lunes, 24 de junio de 2013

Misionero y navegante

...La m'Luóc glan ngeldae,
grian Liss móir de Albae.
Con San Moluóg limpio luciente,
sol  de Lismore de Escocia.

Con estas palabras se refiere el Santoral de Óengus a San Moluóg, nombre por el que es más conocido este santo, cuyo verdadero nombre era Lugaid (derivado del de Lug, dios principal entre los celtas: como Lug era un dios eminentemente solar, el símil encomiástico de Óengus cobra su sentido pleno). Mo- es el posesivo de primera persona y óg el adjetivo que significa "joven", de manera que Moluóg viene a ser "Mi pequeño Lugaid". Óengus especifica que el Lismore de este santo es la isla escocesa, no el Lismore de Irlanda. Lismore, lios mór en irlandés, quiere decir "gran castro", así que no es de extrañar que se repita el topónimo.
La isla de Lismore fue sede episcopal de las Islas, que abarcaba las Hébridas y otras islas del oeste de Escocia.
La isla de Lismore.
Lugaid, Moluóg, Luano o Moloc, que todos estos nombres y otros más recibe, se dice que era descendiente directo de  Fiacha Araide, el legendario ancestro de los Dál nAraidi, pueblo que habitaba en el Ulster, a orillas del lago Neagh, y que pertenecía al grupo de los cruthin. Los cruthin tenían conciencia de ser una gente especial, distinta de los irlandeses propiamente dichos, y se los ha relacionado con los britanos (cruthin es el equivalente gaélico de la palabra britannus) y con los picthe  pero a decir verdad no hay ninguna certeza sobre sus orígenes (ciertamente, los propios pictos son un pueblo del que se sabe muy poco). Lo que sí se puede observar es que siempre tuvieron estos cruthin del Ulster (porque había otros pequeños grupos de cruthin en otras partes de la isla) una particular relación con Escocia.
Algunos estudiosos, escoceses sobre todo, han visto en Moluóg a un picto de Irlanda y se han complacido en comparar su carácter manso y amable con el imperioso y atrabiliario de su contemporáneo San Colum Cille, puramente irlandés.
La vida  de san Moluóg que recogen las Acta sanctorum dice que fue de noble familia y que se crió y educó con San Brendano: no San Brendano el navegante, el de Cluana Ferta o Clonfert, sino San Brendano de Birr, menos célebre en Europa.
No es indiferente que si Lug era protector de los herreros, como de todos los Áes Dána y si a su esfera pertenecía todo lo relativo a la música y al sonido (al igual que sucede con Apolo, su equivalente griego, como ha estudiado en profundidad Bernard Sergent), Lugaid, su casi tocayo, se estrene como taumaturgo con un milagro en que se reúnen uno y otro aspecto.
San Moluóg necesitaba una campana para su iglesia: una campana cuadrada, es decir de boca cuadrangular, como las varias de tiempos muy antiguos que se conservan en las islas Británicas y Bretaña. La campana no era entonces ese instrumento característico de toda iglesia. Es a partir del siglo VII cuando se empiezan a encontrar abundantes testimonios escritos de su presencia. La antigua campana irlandesa no tenía badajo: se la golpeaba con una barra por fuera o se la hacía girar colgada de un eje para que ella batiese contra algún objeto externo. Los misioneros irlandeses la introdujeron en Francia del Norte y Alemania. Las campanas a menudo, en vez de estar vinculadas a lugares o a templos, lo estaban a personas. Pertenecían a un monje, lo acompañaban en sus viajes, o porque él se desplazase con ellas o porque, por propia voluntad, lo seguían por el aire y a través de los mares.  Junto al objeto los monjes trajeron al continente el nombre: clog, que pervive en el inglés clock y en el francés cloche. Para los irlandeses (para todo auténtico cristiano, si creemos al Huysmans de Là-bas) las campanas son mucho más que un instrumento musical; están cargadas de sacralidad, son santas y muchas veces milagrosas.
Total: san Moluóg necesitaba una campana y se fue a encargarla al herrero. Pero el herrero se excusó: no le quedaba ni un puñado de carbón.
-¿No tienes carbón? No importa: prueba con esta brazada de juncos.
-Pero, hombre de Dios, ¿no sabes que la lumbre de los juncos ni dura ni hace brasa ni calienta ni nada? ¿Tú sabes el calor que hace falta para fundir el hierro?
-¿Y qué perdemos con probar?
-Bueno, ¡para que te convenzas por ti mismo!
El herrero echó los juncos a la fragua y milagrosamente comenzaron a arder con un fuego que no se extinguía y a tal temperatura que pronto el hierro se puso al rojo y pudo trabajarse con el martillo. La campana se hizo, pues, y durante muchos siglos se conservó como venerada reliquia.
La llamada Campana de San Patricio, de los primeros
siglos de la cristiandad irlandesa,  se conserva en
este relicario, muy posterior, de finales del siglo XI.
La fama de sus milagros se iba extendiendo y el santo comenzó a inquietarse. Aquello era una tentación diabólica: ¿y si llegaba a envanecerse de ellos?
-Mejor será escapar adonde nadie me conozca.
De manera que se embarcó rumbo al Norte, y pasando mil penalidades en su travesía, alcanzó las costas más septentrionales de Irlanda, donde se rodeó de un grupo de discípulos. Pero seguía persiguiéndolo su renombre.
-Hermanos, hay que hacer borrón y cuenta nueva. Tenemos que pasar el mar y asentarnos entre los lugareños más aislados y cerriles, que no tengan conocimiento de nada fuera de la linde de su pueblo. Es la única manera de huir de ocasiones de pecado.  ¿Vais a venir conmigo?
Todos los monjes quisieron acompañarlo en su peregrinación, pero no faltó el sembrador de cizaña:
-Hermanos: yendo con éste, no tenemos nada que hacer en ninguna parte. Donde vaya hará milagros y se correrán las voces; todo el mundo irá a rogarle a él y para él serán todos los honores, las limosnas y los buenos regalos; y a los demás que nos parta un rayo. Creedme: lo mejor es que lo dejemos abandonado en cualquier isla desierta y empecemos nosotros una vida nueva, pero por nuestra cuenta. Por él no os preocupéis: ¡que se salve con cualquier milagrete de los que tan bien sabe hacer!  
-No: eso sería un crimen. Pero zarpemos nosotros por la noche sin avisarle y cuando se despierte, que nos eche un galgo.
Ése fue el consejo que tomaron y cuando Moluóg amaneció, se encontró solo y sin embarcación en aquella remota playa. Estaba en un peñasco de la orilla, mirando al horizonte por si veía la nave de sus monjes y lamentándose amargamente, cuando sintió que la piedra se movía; y era que sin que él se diese cuenta se había despegado de la costa e iba navegando sobrenaturalmente sobre las olas del mar a tal velocidad que no tardó en tocar tierra en la isla de Lismore, adelantándose a los monjes que le habían dado esquinazo.
De allí no quiso pasar la barca milagrosa, nuevamente convertida en peña, y Moluóg decidió quedarse. La roca, a lo que se dice, se distingue perfectamente por ser de una piedra de la que sólo existe ella en toda la isla. 
Un santo evangelizador en Escocia. ¿San Colum Cille?
Vidriera moderna.
Lismore estaba entonces habitada por unos paganos obstinadísimos en su ceguera, que no hacían el más mínimo caso de la predicación de Moluóg, por más que sudase, se desgañitase y se deshiciese en penitencias y caridades. Al cabo de algún tiempo, reflexionó:
-Estoy queriendo llevarle la contraria a Dios, que bien a las claras me dice cada día que estoy perdiendo el tiempo. Esta obra no me está destinada. 
Y embarcándose de nuevo se dirigió a la abadía de Melrose, donde solicitó al abad que lo acogiese como fraile.
Allí estuvo viviendo unos años, hasta que aquel abad, admirado de la santidad de su vida, le dijo:
-Yo creo que deberías volver a la isla aquella; que te diste por vencido antes de tiempo. 
-Padre, tú no sabes lo que es aquella gente.
-Pero no pueden más que Dios. Tú ve y ten fe.
-Bueno, si es por obediencia...
Moluóg regresó a Lismore y los obstáculos insalvables de la primera vez parecían haberse allanado milagrosamente. La Gracia había tocado el corazón de aquellos paganos empedernidos, que se atropellaban y daban de empujones y codazos para recibir el bautismo. Moluóg, que ya no era ningún joven, comenzó una larga tarea misionera predicando y fundando conventos por toda Escocia, especialmente en la parte oriental, dado que el occidente era terreno ya muy trillado por los monjes dependientes directamente de Irlanda, discípulos de San Columbano, cuyas relaciones con San Moluóg no siempre habían sido muy cordiales.
Como subrayan algunos hagiógrafos, la labor de San Columbano se desarrolló fundamentalmente entre los irlandeses de Escocia y las tribus pictas más en contacto con ellos y bajo su influencia. A estas gentes, los pictos más orientales las miraban con recelo, cuando no con hostilidad.
Con el que sí tuvo mucha amistad en sus últimos días, que fue un largo periodo porque San Moluóg vivió una prolongada vejez, fue con San Bonifacio. Pero éste no era el famoso Bonifacio apóstol en tierras de Alemania y Frisia, sino otro muy venerado en Escocia que se llama San Bonifacio Curitan. Moluóg, a pesar de su ancianidad, sobrevivió a su amigo y quiso ser enterrado junto a él en su iglesia. Sin embargo, otra tradición insiste en que sus restos reposan en Lismore, el primer monasterio que fundó.
Una leyenda pintoresca de San Moluóg se encuentra muy presente en el folclore y sin embargo no aparece en las fuentes escritas tempranas. Se refiere al origen de la rivalidad que existía entre él y San Colum Cille, el otro gran apóstol de los escoceses del Norte. Los textos hagiográficos no ocultan que San Colum Cille tenía un carácter voluntarioso, decidido e irascible: aguantaba mal que le llevasen la contraria y que pusiesen la menor traba a lo que había resuelto, a veces en un impulso.
Una de esas ventoleras estuvo a punto de costarle la vida y le costó efectivamente un exilio doloroso aunque providencial, porque a él se le deben la evangelización (y gaelización) de los pictos y los inicios de la expansión monacal irlandesa en Gran Bretaña, preludio de la gran misión europea de los monjes escotos.
San Colum Cille, desterrado, iba buscando en su barco una isla adecuada para sus planes de oración y evangelización, situada no lejos de la patria pero sí a la suficiente distancia para que las costas de Irlanda no fuesen visibles desde ningún punto de ella. No quería que su dolor se renovase cada día con la visión de las costas añoradas.
Tardó bastante tiempo en ver una que reunía las condiciones y puso proa a ella. No tardó en avistar otro barco como el suyo singlando con el mismo rumbo. Lo tripulaba otro santo como él.
-¡Eh, el de la barca! Hermano, esa isla es para mí. ¡Yo la he visto primero!
-Bueno, hermano: eso lo dices tú.
-Por aquí si hay algo que sobre son islas: búscate otra y que Dios te guíe.
-Pero a mí me gusta precisamente ésa: da esa casualidad.
-Bueno -dijo San Colum Cille- pues que Dios sea nuestro árbitro. El primero que toque tierra, que se la quede y el otro que se la ceda con buen conformar.
-¡De acuerdo!
Sabía San Colum Cille que a su barco no había otro que lo ganase en rapidez.
La isla era Lismore y el otro santo, Moluóg. Y cuando Moluóg se dio cuenta de que tenía la carrera perdida, tomó rápidamente una determinación audaz. Cogió un hacha pequeña y de un golpe se tajó el meñique. Lo cogió y con todas sus fuerzas lo arrojó a la ribera. Como en alas del viento, el dedo recorrió un largo vuelo, porque Dios tenía reservada aquella isla para su dueño, y fue a caer en la orilla. Moluóg había ganado la carrera.
San Colum Cille estaba estupefacto e indignado.
Combate de animales y embarcación. Relieve picto (unas señas interesantes
para los curiosos de la escultura picta:
http://www.pictishstones.org.uk/pictishstones/pictishstoneshome.htm).
-¡Tramposo!
-Nada, nada: yo he tocado tierra primero, con el dedo. 
-¡Maldito seas! ¡Así tengas que calentarte con lumbre de alisos!
-Así sea; ya nos arreglaremos.
-¡Así salgan en tu isla las rocas de canto!
-Bueno, sea todo como Dios quiera.
-Amén... ¡Arrieritos somos!  
Por supuesto, la maldición de San Colum Cille se cumplió. En la isla no había más árboles que alisos: ¡alisos por todas partes!, y ya se sabe lo que dice el refrán: "la leña de aliso ni el Diablo ni Dios la quiso", porque arde mal y echa mucho humo. Sin embargo, los alisos de Lismore, por especial permisión divina (se conoce) arden bien. Y los picachos de la islas, formados por estratos de roca, ofrecen unos senderos naturalmente planos por los que se camina con comodidad.
Toda esta leyenda está llena de elementos que remiten al dios Lug. Pues éste, como Apolo, era dios de los navegantes, y muy especialmente de las rutas marítimas, encargado de que los mareantes llegasen con bien a su destino. Lugaid o Moluóg adopta la función de su modelo divino. Como él, es el que abre caminos, y no en vano elige como sede Lismore, importante nudo de comunicaciones marítimas en su época. Ni tampoco es casual que una de las propiedades maravillosas de la isla se refiera a caminos, y caminos de piedra (siendo las piedras otro de los elementos en que se manifiesta la divinidad apolínea y de Lug). Como éste, vence mediante la astucia y no mediante la fuerza. Hay coincidencias aún más llamativas. Lug es llamado lámhfhada, "mano larga": como señala Sergent, más que mano larga, se trata de la mano que actúa a lo lejos, a distancia (como actúan los rayos del sol: símbolo que se viene fácilmente a la imaginación; así las representaciones del dios egipcio Atón); por eso Apolo es el dios que ataca con arma arrojadiza, ya lanza, ya arco y flechas, que son prolongación de la mano. Aquí, en la leyenda de Moluóg, es la mano misma la que se torna arrojadiza y toca tierra a distancia.
la festividad de San Moluóg se celebra el 25 de junio.

jueves, 20 de junio de 2013

Los sueños de San Gobán

Un libro de gran influencia (influencia comparable a la de la Navegación de San Brendano) en la literatura y en la mentalidad de la gente en la Edad Media fue la Vida de San Fursa. Claro que la influencia es de doble sentido: también la experiencia de San Fursa responde a las inquietudes de su tiempo. Lo que mayor eco dio a la Vida de San Fursa fueron sus viajes en éxtasis al Cielo y al Infierno.
Fursa fue uno de los monjes irlandeses que se establecieron en Inglaterra, fundando su monasterio en Cnobheresburgh, junto a Yarmouth. Mereció así la atención de San Beda el Venerable, que le dedica un capítulo de su Historia ecclesiastica y recomienda la lectura del libro de su vida.
Durante su paso por el Infierno, Fursa quedó un poco chamuscado por el roce con un precito; cuando volvió en sí su piel conservaba la quemadura.
Alma arrastrada por los demonios. Relieve románico.
Jorge Luis Borges se interesa en el artículo La flor de Coleridge en esas pruebas tangibles que se traen a veces de sus expediciones fantásticas, al Paraíso o al futuro, los viajeros. La quemadura de Fursa es paradójica y descolocadora: sabemos que la visita del misionero al Más Allá (como la de su compatriota Cú Chulainn siglos antes) ocurre espiritualmente y mientras su cuerpo yace postrado y como muerto. Es algo semejante a un viaje chamánico. Sin embargo, despierta con la cicatriz, ya indeleble, en su piel material. La visión deja su huella calcada en la realidad sin que por eso una y otra se confundan. Dos planos del universo destiñen uno sobre el otro.
Como tantos otros santos de su tiempo, San Fursa nunca se encontraba satisfecho en su demanda espiritual y esa desazón (esa desazón en que románticamente se ha querido ver un rasgo esencial del alma celta, la "saudade do Alén") lo llevó a probar la vida eremítica y por último a viajar cada vez más allá, convirtiéndose en uno de los pioneros de la misión irlandesa en el Continente.
Pero, en fin, San Fursa tiene su festividad en Enero y no entraba en mis intenciones extenderme sobre este santo.
Cuando San Fursa partió de Irlanda rumbo a Gran Bretaña, lo hizo acompañado de un grupo de seguidores, que serían los monjes de su primer monasterio. 
Aquí se comprende bien cómo la palabra latina monasterium, adaptada al irlandés en la forma muintir, llegó a significar "mesnada", "séquito", y hoy quiere decir "familia" o "conjunto de personas vinculadas a algo". 
Entre aquellos discípulos los había de mayor confianza, como Dicuil y Gobán, que junto a Fullan (hermano de Fursa) se quedaron a la cabeza del monasterio cuando el fundador, acompañado de su otro hermano Ultan, se retiró a vivir como anacoreta.
Gobán era nombre corriente en la antigua Irlanda. El Dictionary of Irish Saints de Pádraig Ó Riain conoce cuatro, entre ellos el semi-mítico arquitecto, Gobhán Saor, que ya ha aparecido en varias de estas entradas. Gobán es diminutivo de gobha, "herrero". Del carácter sagrado de los herreros entre los antiguos celtas es testimonio la figura de Goibniu (siempre la misma raíz), herrero de los Tuatha Dé Danann, en quien se ha visto un antiguo dios del trueno (así lo cree O'Rahilly) y del que Gobhán Saor es probablemente una cristianización, como señala James MacKillop en su Dictionary of Celtic Mithology (un avatar femenino sería Santa Gobnat). 
Al Goibniu irlandés corresponde el Gofannon galés y entre los galos aparecen los famosos gobedbi (en caso instrumental, probablemente), seguramente unos sacerdotes herreros que rendirían culto a la deidad llamada Ucuetes en la ciudad de Alisia. Al menos, eso parece desprenderse de una célebre inscripción cuyo significado exacto, cierto es, sigue discutiéndose. 
Ya en la Edad Media, existía en Francia la creencia en un demonio Gobelino -lo menciona Orderico Vital-, cuyo nombre, no explicado aún con certeza (la etimología propuesta a partir del griego kobalos, "malhechor", no despierta ninguna confianza), se relaciona con los duendes llamados kobold en alemán y pervive en el de los gobelins franceses y goblins ingleses, otros trasgos. El tal Gobelino actuaba por la actual ciudad de Evreux y hubo de vérselas con San Taurino, que acabó expulsándolo de la región. Es curioso cómo estos duendecillos malintencionados han dado nombre a unos tapices famosos, los Gobelinos de Francia, y a un metal, el cobalto.  
El Gobán, pues, de esta historia, era, según dice su Vida, recogida en las Acta sanctorum, un joven de insigne prosapia, dotado de todas las virtudes, alegre y amable, estudioso; sano y hermoso de cuerpo, largo en caridades, acostumbrado a retiros y vigilias de oración.
Tan peregrinas cualidades no pasaron desapercibidas a Fursa, obispo en Irlanda entonces, que lo escogió para ordenarlo sacerdote entre otros jóvenes esclarecidos: Nervisando, Foilano (éste, seguramente su hermano San Fullan), Gisleno, Etón (ver La vista recobrada o el que guarda siempre tiene), Vicente, Adelgiso, Momoleno, Eloquio, Godelgero, Gillebrodo, Melboeno y otros de cuyo nombre no queda constancia. Las Acta sanctorum consideran esta lista con bastante escepticismo. Identifican, con hartas dudas, a Vicente con San Vicente Madelgario (ver Las monjas visionarias), que era soldado y cortesano y no sacerdote, a Gisleno con San Gislano de Mons, griego de nacimiento y franco o galo belga de estirpe según la tradición, a Gillebrodo con el gran san Willibrordo, apóstol de los frisones, que, como señalan, tampoco era irlandés.
La conclusión de los editores bolandistas es que seguramente se trata de una retahíla de nombres amontonados gratuitamente y a voleo (es de suponer que para crear sensación de veracidad); unos irlandeses, otros francos o sajones y otros camelísticos. No es imposible, pero en la transmisión de estas leyendas los nombres, exóticos y extraños para los copistas, pueden sufrir sorprendentes alteraciones. No es raro tampoco que el hagiógrafo medieval identifique a un personaje con otro más famoso de nombre semejante. 
No bien había recibido Gobán las órdenes cuando le salió al camino un ciego, a quien había llegado la fama de su santidad, rogándole que hiciese el milagro de devolverle la vista. Gobán no se consideraba capaz de esas curaciones, pero ante la insistencia del otro se echó de bruces a orar por él y cuando, al final de sus plegarias, le hizo la señal de la cruz sobre los ojos, el ciego vio.
Una noche de domingo, a San Gobán se le manifestó en sueños Jesucristo diciéndole: "venid a mí los que estais cansados, que yo os repararé; benditos del Señor, venid a tomar posesión del reino que os está reservado desde toda la Eternidad". Y al despertar, sintió que el sueño le había inspirado una apremiante necesidad de visitar a su maestro San Fursa. De camino, se fue encontrando con los demás discípulos y, hablando hablando, vieron que todos habían tenido el mismo sueño a la misma hora.
-Esto no puede querer decir más que una cosa: que se nos ordena marcharnos del país y buscar a Dios en otra parte.
-Eso creo yo; y va a ser en Galia.
Cuando se lo consultaron a Fursa, no sabía qué decirles.
-¿Qué pensáis vosotros que querrá decir lo del sueño ese?
-Que dejemos atrás todo lo de aquí y pasemos el mar.
Hicieron, pues, todos los preparativos y se encaminaron a la costa. Pero, como si Dios quisiera desmentir su interpretación, cuando llegaron a la ribera se desencadenó un fuerte temporal que les imposibilitaba zarpar. Durante tres días estuvieron rezando y ayunando, y nada.
-Gobán, di una misa tú, a ver si hay manera.
-¿Por qué yo?
-Porque tú eres el único que ha hecho un milagro.
-Pero soy el peor de todos. Ahora, si os empeñáis...
La misa se dijo, y la tempestad se amainó. Los peregrinos embarcaron y cruzaron sin novedad a Galia, donde se internaron juntos hasta la famosa abadía de Corbie. Allí se separaron al cabo de tres días, con muestras de tristeza y afecto. Gobán, con un criado, se dirigió al Monte del Yermo, junto a Laon. Allí hincó en el suelo su bordón, hizo de su capa doblada una almohada y se tumbó en el suelo.
-¡Qué bien se está tumbado! No podía más de cansancio y de sueño. Tú quédate despierto mientras echo una cabezada, que va a ser un momento.
Una cabezada. Relieve románico.
Gobán se durmió y en sueños se vio rezando el salterio completo. Al llegar al salmo 132, donde dice: "Éste es mi reposo para siempre: aquí habitaré, porque la he deseado", se despertó de repente y se levantó. Al sacar el báculo del suelo, un brioso manantial brotó saltando del agujero que había dejado en la tierra. Esa fuente es de aguas milagrosas y curativas para muchas enfermedades.
-Amigo -dijo a su criado-, está claro que Dios nos manda quedarnos aquí. Éste es buen sitio para que sirvamos a Dios con nuestras oraciones y de aquí no se pasa.
Probablemente el bienestar del descanso fue el que trajo a la memoria de Gobán, en sueños, el recuerdo de los versos del salmista, núcleo en torno al cual cristalizó todo el sueño. Se ha observado repetidamente que el tiempo en los sueños puede dilatarse y ese fenómeno es el que da pie a la famosa narración del estudiante, el nigromante y las perdices, el ejemplo XI de El conde Lucanor.
Poco tiempo después, Gobán se dirigió al monte Bibrax (el Monte del Castor), donde había una iglesia dedicada a la Virgen. A la puerta pedían limosna un ciego y un mudo a los que sanó.
La fama de estas maravillas llegó a oídos del rey, que lo mandó llamar.
Reinaba sobre los francos de Neustria, a la sazón, Clotario II, hijo de la tremenda reina Fredegunda. Clotario fue un rey que procuró mantener siempre buenas relaciones con la jerarquía eclesiástica. 
-¿Quién eres tú?
-Yo, un peregrino irlandés, de Hibernia.
-Pídeme lo que quieras, que te lo concedo.
-Pues que me dejes poner mi ermita en tus tierras, por aquí.
-Muy bien; llévate uno de mis criados.
Clotario II niño, en brazos de la reina Fredegunda, su madre.
Miniatura gótica.
Gobán se quedó en los terrenos que ya tenía escogidos y se puso a levantar con sus propias manos su pequeño oratorio. Los días dedicaba al trabajo y las noches a la vigilia y a la oración, como quien sabía que la Gracia de Dios es más difícil de conservar que de alcanzar.
Con su buen ejemplo trataba de conmover el corazón de los lugareños, pero en vano. Se trataba de gente endurecida en los vicios y malas costumbres y no había manera de enderezarlos. Iban, dice la vida, por un camino "malo y pésimo", eran "malignos y odiosos" y no les gustaba más que el pecado y perjudicar a las buenas personas. De modo que las "suavísonas exhortaciones" de Gobán caían en saco roto.
Gobán era hombre paciente y curtido en los combates de la ascesis, pero aquella situación podía con él.
-Señor mío, ¡pues sí que he atinado con el sitio! Mejor era que me llevase Dios de este mundo: ¡para lo que le sirvo aquí!
Y Cristo se le volvió a aparecer en su sueño.
-Gobán, preocúpate de servirme y nada más. Ahora tú lloras y el mundo ríe; espérate un poquito y verás quién ríe y quién se tira de los pelos de verdad. Tú te pasas la vida rogándome por el perdón de esos protervos, ¿no es cierto? Pues de eso nada. ¡Se van a enterar, hombre! Y a ti te va a llegar el turno de dar saltos de alegría. Porque de aquí a poco voy a mandar sobre el país unos bárbaros que van a dejar chiquitos a los vándalos de antaño y a ti te van a conceder la corona de martirio por la que tanto suspiras; y a estos nativos cerriles y berroqueños, pues igual: pero ellos sin querer y con una desesperación que los arrojará de patas al Infierno. ¡Para que vean!
Estas palabras fueron de gran consuelo para Gobán y no tardaron en cumplirse. Días después, las hordas prometidas cayeron como una ola furiosa sobre el territorio corriéndolo a sangre y fuego; llegaron al Monte del Yermo, donde encontraron a Gobán orando y le cortaron la cabeza.

Fue enterrado solemnemente en la iglesia que él mismo había levantado y en su tumba comenzaron a producirse curaciones milagrosas que atrajeron a una multitud de peregrinos. La fuente que manaba de donde el santo había hincado su báculo sanaba muchas enfermedades con sus aguas. 
En aquel tiempo la iglesia era de San Pedro; después, en honor del santo, se llamó de San Gobán, Saint Gobain en francés. La cabeza cortada, dice Margaret Stokes (que escribió sendos libros dedicados a los santos irlandeses en Italia y en Francia y Bélgica, obras de mucho interés a pesar de la opinión de Dom Gougaud, estudioso también de los santos célticos), se conservó en un precioso relicario de plata. Éste y el sarcófago de piedra donde reposaba el cuerpo fueron destruidos en el siglo XVI, durante las guerras de religión.
Son verdaderamente interesantes los libros de Margaret Stokes -pueden leerse en línea en Internet Archive-, notable investigadora, escritora y dibujante. Fue, por cierto, su hermano el importante celtista Whitley Stokes, editor de varios de los más importantes textos literarios de la Irlanda medieval.

El día 20 de junio, fecha, según se cree, del martirio de San Gobán, se conmemora su fiesta.
Para terminar, una recomendación a los interesados en estos asuntos: es muy interesante consultar el blog Omnium Sanctorum Hiberniae, que se encuentra en las siguientes señas:
http://omniumsanctorumhiberniae.blogspot.com.es