miércoles, 17 de abril de 2013

Los viejos roqueros nunca mueren

Ya hace bastante tiempo apareció por estas entradas San Vicente Madelgario, el mercenario irlandés que cruzó la mar no como peregrino sino para poner su espada al sevicio de los francos pero que acabó su vida en santidad, primero dentro del matrimonio y luego en el seno de un monasterio. Fue conde de Henao y marido de otra santa, Waldetrudis, que se dice en francés Waudru, y santa fue su progenie.
En realidad, es muy difícil discernir lo que es historia de lo que es leyenda en este santo:
Gougaud, especialista en la labor de los cristianos irlandeses en el continente, no se ocupa siquiera de él en sus libros, hasta donde se me alcanza. Parece ser, además, que mucho de lo escrito sobre San Vicente Madelgario (o Mauger en francés) obedece a las posteriores aspiraciones y rivalidades de las abadías fundadas por él entre sí y con otras fundaciones monásticas. 
Procesión. Pieza de tejido altomedieval encontrada en el relicario de San Vicente Madelgario. Resultan enigmáticas las manos, que en monumentos galorromanos simbolizan al dios Lug.

Lo que sí está claro es que ya en tiempos merovingios existía un culto de peregrinación en la zona, y no sería de extrañar que prolongase alguna manifestación religiosa pagana.
Su primogénito fue llamado Landerico: nombre no insólito a juzgar porque al menos tres santos lo llevaron. Landerico, o sea Landry, se llama también el pueblo de la canción, donde las mozas,  por lo pobre y aislado que está, no encuentran partido para casarse y piden a sus madres cuartos para comprarse puntillas y lazos a ver si así hay manera:
"A Landry, petit village,
y a des filles à marier;
y a des filles à marier dans la misère,
qui voudraient s'y marier mais comment faire?"
Pues aquel Landerico, hijo de Vicente Madelgario, dio a su padre un buen disgusto cuando le manifestó su firme deseo de sufrir la tonsura y entrar en religión. Hubiera querido San Vicente tener en él un digno heredero de sus dominios, casarlo y tener nietos. 
Landerico, aparte de inteligente y estudioso, era sano y buen mozo.
-Eso es una chiquillada tuya -decía-, y suele pasar que los muchachos se dejan arrastrar por ventoleras así, de manera que luego se arrepienten y tiran de los pelos por el tiempo y las ocasiones perdidos.
-Que no, que no, que esto es serio.
Así que  consultó con sus barones y todos le aconsejaron que se alegrase con la vocación divina de su hijo y eso hizo. Probablemente pensaría que gran parte de la culpa era suya, ya que de acuerdo con su mujer lo había puesto a estudiar desde niño con doctos clérigos que lo instruyesen en los arcanos de la fe y doctrina. No con el propósito de que fuese hombre de iglesia, sino de que al empezar su carrera militar y caballeresca lo hiciese con la prudencia y sabiduría de las letras bien asentada. Si lo hubiera avezado desde el principio a la vida guerrera, tal vez otro gallo hubiera cantado. 
-Que sepas que para mí, dejarte meter cura es tan penoso como para Abraham el sacrificio de Isaac. Pero, en fin, sea lo que Dios quiera.
¡Qué paradoja! -dice el autor de la vida: Cuando son tantísimos los que adoptan esa vida y ministerio a palos y domeñados por los vergajazos de sus maestros, éste la abrazaba voluntariamente y teniendo que someter él la voluntad contraria de su padre.
Dice la tradición que Landerico llegó a obispo de Metz, creencia que ya los propios Bolandistas dan por altamente improbable en la erudita introducción a su vida. Otros lo han supuesto obispo de Meaux, de Grandmetz y de otras ciudades. En todo caso, lo que no es de extrañar es que, dada su condición principesca y sangre real, su carrera eclesiástica fuera rápida. Y en cambio su biógrafo se asombra de que las muchas riquezas que llegaban a sus manos a causa de su misión episcopal no iban a parar a sus arcas sino que se repartían entre los pobres, mientras que Landerico llevaba una vida de estudio, austeridad y penitencia ascética, sirviendo a Dios con todos sus sentidos.
Entretanto, San Vicente había fundado los monasterios de Hautmont, donde se retiró a hacer vida monástica, y Soignies, que escogió para su sepultura; cuando se vio anciano y cercano a su fin, mandó venir a sí a su hijo Landerico.
Landerico quedó doblemente impresionado por la alegría de volver a ver a su padre y por la pena de verlo con un pie en la tumba, de manera que cuando, poco después, se produjo la muerte del conde resolvió renunciar a su obispado y permanecer en los lugares tan queridos para San Vicente Madelgario. Los monjes se alegraron sumamente de que quedase a su cabeza el hijo de su fundador y allí permaneció hasta el fin de sus días.
Desde luego, Landerico, como sacerdote y obispo, tendría otra autoridad sobre sus monjes que Madelgario, simple lego que había aportado las tierras y bienes necesarios a la creación de los monasterios.
Después de su muerte, Landerico hizo varios milagros. Castigó con enfermedades a los que se habían adueñado inicuamente de los bienes de su abadía. En una ocasión en que se llevaba en procesión el ataúd que contenía sus reliquias, como uno de los portadores era un hombre indigno, la caja saltó de su hombro, debido a la irritación del santo, y se mantuvo flotando en el aire, mientras el atrevido caía fulminado de cabeza al suelo. 
Traslación de unas reliquias. Manuscrito bizantino del siglo X.
Se cantaron himnos y plegarias al santo y el desmayado volvió a la vida a la par que el ataúd bajaba a posarse sobre los hombros de sus legítimos portadores. 
Los lugareños de un pueblo cercano a Soignies querían, para edificar de una iglesia, remover una peña de enorme tamaño y peso. Habían aplicado a la tarea todo su esfuerzo e ingenio, empleando diversas máquinas pero todos sus sudores habían sido en vano. La roca era inamovible. Sucedió que pasaban por allí unos monjes llevando el féretro de San Landerico a lugar seguro, porque en Soignies lo amenazaba algún peligro (que el autor de la vita no precisa). Cansados, se detuvieron a reposar junto a los trabajadores, dejando el sagrado ataúd sobre la gran piedra. Cuando los frailes decidieron reanudar el traslado y los cavadores su tarea, los obreros se arrodillaron a orar encomendándose al santo. Para su asombro, la roca antes firmísima se movía con la mayor facilidad, bastando pocas manos para levantarla y removerla, cosa imposible antes para una cuadrilla de forzudos con máquinas y animales de tiro.
Que existió un culto precristiano al que se superpone el de San Landerico lo dejan sospechar varias tradiciones. Cuenta Otto von Reinsberg-Dürinsfeld, autor de un libro sobre el folklore de Bélgica, que en el pueblo de Crayenhoven, cerca de Bruselas, solían acudir al alba a la capilla de San Landerico numerosos peregrinos que recogían el agua de una fuente supuestamente milagrosa contra la fiebre. La virtud del santo consistía en atar a la calentura y por eso se le ofrendaban ligas, que se dejaban colgadas a la puerta de la capilla. Se decía que, perdido una noche en el bosque, San Landerico oyó el canto de un gallo, indicio de que por allí había alguna granja.
Gallo. Manuscrito mozárabe.
 Tranquilizado, se echó a dormir allí mismo y en torno a aquel lugar se edificó luego la capilla. Junto al altar del santo se mantenía en ella a un gallo vivo, como se hace en Santo Domingo de la Calzada. Se decía también que por donde había pasado San Landerico las mieses crecían más vigorosas y cargadas de grano.
El dios Lug (como el Mercurio galo), al igual que Apolo, según señala Bernard Sergent, era el gran protector de las cosechas; tenía entre sus animales predilectos al gallo y el amanecer le estaba consagrado. Y tanto uno como otro están estrechamente relacionados con las ataduras y lazos.
Tal vez el episodio más significativo resulte el de la peña que se volvió liviana. En su libro sobre las semejanzas entre los dioses griegos y los celtas, Sergent dedica un capítulo a la litolatría apolínea y sus paralelos en el culto de Lug, aspecto de este dios que encuentra pocos paralelos en Irlanda. Sin embargo, Lug realiza también una proeza consistente en mover un enorme peñasco a su llegada a Tara para ser aceptado entre los Tuatha Dé Danann y Sergent señala el paralelo entre esta hazaña y la construcción de las murallas de Tebas por Anfión. Las grandes rocas desplazadas maravillosamente por estos prsonajes mitológicos tienen a menudo un caracter central, como el ónfalos de Delfos, o fundacional. Esto es lo que le sucede al peñasco de San Landerico, en torno al cual, transformado en altar, se construirá una nueva capilla. Sucede, por otra parte, que el milagro ocurre en una carretera, cuando Lug y Apolo son los dioses que abren camino, a cuyo paso se crean, diríamos que brotan, las carreteras.
Un último detalle: se lee en el sitio hagiográfico de Internet Santi, beati e testimoni (http://www.santiebeati.it/dettaglio/94431) que en Italia San Landerico se ha convertido en patrón de los queseros. Nada trae la vida del santo que lo relacione con ese gremio. Sin embargo, Lug (al igual que Apolo) era un dios relacionado con el dominio de la putrefacción, al que dentro de la gastronomía pertenece el queso.
Aunque la palabra con que se designa al queso en los idiomas germánicos y celtas actuales es de origen latino, los antiguos irlandeses fabricaban quesos y cuajadas de distintos tipos con leche de cabra, de oveja y de vaca. Lo que se desprende del completo libro Early Irish farming, de Fergus Kelly, es que no consideraban que todos los quesos formasen parte de una categoría común.  
Lisa M. Bítel, en Land of women, indica que todo lo relativo a la elaboración de la leche y los lacticinios, desde el ordeño, formaba parte de las tareas y responsabilidades femeninas de la casa (nada tiene de raro que lo lácteo se asignase a la mujer); probablemente la más importante junto al vestido. En una de las vidas de San Kevin un monje pregunta a unas mujeres que se encuentra por el camino qué llevan cuidadosamente protegido bajo los mantos. 
-¡Copos de lino!
-¡Copos de lino para hilar! 
En realidad llevaban unos quesos frescos a vender. Pero temerían que el monje, pedigüeño y goloso, se interesase demasiado por ellos y no les quedase más remedio que regalárselos.   San Kevin apareció por allí y castigó su embuste transformando los quesos en piedras, que todavía se enseñaban como muestra del milagro, dice el autor de la vida
La anécdota recoge las dos principales actividades económicas femeninas de la antigua Irlanda. Probablemente sería lo mismo en muchas partes de Europa.
La preparación del queso era tarea de mujeres.
Manuscrito italiano del siglo XIV
En el pastoreo, sin embargo, el ganado vacuno correspondía al hombre (buachaill, "vaquero", sigue hoy día significando "mozo"), el porquero ya hemos visto repetidamente que era una figura sagrada y vinculada al otro mundo, y el ganado ovino era cosa de la mujer, aunque resalta Bítel que esta oposición tenía más de simbólico que de real y práctico.
Uno se pregunta si no habrá tras ella una correspondencia con las tres funciones de Dumézil, correspondiendo el toro a lo bélico, el puerco a lo sagrado y la oveja a lo productivo y generativo.
En todo caso, la gran fiesta ovina y láctea era para los irlandeses el imbolc, que hoy día corresponde a Santa Brígida, primero de Febrero, y que ya antiguamente se relacionaba con la gran diosa Brigit. Era la gran fiesta de la fertilidad y de la regeneración cósmica. 
El queso es alimento lunar y que se relaciona con los misterios de la reproducción. A los niños anglosajones les cuentan que la luna está hecha de queso. En varias culturas se asocia el cuajarse la leche con el concebir la mujer y formarse el embrión en su vientre. Y en varias partes existe la prohibición de trabajar en la elaboración del queso para las mujeres menstruantes.
La reina Medb, otro avatar de la diosa de la soberanía y de la fertilidad, murió de un quesazo. Sucedió que un día su sobrino la vio (sin conocerla) desnuda bañándose y comentó  su belleza a los que estaban con él.
-¿Te gusta? ¡Es tu tía! ¡La hermana de tu madre!
-¡No me digas!
Aquel muchacho sabía que Medb había mandado matar a su madre cuando él aún no había nacido. Lo habían sacado del vientre materno abriéndolo a punta de espada. 
Al ver ante sus ojos a la asesina, cogió lo que tenía en la mano: un pedazo de queso que estaba royendo, lo puso en una honda y se lo disparó. Le acertó en la coronilla y la dejó en el sitio.
Esta historia reúne a la Diosa, el queso y el misterio del nacimiento.
El queso es leche cuajada, la leche es sangre purificada por la alquimia fisiológica femenina; el mayor calor del cuerpo masculino la transformará (dice Aristóteles) en esperma; y sangre es el alimento del feto... 
Este largo rodeo acerca de los quesos viene a cuento de la feminidad que la imaginación tradicional asigna al producto. 
Bítel supone que en el milagro de San Kevin mencionado atrás, aparte de su atractivo gastronómico, los quesos significan la tentación de la mujer y que su textura, blandura elástica y suavidad serían parte a despertar deseos lascivos en el pobre cenobita.
Ahora me trae el azar a la vista un cuadro de Lucas Cranach el Viejo llamado El matrimonio desigual o algo así.
Lucas Cranach el Viejo, Matrimonio desigual.
Este cuadro tiene un contenido simbólico obvio. La moza, de buen ver pero de calculador mirar, pesa el oro de su propio precio; el viejo lujurioso (cazado como con la escopeta que pende de la pared, como las aves que enmarcan su figura) alza los ojos embelesados hacia la felicidad celestial que se promete; pero su mirada tropieza en la cornamenta que se le tiene dispuesta... 
La moza expone sus armas y trofeos: aves que son atributo de la primitiva Diosa, y perdices que auguran el mutuo desplume (vestimentario y melibeo para ella, crematístico en el caso de él).
La fruta de la mesa es jeroglífico de la tentadora y generosamente expuesta belleza de la novia. La granada, fruto infernal por cierto, es sanguínea y evocadora de la fertilidad por la multiplicidad de los granos enjambrados en su interior; lo mismo el racimo, que, por si fuera poco, remite a la embriaguez y por tanto al éxtasis erótico... Un exuberante despliegue en contraste con la parquedad elemental que acompaña al novio: pan, vino blanco. El objeto piramidal que preside a tal explosión de pujanza femenina y que parece una torre de Babel en miniatura es, al parecer, un gran trozo de queso.
Detalle de la ilustración anterior.
Y siendo todo esto así, he aquí otro elemento que acerca a Landerico a Lug el que sea el santo de los quesos: porque Lug, al igual que Apolo, es un dios andrógino, sobre lo que llama la atención Sergent (del mismo modo, su hermana Artemisa -de Apolo, no de Sergent- tiene muchos rasgos antifemeninos: virginidad, actividad cinegética...).
No sé (ni me preocupa mucho) si será verdad, pero me gusta pensar que San Landerico, el antiguo monje irlandés (si es que lo fue), heredó parte de la devoción, de la fe y de las creencias que los antepasados de sus fieles dedicaban al dios ancestral de los caminos, de las rocas y de la aurora... ¡Tan ancestral que ya existía cuando no se le conocía por Apolo en una punta de Europa y por Lug en la otra! 
la festividad de San Landerico se celebra el día 17 de abril.





domingo, 7 de abril de 2013

El hijo del salmón

No hace mucho, San José  de Arimatea nos traía a la memoria el antiguo símbolo del pez, pez de la sabiduría como el salmón de Fionn mac Cumhail, pez de la abundancia y la regeneración, como en la multiplicación de los panes y los peces o en el milagro de San Corentín, que se alimentaba (monótona dieta) de un pescado cuyas carnes volvían a crecer cada vez en torno a la espina; de hecho, el pez es uno de los símbolos que en el lenguaje de la imaginación significan la virtud generativa de la mujer y de su cuerpo. Ahora, como buena criatura marina (el mar representa el caos inicial), su simbolismo es, como dirían los jungianos "urobórico", de manera que reúne a la vez lo femenino y lo masculino.
Hubo una noble mujer llamada Begnat entre los Corcu Duibne, pueblo que habitaba en el extremo suroeste de Irlanda y que alardeaba de descender del gran Cónaire Mór, el rey legendario que murió abrasado en el hostal de Dá Derga, como se cuenta en el relato medieval Tógáil Bruidne Dá Derga. Begnat, pues, vio una vez en sueños un pez del color del oro rojo que se le acercaba volando desde oriente, se le colaba por la boca y se le alojaba en las entrañas.
Visión que no tiene nada que envidiar en cuanto a lo simbólico al famoso buitre de La virgen con el niño Jesús y Santa Ana de Leonardo Da Vinci, estudiado por Freud, pero que a mi juicio poéticamente lo supera con creces.

Esto dicen sus vidas latina e irlandesa. El Santoral de Óengus trae una versión algo distinta, según la cual la concepción fue obra de un salmón mientras Begnat se bañaba en un lago. El poeta citado por el Santoral compara a Begnat con María y asegura que su hijo fue concebido por obra del Verbo divino, aunque pocos versos más adelante sólo afirma que Dios fue su padre adoptivo.

Erich Neumann, mitólogo jungiano al que ya me he referido varias veces, se refiere en su libro La Gran Madre a concepciones como ésta. La Madre Virgen que concibe al Hijo Luminoso (y eso significa Finán) lo hace por obra de un principio masculino cósmico, por esto la fecundación se efectúa por medios insólitos como el oído, la boca, una caricia, un beso, una mirada u otros.
Como el antepasado de los suyos, muerto en un apocalipsis de llamas, Finano aparece muchas veces relacionado con la luz y el fuego. También impide la lluvia y la nieve, aleja las tempestades...  Con las manos fundía y amasaba el hierro como si fuese arcilla; lo mismo hacía con el barro cocido y así arreglaba los cacharros rotos sin lañas: era como el fuego del horno o de la forja.  Cierto que, como tantos otros, hizo brotar fuentes, pero no hay que olvidar el elemento ígneo que percibían los celtas, como los indoeuropeos en general, en el agua viva y saltarina que mana entre centellas cristalinas (ver Tres fuentes que encierran sangre,  El fuego libre del agua)...
Tan extraña concepción merecía consulta y Begnat habló con San Critan (no sé cuál, pues existen varios santos de ese nombre) que le profetizó un gran porvenir de renombre y santidad para su hijo, a quien pusieron Finán, latinizado en Finano.
Fionn mac Cumhail, al que me refería antes, adquirió sus dones sobrenaturales al comer de un salmón, pez primordial de la sabiduría, cebado de las avellanas de árboles que hundían sus raíces en lo más hondo de los tiempos. Finán, que es diminutivo de Fionn, resulta en cierto modo ser el pez mismo, transformado en niño en el vientre materno, o al menos su hijo.  Fionn se semonta al celta vindos, que significa "blanco, brillante". En Fionn se ha visto un equivalente humano del divino Lugh. 
Ya desde su gestación mostró el niño Finano sus maravillas. Tornó medicinal y curativa la saliva de su madre, a quien aseguraba amparo contra las inclemencias del tiempo; durante su embarazo nunca llovía ni nevaba por donde pasaba. La limosna que daba, por pequeña y desabrida que fuese, saciaba y deleitaba como el más abundante y exquisito manjar.
Cuando Finano era pequeño, les anunciaba su futuro sin equivocarse, como se comprobó después, a sus compañeros de juegos y los curaba milagrosamente si enfermaban o se hacían alguna herida. 
Ya de mayor, San Finano comprendió que muchas veces estos milagros no son lo que parecen.
Una mujer pobre le llevó una vez una cebolla pidiéndole que la bendijese, pues padecía muchísimos achaques y estaba en un grito; confiaba curarse con la cebolla bendita por el santo. A la mañana siguiente, recogió la cebolla, la puso en lugar honroso en su casa y efectivamente se curó.
-La ha curado su propia fe -explicó después a sus monjes- porque, a decir verdad, yo estaba ocupado y me olvidé de la cebolla de la pobre mujer. No la bendije ni siquiera puedo asegurar que se llevase la misma que trajo u otra cualquiera ni que la suya no acabase en nuestro hervido.
El caso es que tantas maravillas como se contaban del niño Finano llegaron a oídos de San Brendan, el navegante, que quiso conocer a la criatura.
-Tenéis aquí un crío que destacará ante los hombres y ante Dios.
-Si te es simpático, ¿por qué no te lo quedas?
-No querría otra cosa, si me lo dejáis.
-Todo tuyo.
Finano no era, con todo, un niño perfecto. Como a todos, le encantaba jugar y perder el tiempo en frivolidades pueriles. Un día volvió al convento con un magnífico palo que había encontrado por el bosque.
-¿Te parece serio andar jugando con palitroques como un crío cualquiera? ¡Trae acá! 
Y San Brendán le quitó el palo y lo arrojó a la lumbre.
Pero las llamas no sólo lo respetaron, sino que lo transformaron en un báculo perfecto, con su cabo retorcido y todo, como salido de las manos de un ducho artesano.
Otra vez fue el pan lo que se le cayó en el fuego.
-Hijo, hay que tener cuidado con la comida, que cuesta mucho ganarla.
-No pasa nada. 
Finan metió la manita entre las llamas y la sacó ilesa con el pan no hecho carbonilla sino tostado a punto de comerse.
Una vez que tenían visitas, San Finan empezó a hacer muecas y a bizquear por hacer gracia y por patochada. Esto sentó mal a San Brendan.
-¿Quieres dejar de hacer memeces? ¡Pues para que te acuerdes, te vas a quedar así para siempre, por atontado! 
Y efectivamente Finan se quedó bizco para toda la vida, que por eso se le llama Finan Cam, el bizco. Pero hay más misterio en esta bizquera que el desproporcionado castigo de una broma pueril. Porque el bizco, como el tuerto, es el que tiene, como algunos peces que saben ver por encima y por debajo del agua, la mirada repartida entre ambos mundos, posición ambigua que volveremos a encontrar en Finán. 
Y entre los personajes de la irlanda precristiana, es inevitable recordar a Lugh y a Cú Chulainn, con su ojo reventón grande como un caldero y el otro, diminuto y hundido en el cráneo.
Lugh y Fionn tuvieron adversarios tuertos, y el de aquél, Balor, era además su abuelo.


Mascarilla britana hallada en un santuario de Bath.
A pesar de su juventud, se granjeó gran devoción entre los monjes de San Brendan.
uno de ellos estaba agonizando y pedía la comunión de manos del joven santo.
-Ahora no puede ser, que estoy liado con la comida de todos. Ve y dile al alma de ese hermano de mi parte que se quede donde está, que no se mueva mientras no vaya yo.
El monje permaneció, pues, en la agonía toda la noche. A la mañana siguiente, Finano acudió a visitarlo y a llevarle la comunión; no bien la hubo tomado, expiró.
Otra vez los monjes se vieron sorprendidos por unas grandes llamaradas que envolvían a la tahona del monasterio. Todos se precipitaron al lugar del incendio, sabiendo que dentro estaba Finano encargado aquella noche de hacer el pan.
-¡Quietos, hijos! -dijo San Brendan- Ahí no hay incendio que valga, sino la gloria de Dios resplandeciente en Finano, loemos al Señor.
-Hijo mío -le dijo después a Finano-: tú tienes que ser abad y mandar en monjes y no obedecer a un abad tú. Yo me voy a ir a fundar un monasterio a otro sitio.
-No: quédate tú aquí, que yo me iré: para eres tú el mayor; pero dame una señal de dónde debo asentarme.
-Hacia el monte Bladma, donde veas una manada de jabalíes.
Así se asocia a Finano con el personaje del porquero, al que ya hemos visto repetidamente adquirir una dimensión sagrada, sobrenatural. El propio San Patricio fue porquero durante sus días de esclavitud.
En el lugar donde los vio, Todavía en Mumu pero ya lindando con Laiginn, fundó su nuevo convento, al que pronto acudieron muchos fieles deseando hacerse monjes.
También acudieron otros con peores intenciones, como un pelotón de soldados exigiendo comida un día.
-Esperad un poco, que está el abad terminando de decir misa.
-Que lo deje, que el hambre aprieta.
Ante el aspecto amenazador de los soldados, el monje se atrevió a molestar a Finano.
-¡Déseles de lo que haya y no nos aburran más!
-Si es que no hay casi de nada y no se van a dar por contentos.
-Yo tengo -dijo una mujer que había allí- nueve panes y nueve cuadrados de mantequilla.
-Bueno, pues que se arreglen con eso.
Los guerreros -¡qué remedio!- se contentaron con lo que había. Comían bromeando y armando bulla y haciendo guerra de bolitas amasadas de mantequilla y miga de pan.
-Vergüenza debería daros tirar la comida que tenemos para limosna de los pobres y jugar con ella como críos.
-Vergüenza te va a dar a ti lo maja que te voy a poner la cara, bacín. ¡Toma y toma!
-Déjalos estar -dijo Finano al monje que acudía a él, quejoso y maltrecho-: pasado mañana estarán criando malvas, menos dos que están en su rincón sin meterse con nadie.
Y así se cumplió como lo había dicho. Por eso desde entonces los soldados tenían por cosa de mala suerte comer de lo que les diesen en aquel monasterio y lo evitaban aunque lampasen de hambre.
La ayuda de Dios siempre distinguía a Finano. Una vez mandó a sus monjes construir un gran barco para regalarlo al rey de Laiginn. Pero cuando estuvo hecho cayeron en que el mar estaba a muchísima distancia y ¿cómo harían para botarlo?
-Teniendo fe -dijo Finano.
Y los ángeles bajaron, lo cogieron en hombros como costaleros y lo llevaron volando al mar.
Iba de camino san Finano un día y el campesino que lo albergó, agradecido por el honor de su visita, mató para él su único ternero.
-Has hecho mal no pensando en el sufrimiento de la madre -le dijo Finano- aunque te agradezco la cortesía, y Dios os dará un ternero nuevo.
Y no bien terminaba de hablar, cuando venía corriendo hacia ellos un ternerito blanco con las orejas coloradas, como son los del otro mundo.
Perdió el santo un caballo, fuese que lo robasen los cuatreros o que se le partiese una pata y hubiese que matarlo (existen las dos versiones). Dios le mandó, como sustituto, a un caballo acuático, salido de las aguas de un lago, que le estuvo sirviendo durante tres años. Al cabo de ellos, el santo lo despidió. 
Caballos y unicornio marino en una alegoría de James Thornhill (siglo XVIII)
-Tendrás ya ganas de volver a tu tierra. Vete en paz, me has servido bien.
Y el caballo, contento, se adentró en el lago, en cuyas aguas se perdió para siempre.
El caballo marino, al que Borges dedica un capítulo de su Libro de los seres imaginarios, es frecuente en las leyendas irlandesas y escocesas.
Una vez que tenía invitados, Finano dijo a su monje cocinero: 
-Prepáranos pescado.
-¿Y de dónde lo saco?
-Eso es cosa tuya.
El cocinero salió al campo pensando que se tendrían que contentar con las acostumbradas hierbas y raíces, pero sobre el brillante verdor del prado vio resplandecer la piel de tres magníficos peces que saltaban alegremente entre la hierba.
Finano sacaba criaturas terrestres del agua y criaturas acuáticas de la tierra.
Con su carro, Finano rodaba a veces sobre las aguas, como Lér, el dios del mar, y si algún árbol se había caído interrumpiéndole el paso le mandaba levantarse y prender donde había estado plantado toda la vida.
Los hechos de San Finano tienen a veces un aspecto claramente chamánico, como en sus resurrecciones de animales.


San Cristóbal (detalle). El Bosco.
Era capaz de liberar a las almas de los cuerpos y, mientras éstos estaban aletargados o como muertos, los espíritus viajaban a distintas partes. Estos viajes espirituales forman parte importante del estudio de Carlo Ginzburg Historia nocturna. Como los Benandanti de que se ocupó éste, los de San Finano acuden en espíritu a una batalla (presidida por el rey). Los Benandanti luchaban contra criaturas maléficas y del resultado de su combate dependía la prosperidad del año siguiente.
Nechtan, rey de los Uí Fidgenti, que vivían al norte de Mumu, invadió a los Corcu Duibne, del Sur.
Será casual, pero Nechtan llevaba el mismo nombre de una deidad acuática de los antiguos irlandeses, y más precisamente del dios del fuego que está encerrado en el agua: el Neptuno latino y el Apam Napat de los indo-iranios (como dejó claro Dumézil).
Los paisanos de Nechtan acudieron a él.
-No os preocupéis, no hay riesgo.
En la primera batalla, cayeron treinta de los invasores; en la segunda, otros treinta, sin bajas por parte de los Corcu Duibne. 
Fintan fue a ver al rey.
-Las cosas no te están yendo bien. Retírate cuando todavía puedes salvar lo principal.
-¡Jamás!
-Pues prepárate a verte sin trono, arrastrado por los tuyos, mendigando la caridad de tus enemigos, miserable, cargando leña como un pobre florestero.
En efecto, su ejército, irritado por las derrotas, estalló en un motín que lo destronó. De pronto, en una alucinación, los guerreros creyeron ver sus casas cómo ardían en sus pueblos natales y salieron despavoridos en desbandada, arrastrando al rey en la debacle. 
Nechtan vivió en la miseria y oculto de sus propios ex-súbditos durante una temporada. Una vez, los guardias del nuevo rey lo obligaron, como a todos los campesinos pobres, a acarrear leña para la leñera real. Allí comprendió que se había cumplido todo lo anunciado por Finano. Al cabo de siete años, arrepentido, volvió a pedir el perdón del santo abad. Tiempo después recobró el trono y reinó largos años con paz y prosperidad.
Otro que acudió al santo fue su hermano, que debía de ser un bala.
-Me he metido en un lío y si dentro de unos días no pago una deuda de siete esclavas estoy perdido. Si tú no me remedias, me tendré que tirar por un precipicio.
Finano no le hizo el menor caso. La desesperación del endeudado aumentaba de día en día en día y con ella la batería que le daba al santo.
-Mira, hermanito -le dijo una noche Finano-: vete a la piltra y mañana será otro día; no me des más la brasa. ¡Ya está bien!
-Algún día te acordarás de tus palabras y te dolerá haberlas pronunciado -contestó el otro lúgubremente.
Y se fue a acostar. La desdicha a veces da sueño y el infeliz cayó dormido profundamente. Cuando despertó estaba lejos del convento, en su casa y en su propia alcoba. A la cabecera de su cama, un talego con el dinero adeudado.
-Ya que arreglas cosas de éstas -le dijeron los Corcu Duibne- a ver si nos consigues del rey una rebaja de impuestos
Failbe Fland era el rey de Mumu entonces. Un rey importante, que logró derrotar al poderoso Guaire de Connacht. Murió el año 637 ó 639.
Finano fue a ver a su tesorero.
-Yo os entiendo pero el reino no se financia solo dijo el ministro-
-Las guerras cuestan mucho dinero. ¿Preferís que nos invadan los vecinos? Entonces sabríais lo que son impuestos. Tenemos que arrimar el hombro todos.
-¿Es tu última palabra?
-Sí.
-No lo sabes tú bien. Ahora, una cosa: ten cuidado, que tienes la casa ardiendo. ¿Ves qué globo de fuego cae del cielo? ¡Mira cómo te la deja hecha pavesas en menos que se dice un Ave María!
El hacendista quiso poner el grito en el Cielo, pero se había quedado completamente mudo.
Al enterarse el rey de la doble desgracia, perdonó el impuesto a los Corcu Duibne y el tesorero recuperó la palabra, pero no la casa, que había quedado en cenizas.
El propio hijo de Failbe Fland probó esa medida de presión de la mudez y gracias a ella Finano salvó la vida de un condenado a muerte.
San Finano fue de visita al monasterio de San Mochellog y le extrañó que tenía dos vacas con sólo un ternero, al cual vigilaban constantemente los monjes con gran celo.
-Cada vaca tenía su ternero -explicó el otro santo-; pero los lobos se comieron uno. Gracias a Dios, con el que queda basta para que las vacas den leche. Por eso lo vigilamos tanto, porque si se lo llegan a llevar los lobos nos morimos de hambre.
-Pues por unos días podéis descansar, porque mientras esté aquí nuestro padre San Finano no hay peligro de lobos -dijo uno de los monjes, entusiasta de su abad.
Efectivamente, aprovechando la falta de vigilancia, bajaron los lobos y se comieron al ternero restante en tres bocados.
-¡Ya ves la gracia! -dijo San Mochellog.
-No te preocupes. ¡Lobo, lobito...!
El lobo acudió a la voz de San Finano y las vacas, queriéndolo como a ternero, lo lamían y volvían a dar leche (este mismo milagro lo hizo San Laseriano, cf. El aleph en Irlanda).
-Muy buen milagro, sí señor -dijo Mochellog-; pero nosotros preferíamos el ternero biológico a este adoptivo. Aunque desde luego esto es mucho más original, pero nosotros somos unos pobres monjes chapados a la antigua. 
-Bueno.
Allí llegó corriendo y triscando el consabido ternero blanco de orejas rojas.
-¡Esto, esto! -dijo Mochellog entusiasmado.
-Sí, pero este ternero es prestado. Cuando llevéis las vacas al toro y paran los suyos, volverá por donde ha venido. Pero una cosa: ya no tendréis que mataros vigilando a éste ternero ni a los que vengan, porque le voy a mandar al lobo que se encargue él.
Cuando ya era viejo San Finano y se acercaba su hora, su cuerpo se deterioró bruscamente y quedó claro que el fin era inminente.
-Me muero -dijo-; pero voy a aguantar hasta que llegue una muchachita que traen en angarillas a que la cure y no quiero que hayan hecho el viaje en balde.
Llegó la enferma; recibió la bendición y se levantó sana de sus parihuelas; el abad sonrió satisfecho y cerró los ojos. El cortejo angélico que solía descender a acompañar a los santos ya dejaba sentir su presencia con coros y cánticos sacros.
He dejado para el final un aspecto que resalta más el Santoral de Óengus
Cuenta las vidas de San Finán que uno de los enfermos que acudían a él estaba aquejado de agudísimos dolores por todo el cuerpo y llevaba tres años sin pegar ojo por culpa de ello. El santo lo curó casi totalmente y Carataco (que así, o Carthach, se llamaba) se tiró tres días seguidos durmiendo. Pero los dolores persistían en los pies.
-Eso lo permite Dios para que tengas temor de Él.
-Yo no dejaré de tenerlo porque me deje de doler.
-Vamos a hacer una cosa: ponte esta zapatilla (ficonem) y verás cómo te alivia; pero el día que no te la calces, ponte a bien con Dios porque tienes las horas contadas (en la versión irlandesa se trata de un calzón ceñido, triubhas, que es el origen del inglés trousers, aunque a su vez posiblemente provenga de algún nombre germánico).
El hombre siguió con éxito las instrucciones; pero un día la zapatilla no le entraba y no se la pudo poner; se sentía mal y tuvo que quedarse en cama, donde no tardó en expirar.
Tropezamos otra vez con el motivo de la semidescalcez, del único pie calzado, que ya nos ha ido saliendo aquí y allá en estas entradas.
Evangelista. Miniatura del siglo VII u VIII.
Bernard Sergent y Sterckx han insistido en que el dios Lug de los celtas se relaciona estrechamente con el oficio de la zapatería, al igual que sus sucesores cristianizados San Gangulfo y Santos Crispín y Crispiniano, los dos hermanos zapateros mártires. Y Bernard Sergent lo relaciona con la piel y el desollar: Apolo, equivalente griego de Lug, despellejando a Marsias; Apolo, dios carnicero como subraya marcel Détienne. Bajo este aspecto no son tan incoherentes las dos versiones, la zapatilla que se descalza y el triubhas que se "pela" como faja o leotardo.
En todo caso, el medio par de zapatos concuerda con la bizquera del santo: es tener un pie o tener un ojo en cada mundo.
Semidescalcez y santidad: detalle de la miniatura anterior.
Hay más; por el Santoral de Óengus sabemos que San Finano calzaba zapatos de hierro. Los zapatos de hierro no pueden dejar de traer a la memoria los que calzaban según la antigua creencia germánica los difuntos para su largo viaje hasta el otro mundo, Hel.
Pero, además, estos zapatos le sirvieron a Finán para introducir en Irlanda el trigo. José Manuel Pedrosa en el libro Gilgamesh, Prometeo, Ulises y San Martín, al que ya me he referido hace mucho (cf A vueltas con las abejas) estudia amplia y detenidamente este motivo del héroe civilizador que roba el secreto del cereal y pasa de contrabando algunos granos en los zapatos: en el País Vasco suele atribuírsele la hazaña a San Martín. Claro que no deja de recordar este caso de espionaje agrícola al robo del fuego por Prometeo, ni se le pasa a nadie por alto el carácter fálico de ambos escondites: el zapato de los santos y el bastón hueco de Prometeo (entre otros pueblos el ladrón esconde los granos bajo el prepucio).
Freud, en un artículo de 1932 sobre la conquista del fuego por el hombre y el mito de Prometeo, ve en éste una lucha de elementos: agua contra fuego. La represión del impulso de extinguir el fuego regándolo abre la puerta a su dominio, y eso es lo que simboliza el robo en la vara hueca. En todo caso, la lucha de agua y fuego está presente de manera reiterada en la leyenda de San Finán. 
Un santo en cuya vida no faltaron luchas y sonados conflictos. No en vano dice de él el Santoral de Óengus en la estrofa correspondiente al 7 de abril:
"Fínan camm  Cunn Etig
Imma mbí már ndelbae"

"Finano el bizco de Cinn Etig,
que levantó tanto ruido"...