los cantares de los poetas, se apartaban con horror del mundo y sus peligrosos placeres.
Cashel, la Capilla de Cormac (muy posterior a la época de Gormlai).
Grabado del siglo XIX.  

Gormlai admira la poesía de la naturaleza, los poemas atribuidos al rey Suibhne, que enloquecido llevó durante años la vida de un pájaro del bosque (como el barón rampante de Italo Calvino), a Liadan, la monja nostálgica y enamorada y sobre todo al poeta ermitaño Marbhán, rival de aquel otro archipoeta Seanchán Torpéist. Marbhán, hermano y consejero del rey Guaire, a quien se atribuyó el bello diálogo de Rey y ermitaño
El de Marbhán es un personaje que debió de llamar la atención de Austin Clarke: no es esta la única de sus novelas en que se le menciona (ver Porquero contra poetas San Marbhán y el mito de los poetas). 
Aquí, el relato de su querella con los poetas de Seanchán Torpéist (que constituye el motivo principal del relato medieval Tromdámh Guaire) es largamente evocado en el torneo poético que enfrenta, en la casa del hospitalario Morna mac Morna, a los poetas del Ulster con el joven y simpático clérigo vagabundo Anier, que posiblemente no es sino el narrador protagonista de la obra humorística Aislinge maic Con Glinne (La visión de mac Con Glinne). Es esta visión una parodia de los relatos de excursiones al otro mundo, ya en fantásticas navegaciones, ya en viajes espirituales semejantes a los de los chamanes. Pero el otro mundo de Mac Con Glinne más se parece a un paraíso o tierra de Jauja imaginado por Carpanta, un país donde reinase Don Carnal y cuyo paisaje lo constituyesen manjares y viandas, montes de manteca y lacón, arroyos de miel y cerveza.
La justa poética aterroriza a Mac Morna. Tan de temer es la derrota del compatriota como la de los forasteros del Ulster, que vengarán en él su despecho con alguna terrible diatriba satírica.
Triunfa Anier por fin, pero en la calentura del furor poético se compromete a adentrarse en el Purgatorio de San Patricio, una caverna que, según se decía, daba acceso al otro mundo, que era importante centro de peregrinación en la Edad Media y lo continuó siendo después. 
Purgatorio. De Las muy ricas horas del duque de
Berry
. 
Entre nosotros es famosa la relación que escribió en catalán, muy a finales del siglo XIV, el caballero Ramon de Perellós, de su viaje a Irlanda y visita a la gruta. Ramon de Perellós seguía las huellas del Caballero Owen, un inglés que dejó escrita la crónica de su viaje al Más Allá a mediados del siglo XII: fue un libro de enorme éxito. La motivación de la obra de Perellós era de índole política: se trataba de encontrar al difunto rey de Aragón en el Purgatorio demostrando que no ardía en el Infierno ni, por tanto, sus allegados lo habían dejado morir sin confesión (de lo que se les acusaba).
En este sentido, el viaje de Perellós recuerda más a otros de la antigüedad, como el de Eneas en el poema de Virgilio, que a la tradición medieval: y es que ya clareaba el alba del humanismo. Pero dejemos esto para otro día si Dios quiere
El obligatorio viaje de Anier al Purgatorio de San Patricio es parte esencial del Libro III de la novela de Clarke.
En esta, Seanchán Torpéist, el poeta rival de Marbhán, aparece en una anécdota narrada por el propio rey Cormac, y tomada por Austin Clarke del Glosario (Sanas Cormaic) compuesto por el obispo monarca (puede leerse aquí en inglés bajo el título "The spirit of Poetry"). Seanchán Torpéist encuentra a una mujer abandonada en una isla, recogiendo algas y marisco. 
El marisco, hoy manjar de ricos y sibaritas, era sustento de miserables, que libremente podía cogerse de la costa. Las algas, aparte de alimento para las personas y ganado, se usaban para fertilizante o, como en este caso, para obtener de ellas la preciada sal, quemándolas e hirviendo sus cenizas. En antiguo irlandés, la sal se decía murluaith, "ceniza de mar".
Bartholomew C. Watkins, Bahía de Murlough y Fair Head.
Se reconocen en la mujer solitaria, en sus manos y pies, vestigios de antigua belleza y noble porte, pero está cubierta de harapos, ajada por los años y las privaciones. Toda su mesnada ha sucumbido a alguna calamidad: ¿naufragio, epidemia, ataque de piratas? No se sabe. 
Seanchán comprende que se trata de la desaparecida hija del poeta Ua Dulsaine, a la que los suyos buscan desde hace largo tiempo en vano: su pista se perdió durante un viaje por Irlanda, Man, Escocia y Gran Bretaña. 
Solo podrá rescatarla el poeta que sea capaz de completar las estrofas incompletas que ella recite. Seanchán Torpéist y los demás bardos que lo acompañan quedan mudos: la inspiración los ha abandonado. Pero reciben una inesperada ayuda: con ellos va un pasajero al que habían admitido en su barco por caridad y a regañadientes, a instancias de Seanchán. Es un ser de tremenda fealdad, cubierto de llagas malolientes y que supura exudaciones nauseabundas. Si se aprieta la frente con un dedo, los jugos pestilentes le caen a hilo por orejas afuera. 
Mendigo leproso, Rembrandt.
De hecho, al subir a bordo trepando por el timón con la agilidad de un ratoncillo a pesar de su enorme talla, fue él quien le grangeó a Seanchán el mote de Torpéist, que quiere decir "alcanzado por el monstruo". No solo eso: era tan sucio que cuando se desnudaba tenía que poner una piedra encima de la ropa, no fuese que se le escapase. ¡Tantos eran los miles y miles de piojos que hormigueaban en ella!
-No pierdas el tiempo preguntando a Seanchán -dice la horrible criatura-. No te va a contestar. Ni él ni todos esos poetas con sus vestidos carísimos y principescos. El hábito no hace al monje. Mejor pregúntame a mí. Créeme: yo sé algo de eso.
El desconocido responde a las adivinanzas de la anciana, deshaciendo el hechizo.
-Yo sé quién eres -dijo Seanchán-: la hija de Ua Dulsaine, la poetisa, a la que andan buscando por Irlanda y por todos estos mares.
-Sí, esa soy yo.
-Ven que te demos un baño, que buena falta te hace.
-¿Y dónde querías que me bañase? Agua salada no quita mugre.
-Ya tendrás ganas de perder de vista esos andrajos...
-¡No veas!
Seanchán Torpéist personalmente la bañó, viendo como mucho de su belleza volvía a resplandecer en ella. Luego, la ataviaron con magníficos y suntuosos ropajes.
-Esto ya es otra cosa.
-Volvamos a Irlanda.
-Eso: no veo la hora.
Con las emociones probablemente, no se acordaron más del pasajero: que muchas veces nos sucede eso con los que nos ayudan, cuando pasa la necesidad.
Y no bien desembarcaron en irlanda, vieron acercárseles a un joven de toda apostura, con una espléndida y perfumada cabellera que le caía en rizos de oro sobre los hombros. Sus vestiduras eran las de un rey. Se llegó a ellos y los saludó con la mayor cortesanía antes de desaparecer sin decir palabra.
-¿Os habéis dado cuenta? ¡Este muchacho tan guapo era el monstruo que cogimos a bordo! ¡Y vosotros que no queríais...!
-El que no lo ve, no lo cree. ¿Y quién será este prodigio?
-¿No lo adivináis, atontados? ¡¡Es el espíritu de la poesía!! 
Jacob Jordaens, Alegoría del poeta.
Y en efecto, la poesía es fea y trabajosa y hace sufrir a veces y sudar tinta al que la practica; pero cuando la obra está acabada y perfecta, no hay príncipe real que se le iguale.
En Tromdámh Guaire, que mencionábamos ante, se encuentra un episodio parecido al del monstruo poeta: allí se trata de un leproso al que Seanchán se ve obligado a besar y acoger a bordo de su barco rumbo a Escocia, y que al final acaba siendo un santo, medio hermano del poeta, que se había transformado para ponerlo a prueba.
Pero toda esta historia del Glosario de Cormac guarda mucha semejanza con un grupo de leyendas irlandesas acerca de la soberanía. En ellas, una vieja repelente se transforma en joven de deslumbrante belleza en los brazos del osado que se atreve a catar sus amores y por ese mismo hecho le confiere la Soberanía, que es ella misma en forma de mujer.
Y es que Seanchán, poeta que quita y pone reyes, tiene mucho que ver con la Soberanía: Marbhán, su rival, como vamos a ver, también.

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