jueves, 2 de enero de 2014

Refrigerio para sombras

Un país, por más que sea Irlanda, no cambia de credo en un abrir y cerrar de ojos. Una persona, como no sea por milagro, tampoco. Tiempo atrás hablaba del santo poeta, Colmán mac Leníne, que siendo pagano contribuyó a la invención de las reliquias de San Ailbe y presenciaría sobre las aguas del lago el revuelo de ángeles que señalaba el emplazamiento de la sagrada arqueta. Al convertirse a la fe de Cristo a instancias de San Brendán, ¿cuánto no quedaría del antiguo bardo en el monje ascético?
Siglos después de la total conversión de Bretaña, devotos cristianos recorren circuitos de romería que con toda probabilidad ya hollaron los armoricanos antes de Cristo, antes de Roma... 
Fuente sagrada en Bretaña: la de San Sané en Plouzané.
Acuden en busca de la curación de sus males a las mismas fuentes que alentaron la esperanza de sus antepasados paganos. Y a pesar de que vivimos en la época más profana de la Historia, todo el mundo entiende de qué se habla cuando oye hablar de "espíritu navideño", y muchos lo sienten correr por las venas, aunque sea a su pesar, y se compran una planta de hojas vivamente encarnadas o engalanan la puerta con una guirnalda, el escaparate de su tienda con un trineo de cartón escarchado.
Yo digo que compadezco y tengo por miserablemente testarudo al que se empeña en no creer en los Reyes Magos. Se oye mucho que celebraciones por el estilo son puras campañas comerciales, lavado de cerebro publicitario. No lo creo. 
Cuando uno era chico hubo un intento de crear el "Día mundial del colegial" para premiar a los buenos escolares a fin de curso. La campaña duró varios años y no cuajó. El día de la madre, el de los enamorados, Halloween y otros así  se abren paso porque responden a fiestas de verdad, que están arraigadas de la manera más honda en el calendario interior de la gente.
En Irlanda, por Nochebuena, los niños, antes de irse a la cama con los nervios y la esperanza de los juguetes que encontrarán otro día bajo el árbol, dejan en el alféizar de las ventanas velas encendidas y a proximidad de ellas un refrigerio dispuesto. Es señal de que se ofrece posada a la Virgen, San José y el Niño, que andan vagando de casa en casa. Paran en las de los niños buenos, comen del tentempié y dejan a cambio sus presentes.
Hay un bonito poema, muy famoso en Irlanda, tanto que se ha convertido en popular villancico, obra de la gran escritora Máire Mhac an tSaoi, que celebra esta costumbre:

Le coinnle na n-aingeal tá an spéir amuigh breactha,
Tá fiacail an tseaca sa ghaoth ón gcnoc,
Adaigh an tine is téir chun an leapan,
Suífidh mac Dé ins an tigh seo anocht...

Afuera el cielo está tachonado con las velas de los ángeles,
el viento de la colina, helado como la escarcha, muerde;
echa una lumbre y vete a la cama,
el Hijo de Dios se sentará esta noche en esta casa...
Thomas Buchanan, La anunciación a los pastores (fragmento).
Todo esto es muy tierno, pero no se puede aislar de otros ritos y creencias semejantes que se encuentran en otras partes de Europa. En pueblos de Suiza y Alemania es a Perchta (la misma Berta del Gran Pie, ver En el país de los cojos el tuerto es el rey) a quien se le ofrecen esas pequeñas ofrendas de comida en las fechas navideñas; en otros sitios y tiempos fue a Dama Abundia, a Sacia... una Señora de la noche acompañada, por lo general, de un cortejo de mujeres errantes. Diana, Venus, Herodías, Holda o Holla (que nos recuerda al rey Helle, conductor de la tropa de Hellequin -otra cohorte nocturna-, el cual pervive en Arlequín y, seguramente, en la fiesta de Halloween; no sé si en el Verraco Olla que sirve o servía de caudillo a las mascaradas en algunos pueblos de Irlanda), Faraílde (patrona de Gante y hermana de santa Gúdula)... nombres no le faltan. Claude Lecouteux, en su libro Cazas infernales y cohortes de la noche ofrece bastantes testimonios medievales. Una obra del siglo XIV atestigua, incluso, la costumbre de ofrecerles zapatos, de lo que creo que perdura un vestigio en los que ponemos nosotros a los Reyes.
Lecouteux insiste en que se trata de un rito o unos ritos relacionados con la fecundidad de los campos y la prosperidad: las casas honradas por la visita de la Reina Nocturna gozarán de abundancia. Yo creo que los juguetes y regalos que encuentran hoy los niños bajo el árbol, en la chimenea o los zapatos son la representación simbólica de esa riqueza garantizada por las mujeres del cortejo. Estas mujeres no son sino las hadas, también las diosas madres, las Matronae de los celtas. Entre los germanos, a decir de Beda, se celebraba por navidad la Modra nect, "noche de las madres". Y en muchas partes se las identifica con las hilanderas y tejedoras de los destinos. 
Acaso tenga que ver con este oficio de hilar la creencia de que es a esta deidad, Holda, a quien hay que echar la culpa de los nudajos y enredones del pelo: en Romeo y Julieta, de Shakespeare, es Mab, es decir la reina Medb de la épica irlandesa medieval, la que a la cabeza de un cortejo de hadas va haciendo travesuras por las noches y provoca estas molestias capilares. No sólo esto: Shakespeare la identifica con la Pesada, el numen causante de las pesadillas y otros sueños, y como la Diosa femenina, es ella la maestra que enseña los misterios de la sexualidad y de la maternidad a las mujeres.
Holda es también la misma Frau Venus de la tradición alemana: la que aparte de conducir su procesión femenina por las noches, mora en las entrañas del encantado monte Venusberg. Su seno infernal y deleitoso (del monte digo) acoge los amores de la diosa diablesa con el poeta Tannhäuser en la balada medieval popularizada por la ópera de Wagner. Mito erótico que encandiló la imaginación de artistas y espectadores en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX.
Otto Knille, Venus y Tannhäuser en Venusberg
Por la labor de hilar y por los palacios subterráneos el reino de estas deidades tiene obvia conexión con el de los muertos. Y ahí se confunden con otros seres femeninos a la vez atractivos y terribles, como las valquirias y las mujeres cisne, tan presentes en los mitos y las leyendas irlandeses, como aquella tan triste de la muerte de Lugaid y su mujer Derbforgaille, enamorada de Cú Chulainn. Y las mujeres cisne ya sabemos desde que lo explicó Gimbutas que son otra aparición de la antiquísima Diosa Pájaro, como la princesa de la oca. Patos, cisnes y gansos son aves relacionadas con la muerte y la resurrección por sus costumbres migratorias, marcha y regreso anuales. 
Santa Faraílde, que según se decía en Gante encabeza un cortejo nocturno de mujeres voladoras, se suele representar junto a la oca a la que resucitó a partir de la piel y los huesos, en un milagro chamánico con el que nos hemos encontrado varias veces en estas entradas (ver, por ejemplo, El sueño de Máximo y la pesadilla de Vortigerno). 
Faraílde, enamorada sin esperanzas de San Juan Bautista y culpable involuntaria de su degollación, al enterarse Herodes de su pasión, condenada por ello a vagar por las noches a la cabeza de un cortejo de mujeres voladoras, que descansan en la copa de los robles y entre las hojas de los avellanos, según narra el poema latino Ysengrinus, del siglo XII. Cuesta creer que, como opina su moderno editor, Jill Mann, todo sea invención festiva y satírica del poeta. Uno siente el mito, la creencia popular, aflorando a través de los versos medievales.
 Los muertos, sigue diciendo Lecouteux, se consideran en muchas tradiciones, cuando benévolos, como responsables de la feracidad de las tierras, de la abundancia de las cosechas. Pues ellos mismos son semilla enterrada esperando rebrotar. 
No en vano el Más Allá se imagina muchas veces como país de la abundancia, y a uno se le ocurre que los Jaujas, países de Cucaña y otras tierras maravillosas donde se atan los perros con longaniza y, como decía la aleluya, "los árboles dan levitas/pantalones y botitas", son lo que queda de una antigua creencia en esos paraísos ultramundanos.
No se nos pase por alto el simbolismo de ultratumba de que van cargados los zapatos: entre los germanos, los zapatos de Hel eran los que gastaban los difuntos para ir a su morada del trasmundo. El hombre con un solo pie calzado es a menudo en los mitos el que vive entre ambos mundos. Las botas de siete leguas son las que permiten viajar al de los muertos, como el escarpín de cristal de Cenicienta. Para mí que nosotros, chicos y grandes, dejamos los zapatos la noche de Reyes (aunque no nos demos cuenta) como gesto de veneración y respeto a los difuntos.
Una niña descreída y deseosa de sentirse mayor a base de no creer en los Reyes de Oriente, me argumentaba años atrás:
-¡Pero los Reyes Magos, si existieron, están muertos! ¡Yo he visto su tumba!
-Si no niego que estén muertos; yo también lo creo... pero venir vienen...
Lo de las velas, aparte de todo el simbolismo cristiano que llevan consigo, y de su evidente relación con el momento solsticial y el progresivo aumento de la claridad diurna, tiene también su vertiente ctónica.
-Hay que encender siempre velas en las iglesias -me decía una vez una señora de Rumanía- porque los muertos ¡necesitan tanto la luz!...
En irlandés, hete aquí que el día de Reyes se llama Nollaig na mban, "la Navidad de las mujeres": y no porque le esté dedicado al género femenino ni porque la celebren ellas especialmente, sino porque es la fecha en que pasa el cortejo femenino en cuestión. Esta es al menos la opinión de Lecouteux, apoyada por los datos, aunque fragmentarios, de prácticas de toda Europa, desde Laponia a Italia y espigados en textos de bien distintas épocas.
Con el tiempo y la influencia del cristianismo, los aspectos tenebrosos de este cortejo femenino, alegre y benéfico pero íntimamente relacionado con la muerte, fueron prevaleciendo. Y, como supervivencia del paganismo, para los clérigos siempre fue asunto diabólico y brujeril, así que la ronda de las hadas fue convirtiéndose en concurso de hechiceras rumbo al aquelarre.
También se confundió esta comitiva con otra, masculina, asimismo vinculada a los muertos y conducida por una deidad terrible y psicopompa, de antiquísima estirpe indoeuropea, como que se la ha relacionado con la salvaje compañía de los maruts, reyes de la tormenta en la mitología hindú, con Indra a la cabeza.
Uno y otro cabalgan cielo a través, y es que el caballo es un animal que tiene mucho que ver con el Más Allá. No en vano se sacrificaban caballos en muchas culturas durante los ritos funerarios y se depositaban los cadáveres en carros. Famosos son los caballos de Hades en la mitología griega: dígalo si no Proserpina.
Rembrandt, Rapto de Proserpina.
Es sabido que el cortejo de los guerreros celestes pudo tener su trasunto en las cofradías de guerreros y cazadores (representadas en Irlanda por los fianna) de las que son degeneración festiva y popular tanto las procesiones de enmascarados como las bandas de niños pedigüeños tan propias de las fiestas invernales (halloween, navidades, carnaval). La máscara es la imagen de la muerte. Y en esas mascaradas el caballo desempeña un papel principal en varios países. Caballos mutilados, caballos cojos, cabezas y patas de caballo... 
Agostino dei Musi, Cortejo de brujas.
En el grabado de arriba, cortejo de la deidad nocturna, uno de los personajes de la izquierda blande una pata de caballo. A su paso alza el vuelo una bandada de patos o de gansos...
Sólo a lomos de caballo se puede, según algunas leyendas, viajar a salvo al Otro Mundo (es el cuento del que, a su regreso del Más Allá, se apea de su montura y cae pulverizado de vejez: Oisín en Irlanda, Herla -el Herla de la tropa de Hellequin- en el relato del galés Walter Map). 
Si nosotros vamos preguntando, a bote pronto, qué palabras pegan con "cabalgata", creo que muchos responderán "de los Reyes" y otros muchos "de las Valquirias". Uno y otro cortejo se asocian con la carrera del caballo.
Este Herla comparte otros detalles con el ciclo osiánico: en su visita al Más Allá observa que los habitantes comen unos pescados asados con los que se quema los dedos al intentar cogerlos: esto es lo que le pasó a Fionn, padre de Oisín, cuando adquirió la sabiduría del Salmón del Conocimiento. Y la estancia de Herla bajo el monte, donde el rey pigmeo tiene su reino ultramundano, no deja de recordar a la de Cailte y Oisín en el  síd del monte de Aige mac Ugaine, que refiere en el Coloquio de los ancianos (Acallam na senorach). Los síde, si no son montes, son montículos, y las moradas de los que en ellos habitan se parecen a los reinos que se ocultan en las entrañas de las sierras, como el paraíso de la Reina Sibila, y al mundo de las hadas que, hasta principios del siglo pasado, vivían en la costa de Bretaña, y que tenía acceso por las cavernas de los acantilados.
En fin, se me ha ido el santo al Cielo, que no era lo que yo pretendía divagar sobre las divagaciones de los cortejos nocturnos sino sobre una santa irlandesa que también conoció el mundo de los síde. Pero como ya se va alargando esto mucho y esta noche es la de Reyes, dejo a la santa para otro día.
Haremos ofrenda simbólica de zapatos y a ver si los errantes de la cabalgata nos dejan algunos presentes en augurio de un año de prosperidad.