sábado, 31 de marzo de 2012

Renovarse o morir

Terminaba la entrada anterior hablando de la longevidad de algunos santos irlandeses; hoy tal vez nos traiga el calendario al más longevo de todos.
Al producirse la cristianización de Irlanda se entretejió su cultura ancestral con la nueva cultura importada, latino-cristiana.
Este entrelazamiento se representa de modo gráfico en las leyendas de encuentro de algún famoso santo con personajes de la antigua materia épica o mitológica. San Mochoemhóg (ver El hijo más deseado) conoció y bautizó a los hijos de Ler; las conversaciones de San Patricio   con Caoilte, superviviente de los guerreros de Fionn mac Cumhail, dan asunto al Coloquio de los ancianos (Acallamh na senórach); San Comgall de Bangor (con el que ya nos hemos tropezado varias veces) pescó a la sirena Lí Ban (ver Antigüedad de Dahut).
San Finnian de Moville, el maestro de San Colum Cille, se encontró, a su llegada al Ulad (Ulster), con Tuan mac Cairill. El Santoral de Óengus no lo menciona en el texto (no aparece ningún santo irlandés el primero de abril; sí lo hace brevemente en las notas aclarando que era de Tamhlacht.
Ermitaños en una cueva. Alemania, siglo XIX.
Sin embago, Tuan mac Cairill era merecedor de más extensa mención. Es protagonista de un breve relato medieval en prosa, editado y traducido por el celtista alemán Kuno Meyer en apéndice a su edición del viaje de Bran (puede consultarse on line, por ejemplo, en Internet archive).
Cuando san Finnian regresó a Irlanda después de su estancia en Roma, cargado con el ejemplar de los Evangelios que causaría el agrio litigio con su antiguo discípulo Colum Cille, se encontró con un mandoncillo local que le cerró las puertas de su fortaleza, negándole comida y posada.
Finnian y los suyos pasaron la noche mal que bien, y a la mañana vieron venir a ellos a un ermitaño muy viejecito que los convidó a su humildísima morada.
-Yo soy Tuan mac Cairill -se presentó-, hijo de Muiredach Muinderg (Muiredach "Cuello Rojo"); Partholon era bisabuelo mío.
-¿Cómo puede ser eso -dijo San Finnian- si Partholon vivió poco después del Diluvio Universal?
-Pues así.
-¿Y qué has hecho todo ese tiempo?
-Perderlo, porque no conocía a Cristo, y el que me quede no lo voy a gastar en hablar de tonterías, sino en meditar sobre el Evangelio.
-Dios te da permiso para que me cuentes lo que te pregunto y además no pienso probar bocado hasta que no me cumplas el capricho. ¡Me declaro en huelga de hambre!
-Está bien, como quieras. Mi bisabuelo Partholon llegó aquí trescientos doce años después del diluvio. 
Colonos: el arca de Noé. Arte gótico. Guimiliau, Bretaña.
Vinieron cuarenta y ocho contando con él y la colonia fue prosperando y llegaron a cinco mil. Pero en una semana una epidemia se los llevó a todos menos a uno, que soy yo. Estuve más de veinte años solo, comiendo lo que encontraba, escondiéndome de los lobos y durmiendo en cuevas del monte. Me hice viejo y casi no me podía mover. Como me habían crecido el pelo, las uñas y la barba y estaba grisáceo de tez y lleno de mugre, daba un susto al miedo. Entonces vi venir unos barcos, y era un tío mío, Nemed mac Agnomain. Me dormí y soñé que me convertía en un ciervo joven y juguetón, lleno de energía y de ganas de jugar. Y cuando me desperté, resultó que lo era de verdad.
-¡Te pondrías como loco de alegría!
-Pero no me duró mucho, porque sin conocerme mi tío y los suyos empezaron a darme caza para zampárseme. Porque ellos habían zarpado como unos mil, y con las calamidades que habían pasado: tormentas, naufragios, hambre, sed, enfermedades, no llegaron a Irlanda más que nueve; y con unas ganas de llenar el estómago... Conque tuve que estar huyendo de ellos hasta que me volví grande y robusto y fui haciéndome con la jefatura de todos los ciervos de Irlanda, que me seguía una manada impresionante de ciervos.
La colonia de mi tío creció hasta sumar más de ocho mil vecinos, pero de nuevo una epidemia los barrió. Y yo de nuevo estaba cascado e indefenso ante los lobos y los pocos hombres hambrientos que iban salvándose de aquella pestilencia, hasta que no quedó uno para contarlo.
Entonces sentí otra vez la juventud que empezaba a correrme por las venas y me vi, sin saber cómo, metamorfoseado en un jabalí fuerte y lozano. ¡El rey de los jabalíes de Irlanda! Y me quedé aquí a vivir en el Ulster.
Caza del jabalí. Nieva, Segovia. Siglo XV
Ya llegó entonces la gente de Semion mac Stariath, que te sonará porque de él se originan las tres razas de los Fir Galioin, Fir Bolg y Fir Domnann, que aún quedan por Irlanda sus descendientes. 
-¿Qué pasó luego?
-Me hice viejo otra vez, pero ya no me preocupé, confiado en una nueva transformación. Y así pasó, que me desperté un buen día convertido en halcón. Y esa forma me gustaba más que las anteriores por la libertad que da volar. De todas las formas por las que he pasado, la de halcón es la que más feliz me ha hecho y con la que más a gusto he estado. Por aquella época llegó a Irlanda Beothach mac Iarboneil y dominó a los que ya estaban viviendo aquí. Y de él descienden los Tuatha Dé Danann, a los que la gente tenía por dioses, aunque otros dicen que vinieron del cielo montados en una nube. Y eso ya fue tres mil trescientos años después de la creación del mundo.
Aquellos Tuatha Dé Danann tenían grandes poderes, eran unos magos de primera fila y parecían invencibles, pero vinieron los de Mil, otros invasores, y los sometieron.
Yo ya me sentía cansado y machucho otra vez y no veía la hora de transformarme en algo o, por lo menos, de morirme...
-Y te hiciste...
-...Salmón. Me encontré de repente en el agua saltando y retozando y eran increíbles los brincos que pegaba, que parecía que iba a echar a volar. Y me burlaba de los halcones, porque me sabía sus mañas, y sabía escabullirme de las redes y de los arpones y tridentes y no picaba en los anzuelos, aunque de todas maneras algún arañazo me llevé, que todavía me queda la señal. Mira. Y mira. Éstas son de arpones. Pero una vez, porque Dios quiso, tontamente, me atraparon unos pescadores. No quieras ver lo orgullosos que estaban, que yo ya tenía fama en toda Irlanda por lo hermoso y por lo escurridizo, que no había manera de echarme el guante; y aquella vez, porque Dios me mandó como una niebla de aturdimiento a la cabeza. El caso es que me cogieron y me llevaron a casa de su amo, que era un tal Cairell.
-Eso te iba a preguntar. Porque si tu padre era Muiredach, ¿por qué te llamas tú mac Cairill? ¿Te adoptó?
-¡Sí, adoptó! Es más chusco. Verás. Me clavaron un espeto y me asaron y la mujer de Cairill me vio tan lustroso y apetitoso (aunque me esté mal el decirlo) dando vueltas reluciente a la lumbre, que se antojó de mí y se me comió de una sentada. 
Antojo de pescado. Miniatura alemana, siglo XIV.
Y yo me transformé en un hijo dentro de su vientre.
-Pues fue la primera mujer que tuvo el antojo antes del embarazo.
-No creas: muchos embarazos son consecuencia de antojos. Y no es un chiste, es que a una mujer se le antoja una bebida o algo, y en lo que sea se traga algún bichero que se queda preñada. Hay casos a puñados en Irlanda.
-O al menos esa explicación dan muchas.
-Yo te hablo por lo que he vivido. Y ¡ah! el vientre de una mujer, aunque tú no te acuerdes, es una morada de lo más grato y cómodo, sobre todo si como yo estás consciente y te enteras de todo y cotilleas todo lo que sucede a tu alrededor, oyendo multitud de secretos de mucha risa y notando cómo te miman, te cuidan, te llevan a todas partes, te alimentan sin tener ni que masticar, y si te aburres ¡zas! patada va, codazo viene. Y yo me acuerdo de todo lo que he vivido en todas las formas que he ido teniendo. Pero lo cierto es que todo es bastante igual.
-Y ya naciste.
-Sí, amigo mío: todo lo bueno se acaba. Me pusieron Tuan mac Cairill, porque aquel pobre hombre siempre estuvo convencido de ser mi padre. Me acuerdo de cuando aprendí a hablar, que ya sabía, pero de no hacerlo en tanto tiempo no me salía la voz; y como más sabe el Diablo por viejo que por sabio, me las sabía todas y saqué una fama de profeta que no te puedes imaginar. Pero mi sorpresa fue cuando vino uno más sabio que yo, que era Patricio mac Chalpurnio. Ése fue el primero que me habló de Cristo y de que había otra ley distinta de la Ley Natural, y cómo estaban todos los muertos en el Infierno hasta que los había bajado a rescatar Cristo y todo eso.
-Pues ya ha llovido desde entonces.
-¡Psch! Dos siglejos... para mí, lo que se tarda en estornudar.
-Mira una cosa: quédate a vivir conmigo y con mis monjes. 
-No puede ser. Me he acostumbrado a la soledad. No resistiría. Desde que soy cristiano, sólo he hablado con tres personas...
-San Patricio, yo... -dijo, intrigado, San Finnian- ¿quién es el tercero?
-San Colum Cille... ¿qué pasa?
-Ese chico va a ser un gran santo, pero no sé por qué me da mala espina.
-Sí: yo te podría profetizar cosas de él que no te iban a gustar nada. Pero si hubieras vivido tanto como yo, no les darías tanta importancia. Bueno, ya me he entretenido mucho: me vuelvo a mis soledades.
Y no se ha sabido más de él. Es probable que muriese; o puede que ande todavía por el mundo en forma de cualquier criatura.
Tuan mac Cairill tiene todo el aspecto de un personaje mitológico; de hecho, no son excepcionales estas series de transformaciones, como las del relato irlandés de Los dos porqueros, la leyenda de Taliesin en Gales, y otras que se han relacionado con el chamanismo. Sin embargo, aparece reseñado en las Acta sanctorum el 1º de abril.
El docto hagiógrafo O'Hanlon, en su Lives of the Irish saints, advierte de que la longevidad de Tuan mac Cairill, por más que la abone la autoridad de Giraldus Cambrensis, es cosa de fábula.


  








viernes, 30 de marzo de 2012

El pozo peregrino

En la anterior entrada me refería a las connotaciones acuáticas del toro, fuente y mar:
"Eral lozano así, novillo tierno
(de bien nacido cuerno
mal lunada la frente)
retrógrado cedió en desigual lucha
a duro toro, aun contra el viento armado"..., como dicen las Soledades.
Se me pasaba por alto el toro de San Pablo Aureliano, al que la llegada del santo desterró de su bebedero cotidiano, y probablemente la fuente era él mismo...
Hoy -30 de marzo- el azar del calendario me depara otro santo de poderes acuáticos, sobre las fuentes y los ríos, como San Frigidiano (ver El cauce desviado), como tantos otros.


Sluind Mo Chuae Ballae,
Bolg co n-ordun anbich...


Menciona a Mochua de Balla,
Bolsa de honor lluvioso...


Ese anbich del segundo verso lo explicaron en la Edad Media como "abundante", pero ya veremos que el sentido literal cuadra mucho mejor. Y la nota que glosa la estrofa es inequívoca: "Balla quasi bulla": "Balla, como quien dice burbuja".
Las Acta sanctorum traen la vida de San Mochua de Balla el día 1 de Enero, a continuación de la de otro San Mochua distinto, en cuya introducción leemos que "contiene muchos portentos dignos de asombro, pero frecuentes entre aquella gente santa y sencilla, como es patente por la vida de otros santos".
El motivo de ser incluida ese día, según allí se explica, es que le fue enviada al compilador desde Madrid en 1634 sin indicar la fecha de celebración por Phillip O'Sullivan Beare. Fue éste un importante y fecundo historiador y polemista perteneciente a una aristocrática familia que se instaló en nuestra corte a raíz de la derrota irlandesa ante los ingleses en los primeros años del siglo XVII.
San Mochua de Balla, pues, como era un niño enfermizo, enclenque, feo y calvo de resultas de una enfermedad -según su Vida- era la vergüenza de la familia, que lo despreciaba y lo tenía en el campo guardando las ovejas.
Pasando un día cerca de su casa San Comgall, fundador del monasterio de Bangor, vio una muchedumbre de ángeles revoloteando sobre ella y se acercó a preguntar por sus moradores.
Entierro de Cristo. Giotto. Detalle.
-¿Éstos son los chicos vuestros?
-Sí, señor; y otro más, tarado el pobre, que no vale más que para estar de pastor.
-Y grande que lo será, pero de hombres -replicó San Comgall-. ¿Me dejáis que me lo lleve a mi convento a enseñarle latines?
-Para ti para siempre; buen tarugo te llevas, te lo advierto.
En Bangor, la fama de su santidad fue creciendo y un día vino a implorar su ayuda una mujer que era estéril. Compadecido de ella, Mochua se arrodilló en oración y casi en éxtasis, vertiendo abundantes lágrimas. La mujer se acercó a hurtadillas y recogió en la palma de las manos "la lluvia de los ojos del santo" (¡primer milagro lluvioso!) y las bebió, quedando fértil.
Ya tenía Mochua edad y conocimientos para ir a fundar su propio monasterio, pero no sabía dónde, y se lo preguntó a san Comgall. Respondió éste:    
-Sigue al pozo y donde el pozo te indique, funda.
-¿Que siga al pozo?
-Lo que te he dicho es lo único que sé.
Vieron entonces, en mitad del cielo azul, una pequeña y globulosa nube amenazando lluvia.


-¡El pozo! -vino entonces diciendo un monje asombrado-. ¡El pozo ha desaparecido! ¡Se ha quedado seco de repente!
-Ha salido volando -dijo Comgall, señalando a la nube.
"En forma de una bola de agua se elevó la fuente desde Bangor en Ulad hasta Balla en Cera", dice la nota del Santoral de Óengus.
Y Mochua con unos pocos compañeros se puso en marcha detrás de ella. La fuente voladora lo guió hasta donde estaba un gran amigo suyo, el obispo Gabreno, con sus monjes, y allí la nube empezó a llover leche hasta llenar para ellos un gran estanque. Pero no le hizo a Mochua ninguna señal de quedarse allí y continuaron la marcha hasta encontrarse con otro santo, llamado Fechin, que estaba en apuros.
-Yo he recibido -dijo- la inspiración de hacer aquí un molino, y he obedecido. El problema es que no hay río ni agua que lo mueva y no nos vale para nada. A ver si tú puedes hacer algo.
-Hay que traer el agua de donde la haya.
-Lo más cerca es una laguna que está a dos millas; pero hay una sierra en medio.
-Vamos a ver.
-No se puede traer el agua de allí -dijo el ingeniero que había hecho el molino-; es imposible.
-Para ti y para mí sí; pero para Dios no -dijo Mochua.
Fueron todos siguiendo a san Mochua al lago, a cuya orilla empezó el santo a rascar el suelo con el cuento de su báculo en dirección a los molinos.
-Tardarías dos siglos o tres en cavar un canal con ese palo.
-Yo no estoy cavando nada: le estoy indicando al agua para dónde tiene que tirar; y ya parece que por fin se ha enterado; volvamos a la aceña.
No bien habían regresado allá, vieron con asombro que la tierra se abría y arrojaba un caño abuntantísimo de agua, llegada por caminos subterráneos desde la laguna. 
Allaert van Everdingen. Escena forestal con molino hidráulico.
Ya estaban los molinos listos para empezar a moler.
Pero aquél tampoco era su destino y despidiéndose de Fechin Mochua se fue con los suyos, cruzando el Shannon y entrando en Connachta. Allí los reyes Cellach y Balgella lo acogieron magníficamente con el fin de que se quedase en su corte para siempre. 
Aquél era el famoso rey Cellach mac Ragallaig, que en el año 704 venció la batalla de Corann, desastrosa para los O'Neill, que dominaban el Norte y el Este de Irlanda. El rey supremo de Tara y tres de sus hijos cayeron en ella. 
Los reyes se llevaron a Mochua un día de cacería. Un ciervo herido y acosado por los perros buscó una salvación desesperada en las aguas de un lago al que se arrojó; y a nado alcanzó un islote donde se refugió. Ninguno de los cazadores se atrevía a perseguirlo.
-¿Qué? -dijo el santo- ¿Tienen miedo a mojarse, o qué?
-Tiene mucho peligro este lago.
-Por peligroso que sea, Dios tiene más poder que un lago, que lo ha hecho Él.
-Ya; pero es que...
-¡Ni es que ni asca! El que se atreva a ir, sepa que saldrá sano y salvo de las aguas.
Un valiente se arroja al agua, cruza hasta la isla, remata al ciervo malherido, se lo echa a cuestas y empieza a nadar de vuelta con gesto triunfante.
A las pocas brazadas, un dragón ferocísimo asomó la cabezota gigantesca de entre las aguas y de un solo bocado engulló a montero y ciervo.
-¡Atiza! -dijo el santo.
-Eso es lo yo quería decir, pero no me dejaste. ¿Y ahora, qué?
-Con eso no contaba yo.
-Era nuestro mejor montero y vas a pagar por su pérdida.
-¡Pero yo qué sabía! -dijo el santo cayendo de rodillas en oración- Sólo queda rezar.
-Espera verás. 
-Discutís eso luego -dijo otro de los cazadores-; que ahora viene el dragón para acá. Y mirad la velocidad que lleva, que parece una flecha.
Sin darles tiempo a huir, la cabeza del dragón había llegado a la playa; se posó tranquilamente en la arena y con un eructo expulsó al montero indemne pero aturdido de la sorpresa y del susto. 


El dragón hundió su cabeza en el lago y no ha vuelto a dar señales de vida hasta hoy.
Mochua y los suyos continuaron su peregrinar hasta que un buen día la nube desapareció. Preguntaron a un paisano que andaba por el monte si había visto una nube redonda, pequeña, a punto de descargar.
-No; lo que sí he visto es un manantial nuevo que antes no estaba y ha brotado en esa ladera y tiene una pared todo alrededor.
-No digas más. ¡Aquí fundamos el monasterio!
Como "pared" se dice en irlandés balla, a este Mochua, para distinguirlo de otros tocayos, se le llamó desde entonces Mochua de Balla.
No cesaron los milagros del santo. 
Las enfermedades las sabía pasar del enfermo a algún objeto donde no hiciesen daño. Así le sanó un tumor a un hombre transfiriéndoselo a su campana. Hubo en la región una pestilencia que primero provocaba una gran amarillez y luego la muerte; a dos mil quinientos infectados congregados para pedir su auxilio les devolvió sus colores y le pasó la ictericia a su báculo, que quedó amarillo como un limón.
El báculo se conservó como reliquia después de su muerte y lo llamaban "el Báculo Pálido". 
A una mujer estéril le dio de comer unos berros de la fuente y quedó preñada de los gemelos Scannlan y Lukercaria.
Unos pescadores que llevaban todo el día sin coger ni un chanquete vieron de pronto un grupo de focas venir hacia ellos ojeando a cuatro magníficos salmones, que no pararon hasta dejar en la orilla dando saltos. 
Lacombe, La ola verde (Paisaje junto a Pont-Aven).
Había a la orilla del mar un camino difícil y peligroso, entre angosturas y precipicios, que en un punto estaba cortado; en él solían ponerse dos mujeres feroces, Beca y Lí Ban, que se ganaban la vida cruzando a los viandantes en un cesto colgado de dos cuerdas. Fue a pasar un secretario (tabellarius) de Mochua y fuese por burla pesada, para pedirle rescate o por el motivo que fuese, en mitad del trayecto lo dejaron suspenso en el aire.
Mochua lo supo por revelación divina, acudió y logró persuadirlas de que lo soltasen. Bega no quiso cobrarle nada, pero Lí Ban se emperró en que Mochua le diese su cogulla, y así tuvo que ser.  
Después habló con los padres de las mozas y los convenció de que les buscasen una manera mejor de ganarse la vida.
Este suceso parece aventura de nuestras serranas medievales. Para evitar percances semejantes, Mochua hizo alguna vez el milagro de mandar a las aguas retirarse y pasó el mar a pie enjuto.
La Vida transcrita por Phillip O'Sullivan Beare trae todavía más milagros y estoy seguro de que otros muchos no quedaron consignados. 
San Mochua murió a los cincuenta y seis años: un niño al lado de otros longevísimos santos irlandeses. 

jueves, 29 de marzo de 2012

Lo que no se haga por un hijo...

En el siglo V, colonias irlandesas llegadas del Sur de la isla se establecieron en Gales y se integraron en la aristocracia de allí. 
Uno de aquellos jefes irlandeses, medio histórico medio legendario, fue Anlach (o Amhlach) mac Cormaic (o mac Coronaic), que subió al trono de Brycheiniog, al Sureste de Gales, por matrimonio.
Hijo de este Anlach fue el famoso patriarca Brychan de Brycheiniog. Brychan es probablemente la adaptación galesa de un nombre irlandés, Broccán (brocc, "tejón", es formante bastante habitual de nombres de persona tanto en irlandés como en galo).
Brychan tuvo tres mujeres y una numerosísima descendencia: se le han llegado a atribuir decenas de hijos.
La mayor parte de la información sobre los personajes de los que hablo hoy la proporciona Lifris, autor de la Vida de San Cadoc: un monje del siglo XI, de Llancarfan, monasterio fundado por el santo biografiado. Puede leerse on line, en latín y en inglés, en las Lives of the Cambro-British saints de W. J. Rees.
De los muchos hijos de Brychan, la primogénita fue Gwladus (adaptado al inglés como Gladys). Gwladus es una palabra celta que significa "soberana" (fuera del celta,  se encuentra la misma raíz en el eslavo Vlad).
Gwynllyw ("Señor Brillante"), rey de Gwynllywg (al Sur de Brycheiniog) vio a Gladys, nacida de nobilísimos padres, de aspecto distinguido, bella y vestida de seda y se enamoró de ella. 
Si los padres de Gladys eran de nobilísima prosapia, no menos lo era Gwynllyw, que según Lifris por parte de padre descendía de Octavio, emperador de Roma, y por parte de madre de Santa Ana, prima de la Virgen María. De manera que Gwynllyw y Gladys eran parientes lejanos, porque Marchell, madre de Gladys, también descendía de la misma Santa Ana.
Era hermano (o, según dicen otros, tío) de San Petroc, uno de los santos más importantes de Cornualles.
Gwynllyw envió mensajeros a pedir la mano de Gladys, pero Brychan los despachó con desprecio. Gwynllyw que se enteró montó en cólera y armó una hueste de trescientos siervos para llevarla consigo a la fuerza. La encontró a la puerta de su casa, sentada en un poyo junto a sus hermanas, charlando de cosas inocentes ("pudicis sermonibus vacantem"), y la robó.
Un rapto medieval. Miniatura del siglo XIV.
Al darse cuenta Brychan de lo que había sucedido, salió con sus gentes armadas en pos del raptor. Cuando Gwynllyw vio que le venían pisando los talones, hizo subir a Gladys a su caballo y apresuró su huida, pero le dieron alcance y se vio obligado a presentar batalla.
Sucedió que casualmente, en lo alto de una colina, estaban jugando a los dados el rey Arturo y sus caballeros Ke el Senescal y Bedwyr, llamado también Bediver.
-¿Habéis visto nunca muchacha más bonita? -dijo el rey.
-Preciosa de verdad.
-Ésa no va ser para ninguno de los dos que se la están disputando, sino para mí, o poco puedo.
-¡Hombre, Arturo! ¿No somos nosotros famosos por defender a los perseguidos y en particular a las doncellas? ¿No ves que eso es un contradiós? Lo que hay que hacer es poner paz.
-Es lo justo -dijo el otro caballero-: pero ¿a cuál parte ayudar?
-No es difícil -dijo Arturo-: cuyo es el territorio es la muchacha. ¿Qué tierras son éstas?
-Acaban de pasar la raya de Gwynllywg.
-Pues ya sabéis.
El rey Arturo y los suyos ayudaron a poner en fuga a los de Brychan, dejando para más tarde hacer las paces entre los contendientes.
Gwynllyw y Gladys se casaron y pronto ella esperaba un hijo. Durante su embarazo, cada noche se veía una lámpara brillar en cada esquina de la casa, sin que nadie las hubiera encendido, lo que se interpretó como señal inequívoca de que iba a nacer un gran santo, como sucedió.
Gwynllyw era como cualquier reyezuelo de aquella época y de aquellas partes: se jugaba la vida constantemente en correrías, rapiñas y batallas y por lo tanto procuraba disfrutarla intensamente. No se paraba en reflexiones morales. Era un hombre de acción, un condottiero.
Una noche, sus hombres atacaron a un pobre que moraba en el bosque y aunque vivía con doce criados no tenía más posesión que una vaca, de la que comían todos. Robársela fue coser y cantar. Aquel hombre, Meuthi, era un santo que se había retirado del mundo con sus doce compañeros; y recibió la visita de un ángel.
-Meuthi, Meuthi, ¿te vas a dejar robar la vaca así como así?
-¿Y qué voy a hacerle?
-Pues ir por ella, que te la devuelvan.
-Inflarme a palos será lo que hagan.
-Tú ten fe y ve por la vaca. Haz lo que te digo, que es importante.
Cuando Meuthi llegó a casa de Gwynllyw, no le dieron tiempo ni a abrir la boca. Gwynllyw le explicó que acababa de nacerle un hijo y que un ángel le había venido a prevenir de que llegaría un ermitaño a bautizarlo.
-Sí, sí, pero yo... Una vaca que...
-Luego, luego; ¡déjate de vacas!
Para el bautismo de la criatura brotó del suelo un manantial de agua purísima y el niño saltó de los brazos de Meuthi y en tres brincos se metió en la corriente, ávido de las aguas lustrales. Esto fue admirado como una gran prueba de santidad.
Meuthi puso al niño el nombre de Cathmael, que quiere decir "Señor del Combate", pero siempre le llamaron por el diminutivo Cadoc. 
Entre tanto, Meuthi no estaba dispuesto a irse sin su vaca ni Gwynllyw a devolvérsela. El rey había preparado una más que pesada jugarreta para el ermitaño. Había metido una gran caldera de agua hirviendo en un hoyo cavado en el suelo delante de su trono, hábilmente disimulado con los juncos que alfombraban la estancia, que ni los que estaban al cabo de la calle lo conocían, como no fuera fijándose mucho. 
¡Qué chiste!
-Ahora ven, ven a contarme eso que me querías decir...
Los cortesanos se miraban de reojo, conteniendo a duras penas la risa a la espera de que el ermitaño se llevase el susto de su vida y se escaldase como una centolla.
Pero la sorpresa fue de ellos cuando Meuthi puso una silla encima del agujero y se sentó en ella, milagrosamente sostenido por los juncos, tan firmes como un pavimento de piedra.
Este milagro aparece narrado en la Vita Sancti Tathei: Tatheus es otro nombre de Meuthi.
Baring-Gould, el hagiógrafo de tiempos victorianos, sostiene que lo que haría Meuthi  sería quedarse al borde, al ver el sospechoso vapor que subiría infaliblemente entre los juncos.
En todo caso el rey aprendió la lección y devolvió la vaca sin chistar. 
Cuando fue algo mayor Cadoc, Meuthi se lo llevó a estudiar consigo e hizo de él un gran sabio y un santo. Cadoc anduvo por varias partes, sobre todo por Bretaña, peregrinó, dicen hasta Tierra Santa, llegó a obispo y cuando volvió a su tierra la mala vida de sus padres era le resultaba un verdadero quebradero de cabeza.
San Cado (Cadoc) en Belz, Bretaña.
Constantemente estaba predicándoles, con amor filial, para que reformasen sus costumbres.
-Este hijo nuestro es muy bueno, pero muy pesado; y no se da cuenta de que son los padres los que tienen que echar el sermón a los hijos y no al revés.
-Mira tú -contestó Gladys-: a lo mejor tiene razón. Nosotros le hemos servido de padres en la tierra, y él puede que nos sirva de padre a nosotros en el Cielo.
-Es más agobiante para padre que nosotros hemos sido con él.
Pero al fin Gladys, convencida por su hijo, convenció a su marido.
Es de creer que Gwynllyw estaba ya algo viejo y cansado de su vida aventurera y guerrera. 
El matrimonio había tenido ya muchos hijos, casi todos ellos santos: Cammarch, Hywgi, Glywys Cernyw, Cynfyw, Gwyddlew, Cyflewyr, Cannen y Maches.
Pero lo que acabó de persuadir al rey fue la visión que tuvo de un toro maravilloso, bellísimo, de una blancura inmaculada y con una mancha negra en la frente. Al ver a tan magnífico animal en el campo, pastando junto al río, y sin saber de dónde había salido, se le vino a la cabeza que allí mismo tenía que edificar una iglesia, lo que hizo primero con madera y juncos. 
Interior de la catedral de San Woolo, Newport.http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/40/Newport_Cathedral%2C_Norman_archway.jpg
Según la Vida de san Gwynllyw  de las Acta sanctorum, una voz angélica fue quien ordenó una noche a los esposos, acostados, la edificación de la iglesia donde viesen el toro.
En el lugar donde se edificó, está ahora la catedral de Newport, Saint Woolos: Woolo es adaptación inglesa del nombre Gwynllyw.
El matrimonio no sólo se mantuvo casto desde entonces, sino que se dedicó a la oración y a las prácticas ascéticas. Aquello era un primer paso, pero San Cadoc seguía sin estar satisfecho del todo.
-Esa penitencia no sé si es muy agradable a Dios...
-¿Por qué? Nos levantamos tu padre y yo todas las noches, invierno o verano, haga frío o calor, en mitad de la noche, y en camisón y descalzos nos vamos al río y ahí nos metemos y nos estamos rezando venga de rato, que tú no sabes qué penitencia es ésa, con el agua que está peor que el hielo; y luego sin secarnos y desnudos vamos andando hasta la iglesia, que es milagro si no cogemos una pulmonía, y allí tenemos ropa preparada para vestirnos con toda decencia y estamos rezando ahí hasta que quiere Dios amanecer...
-Sí: si ya; pero...
La predicación de San Cadoc volvió a tener éxito y Gwynllyw y Gladys buscaron sendas fuentes límpidas y heladas donde pudiesen entregarse a sus abluciones ascéticas cada uno por su lado; y junto a cada una de las fuentes edificaron sus casas para hacer vida separada, en la que perseveraron durante largos años y murieron como santos. Sobre la tumba de Gwynllyw se vio una muchedumbre de ángeles que venían a visitarlo.
Después de muerto, una vez que unos piratas saquearon su iglesia, se les apareció como un jinete iracundo que los perseguía navegando sobre las aguas del mar; y cuanto más esfuerzo ponían en remar, más parecía que las olas se resistían a su avance y desviándolos de su rumbo los hacían embestirse unos a otros.
A otro ladrón que robó unos objetos valiosos de su iglesia le pareció en su huida ver un mar que amenazaba venírsele encima y tragárselo; escapando de él como loco, fue a refugiarse sin darse cuenta en el mismo templo que acababa de desvalijar, y allí se quedó hasta que a la mañana siguiente fue apresado.
Nereida. Altar de Dionisio Aenobarbo. Siglo II a. de C.
Estos milagros marinos, la penitencia acuática, el castigo preparado al ermitaño Meuthi, las fuentes surgidas en el nacimiento de su hijo, el toro junto al río (el toro es animal de deidades acuáticas, como Poseidón o Zeus surcando el mar con Europa a sus lomos), relacionan a Gwynllyw con númenes de las aguas.





miércoles, 28 de marzo de 2012

Una familia de aúpa

Las siguientes historias familiares ocurren entre Irlanda y Escocia y atañen, fundamentalmente, a los pequeños reinos norirlandeses de los Dál Riata, Dál nAraide y Dál Fiatach.
San Cairnech, celebrado el 29 de marzo, lleva el mismo nombre de otro santo festejado el 16 de mayo con el que a veces se lo confunde por error. Las Acta sanctorum lo mencionan este día entre los santos que dejan de lado por escasa información. Las siguientes notas, espigadas de acá y allá por los hagiógrafos, las tomamos de Baring-Gould y de O'Hanlon.
Dál Riata era un reino que se extendía a ambas orillas del Canal del Norte, que separa a Irlanda de Escocia, extendiéndose por el actual condado irlandés de Antrim y un territorio no desdeñable en Escocia, centrado en Argyll.
La isla de Musdile, junto a Lismore, centro religioso del reino de Dal Riata.
Estaba dominado por tres familias principales, de las que la más importante era el Cenél Loairn, fundado por Loarn Mór (el Grande) mac Erca a finales del siglo V. 
Loarn tuvo dos hijas, Pompa (también llamada Babona) y Erc. 
Erc, hija de Loarn, casó con Sarran, de los Dál nAraidi, reino contiguo a los territorios irlandeses de los Dál Riata. Pero el matrimonio no duró mucho y Erc escapó a Irlanda con Muiredach mac Eoghain (Muiredach es el nombre que se escribe, a la inglesa, Murdock).
Erc había elegido a uno de los personajes más importantes de su tiempo en aquellas partes: era nieto del gran Niall Naoigiallach e hijo de Eógan mac Néill, fundador de la poderosa dinastía de los Cenél nEógain.
Con Muiredach, Erc tuvo varios hijos: el más famoso de ellos, Muirchertach mac Muiredaigh (más conocido como mac Erca, por el nombre de su madre).
Más tarde, tendría una tercera pareja, Fergus Cennfota ("Cabezalarga"), otro nieto del mismo Niall Naoigiallach, hijo éste de Conall Gulban. Conall Gulban había fundado el reino de Tír Conaill (el País de Conall, Tirconnell en inglés), en el actual Donegal (Dún na nGall en irlandés) y la dinastía de los Cenél Conaill.
Tanto se habían querido los hermanos Eógan y Conall, hijos de Niall, que el primero murió de pena cuando el segundo cayó en una batalla.
Binn Ghulbáin (Ben Bulben), monte emblemático de la familia Cenél Conaill.
Sarran, el marido de Erc, entre tanto, había buscado consuelo a su desgracia conyugal tomando por esposa a Pompa, su cuñada, de quien tuvo a Luirig, Dallain, Caemlach y Cairnech, el santo. Otras fuentes añaden a Garnech y otros dos santos: San Ronán y San Breccán. 
Ya no tan joven, Erc se arrepintió de la vida desordenada que había llevado y se dirigió en busca de perdón a su sobrino San Cairnech. Para ello hizo un largo camino, a veces andando, a veces de rodillas. Su arrepentimiento era, parece ser, sincero, y desde entonces vivió santamente. Cairnech no sólo la absolvió de sus pecados sino que le profetizó que iría al Cielo y que entre su descendencia habría grandes reyes, patrones de sabios, poetas y santos.
Dicen las crónicas irlandesas que el rey Sarran conquistó Tours, en Francia, y que hizo nombrar a su hijo obispo de aquella diócesis, donde participó en un sínodo en el 567; que Cairnech peregrinó a Lyon y a su regreso fue también obispo una temporada en Cornualles y luego, ya en Irlanda, en Tara.
De Sarran se cuenta una anécdota extraña en la Vida tripartita de San Patricio. Sarran había entrado en tierras de otro rey y había cogido cautivos. San Patricio lo maldijo y le aseguró que iría al Infierno. La amenaza asustó al rey, que se encaminó con sus esclavos adonde estaba Olcan, uno de los obispos nombrados por San Patricio. Los prisioneros lloraban y gritaban.
-Olcan -dijo Sarran-: júrame que voy a ir al Cielo.
-No soy yo quién para levantar una maldición de San Patricio.
-Pues lo siento por estos infelices, porque los voy a ir pasando a cuchillo uno a uno hasta que no me prometas el Cielo.
Como iba en serio, Olcan tuvo que acceder. Pero cuando informó a San Patricio de lo ocurrido, el santo montó en cólera. 
-Pero ¿cómo te atreves a enmendarme la plana? ¡Desgraciado!
Olcan estaba arrodillado como penitente y San Patricio montado en su carro.
-¡Espachúrralo con el carro! -le dijo al conductor- ¡Tira! ¡Pásale por encima!
-¡Hombre, cómo voy a hacer eso! Atropellar a un señor obispo... ¡es muy fuerte!
-¡Pero ¿qué pasa?, ¿que aquí no me obedece nadie, o qué?!
Enfurecido, San Patricio lanzó sobre el carretero y el obispo una tremenda maldición, que se cumplió, y sentenció que las culpas de Sarran pasaban al obispo Olcan.
A la muerte de Sarran, heredó el trono su hijo Luirig, que no tardó en enfrentarse con San Cairnech, su hermano, por culpa de unos terrenos.
El santo fue entonces al encuentro de su primo Muirchertach mac Erca. Éste era hombre de armas tomar: había asesinado a Loarn, su abuelo, el fundador de la dinastía, prendiendo fuego a su casa con él dentro.
Pero lo primero que hizo Muirchertach fue irle con el cuento a Luirig.
-¿Tú sabes lo que me ha dicho Cairnech? Que yo podría ser rey, pero para eso primero tendría que pararte los pies a ti.
-¿Eso dice? ¿Tú sabes que Cairnech tiene un cervatillo domesticado, que no se separa de él?
-Sí.
-Pues me da más miedo el cervatillo ese que Cairnech y su Dios juntos. Para que te enteres.
Un fraile con su cervatillo: San Gil, en Lanloup, Bretaña.


El correveidile de Muirchertach se apresuró a narrarle la conversación a Cairnech.
-¿Ah, sí? -dijo éste-. ¡Que no se fíe tanto de los cervatillos: no hay enemigo pequeño! Y a ti te repito lo mismo que ya te he dicho. Tú verás lo que haces.
Sucedió pues que un día, estando Luirig con sus nobles en el campo, apareció corriendo un cervatillo y todos los cortesanos salieron disparados a perseguirlo, dejando al rey solo con las mujeres y Muirchertach. "¡Ésta es la mía!" se dijo Muirchertach , y sin pensárselo dos veces de un lanzazo acabó con el rey.
Luego le cortó la cabeza y se la llevó a San Cairnech de regalo.
-Sólo me importa la calavera -dijo el santo-: la carne y los sesos puedes comértelos, si se te antoja.
Pero Muirchertach hizo lo que no debía, que era tomar a la viuda de Luirig (hija del rey de Francia, dicen) y casarse con ella a la fuerza. Tuvieron varios hijos, que fueron cabeza de dinastías en Gales y Cornualles, pero Cairnech nunca le perdonó ese inmoral matrimonio.
Después, teniendo Muirchertach por esposa a Duibsech, princesa de Connachta, se encontró a Sín, joven bellísima de la que quedó enamorado fulminantemente. Sín era medio mujer medio hada y tenía terribles poderes mágicos. Para quedarse con Muirchertach le puso por condición que echase a su mujer y a todos los sacerdotes cristianos y monjes y que no se atreviese a pronunciar su nombre por nada del mundo.
Duibsech, la mujer, buscó la protección de Cairnech, que maldijo a Muirchertach por pecador incorregible, a pesar del cariño que le tenía. 
La maldición de Cairnech y el decir el nombre de Sín acabaron por atraer la desgracia y la muerte sobre Muirchertach.
Sín, a pesar de estar enamorada del rey, había venido a él para vengar la muerte de su padre a manos de Muirchertach, y se había salido con la suya.
Cairnech no pudo hacer nada por la vida del rey. Se encargó de sus honras fúnebres y con sus oraciones logró arrebatar su alma al Infierno. También logró el perdón de Sín. La historia de este final se encuentra relatada en la narración irlandesa La muerte de Muirchertach mac Erca.



martes, 27 de marzo de 2012

Los demonios perrunos

Isabel de Francia era hija y hermana de reyes. Hija de Blanca de Castilla y Luis VIII de Francia y hermana de San Luis IX de Francia, del conde Alfonso II de Tolosa y de Carlos I de Sicilia.
Nació en 1225. Desde niña mostró inclinación a la vida de religiosa, especialmente a raíz de su curación de una grave calentura; rechazó por ello a pesar de las instancias de sus padres un matrimonio imperial y fundó la orden de las Clarisas Urbanistas, cuya regla redactó ella misma (era mujer sabia y versada en latín y en las escrituras) con la ayuda de un equipo de renombrados teólogos, ente ellos San Buenaventura. 
Beata Isabel de Francia. Saint Germain l'Auxerrois, París.
 http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/ec/St._Isabel_of_France_Saint-Germain_l%27Auxerrois.jpg
La regla fue aprobada en su forma definitiva por el papa Urbano IV (de donde su nombre) y se basa en la de las clarisas, con ciertas modificaciones que la suavizan. En particular, las religiosas renuncian a poseer bienes individuales, pero la orden los puede tener colectivamente; pueden, también tener servidumbre. 
Era la época inicial de pujanza de las órdenes mendicantes; Luis IX de Francia favoreció siempre a los franciscanos y posiblemente perteneciese a su Orden Tercera; no es de extrañar que, a la hora de crear su propia orden, su hermana Isabel lo hiciese dentro del franciscanismo.
Luis IX donó para la construcción del primer convento de París los terrenos. Eran más largos que anchos: por eso se llamó Longchamp (Campoluengo) a la abadía, cuyo nombre oficial era Monasterio de la Humildad de nuestra Señora. Fue destruida en la Revolución Francesa y en su emplazamiento se encuentra ahora el hipódromo de Longchamp. 
Aunque compartió la vida y los trabajos de las monjas, nunca profesó. Murió en 1270. A su muerte -"el aire estaba muy limpio y muy sereno"- se oyeron voces maravillosas ("la melodía de los santos ángeles" dice en su Vida) que cantaban con una dulzura exquisita y sin pararse a tomar aliento.
Muerte de una santa clarisa: santa Clara de Asís. maestro de la santa Cruz, siglo XV.


Algo parecido se cuenta del joven cantor Donn Bó, muerto en Irlanda en la batalla de Allen (Cath Almaine), cuya cabeza decapitada y clavada en un postren el campamento enemigo también exhalaba dulcísimos y larguísimos lamentos.
Al trasladarse el cuerpo de Isabel de Francia de su tumba provisional a un sepulcro más suntuoso, nueve días después de su muerte, se la encontró limpia, resplandeciente, tierna y sonrosada como un niño en la cuna, los ojos con el brillo de la vida. 
Una muchedumbre había acudido a verla y a tocarla con paños y joyas para hacer de ellos reliquias. Su sepultura se veía a veces iluminada por una claridad sobrenatural.
Fue beatificada mucho después, en 1521.
A poco de su muerte, una de sus amigas, que la había seguido al convento y había llegado en él a abadesa, Agnès de Harcourt, escribió su vida y milagros por encargo de Carlos I de Sicilia.
Este ambicioso rey pretendía sin duda rodear a su dinastía de un aura de santidad que favoreciese sus aspiraciones a formar todo un imperio. Luis IX, su otro hermano, fue canonizado en 1297.
La breve biografía es una de las primeras muestras de prosa francesa escrita por una mujer. Se lee con facilidad y agrado por la sencillez y naturalidad de su estilo. A través de ella se entrevé la vida cotidiana de las monjas del aristocrático monasterio, el paso de los días desgranándose en una monotonía siempre variada por menudos incidentes que adquieren sobre ese fondo liso la proporción de aventuras dignas de la atención del cronista.
Vemos cómo las camareras que peinaban a Isabel hurtaban los cabellos que quedaban en el peine (Isabel tenía, según su amiga, una cabellera magnífica y resplandeciente) para reliquias, cuando la hicieran santa, de lo que no les cabía duda.
Y aquel día de mudanza en que un mozo, entrando en su celda, arrambló con las ropas de la cama que, hechas un gurruño entre sus fornidos brazos, empezaron a patalear y a dar gritos de espanto para horror del criado: y era que Isabel, que acostumbraba rezar a gatas sobre la cama, tapada con las mantas, era el bulto a quien el mozo había tomado por un lío de sábanas y cobertores. Escena que no deja de recordar a alguna del Tirant lo Blanch donde se muestran los aspectos más humanos de la familia imperial bizantina.
De comedia también el otro percance de la monja -la imaginamos gorda- que se sienta a descansar junto al estanque un día de invierno, rompe el banco, cae a la alberca, quiebra el hielo, se hunde hasta la cintura y se va al fondo, pero es rescatada por intervención milagrosa de la Beata Isabel.
A una doncella en peligro de perder su virginidad se le aparece en sueños la beata, instándola a que salga huyendo, la víspera de ser entregada (¿por quién? ¿La habían puesto en venta? ¿La casaban contra su voluntad?). Escapa la moza corriendo sin saber adónde hasta caer, extenuada pero a salvo, en la abadía; e incluso al día siguiente aparece en el bosque el abrigo de la fugitiva, perdido en el atarantamiento de la huida. ¿Dónde está aquí el milagro?
La mayor parte de ellos, pues, se produce sin quebrantar ese fluido paso de los días. Hay irrupción de lo sobrenatural, pero no se ve la fantasía asombrosa de los taumaturgos celtas o bizantinos. Aparición y arreglo de objetos perdidos o estropeados, curaciones de calenturas, de males crónicos, de heridas por accidentes o mordedura de animales... La recobrada cordura de la pobre monja loca que, como el Renfield de Dracula, había dado en subirse a las arcas y los bancos, trepar por las paredes para cazar arañas y comérselas igual que los renacuajos (barbelotes ecloses) y otras porquerías que no se pueden decir.
Por eso llama la atención el siguiente suceso, narrado con la misma naturalidad que los anteriores y ocurrido a la misma monja (Marie de Tremblay) que cayó a la piscina helada.
Marie está velando a una hermana con calentura. En plena noche, la enferma le pide de beber. Hay que ir a la fuente junto al estanque dichoso. La monja se resiste al principio: le da miedo ir de noche cerrada. Pero ante la insistencia de la enferma, coge una vela y una jarra y sale. Allá fuera se le aparece el Demonio viniendo a su encuentro en forma de un perro jaspeado (ver < varius, como el castellano antiguo vero; y no -me parece- "verde" como dice la traducción que estoy mirando), con los ojos rojos, centelleantes y tan grandes que no parecían de perro sino de vaca. 


Bicho feroz. Capitel románico.
Empiezan a temblarle a la monja todas las carnes y se le ponen los pelos de punta, que creía que le tiraban de ellos para arriba. Se da media vuelta sin mirar atrás,  diciendo una jaculatoria y apartando con la mano a la bestia, que desaparece. No repuesta ni confiada del todo, decide coger el agua en otro caño, el de la lavandería. Como en las películas de sustos, el perro diabólico repentinamente le salta al cuello por la espalda intentando acogotarla. La monja huye hacia donde está la enferma, pegando voces y encomendándose a la beata. La otra, desde su cama, gritando: "¡Santíguate, santíguate!". Cae la primera desmayada en el umbral, tirando la jarra, que se rompe. No se vuelve a ver el perro infernal ni se sabe más de él.
Esta aparición demoníaca me trae a la cabeza otra ocurrida siglos después y narrada por el mismo que la presenció: se trata de Fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, personaje de la mayor importancia en los primeros tiempos de la orden carmelita descalza y escritor elegante y fecundo.
Fray Jerónimo, que dice no creer en apariciones ("son imaginaciones de miedo y no hay que hacer caso de ellas"), menciona sin embargo los muchos fantasmas que andaban por los baños donde encerraban los berberiscos a los esclavos cristianos. Y en su obra autobiográfica y apologética Peregrinación de Anastasio (diálogo 2º) cuenta haber visto en el hospital de Tavera, en Toledo, "un fantasma muy grande con muchos rabos como pulpo" (sería un marciano de los de los Simpsons). 
También se hace eco de las visiones de otros frailes y monjas: uno vio a dos gatos gigantes, negro uno y bermejo el otro, cantando a media voz -"a la mudilla"-: "suuuu... huuuu... huuuu". Los gatos lo agarraron y lo desnudaron, teniéndolo un rato cogido e inmovilizado hasta que acertó a pronunciar: "¡Jesus Nazareno!" y se desvanecieron. La otra, no de las menos santas de las religiosas descalzas, vio una serpiente de siete cabezas que desnudaba al propio padre Gracián.
Cabeza de lobo. Arte románico. Diomondi.
Allí mismo es donde cuenta que teniendo once años y viviendo en Astorga, una noche, caminando por unas calles solitarias, llegando a un cruce se llevó tal susto "que me espeluzaron los cabellos de manera que se me levantó una gorra de terciopelo que llevaba sobre la cabeza", igual que a la monja francesa de antes. Lo curioso es que este miedo y horripilación se producen antes de que el muchacho vea ni conozca su causa. Porque sólo unos pasos después y cuando se está preguntando el porqué de aquella extraña sensación descubre "un bulto de grandeza de un borrico, figura de cabrón, el color de un jaspeado de pez negra de fuego [¿qué color es ése?], los ojos como dos grandes brasas encendidas mirándome con ellos".
Coinciden el jaspeado y el color, resplandor y tamaño de los ojos. La monja no menciona las dimensiones del animal, que es perro para ella y buco para Jerónimo.
Éste -es de creer que de puro miedo- no le vuelve la espalda al bicho (hace bien, según lo que le ocurrió a la monja), sino que va andando hacia atrás sin perderlo de vista hasta guarecerse en la obra de una casa, donde se serena algo, reza unas oraciones y tentando con los pies encuentra un par de buenas piedras. Se lía la capa al brazo izquierdo como escudo, coge una piedra en cada mano y sale resuelto a partirle la cabeza a la aparición. Pero encuentra la calle desierta, sin rastro de animal demoníaco, y regresa a casa sin miedo ninguno (pero a todo correr y sin soltar las piedras, por si acaso).
Antes mencionaba a Drácula, y en la novela de Bram Stoker en forma de un gran perro negro de ojos rojos aparece Drácula a su llegada a Londres.
El perro negro de ojos rojos, criatura maléfica de la noche, es frecuente en el folklore europeo. En Man se habla del Moddey Dhoo (que en irlandés sería madadh dubh, "perro negro"); en Gales del Gwyllgi, "perro de la oscuridad" y de los Cwn bendith y Mamau ("Perros benditos de las Madres"), jauría encabezada por un perro enorme que ladra y aúlla en las encrucijadas y lugares públicos. A esto se refiere Eleanor Hull en su Folklore of the British Isles. Douglas Hyde recoge en Legends of saints and sinners la persecución del alma de una pecadora por unos mastines infernales. Exactamente la misma leyenda halla lugar siglos antes en el Dialogus miraculorum de Cesario de Heisterbach, que era contemporáneo de Isabel de Francia. En "La mujer de los dos perros", de La leyenda de la muerte en Bretaña Armoricana, de Le Braz (una variante del mismo cuento), el perro negro es demoníaco pero el blanco es celestial. 
Aquí la leyenda entronca con la del Cazador Nocturno y su jauría, asunto tan vasto que no me puedo meter ahora en él. 
En todo caso, ya para los griegos el perro era un animal de connotaciones siniestras e infernales. No hay más que pensar en Cerbero, el guardián de la entrada del Hades. Hécate, la diosa infernal, se representaba como perra o con cabeza de perro.
Hécate con triple cabeza de perro y Diana con su jauría. Wenceslas Holar.
Hécuba, relacionada con Hécate, se transformó en perra: una enorme perra con ojos de fuego, como el fantasma monacal. Se sacrificaban perros a dioses relacionados con la muerte, como Hades, Ares y Apolo. Y con los grandes ciclos cósmicos, como entre los romanos a Fauno, Astarté -diosa del amor importada de Asia-  y a Genita Mana, que presidía el ciclo de la menstruación.
Los perros podían sacrificarse también en ritos funerarios como protección del difunto: tal vez sean herederos de esta costumbre los perrillos esculpidos a los pies de las estatuas fúnebres de nuestras iglesias.
Aparte del mundo grecorromano, esta conexión entre el perro y el lado más sombrío del Más Allá se encuentra entre los celtas (Bernard Sergent estudia las conexiones perrunas de los mitos de Apolo y de los Télquines con sus equivalentes irlandeses). Holle, diosa germana de los infiernos, siempre iba acompañada de su gran perro, y parece que se encuentran paralelos entre los antiguos indios.
Pero Frau Holle es una vieja conocida, porque no es más que, con otro nombre, Perchta, la hilandera, y también la conductora, junto a su marido, de la cacería nocturna.