viernes, 7 de diciembre de 2012

El culebrón de la condesa.

De la popular leyenda de San Budoc no existe versión muy antigua. La que lo es más se encuentra recogida en una tardía crónica, de finales del siglo XIV y principios del XV, titulada Chronicon briocense, o sea Crónica de Saint Brieuc, obra llena de elementos fantásticos y de ficción, que permaneció inédita o sólo parcialmente editada hasta muy recientemente.
Lo relativo a este santo fue publicado en el siglo XIX por la Société d'émulation des Côtes du Nord, que no tengo a mano ni encuentro en línea en este momento.
Aunque es fama que San Budoc estuvo en Cornualles y Devon, donde le están consagradas algunas iglesias, Roscarrock, humanista del siglo XVI,  tampoco da apenas noticia de él. 
Los hagiógrafos del siglo XVII y XVIII como Albert Le Grand y Lobineau se ocuparon extensamente de este santo y de su madre y la musa popular narró su historia en un gwerz o larga canción narrativa, que luego recogería y puliría Hersart de la Villemarqué en su Barzaz Breiz (Tour an Arvor); Luzel la transcribe con más afán de exactitud en sus Gwerziou Breiz Izel (Santez Henori). Alan Stivell, el cantante bretón, reelaboró la versión de Villemarqué en su disco Legend.
Capitular de la Historia regum Britanniae. Manuscrito del siglo XII.
Dice, pues, Albert Le Grand (ampliando la Historia regum Britanniae de Monmouth), que en la famosa batalla de Langres, en la que el rey Arturo derrotó a los ejércitos imperiales de Roma, Hoel de Bretaña confió parte de sus huestes al conde Chunario de Tréguier, que otras fuentes nombran Kinmarck o Kimmarcoch y que murió de un lanzazo en la batalla. No se sabe cuántos hijos dejó, pero sí que el mayor (cuyo nombre se desconoce) a la hora de casarse, después de buscar novia cuidadosamente, se decidió por la guapísima Azenor, alta y derecha como una palmera -dice Le Grand- y aún más estimable por sus virtudes cristianas que por su belleza.
Azenor era hija del príncipe de León, lindante con Trégor, que tenía su corte en Brest: así que el conde de Tréguier no tuvo que ir muy lejos a buscarla. Pero sí que costó convencerla, ya que íntimamente había hecho voto de consagrarse a Dios.
El príncipe, o rey según las baladas populares, de Léon se negaba a forzar la voluntad de su hija, a la que quería mucho y con sobrada razón. He aquí por qué:
Según el gwerz de Santa Azenor o Henori que trae Luzel, el rey de Léon un día, encontrándose muy enfermo, mandó llamar a sus profetas.
-¡Bueno, hombre! Esto se cura fácilmente. Un poco de teta de virgen, y listo. Pero, eso sí: la virgen tiene que ser una hija tuya.
-¡Tengo tres!... Mal se tiene que dar...
Pero el rey no contaba con el motivo folclórico del rey Lear y sus tres hijas, que lo afectaba de lleno. 
De pasada mencionaba yo una vez (ver Teilo el peregrino) el importante artículo de Freud sobre el motivo de la elección entre las tres arquetas que aparece en El mercader de Venecia de Shakespeare, motivo que se relaciona con el de las dos hermanas celosas de otra tercera: Psique, Cenicienta... Freud llega a la conclusión de que las tres hermanas son las Parcas y la elección final de la Cenicienta o de Cordelia traduce la conciencia de lo ineluctable de la muerte, que es el regreso a la Tierra Madre. 
De manera que cuando acudió a las dos mayores, con buenas palabras se llamaron andana.
-¡Vaya por Dios! No me queda más remedio que recurrir a Henori, la pequeña. ¡A ver adónde me manda!
El caso era que el rey desde pequeñita había tenido manía a aquella niña y la había tratado peor que a sus hermanas. A decir verdad, se había portado muy mal con ella. La había hostigado continuamente y había acabado por ponerla en el brete de desterrarse. Vivía más que modestamente en otro país. 
Pero por muy cuesta arriba que se le hiciese a su padre no tenía escapatoria y fue a verla con las orejas gachas.
Henori no se hizo de rogar:
-¡Bendito sea Dios que me permite demostrarte mi cariño y a ti comprobarlo! Lástima que sea con tan poca cosa... Ea, coge una banqueta y ponte ahí a mis pies, que me desabrocho la pechera... pero ¡ay!...
Una serpiente tremenda, que el rey albergaba en las entrañas y lo estaba royendo por dentro, saltó como un rayo al pecho virgen y se clavó en él con tan recio mordisco que no había modo de separarlo.
¡Ñac! Muerte de Cleopatra, detalle. Giampietrino.
-¡Ahí va!..., pues ya sé de qué era el mal que tenía.
-Pues ya lo tienes solucionado. ¡A ver yo ahora cómo arreglo esto! 
Ya me he referido no hace mucho a la imagen simbólica de la mujer con la serpiente colgando del pecho, estudiada por Pamela Berger en The Goddess obscured (ver Dos ermitañas discretas). Un símbolo que, según ella, podría remontarse a la diosa neolítica con la serpiente, la diosa minoica, numen de la Tierra creadora -ya la tenemos aquí otra vez- cuyo poder (re)generativo representa la serpiente, animal telúrico y eternamente renovado mediante su cambio de piel.
Son frecuentes las representaciones antiguas de la Mater Tellus amamantando a su serpiente; perviven en la Edad Media y acaban, debido a las connotaciones negativas que adquieren tanto la serpiente como el desnudo femenino (asociados a la escena de la tentación de Eva), convirtiéndose en emblema del castigo infernal de la Lujuria.
Una versión del gwerz recogida por Donatien Laurent (y cantada por Yann-Fañch Kemener en su disco An Dorn) narra que hubo que resignarse a la ablación. Y cuando estuvo separada la sierpe, sin haber soltado su presa, apareció un ángel bajado de las alturas. Portaba un pecho de oro: un pecho maravilloso, que irradiaba esplendorosa luz "para alumbrarla y servirle de candelabro", con el cual -no hay que olvidar tampoco este aspecto- nunca volvería a ser pobre.
Otra heroína, galesa ésta, tenía un pecho de oro: Tegau Eurfron (Eurfron significa precisamente eso, "Pecho de Oro"). Perdió el suyo o en un combate o de la misma manera que Azenor, mordida por una serpiente, dfendiendo a su marido Caradoc Vreichvras.
Tropezamos aquí con otros dos motivos frecuentes: la prótesis milagrosa, como la mano de plata de Nuadu Argatlám en la mitología irlandesa -Lludd Llaw Ereint en Gales- o el hombro de marfil que los dioses implantaron a Pélope en Grecia, y el miembro luminoso, como la mano de varios santos irlandeses, que escribían en la oscuridad de la noche a su luz.
El rey, conmovido, había prometido a su hija darle en recompensa el mejor marido que se pudiese encontrar y no contrariarla nunca en esa cuestión.
Persuadida al final por su madre, Azenor se casó con el conde de Tréguier y el matrimonio vivió feliz hasta la muerte de la princesa de Léon. El príncipe se volvió a casar y las extremadas cualidades de la hijastra despertaron en su segunda esposa unos celos que no tardaron en convertirse en un odio mortal.
He aquí completado el cuadro familiar de Cenicienta, aunque aquí el matrimonio de la pequeña (al contrario que en el cuento) es anterior a la aparición de la madrastra.
La familia de Cenicienta. Estampa popular francesa.
Los trajes parecen de tiempos de Enrique IV, pero
madrastra y hermanas gastan polisón.
Según el gwerz, la madrastra habló con el conde (en el libro de Le Grand toda la comunicación, mucho menos poética, es por carta, y esta suegra calumniadora, con su pérfida correspondencia, también es un personaje conocido de la tradición: aparece, por ejemplo, en la novela medieval de Octaviano y en El caballero del Cisne):
-Hijo, como te descuides te vas a ver puesto de patas en la calle y teniendo que pasarte las noches al sereno, como los lobos, rondando a la luna.
-No sé qué habla usted.
-Que tengas cuidado no sea que el día menos pensado te pase como a unos pollos que les nace en su nido un cuco gorrón, los echa a coces abajo y todo para él. Yo me entiendo.
-¿Sabe usted algo? ¡Hable claro!
-¡Dios me libre de calumniar a nadie! Sólo digo que andes con ojo. Que después, encima de la desgracia viene la risión.
-¡Conmigo, pocas bromitas!
La cizaña de la madrastra bastó para que el conde de Tréguier empezase a sospechar de Azenor y terminase por aborrecerla y despacharla a su padre cargada de prisiones, bajo acusación de adulterio.
La suspicacia del conde no era del todo descabellada. ¿Acaso a Marcos de Cornualles y al propio rey Arturo les había valido toda su realeza para librarse de ese mal?
El príncipe de Léon, sintiéndose deshonrado al ver llegar a su hija con tanta infamia, la mandó quemar viva. A la espera de ajusticiarla, mandó que le diesen por cárcel una torre del castillo de Brest, que aún lleva su nombre.
Dicen las narraciones populares que la hoguera se negó a prender; Albert Le Grand afirma que  al conocer la sentencia Azenor reveló que estaba encinta de cuatro meses; por una causa o por otra, el caso es que la sentencia se conmutó en la de ser arrojada al mar con su criatura en el vientre, ya fuese en una embarcación sin remos o metida en un barril.
Hersart de la Villemarqué ve en este episodio el recuerdo de la leyenda de Dánae, interpolado en la leyenda por algún clérigo con lecturas clásicas. No parece necesario. La mujer abandonada en un cajón a merced de las aguas aparece en muchos mitos. Robert Graves, en Los mitos griegos, identifica a Dánae con la triple diosa lunar, es decir, una vez más, con las Parcas.
Las mujeres fatídicas, Nornas, Parcas, Moiras, Madres, asociadas a las fases de la luna, igual que las arquetas del Mercader de Venecia, supone Freud que son tres aspectos de la madre: la madre de uno, la de los hijos de uno y la madre universal que es la Muerte.
La muerte es Madre Tierra -la mujer de la serpiente- pero también Madre Mar (y aquí viene a cuento todo el simbolismo náutico-fúnebre, desde los enterramientos en barcos a la "mort vieux capitaine" de Baudelaire pasando por "la mar que es el morir" del Otro y las embarcaciones vicentinas...)
Las Nornas, en esta ilustración de Paul Thumann, como
deidades marinas, parecen suripantas de El joven Telémaco o de
La blonde Vénus, protagonizada por Nana (en la novela de Zola).
En Cornualles existe, en el pueblo de Zennor, una iglesia de Santa Senara donde se muestra un trono de piedra llamado la Cátedra de Santa Senara. En el respaldo está representada en relieve una sirena con su cola de pez mirándose el espejo. Aquí santa Azenor se asemeja a otras santas sirenas como la irlandesa Liban (ver Vida y milagros del pescador de sirenas) y a Dahut y las marimorganas bretonas.
Durante su larga travesía, un ángel venía a visitar a diario a Azenor, trayéndole víveres, consolándola y transformando con sólo su presencia aquel estrecho, lóbrego (es de creer que la luz del pecho no funcionaba allí dentro) e infecto lugar en un pequeño paraíso de delicias. Así dice Le Grand. También era visita habitual de la hermética embarcación Santa Brígida.
Llegado el tiempo del parto, Azenor dio no a luz sino a la oscuridad de su tonel un niño al que puso Budoc, "ahogado". La asistió la misma Santa Brígida, que tenía excelsa experiencia en esos casos, ya que según la leyenda había ayudado a la mismísima Virgen María en el portal de Belén. 
Eso de "ahogado" es una etimología popular; en realidad, budoc, como el irlandés buadach, significa "afortunado" o "dotado de grandes prendas". 
La infortunada lloraba por la suerte de su criatura cuando ésta, milagrosamente, habló consolándola con palabras de aliento. Y no tardó Azenor en notar que su diminuta embarcación había dejado de moverse. Era que las corrientes la habían depositado en una playa de Irlanda.
Los lugareños, al ir a abrir el tonel prometiéndoselas muy felices por lo que pesaba y creyendo que contendría vino o algún otro deleitable alpiste, se llevaron la sorpresa de su vida al oír voces en el barril.
-¡Darse prisa, borrachuzos! ¡Que no veo la hora de bautizarme!
El chasco se les volvió alborozo al ver a la hermosa madre con su criatura, a los que llevaron prestamente a la iglesia no sin antes darles un buen baño: que es de imaginar cómo habrían llegado después de la travesía.
Tal vez por este episodio se dice que San Budoc es el patrón de los naufragadores.
Azenor se quedó en el pueblo ganándose la vida (como por casualidad) de lavandera. Las lavanderas, en las leyendas de Bretaña, son seres nocturnos, fantasmales, que tienen mucho que ver con las hilanderas fatídicas de otras culturas.
Entre tanto, en Armórica, la malvada suegra enfermó, y viéndose llegada al trance de la muerte, confesó su crimen. El conde, furioso, loco de remordimientos y de rabia, quería despedazar el cadáver de su suegra y a sí mismo a puros bocados, y se arrancaba los pelos a puñados dándose cabezazos contra las paredes.
Cuando logró sosegarse, decidió echarse a la mar por si en algún lado podían darle noticias de su esposa y guiado por la providencia pronto aportó en aquél pueblo irlandés donde vivía su mujer, a la que reconoció nada más verla, aunque estaba un tanto ajada y desfigurada por los trabajos pasados. 
La felicidad le duró poco, porque debido al aire "grosero y septentrional" (son palabras de Le Grand) de Irlanda cayó enfermo y murió sin haber podido zarpar rumbo a Trégor. Azenor prefirió pasar el resto de sus días en aquella aldea de pescadores como viuda honrada y Budoc entró en religión allí mismo. 
La pobreza de Azenor era voluntaria, que es la verdaderamente meritoria. 
Budoc llegó a abad y arzobispo, que era lo mismo que ser rey en aquella provincia -siempre según Le Grand-, donde estuvo gobernando durante dos años, sin modificar su ascética manera de vivir, hasta que un ángel le ordenó marchar a la tierra de sus padres.
Y sin salir de su cama, que era una pila de piedra a modo de sarcófago, el ángel lo llevó a la mar y por ella flotando hasta el Léon.
Esta pila durante siglos se conservó en Bretaña y servía para ordalías. El que juraba en falso sobre ella podía estar seguro de morir o enfermar gravemente en el plazo de un año.
Allí, en el Norte de Bretaña, anduvo predicando a los paganos que aún quedaban y a los herejes pelagianistas, a decir de Le Grand, hasta que su fama llegó a oídos de San Maglorio, obispo de Dol, que, ya anciano, estaba pensando retirarse y lo nombró sucesor suyo.
San Budoc, obispo. Vidriera en la catedral de Dol.
Budoc, aparte de su labor de obispo, que realizó con admirable celo, puso escuela, en la que se formaron algunos de los santos más famosos de aquellos tiempos: San Iltudo, San Gwenole...
Al cabo de veinte años más o menos sintió que le había llegado su hora y convocando a sus allegados devolvió el alma a Dios. Antes de morir encargó a un amigo llamado Ilduto que le cortase el brazo y lo llevase de regalo al pueblo de Plourin, donde lo había dejado su navío de piedra.
Ilduto escondió la reliquia en un cofre entre sus ropas y se puso en marcha. Pero en una venta donde tuvo que hacer noche un mozo, inocentemente, se sentó en el cofre, y por la falta de respeto que significaba poner sus posaderas sobre el brazo sagrado, quedó paralítico y mudo.
Se indagó el asunto; se halló el miembro cortado entre las ropas; Ilduto tuvo que dar explicaciones y lo dejaron libre, pero el cura del lugar se negó a soltar la valiosa reliquia. Todo lo más, le concedieron a Ilduto permiso para adorarla, lo que aprovechó para, fingiendo besarla, arrancarle de un mordisco tres falanges, que es lo poco que pudo llegar a su destino. 
No hay certeza sobre la fecha en que se celebra la festividad de San Budoc. Le Grand la coloca el 18 de Noviembre; el 8, 9 ó 10 son los días en que se festeja en más lugares.